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La Hélade de los héroes
y de los dioses

EL ARTE GRIEGO A LA MEDIDA DEL SER HUMANO

El arte heleno, que es como en su época se denominaba a los habitantes del país, ya que el nombre de «griegos» se lo aplicaron por vez primera los romanos, buscaba la belleza y la proporción matemática. Por ello, las obras se realizaban a base de cálculos destinados a lograr la armonía de las formas. A lo largo de su evolución, pueden distinguirse tres fases sucesivas:

Los órdenes de columnas se basan en la huella de un hoplita

La arquitectura griega es adintelada, al igual que la egipcia: emplea únicamente la línea recta como elemento constructivo. No utiliza, como en Mesopotamia, el arco, la bóveda y la cúpula, es decir, la línea curva.

Una característica importante es la ausencia de colosalismo o grandes dimensiones. La mentalidad griega, racionalista, buscaba adaptar los edificios a la medida del ser humano. Así se ve, por ejemplo, en el tamaño de los elementos sustentantes. Para diseñar las proporciones de la columna, se toma como base la huella en la arena de un hoplita (soldado de infantería): un pie, el radio; dos pies, el diámetro; ocho pies, la altura.

Los estilos arquitectónicos se clasifican en tres órdenes: dórico, jónico y corintio, de los que el más sobrio y pesado ópticamente es el primero.

La columna dórica no tiene basa. El fuste se halla recorrido en sentido vertical por estrías de arista «viva» o cortante. El capitel, o pieza superior que corona el fuste, está compuesto de dos piezas: equino (circular) y ábaco (paralelepípedo muy plano). Encima de la columna se dispone el entablamento, que consta de tres elementos: arquitrabe, friso y cornisa. En el orden dórico, es característica la división del friso en compartimentos denominados triglifos, por sus tres adornos, y metopas, en las que se esculpen escenas ornamentales. Corona el edificio un frontón triangular, cuyo espacio interior, denominado tímpano, se decora con escenas de figuras adaptadas al marco por medio de las posturas; sobre la cornisa se sitúan acroteras (figuras fantásticas en terracota). El edificio por antonomasia, donde el orden dórico se manifiesta en toda su plenitud, es el Partenón de Atenas, obra clásica de mediados del siglo V. Otros ejemplos dóricos anteriores, correspondientes a la época arcaica, son el templo de Hera de Olimpia y el templo de Poseidón en Paestum, que presentan un canon más corto y una mayor pesadez óptica, visible en la robustez de sus columnas.

Del aspecto grácil del jónico a la exuberancia del corintio

El orden jónico presenta una mayor esbeltez que el estilo dórico. La columna ya tiene basa, formada por dos molduras torales unidas por una cóncava llamada escocia. Las aristas del fuste se esculpen chatas («muertas») y se entrelazan tanto en la zona inferior como en la superior del fuste, en lugar de terminar por sí mismas como en el orden dórico. El capitel presenta un ábaco adornado con volutas o espirales, que recuerdan los peinados femeninos, de donde procede ese aspecto grácil y elegante que lo caracteriza. En cuanto al entablamento, se observa un arquitrabe dividido en tres bandas, mientras que en el friso se esculpen las escenas corridas, sin la compartimentación dórica de triglifos y metopas. Su época de esplendor tuvo lugar a fines del siglo V, y su edificio más representativo es el templo dedicado a Atenea Niké (‘Atenea victoriosa’), en la acrópolis ateniense, obra de Calícrates y que data del 421 antes de Cristo.

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El último paso de la evolución estilística en la arquitectura griega lo representa el capitel corintio, exuberante, decorado con dos filas de hojas de acanto, cuatro volutitas y un florón central. Su estructura es muy similar al orden jónico, si bien se observa una mayor altura en las columnas; con ello, los templos ganan en vistosidad pero pierden la armonía y la proporción de los órdenes anteriores.

El templo del rectángulo áureo

Entre las construcciones griegas destaca el templo, que suele ser de planta rectangular, si bien existen algunos ejemplos circulares de procedencia micénica, conocidos con el nombre de tholos. Generalmente construidos en piedra, los más hermosos se edificaron en mármol, policromados o pintados en el exterior, aunque hoy los colores han desaparecido. El templo más característico es el anteriormente citado Partenón de Atenas, reconstruido por los arquitectos Ictino y Calícrates después de la segunda guerra médica, en la que las tropas persas arrasaron la acrópolis antes de ser derrotadas en la batalla naval de Salamina (480 a. C.). Destinado a albergar la estatua de la diosa Atenea, su planta es un rectángulo áureo, originado por la aplicación de la denominada «razón áurea» o «número de oro», cuyo teorema –«el todo es a la parte como la parte al todo»– se halla en uno de los libros más leídos por todos los escolares del mundo: Elementos de Geometría, escrito por Euclides de Alejandría hacia el año 300 a. C. Este teorema se bautizó en época renacentista como la «divina proporción», y se le asignó ya a comienzos del siglo XX el símbolo griego ɸ (phi), por ser la inicial de Fidias, el arquitecto que llevó a cabo la decoración del Partenón. Su valor es 1,618, de manera que si tomamos el lado corto del rectángulo y lo multiplicamos por esa cifra, obtenemos su lado largo; y siempre que restamos en él un cuadrado igual a dicho lado menor, resultarán hasta el infinito modelos áureos. El formato de las actuales tarjetas de crédito o del DNI también responde a dicha operación matemática con el número de oro, que otros artistas, como Leonardo da Vinci, Le Corbusier o Dalí, emplearon en sus obras.

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Partenón de Atenas (s. V a. C.), prototipo del templo dórico, con fachada octástila basada en las proporciones del denominado «rectángulo áureo» o «divina proporción».

EL TEMPLO GRIEGO

El templo griego, de planta rectangular, está construido sobre un basamento llamado crepidoma; se accede al interior a través de una escalinata o estilóbato. Si cuenta con un solo pórtico, se denomina próstilo; si posee dos, uno por la parte anterior y otro por la posterior, anfipróstilo. Según el número de columnas frontales, recibe la denominación de tetrástilo (si tiene cuatro), hexástilo (seis) u octástilo (ocho, como el Partenón); el número de columnas laterales siempre son el doble más uno del de las frontales, cuyo número se repite también por la parte posterior. Así mismo, por la situación de estas columnas, se dice que se trata de un edificio períptero si deja un pasillo practicable entre el peristilo (o columnata) y el muro; si las columnas estuvieran adosadas a este, el templo se denominaría pseudoperíptero.

El Partenón es un templo octástilo –es decir, que cuenta con ocho columnas tanto por la parte frontal como por la posterior–, lo que indica que posee diecisiete por cada lado, ya que las proporciones asignaban siempre el doble más uno al número de columnas laterales respecto a las frontales. Construido sobre un basamento llamado crepidoma, se accede al interior a través de una escalinata o estilóbato, hallándose el recinto dividido en tres espacios: pronaos o vestíbulo, naos o cella (la nave con la estatua del dios, diosa en este caso) y opistodomos o sala posterior, en la que se guardaban las ofrendas y el tesoro de la polis (la ciudad-Estado). Al contar con dos pórticos, uno por la parte anterior y otro por la posterior, el templo recibe el nombre de anfipróstilo, mientras que si sólo tuviera el primero de ellos, se denominaría próstilo.

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Plantas de templos. De izquierda a derecha: el Partenón de Atenas (octástilo y períptero), templo tetrástilo, templo dístilo y anfipróstilo, y templo tetrástilo y próstilo.

El culto griego era de carácter privado, no público como el cristiano, ya que sólo tenían acceso al interior del recinto sagrado los sacerdotes y gobernantes. El pueblo, por el contrario, permanecía en el exterior, donde se hallaba el altar de los sacrificios, en un espacio ajardinado y decorado con estatuas y fuentes, denominado témenos.

En la Acrópolis (‘ciudad amurallada’) ateniense, destacan también los propileos o grandes puertas de acceso al recinto, además del Erecteón, templo dedicado a todos los dioses. La particularidad más notable de este último se halla en el pórtico sur, en el que las columnas sustentantes han sido sustituidas por figuras femeninas –conocidas como cariátides–, que representan doncellas portando en la cabeza un cesto con ofrendas, que hace las veces de capitel, para la diosa Atenea, protectora de la región del Ática, donde se halla la ciudad de Atenas.

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A contraluz en el Erecteón, pórtico de las cariátides o figuras femeninas a modo de columnas con función sustentante, cuyo capitel lo constituye el cesto con ofrendas para la diosa Atenea, protectora de la polis.

Además de las construcciones de carácter religioso, los griegos realizaron edificios civiles para albergar espectáculos públicos:

En las ciudades griegas existían otras edificaciones de carácter público, como la estoa o calle porticada y el ágora o plaza central, enmarcada por cuatro estoas con soportales donde se protegían del sol y la lluvia; en este lugar se celebraba el mercado y se desarrollaba el bullicio de la vida urbana.

LA ESCULTURA, FIEL REFLEJO DE UN MUNDO MITOLÓGICO

La escultura griega cultiva los dos tipos: bulto redondo o exenta y relieves. Su evolución tuvo lugar a lo largo de las tres etapas del arte heleno –arcaica, clásica y helenística–, con dos períodos intermedios de transición, conocidos como estilo severo, entre la primera y la segunda fase, y estilo bello, entre esta y la tercera.

La temática atiende siempre a la representación de escenas relacionadas con la mitología o las ofrendas rituales a las divinidades, junto con el ensalzamiento de las actividades atléticas, que para los griegos constituían todo un ritual, puesto que se celebraban en honor a Apolo.

Kuroi y kurai, y el momento «pregnante»… del arcaísmo a la transición

En la época arcaica las obras son anónimas. El artista es considerado un simple artesano que contribuye a la vida de la polis, por lo que no se conoce a ninguno de ellos, no son célebres. Los primeros ídolos griegos fueron unas figuras votivas en madera –atribuidas, según la mitología, al arquitecto Dédalo, el constructor del laberinto de Creta–, denominadas xoanas [xoanon en singular], que se adaptaban a la forma cilíndrica del tronco de árbol en el que se tallaban; más tarde, se fueron realizando en piedra. En este material se esculpieron las primeras estatuas arcaicas, conocidas como kuroi [kuros en singular] –las masculinas– y korai [kore en singular] –las femeninas–. Las primeras son representaciones de atletas desnudos –símbolo de heroicidad– y del Moscóforo, un joven portador de una ofrenda consistente en un ternero para el sacrificio, cuyo modelo tomó posteriormente el mundo cristiano primitivo para representar a Jesucristo como Buen Pastor. Las figuras femeninas muestran doncellas ataviadas con el traje típico para las ceremonias religiosas, entre las que se distinguen dorias y jonias por su indumentaria: el vestido dorio o peplos consiste en una túnica cerrada al cuello, mientras que el jonio o jitón lleva escote en diagonal dejando un hombro al descubierto.

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Moscóforo (s. VI a. C.). Este joven portador de un ternero para el sacrificio servirá de modelo iconográfico a la imagen cristiana del Buen Pastor. Museo de la Acrópolis de Atenas.

Estéticamente, se caracterizan por su rigidez –los kuroi adelantan un pie–, escaso trabajo anatómico –sensación de tosquedad–, cabello o barbas rizadas y, en el rostro, una representativa sonrisa calificada como «arcaica», que busca la cercanía al espectador. Hoy perdida en su mayoría, estas figuras estuvieron recubiertas de policromía, tanto los rostros –color carne, labios rojos– como el cuerpo y especialmente sus bonitos vestidos, en el caso de las korai. Se extendieron hasta el siglo VI y las jonias presentan una ejecución más naturalista que las dorias, por ser más recientes y evolucionadas. Entre estas últimas se pueden citar la dama de Auxerre o el kuros Anavyssos, ambas del siglo VII a. C. En la escultura jonia, destacó también la representación de jinetes, como el caballero Rampin, además de las esfinges –cabeza femenina y cuerpo de león alado– y terracotas: Zeus raptando a Ganimedes (s. VI a. C.).

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Detalle de la broncínea cabeza del auriga de Delfos (principios s. V a. C.), en la que se observan incrustaciones de pasta vítrea para los ojos que aportan mayor naturalismo. Museo Arqueológico de Delfos, Grecia.

En la época del estilo de transición entre el arcaísmo y el clasicismo, conocido con el nombre de severo (comienzos del s. V), cobra importancia el bronce como material escultórico y, por su escasa dureza, muchas obras se han perdido y únicamente las conocemos a través de copias realizadas por los romanos, grandes admiradores del arte y la cultura griegos. Este es el caso del célebre Discóbolo de Mirón. En esta obra, el genial artista (muchos nombres comenzaron a partir de ahora a pasar a la posteridad) supo plasmar el momento exacto de ejecutar la acción por parte del protagonista de la obra, un atleta que va a lanzar el disco en la competición deportiva; ese instante preciso, que se ha denominado «momento pregnante», que aborda lo que va a suceder: plasma cuando el brazo, en tensión, se halla en el punto álgido para realizar la maniobra. El mismo caso se aprecia en otra de las obras típicas de esta fase, conocida popularmente como los Tiranicidas, un grupo de figuras que el artista sitúa en el momento de descargar sus espadas contra el tirano de la polis.

Hay otras obras importantes en esta fase de transición: la estatua de Zeus –Poseidón, según algunos–extendiendo sus brazos para lanzar el rayo; también en bronce, el auriga de Delfos –los pliegues de la túnica semejan las estrías de una columna dórica–, de cuyo grupo sólo se conserva la figura humana y falta, por tanto, el carro y los caballos; en piedra, el relieve de Atenea pensativa o el respaldo del trono Ludovisi, que recoge la escena del nacimiento de Afrodita –«hija de las olas, nacida de la blanca espuma», que produjeron los genitales del dios Urano al caer sobre el mar–, en el que se aprecian los primeros atisbos de la técnica conocida como «paño mojado». Esta técnica consiste, como su nombre indica, en representar los vestidos marcando las formas del cuerpo, pegados, como si estuvieran empapados.

En general, las obras de esta fase muestran un naturalismo y trabajo anatómico que se van acercando a la perfección de la etapa clásica, aunque aún se aprecia en ellas el concepto de frontalidad, es decir, la obra concebida para ser observada desde un punto de vista único, si bien el Discóbolo es la primera obra en romper con esta característica.

La armonía del clasicismo. La altura según la cabeza

A mediados del siglo V a. C., época del clasicismo, existe un interés por reproducir la anatomía humana de manera armónica y equilibrada, buscando así una belleza idealizada. Se representa siempre la juventud en la plenitud física del cuerpo, que aparece desnudo cuando se trata de dioses, semidioses –como Heracles o Hércules– y héroes: atletas que habían logrado vencer en las competiciones deportivas que desde el 776 a. C. se celebraban en la ciudad de Olimpia; de ahí el calificativo de Juegos Olímpicos u Olimpiadas, con el que hoy día se siguen conociendo.

Entre los escultores destaca Fidias, quien realizó el desaparecido Zeus de Olimpia, de doce metros de altura, sedente en trono de cedro, criselefantino, es decir, hecho de oro y marfil, considerado una de las siete maravillas de la Antigüedad); y las tres estatuas de Atenea: Atenea Promacos, «la que combate en primera línea», de bronce, que preside la acrópolis; Atenea Lemnia, encargada por los colonos de la isla de Lemnos, cuya cabeza era de gran belleza; y Atenea Partenos (virgen), que se adoraba en el interior del Partenón, también criselefantina, con la diosa en pie, cubierta con la «égida», una piel que le servía de protección, sujetando en su mano derecha una Victoria y armada de casco, escudo y coraza –decorada con la cabeza de Medusa, la de mirada de piedra, que cortó Perseo–, tal como vino al mundo al nacer de la cabeza de Zeus, por lo que también es la diosa de las artes y las ciencias.

Fidias llevó a cabo, asimismo, la decoración de los frontones este y oeste del Partenón: reprodujo la historia de Atenea, su nacimiento, su disputa con Poseidón por el dominio del Ática, cuyos habitantes la eligieron como protectora porque hizo brotar de la tierra un olivo (símbolo de la prosperidad) mientras que el dios del mar había hecho surgir un caballo (símbolo de la fuerza bruta), que no encajaba con el carácter laborioso de los atenienses. En las metopas, esculpió las luchas entre dioses y gigantes (gigantomaquia, al este), amazonas (amazonomaquia, al oeste) y centauros (centauromaquia, al sur), así como la destrucción de Troya (al norte), en las que abundan los escorzos o posturas forzadas en las figuras. En el interior del templo, realizó el friso de las Panateneas: procesión que cada cinco años hacían las jóvenes atenienses para llevar un peplo o traje nacional dorio a la diosa.

Otro escultor importante fue Policleto, que representa la medida, la proporción y la perfección formal. Entre sus obras destacan el Diadumeno, un atleta ciñéndose la cinta de la victoria, y el Doríforo o portador de la lanza, desnudo, cuya proporción, según el canon creado por él mismo, es de siete cabezas más ⅔. Introdujo en sus figuras el contrapposto, término italiano que alude a la posición armónica de las diversas partes del cuerpo cuando al estar algunas de ellas en movimiento –por ejemplo, una pierna–, la otra se sitúa en reposo. Destaca, asimismo, Peonio de Menda, que en La Victoria aporta un gran naturalismo y un excelente estudio del movimiento, además de la perfección en la técnica del «paño mojado».

La elegancia del «estilo bello»: la curva en la cadera

En el siglo IV a. C., comienza a desarrollarse una tendencia escultórica que busca la elegancia y la plasmación de la emotividad, así como los alardes técnicos. Es el caso de los escultores Praxíteles, Lisipo y Escopas.

Praxíteles se caracteriza por el movimiento cadencioso y cierto balanceo en la búsqueda de la plasticidad del cuerpo humano. Crea la llamada curva praxiteliana, que consiste en apoyar el cuerpo sobre una pierna al tiempo que se flexiona la otra para conseguir un arco en la cintura que hace sobresalir la cadera del mismo lado. El mejor ejemplo de esta técnica es su obra Hermes con el niño Dioniso, en el que se ve al primero de estos dos dioses, ya adulto, sujetando en un brazo al segundo de ellos, que de pequeño había sido confiado a su cuidado. Otras son la Afrodita de Cnido, que representa a la diosa en el baño, con un estilo fino y sensual; y el Apolo Sauróctono, así llamado porque el dios observa a un lagarto que trepa por el tronco de un árbol.

Escopas se caracteriza por el movimiento brusco, figuras que se retuercen, ojos tallados en órbitas hundidas, y se considera predecesor de Miguel Ángel en la plasmación escultórica de la pasión humana; destaca entre sus obras un busto de Hércules.

Lisipo alarga el canon de Policleto hasta ocho cabezas, la altura humana. Su obra más conocida es el Apoxiomeno, un atleta en perfecto contrapposto que se limpia la grasa del cuerpo con el estrígilo después de la competición, para la que se embadurnaban a fin de que resbalasen las manos del contrario al sujetarse durante la lucha. Muestra un perfecto equilibrio y balanceo espacial y aporta para el espectador la visión múltiple, o sea, la observación desde varios ángulos.

La cerámica: una gran variedad de piezas y estilos

La elaboración de piezas de cerámica arranca desde la época neolítica y fue perfeccionándose a lo largo del tiempo. Había vasijas de diversas formas y tamaños: oinokoe, ánfora, hidria, para traer el agua desde la fuente a casa; crátera, de boca ancha para coger con la copa el vino aguado. El ónfalo o plato, el kílix (‘cáliz’) o copa de boca ancha, con dos ojos pintados «que vigilaban a los que bebían más de la cuenta»; el skifos o taza; y la píxide o caja, con tapa provista de una bolita para abrirla asiendo de ella.

En cuanto a los estilos, durante la época arcaica se sucedieron el geométrico y el oriental. En el primero destacan grandes vasos de tipo funerario, procedentes de la necrópolis de Dípilon, con fondo ocre y motivos a base de bandas, cuadrados y meandros estrangulados –muy cerrados–, con la figura humana esquemática. En la etapa orientalizante, por influencia de los frecuentes contactos comerciales con Asia Menor, surgen temas fantásticos como toros alados y esfinges, junto a rosetas, ondas, etc., y por vez primera mitos y leyendas, tanto griegas como orientales. Las piezas constan de un fondo claro con escenas en tonos negros y ocres.

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Detalle de cerámica de figuras rojas (ss. V-IV a. C.) en el que se representa el famoso pasaje de la Odisea cuando Ulises escucha, amarrado al mástil de la nave, el canto de las sirenas.

En torno al siglo V a. C. aparece el llamado estilo ático, que presenta dos variantes, según la policromía con la que se decoran las piezas:

Existen también otros vasos de fondo blanco, llamados lecitos, que tienen carácter funerario porque en ellos se guardaban las cenizas del difunto.

La pintura griega, esa gran desconocida, y el mosaico

La cerámica ha sido la única muestra que ha llegado hasta nosotros de la célebre pintura griega, además de las copias efectuadas por los romanos, quienes sintieron gran admiración por todas las obras artísticas de los helenos.

Conocemos los nombres de sus grandes maestros: Polignoto, que se centraba en las representaciones de temas históricos; Zeuxis, que plasmaba obras de carácter naturalista, con elegante modelado y excelentes contrastes de luz y sombra; Parrasio, promotor del cuadro de caballete; y Apeles, que pintó retratos de Filipo de Macedonia y su hijo Alejandro Magno, temas mitológicos y la célebre Calumnia, que relata una difamación injusta sufrida por el pintor y posteriormente descubierta, un tema tratado por artistas renacentistas como Botticelli y Durero. Lamentablemente, sus originales se han perdido.

Los griegos no destacaron especialmente en el arte del mosaico. Su aparición se remonta al siglo V a. C., y
se destinaba a la decoración de suelos y paredes. Existieron dos tipos: mosaico de guijarros y mosaico de teselas. El primero se realiza con pequeñas piedras blancas o poco coloreadas, que se recogían en playas o ríos. El segundo está formado por piezas talladas de escaso tamaño y diferentes colores que componen las escenas. Su máximo desarrollo tuvo lugar en época helenística: mosaico de Alejandro Magno.

EL HELENISMO: REALISMO FRENTE A IDEALISMO

Se conoce con este término la etapa del arte griego que se desarrolló desde la muerte de Alejandro Magno (323 a. C.) y que perdura incluso durante el Imperio romano.

La escultura helenística se aparta de los academicismos clásicos y aparecen nuevos conceptos, como la fealdad, la vejez, la deformación física, plasmados con mucho realismo, lo que contrasta con el naturalismo e idealismo de la época clásica. Se representan, así mismo, alegorías y conceptos abstractos y se da mayor sentido pictórico a la composición, acelerando el movimiento; aparece el paisaje en la obra de arte y desempeña un importante papel la luz, puesto que los artistas buscan efectos de claroscuros en las imágenes.

Aparecen las composiciones en grupo, como Laocoonte y sus hijos, realizada en diagonal, con violentos escorzos y los músculos del abdomen contraídos, lo que muestra el dolor intenso, reflejado en los rostros de los personajes, devorados por una serpiente monstruosa para evitar que el sacerdote troyano descubriera la trampa del caballo de madera que los aqueos habían dejado en la playa de Troya. También el Gálata moribundo en el que se plasma el dolor, o el Toro Farnesio, lleno de dinamismo y teatralidad en una composición piramidal. Se representan también escenas cotidianas y anecdóticas, como Niño de la espina. La Venus de Milo representa la belleza sensual. La Victoria alada de Samotracia es la alegoría de una mujer con alas. El desaparecido Coloso de Rodas –que formaba parte de las siete maravillas de la Antigüedad– era una estatua gigantesca del dios Helios, que contaba, según Plinio el Viejo, con setenta codos de altura (unos treinta y dos metros) sobre un pedestal en mármol blanco de cuarenta codos (quince metros aproximadamente). Estaba dispuesta, según la fantasía renacentista, a horcajadas en la bahía para iluminar a los barcos que bajo el arco de sus piernas entraban o salían de puerto; fue destruida por un terremoto en el año 226 a. C. y, aunque hubo proyectos, nunca se rehízo.

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Victoria alada de Samotracia (h. 190 a. C.). Esta alegoría de la diosa Niké (Victoria) representa el helenismo en estado puro: movimiento en los ropajes, tensión en las alas, sensualidad en las ropas pegadas que insinúan las formas. Museo del Louvre, París.

En cuanto a la arquitectura, durante el helenismo se da una tendencia hacia lo colosal, los templos se rodean de patios y aparecen construcciones con arcos, bóvedas y cúpulas, que conviven con las obras adinteladas. Entre los órdenes de columnas, se impone el corintio. Destacan el altar de Zeus en Pérgamo, el mausoleo de Halicarnaso –con cincuenta metros de altura y rematado en pirámide coronada por una cuadriga de oro– y el templo de Artemisa en Éfeso, de ciento veinte columnas, cuatro veces más grande que el Partenón. Estos monumentos formaron parte de la famosa lista de las siete maravillas de la Antigüedad que elaboró un tal Antípatro de Sidón, en la que se omitió, en principio, la imponente torre de ciento treinta y cinco metros de altura que se alzaba en la isla de Faros, Alejandría, construida para guiar a los navíos, según se dice, en un radio de cien kilómetros. Quizá hubo más, pero como el siete era un número mágico, se tomó esta cifra, que también se observa en otros temas: las siete notas musicales, los siete cielos donde habitaban los dioses, los siete colores del arcoíris, los siete velos que cubrían el cuerpo de las bailarinas.