13

Los besos correspondidos junto al árbol, una mirada a Marta mientras descansaban al borde de un camino y las risas de los niños con los pies dentro de uno de los muchos lagos por los que pasaban le decidieron a tomárselo con más calma de lo debido.

El negocio que pretendía hacer con el tejido de seda no había salido bien. No ganaría dinero, pero sí tiempo.

Sacó el mapa del país de debajo del asiento del conductor y lo desplegó sobre el capó de la furgoneta. Necesitaba tomar unas notas, pero su libreta no aparecía por ningún sitio. La buscó como loco hasta que se acordó de que se la había regalado a Marta, que estaba anotando en ella sus impresiones.

La cerró en cuanto lo oyó acercarse.

—¿Para qué la necesitas? —respondió recelosa a su petición.

—No la voy a leer si es lo que temes, con que me dejes unas hojas me vale. Voy a ver si encuentro una ruta razonable.

—Yo pensaba que ya sabías por dónde íbamos. ¿Tengo que preocuparme?

La conversación sería más larga de lo previsto porque se sentó en el suelo junto a ella y encogió las piernas.

—¿Recuerdas por qué acepté unirme a vosotros?

—Para hacer de guía de José Luis. Asesor, dijo él.

—Dinero, estoy aquí por dinero.

—Y por los niños.

—Lo de los niños lo acepté solo porque ya venía hacia aquí.

—¿Qué quieres decirme?

—¿Te parecería muy mal si nos demoramos un poco más en dejarlos?

Ella dejó la libreta sobre unos helechos.

—¿Cómo de poco?

—Un par de días, tres a lo sumo.

—La tía de los niños se preocupará, no podemos hacerlo. Se alarmará al ver que no llegan y podría avisar a…, no sé…, a la Policía.

—No lo creo. Las cosas aquí no funcionan como en España, sobre todo porque en cuanto sales de la zona costera y te adentras en los montes, los móviles dejan de servir para algo. Hasta ahora nos hemos cruzado con bastantes coches por el camino, pero para llegar hasta donde estoy pensando ir deberemos adentrarnos en las montañas. Se acabó el teléfono y estar localizable durante varios días. Los vietnamitas son gente paciente, hay veces que un día se convierte en una semana sin ningún problema. No se preocuparán, ya lo verás. Entonces, ¿te parece bien?

—He prometido a mi hermana que la llamaré en cuanto pueda. Mi padre está delicado y prefiero estar localizable por si acaso. ¿Crees que pasaremos por algún lugar con cobertura?

—No, no lo creo.

Marta se lo pensó un momento.

—Bueno, creo que… no pasará nada durante unos días. Todavía no me has dicho adónde se supone que iremos.

Dan se levantó de un salto, cogió el plano y regresó con él.

—Aquí. —Señaló.

Marta se inclinó para leer el nombre indicado:

—Dá Chát. ¿Qué hay ahí?

—La cooperativa de mujeres de la que te hablé ayer y artesanía en madera. Son dos de mis productores, te gustará el lugar. La zona de Truòng Son es preciosa.

—¿Solo el lugar?

—Y las personas. —Dobló el enorme mapa y puso una piedra encima para que no se lo llevara el viento. Se recostó sin dejar de mirar a Marta—. Son auténticos artistas. Las mujeres de Dá Chát pasan gran parte de la vida tejiendo. Lo aprenden desde la infancia. Verás a niñas que apenas despegan un metro del suelo sujetando hilos y haciendo madejas para que, después, sus madres, tías y abuelas elaboren las telas y las prendas.

Marta sonrió al ver surgir la pasión en sus ojos.

—¿Y cómo son esas telas?

—Una auténtica preciosidad. Suaves, muy finas y delicadas. No es la seda de ayer, pero si no eres un entendido las puedes confundir con ella.

—¿Y qué confeccionan?

—Hasta ahora, blusas para mujeres sobre todo. Pero ya sabes que quiero proponerles un cambio de orientación. Quiero quedarme allí un par de días para darles tiempo a pensarlo.

—¿En qué consiste ese cambio?

—Me ha fallado lo de las blusas de seda, pero les llevaba también otra idea: ropa de cama. Sábanas y fundas nórdicas. En España cada vez se valora más ese tipo de producto. Además, Vietnam no puede competir con los precios de la ropa que se elabora en India, China o Bangladés, a menos que no sea algo especial como la seda. Bing y yo hemos pensado que es buena idea entrar en el mercado de la ropa de casa de calidad. Nada de tergal sino lino, del bueno, tejido a mano y teñido con tintes naturales. Tenemos mucha confianza en el proyecto de El Corte Inglés, aunque también hay varias ONG españolas interesadas, Oxfam Intermón es una de ellas. Espero que la cooperativa de mujeres de Dá Chát considere nuestra sugerencia.

—Y si no aceptan, ¿qué harás, dejar de comprarles?

—Seguiremos como hasta ahora. Las blusas tienen salida por el momento, pero, sinceramente, creo que ganarían mucho con el cambio si sale como esperamos.

—Pero todavía no contáis con clientes en España.

—No, no podemos comprometernos con nadie hasta que no sepa la contestación de las mujeres. Si consigo que tomen una decisión estos días, podríamos acelerar el proceso con los clientes de España con los que ya hemos tratado. En cuanto al Corte Inglés, seguro que dice que sí; en cuanto les envíe la primera muestra y tengan la tela entre las manos, la toquen y vean el brillo y la textura, no podrán negarse. Tienes que verlas. No hace falta bordarlas ni ponerles puntillas. El propio tejido lo dice todo. ¿De qué te ríes?

—De tu entusiasmo.

—Es decir, de mí.

—No, de ti no, sino de la ilusión con que cuentas las cosas. Es como si hablaras de tus propios éxitos en vez de los de unas desconocidas.

—Sus éxitos son los míos porque no son unas desconocidas. Aunque lo fueran, lo que tienen es gracias al esfuerzo y la dedicación; se merecen todo mi respeto y admiración.

—Unas pocas mujeres de un enclave remoto —musitó Marta.

—Espera a ver lo que hacen. Por un casual, ¿no te fijarías en unas mesitas que había en la tienda del hotel de Saigón donde os alojasteis?

Marta asintió.

—Tiêt es el artesano que las fabrica. Tiene sesenta y tres años. Su hijo trabaja con él. Entre los dos nos surten de todos los muebles pequeños que exportamos. Tenemos como cliente a la mayor tienda de España especializada en muebles exóticos, Lieu se llama. Todos los marcos, consolas, mesas y sillas que venden salen de los bosques de Truòng Son. No tenemos ninguna entrega prevista hasta dentro de un par de meses, pero los artesanos se alegrarán de que pase a verlos. Son una gente estupenda y…

La boca de Marta era suave y fresca como el musgo en primavera. Dan ya lo sabía, pero este fue más suave, más tierno. Más maduro, más abierto. Fue más húmedo, más cálido e infinitamente mejor. El colofón de los anteriores y la promesa de los siguientes.

—Me fascina tu entusiasmo a veces.

—Y a mí el tuyo siempre —contestó él con la voz enronquecida al tiempo que la tumbaba y la instaba a rodearle el cuello.

Marta sabía que no era el momento ni el lugar. Las voces de los niños resonaban en la lejanía, como si hubieran cruzado el lago a nado y los llamaran desde la otra orilla para mostrarles su hazaña. Y sin embargo, los tenían muy cerca, a menos de veinte metros.

Algo dentro de la cabeza le dijo que mientras los oyera jugar, todo estaría bien. Significaba que ignoraban a qué se dedicaban los adultos.

Los gritos siguieron y ella también continuó, con lentitud, sin descanso, con pasión. Toda la que había estado conteniendo desde que probó sus labios por primera vez.

La situación no era la más propicia, pero Dan profundizó en el beso. Ella hizo lo mismo. Buscaba la respuesta silenciosa y la entrega del hombre al que se aferraba, el mismo que la había tumbado en vez de apartarse de ella.

El estómago de Marta se encogió al oír un suspiro, al sentir la lengua húmeda, los labios hambrientos, al notar la forma en la que se entregaba a ella.

Debieron de ser unos largos segundos, aunque parecieron muy cortos. Bajo el calor de su boca y la presión de sus labios se dio cuenta de que no le bastaba un beso efímero. Necesitaba una hora, un día, una semana, un mes para saciarse de él.

Se olvidó de todo. Los niños, los gritos, el tiempo, el sol dejaron de importarle. Solo atendía a las caricias de los labios, a la calidez de la lengua, a la suavidad de los dientes. Boca, brazos, pelo, pecho… eran lo único real. Sus suspiros, sus jadeos —¿o eran los propios?—, el único sonido que oía y el único que quería escuchar.

—Esto lo cambia todo —murmuró él con la cara escondida en el hueco de su cuello.

Marta no contestó, prefirió aferrarse a la certeza de lo sucedido antes que a la alegría del futuro. Sin embargo, no le quedó más remedio que enfrentarse a la realidad cuando él repitió la frase. Cobarde como era, más ahora que temía que la ensoñación desapareciera, respondió con los ojos cerrados:

—Todavía podríamos hacer como si no…

—¿Como si no hubiera sucedido nada? —completó él mientras le rozaba los labios con los suyos.

A pesar de haber sido la primera en sugerirlo, le dolió escucharlo de él.

—Sí, si tú quieres.

—No creo que lo hicieras —le aseguró él.

Marta apretó la boca y contuvo la congoja.

—Podría hacerlo, olvidarlo todo y seguir como hasta ahora.

—¿Podrías?, ¿lo harías?

A Marta le habría gustado encontrar en su mirada la misma ira que en la voz. «Los ojos nunca mienten.» Las palabras sí. Pero no se atrevió a mirarlo, aún no, temerosa de descubrir que en realidad a Dan no le importara si había o no sucedido.

—Sí —mintió.

El asalto de la boca llegó sin previo aviso. Él la tomó con rabia, dispuesto a demostrar que lo que ella aseguraba no era cierto. No tuvo que esforzarse demasiado.

Marta no pudo contenerse y lo besó. Con toda el alma. Enroscó la lengua a la de él y succionó para evitar que la abandonara. Lo obligó a pegarse a ella, más todavía; lo atrapó con las manos; lo enlazó con las piernas. Lo mordió, lo besó, lo lamió. Hizo todo lo que estuvo en su mano para excitarlo y lo consiguió.

Sentía la boca descender, desde el cuello hasta sus pechos, el rumbo que tomaba la lengua por la montaña de los senos, las manos adentrándose por la cintura del pantalón.

—Ahora, ¿crees de verdad tus palabras? —farfulló él mientras le soltaba los primeros botones de la camisa—. Yo te lo diré: no. Todo ha cambiado, todo —jadeó—. Olvídate de hacer turismo, olvídate de la filantropía, olvídate de la amistad.

Y para dejarlo claro, apretó el pubis aún más contra ella. Marta notó la dureza de su sexo contra su vientre. Y también sintió… tres pares de ojos sobre ellos.

—Dan —susurró. Pero este peleaba por soltar el botón del pantalón. Marta lo empujó—. Dan, los niños…, los niños están aquí.

—¿Dónde? —musitó él paralizado de pronto.

—Detrás de ti, encima de ti —rectificó. Hizo un gesto con la cabeza—. Ahí arriba.

Ahora el que cerró los ojos fue él. Apoyó la frente contra la de ella.

—No me digas que…

—No nos quitan los ojos de encima. Deberíamos…

—Dejarlo para otro momento.

—Estoy de acuerdo —confirmó. No se movió.

—¿Qué aspecto tienen?

—¿Los niños?

—¿Parecen enfadados?

Marta no tuvo más remedio que observar las caras que había estado evitando mirar.

—Más bien lo contrario —le informó al ver una sonrisa pícara en Kim, una de asombro en Dat y una expresión relajada en Xuan.

Dan le dio un beso rápido, le cerró los botones de la camisa con disimulo, extendió la prenda cubriendo la cintura abierta de su pantalón y se levantó como si no hubiera sucedido nada.

Pero como él había dicho antes, no era posible fingir que no había ocurrido nada. Todo, había ocurrido todo.

—No debéis creer todo lo que ven vuestros ojos —fue lo primero que dijo Marta, antes incluso de terminar de vestirse.

Dan se quedó de piedra y se dio la vuelta para constatar que, tal y como había supuesto, se dirigía a los niños. Le pareció divertido verla justificándose ante los tres mocosos.

—¿De verdad piensas que te van a creer?

—Tradúceselo —le instó nerviosa—. ¡Venga!

Dan empezó a hablarles en vietnamita, pero no pudo terminar la frase. Los tres hermanos se echaron a reír. Él se trabó y terminó la confusa explicación entre las carcajadas de los niños y la expresión atónita de Marta.

—¿Qué les has dicho?

Dan se sentó en la tierra, los niños hicieron lo mismo. Ninguno había borrado la enorme sonrisa de la boca.

—Exactamente lo que tú me has dicho.

Xuan hizo una pregunta a Dan. Este la vio tan feliz ante la posibilidad de que Marta y él estuvieran juntos que no pudo aclararle cuál era la situación real.

Vâng.

—¿Qué sucede? —se apresuró a preguntar Marta cada vez más inquieta.

—Acabo de decirle que estamos juntos.

—Pero ¿por qué? ¡Eso no es cierto!

—Díselo tú. Cuéntale que entre nosotros no hay nada aparte de un revolcón. Pero hazlo de tal manera que ella lo entienda, hazlo tú porque yo no pienso decirle nada que le borre la ilusión.

Marta eligió su malísimo inglés para comunicarse con Xuan.

We are not… Dan and me…, we… —balbució.

Los ojos de Xuan y de sus hermanos no perdían detalle del movimiento de los labios de Marta ni de los monosílabos que no terminaban de decir nada.

—No —se dirigió a él—, no puedo, lo siento. ¿Has visto el brillo de sus ojos? —Volvió a mirar a los niños—. Yes, we are… ¿cómo se dice? —farfulló enfadada. Pero a Dan no le dio tiempo a responder porque ya había encontrado la palabra que buscaba—: He is my boyfriend.

Kim fue la primera en aplaudir y Dat dio saltos de alegría, pero lo que realmente llegó al corazón de Dan fueron los ojos de Xuan.

—¿Ves, ves cómo eso lo cambiaba todo? —musitó al oído de Marta justo antes de besarla en la sien como un novio cariñoso.

—¿Qué hacemos ahora?

Marta parecía preocupada. Por primera vez desde que la había conocido, Dan se sentía relajado a su lado. Todo su afán por controlarse en su presencia se había venido abajo. Y no le importaba lo más mínimo.

—¿No ves la cara de felicidad de tus espectadores? —bromeó al tiempo que la cogía por la cintura—. Démosles el espectáculo que esperan —sugirió y le plantó un ruidoso beso en la boca que Kim jaleó como merecía. Dan notó la rigidez de Marta y decidió romper la situación—. ¿Alguien tiene hambre?

La pregunta fue recibida con tanto júbilo como el beso.

Pero tener el estómago lleno desató la curiosidad de los niños y también la de Dan. Marta se convirtió en el centro de las preguntas de los pequeños y Dan aprovechó que era el intérprete oficial para dar un paso más allá.

—Tengo una hermana —respondió Marta a la pregunta de Xuan sobre su familia—. Es menor que yo y vive en un pueblo con mis padres. Sí, cariño, viven los dos. —Dan vio cómo Dat se levantaba y se acomodaba en el regazo de Marta, que lo acogía con naturalidad—. Son ya bastante viejitos, y mi padre está bastante malito, pero viven los dos. Mi hermana Espe los cuida. También tengo dos sobrinos: dos niños. Y los quiero mucho, tanto como a vosotros.

El interrogatorio continuó.

—Se llaman Mateo y Rubén. No estoy con ellos tanto como quisiera porque ellos viven en un sitio y yo en otro. Vivo en una ciudad. Se llama Barcelona. Vivo sola, en un piso que es solo mío. —Sonrió a la traducción del comentario de Xuan—. Dan también puede venir cuando quiera, pero él vive aquí y yo me marcharé dentro de unos días.

Dan tradujo la nueva pregunta de Xuan. Los ojos de Marta se quedaron clavados en él antes de responder.

—Claro que quiero que él me acompañe a España. Pero las cosas son a veces muy complicadas. Él tiene aquí a su madre y a su abuela, y se ponen muy tristes cuando se aleja de ellas.

Una sombra pasó por la cara de la niña.

—Dice que a su padre no le importaba no tener madre, padre o hermanos, pero que también se puso muy triste cuando se murió su madre. Cree que si te vas de Vietnam, yo me pondré tan triste que me moriré como él.

Marta cogió de la mano a Xuan. Kim se había quedado muy seria con el comentario de su hermana.

—No todo el mundo es igual —respondió—. Hay personas que quieren tanto a otras que les resulta muy difícil seguir sin ellas. Eso es lo que le pasó a vuestro papá, que quería muchísimo a vuestra mamá.

Ahora fue Kim la que intervino.

—Dice que si te marchas y me dejas, es porque no me quieres mucho.

Marta exhaló aire con fuerza.

—Yo te quiero —dijo dirigiéndose a Dan directamente—. Me encantaría quedarme en Vietnam, pero no puedo porque en España tengo mi trabajo y mi familia, y quiero estar con ellos.

—¿Esto es una declaración? ¿Y me la dices así?

Marta cayó en la cuenta de lo que sucedía y lo empujó.

—A ella, tradúceselo a ella. Pretende ser un consuelo para la niña. ¿No es lo que estamos haciendo, aliviar un poco su pena por la pérdida de sus padres con alguna alegría, aunque sea mentira?

Dan tradujo la opinión de Kim divertido.

—Dice que si te quedaras en Vietnam, estarías muy guapa con un ao dai color naranja y el pelo recogido como lo tuviste en la boda.

Y para demostrar a Marta lo que quería decir exactamente, la niña se levantó, se sentó a su espalda y empezó a peinarla con los dedos. Marta la dejó hacer, a pesar de los tirones que le daba.

Xuan observó a su hermana y luego intervino de nuevo. Nunca antes le había visto Dan hablar durante tanto rato seguido, ni siquiera con sus hermanos. Cuando terminó, fue incapaz de repetirlo. Tenía un nudo en la garganta.

—¿Qué pregunta? —se alarmó Marta.

—Dice que si me dejas a mí, que soy tu novio, es normal que los abandones también a ellos. Dice que no me quieres lo suficiente, que su padre tampoco los quería a ellos y que prefirió marcharse con su madre antes que quedarse con ellos.

Dan la vio morderse los labios para no echarse a llorar. Deseó poseer las palabras mágicas que hicieran desaparecer el dolor de aquellas cuatro personas que se habían convertido, sin pretenderlo, en parte de él.

Marta le pidió ayuda con la mirada. Sin embargo, ¿qué podía hacer?, ¿qué podían hacer ambos para paliar el dolor de aquellos niños? Las palabras no servían de nada. De eso estaba seguro. Por eso hizo lo que hizo. Los abrazó. Se arrimó a ellos todo lo que pudo, los abarcó entre los brazos y les brindó su apoyo y fortaleza. Porque sabía que para sanar un corazón herido valía más un sencillo gesto que un discurso brillante. Y porque sabía que a veces las heridas había que dejarlas supurar y no cerrarlas en falso con un buen cosido, por muy bonitas que fueran las puntadas.

Nota para el blog, del 30 de diciembre de 2014

Miro las imágenes de mi cámara de fotos y veo sus sonrisas, amables, silenciosas, curiosas. La amargura del pasado podría ser su presente y su futuro.

Sin embargo, espero y deseo con todas mis fuerzas que sean felices.