27

Dan había sido incapaz de acudir solo al Comité. Sabía que no lo dejarían pasar a la sala. Él ya había tenido oportunidad de explicar su interés por los niños. Tenía delante a los dos matrimonios que también querían adoptarlos, y muchísimas ganas de que se largaran de allí. Por más que lo había intentado, no había podido conseguir información vital sobre ellos: si eran buena gente, si tenían otros hijos, el sueldo que ganaban o cuáles eran sus aspiraciones para los niños. En una ocasión, Bing —que no conseguía entender sus razones para convertirse en padre de tres niños— le había preguntado qué ganaría con saberlo cuando nada podía hacer. Dan no podía estar más en desacuerdo con él. Vietnam no era distinto a otros países y allí, como en el resto del mundo, había pocas cosas que el dinero no consiguiera.

Pero hasta en eso se había cebado su mala suerte, ni siquiera había tenido la oportunidad de sacar el talonario de cheques; en el centro de acogida se ocupaban de que los adultos no tuvieran contacto entre ellos. La responsable que los custodiaba los días de visita hacía bien su trabajo. Y ahora era ya tarde para hacer algo distinto a esperar la resolución del tribunal con los nervios apretándole el pecho.

—Tranquilízate —le susurró Thái tras el tercer paseo—. Siéntate de una vez.

Dan hizo caso a su amigo y ocupó un lugar en el banco.

—Voy a perderlos —vaticinó.

—Todavía no lo sabes. Tienes una oportunidad entre tres.

—Soy hombre, estoy solo y soltero. Seguro que el tribunal piensa que soy gay. Ellos son cuatro, casados, y tienen pinta de buena gente. Voy a perderlos. ¿Crees que los tratarán bien?

—Al menos, pudiste convencer al Comité de que los tíos no eran los adecuados para cuidarlos.

—Menos mal. Si los llegan a entregar a esa gente, te prometo que los voy a buscar, cruzo la frontera de Laos y los saco del país. Tuve suerte, la fotografía de Xuan vestida de… aquella manera ayudó mucho.

Una funcionaria abrió la puerta de la sala del tribunal que decidiría quiénes serían los tutores legales de los niños hasta su mayoría de edad. Dan se puso en pie; las dos parejas también. Todos la miraron fijamente. Al darse cuenta de la expectación, agachó la cabeza, aplastó unas carpetas contra el pecho y siguió pasillo adelante.

Dan dejó escapar un suspiro y volvió a sentarse. A esperar de nuevo.

—Vas a ponerte enfermo, relájate. Me alegro de que hoy se acabe todo.

—Yo solo me alegraré si me los entregan a mí.

—Parecía más fácil, ¿verdad?

—Mucho más fácil. ¿Recuerdas cuando regresé de Hanói con ellos?

—Estabas contento por lo que te habían dicho en la embajada española.

—Tenía que haber sospechado que las cosas no podían ser de la manera en que Antonio me las había contado. Cuando se negaron a que solicitara la adopción desde Hanói y me hicieron traerlos a Saigón, tenía que haberlo presentido. ¿Sabes qué ha sido lo peor de estos meses?

—¿Qué?

—El día que los traje al Comité. Pensaba que solo tenía que firmar una solicitud, pero me los quitaron. —Hundió la cara en las manos—. Todavía me acuerdo de los gritos de Dat cuando aquella mujer consiguió soltarlo de mi cuello. Aunque no creas que las veces que los podía ver eran mejores. La llegada estaba llena de abrazos y la partida de sollozos desgarrados. Una vez a la semana durante cinco largos meses.

Al principio era el único que los visitaba, pero luego iban también ellos. Los niños le decían que los trataban bien y que parecían buenos, y él fingía alegrarse, pero se marchaba a casa derrotado.

—Ha sido muy duro —constató Thái.

—En cualquiera de esas dos familias tendrán una madre. ¿Sabes tú lo importante que es eso para unos niños?

—La mía es la mejor del mundo.

—No tengo que explicarte nada entonces. Sé que Xuan echa mucho de menos a la suya y Kim también. Dat no tengo ni idea porque creo que apenas la recuerda.

—Eso te beneficia.

—Sí, pero su opinión no cuenta. Es Xuan la única a la que el tribunal va a escuchar. Ella hará de portavoz de sus hermanos, y sé que ella, ante todo y sobre todo, necesita una figura femenina a la que acudir.

—Tú tienes madre y abuela, ¿no ha valido eso?

—Ya lo hemos intentado. Sabes que mi madre estuvo el mes pasado declarando. Esperemos que sirva para algo. Si al menos a Mai y a Albert les hubiera dado tiempo a llegar…

—Que tu hermana y tu cuñado estuvieran aquí, apoyándote y mostrando la familia que tendrán los chicos habría ayudado. Pero las cosas son como son. ¿Cuándo llegan al fin?

—A finales de la semana que viene. Mai no ha podido coger vacaciones antes.

La secretaria regresó con las carpetas y entró en la sala. Cinco pares de ojos ansiosos la siguieron hasta que la puerta se cerró de nuevo.

—Todo debe de estar recogido en esos papeles. Ya está decidido.

—Seguro que sí. Ha debido de ir a hacer copia de los documentos para entregároslos.

Una de las parejas no aguantó la impaciencia y decidió pasear. Sin embargo, no hicieron más que llegar al final del pasillo y regresar al banco.

—Parecen preocupados, ¿no?

—No tanto como tú.

—Si se los dan a ellos, creo que pueden ser unos buenos padres.

—Pues yo creo que deberían entregártelos a ti. Tú eras amigo de su padre y la persona que más se ha desvivido por ellos hasta ahora.

La sombra de la cara de preocupación de Marta, sus lágrimas y su desesperación pasaron por la mente de Dan en ese instante.

—Sí, me imagino que así es.

La secretaria salió de nuevo. Esta vez abrió las dos puertas de par en par. Los cinco posibles padres se levantaron de un salto.

No tuvieron oportunidad de entrar en la sala porque eran los niños quienes salían de ella. Xuan daba la mano a Dat y este a Kim. La mayor llevaba una carpeta en la mano.

Dan esbozó una sonrisa a la que ninguno de los pequeños respondió. Contuvo la respiración. Los había perdido.

Los tres se detuvieron nada más traspasar el umbral. Xuan miró primero a una pareja y luego a la otra. Él fue el último en quien posó los ojos.

Dan se quedó paralizado hasta que Thái le palmeó el hombro. A duras penas entendió lo que le dijo.

—Lo siento mucho, amigo, tu vida acaba de convertirse en una pesadilla.

Este reaccionó y puso la mano sobre la de Thái para confirmarle que estaba de acuerdo con él.

No le importaba en absoluto.


—Esto es precioso —comentó Mai cuando salió de la cocina de su abuela con dos copas de vino y las colocó sobre la mesa del jardín.

—Casi tanto como el hotel donde trabajas —replicó Dan.

Mai era la paisajista del hotel Asia Gardens de Alicante, un muestrario de la delicadeza y la belleza asiáticas trasladado directamente al Levante español. Llevaba cuidando y planificando los patios, piscinas y jardines tropicales desde hacía cuatro años. El gusto que tenía para combinar colores, formas y plantas con el agua era exquisito, y sus ganas de sorprender a los clientes, ilimitadas. El hotel ocupaba todas sus habitaciones durante el año entero, y por eso le consentían cualquier capricho, por descabellado que fuera.

Acarició las brillantes hojas del enorme pie de elefante que caía sobre el sillón que ocupaba su hermano. Él siguió las líneas de la mano y después de la manga del ao dai que tenía el gusto de vestir cada vez que regresaba a Vietnam.

—Yo no hago nada. Solo hay que plantar y esperar a que crezcan.

—Plantarlas, regarlas, abonarlas, limpiarlas, desechar las hojas muertas, cuidar los viveros…

Su hermana se rio.

—Eso no es mérito mío sino de los jardineros.

—Ya lo sé. Pero lo que sí es mérito tuyo es el diseño de esta maravilla y la selección de las plantas. —Señaló las murallas de enredaderas, las hojas de las plataneras alternadas con las kentias y las flores rojas, lilas y amarillas que asomaban entre el verde.

Ella le guiñó un ojo.

—Lo hago para otros, ¿no lo voy a hacer en la casa de mi familia? ¿Sabes que este año les he convencido para celebrar el Têt?

—Lo que tú no consigas… Celebrar en Valencia la fiesta vietnamita de inicio de año.

—Serán solo dos días en vez de los siete de Vietnam, pero voy a llenarlo todo de flores, como se hace aquí. He pensado que junto a la cascada vendría bien un…

Dan aprovechó para relajarse y disfrutar haciendo suyas las ilusiones de su hermana pequeña. Un rato después, señaló a los niños que seguían dentro de la piscina portátil que Mai y Albert les habían comprado nada más bajar del avión.

—Deberíamos decirles que salieran del agua. Se van a quedar como una uva.

—Se dice como una pasa —lo corrigió Mai—. Déjalos que disfruten. Después de tantos sinsabores tienen derecho a ser felices. Apuesto a que es la primera vez que se ríen desde que se murió su madre.

Dan se hizo el ofendido.

—De eso nada, desde que los recogimos en su pueblo, Marta y yo nos esforzamos para arrancarles una sonrisa cada vez que pudimos.

Los ojos de Mai se iluminaron.

—Es la primera vez que la mencionas.

—¿Sabes quién es?

—Claro. Llamo a casa todas las semanas.

—Ya. no ha podido callarse las penas de tu hermano mayor.

—No ha sido mé.

—La abuela entonces. Vaya trío de chismosas.

Su hermana dejó pasar el comentario porque no le interesaba esa discusión sino otra muy distinta.

—¿Vas a ir a buscarla?

—No.

—Pero ¿por qué? dice que…

—Así que no habías hablado del tema con ella.

—Yo no he dicho que no lo haya comentado con ella, he dicho que fue la abuela quien me lo contó.

—Entonces ya sabes que se fue. Fin.

—Lo que sé es que te duele mucho, probablemente más de lo que quieres dar a entender, porque de otro modo no te negarías a hablar de ella.

—Está a miles de kilómetros de aquí.

—Necesito que me expliques por qué vas a dejar pasar esta oportunidad.

—Está muy claro. Ella tomó una decisión y yo la respeto. No hay otra razón.

—No fue una decisión. Tenía que marcharse del país, su padre se estaba muriendo.

—No se iba a quedar de ninguna manera. Se marchó, apenas hemos vuelto a hablar. Es mejor así. Ella ha regresado a su vida, a su trabajo, con su familia, amigos, igual hasta con su novio, marido o amante.

—¿Eso piensas? ¿Era de esas mujeres que llegan a un país exótico en busca de una aventura y luego regresan satisfechas porque un desconocido de ojos rasgados les ha echado unos polvos de campeonato y se olvidan de él?

—¿Saben y la abuela que hablas así? Te has vuelto de lo más grosera.

Pero su hermana no estaba para bromas.

—¿Te has enamorado de una de esas mujeres? ¿Has dejado que te utilice y encima te has enamorado de ella?

—No digas estupideces, ¡claro que no!

Mai alzó las cejas satisfecha.

—Ya me parecía a mí.

—Para tu información, Marta es cariñosa y comprensiva, y se resiste a perder a los que quiere. Si la hubieras visto cada vez que pensaba que tendría que separarse de los niños…

—Y aun sabiendo eso de ella, sigues creyendo que te ha olvidado, a ti y a los niños.

—Eso no es cierto. No creo que los haya olvidado.

—Nos —lo corrigió Mai.

—No nos ha olvidado. Simplemente tomó una decisión. Hay veces que no queda más remedio. Lo sé porque yo también lo hice. Tenía una vida y decidí cambiarla. Fue una opción personal y la gente que te rodea no tiene por qué compartir tus opciones.

—Dices eso porque Pilar no te siguió y te has convencido de que es lo normal.

—Yo fui quien se alejó de ella, ¿por qué tenía que abandonarlo todo si yo mismo no estaba dispuesto a renunciar a mis sueños por ella?

—Os separasteis y continuasteis cada uno con la vida que habíais elegido porque no os queríais lo suficiente. Tú no la amabas, reconócelo. La pregunta es: ¿amas a Marta?, o dicho de otra manera, ¿estás dispuesto a perderla?

—Te equivocas; la pregunta es: ¿me ama ella a mí?

—Y la respuesta es…

—Está claro que no.

Mai se recostó en el sillón. Era evidente que no esperaba esa contestación.


Dan había insistido en que ni su madre ni su abuela se preocuparan por ellos.

—Que sí, abuela, que sí. Ya nos organizaremos nosotros. Las niñas querían dormir con Mai, pero aún no sabemos si lo harán con ella y con Albert o conmigo. Sea como sea, no pasa nada porque chicos y chicas durmamos en el mismo cuarto. No van a ver nada que no hayan visto antes. Bueno, no quiero decir que…, a mí no me han visto…, tendré cuidado cuando me quite la ropa.

Su abuela le hizo una advertencia silenciosa y se metió en la casa. Dan resopló aliviado al verse libre de dar más explicaciones.

—Me encanta verte en apuros —reconoció Mai.

Albert soltó la carcajada que había estado conteniendo.

—La abuela siempre será genio y figura. Dan, tenías que haberme advertido de que me casaba con una mujer cruel.

—Bien sabías dónde te metías —respondió su cuñado mientras se sentaba de nuevo a la mesa.

Les dieron las dos de la madrugada hablando. Los niños habían estado viendo una película en un canal infantil de televisión y se habían quedado dormidos en el sofá de la cocina. Allí seguían, amontonados y felices.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Dan, que aún no se había planteado cómo iban a dormir seis personas en dos dormitorios.

—Está todo pensado. Los niños juntos en un cuarto, tú con Albert en tu habitación y yo en el sofá de la cocina.

—De eso nada —rebatió Dan a su hermana—. Los niños y yo nos quedamos en mi cuarto y vosotros os convertís en novios de nuevo y hacéis malabarismos en las camitas de la habitación de invitados.

Mai protestó un poco, pero Dan, con la colaboración de su cuñado, que ponía los ojos contentos ante la idea de rememorar sus tiempos de novios, la convenció enseguida de que dormir en la cocina no era una opción.

Dan consiguió que Xuan y Kim se despertaran. Mai las condujo medio dormidas, seguidas por Dan, que llevaba a Dat en brazos.

Tardaron un buen rato en lograr que pasaran por el cuarto de baño y se pusieran el pijama.

La habitación de Dan tenía una cama de matrimonio y otra pequeña. Dan extendía la sábana sobre los niños cuando vio el portátil de su cuñado. Lo habían dejado allí a la espera de decidir cuál era su cuarto definitivo. Mai le adivinó el pensamiento.

—¿Necesitas utilizarlo?

—Son las dos de la madrugada.

—Es tu única oportunidad. Mañana Albert se lo lleva antes de las ocho.

—Lo cierto es que estoy harto de contestar correos desde el teléfono móvil.

Su hermana dio al botón de encendido, esperó a que apareciera la ventana de la contraseña y la tecleó. Antes de que Dan se diera cuenta, lo había conectado a los datos de su teléfono móvil.

—Diez minutos —le concedió—, en diez minutos me lo llevo.

Los diez minutos se convirtieron en una hora. Mai y Albert seguían en el jardín. Dan los oía hablar y reírse de vez en cuando. Hacían una pareja perfecta. Se sintió feliz por su hermana. Llevaban juntos toda la vida. Habían sido amigos de adolescentes y luego novios. Su relación había continuado tras la universidad y, ahora, ocho años después de acabar los estudios, seguían siendo la pareja feliz de siempre.

Contestó el último correo. A la semana siguiente Bing estaría en España y todavía tenían que concertar alguna visita. La última, una cita con un matrimonio que acababa de abrir una tienda de comercio justo en el barrio de Gràcia. Pinchó el botón de «Enviar» y se apoyó en el respaldo de la silla.

Trabajo terminado. Solo le faltaba un clic, botón «Cerrar», otro clic, botón «Apagar». Y sin embargo, abrió el explorador y escribió muycercadelparaiso.com.

Mai entró en la habitación en ese instante.

—¿Todavía sigues trabajando? ¿Qué estás viendo? ¡Es un blog!

La silla de Dan pasó a ser la silla de su hermana. Mai sabía que era el blog de Marta cuando él no recordaba habérselo contado.

Ya no tenía remedio. Se acercó a la cama y volvió a tapar a los niños con la sábana. Kim abrió un instante los ojos, pero, por su expresión, notó que seguía dormida. Le apartó el pelo de la cara y le susurró: «Duerme, cariño», y la pequeña volvió a cerrarlos con un suspiro.

Se acercó a la ventana y la abrió un poco para que el fresco de la noche entrara en la habitación. Le daría a Mai unos minutos más para que su curiosidad quedara satisfecha.

—¿Qué hacéis aquí? —susurró Albert desde la puerta.

—Ven a mirar esto —lo invitó Mai entusiasmada.

—Lo que faltaba —masculló Dan cuando vio que su cuñado aceptaba de buena gana—. Al final vais a despertarlos.

—Nos vamos a la cocina entonces —propuso Mai con el portátil en la mano.

Albert y Mai ocuparon la primera fila, él se tuvo que conformar con la segunda.

—A ver qué te parece esto —le dijo Mai a su marido antes de leer—: «Empiezo el viaje con mucha pereza y con ganas de llegar. Rodeada de desconocidos y de muchos besos. De demasiados besos».

—Tiene buena pinta. —Miró a Dan—. Te has buscado una chica que escribe bien.

—¿También lo sabes tú? ¿Es que las mujeres de mi familia no saben callarse nada?

—¿Pensabas que tenía secretos para mi esposo?

—Lo que creo es que estoy rodeado de las mayores chismosas de Vietnam.

—De lo que estás rodeado es de tres mujeres que te quieren muchísimo, grandísimo tonto.

—Callaos los dos —sentenció Albert—, quiero saber cómo sigue esto.

—«Primeras impresiones de mi viaje» —leyó de nuevo Mai—. Esta foto es preciosa. ¿Dónde estará sacada?

—Apuesto a que en el delta del Mekong —contestó Albert—. Llegó primero a Ho Chi Minh, ¿verdad? También es buena fotógrafa; los colores del cielo, del río y los verdes de los árboles. Se nota que a Marta le gustaba lo que veía.

Dan dio un bufido. «Marta», había dicho Albert con toda confianza. Comenzó a pensar que si en algún momento había sospechado que el tiempo le haría olvidar a aquella mujer, su familia se lo iba a poner muy difícil.

—Espera a ver esto. —Mai pinchó la siguiente entrada—. «Detalles del camino.» Al texto lo acompañaban seis fotografías: paisajes y personas al borde de la carretera.

—Ahí ya habíamos comenzado el viaje juntos.

Mai leyó los pies de las fotos.

—«Me siento una espectadora privilegiada… Uno piensa que en Vietnam todo puede suceder… Naturaleza, animales y vida fundidos en un solo paisaje… Los días son demasiado cortos…»

—Pasa a otro post —pidió Albert muy interesado.

—«A veces el camino marcado no es el camino soñado, hay veces que hay que seguir la ruta que indican los latidos del corazón.» ¿Y esto?

Mai se quedó mirando a su hermano como si esperara una respuesta. Se quedó sin ella.

Dan sabía qué día había escrito Marta aquello, el que se habían separado de Ángela y José Luis y se había ido con él. La bruma que se le había instalado en la mente hacía seis meses comenzó a disiparse.

—Ya estaban los niños. Mira a Dat chutando un balón. Este chaval llegará lejos. ¿Has visto con qué fuerza le da? —advirtió Albert encantado con su nuevo sobrino. Su cuñado seguía quedando todas las semanas con los amigos para jugar al fútbol sala.

—«La inocencia de la infancia saca lo mejor de uno… El inicio de una nueva vida… Cosas sencillas, cosas eternas… Inesperadamente maravilloso…» —leyó de nuevo Mai.

Dat y Kim jugando con los niños de Hòn Bà, la entrega de presentes en la boda a la que habían asistido, el baile en que le habían hecho participar y una fotografía de Dan de perfil y apoyado en la barandilla del porche trasero de la casa «donde hicimos el amor por primera vez».

—Esa foto no estaba ahí antes —descubrió de repente.

—«Inesperadamente maravilloso» —repitió Mai con toda intención—. Parece toda una declaración.

Dan arrimó su silla a la mesa y Mai y su cuñado le hicieron sitio.

—Pulsa el siguiente —ordenó a su hermana.

—«Atrás quedaron las primeras impresiones y los prejuicios…» —comenzó ella a leer.

—Las fotos, las fotos, baja hasta las fotos.

En un lago, en un camino, en el coche, tumbados en la hierba, dormidos, riéndose, enfadados, haciéndose cosquillas, andando, cantando, llorando… Los niños y él, él y los niños, los niños, él, siempre, en todos los post. Vietnam de fondo y siempre ellos. Él.

Dan pasó páginas y leyó textos. Escuchó las frases recitadas por su hermana y supo de los anhelos de Marta, de sus penas y alegrías, del descanso de su corazón y de la tranquilidad de su mente. De su rabia, de la tristeza y de su amor. Dan la redescubrió en ese instante.

Había leído el blog varias veces pero siempre había interpretado sus palabras como un canto al país recién explorado. Pero ahora que ella había incluido las imágenes, los textos cambiaban de sentido por completo.

—Esta es la última entrada. La escribió hace solo seis días: «La leyenda del Rey Dragón y el Hada Inmortal. Hace muchísimo tiempo, cuando los dioses y los espíritus erraban al otro lado del mundo…».

—Os digo cómo termina: «Y él le dijo cuando se separaron: “No me olvides jamás. Si cualquiera de los dos tiene problemas, el otro irá a ayudarlo sin tardar”».

Y antes de que Mai o Albert dijeran nada, del bolsillo trasero de los vaqueros sacó su cartera. El pequeño papel doblado se deslizó entre sus dedos. Lo abrió con mucho cuidado.

«“No me olvides jamás”, le dijo el Rey Dragón al Hada Inmortal. No me olvides jamás», apareció ante los ojos de los tres.

—Buf —soltó su cuñado después de leerlo.

—¿No vas a decir nada más? —le riñó Mai.

Albert le dio una palmada en el hombro a Dan.

—Sí, solo una cosa: chico, estás perdido.