Lunes 3 de enero de 2039
10:23 hrs

Entre el módulo y los aparatos que lo rodeaban iban y venían cables y tubos, formando un intrincado dibujo tridimensional, dejando apenas ver el rostro de Isanusi… Thondup apartó la vista de él. «Gema se está demorando demasiado». Como traída por su pensamiento, la muchacha apareció en el umbral del gabinete fisiológico.

—Perdonen, pero quise verificar unos datos… —Se sentó a la cabecera del módulo. Mirando a su interior, preguntó:

—Isanusi, ¿estás despierto?

Los labios del jefe de la expedición se movieron, sin emitir sonidos. Gema asintió:

—Podemos empezar, entonces. Veamos los datos del problema. Según la información que Thondup me ha suministrado, con la excepción de la emisora de larga distancia y el autopiloto, la Sviatagor funciona satisfactoriamente… Se adelantó a la interrupción del hombre—: Sí, Thondup; sé que hay otros sistemas averiados; el diagnosticador, el hipnotrón y no sé cuántos más. Pero estoy tratando de ceñirme a los elementos estrictamente necesarios para resolver la tarea planteada: asegurar el regreso de la Sviatagor a la Tierra. Partiendo de este punto de vista, compruebo que los sistemas de protección, propulsión y dirección trabajan de forma aceptable, y que la reserva de combustible es suficiente. ¿Satisfecho?

Thondup inclinó afirmativamente la cabeza.

—Pasemos al siguiente punto, entonces. La tripulación: quedamos tres. No es necesario ser fisiólogo para prever que Isanusi, en su estado actual, no vivirá más de dos o tres días, como máximo… La irradiación nos ha afectado gravemente a los dos restantes: tú, Thondup, debes morir dentro de dos semanas como mínimo, y cuatro como máximo. Mi plazo es un poco mayor; oscila entre cuatro y seis semanas. Pero desde el punto de vista de capacidad para trabajar, no llegaré a la cuarta semana. Ahora bien, nos quedan poco más de dos meses de vuelo para llegar a la Tierra… El problema es realmente grave. ¿Alguien tiene otra consideración de carácter general que aportar?

Thondup permaneció callado. Gema lanzó una ojeada al interior del módulo; los labios de Isanusi estaban quietos. Continuó:

—La primera variante que consideré fue aumentar la velocidad de la nave. No sirve; por encima de los 150 km, por segundo, el sistema de radiodetección pierde su fiabilidad; además, el impulso relativo de los siderolitos respecto a la Sviatagor sobrepasará en ese caso la resistencia del campo magnético, del doble casco y la capa de densiplasma. En conclusión, el incremento de velocidad significa solo apresurar la destrucción de la Sviatagor. —Tomó aliento—. Pasemos a la segunda variante: cambiar el punto de destino. Es decir, abandonar el propósito de llegar a la Tierra y dirigirnos a la base más próxima. Lamentablemente, Marte está al lado opuesto del sol… La única base que nos queda más cerca que la Tierra es la del asteroide Ceres. Si nos dirigimos a ella a la máxima velocidad, en línea recta, no se necesitarían más que tres semanas… si no tuviéramos que atravesar el cinturón de asteroides por su parte más densa. Esto nos obligará a disminuir la velocidad, y a estar corrigiendo el rumbo continuamente; en la práctica, tardaríamos el mismo tiempo que el que nos hace falta para llegar a la Tierra. Por lo tanto, esta variante debe ser rechazada también…

—¿Y si diéramos un rodeo para evitar la zona de mayor densidad del Cinturón?

—Calculé esa variante también; necesitaríamos siete semanas.

—¿Y dar la vuelta, dirigirnos a los satélites de Júpiter?

—Habría que frenar, volver a acelerar; no podríamos desarrollar la velocidad máxima, nos quedaríamos sin reservas para las correcciones de rumbo… Quizás tardaríamos hasta tres meses en alcanzarlos. La tercera variante…

—¿Esa sirve?

—Tampoco, Thondup. Como decía, la tercera…

—Espera; ¿por qué no vas directamente a la variante que sirve? Digo, si es que existe.

—Tengo razones de peso para exponerlas en este orden, Thondup; ten un poco de paciencia.

—Está bien…

—Como iba diciendo, la tercera variante es hibernarnos por un período de seis semanas, a fin de seguir vivos al llegar la nave a las proximidades de la Tierra. El primer inconveniente es la imposibilidad de rectificar el rumbo después de que el sistema automático lo cambie para evitar algún macrolito. El encuentro con ellos está ocurriendo, como promedio, tres veces cada veinticuatro horas, y, a medida que nos aproximamos más al Cinturón, la frecuencia debe aumentar. Como consecuencia del efecto acumulado de todas estas desviaciones, puede muy bien ocurrir que al despertarnos de la hibernación descubramos que nos estamos alejando de la Tierra, en vez de acercarnos… Se puede hacer que cada cambio de trayectoria se produzca en sentido opuesto al anterior; pero nunca se compensarían, dado que los encuentros con siderolitos no suceden a intervalos regulares. En estas condiciones no se puede garantizar que la Sviatagor llegue a la Tierra…

—Podríamos hibernarnos durante una semana, Gema; despertarnos por una hora o dos, pará que yo revisara el estado de los aparatos, tú corrigieras el rumbo, y volver a la hibernación; ¿no es posible?

—Es posible. En esa subvariante calculo que no deberíamos tardar más de tres meses en llegar a las cercanías de la Tierra… Pero hay otra objeción: así la hibernación no puede ser lo suficientemente profunda. Pasaríamos la mitad de la semana en el proceso de hibernarnos y la otra mitad en la deshibernación; precisamente los períodos en los cuales los procesos infecciosos pueden adquirir más fuerza, por el debilitamiento adicional que sufrirá el sistema inmunitario, aparte del producido por la irradiación recibida…

—Los módulos de hibernación pueden esterilizarse, Gema.

—Esa esterilización no afectará nuestras floras microbianas habituales, Thondup; no ha sido diseñada para eso. Y es esa flora, normalmente inocua, la que se tornará infecciosa cuando desaparezcan los sistemas defensivos del organismo que la mantienen inofensiva en apariencia. No, Thondup; la hibernación tampoco vale.

El hombre se pasó la mano por la cara… Suspiró.

—De acuerdo. Lanza la cuarta variante… Ojalá sea la buena.

—La cuarta variante es aceptar el hecho de que no estaremos vivos para cuando podamos comunicarnos o aterrizar en cualquier base. En ese caso, nos debemos limitar a mantener un rumbo aproximado a la Tierra, mientras vivamos. La Sviatagor puede mantener el campo magnético durante otro año; el combustible para desviarse de los obstáculos, durará otros seis meses adicionales… En ese plazo, un año y medio, suponiendo que organicen una búsqueda intensiva de la nave, existe una probabilidad entre noventa de que lleguen a encontrarla antes de que sea destruida.

—Espero que no sea esa la variante que piensas proponernos, Gema.

—No, es obvio. Pero antes de pasar a la quinta variante, desearía preguntarles si a ustedes se les ha ocurrido alguna forma de resolver este problema con probabilidades apreciables de éxito.

Thondup negó con la cabeza.

—¿Y a ti, Isanusi?

En sus labios Gema leyó: «No».

—Muy bien… La quinta variante es que Isanusi se haga cargo de Sviatagor y la conduzca a la Tierra.

Thondup fijó una mirada de incredulidad en el semblante de Gema.

—Este no es el momento adecuado para bromear, Gema.

—No bromeo.

—Entonces te has vuelto loca; ¿cómo podrá hacer eso él? —Con un amplio ademán mostró el módulo rodeado de aparatos—. Vuelve a la realidad. Gema; no puede moverse, no ve, ni siquiera puede hablar ya… Encima, tú misma acabas de decir que no vivirá ni tres días más.

—En las condiciones actuales; creo que lo especifiqué bien.

—¿Y cómo podrás cambiarlas? Me parece que has empezado a funcionar mal…

—Thondup, si aún tuviéramos a Palas, ¿qué haríamos?

—¿Y qué tiene que ver eso? No tenemos a Palas, y se acabó.

—Yo te puedo decir lo que haríamos; le asignaríamos la tarea de llevar la nave de vuelta a la Tierra. ¿No es así?

La boca de Thondup se había ido abriendo lentamente…

—No, Gema; eso no es posible.

—¿Por qué no? Todas estas noches he estado pensando en cómo hacerlo, y no encontré ningún obstáculo invencible. El sistema de circulación de nutrientes de Palas está intacto, y puede adaptarse a los requerimientos de su cerebro; este cabe bien dentro del contenedor donde estuvo el centro de integración lógica, y puede sustituirlo perfectamente en sus funciones…

—Gema, no…

—Es cierto que las neuronas de Palas no eran exactamente iguales a las nuestras, pero no creo que sean significativas esas diferencias. Lo demás, es cuestión de entrenarlo, habituarlo a sus nuevos medios de percepción del mundo, a sus nuevas formas de actuar…

—Gema…

—Por eso expuse todas las otras variantes primero, Thondup. Quería que vieras con toda claridad que esta es la única salida.

—Gema, no hay salida.

—Existe; la quinta variante. No he encontrado ningún obstáculo para su aplicación. ¿Ustedes ven alguno?

—Sí.

—Dime cuál; ya encontraremos cómo sortearlo.

—Mientras estemos vivos nosotros dos, no habrá problemas; en eso estamos de acuerdo. Pero cuando faltemos, la estabilidad sicológica de Isanusi desaparecerá: no podrá afrontar la tarea de llevar la nave de regreso.

—No entiendo el porqué… ¿En qué te basas para semejante afirmación, Thondup?

—En el hecho de que constituimos un grupo… —Hizo un gesto de cansancio—. Es demasiado largo para explicártelo, Gema. Pero si quieres verificar lo que digo, pregúntale a Isanusi; él sabe.

Gema se inclinó sobre el módulo:

—¿Es verdad lo que dice Thondup, Isanusi? —Los labios se movieron pausadamente, y ella tradujo lo dicho en voz alta:

—Sí… —Reclinándose otra vez en el asiento, declaró con voz neutra:

—No importa que sea demasiado largo para explicarlo necesito esa información, Thondup. Debe haber alguna forma…

Thondup comenzó a hablar en voz baja; había compasión en sus ojos.

—No es tu culpa, Gema; es difícil percatarse de la importancia que tiene el aire para respirar, mientras no nos falte… debí advertirte sobre esto antes; siento que hayamos perdido tanto tiempo en el análisis de una variante que había que desechar desde el principio…

—Dame esa información, Thondup.

El hombre examinó detenidamente la expresión de Gema.

—Si así lo quieres…

—Lo quiero, Thondup.

El hombre se recostó en el asiento, fijando la mirada en el techo… Comenzó.

—En la última mitad del siglo pasado el hombre salió por primera vez fuera de la Tierra. No se alejó mucho; al principio, solo órbitas circunterrestres, desde donde se veía cercano el planeta materno, desde donde se podía regresar en cuestión de minutos… No había que gastar mucha energía en comunicarse mediante videoteléfono con sus…

—He estado en la Ciudad Orbital, Thondup; puedes suprimir esos detalles.

—Esos detalles son importantes, Gema. A esa distancia se puede decir que no habían salido todavía de la Tierra.

El problema que nos interesa surgió con las primeras expediciones interplaneterias, los vuelos a Marte y a Venus… Hubo un salto cualitativo; la Tierra se convirtió en un pequeño punto brillante, a meses de distancia. Todo lo que disponían de ella los tripulantes era lo que tenían en la nave: filmes holográficos, la cabina climática con sus olores a bosque, a mar… y los mismos tripulantes. El hombre es un ser social; el pequeño grupo de cosmonautas debía encontrar en sí mismo todos los elementos necesarios para constituir una sociedad estable, o mejor dicho, absolutamente estable; nada que…

—Thondup, nada de lo que estás diciendo es nuevo para mí.

—Déjame seguir a mi manera; de todas formas, el tiempo nos sobra… Sí, también conoces el esquema que se sigue para la formación de cosmogrupos; cientos de precósmicas esparcidas por toda la Federación, decenas de miles de niños asistiendo a ellas, mientras que en la Ciudad Estelar computadoras y sicosociólogos trabajan día y noche acumulando, clasificando, seleccionando los datos recogidos hora tras hora sobre cada uno de esos muchachos, hasta que un día llegan a un acuerdo: este es el grupo. Y desde los lugares más distantes vienen seis, u ocho, o doce jóvenes entre catorce y dieciocho años de edad, y comienzan a vivir juntos, asombrándose de lo rápido que congenian… Pasan cinco o seis años, y algunos de esos grupos emprenden el vuelo, su vuelo. Tanto las computadoras como los sicosociólogos están seguros, y ninguno de ellos son fáciles de complacer, de que son una colectividad tan unida, tan sólida que podrá afrontar cualquier prueba… Mientras esté intacta. Toda moneda tiene dos caras, y esta también: los cosmogrupos pueden sobrevivir lejos de la Tierra, lejos de la Humanidad, durante años. Y no solo sobrevivir, sino trabajar con tanta eficiencia o más que cualquier colectivo terrestre… esto se logra a costo de una interdependencia mutua extremadamente elevada. Quizás un ejemplo extraído del folclore popular te permita verlo con mayor claridad: la historia de la pareja de ancianos que han vivido juntos durante muchos años, y han llegado a estar tan unidos que cuando muere uno, el otro, pese a tener buena salud, no tarda en seguirlo a la tumba… Como es natural, en la sociedad actual estos fenómenos se producen con poca frecuencia; dado el desarrollo, el enriquecimiento de la personalidad humana, es raro que se encuentren dos personas cuyos caracteres puedan compenetrarse a ese extremo. Pero los cosmogrupos han sido seleccionados precisamente por su capacidad de compenetración mutua, además de otras cosas, entre trillones de combinaciones posibles; la identificación alcanzada entre los dos viejecitos del cuento popular no es más que un pálido reflejo de la interrelación que se crea entre los miembros de un cosmogrupo. Así se evita en cualquier situación posible la aparición de tensiones o resentimientos en su interior, que puedan quebrar su eficiencia; pero nos exponemos a la suerte del anciano sobreviviente. Todo esto se estudia cuidadosamente en cada grupo, Gema, para determinar su resistencia a las pérdidas…

—El entrenamiento en sicosimuladores…

—Es esa una de las vías. Pero vayamos a nuestro caso: el límite de tolerancia a las pérdidas para nuestro grupo es de dos integrantes. Eso quiere decir que son necesarios como mínimo cuatro integrantes del grupo para conservar su estabilidad; con solo tres sobrevivientes, es imposible un funcionamiento normal.

—Pero hasta ahora hemos logrado conservarnos como un grupo efectivo, Thondup.

—Si no hubiera activado tu condicionamiento no estarías en mucho mejor estado que yo, Gema; y ya habríamos destruido la nave. ¿O estoy equivocado?

Lo muchacha sopesó brevemente la argumentación… Respondió:

—Sí, tienes razón.

—Ahora, es cierto que Isanusi ha demostrado poseer una estabilidad excepcional, lo reconozco; aunque no es fácil predecir qué le habría sucedido si hubieras sido tú y no Alix la que estaba en la cabina de control cuando el choque con el siderolito… Pero en todo caso, nunca será tan excepcional como para vernos, sentirnos u oírnos morir, y conservar su equilibrio mental. No, Gema: la quinta variante tampoco sirve.

La mirada de la muchacha se fijó en el módulo.

—¿Y a ti, Isanusi, no se te ocurre una forma de salvar esta dificultad? —Los labios del hombre yacente en el módulo se movieron febrilmente. Gema tradujo para Thondup—: Dice… que yo no estoy limitada por ese factor, por mi condicionamiento; que se puede usar mi cerebro en lugar del suyo... No sirve, Isanusi. ¿Quién me opera a mí? ¿Y quién puede instalar mi cerebro en el autopiloto, ajustando correctamente las terminales? Thondup no es fisiólogo… ¿No tienes otra idea?

Los labios no volvieron a moverse. Gema levantó sus enrojecidos ojos hasta Thondup, y concedió:

—Tienes razón… Pero dame algún tiempo para pensar, por favor.

El hombre se encogió de hombros.

—Como quieras; no tengo nada urgente que hacer.