Segunda parte

1a Bruja. —¿Cuándo volveremos a encontrarnos…?

2a Bruja. —Cuando finalice el estruendo, cuando la batalla esté perdida y ganada.

—William Shakespeare, Macbeth

Desde algún lugar impreciso —aunque cercano— llegaba, a intervalos regulares, un sonido tranquilizador. Trató de identificarlo: «Una bomba hidráulica. Sí, una bomba hidráulica muy cansada…». Sintió disgusto. «¿Acaso puede cansarse una bomba hidráulica?». Probó los demás sentidos, tratando de comprender… Había oscuridad; pero era agradable, segura. «¿Cómo puede ser?». Flotaba en un líquido invisible, sin perturbadoras corrientes, muy quieto. Con un estremecimiento, se dio cuenta de que no estaba respirando: «¿Será esto la muerte?». Rechazó el absurdo pensamiento: «No; la muerte es la nada…». Intentó doblar un brazo, tocarse, cerciorarse de la existencia real de su cuerpo, y percibió la debilidad, la falta de coordinación de sus músculos; todos intentaron obedecer a la vez, contrayéndose espasmódica, irregularmente, provocando minúsculos remolinos en el líquido a su alrededor. Las débiles corrientes golpearon su piel, sin que pudiera precisar el lugar exacto, y disminuyeron poco a poco, hasta desaparecer… Se esforzó febrilmente en pensar, en recordar: «¿Dónde estoy? ¿Qué me ha ocurrido? ¿Quién soy?». El registro de su memoria fue inútil; no había nada. Continuó flotando, fuera del espacio y del tiempo…

La repentina convulsión le llegó simultáneamente desde todas las direcciones, e hizo brotar en su interior una oleada de pánico irracional. «¿Qué es esto?». La bomba hidráulica funcionaba ahora con un ritmo diferente, más acelerado, violento, perdida toda cualidad sedante; la desagradable presión se retiró en forma paulatina, dejando su cuerpo lleno de dolor… Y volvió, aún más intensa; si su garganta le hubiera obedecido, si sus pulmones hubieran tenido aire, habría gritado. De una forma confusa, se percató de que giraba en el revuelto líquido…

Ya había terminado por acostumbrarse a la repentina llegada de las olas de presión, a su lenta retirada, a su creciente frecuencia, cuando sintió algo duro, presionando contra su cabeza. El pánico volvió, al comprender que los huesos de su cráneo no resistían; se plegaban, deformándose increíblemente, mientras la desconocida presión continuaba empujando su cabeza contra el muro, transformado ahora en un férreo anillo en torno de sus sienes. Deseó perder el conocimiento, abandonar al inevitable fin su cuerpo torturado…

Notó que se había producido un cambio; muy despacio, el anillo de hierro se había desplazado hacia su tronco, perdiendo de modo incomprensible su fuerza constrictora… Por primera vez sintió libre su húmeda cabeza. A través de los párpados todavía cerrados se filtraba una rara sensación, que tardó en reconocer: «Luz»…

Todo se desvaneció, y Gema se encontró despierta, sudorosa y contraída, mirando el rostro preocupado de Thondup. El hombre la interrogó, con cierta ansiedad:

—¿Te encuentras bien?

La muchacha hizo un débil gesto afirmativo, y el semblante de Thondup se tranquilizó.

—Te desperté antes de tiempo; no me gustaba tu aspecto… ¿Qué episodio reviviste?

Antes de responder, Gema se humedeció los labios.

—Me parece… —Deteniéndose, reflexionó por un instante—. No; no me parece; estoy segura de que volví a nacer.

Thondup chasqueó los labios con aire de disgusto.

—Demasiado lejos… —Ayudó a Gema a sentarse—. Pero no te preocupes; suele ocurrir en las primeras inducciones. Hay que tantear al principio, antes de lograr localizar correctamente el tiempo deseado.

Masajeándose la nuca con ambas manos, Gema pidió:

—Probemos otra vez, Thondup.

El sicosociólogo movió negativamente la cabeza. Señaló al tablero más cercano:

—No te olvides de él; no sé mucho de fisiología, pero no me gusta lo que dicen los indicadores.

Gema se incorporó de prisa, y miró las cifras en la pantalla de control: Sus labios se apretaron.

—Tienes razón. ¿Están preparados los instrumentos?

El hombre asintió.

—Entonces, vamos…

* * *

La mano derecha se movía rápida, dirigiendo la punta del fino cilindro, ya en una dirección, ya en otra; y la carne se abría con suavidad, descubriendo huesos y tendones, mientras la mano izquierda, armada de una paleta curva, separaba piel, músculos y cartílagos cortados, desnudando las carótidas, la yugular… Gema colocó el bisturí-láser sobre la mesilla a su lado, y tomando una pinza, atrapó por su parte inferior la yugular, extrayéndola un tanto de los tejidos que la rodeaban. La mano izquierda había dejado la paleta, y empuñaba ahora un delgado conducto transparente, en cuyo extremo relucía una aguja de forma curiosamente ahusada. La fisióloga introdujo la aguja en la gruesa vena, dirigiéndola hacia arriba; terminó de cortar la desgarrada yugular con la mano derecha, mientras la izquierda atomizaba el lisosol en la unión entre el conducto y la vena; por el tubo transparente pudo ver cómo avanzaba a cortos, rápidos impulsos, la sangre hacia el tanque situado encima del reanimador… A partir de ese momento, Thondup no pudo seguir los ágiles movimientos de las manos de Gema en torno a las carótidas; se concentró en secar con todo cuidado el sudor que se había ido acumulando sobre las cejas de la muchacha y amenazaba con caer sobre sus ojos. Cuando volvió a mirar lo que había sido el cuello de Isanusi, otros dos conductos estaban firmemente unidos a las carótidas, y por ellos fluía un líquido rojizo, levemente parecido a la sangre. Gema se separó del módulo, la respiración entrecortada. Solícito, Thondup preguntó:

—¿Cansada?

La cabeza de la muchacha negó. Completó su respuesta verbalmente:

—No… Hay que esperar ahora; ver si el cerebro tolera bien la sangre artificial.

Thondup asintió en silencio, y se sentaron. Unos minutos después, Gema continuó:

—En todo caso, necesito reunir fuerzas… Lo que viene ahora exigirá rapidez, y mucha precisión; no puedo equivocarme.

Thondup la interrumpió:

—Se le paró el corazón, Gema.

De un salto, la muchacha llegó junto al módulo; examinó los conductos transparentes… Sonrió.

—Te equivocaste, Thondup: funciona bien.

—No me refiero al nuevo…

—¿Al viejo, entonces? —Lanzó una mirada distraída el cuerpo en el módulo, y se encogió de hombros.

* * *

…El bisturí-láser se movió rápida, casi descuidadamente, desde la nuca hasta el entrecejo, siguiendo la línea media del cráneo; detrás de él y con velocidad no menor, pasó el bisturí ultrasónico, dejando trasde sí un corte neto… Thondup no pudo contenerse:

—Ten cuidado, Gema.

Suspendiendo la operación, la muchacha lo miró sorprendida:

—¿Cuidado de qué…? —A través de la gasa que le cubría la mitad inferior del rostro pudo percibirse una leve sonrisa.

—Ya entiendo… Descuida. La frecuencia del ultrasonido está graduada para el hueso; el cerebro no corre peligro.

El bisturí-láser volvió a cortar la piel, siempre seguido de cerca por el bisturí ultrasónico; llegaron a la parte superior de la oreja, y bajaron por la línea del cabello hasta la nuca; volvieron a doblar, y alcanzaron el punto donde había comenzado el corte. Gema dejó a un lado los bisturíes, y levantó cuidadosamente la porción cortada del cráneo. El hombre y la mujer miraron la membrana de un rosa pálido que cubría el cerebro. Gema comentó:

—Ahora viene lo difícil; atención, Thondup.

Retomó el bisturí-láser y, reteniendo el aliento, apuntó cuidadosa y sucesivamente a los puntos donde pequeñas manchas revelaban que los capilares habían sido lesionados… Las manchas dejaron de crecer. Otra vez entró en acción el bisturí ultrasónico, eliminando el hueso que rodeaba a la médula y a los nervios craneales, mientras el bisturí-láser cortaba instantáneamente las nuevas minihemorragias.

—Rápido; el microoperador y las terminales.

Thondup le acercó lo pedido, y Gema ajustó el microoperador en torno a la médula; colocando los ojos sobre el visor, advirtió:

—Prepárate para secar el campo.

Tocó los controles, y el miniláser se desplazó alrededor de la médula, cortando la membrana exterior. El borde superior se mantuvo adherido a las capas interiores, mientras pinzas microscópicas tomaban el inferior y lo retiraban hacia abajo, desnudando los haces nerviosos, dejando escapar el líquido cefalorraquídeo… Por debajo de la médula, Thondup colocó un trozo de espuma absorbente, y los lentos hilillos del líquido opaco desaparecieron en él.

—La primera terminal, por favor.

El láser del microoperador se había adentrado en la médula, y ya había cortado un haz de nervios; por la entrada del aparato Thondup introdujo el fino cable pedido, y minúsculas agujas cosieron su extremo con los nervios cortados. Una diminuta nube de lisosol apareció y desapareció sobre la primera unión entre el cerebro y la biocomputadora, mientras el láser avanzaba un milímetro más…

Los dedos de Gema acariciaban apenas los controles. Un instante después se desvaneció otra nubecilla de lisosol.

—La tercera…

* * *

Fatigado, Thondup apoyó una mano sobre el módulo. Instantáneamente Gema se inmovilizó; levantando los ojos del visor miró con severidad al hombre, y le advirtió:

—Si estás cansado, siéntate; pero no toques el módulo. —Sus ojos regresaron al visor, y pidió—: La décimocuarta…

Thondup colocó la terminal pedida y se sentó, respirando hondo. Preguntó:

—¿Falta mucho?

Sin mirarlo, Gema respondió:

—Una hora. Quizás dos… No me hagas más preguntas, y dame la décimoquinta.

Dócilmente, Thondup acercó la terminal que le pedían y permaneció callado.

* * *

—Esta es la última, Gema —informó Thondup, con satisfacción no disimulada. Gema no respondió.

Las microagujas terminaron de unir la terminal con el nervio óptico izquierdo, y la muchacha se enderezó, descubriendo los inflamados ojos; el visor había dejado dos huellas violáceas, circulares, alrededor de ellos. Tambaleándose visiblemente, caminó hasta la silla más próxima, y se dejó caer en ella. Cerró los ojos y sonrió débilmente:

—Ojalá que no me haya equivocado en ninguna conexión… ni en nada. —Pasó la mano por el brazo de asiento, y el espaldar se hundió hacia atrás, arrastrando consigo el torso de Gema. Continuó hablando, acostada—: Tendrás que terminar tú solo el trabajo; no creo que pueda moverme antes de dos horas… Ponte guantes.

Con torpeza, los dedos del hombre entraron en el tejido blanco.

—Listo, Gema.

—Toma el cerebro entre tus manos… Con cuidado: ¡que no se te vaya a caer! Llévalo al contenedor…—El oído atento, Gema siguió los pasos de Thondup sobre la poliespuma. Lo instruyó otra vez—: Colócalo invertido; que las terminales queden hacia arriba, si no, no va a caber… ¿Ya?

—Ya.

—Fíjate, al lado del contenedor hay dos conductores azules.

—Los veo…

—Tómalos, e introduce las agujas de los extremos en la duramadre. No temas; no llegarán hasta el cerebro, está calculado… Procura colocarlas lo más separadas que te sea posible.

Con un tubo en cada mano, Thondup titubeaba. Preguntó:

—¿Y para qué es esto?

Gema abrió los ojos, y los fijó en el hombre, irritada.

—No sigas preguntando y hazlo.

De mala gana, Thondup obedeció, y la mirada de Gema se suavizó un tanto.

—Tontito… Hace falta renovar el líquido cefalorraquídeo entre las membranas y el cerebro; para eso es para lo que sirven esos conductos. Thondup, las cosas hay que hacerlas bien del todo, o no hacerlas… Tapa el contenedor. Verás que tiene un corte semicircular en el borde externo; coloca ahí las terminales y los conductos.

La muchacha observó el trabajo del hombre. Aprobó:

—Muy bien; ahora abre el regulador del tanque verde.

Sin preguntar, Thondup obedeció. Un líquido amarillento inundó, lentamente, el contenedor. El cerebro se tambaleó, giró, fue cubierto… Flotó, oscilando, en el líquido.

—Ahora sella el corte de la tapa con lisosol… Sí, sé que no es lo idóneo, pero no hay otra cosa. ¿O me equivoco?

—No, no te equivocas. ¿Algo más?

—Sí, fíjate unos minutos en los indicadores; comprueba que no haya ninguna anormalidad… Luego, retira el cuerpo.

—¿Al eyector de desechos?

—Será lo mejor. Va a descomponerse muy rápido.

—Está bien; ahora descansa tú…

—Espero; luego regresas y sigue vigilando el cerebro…

—Sí, ya sé; hasta que te recuperes.

—Exacto.

Thondup vio el súbito relajamiento del rostro de la mujer. Lo miró detenidamente; se había acentuado su palidez, tornando más conspicuas las petequias que lo salpicaban… Dejó escapar un suspiro. «Reacción normal; fue demasiada tensión, inclusive si hubiera estado sana no habría resistido». Su mirada se desplazó hasta el tablero de control. «Hasta ahora, todo va bien; con tal de que Isanusi no descubra… No, no tiene por qué darse cuenta; el mejor seguro es el deseo de creerlo…». Acomodándose mejor en el asiento, se concentró en los indicadores.

* * *

Enderezando la cabeza, Gema dirigió una mirada opaca a su alrededor… Al encontrar a Thondup, sus ojos brillaron.

—¿He dormido mucho?

Thondup la miró por encima del hombro, y regresó la vista al tablero. Contestó:

—Demasiado poco; apenas cuatro horas.

—Eso es mucho, Thondup.

El hombre hizo girar el asiento hasta quedar frente a ella. Indagó:

—¿Hace cuánto que no dormías, Gema?

—No recuerdo bien… Creo que desde el incidente «gris».

Thondup asintió, pensativo.

—Sí… Me parece que no se trata de un sueño normal; casi me atrevería a hablar de simples pérdidas de sentido, cuando la sobrecarga ha sido excesiva…

Gema probó a sostenerse sobre sus pies, y lo consiguió. Con una sonrisa, comenzó a caminar. Comentó, indiferente:

—Es probable… ¿Ya comiste?

—Te esperaba.

—Muy amable. ¿Vamos?

Como respuesta, Thondup le ofreció el brazo. Gema se asió a él, descargando buena parte de su peso sobre el hombre. Se excusó:

—Todavía me siento un poco débil…

—No tiene importancia; puedo resistir.

Caminaron hacia el salón de descanso.

—Thondup, ¿tomaste el sicoestabilizador?

—A la hora exacta; no te preocupes.

Una chispa burlona asomó a los ojos de la muchacha.

—No vendría mal que se te olvidara alguna vez… Queda mucho por pintar en la nave.

Thondup fingió una expresión apesadumbrada:

—No va a ser posible en ningún caso, Gema; ya no quedan más marcadores.

Al entrar al salón, todavía reían.

* * *

Thondup salió del baño, secándose la cara. Gruñó:

—Volvieron las deposiciones líquidas, Gema.

—Ya lo estaba esperando; calculo que a mí me tocarán mañana…

La muchacha se apartó a un lado, dejando espacio en la cama para el hombre. Thondup se tendió pesadamente; cerró los ojos…

—Thondup…

—¿Qué?

—¿No podrías inducirme ahora?

Los párpados del hombre se alzaron un poco, y volvieron a caer. Se pasó la mano por la cara, y abrió de nuevo los ojos. Comentó:

—Gema, por hoy has tenido bastante.

—Aunque solo fuera un minuto… Debo practicar cuanto pueda; el tiempo no nos sobra, y tú lo sabes.

Refunfuñando, Thondup se sentó en la cama.

* * *

…Un tirón más fuerte e Isanusi terminó de salir del hipnotrón, cayendo sobre ella… Jadeaba, exhausta, bajo el cuerpo inerte. «No queda otro remedio; habrá que contear». Y conteó.

La reserva de energía afluyó a sus músculos y pudo levantarse y halar de los brazos del hombre inconsciente. Avanzó, tropezando, cayéndose, levantándose, siempre adelante por el pasillo, hacia el gabinete fisiológico… «¡Cómo pesas, querido!». Hizo una pausa para recobrar el aliento. Sentándose en el suelo, acomodó la encrespada cabeza sobre sus muslos, y la acarició… «Respiras normal; no debe ser grave. Solo hay que llevarte hasta el diagnosticador y…». Se levantó, y volvió a halar del pesado cuerpo…

—¿Y bien?

—Demasiado cerca ahora, Thondup.

—¿Más exactamente?

—Después del choque con el siderolito…

La frente del hombre se inclinó, aprobando.

—Perfecto; ya tenemos dos puntos de referencia. En la próxima ocasión…

—Por favor, Thondup; me siento muy cansada. Continuaremos mañana.

La muchacha se estiró en la cama, cerrando los ojos, relajando el cuerpo… Thondup titubeó antes de volver a hablar:

—Gema…

—¿Qué?

—Mientras eidetizabas, parece que nos cruzamos con otro siderolito; la nave volvió a cambiar el rumbo.

—Oh, no; ahora no…

—No creo que sea tan urgente; descansa, mañana podrás corregirlo…

Moviéndose con deliberada lentitud, Gema se había sentado en la cama.

—Gracias, Thondup; pero tiene que ser ahora.

Con paso elástico, ligeramente inseguro, caminó hasta la puerta y se recostó a ella.

—Antes de que se me olvide… Thondup, habrá que reducir el campo gravitatorio a 0,8 G.

Thondup trató de incorporarse con rapidez de la cama, y estuvo a punto de caer al suelo. Gema le advirtió:

—No es necesario que sea en este mismo momento; puede dejarse para mañana, no es un cambio de rumbo.

El hombre esperó a que el mareo disminuyera un poco antes de responder:

—Debe ser ahora… o quizás no podrías volver a la cama.

Se levantó de la cama, y tuvo que buscar el apoyo de la pared. Sonrió, excusándose:

—No sé qué me está pasando… La cabeza se me va cada vez que intento algo…

Las cejas de Gema se fruncieron. Dijo:

—Te mueves muy bruscamente; eso es todo. Piensa cada movimiento antes de iniciarlo; cualquier gesto inesperado, no previsto, te mareará… Veamos si has comprendido: camina hasta aquí.

Thondup caminó despacio, con cierta inseguridad… Gema asintió:

—Eso es.

Y apartándose del umbral de la puerta, se adentró en el pasillo.

* * *

…Conteniendo la respiración, la sonrisa retozándole en los claros ojos. Gema empujó suavemente la puerta, desplazándola un par de centímetros; un rayo de luz muy blanco pasó por la abertura, iluminándole la mitad del rostro; parpadeó reajustando la visión, y vio a la mujer sentada junto a la mesa cubierta de flores, hablándole a alguien que no se veía;

—…no se lo diré.

—Entonces, lo haré yo.

Gema identificó la voz del interlocutor invisible: «Papá, no debo…». Despacio, atrajo la puerta hacia sí, cerrándola, mientras la madre continuaba:

—Ni tú ni yo; Gema no debe saberlo.

Junto al delgado resquicio que aún dejaba la puerta, la aludida se inmovilizó.

—El aviso está dirigido a ella, Luz; retenerlo es algo totalmente ilegal, ella es mayor ya…

—¿Mayor? ¿Por haber cumplido el otro día catorce años? Es una niña, y todavía no sabe lo que le conviene.

—Y tú sí lo sabes, naturalmente.

Hubo una pausa. De forma inconsciente, Gema empujó un poco más la puerta, y pudo ver a su padre parado frente a la ventana, mirando hacia la noche… Levantando una mirada húmeda, la madre replicó:

—Eres totalmente insensible; ¿no sabes que eso es muy peligroso?

—El peligro existe siempre y en todas partes, Luz.

—Pero nunca puede compararse con ese; tú que tanto sabes, ¿qué le pasó a la última expedición?

Los dedos del padre habían estado golpeando arrítmicamente el marco de la ventana. Ahora cesó el tambaleo… Se volvió, ceñudo.

—Eso nadie lo sabe.

—Ah… Imagínate por un momento que Gema estuviera allí, en esa expedición. —La madre alargó una mano que temblaba ligeramente hacia las flores de la mesa, y tomó una rosa, sin quitar la mirada del padre. Comenzó a arrancarle los pétalos, uno a uno—. Quizás ellos estén vivos todavía, y no puedan hacer nada para volver… ¿Tú resistirías ser el padre de uno de ellos?

—Eso ocurre ahora. Para cuando Gema haya crecido, ya las cosmonaves serán más seguras. Y también se conocerá mejor el Sistema Solar; casos así serán imposibles.

—Como ese, no dudo; los habrá peores. ¿No ves que se irá cada vez más lejos, buscando lo desconocido y encontrando nuevos y mayores peligros? ¿O es que tu poder de previsión no llega a ver también eso?

El tono de la voz del padre era inseguro al responder:

En todo caso, muchos, la gran mayoría, vuelven… Además, es muy difícil que ella llegue a integrar algún cosmogrupo; según dicen, de cada diez que empiezan solo uno completa la Academia.

La madre negó con energía.

—No. Ese argumento no me convence, querido. En esa precósmica hacía doce años que no seleccionaban a nadie para la Academia; doce años nada menos… Y ahora vienen a escoger a Gema. No quiero probar suerte por segunda vez; con una me basta.

El padre cruzó la habitación y se sentó al lado de la madre; la miró, desconcertado.

Eres incomprensible, Luz; tú fuiste la que más insistió para que Gema fuera a la precósmica. Era entonces cuando había que haber pensado en todo esto…

—No quieres comprender; allí nunca seleccionaban a nadie, ¿y en qué otro lugar podía recibir mejor preparación Gema?

En la voz de la mujer habían aparecido notas de histerismo. Alargando la mano entre las flores, él hombre palmeó cariñosamente su espalda.

—Está bien, está bien… No es necesario que llores; está bien, no le diremos nada. Pero, ¿y si vienen a averiguar por qué no se ha presentado en la Academia?

Los ojos de la madre brillaron.

—No tienen por qué venir; supondrán que ella no quiere ir… Yo misma les devolveré el aviso, y les explicaré que Gema no quiere ir a la Academia.

Las cejas del hombre se enarcaron, dudosas.

—¿Y si quieren hablar con ella?

—¿Por qué van a desconfiar de mí? ¿Acaso no soy su madre?

—Luz…

—No hay argumento que valga; ella no lo sabrá.

—No tiene por qué enterarse.

—No te ciegues; tarde o temprano lo sabrá.

—Está bien; se enterará… pero tarde.

—No te lo perdonará.

—Oh, la conozco; se pasará un par de días, quizás una semana, sin hablarme; luego, todo volverá a la normalidad.

Cerrando los ojos, el padre se recostó en el asiento.

—No sé… Se trata de su propia vida, de su oportunidad, Luz.

—Ya tendrá otras, menos peligrosas. Y basta de discusiones: Gema debe estar por volver. Dame el aviso.

Algo blanco, brillante, pasó de manos… Silenciosamente, Gema cerró la puerta. Caminó, pensativa, hacia la escalera. La subió, ya decidida. Entró en su cuarto; miró por un momento el cielo estrellado al otro lado de la ventana, y luego comenzó a sacar la ropa del armario con rápidos, seguros movimientos.

* * *

El rostro de Thondup se fue precisando, adquirió nitidez… Un pensamiento nació casi instintivamente: «Cómo ha adelgazado». Adelantándose al interrogatorio, Gema le informó:

—Bastante cerca del punto señalado esta vez, Thondup; el día antes de ingresar a la Academia… Tú conoces el episodio: cuando mis podres intentaron impedir que fuera.

Thondup asintió.

—No se puede pedir más precisión, Gema: Ahora solo tienes que seguir en línea recta.

—Thondup, hay algo que me preocupa: no pude percibir flujos emocionales precedentes de mis padres… Y debieron existir, al menos en ese momento; estaban realmente afectados por la situación, y yo también.

El sicosociólogo negó con la cabeza.

—No. En ese caso no se podía esperar que percibieras sus flujos emocionales, Gema; no había coincidencia entre sus propósitos y los tuyos… Además, debo prevenirte que no te será tan fácil percibir las emociones de los demás —Levantándose del asiento, concluyó—: No, no es fácil…

* * *

Detrás de los espejuelos, en la sonrisa de la mujer se podía percibir un ligero desconcierto. Rebuscó entre los papeles, sin dejar de hablar:

—Gema… Sí, Gema; aquí está. —Tomando una hoja entre sus manos, la examinó cuidadosamente; y su sonrisa se hizo más amplia—. Ya veo… En realidad, te esperábamos mañana. —Alzó una mirada interrogante hacia la muchacha sentada frente a su buró—. Es probable que haya habido un error en tu aviso.

Gema sintió que se le secaba la boca… Algo debió traslucirse en su expresión, porque la mujer se apresuro a agregar.

—No tiene importancia; pero si me dejaras verlo… Gema tragó, sin saliva, antes de contestar:

—No lo traigo conmigo; lo dejé en la casa.

Había ahora extrañeza en el rostro de la mujer. Apartando la mirada de Gema, la fijó en la tarjeta de identificación de la muchacha… Se encogió levemente de hombros.

—En realidad, no tiene importancia. —Volvió a sonreír—: Veré si puedo localizar a tu instructor. —Dedicó una rápida ojeada al papel que todavía sostenía en su mano—, Audo… Espera un momento. —Inclinándose sobre el intercomunicador, pidió—: Valia, averíguame dónde está Audo; dile que lo necesito… —Del intercomunicador brotó un murmullo apagado que Gema no pudo entender. La mujer hizo una mueca de disgusto, y volvió a hablarle a la invisible Valia—: Cuando aparezca, dile que ya llegó una de su grupo. —El intercomunicador emitió nuevos sonidos confusos, y la mujer respondió—: Yo la llevaré a su alojamiento, no te preocupes. Hasta luego… —Apagó el intercomunicador. Levantándose del asiento, se dirigió a Gema—: Ven conmigo.

Gema se incorporó con su maleta. La mujer la vio por primera vez, y en su rostro apareció la sorpresa. Indagó: —Pero… ¿Has traído ropa?

Gema asintió, sin palabras. La mujer movió la cabeza con cierta irritación, rezongando:

—En realidad tu aviso debió tener bastantes deficiencias; en él debía estar bien claro que no hacía falta… Su mirada pasó por el rostro de la novata; percatándose de su estado anímico, agregó apresuradamente—: Oh, bueno; no es nada grave. Podemos enviarla de vuelta. Claro, si tienes en ella algo especial, algún recuerdo que quieras conservar… —Gema hizo un gesto negativo—. Entonces, puedes dejarla aquí.

Gema colocó la maleta junto a la mesa, y siguió a la mujer al amplio corredor.

—Mira… —Sin detenerse, la guía improvisada señaló a través de los ventanales que se extendían ininterrumpidamente por la pared a su izquierda—. Ese es el parque; buen lugar para descansar… Detrás, están los alojamientos de los aspirantes; el tuyo también. —Gema estiró el cuello, intentando ver, y la mujer la previno—: No se ven; los árboles los ocultan… Antes de que se me olvide; tu alojamiento es el 23-J, Recuérdalo; ese también será el nombre de tu grupo.

«23-J; 23-J, 23-J…».

Por el pasillo se acercaba una media docena de muchachos y muchachas, conversando y riendo… Los vieron, y callaron, mirando a Gema con una mezcla de curiosidad y simpatía. Un muchacho interpeló a la mujer:

—¿Una nueva? Trátala bien, Stella; no la asustes…

Gema sintió afluir la sangre al rostro. Stella amenazó con un dedo al muchacho, sin poder evitar una sonrisa:

—Tú sí la asustarás, Alex. Sigue, y apúrate; Irina los está buscando hace una hora.

Los jóvenes intercambiaron miradas entre sí, y aceleraron su paso hasta casi una media carrera. Stella los miró alejarse, sin dejar de sonreír, y le informó a Gema:

—Es el grupo 11-H… Cuidado con ellos; les gusta demasiado bromear. —Tocó la pared, y esta se abrió frente a ellas. Invitó con un ademán a Gema—: Entra. —La puerta del ascensor se cerró a sus espaldas, y de inmediato comenzó el suave descenso… Desde algún lugar, una voz inexpresiva anunció:

—Ha comenzado a llover.

La frente de Stella se arrugó.

—Lástima… Me habría gustado enseñarte el bosque; es algo realmente bonito. Me gusta mucho pasear por él… Bueno, ya tendrás tiempo para conocerlo… —La puerta del ascensor se abrió, y salieron al vestíbulo del Edificio Central. Lo cruzaron, Stella intercambió saludos a derecha e izquierda, y llegaron frente a una nueva puerta. Le explicó a Gema—: Será mejor ir por el soterrado.

El nuevo pasillo carecía de ventanas. La mujer se detuvo sobre una de las bandas verdes que se extendían a todo lo largo del corredor, y le hizo señas a Gema de que se colocara a su lado. Después, pronunció en voz alta:

—Jota, veintitrés.

Y el suelo comenzó a moverse, con velocidad creciente… De forma instintiva, Gema se aferró al brazo de la mujer. Esta, mirándola por encima del hombro, le sonrió.

—Ya te acostumbrarás, querida.

La cinta transportadora fue perdiendo velocidad poco a poco, hasta detenerse. Stella se dirigió hacia la puerta más cercana y la abrió, descubriendo otro ascensor, más pequeño que el anterior.

—Entra…

Salieron a una sala de mediano tamaño. Frente al ascensor había una pared de cristal; a través de ella, Gema vio los pinos estremeciéndose bajo las ráfagas de la lluvia, y contuvo la respiración.

—Bonito, ¿no? Y eso que no les tocó la serie D; sus alojamientos están junto a la laguna. Allí sí es verdaderamente impresionante el espectáculo… —Sin dejar de hablar, Stella había cruzado la sala. Descorrió un panel multicolor, y apareció una habitación. Informó:

—El cuarto de las muchachas, por ahora. —Tocando un botón junto a la puerta, hizo que se abriera un rectángulo en la pared.

—Este es tu armario; puedes cambiarte cuando desees.

Gema caminó hacia las telas de brillantes colores, y las palpó suavemente… Sentada en la cama más cercana, Stella la miraba, sonriente. Advirtió:

—Si tienes una pregunta que hacerme, estoy a tu disposición.

La ropa resbaló entre los dedos de Gema.

—¿Conoces a Audo? —preguntó.

En los ojos de Stella apareció una chispa de comprensión. Movió negativamente la cabeza:

—No. Él también es nuevo; ustedes serán el primer grupo que preparará. Pero no tienes por qué preocuparte, todavía estoy por ver un grupo que no idolatre a su instructor… —Interrumpiéndose, se tapó el oído izquierdo con la mano; escuchó atentamente, durante un momento. Hizo un gesto de asentimiento como si su interlocutor pudiera verla, y le comunicó a Gema—: Has tenido suerte; no has sido la única de tu grupo en llegar con anticipación. Acaban de informarme que ha llegado otra. —Se levantó de la cama—. Debo ir a recibirla. —Caminó presurosa hasta la puerta del ascensor… Se detuvo a mitad de camino, y mirando dudosa a Gema, inquirió—: ¿Quieres acompañarme…? ¿O prefieres esperarla aquí?

Gema tardó en responder.

—La esperaré aquí.

Comprensiva, Stella asintió; y entró en el ascensor. La puerta se cerró, y Gema quedó sola en la sala. Se acercó a paso lento a la pared de cristal, y contempló largamente las gotas de agua que resbalaban por la pulida superficie, nublando la visión de los pinos… La voz de Stella la hizo darse vuelta:

—…y aquí tienes a Gema.

La aludida se volvió. Del ascensor había salido una muchacha pequeña, rubia y carirredonda. Le sonreía… Stella se excusó:

—Les ruego que me disculpen, pero no puedo acompañarlas más tiempo, tengo mucho trabajo pendiente…

Silenciosamente, la puerta del ascensor se cerró. La muchacha rubia y Gema se miraron, con cierto embarazo… La rubia se adelantó, extendiendo su mano, presentándose con sencillez:

—Soy Alix.

* * *

Sobre la gris pantalla se movía un punto de luz, ascendiendo, descendiendo, con ritmo irregular… Gema comentó:

—Como puedes ver, es imposible extraer conclusiones de eso.

Thondup asintió.

—Pero al menos podemos ver que su cerebro funciona, Gema.

El hombre siguió con el dedo el punto luminoso.

—Ondas rítmicas, potentes… Debe estar consciente.

—¿Habrá logrado autoinducirse?

El rostro de Thondup reflejó duda.

—Es probable… Según recuerdo, tenía buen dominio de la técnica.

Mordiéndose el labio inferior, Gema preguntó:

—¿Crees que ya puedo conseguirlo yo sola?

Thondup la miró, pensativo.

—Podrías intentarlo…

* * *

El hombre se levantó de su silla, apoyándose con las manos en la mesa. Era pequeño, con tendencia a la obesidad. Tenía los ojos rasgados, el pelo lacio, escaseándole ya sobre la frente. “No me gusta”, pensó Gema; repentinamente incómoda, se removió en su asiento. Y en ese momento, Audo empezó a hablar:

—Muy bien; ya nos conocemos todos… de vista. Para establecer una relación más seria, tenemos unos cuantos años por delante, y un trabajo común que realizar; conseguir que ustedes lleguen a ser un grupo.

Caminó por la sala, los brazos cruzados tras la espalda, mirándolos atentamente a los ojos… Gema apartó los suyos.

—Ser un grupo, o mejor dicho, llegar a serlo… realmente, poco se sabe todavía de cómo se efectúa este proceso. Es cierto que sus perfiles sicosociológicos indican que ustedes pueden llegar a serlo, pero lo mismo ocurre con todos los protogrupos que llegan, y son pocos, muy pocos los que lo logran; como es natural, quisiera que ustedes lo consiguieran… —Se detuvo frente a ellos, las piernas ligeramente separadas—. Para ser sinceros, debo decirles que tengo muy poca experiencia. O mejor dicho, ninguna; pero ellos —con un movimiento del hombro apuntó a la pared más cercana— han consultado a las computadoras, y me dicen que puedo hacerlo con ustedes. Oh, nada seguro; una posibilidad ligeramente mayor que la que tendrían los demás instructores. Ahora todo depende de ustedes; de si realmente quieren ser un cosmogrupo… ¿Lo quieren?

Los asentimientos brotaron desacordes, cada uno por su lado; Gema se limitó a inclinar la cabeza… Audo dejó escapar un suspiro.

—Espero que lo que sientan en su interior sea más intenso que lo que expresan exteriormente… Mejor pasemos al nudo del problema, tal como lo veo yo: Ser un grupo, un verdadero grupo, ¿qué significa? —Miró alrededor; todos callaban. Moviendo la cabeza, se respondió a sí mismo—: Significa que sus integrantes coinciden en todo lo fundamental y divergen en todo lo accesorio. —Subrayó la palabra «todo» las dos veces—. Aunque en realidad esta definición traslada el problema en vez de resolverlo, queda por determinar qué es lo fundamental y qué lo accesorio… En mi opinión, cada grupo debe hallar su propia respuesta a esta pregunta. Su propia respuesta; cada uno de los cosmogrupos que he conocido posee su espíritu peculiar, su forma particular de ver y hacer las cosas… No resolveríamos nada imitando lo que hicieron otros; necesitamos hallar lo que nos toca hacer en nuestro caso.

Hizo una pausa. Observó los rostros ahora pensativos, y concluyó:

—Y con esto basta por hoy; no quiero atiborrarlos el primer día. Me basta con que empiecen a pensar en este problema…

Poco a poco, se había desplazado hasta la parte del ascensor. Abrió su puerta.

—En caso de que necesiten verme por cualquier motivo, no tienen más que pulsar este botón —lo señaló con la mano— y vendré lo más rápido que me sea posible. —Entró en el ascensor. El muchacho de facciones mongolas, bajo y robusto («¿Cómo se llama…?», Gema recordó el futuro: «Ah, Thondup») se adelantó, levantando el brazo, y Audo se detuvo, la mano sobre los controles del elevador. Con leve tartamudeo, Thondup preguntó:

—¿Y qué… qué tenemos que hacer ahora?

En la cara de Audo apareció una amplia sonrisa, y Gema pensó: «No, no es tan desagradable». El instructor contestó—: Conocerse mejor; paseen por el bosque, conversen… Ya mañana protestarán por no tener ni un minuto libre.

* * *

Y la puerta del ascensor se cerró.

En los ojos de Thondup había curiosidad y sorpresa. Murmuró:

—Después de todo, se conoce que el tiempo subjetivo transcurre más rápidamente que el real en las eidetizaciones… Pero no tanto, Gema.

La muchacha terminó de sentarse en el módulo. Replicó:

—Eso no tiene tanta importancia, Thondup. Lo que me interesa es ir lo más rápido posible. No hay tiempo, y tú lo sabes.

—Sí, lo sé… —El hombre hizo una pausa. Abruptamente, declaró—: Si he de serte sincero, no me gustó mucho Audo el primer día.

Gema asintió:

—A mí tampoco…

* * *

En la oscuridad brillaron los ojos de Alix. Gema preguntó:

—¿Qué quieres?

Como si fuera un fantasma asustado, Alix se deslizó en la cama de Gema antes de responderle:

—Me siento muy sola…

Algo bloqueó la garganta de Gema, y solo pudo pensar: «Y yo también». Pasó la mano por detrás de la espalda de Alix, y se apretó a ella… De pronto, otra sombra se interpuso entre la difusa luz nocturna procedente de la ventana y la cama; Gema sintió que se contraían bajo su mano los músculos de la espalda de Alix. En voz baja, preguntó;

—¿Quién va?.

—¿Quién va a ser? —Gema reconoció la voz enfadada de Kay.

—Ustedes dos se juntan, y ya todo está bien, perfecto que Kay se las arregle como pueda ella sola… —Se subió a la cama, todavía protestando—: Lo menos que pueden hacer es dejarme un poco de espacio, ¿o no?

Gema se apretó contra la pared, y Alix se corrió un poco más hacia el centro, volviéndose de lado; solo así pudo acomodarse Kay en el mismo borde de la cama… No pasó mucho tiempo sin que se oyera la sofocada voz de Alix:

—Me van a ahogar… ¿Por qué no unimos dos camas? Una no alcanza para las tres.

Gema apoyó inmediatamente la propuesta:

—Alix tiene razón, Kay; bajémonos.

En la oscuridad, tres figuras semivestidas se agruparon junto a la cama del medio, y probaron infructuosamente a moverla. Jadeante, Kay se sentó en el borde de la inamovible cama, murmurando:

—Es inútil; nosotras no podemos… Habrá que recurrir a los muchachos.

Con expresión dubitativa, Alix repuso:

—Es muy tarde, Kay; ya deben estar dormidos.

Había luz suficiente para que la sonrisa de Kay fuera perceptible.

—¿Seguro?

—Claro; ellos no son tan… melindrosos como nosotras; ¿no crees, Gema?

La interpelada miró indecisa hacia la puerta.

—Pues… no sé. Habría que verlo…

—Pues veámoslo. —Y Kay se dirigió rápidamente a la sala. Todavía dudando, Gema y Alix la siguieron; llegaron a tiempo para verla tocar en la puerta del otro cuarto. Una voz nada somnolienta preguntó desde el otro lado:

—¿Quién es?

—Somos nosotras, muchachos; ¿se puede? —Sin hacer caso de los gestos de Alix y Gema, Kay continuó—: Supongo que estarán presentables… —Y abrió la puerta.

Los tres muchachos estaban sentados en el marco de la ventana, los pies hacia fuera; sorprendidos, miraron por encima de los hombros la invasión a su cuarto. Sin darles tiempo de reponerse, Kay les pidió:

—Necesitamos su ayuda para juntar dos camas; ¿pueden?

—Poder, podemos… ¿Y para qué necesitan juntarlas? —Tras saltar al suelo, Pável se acercó a las muchachas, mirándolas con curiosidad. Kay le devolvió la mirada, severa.

—Si tienes que averiguar tanto…

Gema protestó:

—Eso es ser injusta, Kay; si les pedimos ayuda, es natural que les digamos para qué —Se volvió hacia los tres jóvenes que se le aproximaban, ajustándose la escasa ropa que los cubría, y explicó—: Pasa que nos sentimos solas; queremos dormir juntas las tres, pero una sola cama no nos alcanza.

Isanusi rompió a reír. Frunciendo el ceño, Thondup lo amonestó:

—No veo qué motivos tienes para reírte; ellas son muchachas, y es lógico…

—¿Reírme de ellas? No, Thondup; de nosotros… —E Isanusi se dirigió a las muchachas—: También sentimos un poco de nostalgia por nuestras precósmicas, las comprendemos; claro que podemos ayudarlas.

Bromeando y riendo, los seis se trasladaron al cuarto femenino; los muchachos se colocaron a un lado de la cama, empujaron todos a la vez, con toda su fuerza… y la cama continuó inmóvil. Con voz inocente en apariencia, Kay comentó:

—Me parece que tendremos que llamar a Audo… Secándose el sudor de la frente, Pável sugirió:

—¿No estará clavada en el suelo?

Isanusi movió negativamente la cabeza.

—No creo… Me parece que se movió un poco. —Miró reflexivamente las caras en torno. —Pero estoy pensando que lo que es demasiado peso para tres muchachas, o tres muchachos, quizás no lo sea tanto para seis. ¿Probamos?

—Probemos. —Respondió Gema, y se colocó al lado de Isanusi. Kay y Alix siguieron su ejemplo, y los seis empujaron a la vez; crujiendo y protestando, la cama se movió, a cortas sacudidas, hasta juntarse con la de Gema. Apenas recuperó el aliento, Kay propuso:

—Muchachos, si quieren que los ayudemos a unir dos camas de ustedes…

Mirándola de reojo, Thondup respondió secamente:

—Muchas gracias; pero no hace falta.

* * *

El recuerdo había hecho nacer una sonrisa en el rostro de Thondup.

—Creo que esa fue la primera vez que trabajamos los seis unidos por un mismo propósito… Gema, ¿tú crees que haya sido casual el hecho de que aquellas camas pesaran tanto?

* * *

Sentado sobre las agujas caídas, la espalda apoyada en el pino, Audo contemplaba el horizonte enrojecido. Gema se le acercó a paso lento, indeciso… La cabeza del instructor giró hacia ella, y le sonrió.

—Bienvenida, Gema. —Enderezándose, le hizo espacio a su lado—. Si quieres sentarte…

—Sí quiero; gracias.

Se sentó, y permanecieran en silencio, mirando desaparecer el sol.

* * *

De pie frente al tablero, Gema revisó minuciosamente los datos que le ofrecían los indicadores… Thondup la interrogó:

—¿Todo bien?

—Sí; creo que se puede probar ya.

La fisióloga cerró un interruptor; habló, la voz pausada:

—Isanusi, soy Gema: No intentes responderme todavía… —Le dirigió una mirada interrogadora a Thondup, y el sicosociólogo asintió—. Estamos verificando el funcionamiento de tus receptores auditivos. Presta atención; en caso de que nos estés escuchando, cierra el puño derecho.

En el centro del tablero se encendió una luz roja.

—Muy bien… Ábrelo ahora.

La luz del tablero se apagó, y las comisuras de los labios de Gema se alargaron imperceptiblemente, perdiendo su rigidez.

* * *

Esbozando una sonrisa conciliatoria, el hombre dijo:

—Bueno… Quizás ustedes tengan razón. —Miró el reloj en su anillo, y adoptó una expresión de sorpresa—: Caramba… no pensé que pudiera ser tan tarde. —Con una mirada de excusa, concluyó—: Ya debo irme; es una lástima que no pueda seguir hablando con ustedes…. Hasta la vista.

A paso rápido, se alejó por el sendero. Pronto dobló el recodo, desapareciendo del campo visual de los muchachos; se miraron entre sí desconcertados, y finalmente sus ojos convergieron sobre Audo. Tenía una expresión abstraída, como si soñara despierto… Thondup comentó:

—Un tipo raro, ¿no?

Estremeciéndose, Audo lo miró.

—No, Thondup; por desgracia, no es tan raro.

Kay lo observaba, intrigada.

—¿Lo conocía de antes, Audo?

Sentándose sobre un tocón, el instructor se acomodó la mochila sobre las rodillas.

—A él precisamente, no, Kay. Al género al que pertenece, demasiado bien, por desgracia…

«Hay una historia detrás de eso», adivinó Gema. De una rápida ojeada estimó la altura del sol sobre el horizonte, y propuso:

—Podríamos acampar aquí mismo; es tarde ya.

Audo asintió distraídamente.

—Sí, no es mal lugar… —Habló como para sí— No cabe duda; es un auténtico pitecántropo.

—¿Un qué? —Indagó Alix.

—Un pitecántropo; pi-te-can-tro-po.

—¿Pitecántropo? —repitió Thondup, desconcertado—. Creía que ya se habían extinguido… ¿No te habrás equivocado, Audo?, por su aspecto exterior, parece un Homo Sapiens.

—No te guíes por las apariencias; engañan —advirtió Audo, y continuó—: Es cierto que los pitecántropos se extinguieron hace tiempo; pero aún hay muchos que por dentro no han cambiado nada desde aquellos tiempos…

Isanusi se quitó la mochila; colocándola sobre el suelo, se sentó sobre ella y pidió:

—Audo, sería mejor que nos explicaras qué quieres decir.

Abriendo su mochila, el instructor comenzó a sacar de su interior los paquetes. Mientras los acomodaba en ordenadas pilas, habló:

—Quiero decir que todavía queda gente cuyo círculo de intereses se restringe al de los antiguos pitecántropos: comer, beber, cohabitar con el sexo opuesto, poseer cosas brillantes, llamativas…

—Sí, los conozco; esos que se preocupan demasiado del exterior y poco, casi nada de su interior —añadió Isanusi.

Pável se rascó la cabeza.

—Quizás tengan razón… Pero me parece que no abundan mucho; al menos ese es el primero que he visto en mi vida.

Isanusi sonrió.

—No me extraña en tu caso, Pável; naciste y creciste en las tierras más antiguas de la Federación, el medio menos propicio para los modernos pitecántropos… Recuerda que ni Audo ni yo tuvimos esa suerte.

Audo asintió, con expresión pensativa.

—Es cierto lo que dices, Isanusi… Pero deben tomar en cuenta que casos tan evidentes como el que hemos encontrado hoy, son raros. No deben subestimar la capacidad de adaptación de los pitecántropos; saben adoptar la apariencia exterior más conveniente para que los dejen satisfacer con toda tranquilidad sus pequeños apetitos y ambiciones… Eso les puede ayudar a identificarlos: tienen por lo general apariencia intachable y miedo, mucho miedo a perder lo acumulado, lo conseguido. . . Para ellos no existe nada peor que la perspectiva de perder sus posesiones materiales, o sociales. Los que luchan por un ideal son sus enemigos irreconciliables, y ellos los han bautizado con un título que creen denigrante: los “conflictivos”, porque no transigen cuando debieran, no callan cuando les convendría… No pueden comprenderlo, no: para ellos, el único ideal que vale la pena es uno mismo. Sí, los pitecántropos son realmente peligrosos, saben defenderse: conservan de sus ancestros primates la afición y la habilidad de trepar. Pueden hacer, hacen daño…

Thondup armaba la tienda. De espaldas al grupo, comentó:

—Me estoy imaginando que a usted le dieron, con toda seguridad ese título… “conflictivo”. —Se volvió de frente a Audo, las cuerdas enrrolladas en torno de la muñeca izquierda—. ¿O me he equivocado, Audo?

—No, no te equivocas.

—Cuéntenos la historia, por favor.

—Es larga y complicada, Kay… —Miró su rostro y cedió—: Está bien. Puedo comenzar en el tiempo que me hice instructor… —Sacando la pipa, la rellenó de tabaco. Previsoramente, Kay se corrió un poco, lejos del posible camino del humo—. Deben recordar primero lo que les dijo Isanusi: mi tierra natal no hace mucho que ingresó dentro de la Federación. Había algunos que concebían a los instructores como fabricantes de dóciles ovejas, como formadores de nuevos pitecántropos…

Asomó una chispa de humor a los ojos de Kay.

—Temo que hayan sufrido un desengaño con usted, Audo.

El instructor había encendido la pipa. Asintió, expulsando una bocanada de humo.

—Me parece lo mismo, Alix. —Sonrió—. Así fue como aprendí que eran realmente peligrosos… Pasé muchos malos ratos. Tantos, que cuando me citaron a la última reunión, ya me daba por perdido. Me decía: «Ganaron ellos, Audo; resígnate». Pero en esa reunión me informaron que había sido seleccionado para ser instructor de la Academia.

Pável sonrió, y dijo:

—Supongo que los pitecántropos se habrán llevado un buen chasco con eso…

Audo hizo un gesto negativo.

—Oh, no. Habían conseguido su objetivo: dejaría de formar “conflictivos” entre sus rebaños. —Exhaló otra bocanada de humo, y la miró elevarse, disolverse en el aire—. A ellos debo agradecerles el hábito de fumar;,los nervios… —Fijó la mirada en Pável—. Por todo eso, me costó bastante trabajo decidirme a aceptar el trabajo en la Academia.

Pável lo miraba boquiabierto. Logró articular:

—¿Por qué?

—Tenía muchas cuentas que saldar con ellos… Y la mejor forma de cobrarlas era quedándome allá, continuar formándoles “conflictivos”.

—¿Y qué le decidió a venir a la Academia?

Audo miró inexpresivamente a Gema… Le respondió:

—En realidad, no lo sé bien, todavía… Quizás el factor decisivo haya sido el miedo…

—¿Miedo?

—Sí, miedo. Ya les he dicho que los pitecántropos son muy peligrosos… Hasta ese momento, algunos factores me habían protegido; en particular, el hecho de que ellos no se arriesgan mientras no sea absolutamente necesario para su seguridad, Pável. Pero quedarme allí, no aceptar el irme a la Academia, hubiera sido una provocación abierta contra ellos.

Isanusi quebró el silencio que había seguido a las últimas palabras de Audo:

—Audo, no acabo de comprenderlo: ¿Por qué se empeña en parecer peor de lo que es?

El instructor se encogió de hombros.

—Si quieres tomarlo así… —Levantándose, caminó hacia donde estaba Thondup, y le quitó las sogas de la muñeca—. Ven; te ayudaré con la tienda. —Alzando los ojos, contempló las nubes que oscurecían el horizonte—. No tengo el menor deseo de mojarme esta noche.

* * *

Con expresión de disgusto, Gema sacudió su espesa cabellera.

—No sirve, Thondup; probemos con la veinticinco.

Dejando escapar un suspiro, el cibernetista cambió las conexiones de dos cables, e informó:

—Listo, Gema.

La fisióloga le habló al tablero:

—Escúchame, Isanusi; vamos a probar otra vez. ¿Estás dispuesto?

Brilló la luz roja, asintiendo.

—Muy bien… Vuelve a doblar la pierna izquierda. ¿Oíste bien? La izquierda. Sin contraer los gemelos, por favor.

Pasaron lentos los segundos… El tablero permaneció oscuro.

—¿Ya lo intentaste?

La luz roja se encendió, se apagó; Gema se dio vuelta hacia Thondup.

—Tampoco es esa; habrá que seguir.

Las mandíbulas del hombre se contrajeron visiblemente; no respondió.

—Solo una vez más, Thondup; tiene que ser la terminal veinticuatro… No puedo haberme equivocado tanto.

Las manos del cibernetista se introdujeron dentro de la selva de cables, y volvieron a cambiar dos de posición.

—Listo…

—Isanusi, ¿estás preparado?

Otra vez parpadeó la luz roja.

—Dobla la pierna izquierda…

En el borde inferior del tablero nació una luz amarillenta, y se disolvieron las arrugas en la frente de Gema. —Correcto… Puedes volver a estirar la pierna, Isanusi. Y la luz dorada se desvaneció.

* * *

Las puertas del ascensor se cerraron, ocultando las espaldas de Audo. Pável fue el primero en hablar:

—Pensar que ha pasado todo un año… y me sigue pareciendo que fue ayer cuando nos encontramos. Kay le oprimió cariñosamente la mano antes de disentir: —No, Pável; no lo has dicho bien… Apenas un año, y me parece que hemos estado juntos toda la vida.

Con expresión pensativa, Alix dijo:

—No sé si los sicosociólogos coincidirán conmigo, pero me parece que nos estamos convirtiendo en un grupo, como dice Audo.

Isanusi repitió:

—Audo… —Había algo en su voz que obligó a los demás a mirarlo—. No le envidio a ningún otro grupo su instructor.

Thondup asintió pausadamente.

—Vale mucho. Nunca nos ha mentido… en lo realmente importante, quise decir.

Sin apartar la mirada de los pinos al otro lodo de la pared transparente, Pável añadió:

—Creo que sin él nunca habríamos llegado a ser lo que somos…

—¿Y tú qué piensas. Gema?

Estremeciéndose, la aludida miró a Kay.

—¿Yo?… Que es bueno.

Y se estableció un silencio incómodo, hasta que Alix intervino:

—Muchachos, debemos buscar alguna forma de celebrar este primer aniversario…

* * *

Thondup contemplaba un punto del techo, abstraído. Comentó:

—Sí, recuerdo bien el primer aniversario del grupo… ¿Ya entonces Alix sabía que querías a Isanusi?

—Sí.

—¿Y Audo?

—¿Audo? No, él todavía no.

Thondup sonrió.

—El interesado es siempre el último en enterarse…

Se levantó de la cama y caminó despacio hacia el baño. Sin mirarlo, Gema replicó:

—No he sido exacta en lo que te dije. No se lo había dicho en forma directa a él, cierto; pero me parece que ya se había dado cuenta de algo.

Desde el baño llegó la respuesta de Thondup:

—No lo dudo. Sería el primer cosmogrupo que él formaba, pero ya antes había sido instructor; debía conocer bien esos inevitables enamoramientos de las educandas hacia el educador…

—Te equivocas al valorarlo así, Thondup. Eso era algo distinto, y él lo sabía; quizás no en el primer año… pero después, sí.

—¿Y en qué era distinto, si puede saberse?

—En que era verdadero amor.

—Gema… Todas dicen lo mismo.

Puedes dudar, si quieres; tú no sabes cómo fue.

Thondup salió del baño, secándose la cara. Había curiosidad en su voz:

—Cierto; no aparece nada en tus controles. ¿Cómo puede ser?

—Él los arregló.

Dejando la toalla a un lado, Thondup la miró con incredulidad:

—Eso es imposible; solo un especialista, y muy bueno, por cierto, podría hacerlo sin que se notara.

—Él lo era, Thondup. Fue jefe de una sección en el Instituto de Sugestología en Tokio.

—¿Y cómo pudo convertirse en un simple instructor? No, Gema. No puedo creerlo…

—Tienes la prueba a mano; mis controles.

Con movimientos cautelosos, Thondup se acostó en la cama.

—No deja de ser verdad… Pero no acabo de creerte; Gema. Sé que has querido, que quieres intensamente a Isanusi; y no veo cómo compatibilizar eso con la historia de tu amor con Audo.

—Thondup, los seres humanos son más complejos de lo que creen los sicosociólogos… Al menos, eso fue lo que me dijo Audo.

—¿Dijo eso?… —Miró reflexivamente a Gema—. Entonces es cierto que era un buen sicosociólogo…

Los párpados de Gema resbalaron cubriendo sus pupilas y dejó de escuchar.

* * *

La mano de Audo pasó por sus cabellos, y Gema abrió con lentitud sus ojos.

—Es muy tarde ya, Gema.

Con un movimiento impulsivo, la muchacha se abrazó fuertemente a Audo… Un minuto después, se separó. Recostada en la cama, lo miraba pensativa, y el hombre preguntó:

—¿Tengo algo en la cara?

Gema sonrió.

—Nada… —Alargando la mano, rozó suavemente los labios sonrientes de Audo. Continuó—: Es que no puedo explicarme cómo es posible que no te hayas casado antes… —Bajo sus dedos, Gema sintió endurecerse los labios del hombre. Asomó la curiosidad a sus ojos, y preguntó—: Entonces, ¿estás casado?

—Estuve.

—Perdóname, amor…

—Oh, no hay nada que perdonar… Es una historia vieja. Y tonta. ¿Te gustaría escucharla?

—Si realmente quieres, sí.

La mirada de Audo dejó el rostro de la muchacha y se perdió en el vacío.

—Es muy corta: Pensé que ella me quería, y me equivoqué.

Gema sacudió la cabeza, y sus cabellos se esparcieron en desorden sobre la cama.

—Has dicho demasiado. O muy poco.

—No te falta razón, querida. —Sentándose en la cama, Audo tanteó, buscando su ropa. Continuó—: En apariencia, me quería mucho… y yo le creí. Vivíamos felices, en nuestro nido de amor, como ella gustaba de llamarlo; comprando muebles, más muebles y adornos, muchos adornos… En los fines de semana, fiestas y más fiestas, con los otros miembros del Instituto; y largos paseos en nuestro levitador de dos plazas… Un buen día, me pregunté a quién quería realmente ella; a Audo o al jefe de sección.

Ya había terminado de vestirse. Caminó por la habitación, seguido por los atentos ojos de Gema.

—Es muy probable que todo haya sido una tontería, pero quise comprobarlo; dejé mi plaza en el Instituto, y me hice instructor en un pueblo perdido… para ser exactos, en mi pueblo natal.

—¿Y?

—Como podía esperarse, me dejó. Quería al jefe de sección.

—Audo, ¿valía la pena hacer eso… llegar a ese extremo?

El instructor la miró con detenimiento.

—Claro que valía la pena. Aunque solo fuera para conocerte a ti…

Gema sonrió.

—Ahora comprendo por qué odias tanto a los pitecántropos.

—Para eso, no hay nada como convivir con uno de ellos, creyéndolo una persona, hasta que un día… Anda, vístete; ya deben estar preguntándose donde estás metida.

Dócilmente, Gema se levantó y comenzó a vestirse. A mitad del proceso se detuvo, y preguntó:

—Audo, ¿no habrá llegado el momento de decirles… esto?

El hombre respiró profundamente.

—Temo que ese momento nunca llegará, Gema.

La muchacha lo miró con ojos muy abiertos.

—¿Qué quieres decir?

—Que tenemos que hablar; siéntate y escúchame.

Maquinalmente, Gema obedeció.

—He estado estudiando tu sicoperfil… Y de paso, el de los otros miembros del grupo. Y no puedo abrigar ninguna esperanza, Gema.

La muchacha murmuró:

—Nadie en el mundo puede borrarte de mi corazón… —Se estremeció, llena de temor. «¿Qué estás diciendo? Solo palabras, y palabras gastadas; así no, Gema». Logró controlarse, y continuó—: Te quiero, Audo. Te quiero a ti, solo a ti, y siento, estoy convencida de que no me equivoco…

—Ojalá fuera cierto lo que dices… Pero no puedo competir contra las computadoras, Gema: Ellas buscaron entre millones, y encontraron a Isanusi.

Gema sintió que su corazón dejaba de latir. Replicó:

—Isanusi es solo mi amigo; nada más.

—¿Seguro?

Gema bajó los ojos… Cuando volvió a levantarlos; ya la habitación estaba vacía.

* * *

Desde la oscuridad decreciente, llegó la voz de Thondup: —… entenderlo, Gema; ¿si él sabía que en realidad tú querías a Isanusi, por qué esa aventura contigo?

—Él me quería… Casi me atrevo a decir que todavía me quiere, Thondup.

—¿Y por qué eligió ese camino? Era el peor, el más doloroso para los dos. Debería no haberte hecho caso, o bien haber luchado por tu amor, no cederlo así, con tanta facilidad… Todo eso me parece muy poco serio, Gema.

La muchacha asintió.

—Así pensé al principio…

* * *

Había tocado suave, tímidamente en la puerta, y no obtuvo respuesta. Miró atrás, por encima del hombro; no había nadie.

Llamó en voz baja:

—Audo, abre; soy yo.

La puerta permaneció cerrada.

—Te he visto entrar, abre, debo hablarte…

Escuchó algo semejante a un rumor de pasos en el interior de la habitación, y levantó un tanto la voz:

—Audo… —Volvió a bajarla, hasta un susurro apremiante:

—Solo quiero hablar contigo un momento, un minuto; me iré en cuanto me lo digas…

La Gema del futuro se estremeció. «¿Qué es esto?». Desde el otro lado de la puerta, llegaba, en densas olas, dolor…

—Abre, Audo; por favor.

Se intensificó, hasta hacerse casi intolerable, la corriente emocional que fluía desde la habitación. «Duda… está dudando; ya no puede resistir más. Insiste, Gema, insiste». Pero la Gema del pasado no había insistido. Se había alejado, caminando muy despacio.

* * *

—Pero llegué a entenderlos. A él y a sus motivos; procedió bien.

—Te hizo sufrir, Gema.

—Muy poco; allí estaba Isanusi. —La muchacha miró la expresión del hombre, y movió la cabeza—. Todavía no lo ves, Thondup… Cualquiera, ¿entiendes? Cualquiera de ustedes tres, o Audo, que se hubiera encontrado con alguna de nosotras en el mundo normal, no hubiera tardado ni cinco minutos en darse cuenta que ella, o él eran únicos; y se hubieran aferrado desesperadamente el uno al otro. Tú y Kay, o yo y Pável… Cualquiera, ¿comprendes? Pero en la Academia nos reunieron a todos. Claro, los sicosociólogos conocían de antemano las combinaciones perfectas; Pável y Kay, tú y Alix, Isanusi y yo… Pero no nos dijeron nada. No querían influirnos, deseaban que nosotros solos llegáramos a la inevitable conclusión, sin que pareciera algo forzado, programado por ellos… En realidad, no fue necesario que nos dijeran nada. Contra eso no había forma de luchar, y Audo lo sabía.

—En ese caso, con no enamorarte…

—Fui yo quien lo enamoró, Thondup.

El hombre hizo una mueca en la oscuridad.

—Me está pareciendo que se limitó a aprovechar la ocasión.

—Lo estás prejuzgando; antes que yo, Kay se mostró muy interesada por él. Solo después de convencerse más bien de que él no le hacía el menor caso, se dirigió a Pável… No, Audo no era así. ¿O crees que en ese caso lo hubieran dejado entrar en la Academia?

—Entonces, ¿qué significa ese romance contigo?

—Significa que él no era una máquina, Thondup; me quería, y me dio lo que podía darme; un primer amor bello, hermoso, inolvidable… Le debo mucho; me enseñó que había algo más que cuerpo e instinto en las relaciones entre un hombre y una mujer.

—Si tú lo dices…

Esta vez, la mirada de Thondup estaba fija en el rostro de Gema; y pudo ver sus ojos vidriándose…

* * *

De pie frente al espejo, la boca torcida en un gesto de disgusto, Gema contemplaba su imagen. Desde la cama donde se había acostado, Alix preguntó, intrigada:

—¿Qué te miras?

Sin apartar la vista del espejo, Gema contestó:

—Me desagrada tanto mi apariencia física…

Los ojos de Alix se abrieron por completo. Gema continuó;

—Oh, sí, siempre me has dicho que soy la más bonita del grupo… ¿Bonita? Tengo la belleza de un animal joven y sano, nada más. —Colocando verticalmente la toalla sobre su vientre, ocultó la mitad inferior de su cuerpo hasta los tobillos—. Así, pasa: Aunque todavía… —Se acercó al espejo hasta que los duros, erguidos senos lo rozaron, y el vaho de su aliento se depositó sobre la fría superficie, condensándose, ocultando su cara tras un velo gris… Retrocedió, hasta hacer reaparecer los ojos claros; tras la mancha de humedad sus labios permanecieron ocultos. Sin soltar la toalla, movió los hombros estrechos, los delgados brazos, el fino y flexible torso, y comentó como para sí—: Sobraba también la boca. Lo que queda, está bien; todo normal, nada exagerado. —Irguió el busto—. También los pechos; ni grandes, ni pequeños… Pero lo demás —dando un paso de costado, dejó caer la toalla—. Lo echaba a perder todo, Alix; a la primera ojeada al conjunto, cualquier hombre descubre a la hembra expresamente diseñada para despertar el instinto sexual, y nada más… —Con el mentón apuntó al baño, desde donde llegaba el rumor de agua cayendo—. Si fuera como Kay… —Miró reflexivamente a la muchacha rubia sentada en la cama, y añadió—: O como tú; también tu cuerpo es un sostén, un apoyo, una vía de expresión de tu alma, y no un biorganismo que grita a todos que es muy adecuado para el coito… —Se volvió de espaldas al espejo—. Alix, me dan rabia las miradas de los hombres…

—Antes te gustaban.

—Antes no sabía… —Respirando pesadamente, se dejó caer en su cama. Repitió—: Antes no sabía muchas cosas… —Con expresión de desamparo, miró a la muchacha rubia—: Alix, tengo miedo de que Isanusi solo… —Tragó saliva—. Quiero que me quiera por mí, por ser Gema, y no solo por esto. —Deslizó las yemas de sus dedos por la tersa piel de los muslos—. ¿Comprendes?

Los codos apoyados en las rodillas, las manos sosteniendo la cara pensativa, Alix la observaba… Apuntó:

—Con Audo no tenías esas preocupaciones.

Gema se encogió de hombros.

—Eso era distinto.

La nariz de Alix se contrajo despectivamente.

—Entonces, no era nada serio.

Gema giró hacia Alix con viveza; pero se contuvo. En voz baja respondió:

—No te falta del todo la razón… Al menos, al principio. Pero después, no; Audo no me quería solo para eso. Es más; me hizo comprender que eso no era todo.

Levantándose, Alix caminó hasta la cama de Gema, y se sentó en la cabecera. Colocando una mano sobre el hombro de la muchacha desnuda, susurró:

—Entonces de cierta forma, él es el culpable de que te sientas así, por haberte enseñado qué es el amor… ¿O no?

Gema asintió. En silencio, las lágrimas corrían por su cara.

* * *

Había preocupación en el rostro de Thondup… Indagó:

—Gema, ¿cuántas veces te has inducido durante esta conversación?

Alzando una mano, la muchacha mostró tres dedos.

—¿Tres?

—Sí. —Respondió, en un susurro ronco.

La frente de Thondup se había cubierto de arrugas.

—Eso es peligroso, Gema. Muy peligroso. Es cierto que el condicionamiento te ha dado una resistencia superior a la normal, pero no es infinita. Prométeme que no te inducirás más de tres veces al día.

—Es… es que estoy obteniendo resultados, Thondup.

El hombre la miró sorprendido.

—¿Resultados? ¿De qué tipo?

—Logré captar un flujo emocional… procedía de Audo.

—¿Seguro?

—Seguro.

El sicosociólogo se mordió los labios, pensativo.

—Está bien… Pero comprende que con esa frecuencia te agotarás; que incluso puedes retroceder en lo ya obtenido, Gema.

—Comprendo.

El hombre acercó más su cara a la muchacha.

—Y, sobre todo, no te induzcas sin estar yo presente; es peligroso. Supongo que recordarás lo que me pasó, ¿no?

—Lo recuerdo.

—Entonces, duerme ahora. Me imagino que debes estar muy cansada.

—Y no te equivocas…

Gema cerró los ojos. Thondup esperó hasta que su respiración se hizo espaciada, profunda, y solo entonces cerró los suyos.

* * *

El crujido de las hierbas se fue acercando… Entre las ramas de los arbustos, asomó la cara sofocada de Thondup; miró, parpadeando, al claro lleno de luz, y sonrió al verlos. Dijo:

—Mira dónde estaban… —Salió al descubierto, venciendo la resistencia de las ramas que se aferraban a su ropa, a su piel—. Necesitaba verte, Isanusi. Apoyándose en un codo, el aludido se semincorporó, mirando interrogativamente al recién llegado, que se acercaba a paso rápido a los árboles debajo de los cuales estaban Gema e Isanusi. Se sentó junto a ellos, y declaró:

—Mi cíber está al borde de la locura… Y sigo sin entender las transiciones multidimensionales; ¿no podrías ayudarme?

Los ojos de Isanusi se entornaron.

—¿No has visto a Audo?

—¿A Audo? Claro… —Y Thondup se rascó la nuca, con aire de embarazo—. Lo vi, y se lo dije. Me miró muy serio… Bueno, tú te lo puedes imaginar: Y me preguntó si le había visto cara de ciberpedagogo.

Gema no pudo contener una sonrisa; Isanusi logró conservar la seriedad, aunque un ligero temblor agitó las comisuras de sus labios, y comentó:

—Creo que no le falta razón, Thondup; ya no estamos en la precósmica, recuérdalo.

—Oh, sí, eso lo sé bien. Pero de todas formas, no consigo entender esas transiciones…

Dejó la frase sin terminar, e Isanusi completó su pensamiento:

—Y quieres ver si mis explicaciones te ayudan, ¿no?

Thondup asintió vigorosamente.

—Está bien. Supongamos un espacio bidimensional homogéneo…

Thondup agitó las manos:

—Y transformémoslo en uno unidimensional… No, Isanusi; por allí no llegaremos a ningún lado. Ese ejemplo me lo sé ya de memoria, pero no me ha ayudado a comprender… Mis dificultades comienzan cuando las dimensiones se multiplican más allá de las corrientes.

—Ya veo… Tomemos entonces un espacio pentadimensional heterogéneo… —Interrumpiéndose, Isanusi miró a su espalda, y preguntó—: ¿A dónde vas, Gema?

Sin detenerse, la muchacha contestó:

—A dar un paseo, mientras le explicas a Thondup… Volveré luego

Isanusi la miró comprensivo, y asintió. Gema se introdujo entre los arbustos… «Lo siento; pero a mí me basta con mi cíber». Su mirada se deslizó entre las ramas, buscando algo. «Me parecía que Kay había venido en esta dirección. ¿Dónde se habrá metido?». Continuó caminando, entre la alta hierba que cubría de humedad sus piernas desnudas, y salió a otro claro; divisó en él la figura familiar, sentada en el suelo. «Está allí; pero, ¿qué hace?». Se le acercó despacio, observando la expresión concentrada del rostro de Kay, la mirada fija en algo que ella no podía ver… Tocándola en el hombro, preguntó:

—¿Qué estás mirando?

Los ojos de Kay parpadearon, ascendieron, y se fijaron en los suyos:

—Ah, eres tú… —murmuró, y volvió la vista a la dirección inicial—. Siéntate, y mira también; de pie no se puede ver.

Gema se sentó a su lado, y miró.

—Sigo sin ver nada, Kay.

—Ahora sopla el viento, y una rama está haciéndole sombra; espera… ¡Ahora!

Un rayo de luz se deslizó entre las sombras e hizo relucir en el aire el intrincado dibujo de una telaraña. Kay dijo apresuradamente:

—Ya casi está terminada; lástima que no hubieras venido antes…

Sobre los resplandecientes hilos corría una mancha oscura; detrás de ella, la red creció.

—Es grande, ¿no?

Apartando los ojos de la telaraña. Gema contempló a la muchacha sentada a su lado. Murmuró, pensativa:

—Como has cambiado, Kay…

La muchacha volvió hacia ella un mentón desafiante.

—¿Y qué? ¿Acaso estaba obligada a ser siempre la misma? Eso es muy aburrido… —Algo nuevo apareció en su mirada; con más suavidad, preguntó—: ¿Acaso tú misma no has cambiado?

Por toda respuesta, Gema suspiró. Volviéndose hacia el bosque, Kay prestó atención al rumor que se acercaba… Arrugando expresivamente la cara, comentó:

—Creo que por ahí viene uno que nada ha cambiado… Y me parece que nunca cambiará.

Por el lugar donde la araña tejía su tela, dos figuras irrumpieron en el claro, la de atrás casi pisándole los talones a la de adelante… Erik se detuvo, jadeante, frente a Kay, y se sacudió del hombro los restos de la telaraña. Un instante después, Pável estaba a su lado, hablando entrecortadamente:

—Me has vuelto a ganar… Debo entrenarme más…

Con aire ausente, Erik murmuró, dirigiéndose al aire: —Es muy tarde ya; Rex me debe estar buscando… Hasta la vista, muchachos.

Se alejó, a paso cansino. El ceño fruncido, Pável lo siguió con la mirada hasta que desapareció entre los pinos. Dijo entonces, intrigado:

—Creo que está disgustado… y no sé por qué.

Kay sacudió la cabeza con evidente irritación.

—Eres increíblemente ingenuo, Pável; ¿acaso crees que no se ha dado cuenta de que lo dejas ganar?

Con auténtica sorpresa, Pável se volvió hacia Kay:

—¿Cómo te has dado cuenta?

—Es algo demasiado obvio, Pável. ¿Por qué lo haces?

—No veo que sea nada malo, Alix; a él le gusta ser el primero en llegar. ¿Por qué negarle ese gusto?

—¿Y a ti no te importa ser el último?

—¿Corriendo? ¿Qué significa eso? —Buscando apoyo, Pável se dirigió a Gema—: Simplemente, me agrada correr; pero no creo que sea algo tan importante llegar antes o después… ¿No crees, Gema?

Alzando indignada las manos al cielo, Kay se volvió a su vez hacia Gema:

—¿Lo ves? Nunca, nunca cambiará… —De pronto, asió por las muñecas a Pável, y tiró de él, violentamente; tomado por sorpresa, el muchacho cayó de rodillas, casi encima de Kay; ella lo besó rápidamente en la mejilla, y retrocedió. Pável se quedó mirándola, totalmente desconcertado. Protestó:

—Gema, ¿acaso tú la puedes entender? Te regaña; casi te insulta, y de pronto… —Ágil, acercó su rostro al de Kay y devolvió el beso, sin que la muchacha tuviera tiempo de impedirlo. Sonriendo, concluyó—: Quién la comprende?

Abrazándolo por la cintura, Kay contestó, los ojos brillantes:

—¿De qué te quejas? ¿Acaso te hace falta comprenderme? ¿No te basta con…? —Se cortó, sin terminar la frase, y miró a Gema. Con deliberada lentitud, esta se levantó, murmurando:

—Está bien, está bien… Todavía soy capaz de comprender cuando sobro en algún lugar.

Ruborizada, Kay inició un gesto negativo, pero su mirada tropezó con la de Pável, y no lo completó. Tratando de disimular su confusión, preguntó:

—¿Y dónde está Isanusi?

Con el pulgar, Gema apuntó hacia un lugar indeterminado a sus espaldas:

—Por allá… Explicándole a Thondup las transformaciones.

Pável y Kay se miraron y rompieron a reír. Gema los miró, sorprendida, sin comprender… Pável recobró el primero la seriedad suficiente para explicar: —Me está pareciendo que somos dos los que no servimos para analistas; a mí tampoco se me dan las transformaciones, Gema.

Kay intervino, burlona:

—Un terrible golpe a la tan cacareada superioridad masculina; las muchachas transforman de abajo hasta arriba, y dos de tres varones se quedan en el aire.

Sin animosidad, Pável replicó:

—Pero el que las entiende, puede darles vuelta y media a las muchachas; Isanusi justifica plenamente su nombre, Kay.

Gema preguntó:

—¿Qué nombre? No lo conozco…

Pável y Kay sonrieron. La muchacha aclaró:

—Se trata de su propio nombre: Isanusi; Audo nos explicó que en el antiguo idioma del que procede, significa «el vidente» o «el que más ve».

Con visible duda, Gema aceptó la explicación. Replicó:

—Pero, entonces él debería saberlo…

Kay hizo un gesto de asentimiento.

—Seguro que lo sabe; pero es demasiado modesto, Gema.

—Quizás… —Tras dar media vuelta, Gema caminó de regreso al bosque. Se detuvo y añadió, por encima del hombro—: De todas formas, será mejor que vaya a preguntárselo; sigo totalmente convencida de que sobro aquí.

Quebrando ramas, desprendiendo hojas. Gema se adentró entre los arbustos. Algo, no muy lejos, levantó el vuelo, con demasiada rapidez para que pudiera identificarlo…

* * *

Divertido, Thondup sonreía. Comentó:

—Después de todo, tuve que volver con mi cíber; Isanusi no pudo realizar el milagro… y no era necesario que los seis fuéramos analistas; con ustedes cuatro alcanzaba.

—Sí, alcanzaba.

—Y eso de que habíamos cambiado… era muy cierto

—Mucho.

Thondup la miró con atención.

—¿No tienes ganas de hablar?

—No.

—¿Por qué? ¿Algún flujo mental desagradable?

—No, eso no… Algo peor: ninguno.

Comprensiva, la mano de Thondup se posó en el hombro de Gema.

—Eso no tiene por qué preocuparte; la carga emotiva no es la misma siempre, ni la receptividad… Ya volverás a captar; más tarde o más temprano.

—Espero que sí…

* * *

Descontenta, Gema frunció el ceño.

Isanusi, olvida que alguna vez tuviste cuerdas vocales… —Bajó la voz hasta un tono casi normal—: Movimientos de la lengua, y posiciones de los labios; eso es lo que debes reproducir, con la máxima exactitud… —se interrumpió, recordando, y rectificó—: bueno, quizás no con toda exactitud; tal vez no consigas una correspondencia perfecta… Prueba otra voz.

Del tablero salió un murmullo inarticulado:

—A-a-a-a-a-a-…

Gema asintió, con visible satisfacción.

—Esa «A» está mucho mejor. —Lanzó una ojeada a las cambiantes cifras de la pared, y su entrecejo se frunció—. Se acaba mi hora de trabajo; debo dejarte. Pero aprovecha estas tres horas para ejercitarte; solo con una práctica constante podrás obtener resultados, querido… Hablar no es tan fácil como parece.

Apoyándose con fuerza en los brazos del asiento, se incorporó. Caminó hacia la puerta, el paso ligeramente inseguro… Antes de llegar a ella, el tablero volvió a emitir sonidos:

—A-a-a-doz…

—¿Me dijiste adiós?

La luz roja respondió afirmativamente. Gema sonrió:

—Muchas gracias, Isanusi…

Salió de la cabina de control. Cruzó el laboratorio central, se adentró por el pasillo débilmente iluminado, caminando con deliberada lentitud… Abrió la puerta del camarote; desde la cama Thondup la saludó:

—Te demoraste, Gema.

La muchacha caminó, desvistiéndose, hasta el lecho. Se excusó:

Perdona, me dejé absorber por el trabajo… Isanusi está progresando rápido; quizás mañana pueda hablar de una forma comprensible. —Se tendió en la cama, relajando el cansado cuerpo, y preguntó—: ¿Thondup, por qué no se habló sobre eso en la Academia?

El hombre la miró, sin comprender.

—¿Sobre qué?

—Sobre la telepatía emocional, o como se llame. Aunque el experimento que hicieron los gemelólogos haya fracasado, la idea teórica debió llamar la atención de los sicosociólogos de la Academia: es una nueva vía, muy prometedora, para reforzar la interrelación de los integrantes de un grupo…

La publicación de los resultados del experimento con los gemelos llegó poco antes de nuestra partida, Gema; la vi por pura casualidad… Además, dudo que los sicosociólogos de allá estén interesados en hipertrofiar la interdependencia afectiva entre los miembros de los grupos; ya su sensibilidad ante las pérdidas es demasiado grande.

Gema movió la cabeza de un lado a otro, mostrando desacuerdo.

—Tu razonamiento es inconsecuente, Thondup. La comunicación plena emocional aumentaría precisamente la resistencia ante las pérdidas; las unidades autónomas preservarían los muertos para los sobrevivientes… Aparte, no creo que sirva solo como un medio de protección ante posibles bajas; pienso que la percepción de los flujos emocionales no sería más que un primer paso hacia algo cualitativamente distinto… Los grupos pueden ser más de lo que son, Thondup.

El labio inferior del hombre se había ido abultando progresivamente… Respondió, lacónico:

—No es el momento adecuado para especular, Gema. El brillo de los ojos de la muchacha se apagó. Suspirando, asintió.

—Tienes razón, Thondup… —Su voz adquirió abruptamente un tono metálico—: Voy a eidetizarme; presta atención.

* * *

La escotilla se abrió silenciosamente, dejando pasar a Alix. Sus manos temblaban… Vio a Gema, y su rostro mostró asombro y temor por un instante. Se recuperó. Corrió hasta ella y la abrazó, rompiendo a llorar… Tranquilizadora, Gema le habló:

—No ha ocurrido nada, Alix; mira, aquí estamos todos…

La muchacha rubia alzó unos ojos anegados en lágrimas y musitó:

habías muerto, Gema… Tú e Isanusi; los dos por mi culpa…

Y ocultó su rostro en el pecho de Gema. Visiblemente irritado, Thondup se dirigió a Audo:

—Audo, ¿es necesario atormentarla así?

El instructor lo miró fríamente.

—¿Acaso prefieres que cometa esos errores en la realidad?

Thondup se humedeció los labios antes de replicar:

—Simplemente me parece exagerado ese verismo, Audo: ¿Por qué no aplican una simulación menos profunda? Que podamos darnos cuenta de que no es verdad lo que está ocurriendo.

La cabeza de Audo se movió, negando.

—Lo única manera de no repetir dos veces un error es experimentando sus consecuencias en todo su peso…

Alix se había repuesto lo suficiente para intervenir, conciliadora:

—Audo tiene razón, Thondup; prefiero que esto me ocurra en el sicosimulador, y no en la realidad. Si fuera verdad, no podría soportarlo, no…

Audo preguntó:

—¿A quién le toca ahora?

Gema dio un paso adelante.

—A mí.

* * *

Las sombras se diluyeron, se concentraron en finas líneas: el rostro de Thondup.

—Thondup, he vuelto a conseguirlo…

—¿Otro flujo emocional? —Gema hizo un gesto afirmativo, y Thondup continuó interrogando—: ¿De quién?

—De Alix.

Parpadeando, el hombre calló por un momento… Preguntó:,

—¿Cuándo?

—Poco después de que empezamos a entrenarnos en sicosimuladores.

—Precisa más, Gema.

—Seguro lo recuerdas; fue cuando Alix nos mató a Isanusi y a mí por primera vez.

El rostro de Thondup había adquirido una expresión abstraída.

—Ya recuerdo… Protesté bastante en esa ocasión, ¿no? —Sonrió fugazmente—. Después de todo, nos fueron útiles esas sesiones de entrenamiento. Sabes, al principio, después de chocar con el siderolito, pensaba que estaba en el sicosimulador… —Su rostro se oscureció—. Tardé en darme cuenta de que se prolongaba demasiado, que esta vez era real… Bueno, más vale no revivir los malos momentos. —Miró la hora en la pared—. Ya me toca el sicoestabilizador… —Volviéndose sobre el costado, tocó un punto de la pared. Introdujo la mano en la cavidad que se había abierto, y extrajo una cápsula. Entrecerrando los ojos, examinó el interior de la gaveta… Anunció—: Quedan pocas, Gema. —Con la mano pasó rápidamente las cápsulas al extremo opuesto de la cavidad, contándolas una a una. Dándose vuelta, miró a la muchacha—. Apenas alcanzan para tres días más.

* * *

El bote osciló peligrosamente… Pável tornó su rostro enojado hacia Kay:

—No te muevas; nos vas a hacer volcar.

Terminando de sacarse la ropa por encima de la cabeza, Kay explicó:

—No pensarás que me voy a quedar quieta como una estatua, sufriendo este sol, con tanta agua alrededor…

Apoyó un pie en el borde de la embarcación, tomando impulso, y se lanzó de cabeza a las grises aguas de la laguna. Isanusi y Gema tuvieron que inclinarse rápidamente hacia el costado opuesto del barco para evitar el naufragio; la embarcación se balanceó, cada vez con menos fuerza, hasta volver a la calma… A cortas avanzadas Kay se acercó, sonriendo.

—Brr, qué fría está… ¿No se deciden a probarla?

Chapoteó, salpicándolos. Isanusi y Gema cruzaron una mirada, y empezaron a desvestirse a su vez… Pável protestó:

—¿Qué piensan hacer? No debemos dejar solo el bote, Isanusi.

Con cuidado, Isanusi se puso de pie. Oteó el cielo vacío de nubes… Replicó:

—No hay peligro de tormenta, Pável. —Y depositó su ropa debajo del banco.

Con aspecto irresoluto, Pável pasaba la mirada de Kay a los que todavía estaban en el bote… Isanusi ya había colocado el pie sobre la borda, preparándose para saltar; Gema se había colocado al lado opuesto, dispuesta a servir de contrapeso. Pável suspiró:

—Oh, está bien… —Y sus manos buscaron los cierres magnéticos sobre el pecho.

* * *

—Nada esta vez, Thondup.

El hombre chasqueó la lengua, comprensivo.

—No puedes aspirar a conseguirlo siempre; recuerda que trabajamos un campo inexplorado, Gema.

Sin responderle, la muchacha se volteó sobre la cama, y quedó de espaldas a él.

* * *

Isanusi entrecerró un ojo y la miró detenidamente… De pronto se volvió, e introdujo las manos en la arcilla con decisión, murmurando:

—Creo que esta vez lo tengo…

De la mesa tomó una espátula fina y comenzó a trabajar; las líneas se iban precisando… De puntillas, Gema caminó hasta el atareado escultor y miró por encima de su hombro. Isanusi volvió la cabeza:

—¿Qué haces?

Gema le dedicó una cálida sonrisa.

—Mirar lo que estás haciendo, querido. ¿Te quedará bien?

Isanusi resopló, enfadado.

—Ahora será difícil… No debiste moverte, Gema.

—¿Y hasta cuándo me ibas a tener en esa posición? Me duelen todos los músculos…

Mimosa, besó a Isanusi tras la oreja; con toda deliberación, apoyó el pecho sobre su espalda, y la espátula osciló entre las manos del escultor improvisado.

—¿No piensas dejarme terminar?

Gema sopló con suavidad sobre la nuca de Isanusi, y rio quedamente.

—¿Qué te pasa ahora?

La muchacha le susurró al oído:

—Se te ha puesto la piel de gallina…

Isanusi alzó los ojos al blanco techo, suspirando.

—Jamás la terminaré, Gema.

La muchacha tomó de sus manos la espátula y la puso sobre la mesa; Isanusi se dio vuelta hacia ella, intentando mantener la severidad de su mirada.

—¿Qué significa esto?

Gema lo miró cariñosamente.

—No sé por qué te preocupas tanto por la copia, si tienes el original a tu disposición… —Sentándose sobre sus rodillas, deslizó los brazos en torno a su cuello, susurrando:

—¿No comprendes que tengo mucho frío así, sin ropa?

Los ojos de Isanusi se abrieron mucho, con expresión sorprendida:

—Perdone mi distracción, madame.

Y pasó los brazos alrededor de su cintura.

* * *

—¿Y bien?

La respiración de Gema era trabajosa. No respondió a la pregunta… Thondup insistió:

—¿Lograste captar otro flujo emocional? ¿De quién?

Gema lo miró fijamente.

—Thondup, debo pedirte un favor

—¿Cuál?

—Ve al camarote que teníamos Isanusi y yo. En el armario, sobre la cama, encontrarás una estatuilla de barro cocido. Tráemela.

Arrastrando los pies, Thondup se dirigió a la puerta.

* * *

—¿Es esta?

Los ojos de Gema se abrieron y miraron. Alargando las manos, pidió:

—Esa; dámela.

Thondup se la entregó. Con sumo cuidado, Gema la depositó sobre la cama, y la contempló largamente… El hombre carraspeó:

—¿Me podrías decir ahora qué episodio reviviste?

—Tú no lo conoces: Fue cuando Isanusi estaba haciendo esto…

Pasó con delicadeza la mano por la dorada estatua, murmurando:

—Ya no me parezco en nada, ¿verdad, Thondup?

La mirada del hombre recorrió el escuálido cuerpo sobre la cama antes de responder, con aire de duda:

—El cuerpo, no… pero todavía se puede reconocer la cara. Claro, ahora los rasgos son más afilados, pero…

—Está bien, Thondup.

Gema examinaba ahora con la mirada la concavidad de su vientre. Alzó una mano y la colocó sobre las costillas inferiores; sobre ellas se deslizaron las yemas de los dedos, descendiendo hasta el aplanado flanco, ascendiendo por la prominente cresta ilíaca, siguiendo el contorno de la pelvis hasta el pubis; regresaron por el otro lado, hasta llegar al esternón… Dejó caer la mano sobre la cama. Comentó:

—Ni una gota de grasa ya. —Levantando los antebrazos, los contempló atentamente—. Y los músculos están degenerándose, autoconsumiéndose… —Pasó una mirada crítica por la figura del hombre sentado en la cama, y dijo—: Tú no estás mejor, Thondup: Hemos perdido el equilibrio fisiológico, sale más de lo que entra… Evidentemente, nuestros intestinos han perdido su poder de asimilación. No queda otro remedio, tendremos que pasar a la alimentación intravenosa…

* * *

Pável se quitó el videolector de los ojos, y lo guardó, rezongando:

—No sé por qué me has recomendado que lo leyera, Audo; no me gusta nada.

Alix volvió la cabeza hacía él.

—¿Qué estabas leyendo, Pável?

—Las memorias de Annoyán.

Audo había terminado de rellenar su pipa. Encendiéndola, aspiró el humo con visible satisfacción … Indagó:

—¿Y qué es lo que no te gusta de ellas, Pável?

El muchacho se encogió de hombros, dudando.

—No sé… Quizás sea la forma que tiene de comportarse en los momentos difíciles. Claro, no dejo de reconocer que eran realmente difíciles, y que procedió bien la mayoría de las veces; pero esa manera de reaccionar me parece demasiado chillona… —Movió las manos, sin encontrar las palabras adecuadas—. No sé explicarme; pero creo que es una forma demasiado exagerada de actuar.

Desde el extremo opuesto de la sala, Isanusi intervino:

—Sé lo que quieres decir; también leí el libro… —Miró a Audo—. Comparto la opinión de Pável; para dar un símil exacto, yo pondría el ejemplo de un hombre que gritara lleno de entusiasmo: «¡Respiro! ¡Respiro!». —Movió la cabeza—. En mi opinión, es innecesario tanto ruido para hacer lo que se debe.

Pável se dio vuelta hacia Isanusi, entusiasmado.

—Exacto; esa fue mi impresión. —Miró a Audo—. ¿Por qué tenía que proceder así? No niego que lo hacía correctamente… al menos, la mayoría de las veces.

Gema murmuró, ensimismada:

—Yo lo veo tan primitivo… Así harían las tribus de hombres primitivos, saltando y gritando alrededor de la hoguera, para transmitirse mutuamente el estado de ánimo que desean alcanzar.

Isanusi hizo un ademán aprobatorio:

—Creo que has dado en el clavo, Gema; el carácter primitivo, cuasi ancestral… Sus acciones no dependen de una convicción profunda, verdadera, sino de raptos emocionales, instintivos, provocados, avivados deliberadamente…

Thondup hizo una mueca de disgusto:

—Jamás procedería así, Isanusi.

Los ojos vivaces de Audo se clavaron en él:

—¿Seguro, Thondup?

El muchacho sonrió.

—Hasta donde pueda alguien sentirse razonablemente seguro…

Kay los contemplaba en silencio, el mentón apoyado sobre una mano. Audo se dirigió a ella:

—¿Y tú que dices?

La muchacha lo miró astutamente.

—¿Yo? No digo nada: Solo me pregunto por qué usted ha recomendado a todo el grupo que lea esas memorias…

Sin responder, Audo se concentró en su pipa. Los ojos brillantes, Isanusi dijo:

—Me estoy imaginando el motivo, Kay.

La pipa se apartó de los labios de Audo:

—¿Eso crees?

—Eso creo.

—Pues dilo entonces…

Y la pipa volvió a su lugar. Volviéndose hacia el resto del grupo, Isanusi empezó.

—Había una vez un instructor que se preocupaba mucho de su grupo… Le parecía frío, poco entusiasta. Eso lo hacía sentirse incómodo, muy incómodo: ¿Cómo estar seguro de que serían capaces de afrontar situaciones difíciles? Haría falta que fueran capaces de entusiasmarse, encenderse en esa llama que vence cualquier obstáculo… ¿Qué hacer, cómo conseguirlo?

Paseó una mirada interrogadora por los rostros atentos, y continuó:

—El instructor pensó que sería bueno alimentarlos con ejemplos del pasado, de cómo nuestros antepasados supieron crecerse ante dificultades aparentemente invencibles, y doblegarlas a su voluntad: Sí, no faltan tales ejemplos en la Historia… —Lanzó una ojeada de soslayo a Audo—. Así lo hizo; pero la reacción de sus muchachos lo sorprendió. En verdad, admiraban a los héroes que se forjaron en esas luchas, pero para su asombro, no les seducía a veces su forma de proceder… —Isanusi hizo girar su asiento hasta quedar frente a Audo—. Mejor dejamos la fábula, y hablamos con seriedad. Audo, quizás no seamos tan expresivos, tan emotivos como Annoyán; pero creo que eso no será obstáculo para que sepamos afrontar las dificultades que nos toquen. —Miró atrás—. ¿Qué dicen ustedes?

Removiéndose en el asiento, Thondup murmuró:

—En realidad, creo que si se está verdaderamente convencido de algo, no es necesario estar proclamándolo a grito pelado para demostrarlo.

Alix lo secundó:

—A mí tampoco me convencen esas exaltaciones febriles, Audo; pueden actuar en cualquier sentido, tanto positivo como negativo.

Pável se inclinó hacia adelante en el asiento, agregando:

—Claro, esto no quiere decir que menospreciemos el pasado, a los hombres que vivieron en él; ellos actuaron de acuerdo a sus posibilidades, a la forma de ser en su época… Lo verdaderamente importante es que hicieron lo que debían; no creo que pueda pedírseles más.

—Pero nosotros tenemos nuestra propia forma de ser; y no creo que sea peor, Audo —resumió Kay.

La pipa volvió a dejar la boca del instructor:

—¿Qué dices tú, Gema?

La aludida alzó las cejas.

—Deben perdonarme, pero, para serles sincera, no veo motivo para estar hablando sobre esto. Preferiría esperar a que llegara esa situación difícil; en ese momento veríamos de qué somos capaces en realidad. Todo lo que digamos ahora es… —Titubeó, buscando un término adecuado—: innecesario.

Audo rio sonora, prolongadamente… Secándose las lágrimas, barbotó:

—Excúsenme, muchachos; pero es que Gema los ha dejado a todos detrás con ese análisis tan frío, tan terriblemente concreto…

Ruborizándose, Gema bajó los ojos, y de inmediato Audo recobró la seriedad:

—No tienes de qué avergonzarte, Gema. Es muy cierto lo que has dicho; de cierta forma, estamos nadando fuera del agua…

Volviéndose hacia Isanusi, continuó: —Y tú no andabas muy descaminado con tu fábula… —Sonrió—. Deben perdonarme; es la vejez; empiezo a chochear.

Fingiendo estar acongojada, Kay le respondió:

—Oh, no creo que tengamos remedio ya, Audo; te recomendaría que hablaras con Rex. Su grupo es lo bastante ruidoso como para complacerte; podrías cambiarnos… —Levantando una mano, se secó una lágrima imaginaria y gimoteó—: Aunque te extrañaríamos mucho…

Pável le advirtió con severidad:

—Esa broma está fuera de lugar, Kay. —Se dirigió al instructor—: Audo, lo que me desconcierta es que usted mismo no es tan… expresivo, por así decirlo; no veo por qué nosotros deberíamos serlo.

El instructor asintió:

—Cierto, Pável. Por lo que veo, me he lanzado de cabeza contra una de las “fundamentales” del grupo… Ese es uno de los peligros del trabajo de instructor; a veces me preocupo innecesariamente, como la gallina que ha empollado una bandada de patitos, en el momento que se lanzan al agua…

Hubo sonrisas.

—Audo, ¿y cómo es que usted no se hizo cosmonauta? —indagó Thondup con curiosidad.

El instructor vació cuidadosamente la cazoleta de la pipa en el cenicero, y la guardó.

—Nací demasiado temprano, Thondup; cuando en mi tierra natal se abrió la primera precósmica, ya había cumplido veinte años… Pero todavía, todavía no he perdido las esperanzas de ir al Cosmos. —Sonriendo, miró los rostros sorprendidos a su alrededor—. Sí, no se asombren: Creo que cuando ustedes vayan allá arriba, se llevarán algo de mí… Y esa es la única forma de satisfacer mi deseo, me parece.

* * *

Gema hizo un leve gesto de asentimiento.

—Sí, capté flujos emocionales. Pero temo no haberlos asimilado muy bien, Thondup; estábamos todos juntos, era difícil precisar de quiénes provenían… En realidad, me pareció captar algo nuevo; por encima de las variaciones individuales, había una nota común.

Es lógico, Gema; ya para aquel entonces el grupo se había consolidado. —Thondup miró el fino tubo que terminaba en la vena de su antebrazo—. Se está acabando… ¿Cómo me lo quito?

Espera, te enseñaré.

Gema se acercó al hombre acostado, y manipuló la unión entre el tubo y el brazo; el transparente conducto se separó, dejando la aguja clavada en la carne.

—Ya está.

Thondup miró la extremidad roma de la aguja, sobresaliendo de su piel.

—¿Y no vas a quitarme esto?

No, no quiero correr el riesgo de una hemorragia.

El hombre movió cautelosamente el brazo.

—¿No me molestará para trabajar?

—Claro que no; no afecta ningún músculo. —Arremangándose el mono, Gema mostró su antebrazo—. ¿Ves? Yo también la conservo puesta. No molesta en lo absoluto.

Thondup se bajó con precaución la manga… Se levantó del módulo:

—Voy a ver a Isanusi, tengo que preguntarle…

—No vayas.

Thondup la miró sorprendido.

—¿Por qué?

—Todavía no puede hablar contigo. Espera mejor a mañana.

—¿Pero tú no me dijiste que ya hablaba con claridad?

Con movimientos un tanto bruscos, Gema terminó de guardar el tranfusor.

—Sí… pero pocas palabras, y todavía no… —Miró directamente a Thondup—. Hazme un favor; espera a mañana.

—Si tú lo quieres…

—Lo quiero.

* * *

Gema se reclinó en su asiento, cansada pero satisfecha.

—Estamos progresando, Isanusi. —Miró las cifras fosforescentes de la pared—. Todavía nos queda un poco de tiempo; podemos hablar. —Hizo una pausa. Sus manos se movían inquietas, sin hallar un sitio adecuado para reposar—. Quería preguntarte… —Volvió a callar. Tras inspirar profundamente, se decidió—: ¿Has conseguido captar algo durante tus eiditizaciones?

—S-sí.

El rostro de Gema resplandeció.

—¿Sí? Yo también… —Se inclinó sobre el tablero, y continuó en un murmullo muy bajo—: Quería decirte también… que en ocasiones, en ciertas ocasiones, he logrado captar lo que tú sentías. —Tomó aliento—: ¿Y tú… tú has percibido algo de lo que yo…? —Dejó inconclusa la pregunta, y esperó, conteniendo la respiración.

—S-sí.

El color afluyó a las mejillas de Gema. Sonriendo, acarició el borde del tablero con la mano, muy suavemente…

Sus ojos miraron inquietos el reloj, y se arrugó su frente:

—Ya se nos acabó el tiempo, Isanusi; debo marcharme.

Mientras se incorporaba trabajosamente del asiento, el tablero silabeó con toda claridad:

—Has-ta pron-to -Ge-ma.

—Hasta pronto, querido.

* * *

Erik entornó un ojo, levantando la ceja del otro:

—¿Cuatro analistas? ¿En un grupo de solo seis miembros? Demasiados…

Con un leve encogimiento de hombros, Isanusi repuso:

—Depende para lo que sea… Esa composición se usa mucho para las exploraciones.

Erik sonreía, irónico.

—¿Exploraciones? Me temo que ha llegado un tiempo malo para ellas, Isanusi. —A través de la pared de cristal, apuntó a las estrellas—: Ya están terminando de explorar las lunas de Júpiter… Para cuando llegue nuestro turno, estaremos en el bache entre Júpiter y Saturno, sin ningún Cinturón de Asteroides como compensación; de aquí a que haya naves capaces de saltar ese abismo, pasarán bastantes años. No, ahora viene el período de consolidación de lo alcanzado. Se necesitarán grupos, muchos grupos para la Ciudad Orbital, para las bases de investigación de los asteroides y Júpiter, para la adaptación de Venus y Marte, para la ampliación de los complejos minero-energéticos de la Luna; pero no para exploraciones. Todas esas tareas exigen especialistas; planetólogos, exploradores, cibernetistas, investigadores de alto nivel… no analistas.

Desde el diván, Tania intervino, conciliadora:

—Esos no son términos incompatibles, Erik; si es necesario, un analista puede especializarse en algún campo… Además, está la segunda profesión, no la olvides.

Desdeñosamente, Erik rechazó el argumento:

—Todos tenemos una segunda profesión, Tania; el problema radica en la misma formación, en el enfoque general que caracteriza al analista… Quiéralo o no, no puede profundizar tanto como un especialista.

—Pero ellos desempeñan un papel importante en los equipos interdisciplinarios, Erik. —Tania miró como pidiendo excusas a Isanusi y Gema antes de continuar—: Siempre son necesarios…

—Oh, claro. Pero ¿en qué proporción? Dos, máximo tres, en un grupo de ocho, o diez miembros. —Erik contemplaba con disgusto a Tania—. No sé por qué los defiendes tanto; después de todo, tú tampoco eres analista.

Los ojos de Tania centellearon.

Yo no, ni ; pero ellos, .

Por sobre el hombro, Erik miró a Gema e Isanusi.

—Sí, eso lo sé. Ellos podían haber dicho perfectamente lo que tú dijiste; pero has tomado su representación y no los dejaste participar en la conversación.

Exasperada, Tania replicó:

—Erik, deberías darte cuenta de que por una simple cuestión de tacto, de cortesía, no tenías que expresar semejantes opiniones.

—¿Por qué? Tania, hace años que los conocemos… No creo haberlos ofendido, o molestado, si es eso lo que te preocupa: Tú sabes que siempre nos ha gustado discutir.

Gema se apresuró a intervenir, adelantándose a la réplica de Tania:

—Es verdad lo que dice, Taniusha; no nos sentimos ofendidos en lo más mínimo, de verdad. —Miró a Isanusi, suplicante—. ¿No es cierto?

Isanusi respondió, sonriendo:

—Absolutamente cierto.

La puerta de una habitación se abrió, dando paso a Pável y Kay.

—Disculpen la demora, pero a Kay se le ocurrió cambiarse de vestido a última hora… —Pável examinó las caras de Gema e Isanusi. Prosiguió con tono de preocupación—: Espero que no se hayan aburrido…

—En lo más mínimo, Pável; estuvimos conversando —lo tranquilizó Isanusi, sin dejar de sonreír.

* * *

Gema miró con curiosidad la extraña armazón.

—¿Y eso, Thondup?

El cibernetista tocó la placa de controles, y los dos transportadores se levantaron, zumbando levemente, unidos por la barra metálica.

—Para poder movernos por la nave sin fatigarnos tanto, Gema. —Caminó despacio, hasta colocarse entre los dos transportadores. Pasó los brazos sobre la barra, y las manos quedaron sobre los controles—. ¿Ves? —Oprimió un botón, y los transportadores avanzaron, ronroneando monocordes; sostenido entre ellos, Thondup caminó con apreciable rapidez—. Ya que dices que no se puede reducir más la gravedad… —Se detuvo, mientras tocaba otro botón.

Gema movió negativamente la cabeza.

—No, Thondup, no es recomendable menos de 0,4 G en nuestro estado.

—Entonces, usemos esto. —Palmeó la opaca superficie del transportador, y la miró—: ¿Te preparo el tuyo?

—Está bien…

* * *

La arena quemaba ya: Volviéndose sobre la espalda, Gema examinó con la mirada los alrededores, buscando alguna sombra… Sus ojos encontraron las cercanas palmeras.

—Isanusi, ¿vamos allá?

El aludido levantó la cabeza:

—¿Adonde?

Levantando el brazo. Gema apuntó:

—Allá, bajo las palmeras.

Haciéndose sombra en la cara con la mano, Isanusi observó la altura del sol sobre el horizonte.

—Ya es tarde. Gema. Será mejor darnos el último chapuzón en el lago para quitarnos la arena…

Isanusi se había interrumpido de una forma extraña. Alzando los ojos, Gema miró su expresión concentrada, buscando algo que estaba detrás de ellos. De forma automática, preguntó:

—¿Qué estás mirando? —Y sin esperar la respuesta, se volvió a su vez, y miró. Le costó trabajo enfocar la mirada, deslumbraba por el brillo de la arena bajo el sol. Isanusi respondió a su pregunta:

—Alguien viene hacia acá… Y muy apurado, por cierto.

Entrecerrando los párpados, Gema logró ver la figura que se movía hacia ellos. Comentó:

—Parece ser… No; es Thondup. —Giró la cabeza hacia Isanusi—. ¿Qué pasará?

Los hombros de Isanusi se alzaron ligeramente.

—No sé… Mejor vamos a su encuentro, Gema. Caminaron por la delgada franja arenosa que rodeaba el lago… Thondup se había dejado caer en el suelo, y esperó sentado, jadeando, a que ellos llegaran hasta él. Los saludó agitando la mano, sin sonreír, y dijo entrecortadamente:

—La expedición… Ganímedes no responde…

El Paseo de los Pioneros estaba cubierto por una densa masa humana hablando, caminando, alzando inútiles miradas al cielo claro, sin una nube… Lograron abrirse paso hasta donde el resto del grupo rodeaba a Audo. Isanusi preguntó:

—¿Qué sabe de cierto, Audo?

El instructor lo miró con aire de preocupación.

—No mucho… Debían comunicarse hoy, a las doce horas; todavía están intentando establecer contacto con ellos…

—¿No han pedido información a las bases del Cinturón? Quizás hayan podido captar algo…

—Ya se ha hablado con ellas; no saben nada. Silenciosamente, Gema empezó a llorar. Isanusi le colocó un brazo sobre los hombros.

—Gema, todavía no se sabe nada concreto; puede no ser más que una rotura del transmisor…

Gema asintió, y continuó sollozando… Oyó como si proviniera desde muy lejos, la seca voz de Audo:

—Terminado el tiempo de descanso; a trabajar, muchachos.

* * *

—Dime qué ves, Isanusi.

El tablero demoró en contestar.

—Estrellas… También el sol. Es extraño; no me molesta su brillo, Gema.

—Incorporé un regulador de intensidad luminosa a tus nervios ópticos; me alegra ver que funciona. —La fisióloga hizo girar un contacto hacia la derecha.

—Gema, ahora no veo nada.

—Claro, acabo de desconectar el visualizador. Ahora tenemos otras cosas que hacer, Isanusi.

—¿Y es necesario que esté ciego de nuevo?

—Te prometo que en cuanto concluyamos, volveré a conectar tu visión. Pasemos al trabajo; hice unas conexiones directas desde tu cerebro con las memorias auxiliares y los centros de cálculo ultrarrápido; veamos si funcionan también… A ver, dime la raíz undécima de mil novecientos setenta y siete millones trescientos veintiséis mil setecientos cuarenta y tres.

Apenas pronunciada la última cifra, el tablero respondió:

—Siete.

—Correcto. —Gema manipuló algunos controles sobre el tablero, y advirtió—: Ahora no respondas verbalmente; limítate a pensar la respuesta. Seno hiperbólico de uno coma cuatro cuatro tres elevado a la quinta potencia, dividido entre la raíz octava del factorial de dieciocho.

Instantáneamente centellearon las cifras en la pantalla.

Gema sonrió:

—Funcionas bien, Isanusi.

—¿Qué pasó?

—Diste la respuesta por la pantalla. También correcta; no te equivocas…

—No me atribuyas el mérito de la calculadora ultrarrápida, Gema.

—¿Por qué no? Ahora es parte de ti. —Cambió de posición un cable y previno—: Responde en voz alta, Isanusi, a… —Tecleó rápidamente varios botones en el panel de entrada, y el tablero respondió:

—Doce coma siete ocho ocho ocho ocho… ¿Qué hiciste? Sentí los datos iniciales, pero no los oí.

—Te los suministré por el teclado del mando. Espera ahora un momento… —Inclinándose, Gema sacó del interior de la computadora una docena de tarjetas, y las colocó en la ranura de entrada del tablero principal. Informó—: Allí tienes los problemas de control; te llevarán más tiempo. Podrás hacerlos durante mi descanso; tres horas son más que suficientes. Hasta entonces, Isanusi…

—¿No se te olvida algo?

Gema hizo girar el contacto hacia la izquierda.

—Como puedes ver, no.

—Gracias… A propósito, ¿no te sería posible conectar mis nervios ópticos con el intercomunicador? Me gustaría volver a verlos a ustedes…

—Después, Isanusi. Debemos concentrarnos en la tarea fundamental primero; prepárate para pilotar la nave.

—Sí, tienes razón… Pero no puedes imaginarte cómo deseo verte a ti, a Thondup, otra vez…

Gema sonrió forzadamente.

—No te lo recomiendo; ni Thondup ni yo somos un espectáculo agradable de ver, querido. —Sin esperar respuesta, puso en funcionamiento los transportadores; se levantaron, despacio, hasta la altura de su pecho. Pasando los brazos sobre la barra de unión, empuñó los controles, y el aparato reanudó su ascenso, ayudándola a ponerse de pie. Se despidió:

—Hasta pronto, Isanusi.

—Hasta pronto, Gema.

Describiendo una suave curva, los transportadores la llevaron hasta la puerta…

* * *

Acodada en la ventana, Gema dejó escapar un suspiro… De inmediato, se alzó del videolector la cabeza de Kay

—¿Ya vienen?

Gema se volvió hacia ella.

—No. Todavía no se les ve…

—¿Y entonces? ¿A qué viene ese suspiro?

—Estaba pensando en la situación internacional…

Kay hizo un mohín de disgusto.

—¿Y no podías pensar en otra cosa mejor?

Enderezándose, Alix se sentó en el diván y gruñó perezosamente:

—Cállate, inconsciente; el tema no se presta para tus bromas.

Kay las miró alternativamente.

—Qué falta haría que los muchachos terminaran pronto las pruebas… Desde que se fueron, ustedes están insoportablemente serias, mortalmente aburridas; no hay quien las resista, lo juro.

Y Kay desapareció en el interior de su habitación, seguida por la cariñosa mirada de Gema.

—¡Cómo extraña a Pável!

—No lo extraña, Gema; no puede extrañarlo, si no hace seis horas desde que se fueron. Simplemente, está preocupada por ellos; teme que no aprueben.

—Nosotras aprobamos, ¿no?

—Pero recuerda que no fue tan fácil: Claro, por Isanusi no me preocupo; pero por Thondup y Pável…

Alix no terminó la frase. Su rostro estaba sombrío. Gema murmuró:

—Es una lástima que vinieran a dividir nuestro grupo, entre tantos que hay… Si la examinadora hubiera tenido mayor capacidad, ya habríamos terminado todos, juntos.

—No dependió de la examinadora, Gema; para ella toda la Academia junta es algo insignificante. Lo que pasó fue que no había suficientes cabinas individuales…

—Lo sé, Alix. —Se estremeció—. Y era realmente monstruosa; qué forma de sondear todos los puntos débiles… Me hizo sentir moralmente desnuda ante ella. Sí, no puede negarse que tiene verdadera astucia.

—No lo tomes con la pobre examinadora; los perversos son sus programadores.

—Dicen que es capaz de autoprogramarse…

—Puro folklore estudiantil; el terror que inspira es capaz de originar fábulas peores, Gema. Yo misma he oído decir que se ríe, allá en su módulo central, dondequiera que esté, cuando logra suspender a alguno… —Alix se levantó del diván, y preguntó—: ¿Por qué no hablamos de otra cosa? Por ejemplo, ¿de esa situación internacional que tanto te preocupa?

Gema asintió dócilmente:

—Como quieras… —Se esforzó en recordar—. Estaba pensando en lo caro que nos sale el Imperio… ¿Te imaginas hasta dónde asciende la cifra de los gastos militares que la Federación se ve obligada a hacer?

Alix le lanzó una mirada interrogativa:

—No, no sé; dime.

—Yo tampoco sé el valor exacto; pero puedo imaginarme que debe ser astronómico. Y cuando pienso que el día que no exista ya el Imperio, todos esos recursos podrán dedicarse a la investigación del Cosmos… Sería maravilloso llegar a verlo, Alix.

La cabeza de Kay se asomó desde la puerta de su cuarto:

—Yo no estaría tan segura, Gema. —Saliendo de su habitación se aproximó a las dos muchachas—. Todos esos recursos habrá que dedicarlos al desarrollo de las áreas marginales del Imperio… Y muy posiblemente no alcancen, y haya que tomar de los fondos asignados al Cosmos; como se dice, no hay bien que por mal no venga.

—Pero en ese caso, tal como lo presentas, estaría más que justificado, Kay. Aunque me parece que el Imperio tiene dentro de sí mismo suficientes recursos —apuntó Gema.

Alix no estuvo de acuerdo:

—Creo que en este caso es Kay quien tiene la razón, Gema. La reconstrucción de la economía del Imperio nos saldrá bastante cara… Aunque desde luego, valdrá la pena.

De buena gana, Kay rio.

—Con qué rapidez ustedes entierran al Imperio… Lástima que él no se decida a complacerlas. —Adoptando una expresión misteriosa, susurró—. Yo sé, yo sé cuándo caerá ese monstruo…

Sonriendo, Alix la interrogó:

—¿Cuándo?

Kay se sentó en el diván, al lado de Alix, antes de responder:

—Se los diré, si prometen no reírse; se trata de algo serio.

Ligeramente incrédula, Gema prometió:

—No me reiré, Kay.

—¿Y tú, Alix?

—Contigo es imposible asumir semejante compromiso, Kay.

—No importa, burlona… —Bajó la voz—. Yo nací el mismo día en que se constituyó el Imperio; y cuando mi abuela se enteró de la noticia, profetizó… es medio bruja, ¿saben? Profetizó que el Imperio, nacido el día que yo nací, moriría cuando yo muriese. Y mamá le contestó que si era así, por ella el Imperio podía durar mil años.

Las cejas de Alix se habían ido frunciendo progresivamente.

—Ya veo de dónde viene tu carácter irreverente… Pura herencia materna.

—¿Y tú qué querías? ¿Que mamá me hubiera estrangulado en la cuna, para acelerar el fin del Imperio?

Gema intervino, procurando contener la risa:

—No sé por qué me parece que a Alix no le hubiera disgustado mucho eso…

—Pero por suerte, primó el viejo y buen instinto materno: tendrá que seguir soportándome.

Alix se encogió de hombros, sonriendo.

—No es tan grande el castigo, Kay; podrías ser peor.

—Vaya forma de elogiar…

Curiosa, Gema indagó:

—¿Por qué no nos cuentas algo más sobre tu abuela, Kay?

Alix se había vuelto a tender bocabajo sobre el diván.

Con irónicas chispas bailándole en los ojos, dijo:

—¿Por qué le pides eso? ¿Acaso te interesa ahora la brujería, la magia negra? —Pasando su mirada a Kay, continuó—: Por todo lo que ha contado ella, su región natal debe de ser increíblemente primitiva; me puedo imaginar como si lo estuviera viendo, un pueblo todo polvoriento, lleno de iglesias, monasterios, conventos…

Gema hizo como si tocara una flauta, y añadió:

—Con encantadores de serpientes, faquires misteriosos y cazadores de cabezas.

Con aspecto ofendido, Kay se irguió, envolviéndose en un manto inexistente:

—¿Cómo osáis, blasfemas, burlaros de lo más sagrado que existe? —Las fulminó con una mirada despreciativa—: No importa. Dios os castigará, si no en este mundo, donde el diablo tiene su morada, será en el otro. Oíd la sagrada voz que os advierte: Temed las llamas eternas del infierno…

Bajándose del diván, Alix se arrodilló ante Kay en actitud suplicante:

—Perdónanos, oh divina sibila; hemos pecado por ignorancia. Sálvanos, revélanos el camino del Cosmos… digo, del Cielo.

Kay respondió ahuecando la voz:

—Sería mejor que no aspiraras a ello… Exige excesivos sacrificios para tu carne pecadora, miserable mortal; debes luchar tú sola contra el monstruo terrible, la serpiente de mil cabezas, la examinadora federal: Si logras vencerla, entonces podrás ascender hasta la Ciudad Orbital, por lo menos.

Doblada en dos, Gema lloraba de risa. Alix buscaba una respuesta, cuando desde la puerta llegó una voz desilusionada:

—¿Ves esto, Audo? Y tú que nos decías que ellas se consumían de tristeza… —Isanusi movió con gesto pesaroso la cabeza—. No debimos apurarnos tanto por venir, por comunicarles el resultado del examen.

Al oír la voz de Isanusi, Alix se levantó de un salto; examinó ansiosamente las caras de los recién llegados…

Exclamó, llena de alegría:

—¡Aprobaron! —Volviéndose, mostró un rostro resplandeciente a Gema y a Kay—. ¡Aprobaron, vencieron a la serpiente de mil cabezas!

Kay se había refugiado, corriendo, entre los brazos de Pável. Mirándolo con ojos húmedos, susurró:

—No tienes idea de lo preocupada que estaba, querido.

—Nosotros sí; hace rato que las estamos observando a través de la pared-ventana. —Y le guiñó un ojo.

* * *

—Yo sí me disgusté en serio, Gema; nosotros no recurrimos a esos medios para atenuar la tensión de la espera mientras ustedes se examinaban.

—Eso fue porque Kay no estaba con ustedes, Thondup.

—Es probable —concedió el sicosociólogo, sin dejar de mirar con impaciencia el lento descenso del líquido en su transfusor—. Kay era incorregible.

—No tanto —rebatió Gema—. Cuando la situación lo exigía, demostraba su valía; mayor serenidad y juicio crítico… ¿O has olvidado cuando el vehículo explorador se atascó en la grieta? En Titán, Kay demostró sobradamente lo que valía.

—Cierto… — Thondup asintió. Alargó la mano hacia el regulador, comentando aliviado—: Terminado. —Tras quitarse el tubo de la aguja fija en el antebrazo, se incorporó, apoyándose en un codo; pero de inmediato volvió a tenderse, murmurando—: Mejor descanso un poco más.

—Puedes; todavía quedan algunos minutos —dijo Gema, y activó sus transportadores. El aparato comenzó a avanzar, a poca velocidad.

—¿Y por qué te vas tú, Gema?

—Debo…

La repentina fuerza le hizo perder el equilibrio; soltando el aparato de locomoción, trastabilló hasta chocar con la pared, hundiéndose en la suave capa de poliespuma… Resbaló, deslizándose por ella, hasta quedar sentada en el suelo. Desde su módulo, Thondup le preguntó:

—¿Te has hecho daño?

—No. —Apoyando la espalda contra la pared, Gema intentó ponerse de pie, y volvió a resbalar. Pidió en tono de urgencia:

—Dame una mano, Thondup; debo aprovechar esta desviación de rumbo.

—¿Para qué? —preguntó el hombre, y no obtuvo respuesta. Levantándose de su módulo, activó sus transportadores y se trasladó hasta donde el aparato de Gema flotaba, girando sobre sí mismo, y lo llevó hasta ella; apoyándose en él, Gema logró ponerse de pie. Ordenó:

—Ven conmigo; es probable que necesite tu ayuda.

A la máxima velocidad, los transportadores los condujeron por el pasillo; cruzaron, frenando, el laboratorio central, y se detuvieron en la cabina de controles, justo frente a Isanusi. Sentándose en la silla del piloto, Gema indicó el asiento de al lado a Thondup:

—Siéntate. —Y miró al tablero—: Isanusi, presta atención a los datos que te voy a dar… —Los ojos fijos en las cambiantes cifras de los indicadores, Gema manipuló ágilmente el teclado del panel de entrada durante algunos segundos, y suspiró—: Eso es todo.

Isanusi indagó:

—¿Para qué hora programo la rectificación de la trayectoria?

—Para dentro de cuarenta y cinco minutos.

Thondup miró, intrigado, a la analista.

—¿Por qué tanto tiempo, Gema? Si tú solo necesitas diez minutos para efectuar los cálculos…

—E Isanusi mucho menos; pero no se trata solo de calcularla, Thondup. —Miró al tablero—. ¿Ya terminaste, Isanusi?

—Ya; mira la pantalla.

Los números se sucedieron ordenadamente, apareciendo y desapareciendo en fracciones de segundo… Thondup se quejó:

—No he visto nada, Gema.

—Yo sí… —La muchacha se relajó en su asiento, mostrando una ancha sonrisa—. Me está pareciendo que lograrás llegar a la Tierra, Isanusi. —Se volvió hacia Thondup—: ¿Podrías reinstalar las conexiones de Palas con los motores en media hora?

Rascándose la nuca, el hombre respondió:

—Lo intentaré…

Llevado por sus transportadores, el cibernetista salió de la cabina. Acomodándose en el asiento, Gema dijo:

—No está de más otra comprobación, Isanusi; repíteme todo el proceso.

El tablero empezó:

Para el primer motor, articular claramente para mis adentros “primer motor” doblando a la vez el índice de la mano izquierda. Establecida la conexión, pensar los parámetros de su funcionamiento: primero, ángulo de eyección de la tobera. Segundo, masa total a eyectar. Tercero, las ecuaciones de la variación de la intensidad de flujo en función del tiempo. Cuarto, el tiempo de diferencia entre la emisión de la orden ejecutiva y el momento en que el motor debe empezar a funcionar… Para el segundo motor, articular claramente para mis adentros “segundo motor” y a la vez, flexionar los músculos abductores de la mano derecha…

* * *

Las gotas golpearon rítmicamente sobre el cristal, y los pinos pasaron a ser sombras confusas que se precisaban, se diluían a cada cambio de dirección de los arroyuelos que descendían por la lisa, fría superficie…

—¿Te ha hipnotizado la lluvia, Gema?

La aludida se estremeció ligeramente. Sin mirar atrás, respondió:

—No. Estaba recordando que el día en que llegué llovía igual que ahora…

Alzando les ojos del videolector, Alix contempló la pared de cristal, y corroboró lo dicho por Gema:

—Cierto, era una llovizna no muy intensa, como esta.

Gema dio la espalda al cristal.

—¿Para qué habrán llamado a Isanusi?

Thondup apuntó con una semisonrisa:

—Para ver si no nos hemos escapado, aburridos de estar aquí sin hacer nada…

—Lo más probable es que no se hayan acordado de nosotros hasta hoy, Thondup. Alguno habrá encontrado traspapelada la relación, y abriendo mucho los ojos diría: «¡Mira esto! Todavía nos queda un grupo». Y otro comentaría melancólico: «Lástima que aparezca ahora, cuando ya no queda nada». El primero, mirando todavía atónito el papel, preguntaría: «Pero, ¿qué hacemos con ellos?» Y el segundo, bostezando, le daría un consejo: «No te rompas la cabeza, viejo. Localízalos, y diles que esperen a las asignaciones del año próximo; son jóvenes, les sobra el…»

La mano colocada sobre su boca hizo callar a Kay. Miró interrogadora a Pável, y este le explicó, sin quitar su mano:

—No es más que defensa propia, Kay; si te sigo oyendo ese cuento, acabaré por escaparme.

La parte visible del rostro de la muchacha mostró una expresión suplicante.

Bueno, si prometes portarte bien…

En señal de conformidad, Kay pestañeó varias veces; Pável retiró la mano.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Alix al techo; pero este no fue el que le respondió.

—Comenzar a entrenarnos…

Todas las cabezas giraron simultáneamente hacia la puerta del ascensor; desde su umbral Isanusi les sonreía. Anunció con contenida satisfacción:

—Nos asignaron una misión, muchachos; una buena misión.

* * *

—…mantenimiento de las condiciones internas de la nave.

Esto es más sencillo; basta con los programas de funcionamiento contenidos en las memorias auxiliares…

—Y en caso de avería, ¿qué?

—Thondup he desmontado todos los equipos que no son estrictamente necesarios para llegar a la Tierra, y con sus piezas está instalando duplicados de todos los sistemas importantes.

—¿Y cómo, me percato de que un aparato ha dejado de funcionar, o de que lo está haciendo mal?

—Verás… —Gema cambió de posición un contacto—. ¿Qué sientes?

—Frío… en las mejillas.

—Esto significará que la temperatura de la cabina de controles ha bajado en exceso; es decir, que el sistema termorregulador de aquí ha tenido un desperfecto.

—¿Qué hago entonces?

—Activas el sistema duplicado; es fácil. Codifiquemos este caso específico; avería del sistema termorregulador de la cabina de controles… —La muchacha tocó varios controles, y dejó el dedo rozando un interruptor—. Cuando te avise, piensa “termorregulación-uno”, y gira la cabeza hacia la derecha… Ahora: —Y el dedo sobre el interruptor presionó. Estudió atentamente los indicadores, y aprobó—: Bien… Verifiquemos si funciona. —Sus manos se deslizaron sobre el tablero durante un momento, y pidió—: Repite el código.

En distintos lugares del tablero, se encendieron, se apagaron luces verdosas en aparente desorden.

—Funciona, Isanusi. Podemos pasar a la “Termorregulación-dos”, que corresponderá al laboratorio central…

—Espera, Gema. Hay algo en lo que tengo dudas; parte de los sistemas, en particular los de mando, pueden duplicarse; su esquema básico de funcionamiento es el mismo. Pero hay otros elementos que no; si alguno de estos tiene problemas, ¿qué puedo hacer?

—Thondup lo ha verificado cuidadosamente todo, Isanusi; cambió o reparó toda pieza que le inspirara dudas sobre su funcionamiento… Además, todavía nos queda una semana, o dos, de vida; sí ocurren en ese plazo averías que no puedas reparar, te ayudaremos en lo que nos sea posible. Después… Me parece que puedes confiar en la Sviatagor; recuerda que durante todo el vuelo, Palas solo tuvo que recurrir a nosotros tres veces. No creo que en las últimas tres o cuatro semanas de vuelo venga a fallarnos…

* * *

Pável tocó un punto del borde de la placa rectangular, y sobre ella apareció, lleno de vida, el holograma. Las figuras tenían apenas una tercera parte de su tamaño normal, pero podían distinguirse perfectamente sus rasgos; el rubio pelo de Alix parecía moverse bajo los efectos de la brisa… Audo estaba visiblemente conmovido.

—Gracias, muchachos… —Apuntó a la imagen de Thondup—; idénticos a cuando los vi por primera vez; es algo perfecto.

—Y eso no es todo, Audo, mire.

Pável hizo girar un botoncillo, y los rasgos de las figuras cambiaron lentamente; Isanusi creció un par de pulgadas, los hombros de Thondup se ensancharon, la silueta de Kay se redondeó y todos los rostros maduraron.

—¿Y eso?

—El trabajo de Gema y Kay; nuestras fisiólogos se han lucido —explicó Thondup—. Tomaron nuestros hologramas anuales, y a partir de ellos elaboraron las ecuaciones de transformación de los rasgos físicos durante los períodos intermedios.

—Muy buen trabajo… Gracias, muchas gracias.

—Y eso no es todo —intervino Kay—. Dásela, Isanusi.

El aludido se acercó, sosteniendo entre ambas manos una pipa tallada en madera, y se la entregó ceremoniosamente al instructor, advirtiéndole:

—Debe estrenarla ahora mismo, Audo.

—Bueno… Como deseen ustedes. —Sacó la bolsa de tabaco.

El grupo lo miró, expectante, mientras llenaba y encendía la nueva pipa… Alix preguntó:

—Audo, ¿qué tal es el nuevo grupo?

El instructor exhaló la primera bocanada de humo.

—Me parece prometedor… —Un chispazo de humor cruzó sus ojos—. Ya en el primer día, apenas había terminado de hablarles, se levanta uno de ellos mirándome receloso, y me espeta: «No sé qué podrá enseñarnos usted que no puedan hacerlo los cíbers…»

Entre las risas, Audo continuó:

—Eso hace sentir cómo pasa el tiempo; cuando tenía su edad, yo me hacía la pregunta inversa…

Isanusi miró maliciosamente a Thondup:

—No creo que haya que ir tan lejos para encontrar ejemplos, Audo…

* * *

Volviéndose, Thondup miró atónito la pantalla rota del videófono.

—¿Por qué has hecho eso, Gema?

Recogiendo trabajosamente los brillantes fragmentos del suelo, la muchacha respondió:

—Voy a conectar la visión de Isanusi con el intercomunicador, Thondup; le hará falta para cuando llegue a la Tierra.

El hombre se sentó en el módulo de recuperación, y soltó sus transportadores; bajaron silenciosamente, hasta posarse sobre el suelo.

—¿Y por qué rompiste la pantalla? No podrá vernos mientras estemos aquí, Gema.

—Por eso mismo… Y te advierto que no saldremos más de aquí, a menos de que surja una avería que Isanusi no puedo afrontar; acabo de entregarle el mando de la nave. —Mientras hablaba, Gema se había acostado en su módulo. Señaló con un gesto al transfusor, diciendo—: —Aquí tenemos todo lo que necesitamos, Thondup. —Su mirada recorrió el gabinete fisiológico, y se fijó en el rostro del hombre—. Ha terminado nuestro trabajo… físico, por supuesto. —Se movió, acomodándose en el interior del módulo—. Justo a tiempo; te confieso que ya no podía más.

Thondup la contemplaba pensativo.

—Sigo sin entender por qué rompiste el canal visual del intercomunicador, Gema.

La muchacha se pasó suavemente una mano por su cabellera, y la enseñó al hombre.

—Quizás te satisfaga este motivo, Thondup.

Sacando la mano fuera del módulo, la sacudió ligeramente; despacio, los gruesos mechones de pelo cayeron hasta el suelo. Continuó:

—Creo que será mejor que conserve intacto el recuerdo de cómo éramos… Si te parece, dejemos este tema. Thondup, hay algo que nos preocupa a Isanusi y a mí.

—¿Qué?

—Ya hemos logrado percibir los flujos emocionales del grupo con bastante nitidez y regularidad durante nuestras inducciones; sin embargo, no conseguimos establecer contacto directo entre nosotros dos, en estado normal… Necesitamos tu consejo: ¿Qué método aplicaban los gemelólogos en su experimento para lograr el contacto directo?

Thondup se demoró en responder:

—Gema, me está preocupando tu estado físico; es una impresión subjetiva, pero no me parece que estés mejor que yo, aunque tu irradiación haya sido menor.

—No te equivocas; los análisis muestran que los efectos de la radiación se están manifestando en mí más rápidamente que lo esperado. En realidad, actualmente mí esperanza de vida no sobrepasa la tuya; si tengo buena suerte, una semana, no más. Pero no has contestado a mi pregunta, Thondup.

—Te la has contestado tú misma, Gema; el esfuerzo que realizas te está matando.

—Poco importan días más o menos; si consigo que Isanusi construya tus “unidades autónomas” en su conciencia, puedo morir tranquila.

Thondup hizo una mueca semejante a una sonrisa.

—Me sería muy desagradable quedarme solo aquí con tu cadáver, Gema.

—No tienes que preocuparte por eso; apenas el módulo compruebe mi muerte, cerrará la tapa, aislándome. Las emanaciones de la descomposición no te molestarán, sibarita… Además, no estarías solo; allí está Isanusi.

Thondup susurró:

—¿Está funcionando el canal sonoro?

Gema volvió la cara para mirarlo y un segundo después desvió sus ojos hacia la placa de controles.

—No, está desconectado. ¿Para qué querías saberlo?

—Para poder decirte que ningún colectivo de gemelólogos hizo jamás tal experimento sobre la telepatía emocional.

Las facciones de Gema se contrajeron. Con voz ronca, pidió:

—Explícate.

—Hay poco que explicar; en aquella reunión, ¿recuerdas?, apliqué lo que tú misma propusiste.

—¿Que yo propuse?

—Sí. Tú querías que yo lo condicionara, lo sugestionara o lo hipnotizara, para que creyera que nosotros seguíamos vivos; ¿o no?

—Pero tú dijiste que eso era imposible…

—Y no mentí, era cierto. Pero sin embargo, tu idea servía, y la puse en práctica. Naturalmente, adaptándola a las circunstancias.

—No entiendo, Thondup.

—Pero si está claro a más no poder… Escúchame; me era imposible, con los medios que hay en la nave, implantar una sugestión en lo mente de Isanusi haciéndole creer que seguíamos vivos en los módulos de hibernación. No podía borrar su conocimiento de la muerte de Alix, Pável y Kay, ni lo que tú acababas de explicarle sobre nuestra imposibilidad de hibernarnos. Por suerte, quedaba una salida…

—¿Sugerirle que podía conservarnos en la forma de “unidades autónomas” dentro de su mente?

—Exacto.

Por un largo rato, Gema permaneció callada… Miró dubitativa a Thondup:

—Sin embargo, es cierto que la teoría sobre la representación mental de Sajarov no explica las percepciones emotivas entre personas allegadas, Thondup.

Con un movimiento de su mano, el sicosociólogo desechó la objeción:

—Sí, es cierto. Pero nadie se ha atrevido a trabajar sobre ese aspecto, Gema; está erizado de dificultades prácticas. ¿Cómo distinguir entre lo cierto y lo falso en un terreno tan eminentemente subjetivo? Todavía los instrumentos de que dispone la sicosociología son incapaces de verificar tales experimentos, descartando posibles coincidencias o simplemente, el conocimiento racional dado por experiencias previas de la reacción del otro sujeto ante determinado tipo de estímulo.

—¿Y por qué inventaste a ese colectivo de gemelólogos?

—Gema, Isanusi conoce bastante bien la sicosociología; como jefe del grupo, la necesitaba. Si le hubiera expuesto descarnadamente la limitación de la teoría de la representación mental, no hubiera podido convencerlo de que era posible construir esas unidades autónomas; hacía falta algún precedente, establecido por especialistas…

—Pero la insuficiencia de la teoría de Sajarov queda en pie; no resulta imposible que Isanusi consiga…

Impaciente, Thondup la interrumpió:

—Te estás dejando llevar por tus deseos, Gema; sin una sólida fundamentación teórica, sin programar debidamente los experimentos, sin forma de verificar su resultado, eso es prácticamente imposible, e Isanusi lo sabe. Por eso inventé esos gemelólogos… Isanusi no conoce de gemelología más que lo elemental; podía creerme. Pero si le hubiera dicho que eran sicosociólogos, inmediatamente lo hubiera descubierto todo; está al día en ese campo, Gema.

—Y, obviamente, tenías que decirle que el experimento de los gemelólogos había fracasado…

—Porque si hubiera tenido éxito, habría sido una verdadera sensación; todo el mundo lo sabría. Era evidente, Gema. Además, disponía de una explicación plausible de su fracaso; la necesidad de afirmación individual de los gemelos.

—Pero quedaba intacto lo fundamental, entiendo; un grupo de especialistas se había dedicado a eso, luego era factible…

—En otro grupo de individuos cuyas características sicosociales fueran diferentes —completó Thondup.

Gema reflexionó sobre lo escuchado… Aprobó:

—No puede negarse que has hecho un trabajo excelente, dadas las circunstancias, Thondup. Pero ¿por qué no me dijiste a mí que todo eso era falso?

—Pensé decírtelo, Gema. Pero llegué a la conclusión de que era mejor que actuaras de buena fe, creyendo sinceramente en la posibilidad del éxito; de otra forma, Isanusi se habría percatado de la falsedad y todo se habría derrumbado… Dime; ¿sabiendo todo lo que ahora te he dicho, habrías procedido de igual manera todo este tiempo?

La muchacha suspiró:

—Tienes razón —retomó su voz práctica—. ¿Y qué hacemos ahora? A Isanusi puede afectarle el hecho de que no podamos establecer contacto emocional, Thondup.

—No creo. Para eso hay muchas explicaciones; tu condicionamiento, el grado de extenuación física a que has llegado... Todo eso se lo explicaré a Isanusi, despreocúpate; dudo que tú logres engañarlo.

—Thondup…

—¿Qué?

—¿Y las percepciones emocionales que he tenido durante las inducciones?

—Oh, eso… Gema, ¿qué seguridad tienes de que son reales? Deseabas experimentarlas, y es natural que lo hicieras. Autosugestión; esa es la base de mi idea. Por esa vía, Isanusi acabará creyendo en la realidad de sus “unidades autónomas”; eso le bastará para llegar a la Tierra… Allá, atendido por los mejores sicosociólogos, no tardará en recuperarse.

—Ojalá… —Gema miró la hora en la pared—. Thondup, te toca ahora el sicoestabilizador.

—Ya se terminaron, Gema.

—¿Ya?

—Sí; me puse el último hace seis horas. —Agregó, tranquilizadoramente—: En estos tres últimos días he estado alargando el tiempo entre las dosis; si no, se hubieran acabado hace doce horas.

—¿Y no has sentido nada inusual?

Nada; espero que mi mente haya alcanzado la estabilidad.

Con un ligero aire de duda, Gema asintió.

—Sí, esa posibilidad no puede descartarse…

* * *

Entre las costillas de Gema se incrustó el codo de Kay, y susurró junto a su oído;

—Una bandada de polluelos…

Sin molestarse en bajar la voz, Gema replicó:

—Ya les saldrán alas, Kay.

Y volvió a prestar atención a lo que decía Audo:

—…regreso nos volveremos a ver; estaré esperándolos, aquí mismo. —Miró atrás, hacia su nuevo grupo—. Con ellos, es bueno que se vayan familiarizando con el ambiente de los cosmodromos…

El muchacho se había detenido junto a Isanusi. Mirando la resplandeciente nave de enlace, preguntó:

—¿A qué altura se encuentra la órbita de la Sviatagor?

—Doscientos treinta kilómetros.

—Oh…

Y sin saber qué más decir, el muchacho regresó, a cortos pasos, hasta su grupo. Gema no pudo contener una sonrisa…

* * *

…Y volvió a encontrarse en el interior del módulo. Dirigiéndose al intercomunicador, informó:

—Terminada la eiditización, Isanusi.

—También terminé… ¿No sientes nada ahora?

Gema esperó un tiempo prudencial antes de responder:

—No, nada.

Del intercomunicador brotó un suspiro.

—Yo tampoco… ¿Volvemos a intentarlo? ¿La última vez por hoy?

—De acuerdo.

—¿Qué episodio reviviremos?

—Déjame pensarlo… —La mirada de Gema cayó casualmente sobre el otro módulo. La voz tensa, advirtió a Isanusi:

—Espera; algo le pasa a Thondup. —Se dirigió al sicosociólogo—: ¿Qué tienes?

El hombre cesó en su forcejeos en el interior de! módulo. Levantando la cabeza, miró a Gema ligeramente confuso.

—Ah, eres tú… —Desplazando sus ojos por las paredes del gabinete fisiológico, indagó—: ¿Qué me ha pasado? —Se corrigió de inmediato—: ¿Qué nos ha pasado?

—¿No recuerdas nada, Thondup?

El hombre frunció el ceño.

—El motivo por el cual me encuentro aquí contigo, en este grado de debilidad, no… ¿Qué pasó?

En voz muy baja. Gema preguntó:

—¿Qué hago, Isanusi?

Aguzando el oído, pudo captar un susurro casi inaudible:

—Pregúntale qué recuerda.

—¿Qué recuerdas de lo que ha ocurrido, Thondup?

El hombre se frotaba las sienes con fuerza.

—Nos estábamos acercando a Titán, ¿no? Ya estábamos listos para entrar en órbita a su alrededor… Recuerdo que me acosté para descansar un poco; quería estar bien despierto para cuando…—Sus ojos, confundidos, se posaron sobre Gema—. Y al despertar, me encuentro aquí; ¿qué ha ocurrido?

Desde el intercomunicador llegó un comentario:

—Pérdida de la memoria, como medio para proteger la estabilidad mental…

Gema movió apenas los labios:

—¿Qué hago?

—Explicarle todo lo ocurrido; no hay razón para ocultárselo.

Thondup esperaba, con expresión de creciente sospecha. Indagó:

—¿Qué te pasa? ¿Te sientes demasiado mal para hablar?

Gema le sonrió.

—No; tan solo un poco fatigada, y pensando en cómo decírtelo mejor… Escúchame, Thondup.

A medida que Gema hablaba, el labio inferior del hombre se iba alargando progresivamente… Al terminar la muchacha, murmuró como para sí:

—Casi increíble… —se dirigió directamente a Gema—: Entonces, ¿todos los demás han muerto?

—Todos no; recuerda, queda Isanusi.

—Sí, Isanusi… —La mirada abstraída, se mordisqueó el labio inferior. Clavando suspicaz sus ojos en Gema, preguntó:

—¿Puedo hablar con él?

—Sí, claro; mediante el intercomunicador. Está abierto; debe habernos escuchado.

—Isanusi… —Thondup se detuvo un instante, mirando pensativamente la pantalla rota—. Isanusi, ¿no hay ningún… error, en la explicación de Gema?

—Ninguno, Thondup.

—Está bien… gracias. —Sus ojos volvieron a fijarse en el otro módulo, parpadeando—. Perdona la desconfianza, Gema; pero…

—Comprendo, Thondup. Puedo imaginarme la sorpresa que habrás experimentado… Creo que necesitarás descansar un poco ahora. —Con la mirada señaló la placa de controles en el módulo de Thondup—. Oprime el tercer botón, de izquierda a derecha, de la última fila.

El hombre obedeció. De la pared interior del módulo salió una larga aguja, y se volvió a esconder inmediatamente. Estremeciéndose por el inesperado pinchazo, Thondup se esforzó por conservar la sonrisa.

—Quizás cuando despierte, haya recuperado la memoria…—Pestañeó—. En realidad, si todo ha ocurrido así, no me extraña haberla perdido…—Su pronunciación se hacía defectuosa. Miró a Gema, con ojos turbios—: Lástima no poder volver a ver la Tierra… —Los párpados cayeron, y no volvieron a levantarse. En voz alta, Gema informó:

—Ya se ha dormido, Isanusi. ¿Cómo debo comportarme con él en este estado?

El intercomunicador se demoró en contestar.

—Es difícil, Gema… Se ve que duda, no acaba de creernos… Y es algo natural; su mente se ha esforzado mucho por borrar precisamente esos recuerdos; debe ofrecer resistencia a su reactivación.

—¿Y entonces?

—No sé… Habría que crearle otra historia que sea capaz de satisfacerlo… Pero ¿cómo explicar la ausencia de los demás integrantes del grupo? No le veo solución.

—Solo nos queda decirle la verdad, Isanusi.

—Sí. Habrá que seguir ese camino…

* * *

—¡Gema! ¡Gema!

La muchacha salió de su somnolencia:

—¿Qué pasa, Isanusi?

—Veo una nave por mi radar.

El cuerpo de Gema se tensó.

—¿Has establecido comunicación con ella?

—No responde… Quizás está demasiado lejos; estoy tratando de determinar la distancia.

—¿Cómo sabes que es una nave?

—Ha cambiado dos veces de rumbo; no puede ser un cometa… —El intercomunicador hizo una pausa—. Está demasiado lejos para oírnos; se mueve en el plano planetario.

—¿No puedes dirigirte a su encuentro?

—No. Viene del sol; va en sentido contrario a la Sviatagor; tendría que frenar, volver a acelerar… Perdería su posición durante la maniobra; no sabría a dónde dirigirme.

—Sí, comprendo; puede volver a cambiar el rumbo… ¿Sus radares no nos captarán también a nosotros?

—Quizás… Quizás hasta nos estén buscando. Pero no esperarían encontrarnos en esta dirección, Gema.

—Si cambiáramos el rumbo dos o tres veces…

—Voy a intentarlo.

Desde el otro módulo, llegó una voz desconcertada:

—Gema, ¿qué ha ocurrido?

En un rápido susurro, la muchacha respondió:

—Isanusi ha visto una nave; está tratando de establecer comunicación con ella.

—¿Otra nave? ¿Y qué hace por aquí?

—Es probable que nos esté buscando, Thondup.

La aceleración hizo que el hombro de Gema se hundiera en la blanda pared del módulo… Thondup preguntó, con visible nerviosismo.

—¿Y esto?

—Isanusi cambió el rumbo; quizás así la otra nave se dé cuenta de que esta es la Sviatagor y no un cometa.

—¿Y por qué no los llama por la emisora de larga distancia?

—¿Ya lo olvidaste? La antena direccional está rota, Thondup. Tú mismo lo verificaste…

Otra fuerza llegó, esta vez en sentido contrario, y el hombro de Gema se despegó de la pared del módulo.

—No entiendo… Por favor, explícame qué hace otra nave por los alrededores de Titán. ¿Se trata de extraterrestres?

Gema lo miró fijamente.

—¿No recuerdas que te lo expliqué ya?

No… Lo último que conservo en mi memoria es que estábamos acer…—Interrumpiéndose, esperó a que cesara la nueva aceleración—… que estábamos acercándonos a Titán, y yo me había acostado, para estar bien despejado cuando entráramos en órbita a su alrededor. ¿Por qué estamos aquí tú y yo? —Hizo un esfuerzo por incorporarse, y desistió—. Me siento muy débil, Gema. ¿Qué nos ha pasado?

Gema hizo un gesto de impaciencia.

—Te lo explicaré después. —Se dirigió al intercomunicador—. Isanusi, ¿han dado muestras de habernos visto?

Esperó la respuesta durante un largo minuto. La Sviatagor volvió a cambiar de rumbo, y el intercomunicador habló:

—Me parece que no. Variaron su trayectoria de nuevo, pero no en nuestra dirección; es probable que sus radares tengan menos potencia que los de la Sviatagor… —El intercomunicador calló por un instante. Luego anunció—: Ha salido fuera de mi alcance, Gema.

La muchacha volvió sus cejas hacia Thondup.

—Bien… Ya puedo explicarte lo que nos ha pasado.

* * *

Sin apartar la mirada del techo, Thondup preguntó:

—¿Y lograron encontrar vida en Titán?

—No.

—Lástima. Recuerdo que Pável y Kay estaban muy entusiasmados con esa posibilidad… Sigue creciendo la lista de cuerpos siderales muertos, Gema.

—Eso no podemos afirmarlo, Thondup.

El hombre la miró, extrañado.

—Pero si tú misma me has dicho que no encontramos vida, Gema…

—Vida del tipo terrestre, Thondup; vida basada en el carbono.

—¿Y acaso hay otro tipo?

—Se supone. Todavía no se ha hallado, es cierto; pero los exobiólogos no descartan esa posibilidad.

—Pero si hubiera otro tipo de vida en Titán la hubiéramos descubierto, Gema.

—La cosa no es tan sencilla como parece, Thondup; sin conocer sus características específicas es muy difícil. Habría que partir del criterio termodinámico de vida: un ser vivo es un sistema que disminuye su entropía tomando energía del medio que lo rodea… Un criterio excesivamente general para poder usarlo en nuestro caso.

—Pero habiendo estado seis meses allá…

—Se necesitarían años y no meses, y un equipo mucho más complejo del que disponíamos nosotros para descartar la existencia de otro tipo de vida en Titán, o para comprobar que así es. Me extraña que no recuerdes nada de esto, Thondup; a Kay le gustaba siempre hablar sobre este tema…

El hombre se mantuvo callado, sin intentar reanudar la conversación. De reojo, Gema lo observaba atentamente. «Está pensando… ¿En qué? Me gustaría saberlo».

* * *

Apuntando con el índice a Gema, Thondup insistió, exasperado:

—Deja esas fantasías, Alix; no eres Gema. Ella se quedó en Titán junto a los demás, en la base provisional que instalamos; ¿o también lo has olvidado? —Hizo una pausa, sin separar la vista de ella. Antes de que pudiera responder a su pregunta, continuó—: Y ese choque con un siderolito jamás ha tenido lugar; fue el titánida que se nos introdujo de polizón el que provocó la grieta en el reactor nuclear… —Tomó aliento—: Y, sobre todo, no vas a morir dentro de cinco o seis días… ni tú ni yo; el diagnosticador —señaló con un ademán el aparato muerto— encontró que estábamos gravemente afectados, sí, pero no en peligro de muerte inmediata…

* * *

Hasta el módulo llegó el leve cuchicheo del intercomunicador:

—¿Se ha dormido, Gema?

—Sí, Palas.

—No es necesario que me llames así si él no está oyendo…

—¿Por qué le seguiste la corriente? Poco faltó para creerme que era yo la que estaba loca, Isanusi.

—Si le hubiera dicho la verdad tampoco me hubiera creído a mí, Gema; la versión que creó es mucho más satisfactoria que la realidad de la que está huyendo. Piénsalo bien, y lo verás: todos vivos, y el descubrimiento de una nueva forma de vida en Titán.

—¡Por qué le habré hablado de esa posibilidad!

—No te quejes; al menos esta variante es inofensiva. Pudo crear otra versión peor.

—Peor… ¿Y por qué tiene que convertirme en Alix?

—Porque ella sería la que hubieran enviado con él para informar a la Tierra: Además, Gema y Kay hubieran debido quedarse en la base para poder estudiar a los titánidas… ¿Ves? Su versión no tiene grietas, Gema.

—Pero yo no puedo fingir que soy Alix, Isanusi; hay muchas cosas personales de ella que desconozco.

—Eso no tiene importancia. Thondup atribuirá el debilitamiento de tu memoria a tu depauperación física, o al shock recibido por la aparición del titánida y su destrucción en el reactor.

Gema suspiró quedamente.

Está bien; veo que no hay otro remedio… Tendré que ser Alix.

—Como yo tendré que ser Palas.

—Isanusi, ¿no has vuelto a ver la nave?

—No.

—Está visto; nos persigue la mala suerte.

—No exageres, Gema. Lo verdaderamente raro es que haya pasado lo bastante cerca como para que pudiera captarla. Encontrarnos es tan difícil como hallar la clásica aguja en un pajar… Gema, ¿qué te parece sí aprovechamos su sueño para eiditizarnos? Quizás ahora logremos el contacto directo.

—De acuerdo; probemos.

* * *

—… lo que no acabo de explicarme es cómo pudo el titánida introducirse en la Sviatagor, con lo cuidadosamente que Kay y Gema la inspeccionaron… ¿No se te ocurre, Alix?

—No.

El hombre dentro del módulo volvió a concentrarse en sus pensamientos. Ya Gema se deslizaba hacia la habitual modorra cuando exclamó de repente:

—¡Ya lo tengo! —Sonrió satisfecho a la muchacha—: Era evidente; no sé cómo se les pudo escapar…

—¿Qué, Thondup?

—Las muestras de minerales, Alix.

—¿Tienen algo que ver con todo esto?

—Sí…—El rostro de Thondup se iba cubriendo gradualmente de sombras—. El asunto es grave —concluyó.

—Explícate, por favor; no entiendo nada.

El hombre miró a Gema, con expresión preocupada.

—Kay no pudo concluir el diseño de su ciclo de vida, ¿recuerdas?

—No muy bien…

—Solo pudimos ver los ejemplares adultos; pero en ningún momento encontramos sus otras fases vitales.

—¿Y?

—Que entre las muestras minerales que traemos se encuentran sus formas embrionarias, Alix.

—Querrás decir latentes.

—Eso mismo. Y me preocupa; ¿cómo podemos saber sí solo había un titánida latente?

—Las muestras son de diferentes tipos, Thondup. Además, de haber algún otro, hace tiempo que habría surgido…

El hombre movió negativamente la cabeza.

—No, Alix, no estoy de acuerdo contigo. Recuerda que desconocemos su ciclo vital; otras muestras pueden ser etapas anteriores a la ya madurada. —Masculló entre dientes—: Bonita situación esta: rumbo a la Tierra con un cargamento de formas exógenas de vida…

—No estamos seguros de eso, Thondup: Quizás había un solo titánida…

—Ojalá no te equivoques, Alix.

* * *

Gema llamó en voz muy baja:

—Isanusi…

—¿Se ha dormido?

—Sí, ya. Isanusi, no me gusta el rumbo que está tomando su alucinación.

—A mí tampoco. Gema.

—¿Qué podemos hacer?

—Nada. —El intercomunicador hizo una pausa—. Gema, lo importante es llegar a la Tierra…

—Lo sé.

—Y para eso es necesario que ustedes sigan vivos en mi mente. ¿Probamos a inducirnos otra vez?

—Adelante…

* * *

—¡Alix!

Instantáneamente, Gema despertó.

—¿Qué pasa?

Había terror en los ojos de Thondup. Apuntaba con un tembloroso índice a un rincón del gabinete fisiológico.

—Míralo, míralo; está allí…

—¿Qué cosa?

Otro titánida.

—No lo veo…

—Mira, mira bien; ahora se está moviendo a lo largo de la pared.

—Thondup, la puerta está cerrada; no pudo introducirse aquí dentro…

¡Mira! —Había notas de pánico en la voz de Thondup. Casi sin aliento, los ojos fijos en un punto de la pared, murmuró: —La está atravesando…

—¿Qué está atravesando?

La pared. —Volvió un rostro desfigurado por el miedo hacia Gema—. Ahora sí hay peligro, Alix.

—¿Peligro?

—¿Acaso no lo ves? En la fase que se encuentra, puede atravesar objetos materiales; ¿cómo poder mantenerlos encerrados?

—Debe de ser una fase transitoria, Thondup.

—Quizás; pero en ella se escaparán de cualquier lugar donde los estén estudiando… ¿De verdad que no lo viste, Alix?

—No, no lo vi.

Thondup asintió pensativamente.

—No me extraña; su apariencia es mucho más tenue que la de los otros ejemplares que vimos en Titán… Apenas pude darme cuenta de su presencia por un leve cambio de luminosidad en el lugar donde estaba; pequeñas sombras y puntos brillantes apareciendo, desapareciendo… Sí, son realmente difíciles de ver en esta fase. —Miró decidido a Gema—. Alix, la Sviatagor no debe llegar a la Tierra.

—¿Por qué no? Esas son las instrucciones que nos dio Isanusi; no debemos violarlas, Thondup.

—Si Isanusí supiera lo que llevamos, sería el primero en cambiarlas; no podemos llevar a la Tierra una forma de vida extraña, imposible de aislar, … Recuerda que son seres irracionales; se esparcirán por todos lados, causando daños irreparables en su ansia de obtener energía; no olvides lo que hizo el otro titánida, estrellándose contra el reactor.

—Thondup, eso de irracionales es solo una hipótesis; no está demostrado. Gema lo explicó bien claro… Incluso, ese ejemplo que das del otro titánida, puede probar todo lo contrario; quizás trataba de estudiar el reactor. En todo caso, este nuevo titánida no ha chocado con él; debió asimilar la experiencia del anterior.

—Esa variante sería todavía peor, Alix; no olvides que ningún irracional le ha hecho mayor daño a la Tierra que el ser racional que la habita, el hombre. Si los titánidas son racionales, me parece evidente su carácter primitivo; ya han debido percatarse de nuestra existencia, y no han intentado establecer contacto de ninguna forma… No, Alix. —Su voz se hizo firme—. La Sviatagor no debe llegar a la Tierra.

—¿A dónde entonces? La masa eyectable no nos alcanza para volver a Titán.

—No sé, Alix. Quizás a Marte… Eso es; a Marte. —Se dirigió al intercomunicador con voz autoritaria—: Palas, cambia el rumbo: Tenemos un nuevo destino: Marte.

El intercomunicador no respondió.

—¿No has escuchado lo que te dije, Palas?

—Espera, Thondup. —Intervino Gema rápidamente—. Has olvidado que la que puede indicarle a Palas los cambios de rumbo soy yo.

—Ordénaselo entonces, Alix.

—No puedo violar…—Captó la expresión de Thondup—. Dame tiempo para pensarlo, querido; no es tan fácil planificar un cambio de rumbo.

El rostro del hombre estaba tenso, contraído.

—Si no se trata de una evasiva, de acuerdo… Siempre que no requiera mucho tiempo. ¿Para cuándo tendrías planificado el nuevo rumbo?

—A más tardar, para mañana por la mañana, Thondup.

—Está bien…

* * *

—Al fin se ha dormido, Isanusu

—Tardó demasiado.

—Estaba muy excitado; se ponía frenético cada vez que veía un nuevo titánida… Realmente agotador.

—Los estaba oyendo; no es necesario que me lo digas.

—Según él, debe haber al menos una docena de ellos en la nave. ¿Cómo nos la arreglaremos, Isanusi?

—No veo la forma. Dijiste la verdad sobre la masa eyectable que me queda; casi justo para llegar a la Tierra y colocarme en órbita a su alrededor… Ni soñar con otra meta, mucho menos en Marte; demasiado lejos.

—¿No podrías simular un cambio de rumbo?

—¿Cómo? Él conoce bien cuánto debe durar una rectificación de la trayectoria. Si gasto toda esa masa, no podría llegar a la Tierra, Gema.

—Entonces…

—Entonces, no puedes ceder.

—Está bien; no cederé. Pero estoy segura de que él tampoco.

—No puede hacer nada, Gema.

—Cierto… ¿No has vuelto a ver la nave?

—No.

* * *

Pacientemente, Gema continuó:

—Ya hemos pasado el punto crítico, Thondup; desde donde estamos, y con la reserva de masa eyectable de que disponemos, solo nos es factible alcanzar la Tierra. Si intentáramos dirigirnos a otro lugar, a cualquiera, no llegaríamos; ¿comprendes?

El hombre se mantuvo callado, sin apartar sus ojos de ella.

—Además, recuerda que la Sviatagor no aterrizará, que permanecerá en su órbita; no habrá peligro de que los titánidas lleguen hasta ella…

—¿Tan segura te sientes? Yo no puedo estarlo, Alix. Se trata de una forma de vida totalmente distinta a la nuestra, compréndelo. Tal vez sus esporas puedan alcanzar la Tierra desde la órbita, ¿y entonces qué? —Movió despacio la cabeza de un lado a otro antes de continuar—. Eres tú la que no comprendes; se trata de la Tierra, de la Humanidad… Debemos protegerla, cueste lo que cueste.

Volviéndose de espaldas a Gema, sacó una pierna del módulo. Ayudándose con los brazos, logró colocarse en un equilibrio inestable sobre el borde de la pared lateral.

—¿Qué intentas hacer, Thondup?

—Debí hacerlo desde ayer, no había que esperar tanto…

Logró desplazar su centro de gravedad fuera del módulo, y cayó pesadamente sobre la poliespuma que recubría el suelo.

—¡Thondup! ¿Te has hecho daño?

Levantando la cabeza, Gema se esforzó en verlo; pero Thondup estaba al lado opuesto del otro módulo. Callaba,

¡Thondup!

Aferrándose con ambas manos al borde de su módulo, Gema pudo apoyar el mentón sobre él. Por la cabecera del otro módulo, apareció la cabeza de Thondup; se arrastraba sobre los codos por el suelo, muy despacio, rezongando a media voz:

—La Sviatagor no debe alcanzar ningún lugar habitado por el hombre, no: No debemos esparcir estos monstruos por el sistema solar…

—¿A dónde vas, Thondup?

—…es preferible que perezcamos nosotros dos; Isanusi y los demás sabrán comprendernos. Lástima que hayamos tenido que dejarles en la base la emisora de larga distancia; debería explicarle a la Tierra mis motivos, no dejar que piensen que la Sviatagor nos falló… —Haciendo una pausa en su avance, palmeó cariñosamente el suelo—. Sí, has sido una buena nave; lástima que no puedan saberlo…

Gema había conseguido colocar sus hombros sobre el borde del módulo. Manteniendo levantada la cabeza con dificultad, pidió:

—Dime a dónde vas, por favor.

Thondup la miró, sorprendido. Murmuró:

—Alix… Me olvidaba de ella. —Dirigiéndose al rostro asociado sobre el módulo, continuó en tono tranquilizador—: No tienes por qué preocuparte, mi amor; voy a cumplir con nuestro deber.

—¿De qué deber estás hablando?

—Hay que impedir que los titánidas lleguen a la Tierra… Adiós, querida.

—¿Y cómo ves a impedirlo?

Thondup había reanudado su avance hacia la puerta. Sin detenerse, contestó:

—Quitando las barras de seguridad del reactor…

—¡Lo harás estallar!

El hombre asintió.

—Y nosotros con él, lo sé… Pero los titánidas también.

—No vayas, Thondup; te lo pido por favor.

El hombre se detuvo. La miró con auténtica sorpresa:

—Alix, no te reconozco; ¿dudas en cumplir nuestro deber?

—¡Ese deber no existe! ¡Los titánidas no existen, Thondup!

A los ojos de Thondup asomó la compasión.

—Vuelves a ser parte de la realidad… Pobre, pobre Alix. —Y continuó arrastrándose.

—¿Isanusi, qué…? —Gema no terminó la pregunta. «No; no debo echar semejante peso sobre él». Susurró apresuradamente “Adiós, amor”; y apagó el intercomunicador. «Será mejor que no oiga». Sus ojos midieron la altura hasta el suelo: «Tomando en cuenta la capa de poliespuma, la gravedad reducida y lo poco que peso ahora…» Apoyando la mano derecha en el fondo del módulo, intentó pasar la pierna izquierda por encima del borde. Logró colocar el pie sobre él, pero solo un instante; resbaló, volviendo adentro…«Serénate. Concentra fuerzas». Las buscó en su interior. «Demasiado pocas». Se mordió los labios. «Distribuyéndolas bien, quizás alcancen; debo buscar exactitud y rapidez, olvidarme de lo demás…Probemos de nuevo». Esta vez el talón se enganchó sobre el borde del módulo, y no retrocedió. «Adelante; no hay tiempo que perder». Contrajo violentamente los músculos del cuerpo…

Deteniéndose, Thondup apoyó la mejilla en el blando suelo. Suspiró:

—Qué cansado estoy… Como si tuviera doscientos años, no veintidós. —Sacudió la cabeza—. No importa: Debo llegar, y llegaré… —Apretando los labios, reanudó su avance.

Por un instante, el cuerpo de Gema se conservó en precario equilibrio sobre el borde del módulo. «Un esfuerzo más». Cayó fuera del módulo, girando casi instintivamente sobre sí, inclinando el cuello; el golpe le cortó la respiración. Recorrió mentalmente su cuerpo: «Nada lesionado». Reagrupó sus fuerzas. «Darme vuelta». Se volteó. Todavía ligeramente aturdida por la caída, buscó con la mirada a Thondup. «Allí». Clavando las uñas en la poliespuma, comenzó a reptar. A sus oídos llegaba confusamente la voz de Thondup:

—…criticarte, Alix; yo tampoco deseo morir…—Tomó aliento—. He estado con el grupo, contigo, tan poco tiempo…—Miró por encima del hombro: Sus ojos, sus labios sonrieron—. ¿Vienes a ayudarme?

«Quizás todavía…» En un hilo de voz, Gema suplicó:

—Espera, Thondup; debo decirte algo importante…

El hombre la miró con tristeza.

—Será mejor que regreses, Alix. Te advierto que no vas a detenerme.

Dejando de hablar, Thondup se concentró en arrastrarse más rápido.

«No, no hay otra solución… Suponiendo que logre detenerse ahora, ¿qué pasará después?». Se secó ¿el sudor? ¿las lágrimas? que nublaban su vista. «Isanusi, cometiste un error; No había por qué revivir lo muerto… Me hubieras dejado como estaba, y ahora no me sería tan…»

Thondup había llegado hasta la puerta. La empujó; estaba cerrada. Frunciendo el ceño, murmuró:

—No me acordaba…

Alzando la mirada, vio el disco dorado junto al marco de la puerta.

—Demasiado alto; con la mano no llegaré…

Hizo girar el cuerpo. Quedó tendido de espaldas, el costado derecho junto a la pared. Calculó a ojo el trayecto que su pierna debía seguir:

—Así sí…

Con fuerza, lanzó el pie hacia arriba; la punta golpeó la pared, a corta distancia del contacto. El dolor de los dedos del pie lo hizo apretar las mandíbulas.

—No importa. Probemos de nuevo.

Esta vez, el pie alcanzó el disco; la puerta se abrió. Sonriendo, Thondup comenzó a darse vuelta…

«No puedo más». Gema hizo una pausa, esperando a que su respiración se normalizara. Trató de disipar la niebla ante sus ojos, ver con claridad… «Ya está cerca; otro esfuerzo, y…»

La cabeza de Thondup ya estaba fuera del gabinete fisiológico cuando las manos de Gema se aferraron a su tobillo y tiraron con violencia de él. Tomado por sorpresa, el hombre resbaló sobre sus codos; la sien derecha golpeó el marco de la puerta. Gema vio el choque, y lo sintió desmadejarse. «¿Ya? No. No creo que haya sido tan fuerte… Debe ser una pérdida temporal del sentido. En cualquier caso, debo asegurarme». Se arrastró todo lo rápido que pudo, trepando sobre el cuerpo inmóvil. «Lo calculé bien, por suerte… Consciente, no hubiera podido con él; conserva más fuerzas que yo…» La cabeza de la muchacha llegó a la altura de la de Thondup. Conteniendo la respiración, escuchó, atenta. Su frente se cubrió de arrugas. «Todavía respira; queda todo por hacer… Ánimo». Levantó la rodilla derecha, introduciéndola entre su cuerpo y el de Thondup, colocándola entre los dos omóplatos del hombre; desplazó a un lado la pierna izquierda hasta casi formar un ángulo recto, y apoyó el pie en el suelo. Lo logró justo a tiempo; Thondup se movió débilmente, intentando desplazarla de su espalda, y estuvo a punto de conseguirlo. «Rápido, antes de que se recupere del todo». Apresuradamente adelantó su antebrazo derecho, tratando de pasarlo en torno del cuello del hombre; pero le faltó precisión a sus cansados músculos, y el antebrazo quedó entre los dientes de Thondup. Antes de que pudiera retirarlo, colocarlo en el lugar debido, el hombre cerró firmemente sus mandíbulas. El dolor galvanizó a Gema; de un tirón, la muchacha sacó su brazo de la boca de Thondup. Abriendo los ojos, el hombre miró la sangre gotear sobre el suelo. Con voz horrorizada, preguntó:

—¿Te he hecho…?

No pudo decir nada más: el otro brazo de Gema había cruzado su garganta y la apretaba, cortándole la respiración. Se movió convulsivamente, tratando de escapar… Gema sintió que sus energías decrecían, se desvanecían: «Perderé el sentido antes de terminar…» Apelando a sus últimas fuerzas, contrajo violentamente sus músculos, tirando de la cabeza del hombre hacia arriba, presionando con la rodilla su espina dorsal… Algo crujió, y Thondup cesó de moverse. Dejándose caer sobre el cuerpo inmóvil, Gema rompió a llorar…

Despacio, se deslizó hasta el suelo. Contempló con atención la sangre que brotaba de su brazo, cayendo, manchando la capa de poliespuma. «Mejor terminar así; ya no me queda nada por hacer». Recordando de pronto, dirigió la mirada al silencioso intercomunicador. «Me equivoco; Isanusi necesita saber que ya no hay peligro». Sus ojos buscaron al módulo, y lo encontraron. «Demasiado lejos; me desangraré antes de llegar, no tengo con qué contener la hemorragia… Su cara se crispó: «Y necesito hablar con él; decirle que puede, que debe llegar a la Tierra, aunque solo sea por mí; todo esto no puede haber sucedido en vano…» Parpadeó, desconcertada. «¿Qué es eso?».

La nube se acercó, envolviéndola en cálidas ondas de ¿afecto? ¿compasión? ¿amor?

«No, es falso: todo esto de la telepatía emocional no es más que pura sugestión, un engaño para que Isanusi pueda llegar».

El vapor se condensó en un tentáculo, duro como el acero, y perforó la coraza que Gema había creado a su alrededor; su mente volvió a inundarse de extrañas, agradables sensaciones

Todavía Gema intentó resistir: «No; Thondup me lo explicó bien claro. Hace falta un sistema teórico previo, medios de control seguros; sin ellos, es casi imposible… ¿Casi?». El hilo de sus pensamientos se deshizo, y luchó desesperadamente por recobrarlo. «Pero si es algo evidente, tonta; se trata de una alucinación y nada más. Como deseo tanto, tanto, sentir ahora a Isanusi…»

Suaves colores tiñeron un cielo mental. Desde el lejano horizonte, innumerables recuerdos volaron acercándose, rodeándola, penetrándola

La sorpresa paralizó a Gema: «¿Cómo? No son los míos». Trató de huir, de abrirse paso hasta el distante mundo exterior, y su mirada, ya turbia, encontró la de los ojos muertos de Thondup. Retrocedió apresuradamente a su interior, y los recuerdos ajenos la cubrieron de nuevo… Agotada, cedió; la inundaron. «Oh sí; no dudo que tengas razón, Thondup: No será más que una ilusión… ¿Pero por qué renunciar a ella, si es tan hermosa?».

La cortina de vapores tembló, disolviéndose, e Isanusi se levantó ante ella. Gema corrió a su encuentro; se abrazaron estrechamente Con suavidad, el hombre le hizo levantar la cabeza, y mirar: Gema miró. Los vio; se acercaban, caminando a grandes pasos, Pável, Kay, Thondup, Alix Sus rostros estaban serenos. Alegres.

Comenzaba a asomar a los labios de Gema una débil sonrisa, cuando su corazón dejó de latir.