Algunas semanas después.

De formo gradual, las nubes dejaron de ser blancas; mil matices de rojo, de púrpura, de morado, se insinuaron, creciendo, mezclándose, y el cielo pareció arder… Luego, muy despacio, los colores perdieron intensidad, diluyéndose en un azul oscuro, grisáceo: El sol se había puesto.

Carraspeando, Audo buscó su pipa. Comenzó a llenarla, derramando el tabaco sobre la hierba sin percatarse, aún fijos los ojos en el cielo vespertino. Al buscar el encendedor, paseó una mirada distraída en torno: Todavía pudo ver los árboles, pero ya estaba naciendo el bosque nocturno. Entrecerrando los ojos, el instructor miró atentamente la figura que se le acercaba por el prado. A veces corría, a veces caminaba, como si le faltara aire. La luz del atardecer era insuficiente para poder distinguir sus facciones. “Habrá que esperar a que esté más cerca». Encendió la pipa. Continuó mirando el punto del horizonte por donde había desaparecido el sol.

«Se acabó por hoy; hasta mañana». Levantándose, se sacudió las briznas de tabaco esparcidas por su ropa. Volvió a mirar al hombre que se le acercaba, y la mano que llevaba de nuevo la pipa a la boca se inmovilizó… Tartamudeó:

—El grupo 1-4 en estos momentos se encuentra terminando sus sesiones con los ciberpedagogos; ahora mismo me disponía a reunirme con ellos…

El miembro del Consejo de Cosmos asintió, impaciente.

—Lo sé, lo sé… No es con relación a eso que lo buscaba, Audo. —Hizo una pausa para recuperar el aliento, mientras el instructor esperaba, visiblemente desconcertado—. Mejor será que venga conmigo; puedo explicarle todo por el camino… —Y tomando a Audo por el brazo, el Consejero empezó a caminar.

* * *

El hombre tocó la escafandra de Audo, advirtiéndole:

—Puede quitarse el casco; el aire es respirable, en lo fundamental…

Maquinalmente, Audo le obedeció, mientras el hombre continuaba hablando:

—Ya se han retirado los cuerpos; pero hasta que no se efectúe una regeneración completa de la atmósfera, no será muy agradable estar aquí.

Arrugando la nariz, Audo husmeó el sutil olor a podredumbre… Indagó:

—¿Por dónde se va a la cabina de controles?

El hombre señaló la puerta:

—Es esa.

A paso rápido, Audo cruzó el laboratorio central y abrió la puerta. Preguntó en voz baja:

—¿Puedo entrar?

Una voz metálica salió del tablero:

—Pasa; te esperaba.

El instructor parpadeó, «Esas inflexiones de la voz… No, no cabe ninguna duda; es Isanusi». Entró, pisando suavemente. El tablero volvió a hablarle:

—Siéntate; te ves fatigado.

«¿Cómo…? Claro; me ve por el videófono». Sin quitar la vista de la pantalla vacía, caminó hasta el sillón del piloto y se sentó, murmurando:

—Gracias…

Callaron, por un largo minuto… Finalmente, Audo se decidió:

—Me han contado todo lo ocurrido. Lo siento, Isanusi.

—Lo pasado, pasado está.

—Cierto. Ahora debemos preocuparnos por lo que debemos hacer… Estuve hablando con algunos miembros del Consejo antes de venir; creo que podemos ofrecerte una solución satisfactoria a tu… situación.

—Te escucho, Audo.

Antes de continuar, el instructor tragó saliva.

—Pensamos que debe serte muy doloroso la pérdida del resto del grupo…

—No se equivocan. ¿Qué más?

—Se conservan los sicoperfiles de todos ellos; se les puede introducir dentro del programa de sicosimulador, y sería como si estuvieran vivos; podrías verlos, hablarles…

El tablero lo interrumpió:

—No, gracias; nunca me gustaron los soñaderos.

Dejando escapar un suspiro, Audo asintió.

—Les dije que estaba convencido de que tú no aceptarías, pero insistieron en que te mencionara primero esta posibilidad… No importa si no te agrada; tenemos otra, un poco más compleja, que me parece que te satisfará.

En la segunda memoria del cibercerebro (¿o fue en la quinta?) comenzó a formarse algo… Isanusi dijo secamente: .

—Continúa, Audo.

—En el Banco Biológico se conservan varios cuerpos…

Isanusi y Gema cruzaron una mirada mental. «¿Nos abandonarás?», preguntó ella, e Isanusi permaneció callado. En otros lugares del cibercerebro empezaron a formarse nuevas nubes…

—…podrías ser instructor, e incluso integrarte a otro grupo; con tu experiencia…

«¿Otro grupo?», preguntó Thondup, consternado; y su imagen tembló, desdibujándose… Alix intervino: «Déjalo; es él el que debe decidir». «Está bien; que decida él solo», respondieron otras voces, y los espectros se desvanecieron. Quedó reverberando entre las paredes de su cráneo, el eco: «Solo… Solo… Solo…»

—¡Basta!

Audo calló, fijando una mirada de extrañeza en la pantalla gris. En voz más baja, Isanusi se excusó:

—Perdóname, Audo; pero esa solución tampoco me satisface.

—Entonces, ¿cuál? No me han dado ninguna otra propuesta para ti, Isanusi…

—Yo tengo una para ustedes, mucho más sencilla… Escúchame.

Y Audo lo escuchó.