La opresión del pecho cesó, y Sarah hizo una profunda inspiración. Se preguntó: «¿Ya?». Alzando la mirada al techo, leyó las cifras inmóviles: «02-46-40; terminada la aceleración». Volteándose sobre el lecho, miró el cuerpo tendido a su lado. Estaba inmóvil. «Vaya perezoso; se durmió». Lo contempló, sonriente, durante un largo rato… Alargando la mano le tocó el hombro, susurrándole a la vez:
—Despierta, Lars.
Abriendo al instante los ojos, el muchacho los fijó interrogadoramente en Sarah.
—Terminada la aceleración, vago.
—¿Ahora mismo?
—No; hace un par de minutos ya.
Rápida y suavemente, Lars se levantó,
—¿Nos han llamado?
—No.
El muchacho caminó hasta el videófono, y pulsó el contacto: La pantalla siguió gris.
—Parece que se han descompuesto, Sarah.
—No, Lars; yo desconecté los intercomunicadores.
Simultáneamente, los ojos de la pareja se dirigieron hacia la puerta; desde el umbral, Andrei les hizo un guiño amistoso, y le pidió al muchacho:
—Ven conmigo; inspeccionaremos los motores.
Sarah pregunto:
—¿Y yo qué hago?
—Espéranos en el salón de descanso: cuando terminemos, habrá una reunión allí.
Los hombres salieron del camarote. Levantándose de la cama, Sarah miró extrañada hacia la puerta: «¿Una reunión? ¿Para qué? No estaba programada…»
* * *
Indecisa, Aileen mordisqueaba la punta de su lapicero… Se decidió: Con mano segura, tachó una palabra, y anotó otra al lado. Por encima del hombro, Sarah miró curiosa el papel cubierto de renglones desiguales, y preguntó:
—¿Una nueva poesía, Aileen?
La aludida torció el gesto.
—Ojalá lo fuera…
—Oh, oh… Déjate de falsa modestia, o te quitaremos el título de poeta del grupo. —Intervino Wei, amenazándola con un dedo. Aileen protestó:
—Nunca he pretendido serlo, Wei.
—Y entonces, por qué escribes… ¿eso? Y lo llamo “eso” porque le niegas su condición de poema… —Wei suspiró teatralmente—. Qué difícil es entender a las mujeres: los escribe, pero no los escribe. ¿En qué quedamos?
Inés salió en defensa de Aileen:
—No tienes por qué meterte con ella, Wei; no serán versos, pero me gustan. Me parece que con eso basta.
—No basta, Inés —la contradijo Aileen con expresión pesarosa—. Cuando leo a verdaderos poetas, y después miro lo que hago yo… Me cortaría las manos; es una verdadera profanación.
—No creo que haya necesidad de llegar hasta ese extremo, Aileen. Pero sigo sin entenderte; ¿por qué las sigues escribiendo entonces?
Aileen se encogió de hombros.
—No puedo evitarlo, Sarah: Miro, escucho, leo… y siento. Entonces, no queda otro remedio; tengo que tratar de decirlo, o estallaría. Y escribo, escribo hasta quedarme vacía… En ese momento, me parece hermoso; pero cuando se apaga el fuego, cuando pasa el tiempo y vuelvo a leerlas, me dan ganas de llorar; no queda nada, nada…
Karin le palmeó la espalda, afectuosa.
—Estás exagerando, Aileen; a mí no me parecen tan malas… ¿Por qué no nos lees esa?
Sentándose en el diván, Wei dijo zumbón:
—Sí, que nos la lea ahora, mientras todavía es buena… ¡Ay! —Se llevó la mano a la oreja que le retorcía Inés—. Está bien, me callaré. —La muchacha lo soltó, y Wei se frotó el encamado pabellón auricular, rezongando—: Debí pedir un par de orejas de repuesto para este viaje…
Sonriendo, Karin preguntó:
—¿Cuál es el título, Aileen?
—Se llama «El Soñadero».
Se hizo el silencio en el salón de descanso; Ida se sentó en el diván en que estaba tendida, y Harold y Chaka levantaron sus ojos del tablero de ajedrez para fijarlos en Aileen. Harold repitió, como para sí, el título:
—«El Soñadero»… —En voz más alta, declaró—: No me gusta el tema.
—Cállate; no juzgues antes de oírla. —Karin se volvió de nuevo hacia Aileen y la animó—: Empieza a recitarla; no le hagas caso.
—Cómo quieran… —Y clavó la mirada en el papel. Comenzó a declamarla, con voz ligeramente sordo:
—Camino
—sola—
por el largo, interminable pasillo.
Oculto tras los cristales, veo sus rostros:
Duermen, duermen, sueñan…
Sueñan que la Tierra es suya,
todavía.
Podría sonreír
si no sintiera
la mirada de otros ojos
(ojos incontables, bien despiertos)
leyendo mis pensamientos.
Camino sola, sí;
sola entre sus muertos.
* * *
Los ojos brillantes, Harold repitió:
—…entre sus muertos… —Miró aprobador a Aileen—: Sí, esos muertos piden venganza, y nosotros dejamos soñar a los asesinos…
Colocándose a su lado, Inés le acarició suavemente el revuelto pelo.
—Se trata de la palabra de la Federación, Harold.
—¿Una palabra? Ellos nunca cumplieron la suya, Inés.
—No podemos rebajarnos hasta su nivel; compréndelo.
Harold levantó, sacudiéndola, la cabeza.
—No se debería haber aceptado semejante condición, Inés. Se consintió en dejarlos escapar del castigo que merecían.
Karin intervino en el diálogo de la pareja:
—Sin esa condición, el Imperio nunca se hubiera disuelto, Harold; y ahora tendríamos todavía esa amenaza pendiente sobre nosotros… Tú mismo no estarías aquí. ¿Qué nos cuesta dejarlos soñar? Nosotros tenemos a nuestra disposición la realidad, el Universo entero… —Continuó; dulcificando el tono—; Aunque te comprendemos, Harold, habiendo nacido allá…
—Sí, siempre terminan en lo mismo; me comprenden, me comprenden; pero ustedes no han visto ni oído… —Haciendo un gesto de cansancio, abandonó el tema—: No vale la pena seguir discutiendo esto. —Su mano se movió en el bolsillo delantero del mono buscando algo, y salió vacía—. ¿Dónde lo habré dejado?
—¿Qué cosa?
—Mi videolector… —Frunció el ceño—. Ya recuerdo; lo dejé sobre el sillón del piloto, en la cabina de controles. —Levantándose, anunció—: Voy a buscarlo.
Tomándolo por el hombro, Karin lo detuvo. Descontento, Harold la miró:
—¿Qué quieres?
—Nada; solo recordarte que Andrei dejó dicho que no debíamos ir a la parte delantera de la nave hasta mañana.
—Oh, eso, Karin… Puedes estar segura de que no tocaré nada; solo recogeré el videolector, y regresaré de inmediato.
Karin captó la expresión suplicante de Inés, parada de espaldas de Harold y dejó caer su mano:
—Está bien… Ve y regresa pronto: Lars y Andrei deben estar a punto de llegar.
A paso acelerado, Harold salió del salón. Agradecida, Inés le sonrió a Karin:
—Gracias; realmente, era necesario que saliera… Tú sabes cómo se pone cuando oye hablar del Imperio o de los Soñaderos.
Inclinando la frente, Karin suspiró.
—Dudo haber procedido correctamente, Inés; estaba la orden de Andrei…
—No te preocupes; yo respondo por él, no tocará nada.
Por la puerta opuesta a la usada por Harold, entraron Lars y Andrei. El jefe del grupo contó de una rápida ojeada los presentes, y preguntó:
—¿Dónde está Harold, Karin?
La interpelada miró significativamente a Inés; enrojeciendo, esta respondió:
—Como ustedes demoraban, fue a buscar su videolector, Andrei.
El jefe del grupo la miró con sorpresa:
—¿Dónde se habrá metido entonces? Mientras veníamos hacia acá, miramos en todos los camarotes, por si había un rezagado, y no lo vimos, Inés.
El rostro de la muchacha adquirió un tono púrpura. Balbuceando, declaró:
—No se le había quedado en el camarote, Andrei.
—¿Dónde entonces?
—En la cabina de controles.
Andrei se volvió hacia su segunda:
—Karin, ¿acaso no le recordaste mis instrucciones?
—Sí, pero…
Inés acudió en auxilio de Karin:
—La culpa es solo mía, Andrei; Karin no tiene nada que ver en esto. Si quieres, iré a buscarlo…
El jefe de grupo se sentó pesadamente en el diván.
—No, muchas gracias; basta con uno. Además, ya debe estar de regreso.
El rostro de Inés se iluminó:
—Seguro, Andrei; él nos prometió…
La puerta del salón se abrió violentamente, y Harold entró casi corriendo. Al ver el grupo, redujo su marcha a un paso normal, Inés le preguntó:
—¿Harold, y el video…? —La palidez del rostro del joven la hizo interrumpirse y preguntar—: ¿Qué te ha pasado?
Harold se dejó caer en el diván al lado de Andrei; los demás se acercaron, curiosos. El jefe del grupo habló, la voz serena:
—Muy bien, Harold; has llegado a tiempo… Te escucho, ¿qué has visto?
Humedeciéndose los labios, el interpelado dirigió una lápida mirada a Andrei. Preguntó receloso:
—¿Acaso tú sabes…? —Movió la cabeza, y se respondió a sí mismo—: No, sería absurdo; es absurdo.
Andrei insistió:
—Cuéntanoslo, Harold.
El muchacho miró fijamente al jefe del grupo. Hizo un ademán de asentimiento y comenzó:
—No ocurrió nada hasta que llegué a la cabina de control. Desde la puerta, vi el maldito videolector en el mismo sitio en que lo había dejado, sobre la silla del piloto. Me acerqué, inclinándome para recogerlo, y al enderezarme, veo la pantalla. Supongo que sería entonces cuando volví a dejar caer el videolector…
Karin se pasó una mano por sus cortos cabellos, disgustada.
—Harold, no nos interesa que le pasó al videolector: ¿Qué había en la pantalla?
—En realidad, no lo sé muy bien todavía… Me parece, casi estoy seguro de que era una mujer.
Karin le dirigió una mirada de desconcierto…
—Ninguna de nosotras se ha acercado al videófono, Harold.
El muchacho movió negativamente las manos:
—No; no se trataba de ninguna de ustedes; ¿acaso crees que me hubiera asustado en ese caso? No se trataba de nadie que conociera, Karin.
—¿Por qué no nos la describes?
—Cabello largo, negro, aunque escaso; la cara… la cara era piel y huesos, nada de carne; no he visto nada semejante en mi vida, puedo jurarlo. Tenía la piel cubierta de pequeñas manchas rojizas; la boca muy apretada, apenas visibles los labios, y los ojos… —Hizo una pausa—. Eso fue lo que me asustó de verdad; me miraba muy seria, como si me preguntara algo… no; como si pudiera ver dentro de mí.
Calló, los ojos fijos en la puerta por donde había entrado. Impaciente, Chaka lo apremió:
—¿Y qué hiciste?
—¿Qué iba a hacer? Retrocedí de espaldas hasta la puerta, muy despacio, sin dejar de mirarla. Ella tampoco me quitaba aquellos ojos de encima… Pero no hizo nada más; en cuanto salí de la cabina, cerré la puerta lo más rápido que pude, y me recosté en ella, tratando de recuperarme de la impresión. De pronto, siento una risa muy bajita a mi derecha… —Miró con aire de excusa alrededor—. Lo primero que me vino a la mente fue que todo era una broma de alguno de ustedes; me di vuelta con toda rapidez hacia donde venía la risa, y vi en la pantalla del laboratorio otra cara de mujer.
—¿No era la misma?
No; esta tenía una apariencia normal. Hasta sonreía, me parece que con un poco de burla. En realidad no me habría impresionado en lo más mínimo, de no ser porque lo único que tenía era la cabeza… Estaba la cara sonriendo, y arriba, abajo, a los lados, la pantalla seguía gris.
Disgustado, Wei se echó hacia atrás en su asiento:
—Me parece que eres tú el que nos está embromando, Harold. Eso es Alicia en el País de las Maravillas; el gato de Cheshire, ni más ni menos.
El jefe de grupo tranquilizó al agraviado Harold: —No hagas caso; yo sé que no estás mintiendo.
El muchacho lo miró incrédulo.
—¿Y cómo lo sabes?
—Después me toca hablar a mí; termina tú primero. ¿Qué hiciste al ver la segunda cara?
Enrojecieron las mejillas de Harold.
—Salí corriendo para aquí…
Comprensivo, Andrei asintió:
—¿Puedes describirla?
—No muy bien; solo la vi un momento… Tenía el pelo corto, de color castaño; me parece que un tanto rojizo…
Andrei murmuró:
—No cabe duda; era Kay.
—¿Y quién es esa Kay, Andrei? —Indagó Aileen.
El jefe del grupo desechó la pregunta con un gesto.
—Ya llegaremos a ella, Aileen. Creo que ya podemos empezar la reunión… —Advirtiendo el cambio de expresión de los que le rodeaban, se apresuró a agregar—: Tiene mucho que ver con el incidente de Harold; tendrán la explicación, ya verán. —Su voz volvió a ser pausada—. Debo empezar reconociendo que a mí tampoco me gustó esta misión; un vuelo de reabastecimiento a Saturno, en una nave anticuada… —Sonrió—: O como dijo Ida: «La versión moderna del Arca de Noé».
La aludida enarcó las cejas.
—Te advierto que no he cambiado de opinión, Andrei. O mejor dicho, sí; ahora creo que esto es el barco del Holandés Errante. Lo único que nos faltaba: fantasmas a bordo… Sí llego a saberlo antes, no pongo un pie en la Sviatagor.
—Ya comprenderás, Ida; dame tiempo… — Andrei intentó apaciguarla, y la muchacha se encogió de hombros. Prosiguió—: No me gustaba la misión, pero la acepté: Alguien tiene que encargarse de los trabajos aburridos, desagradables… Pero ahora pienso distinto; este no va a ser un trabajo desagradable.
—¿Entonces qué es? ¿Una excursión por el sistema solar?
—No, Wei; es un nuevo período de instrucción.
—¿Más instrucción? ¿Acaso Ambar trabajó mal con nosotros? Mejor instructora que ella…
—Cálmate, Inés; pienso igual que tú. Se trata de otra forma de instrucción, según alcanzo a entender.
Karin abrió los brazos, llena de perplejidad:
—Andrei; o mi cabeza ha perdido su facultad de entender, o tú has perdido la capacidad de explicarte. ¿A qué viene todo eso? ¿Qué relación tiene con lo que le pasó a Harold?
El jefe del grupo suspiró.
—Me perece que te sobra razón… Será mejor comenzar desde el principio. Faltando una hora por despegar, llegó un miembro del Consejo de cosmódromo…
—Sí, me acuerdo; era Kim.
—También recordarán que estuve hablando a solas con él…
—Y cuando volviste, noté que tu cara había cambiado; parecías estar contento.
—Y lo estaba, Aileen.
—¿Por qué no nos dices lo que te dijo?
—Eso es lo que estoy intentando hace rato, y lo hubiera conseguido si ustedes no me interrumpieran tanto, Inés.
Se hizo un profundo silencio. Andrei preguntó:
—¿Algunos de ustedes recuerda la Expedición Titán?
Con aire de embarazo, los miembros del grupo se miraron entre sí; solo Lars respondió, con voz tranquila:
—Realizada en el 2038. Al regresar en el año siguiente, en un choque con un siderolito pereció toda su tripulación; el ciberpiloto consiguió llevar la nave hasta la Tierra. —Apareció una chispa de curiosidad en su mirada—: Si no me equivoco, la Nave se llamaba Sviatagor; ¿no será por casualidad esta misma?
Andrei inclinó la cabeza afirmativamente; antes de que pudiera continuar, se oyó la descontenta voz de Chaka.
—Ya me lo imaginaba; esto es un objeto de museo y no una nave interplaneteria. Solo doscientos miserables kilómetros por segundo…
Andrei rogó:
—Déjame seguir, Chaka… —Esperó unos segundos entes de continuar—: Sí, es la misma Sviatagor, Lars, pero los hechos no ocurrieron exactamente como dijiste.
Con una sonrisa irónica Ida pasó la mano por el pelo revuelto de Lars, murmurando compasivamente:
—Te ha empezado a fallar tu fabulosa memoria, querido.
Andrei hizo un gesto de negación:
—Te equivocas, Ida; lo que dijo él es lo que está en los cronorregistros. Lars se acordó bien, pero las cosas no sucedieron de esa forma… El siderolito destruyó el ciberpiloto.
—¿Y quién llevó entonces la nave hasta la Tierra? A menos de que fueran los fantasmas que vio Harold…
—Casi, casi acertaste, Wei; pero no es necesario recurrir al otro mundo. Al choque sobrevivieron tres expedicionarios, aunque gravemente lesionados; no tenían esperanzas de llegar vivos a la Tierra…
—¿Y qué hicieron entonces, Andrei? —indagó Karin, llena de curiosidad—. ¿Cómo lograron llegar?
—Sustituyendo el ciberpiloto con el cerebro del jefe de la expedición… Se llama Isanusi.
Inés se estremeció.
—No nos irás a decir que… que todavía está en la nave, Andrei.
—Todavía está aquí, Inés. Espero que ahora comprendan por qué desconecté los intercomunicadores de este lado, y prohibí que pasaran para allá. —Con los ojos indicó la puerta—. Isanusi está durmiendo ahora, y suele tener pesadillas.
—¿Entonces fue eso lo que vi?
—Sí, Harold.
Hundiéndose más en el asiento, el muchacho murmuró:
—No me gusta nada este viaje…
Casi simultáneamente, el resto del grupo se reanimó:
—¿Y por qué no volvieron a instalar su cerebro en un cuerpo?
—¿Cómo es que dejan que siga volando?
—¿Por qué los cronorregistros no dicen esto?
—¿Un vuelo de instrucción, dices? ¿Qué puede enseñarnos?
—¿Acaso se puede confiar en él? Es un anciano, Andrei.
Alzando las manos, el jefe del grupo pidió silencio; poco a poco, la calma regresó…
—Muchas de esas preguntas me las hice yo mismo, muchachos. Como pueden comprender, en una hora Kim no pudo explicármelo todo… —Arrugó, pensativo, la frente—. Aunque no creo que realmente quisiera decírmelo todo; tuvo mucho tiempo para hablar conmigo antes; no tenía que dejarlo para última hora… Me dejó entender que todo se aclararía durante el viaje. —Volvió a alzar los ojos—. Sí puedo decirles por qué es tan poco conocida la historia de la Expedición Titán: al regreso de la Sviatagor, el Imperio acababa de firmar el tratado de Incorporación. Toda la Tierra estaba pendiente de eso…
—Pero eso no justifica que los cronorregistros no digan la verdad, Andrei…
—Karin, yo tampoco sé la razón… Pero puedo imaginarme perfectamente lo que ocurriría en la Tierra si se divulgara esto: muchos querrían dotarlo de un cuerpo a la fuerza, obligarlo a abandonar la Sviatagor… No conozco el motivo por el cual él prefiere seguir aquí; pero sea el que sea, creo que debe respetarse su voluntad. Pero esto no es lo esencial; hay algo mucho más importante que Kim me dejó entrever.
—¿Qué cosa?
—Todos los grupos que integran el Consejo del Cosmos realizaron su primer vuelo en la Sviatagor…
Aileen se removió en el asiento, con expresión de duda.
—Andrei, te confieso que ser dirigente… Sí, es importante, y sí hace falta… Pero prefiero la exploración.
Andrei le dedicó una sonrisa.
—Coincidimos en eso, Aileen. Pero me faltó decir una cosa: el grupo “Tau de Ceti” también realizó su primer viaje en esta Arca de Noé.
Algo nuevo apareció en los ojos que miraban al jefe del grupo. Como al descuido, Andrei agregó:
—Supongo que recordarán que se ha empezado a construir otra nave interestelar…
—Cuyo destino es Altair…
—A la cual todavía no se le ha asignado la tripulación…
—Y que no estará lista para la partida antes de nuestro regreso. —Concluyó Andrei, sonriendo.
Todos los integrantes del grupo intercambiaron miradas de júbilo entre sí… Todos, excepto Sarah. El ceño frucido, Lars le preguntó:
—¿Qué tienes? ¿Es que no quieres ir a Altair?
Los ojos pensativos de la muchacha lo miraron.
—Claro que quiero, Lars; pero es que siento tanta lástima por Isanusi…
El ambiente se enfrió perceptiblemente. Encorvado en el asiento, Harold murmuró:
—Creo que Sarah tiene razón: Si mis sueños tuvieran imágenes como la de esa mujer… —Se estremeció—. Trataría de no dormir nunca.
Andrei le palmeó la espalda:
—Pero él duerme, Harold —Miró alrededor—. Isanusi me encargó decirles que la primera sesión será mañana…»