—Bienvenido… Pase, y tome asiento.
Flotando entre las sombras, Isanusi atravesó un ¿espacio? vagamente familiar, y llegó a donde había estado ¿hace una semana? ¿un siglo? ¿un año?
—Tenemos buenas noticias para usted; su grupo ha sido escogido…
Regresó un antiguo pensamiento, preguntando: «¿Para qué?».
—…un trabajo importante, realmente importante, Isanusi. Probarán un nuevo modelo de planetonave: la Sviatagor…
«Un vuelo de prueba, no de exploración». Por segunda vez, lo hirió una punzante desilusión.
—…su tarea reviste características especiales; por primera vez, durante un vuelo de prueba se realizará una exploración.
El recuerdo de un pulso acelerándose: «¿Entonces? ¿A dónde?».
—Destino Saturno. Para ser más exactos, a uno de sus satélites: Titán.
«¿Titán? Sí, Titán… ¡Titán!».
La Voz esperó discretamente a que Isanusi volviera o asimilara la noticia antes de continuar:
—Como es natural, se espera mucho de las investigaciones que realizarán ustedes en ese satélite… Pero más, mucho más, del simple hecho de que vayan allá, lleguen y regresen… Me explicaré. Escuche: hasta ahora ha sido una norma rígida, invariable, probar los nuevos tipos de planetonaves en condiciones lo más próximas posibles a las de su trabajo normal, y solo después realizar en ellas los vuelos para los cuales han sido diseñadas. Este sistema nos ha sido útil, imposible negarlo, mientras gateábamos entre los planetas interiores; pero más allá del cinturón de asteroides se está convirtiendo en una limitación grave. Isanusi, debemos trabajar mirando al mañana; y el mañana son las estrellas… Ya se están elaborando los primeros proyectos de naves interestelares tripuladas; y para probar una nave destinada a ir, digamos, a Alfa de Centauro, ni siquiera un vuelo a Plutón será una prueba válida. Solo sabremos si sus diseñadores estuvieron acertados cuando regrese de Alfa… En estas condiciones, todo vuelo de pruebas no será más que un despilfarro gigantesco de recursos, y no podemos darnos ese lujo; se debe tener presente que ir a las estrellas no es el único propósito de la Humanidad, Isanusi.
La Voz hizo una pausa; quizás para recuperar el aliento. Continuó, en tono práctico:
—Regresemos a la Sviatagor. Se podría, sí, se podría probar en otra expedición a los satélites de Júpiter; y gastaríamos en ello medios suficientes como para una media docena de vuelos normales en las viejas naves, con igual destino. Y esa media docena de vuelos nos son necesarios para reabastecer las bases de allá. Esa es una de las razones por las cuales la Sviatagor irá directamente a Saturno. La otra, las estrellas; no podemos esperar a que llegue su turno para romper entonces la barrera sicológica de «primero probar, luego explorar». Isanusi, usted comprenderá que no le ha sido fácil al Consejo del Cosmos tomar esta decisión; se arriesga demasiado. Ha habido expediciones que no han regresado, ya sea de vuelos de prueba, ya sea de exploraciones; pero en ellas se había seguido con todo rigor el método establecido. Esos fracasos se han considerado como el tributo inevitable a los factores imponderables… Pero si ustedes no vuelven, será la consecuencia lógica de violar una norma de seguridad totalmente imprescindible… Por ello pagará el Consejo. Pagarán también los vuelos interestelares; se retrasarán décadas, siglos quizás. Y no es el único objetivo de la Humanidad, de acuerdo; pero debemos, necesitamos llegar a las estrellas… ¿Ha comprendido su misión?
El eco de su propia voz, inesperadamente fuerte, resonó dentro del cráneo de Isanusi:
—Comprendo.
Sombra sobre sombras, el recuerdo de una sonrisa fatigada.
—Creo que podemos pasar a datos más concretos, los fundamentales. Ya tendrán tiempo de conocer a la Sviatagor con todos los detalles. Debo recalcarle su diferencia esencial con los modelos anteriores; la velocidad, un verdadero salto cualitativo. Ciento cuarenta y cuatro kilómetros por segundo en el vuelo inercial… Este es un paso imprescindible para los vuelos a larga distancia; el método de incrementar la duración del viaje para alargar la distancia recorrida tiene sus límites, que ya estamos tocando en los vuelos a Júpiter; la relación entre el tiempo de estancia en el objetivo y el tiempo necesario para ir y volver se ha tornado demasiado desfavorable. Cada vez debemos dedicar más y más recursos para mantener a la tripulación durante el viaje, y relativamente menos para la estancia; la capacidad de carga no es infinita. La única solución posible era incrementar la velocidad, y la hemos aplicado en la Sviatagor; pero las implicaciones son graves, Isanusi. Los viejos sistemas de protección son ineficaces; a esa velocidad, el encuentro con un siderolito de masa insignificante, prácticamente indetectable, destruiría a cualquier nave corriente. Hemos elaborado un sistema de medidas complementarias entre sí para evitar que esto le ocurra a la Sviatagor. En primer lugar, está provista de un sistema de radiodetección extraordinariamente sensible, conectado de forma directa con el autopiloto… De paso, este también es una novedad: la biocomputadora Palas, capaz de reaccionar en las fracciones de segundo necesarias para evitar el choque directo con siderolitos de radio mayor que un decímetro. Aún así, no basta; a esta velocidad, astrolitos de radio menor podrían destruir a una nave corriente. Pero, además, la Sviatagor tiene doble casco, y entre ellos una capa de densiplasma… Supongo que conocerá sus propiedades, ¿no?
La primera vez pudo inclinar la cabeza, asintiendo; ahora no. Algo crecía, fundiéndose con la memoria del pasado: miedo. Isanusi se preguntó: «¿Por qué no veo? ¿Por qué no puedo moverme?». La incorpórea Voz continuaba fluyendo…
—…elevada presión, conservando su estado semilíquido, y si algún siderolito lograra atravesar el casco exterior, es muy probable, casi seguro, que el densiplasma lo detendría. Y no se perdería presión por la abertura; sí, escapará un poco de densiplasma; pero se solidificará de inmediato, sellando el escape. Ni aunque el siderolito lograra perforar el casco interior, podría producirse una descompresión de la nave; antes de atravesar el casco interior, ya la grieta del casco exterior estará cerrada. Como es obvio, lo ideal sería que ningún siderolito penetrara en la Sviatagor; aún sin la descompresión, siempre podría causar graves daños. Por eso introducimos la tercera medida de precaución: la nave generará a su alrededor un campo magnético de elevada intensidad, capaz de desviar cualquier microlito lo suficiente como para evitar el choque directo. Como puede ver, todas las medidas de precaución se interrelacionan entre sí, reforzándose mutuamente. También la tripulación, es decir, ustedes, recibirán un entrenamiento perfeccionado... pero me estoy apartando de mi campo; Thondup puede hablarle con mayor conocimiento de las últimas novedades de los sugestocibernéticos. Hable con él, y podrá asegurarse de que hemos hecho todo lo posible, todo lo que ha estado a nuestro alcance, para asegurar su regreso… Todavía nos queda un problema del que no hemos hablado: cuál será el nombre del grupo. Siendo, como es, un vuelo de prueba debería llamarse Sviatagor; pero siendo a la vez un vuelo de exploración podría llamarse también Titán… Creemos que lo mejor será dejar que ustedes mismos elijan el que prefieran. ¿De acuerdo?
Desde hacía rato que la respuesta de Isanusi debió haber sido un gesto afirmativo.
—Muy bien; puede retirarse, Isanusi.
Sonriendo, Isanusi-recuerdo se levantó, despidiéndose, alejándose… Isanusi-real (¿verdaderamente real?) procuró imitarlo, en vano. Lleno de inquietud, esperó a que la extrañada Voz le preguntara por qué no se levantaba, por qué no se iba… «¿Qué podré contestarle?». Tensando al máximo su voluntad, intentó vencer la parálisis, moverse, ver…
Y despertó. Los párpados aún cerrados, dejó que lo inundara, sedante, la ola de tranquilidad. «¡Uf! No ha sido más que una pesadilla… Qué desagradable». Se estremeció ligeramente. «Pero ya ha terminado, olvídala, hay que levantarse». Abrió los ojos.
Delante, alrededor, continuaba la oscuridad.
—¿Despertaste, Isanusi?
Con un leve silbido, el aire escapó de sus pulmones; no había sido la Voz que por un instante temió oír. «Gema; es Gema». Sintió que los latidos de su sangre se aceleraban. «Si no es una pesadilla, ¿entonces?…». Trató de traducir en palabras la interrogante mental:
—¿Por qué…? —se interrumpió. «¿Qué tengo en la garganta?». Se esforzó en tragar una saliva inexistente. «Ya lo averiguaré después». Completó la pregunta:
—¿Por qué no hay luz?
No pudo ver los párpados de Gema entrecerrándose, convirtiendo sus ojos en estrechas rendijas; no vio su rostro acercándose al suyo, ni la mano pasando rápida por delante de sus ojos, y no pestañeó.
—Está encendida… No te preocupes, amor; debe ser un efecto residual del shock.
«¿Shock? ¿Cuál shock? ¿Qué me ha pasado? ¿Y a la Sviatagor?» Tras una breve pausa, Gema siguió hablándole.
—Supongo que estarás ansioso por saber lo ocurrido… Trataré de resumirte lo poco que sé. Mientras dormías, el campo magnético tuvo una avería, y Pável y Kay tuvieron que salir para arreglarlo. Durante la reparación, parece que chocamos con un siderolito; yo perdí el sentido, debí golpearme con algo, no recuerdo qué. Thondup me encontró inconsciente en el laboratorio central, y pudo hacerme recobrar el conocimiento. Tampoco él sabía mucho de lo que estaba pasando… Nos pusimos de acuerdo; él seguiría hasta la cabina de control, vería en qué podía ayudar a Alix, mientras que yo vendría a despertarte, para… Pero el hipnotrón se había descompuesto, y vi que… que no te encontrabas bien. Te traje aquí, al gabinete fisiológico, no hace ni cinco minutos, y… bueno, despertaste.
Por un momento Gema trató de sonreír, antes de recordar; «No me ve». Continuó:
—Ahora eres mi paciente. Dime: ¿experimentas alguna otra sensación física inusual, aparte de esa pérdida de la visión?
Obedientemente, Isanusi se concentró en su cuerpo… El corazón aún latía un tanto apresurado, pero con regularidad. Los pulmones se llenaban y vaciaban a un ritmo normal; no había sensación de dolor, ni en la cabeza, ni en el tronco, ni en brazos ni piernas… Se percató, sin embargo, de una sensación peculiar, no conocida: «Como si estuviera envuelto en algodones: algo totalmente subjetivo, sin lugar a dudas; mejor veamos el control muscular». Intentó alzar las manos, llevarlas a la cara, y no pudo. De forma involuntaria, contuvo la respiración. Probó a encoger las piernas, y permanecieron extendidas. «Malo». Con paciencia, procuró contraer algún músculo, verificándolos uno por uno, y solo los de la cara respondieron. Descansó, recuperando fuerzas. «Debe ser algo puramente nervioso». Concentró minuciosamente la voluntad. La lanzó, en un violento espasmo, contra el indócil cuerpo; se crisparon sus facciones, y nada más.
—¿Sientes dolor?
Percibió la preocupación en la voz de Gema. Distendiendo los labios engarrotados, susurró:
—No.
—Entonces, ¿por qué tu cara está tan…?
Isanusi hizo que su rostro volviera a la normalidad.
—No puedo moverme, Gema. La cara sí, pero el cuerpo no me obedece. Seguramente, otra consecuencia del shock.
—Es posible… Tendré que examinarte.
Isanusi esperó el tibio contacto de las manos de Gema. «Se está demorando mucho». Preguntó:
—¿Cuándo empiezas?
Gema levantó la cabeza, los ojos muy abiertos.
—Pero si ya… Espera: ¿De veras que no has sentido nada?
—Nada.
Las manos regresaron al interior del módulo, y palparon suavemente la tibia, desnuda piel…
—Por favor, avísame cuando sientas algo.
El tiempo pasó. Con la lengua, Isanusi se humedeció los labios resecos. «Parece que es algo realmente grave». Apretando los dientes, se amonestó: «Gema es la que debe juzgar, no yo». Procuró relajar su mente, vaciarla de todo pensamiento. «Solo sentir».
Enderezándose, Gema negó con la cabeza, pero un mechón de sus cabellos continuó tapando el ojo izquierdo. Tuvo que pasar la mano para desprenderlo de la húmeda piel. «Parece grave; veamos hasta dónde…». Colocó su mano sobre el hombro de Isanusi, apoyando solo las yemas de sus dedos; luego apretó con toda su fuerza.
—¿Y ahora tampoco sientes nada?
La respuesta tardó en llegar.
—Tampoco.
Gema retiró su mano. Por un largo rato, contempló las cinco medias lunas que azuleaban sobre la oscura piel; cuatro juntas, alineadas en una suave curva, la restante apartada a un lado, en posición invertida respecto a las demás. «También los receptores profundos: Es grave. O quizás… Sí, darle tiempo para recuperarse. ¿Recuperarse de qué? Eso todavía hay que averiguarlo, Gema». Habló con voz tranquilizadora:
—Muy bien, querido… Por el momento, el tratamiento será dormir; por lo visto, te hace falta un poco más de descanso.
Buscó un soporífero. «Se trata del sistema nervioso, eso es indudable; un examen neurológico sería lo indicado… Y el diagnosticador roto. Debo localizar a Pável, o a Thondup, y decirles que lo arreglen… Que revisen también el hipnotrón; hay que averiguar qué le hizo a Isanusi. Eso debe ser la clave de todo; sin saberlo, solo podré actuar a ciegas…». La mano que sostenía el inyector tembló perceptiblemente. «A ciegas… pobre Isanusi». Clavó la aguja. «Ahora, esperar». Se sentó, agudamente consciente de la sequedad de su garganta. «Esta sed es de origen nervioso; no hace tanto que tomé agua. Debo dominarme…». Aguzó el oído: la respiración de Isanusi era ahora profunda, espaciada. «Duerme». Pasando la mano por el borde del módulo de recuperación, hizo surgir la capa de plástico transparente; en silencio, se extendió hasta el borde opuesto del módulo, aislando al durmiente del exterior. «¿Hiperoxigenar? ¿O mejor reducir el metabolismo?». Movió la cabeza. «No debo actuar sin estar segura… Mejor pienso en otra cosa». Apartó su mente de Isanusi, y de inmediato surgió la preocupación que había estado latente. «¿Y los otros?». Volviendo la cabeza, miró la puerta cerrada. «Nadie ha venido… Ni siquiera han intentado comunicarse conmigo; ¿por qué?». Hizo girar la silla hasta quedar frente al videófono, y pulsó los contactos, uno tras otro. La pantalla permaneció gris. «Puede ser que aún trasmita la Voz». Habló:
—Thondup, Alix… Pável, Kay… Habla Gema, desde el gabinete fisiológico. El canal visual de mi intercomunicador no funciona no sé si me están recibiendo. Si me oyen, díganmelo, por favor… Si tienen a alguien lesionado, pueden traerlo. Paso a escucharlos…
Retuvo el aliento, expectante. El aparato continuaba mudo. «Está dañado, y todavía no han podido arreglarlo; de seguro, habrá otros daños más importantes que atender». Meditó, mirando el cuerpo inmóvil en el módulo. «Sí; podría dejarlo, solo por un momento, y averiguar…». Intentó levantarse de la silla; todo a su alrededor tembló, cubriéndose de una espesa niebla. Se dejó caer de nuevo en el asiento, y esperó a que el mareo pasara. «Otra vez… Un poco más intenso, me parece. Es natural; tensión excesiva, sin haber tenido tiempo de recuperarme de la conmoción». Pasó con suavidad la mano por la cabeza; pudo sentir los latidos de la sangre en el abultamiento bajo el pelo. «Debo ir. Pero en este estado no podré… ¿Recurrir otra vez a las reservas? ¿Tan seguido? No es recomendable, pero…». Se relajó poco a poco, hasta que todos los músculos de su cuerpo estuvieron totalmente laxos. «Ya puedo empezar». Respiró hondo. «Uno… Dos… Tres… Cuatro…». El corazón intensificó la potencia de sus latidos, espaciándolos más, y más… «Siete…… Ocho……». La adrenalina irrumpió en microscópicos torrentes, disolviéndose en la sangre acelerada. «Once…… Doce……». Sintió nacer el peculiar cosquilleo en la punta de los dedos; se extendió placenteramente por los miembros, acercándose al tronco, ahora rígido. «Quince……». Sus oídos captaron el leve roce producido por la puerta al abrirse; instantáneamente, los sobreexcitados reflejos la hicieron volverse hacia ella. «¡Thondup! Al fin». Sonrió, aliviada.
—¡Cuánto has tardado!… —Interrumpiéndose, observó con atención hipertrofiada al hombre que se acercaba. Observó la cojera no disimulada, la flacidez de la mano que sostenía el eyector de densiplasma, la expresión fatigada del rostro… «Hay problemas». Indagó con ansiedad: —¿Y los demás? —«Alix no informó de su regreso al interior de la nave».— ¿Acaso Pável y Kay…? —No se atrevió a concluir la pregunta.
Thondup se había dejado caer en el asiento a su lado. Por el desgarrón del mono asomaba una rodilla hinchada, violácea; se la palpó, muy suavemente, antes de responder:
—No tuvieron tiempo de volver a la nave Gema. Miré por la ventanilla de la cámara de descompresión; estaba vacía, la compuerta de salida todavía abierta…
—¿Y no intentaste recuperarlos tirando de los cables de seguridad? Tal vez solo estaban inconscientes…
—Los cables estaban rotos.
…Regresó la visión del grueso cristal cubierto de vaho, los dos cables oscilando ampliamente en el interior de la cámara, trenzándose, separándose, brillantes los extremos cortados… Thondup parpadeó, y de nuevo tuvo a Gema ante sí.
Desviando la mirada de ella, la fijó en la figura que yacía en el módulo de recuperación: «A primera vista, intacto». Se relajó un tanto en el asiento. «Quizás no sea tan grave la situación…». Oyó confusamente la voz de Gema;
—No puedo entenderlo… ¿Cómo pudo ocurrir?
—Palas debió detectar en el último momento al siderolito; conectó los motores para cambiar de rumbo…
Gema lo interrumpió:
—Eso no bastaría para romper los cables. Thondup: la aceleración necesaria nos habría matado a todos en la nave.
La mirada de Thondup regresó al rostro de Gema, y lo analizó. «¿Habría conteado? Malo. No conviene esa hipersensibilidad ahora…». Continuó, la voz inexpresiva:
—No he terminado, Gema. Palas también activó el campo magnético, a la máxima intensidad: eso les proporcionó una aceleración suficiente para romper diez cables. ¿O no?
Gema no contestó la pregunta. «¿Cómo decirle todo lo demás?». Thondup trató de cubrirse la rodilla lesionada, tirando del mono, y desistió. «Es inútil, la tela no alcanza…. Creo que habrá que… No, todavía: eso es el último recurso». Volvió a mirar a Gema. Estaba llorando, silenciosamente. «Es mejor así: que se desahogue». La muchacha inquirió de pronto:
—¿No habrá alguna forma de rescatarlos? No deben estar muy lejos todavía… ¿Alix mantiene el contacto con ellos?
La mano de Thondup se inmovilizó sobre la rodilla.
—No he podido establecer contacto con ellos; la emisora también está averiada… —Aspiró profundamente antes de continuar—: Escúchame, Gema, La situación es mucho más grave de lo que tú te imaginas: Alix murió.
Durante dos, tres segundos, la mirada de Gema solo reflejó asombro; luego apareció el dolor, la comprensión, y más, más dolor… Thondup prosiguió en voz más baja.
—Sí, fue duro para mí… Pero tú no tienes por qué preocuparte: ya recogí lo que quedó de ella, lo puse en el expulsor de desechos… Al menos no está averiado; funcionó bien.
Gema se había semincorporado del asiento, los ojos casi fuera de sus órbitas:
—¿Tú… tú hiciste eso? ¿Antes de…?
Su garganta fue incapaz de sostener el tono sobreagudo, y la voz se desvaneció. Tragó saliva, convulsivamente, y continuó con la voz enronquecida:
—Thondup, tú no podías determinar si en realidad ella estaba muerta; quizás yo habría podido…
Algo en la mirada de Thondup la hizo detenerse. Comprendió: «Recogí lo que quedó de ella… El siderolito debió entrar por la cabina». Logró borrar la visión fugazmente entrevista: pero ya su estómago se había convulsionado, y tuvo que recurrir a todo su autocontrol para detener lo que ascendía veloz hacia su garganta: Lentamente, la náusea se disolvió… «Comprendo. Te agradezco la intención, querido Thondup; pero no sé qué es peor, si verlo o… imaginárselo».
Thondup continuaba observándola. «Se ha recuperado… no mucho. Pero sí lo suficiente, espero». Volvió a hablar.
—Todavía falta, Gema. Otro fragmento del siderolito alcanzó el centro de integración lógica de Palas. La biocomputadora estuvo a punto de descomponerse en su totalidad, pero pude llegar a tiempo de reajustar su sistema homeostático, aislando la parte destruida. Todavía podemos contar con las memorias auxiliares y las unidades de cálculo extrarrápido; pero nos hemos quedado sin autopiloto… —Mientras hablaba, Thondup no dejó de estudiar los cambios de expresión de Gema. «No, todavía no puedo decírselo; necesita más tiempo para reponerse. Será mejor que hable ella, que se serene». —Aún debo comunicarte otras noticias… que tampoco son buenas; pero antes, querría saber cómo se encuentra él. —Con la barbilla indicó a Isanusi.
Antes de responder. Gema se pasó una mano por la cara.
—Pues… Todavía no lo sé. Lo encontré en el hipnotrón, aparentemente todavía estaba soñando. Pero no pude despertarlo; el aparato no obedecía los controles. Lo saqué de él y lo traje aquí, inconsciente; lo introduje en el diagnosticador pero tampoco funcionaba. Entonces lo dejé en el módulo de recuperación, y esperé. Se despertó, no hace mucho; no podía ver, ni moverse, ni sentir; tan solo hablar, y oír… Hice que se durmiera de nuevo. Thondup, no puedo determinar qué tiene ni cómo curarlo sin más elementos; es necesario, absolutamente necesario, que repares el diagnosticador y luego averigües qué le pasó al hipnotrón, qué le hizo a Isanusi, para saber si es posible…
El final de la frase se perdió en un sollozo. Con un gesto brusco, Gema volvió a secarse los ojos. Trató de continuar:
—Aunque… para ser objetivos… tendríamos que… no contar con…
Su voz se quebró definitivamente. La barbilla se hundió en el pecho; los largos cabellos ocultaron el rostro, estremeciéndose a intervalos irregulares… Los labios de Thondup se apretaron en una turbada mueca: «¿Y ahora qué? Está visto, no había modo de evitarlo… ¿Qué hacer? Imposible dejarla así; se está deslizando hacia la histeria… ¿Desinhibirla?». Indeciso, se mordisqueó el labio inferior. «Quedamos tres. No se puede contar ahora con Isanusi; con ella tampoco. Debo decidir yo solo, y pronto… No queda otra salida; prepárate, Thondup». Se concentró durante todo un largo minuto. «Ahora». Proyectó su voz sobre la figura encogida en el asiento;
—¡Gema!
Fue apenas un susurro, pero Thondup sonrió satisfecho: «La modulación exacta». Frente a él, la masa de negros cabellos había dejado de temblar; Gema se enderezaba, apartando el pelo de su cara, esbozando una húmeda sonrisa:
—Siento haber perdido el control. Thon…
Dejó inconclusa la frase. Sus cejas se alzaron sorprendidas: «¿Qué me ha pasado?». Constató la nueva, extraña fluidez de sus pensamientos. «Recuperación anormalmente rápida; incluso, antes de que la crisis alcanzara el máximo… ¿Y cómo lo sabes, Gema?». Miró en su interior. «Lo sé, simplemente. Y también sé que no volverá a ocurrir… ¿Seguro?». De forma deliberada, destruyó sus barreras de sicoprotección internas…
Pável, Kay, flotando en el vacío: La nave, cada vez más lejos, más lejos… Ellos, separándose también. Sus voces, llamándose, llamándonos… Aire para tres horas. Tres horas…
Movió la cabeza, incrédula. «Veamos». Saltó en pedazos otra barrera…
La cabina. Alix. Lo que quedó de ella…
Vio crecer el horror, el espanto, rebasando los antiguos límites de su resistencia. «Es curiosa la forma apagada como me llegan… No; en realidad no me llegan». Su frente se había cubierto de arrugas. «Basta», ordenó, y desaparecieron los fantasmas y el borroso miedo. «¿Qué es, en realidad, lo que me ha pasado?». Unas palabras incomprensibles afloraron a su conciencia: «Condicionamiento para situaciones no previstas… ¿Qué significa eso?». No hubo respuesta. «Está bien…». Gema no sentía disgusto, ni miedo; solo curiosidad. «En primer lugar, ¿cómo ha entrado en acción?, ¿cuál fue su causa?». La respuesta llegó antes de que terminara de formular la pregunta: «Thondup: su voz, no lo que dijo; la forma en que articuló las sílabas de mi nombre… ¿Y por qué estimó que era necesario activar este condicionamiento? La situación es mala, pero no desesperada…». Recordó: «otras noticias… que tampoco son buenas». Asintió para sus adentros. «Evidentemente, son esas otras noticias las que convierten la situación en desesperada. ¿Por qué no me las comunicó antes?». Examinó el rostro del hombre sentado ante ella. «Procedió correctamente; en mi estado anterior, decírmelo habría sido… peligroso. Pero ahora puede comunicármelas sin riesgo alguno; ¿por qué no lo…? Comprendo: espera a que me adapte». En contra de su voluntad, la interrogante volvió: «¿Cuáles son esas otras noticias?». En apariencia desvinculados, afloraron a su conciencia elementos fragmentarios: «La sed. Los vahídos. La náusea; el eyector de densiplasma…». Con cierta desilusión, contempló el esquema de la Sviatagor que le presentaba su memoria. «¿Es posible que todo esto tenga alguna relación?». Cediendo a la imperiosa necesidad-orden llegada desde las profundidades de su mente, estudió el diagrama. «La cabina de control. Alix estaba en ella… Después, el laboratorio central, donde estuve inconsciente, hasta que Thondup… Después, el generador». Los fragmentos se unieron, formando un todo único, y Gema exhaló el aliento, satisfecha.
«Conque se trataba de eso… Sí, Thondup tenía razón; había que…». Imperturbable, su mente continuaba extrayendo conclusiones; saltó, alejándose instintivamente del módulo de recuperación. En su voz vibraba algo muy próximo a la emoción al dirigirse a Thondup:
—Ven; vamos al laboratorio, rápido…