LA MÁQUINA DE LAS DIMENSIONES

 

 

 

Juan Martínez Asensio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo I

 

Estoy subido en la Máquina de las Dimensiones. Cada dimensión tiene su propia contemplación. Y constantemente voy pasando del microcosmos al macrocosmos, en un espectáculo sorprendente y maravilloso, donde la gravedad de Newton y el universo de cuerdas no existen, ya que todo está unido y desunido al mismo tiempo, para que la forma y el movimiento puedan coexistir.

En ese viaje estoy descubriendo todas las formas de los multiversos. Me he puesto en contacto con una infinidad de espacios planos, medidos por sus diferentes formas y movimientos.

Cuando la Máquina de las dimensiones se reduce infinitesimalmente, el microcosmos aumenta en la misma proporción que la Máquina se reduce.

En una placa universal tanto la masa como la energía se hallan a la misma altura. Lo que parece que se halla por encima del nivel universal, es la deformación que se desprende de las medidas más pequeñas que alteran las diferentes contemplaciones.

Si el universo, no fuese un universo nivelado, el movimiento no existiría, y la planificación de la forma no tendría lugar.

El profesor Ramírez dejó de leer. De pronto lo leído se puso a dar vueltas en su cabeza como una luz reveladora, y comprendió que le estaba sucediendo lo mismo que a Demócrito cuando a partir de unas simples partículas se imaginó al átomo dando vueltas y más vueltas en el espacio. Todas las dimensiones del espacio tiempo se presentan ante él y el libro que tenía en la mano como una flor, alcanzó en su imaginación, todos los tamaños y todas las dimensiones.

Dejó el libro en la mesita de noche, y se levantó. Abrió la puerta de la habitación y entro en la cocina. Un reloj de pared marcaba las cuatro. Eran las cuatro de la mañana. Un almanaque colgado en la pared, indicaba el año 2158.

Antonio Ramírez cogió una cafetera y se hizo café. Se sentó en el salón de la casa y empezó a meditar:

—Profesor— le preguntó su ayudante en el laboratorio, cuándo piensa decirme el proyecto que tiene en la cabeza.

El profesor miró a su ayudante y sonrió: Gerardo Rendón, las luces de la Ciudad de México me son muy propicias, en cada una de ellas veo un viaje sorprendente.

—Por supuesto, profesor.

Gerardo Rendón era de Lima, un peruano sumamente inteligente. Poseía tres licenciaturas y un doctorado en biología. No era muy alto, más bien pequeño. Su mirada era muy expresiva, y su redondeado rostro una bombilla llena de inteligencia.

El profesor Antonio Ramírez en cambio era corpulento, grueso, con mucha energía, lucía una enorme barba negra que le llegaba hasta el pecho. Sus ojos eran penetrantes, encendidos como dos trozos de carbón que ardían constantemente en la alquimia de un nuevo proceso y de un nuevo descubrimiento. Antonio Ramírez le dio un sorbo a la taza que tenía en la mano y después varios sorbos más. Dejó la taza en la cocina, volvió al dormitorio y se acostó.

Aquella noche del cuatro de Julio del año 2158, no pudo descansar ni un segundo. El libro de la Máquina de las Dimensiones, era mucho más apasionante que la Máquina del Tiempo.

Volvió a coger el libro que tenía sobre la mesita de noche, y se encerró nuevamente en la más apasionada de las lecturas.

El profesor leyendo descubrió maravillas. Sabía que la energía es la descomposición de la materia que cuando la masa se descompone, se transforma en energía porque pierde masa.

Llegó a pensar que la velocidad de la luz es relativa a la medida de la masa que pierde masa y se transforma en energía.

Según como sea su medida, será en su velocidad pensó.

Lo mismo que la masa es una medida espacial, la energía es medida por la masa que se descompone.

Para la masa más grande, la velocidad de la luz es más pequeña, para la más pequeña, más grande.

La velocidad de la luz es medida por un sinfín de masas espaciales. Será más rápida para la medida de la masa del hombre, más lenta para la Tierra, insignificante para la masa del sol, y microscópica para una galaxia.

A las cinco de la tarde el profesor Ramírez llegó al laboratorio. Gerardo Rendón estaba experimentando algo fuera de lugar con las ratas. Hacía más de veinte años que el roedor no era alimentado, que no comía, y sin embargo seguía vivo y cada día más rejuvenecido.

En el laboratorio había cientos de jaulas con animales: chimpancés, ratas y cuervos.

El laboratorio era grande. Más de quinientos metros cuadrados de sorpresas y sobresaltos.

—Profesor, ¿Cómo ha pasado la noche?

Ramírez miró a Gerardo profundamente y le respondió: Bien, bien, muy bien Gerardo. Ese libro escrito por un autor desconocido, me fascina. En él he encontrado la llave del entendimiento.

—¿Cómo, profesor?

—Es lo mejor que he leído en los últimos tiempos. El átomo es divisible hasta el infinito, y podemos construir la Maquina de las Dimensiones, lo mismo que hemos construido la Máquina de la vida. Mañana me tienes que operar y sacarme todos los órganos, después te tendré que operar.

—Profesor el experimento funciona a la perfección. Como sabemos la rata vive sin órganos, no necesita comer, y cada día es más joven y resistente.

—Por supuesto que funciona querido amigo. En el microcosmos está la llave de la verdad. Esa máquina microscópica que tiene la rata es una central nuclear de energía que alimenta a las células lo mismo que fueron alimentadas por el mar hace más de 3.000 millones de años. El oxigeno lo produce la máquina sin el óxido, y las células no se oxidan y no se dejan morir. La vida, amigo Gerardo, es como un pedazo de hierro que el salitre pudre.

—Profesor, nuestro invento puede hacernos inmortales. Cuánto cree usted, que podremos resistir el paso del tiempo.

El profesor se rascó la frente, y como los siete sabios de Grecia, respondió con una sonrisa en los labios: Miles y miles de años, no lo sé exactamente, pero sé que las células no envejecen y que se reproducen fuera del medio ambiente. Esa es la fuente de la longevidad de la vida, que el proceso de composición y descomposición celular sea más lento.

—Pero no decía Darwin, que el animal se adapta al medio.

— Fue un error por su parte, un tremendo error, es la célula la que se adapta al medio para retocar al robot y perfeccionarlo. Estamos hechos de estos retoques, recuerda que hemos vencido al cáncer desde los cimientos de la misma evolución.

—El cáncer se originaba en la ontogenia. Era un golpe de estado evolutivo donde las células rebeldes, intentaban construir un nuevo robot, sabiendo que lo imperfecto está condenado a desaparecer.

El profesor Ramírez se acercó a una de las jaulas y se puso uno de sus guantes de goma. Seguidamente, abrió la puerta de una jaula y sacó una rata.

—Aquí está nuestra amiga Adelita, mira como me mira Gerardo.

—En verdad, profesor, es una rata muy inteligente. ¿Se acuerda cuando la cogimos en el desierto? Es la Lucie de una nueva humanidad, la Adelita de una nueva humanidad.

—¡Puede ser Gerardo, puede ser!

Por supuesto profesor que así será. Ha pensado usted en el hambre que hay en el mundo… más de diez mil millones de personas sufren una hambruna descomunal. El mundo tiene más de veinte mil millones de habitantes y solamente viven los privilegiados. Nuestro invento es la lámpara de Aladino, le tendremos que sacar los órganos a la humanidad para que la humanidad viva sin necesidad de alimentarse ni de vestirse. Con la máquina profesor, no existe la temperatura exterior.

—Enciende Gerardo el horno, ponlo a mil grados.

—Ya está profesor.

—Dejaremos a Adelita en él cuatro horas, debemos saber su resistencia.

—Por supuesto, profesor.

El profesor abrió la puerta del horno y metió al roedor.

Lo estuvieron observando durante varias horas, tomaron apuntes y más apuntes, la rata no se inmutaba. Parecía hallarse fuera del medio. Saltaba, jugaba y sus ojos encendidos parecían dos diamantes.

—Profesor mil grados, su cuerpo aguanta mil grados, es insólito, y difícil de comprender.

—La central nuclear, amigo Gerardo, la central nuclear guarda siempre la misma temperatura y el medio por muy fuerte que sea, no la altera en absoluto.

—¿Tanta fuerza tiene la central nuclear, profesor?

— Posee la fuerza de la fisión interior, y nada la puede alterar. Nuestro invento es el descubrimiento más grande todos los siglos.

Abrió la puerta del horno y con unos guantes especiales, asió a la rata y la metió en la jaula.

Adelita saltaba y saltaba y volvía a saltar. La inmortalidad estaba dentro de ella, con el ingenio de los ingenios.

—Profesor, hemos llegado a la fabricación de treinta mil centrales nucleares. Nuestro equipo trabaja sin descanso.

—En esta nave está encerrado el futuro de la humanidad. El planeta Tierra hasta hoy ha sido un sepulcro para la especie humana. Nacemos, vivimos, morimos y nos convertimos en polvo. Somos la salvación amigo Gerardo, somos la salvación. Hemos vencido las leyes de la naturaleza, no hemos envejecido. Nuestro invento nos devolverá la juventud perdida, tan llorada por Rubén Darío el gran poeta nicaragüense.

—Mañana, profesor, será el gran día.

—Mañana será el gran día. La rata lleva veinte años con el invento y el ingenio funciona admirablemente con el abastecimiento de las leyes físicas. La central nuclear es una miniatura que tiene que estar dentro del cerebro como una aguja en un pajar. Las neuronas se adaptan fácilmente a la maquinaria y las células son alimentadas asombrosamente.

—Profesor, podemos contratar más personal.

—No, podemos llamar la atención. Debemos ser precavidos, nuestro descubrimiento asombraría al mundo y el mundo nos destruiría.

—Profesor he puesto al roedor bajo mis pies y lo he aplastado. Lo resiste todo, la central nuclear ha condensado la materia, y ni una bomba atómica los destruiría.

—Es cierto que su resistencia es asombrosa ¿Y su fuerza? No hemos probado su fuerza.

—Para probar su fuerza, tenemos que ser como él. De lo contrario nos destruiría.

—Mañana será el día que tanto he esperado.

—La operación en el lóbulo frontal ha funcionado con Adelita, y también funcionará con usted.

Eso espero. Ven, te voy a enseñar el principio del proyecto de la Máquina de las Dimensiones.

Pasaron por varios pasillos y llegaron a una puerta blindada. El profesor abrió la puerta y entraron.

—Siéntate Gerardo y contempla.

El profesor se sentó delante de una pantalla y apretó un botón rojo. Puso la mano sobre la pantalla y la mano desapareció. En su lugar aparecieron millones y millones de células en un mar de miniatura. La célula se alimentaba en el agua, se dividía y se volvían a desunir incesantemente.

—Profesor, su mano ha desaparecido, no se ven más que células.

—Así es, querido amigo, observa y ve el milagro más grande de todos los tiempos. Gerardo observó y sus ojos no creían lo que estaban viendo. Descubrió que la materia está compuesta por un sinnúmero de dimensiones que se pueden dividir y multiplicar por doquier.

—Observa los microbios, los virus y las bacterias, Gerardo. Estamos en la dimensión de los microorganismos y podemos estudiarlos tal como son.

—Asombroso, profesor.

—Ahora llegaremos a la dimensión del átomo.

Antonio Ramírez pulsó nuevamente el botón, y aparecieron los átomos, las células, los microbios, las bacterias y los virus, desaparecieron como por encantamiento.

—Profesor son sistemas planetarios, galaxias…

—No, querido amigo, son simples átomos.

—¿Átomos? Parecen galaxias.

—Son átomos, millones y millones y millones de átomos, girando en un espacio relativo a su propia medida espacial.

—¡Asombroso!

—Asombroso, pero real como la vida misma, Gerardo. La única realidad, no es la del hombre. Hay más realidades que granos de arena tiene el desierto del Sáhara.

—Inaudito, profesor— respondió Gerardo.

El profesor se levantó y habló como el más grande de los sabios:

—La Máquina de las Dimensiones todavía no está terminada. Se trata de una nave que tiene el poder de reducirse y de incrementarse hasta el infinito.

—Pero profesor ¿Qué materia puede reducirse e incrementarse hasta el infinito?

—La materia se divide y se multiplica porque todo está unido y desunido al mismo tiempo. Partiendo de ese principio, estoy construyendo un acelerador posicional de partículas.

—¿Cómo es posible profesor?

—En el número posicional de los átomos está la solución.

—¿Acaso la materia se une y se desune simultáneamente?

—Por supuesto.

—¿La nave será muy grande al principio?

—¡No muy grande!

—¿De qué materia estará compuesta?

— De un compuesto químico que yo mismo he elaborado. Es una materia elástica que se reduce y se incrementa al infinito.

—¿De qué está compuesta?

—De átomos, naturalmente.

—Profesor, preguntó Gerardo Rendón, de qué trata la famosa Máquina de las Dimensiones. Todavía no he alcanzado la suficiente visión de la misma. Según usted y sus recientes descubrimientos, el universo es multidimensional. ¿Es cierto que podemos viajar de lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande y viceversa? Con usted, profesor el mundo ha cambiado de contemplación. La realidad no es una, sino múltiple. Las dimensiones se suceden en el espacio tiempo sin límite establecido. ¿Dónde estamos, profesor? ¿En qué lugar universal nos encontramos, en lo infinitamente grande o en lo infinitamente pequeño?

El profesor Ramírez le respondió a su ayudante con la velocidad del rayo y el acierto del trueno. Su respuesta era tan segura que no cobijaba ninguna duda.

—Gerardo, La Tierra y el sistema solar, son una simple partícula en el espacio. Nuestra porción del espacio es insignificante. No podemos estudiar el universo en sí, sino la porción que nos corresponde a nuestra medida espacial.

En el microcosmos se halla la propiedad universal. Fuera de la realidad atómica todo es encantamiento, una especie de reencarnación material que se origina de un proceso posicional de las partes divisibles de lo que llega a componer la materia. Esa planificación en la naturaleza, desarrolla un universo mágico y asombroso donde nada de lo ordenado posee eternidad ni orden más allá de lo atribuido sin causa ni conocimiento de un orden caótico.

Nada ni nadie puede ser propietario de la propiedad que le pertenece al microcosmos, a lo sumamente pequeño. Y lo mismo que desaparecen galaxias, aparecen galaxias no formando parte de nada, la parte y el todo, están en el átomo que se divide para multiplicarse. Todo lo demás es una prolongación de la relatividad.

Demócrito observando que se desprendían partículas de una estatua, imaginó por vez primera el átomo, entrando por primera vez en la única propiedad universal.

Tanto la economía como el capitalismo que la representa, no es real, es fetichismo, y como no tiene propiedad, no puede tener legítimos propietarios, por eso, el orden reparte la propiedad del átomo a la materia, para que el universo de la forma sea. Así que el reparto, es de iniciativa universal, siendo lo que se reparte, exclusivamente de lo más pequeño.

Mientras que el profesor hablaba, hablaba, y hablaba sin cesar, Gerardo Rendón veía ante sus extraños ojos, todo lo expuesto. Llegó a imaginarse un viaje maravilloso a través del cosmos y traspasar una y otra vez los límites de lo inimaginable con la fantástica herramienta de la imaginación.

—Profesor, acaba de hacer usted el mayor de los prodigios. Ni Julio Verne se hubiera atrevido a tanto atrevimiento. Indudablemente, del atrevimiento surge la audacia de todo nuevo conocimiento. Le diré que la Máquina de las Dimensiones me ha asombrado. He visto su mano desaparecer en la pantalla, y en su lugar la mano ha descubierto la dimensión de las células. Las células acto seguido han desaparecido, y la dimensión de los átomos se ha manifestado.

El profesor volvió a apretar el botón rojo que había por encima de la pantalla y los átomos desaparecieron. Un exuberante bosque apareció de repente y ciudades y civilizaciones que no forman parte de este mundo.

—Gerardo, acabamos de entrar en la dimensión infinitésima ochocientos mil billones. Como ves, en ella hay vida, seres humanos como nosotros se pasean por las calles, y todo es tan real y tan cercano, que he llegado a pensar que todo está en el mismo lugar universal.

—Es posible que así sea. Según usted, la medida de la masa es la que crea cada dimensión, pero puede que todas las dimensiones sean iguales de grandes respecto a sus diferentes medidas.

—Así es, no puede ser de otra manera. Se mire como se mire, nada es grande ni pequeño, la diferencia del espacio tiempo está en la medida.

Contempla y mira como no somos los únicos en el espacio. Estos seres que contemplas en la pantalla son tan reales como nosotros. No pertenecen a nuestra galaxia, a nuestro tiempo, a nuestra dimensión, a nuestro universo. Es inconcebible. ¿Pero cómo puede ser cierto? ¿Su masa y su espacio tiempo son la billonésima parte de una partícula?

—Profesor con la máquina de la vida y la máquina de las dimensiones, entraremos por la puerta grande de todos los mundos.

—Mañana, después de la operación seré inmortal. Cuando pase un mes, me sacarás todos los órganos y me dejarás más lleno de vida que nunca.

—Así lo haré, profesor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo II

 

Pasaron varios meses, y el profesor y su ayudante Gerardo Rendón, empezaron a rejuvenecer milagrosamente. Las amarillentas y pálidas hojas de la vida, se volvieron verdes como las ramas más llamativas y exuberantes de los árboles.

De tal manera, se volvieron más jóvenes y atractivos que la misma juventud. Sin corazón, sin pulmones y sin el aparato digestivo, se vivía mucho mejor. La vida con la central nuclear poseía una vitalidad universal. El cansancio de los años desapareció y nuestros protagonistas alcanzaron la fuerza de un mecanismo universal. Cierto día la rata rompió la jaula de acero y se escapó. Empezó a volar y se convirtió en una superrata, que chocando contra los edificios de la ciudad los derrumbó como rascacielos de mantequilla.

El Ministerio de Defensa fue avisado inmediatamente y el general Raúl Villarreal se puso al frente de las operaciones para acabar con la potente y nefasta rata voladora.

El presidente de México, Carlos Acuña, tomó personalmente cartas en el asunto.

—General Villarreal, media ciudad ha sido destruida por ese desconocido invento de los gringos y estamos dispuestos a declararle la guerra a los Estados Unidos, si las hostilidades no cesan de inmediato.

—Señor presidente, se trata de una peligrosa arma secreta de los Estados Unidos. Recientemente me han comunicado que el número de muertos aplastados por el derrumbamiento de los edificios, ha aumentado a cinco millones. El caos, el sufrimiento y la anarquía se han apoderado de todo el país.

—Mande usted a toda la aviación para derribar al monstruo.

—Acabo de mandar tres mil aviones y doscientos han sido ya derribados, los aviones se desintegran en el aire como pompas de jabón. En toda mi vida militar no he visto nada igual. Señor presidente, se trata de una insignificante rata con el peso condensado de una galaxia. Ni una bomba atómica la podría destruir.

—General, le ordeno que terminen lo antes posible con ese maldito roedor que está acabando con la seguridad nacional.

—No es tan sencillo, señor presidente.

Ciudad de México en el año 2158, pasaba de los cincuenta millones de habitante. La injusticia social y el hambre, imperaban por doquier. Más de diez millones de desheredados dormían en sus plazas, en sus portales, y la inseguridad se incrementaba por momentos. Sus anchas avenidas eran pobladas de noche y día por una plaga humana. El gobierno déspota e insensible de Carlos Acuña, varias veces mandó el ejército para limpiar las calles de una pandemia amenazante.

—General— preguntó el presidente—.Sabe usted ¿Cuántos sin techo hay en esta hecatombe nacional?

—Según cálculos recientes, más de tres millones, señor presidente. Miles de palas los están retirando de la vía pública.

—Ahora ha llegado el momento de exterminarlos, de acabar con tan ruinosa plaga de cucarachas. Que la aviación dispare contra ellos, saque usted también el ejército, la artillería y los carros de combate.

—Señor presidente, no puedo ordenar lo que me pide, son mexicanos, son el pueblo, son seres humanos.

—Le exijo que lo haga general. La ciudad debe quedar libre de esa muchedumbre de muertos vivientes que nos dan tan mala imagen al exterior.

—¡Así se hará! Señor presidente.

Inmediatamente la aviación y el ejército empezaron a disparar contra la plebe. Entre los escombros de las ruinas de media Ciudad de México, los cadáveres se amontonaban y la confusión y el pánico dieron lugar a la incredulidad. La masacre fue de dimensiones tan monstruosas que un río de sangre parecía recorrer la ciudad de un extremo a otro. Una multitud desesperada corría por todas las calles intentando ponerse a salvo, pero la muerte y la desolación se hacían cada vez más tangibles, y nadie podía escaparse a tan macabro y destructivo destino.

—Profesor, la rata se ha escapado y ha destruido media ciudad. Más de cinco millones de muertos hay entre los escombros. La tragedia que nos asola, no tiene nombre. El efecto del roedor ha sido devastador.

— ¡Maldita rata!— dijo el profesor—, hay que cogerla de inmediato.

—¿Cómo profesor? Si la rata vuela.

— Si la rata vuela, nosotros podemos volar también.

—¿Volar, profesor? ¿De qué manera? Si me parece que estoy clavado en la tierra.

—No tanto, Gerardo, no tanto… mira cómo me levanto.

—No puede ser, profesor… sus pies no pisan el suelo.

Finalmente la rata se posó en la cúspide de un rascacielos, y con sus ojos redondos de roedor contempló la ciudad medio destruida sin inmutarse.

La aviación seguía bombardeando las calles.

El profesor y Gerardo Rendón, llegaron al escenario de los acontecimientos volando.

—Profesor, es un verdadero milagro, podemos volar.

—Así es, querido Gerardo. La central nuclear se eleva por encima de los acontecimientos. A partir de este momento no formamos parte de los mortales sino de los dioses.

—Es cierto profesor, podemos volar a la velocidad de la luz.

—¡Hay que atrapar a la rata! No se ve por ninguna parte... ¿Dónde se habrá escondido?

—En cualquier agujero profesor.

—Será muy difícil atraparla.

—Mire profesor, la aviación dispara contra la muchedumbre. ¿Acaso el presidente se ha vuelto loco?

—Quiere acabar con los parias de la tierra, limpiar la ciudad de cucarachas. Somos tantos y tantos, que la vida se ha quedado sin valor.

—Debemos bajar y hablar con el presidente. ¡Hay que acabar con la carnicería!

El profesor y Gerardo Rendón, en un abrir y cerrar de ojos, llegaron al palacio presidencial y se introdujeron en él sin previo aviso. La guardia del presidente asombrada empezó a disparar contra los intrusos y las balas rebotadas mataron a varios soldados.

—Alarma, alarma— gritaron hay que defender al presidente.

—Has visto, Gerardo, como las balas nos rebotan en el cuerpo. Ningún proyectil nos puede abatir, somos inmortales e invencibles.

Dejaron de volar y como dos supermanes llegaron al despacho del presidente. En el amplísimo salón presidencial, estaba reunido el gabinete de salvación nacional.

—Señores— dijo el profesor entrando por la puerta grande de la historia—, soy el profesor Antonio Ramírez y el que me acompaña, mi ayudante.

Un gran revuelo se formó en la sala:

—¿Qué hacen aquí estos intrusos? —gritó un almirante.

—Señor presidente, la situación es grave, media ciudad ha sido destruida por culpa de mi invento. Tarde o temprano atraparemos al roedor.

Ante tales palabras todo el gabinete de Salvación Nacional, se puso en pie y como un solo hombre preguntó: ¿Usted es el culpable?

—Yo soy el culpable, y como hombre de ciencia me responsabilizo de tan horribles y cruentos hechos.

—¿De qué manera podemos dominar la situación?— preguntó el presidente.

—Primeramente retirando el ejército de las calles, ordene también que la aviación vuelva a sus bases.

—Pero profesor— protestó el presidente.

—No hay peros señor presidente. Estas son las condiciones para que podamos atrapar al roedor y neutralizarle.

—¿Con que medios, profesor?

—Con nuestros propios medios, señor presidente.

El profesor miró a los presentes con ojos de acero, y sus ojos se iluminaron como una tormenta en una noche cerrada.

—Si usted es el padre de la criatura, creo que podrá hacerlo. Le ordenaré de inmediato al ministro de defensa que retire al ejército y la aviación y que se respeten los derechos inviolables de la población civil.

—Gracias señor presidente. Nos haremos con la rata de inmediato.

—¿Necesitan algún avión para hacerlo?

—Señor presidente, podemos volar sin avión.

—¿Cómo, profesor?

—Es largo de contar, señor presidente.

Dieron un salto y salieron volando por una pared. El muro se derrumbó asombrosamente, y el Gabinete de Salvación Nacional, se estremeció, quedando los allí reunidos cubiertos de polvo.

—Señor presidente, qué está sucediendo en México— preguntó un viejo general.

— No lo sé, general, desde el descubrimiento de América ningún episodio continental ha sido tan sorprendente y asombroso como el que acabamos de presenciar.

El profesor y Gerardo Rendón desde el espacio rastreaban la ciudad. Desde el aire presenciaron como el ejército se retiraba. Los aviones habían desaparecido y la ciudad entró en una aparente calma. Empezó a verse una jauría de perros hambrientos, se disputaban los cadáveres como fieras. En el cielo aparecieron bandadas de buitres que planeaban sobre los muertos. Los buitres descendieron y los perros enfurecidos ladraban y aullaban detrás de ellos. La visión de la ciudad se volvió dantesca, fantasmagórica. Los animales en estado de supervivencia luchaban entre sí en un apocalipsis de terribles consecuencias.

La gente horrorizada corría llena de pánico, llorando y gritando por las calles. El caos y el desorden se habían apoderado del espíritu de la ciudad.

—Profesor, mire una pobre niña perseguida por una jauría de perros. Se han olvidado de los muertos y persiguen a los vivos.

El profesor miró y como un rayo bajó, cogió a la niña que no tendría por su aspecto más de siete años, y de un fuerte puntapié reventó a más de doscientos perros.

—Pequeña, ¿Cómo te llamas?— le preguntó a la niña que sostenía entre sus brazos.

—Señor, me llamo Guadalupe, esos perros malos acaban de matar a toda mi familia, me he quedado sin padres, sin hermanos, sin hogar… ¿Ahora qué va a ser de mí?

—No temas, pequeña, nosotros te protegeremos y te daremos toda la vida que necesitas hasta el infinito.

—Profesor, hay que terminar con los buitres y con los perros, para que la pobre gente recoja en paz a sus muertos y los entierren.

—Vamos— respondió el profesor matando de un solo golpe a otros doscientos perros.

—Profesor, es usted más fuerte que Sansón, que con la quijada de un asno, mató de un golpe a más de diez mil filisteos.

—Gerardo, nosotros somos más fuertes que Sansón. Piensa que nada nos puede destruir, que somos invencibles. Contempla como los perros enfurecidos te están mordiendo las piernas y los brazos y el resto del cuerpo, y se están quedando sin dentaduras.

—Es cierto profesor, nos están mordiendo y se están quedando sin dientes. El suelo se está llenando de baba y de colmillos ensangrentados.

—Qué suerte la nuestra. Nuestra materia se ha condensado con la central nuclear de alimentación y de condensación. No sé lo que hemos llegado a pesar, pero puede que nuestro peso específico sea el de varias galaxias.

—Tengo miedo— dijo la niña sollozando, viendo a enormes perros mostrando sus ensangrentados colmillos delante de ella.

—No temas— le respondió el profesor—, agárrate fuerte a mi cuello.

Acto seguido el profesor aplastó a decenas de perros, y las fieras acobardadas ante tanta fuerza destructora, empezaron a huir ladrando de miedo.

Gerardo Rendón y el profesor, acabaron con la amenaza de los perros y de los buitres, y la urbe recuperó un poco de seguridad ante tanto caos, desorden y desamparo.

—No creo que los canes vuelvan profesor.

—Ni buitres ni canes volverán, velaremos por la ciudad. Ahora nos toca buscar a Adelita. Estará dormida en cualquier agujero de un rascacielos.

—Mire profesor, ese gran edificio se ha desintegrado y se ha transformado en una nube de polvo.

—Vamos— dijo el profesor—, lo que acabamos de presenciar es obra de Adelita.

De repente, como un potentísimo elástico, dieron un salto y volaron. Buscaron y buscaron, y de pronto encontraron lo que iban buscando. La rata los vio y se posó suavemente en la cabeza de la niña.

—No temas Guadalupe, te la quitaré de encima antes que te aplaste la cabeza.

El profesor alargó la mano y se hizo con el roedor que parecía feliz de ser atrapado.

—¿Dónde lo metemos ahora?— preguntó Gerardo.

—Lo reduciremos con la máquina de las dimensiones. Lo dejaremos más pequeño que una partícula, en un espacio vacío que no represente ningún peligro para nadie.

Llegaron al laboratorio. Medio edificio había sido destruido y el otro medio se sostenía milagrosamente en pie.

El personal del laboratorio yacía en el suelo. Estaban todos muertos, las blancas batas parecían las de un matarife. Las tripas y los órganos cubrían el suelo del laboratorio. Los perros y los buitres, en una batalla campal, se disputaban los cadáveres con suma violencia y realismo natural.

Desde un rincón se escuchó una débil voz pidiendo auxilio: Socorro, socorro, que viva me van a devorar.

El profesor reconoció la voz de Naomi, la joven estudiante de biología molecular.

A patadas reventaron a los enfurecidos perros y los buitres oliendo el peligro, salieron huyendo.

—Profesor, profesor— dijo Naomi levantándose—. Su llegada ha sido providencial y me ha salvado la vida.

—No temas Naomi— le respondió el profesor dejando a Guadalupe en el suelo.

—Ha sido horrible profesor. Medio laboratorio ha sido destruido. Sus ayudantes están todos muertos.

—Adelita se escapó y ha originado una hecatombe. Mañana será el día tan esperado.

—¿Qué día profesor?— preguntó Naomi.

—El día de las operaciones, la de Guadalupe y la tuya.

—¿Voy a ser operada? ¿De qué profesor? Es un simple proceso que llegará a darte la inmortalidad.

Milagrosamente el amplio salón donde se hallaba la Maquina de las Dimensiones, no había sufrido ningún daño, y se encontraba tal y como lo dejaron antes de la fuga desastrosa del roedor.

—Tengo que reducir a la rata para que no represente ningún peligro. Si se escapa nuevamente podía acabar con el mundo.

La rata atrapada por la poderosa mano del profesor, movía sus redondos ojos deseando una nueva libertad y recorrer el espacio a la velocidad de la luz.

El profesor posó a la rata sobre la pantalla de la Maquina de las Dimensiones y la rata se perdió en una dimensión millones de veces más pequeña.

—Profesor— preguntó Gerardo Rendón, ¿Y la rata que ha sucedido con ella?

—Ha pasado a la dimensión de una partícula, cuando la necesite estará nuevamente con nosotros.

—Profesor ¿De tal manera, podemos pasar toda la Tierra y el sistema solar a una nueva dimensión?

Guadalupe se sentó en un sillón y se durmió de cansancio.

—Bueno, volveremos al dulce hogar— dijo el profesor —, pero esta vez sin coche.

—¿Andando Profesor?— preguntó inquieta Naomi debido a los recientes acontecimientos.

—Súbete encima de Gerardo, yo cogeré a la niña.

Naomi se subió encima de Gerardo y una vez fuera del edificio, emprendieron el vuelo como dos naves poderosas.

—No me lo puedo creer profesor. ¡Estamos volando!

—Así es, Naomi. Los tiempos y los acontecimientos pueden cambiar en cualquier momento.

Una vez en la casa del profesor, Naomi y Guadalupe comieron. El profesor y Gerardo Rendón vieron la televisión cerebral, un sorprendente invento que acababa de revolucionar al mundo. Con unas lentillas especiales se proyectaba en una pantalla creada por las propias lentillas, todos los canales de televisión. La pantalla se podía aumentar o reducir según el funcionamiento de la mente.

Cada telespectador podía ver su propia televisión. Los demás no podían verla. El invento era muy bueno. Nadie podía ser molestado por la televisión del vecino.

Gerardo y el profesor se sentaron cómodamente en el salón y cada cual encendió su televisión. A simple vista, Gerardo y el profesor no estaban viendo nada. En aquella habitación había dos hombres sentados con la mirada perdida en la lejanía.

—Profesor, el presidente acaba de decretar tres días de luto nacional, las pérdidas han sido cuantiosas, y los muertos se cuentan por millones. El presidente ha ordenado que se busque al roedor para ser destruido. La guardia nacional se puede presentar aquí en cualquier momento.

—Hemos puesto los dos el mismo canal, Gerardo.

—¿Qué haremos con la guardia nacional, si se presentan?

—Dialogar con ellos hasta que razonen.

—¿Y si no razonan profesor?

—Reducirlos sin que sufran el más mínimo daño.

Naomi y Guadalupe se durmieron las dos en el sofá. La noche pasó tranquila. Las horas pasaron y amaneció, el profesor y Gerardo Rendón seguían despiertos.

—Profesor— dijo Gerardo quitándose las lentillas de la televisión—. No hemos dormido, estamos todavía despiertos.

El profesor quitándose las lentillas, se levantó del sillón y respondió: Puede que nunca más cojamos el sueño.

— ¿Qué insinúa, profesor?

—Notas algún cansancio Gerardo…

—¡No, profesor!

—Yo tampoco, querido amigo.

—¿Nunca más dormiremos?

—¡Puede que nunca jamás!

—Pero, si eso es horrible… ¿Siempre estaremos con los ojos abiertos?

—¡Puede que siempre!

—¿Esto tendrá naturalmente una explicación científica profesor?

—Naturalmente, Gerardo.

—Me la puede usted explicar, aunque yo no me haga a la idea.

—Tenemos en nosotros tanta energía, que no necesitamos descanso. No tenemos corazón, ni pulmones, ni aparato digestivo, ¡Solamente cerebro! ¡Un cerebro que recibe alimentación de una central nuclear! Podemos cerrar los ojos, pero siempre estaremos despiertos ¡Estamos finalmente por encima del cansancio! ¡Somos dioses, dioses, aunque en el universo no exista ningún dios!

De pronto, hubo una llamada de teléfono. El profesor cogió una de las lentillas y respondió: Dígame Josefina, sí, sí, su hija está bien, no sufra usted, se encuentra bien. Ahora mismo duerme, todos sus compañeros han muerto. Por supuesto, aquí se encuentra a salvo… no se preocupe, sí, sí, hasta mañana.

—¿Quién es, profesor?

—La madre de Naomi, se hallaba muy preocupada, y la acabo de tranquilizar.

—Dejemos que duerman, ellas por lo menos pueden dormir.

—¡Pero, no por mucho tiempo!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo III

 

Al día siguiente por la tarde, regresaron al laboratorio. Por las calles de toda la ciudad, las máquinas seguían recogiendo con sus enormes palas, los escombros y los muertos que eran cargados en camiones. El vertedero municipal no estaba muy distante y los camiones iban y volvían en menos de una hora.

El encargado de la limpieza era un hombre muy activo, que le gustaba enormemente cumplir con el trabajo. Le llamaban Anselmo.

—Mire usted señor Anselmo, he visto algo moverse en el cielo, como una nave a la velocidad de un rayo… no sé si me estaré volviendo loco.

—Después de lo de la rata, Casimiro todo es creíble.

Anselmo elevó los ojos al cielo, y tuvo un extraño presentimiento.

—Profesor, ya están las dos operadas, la operación ha sido un éxito.

—Te felicito Gerardo, yo también te voy a dar una noticia, acabo de terminar la Máquina de las Dimensiones.

—¡Fabuloso y excelente, profesor!

—¿Y Naomi y Guadalupe?

—Aquí estamos profesor— dijo Naomi llegando.

—¿Cómo os encontráis?

—Muy bien, profesor— respondió Guadalupe sonriendo.

—Un consejo os tengo que dar sin más remedio a las dos, por el bien de la seguridad mundial, tocad las cosas con suavidad, sin romperlas.

—¿Por qué, profesor?

—Naomi eres la misma, y no eres la misma. Tus fuerzas han sido multiplicadas por millones de veces. Ahora tienes el poder de salvar o destruir el mundo, y es mejor salvarlo que destruirlo.

—Tan fuerte cree que soy profesor— preguntó asombrada Naomi.

—¡Más fuerte que mil millones de bombas atómicas!

El profesor cogió una gruesa barra de acero que había en un rincón del laboratorio.

—Toma y dóblala.

Naomi cogió la barra de acero y la convirtió en una nube metálica.

—¡Has visto Naomi lo fuerte que ahora eres!

—¿Yo también soy tan fuerte profesor?

— Eres lo mismo de fuerte que ella, Guadalupe.

—Pues, mi papá se equivocaba conmigo, siempre me decía que era una niña muy floja, porque los demás niños me pegaban. Ahora sí que podré pelearme con los niños.

—No puedes, Guadalupe los convertirás en una nube de polvo a todos.

—¿Por qué no puedo? Si ellos siempre me han pegado.

—Los matarías, y matar no es bueno.

—Profesor, seré buena si usted me lo dice, porque usted ha sido muy bueno conmigo.

Guadalupe se acercó corriendo al profesor y le dio un beso.

—Gracias, mi niña— le dijo el profesor un tanto emocionado.

—No le haré daño a nadie, nunca tendré fuerzas para matar.

—Debemos ser diferentes a los demás, salvar la vida, no matarla. La historia de la humanidad es una historia escalofriante, llena de crímenes interminables. Nuestra única misión será luchar contra la injusticia, poniendo nuestros conocimientos y nuestra fuerza, al servicio de los más débiles.

—Así se hará— dijo Gerardo Rendón un tanto emocionado.

—Bueno, bueno ya sabemos lo que tenemos que hacer. La Máquina de las Dimensiones nos espera. Haremos, los cuatro el viaje más espectacular y maravilloso de todos los tiempos.

La Máquina de las Dimensiones tenía un tamaño aparentemente normal. Era como un cuadrado dentro de un círculo de dos metros de diámetro.

El profesor abrió la puerta del ingenio y un rojo intenso se dejó notar en todo el laboratorio como una luz cautivadora.

El interior de la nave era sumamente llamativo, como los labios voluptuosos y recién pintados de una mujer.

El profesor y Gerardo Rendón se acomodaron en la cabina de mando. Era muy estrecha, y apenas si pudieron entrar en ella.

Guadalupe y Naomi se sentaron en los dos sillones de atrás. El interior de la nave era muy estrecho y todos los ocupantes se sentían incómodos.

—Apenas si podemos movernos profesor, la nave es demasiado estrecha, debió hacerla más grande.

—Es cierto, profesor— dijo Naomi sonriendo.

— No puedo moverme— dijo Guadalupe un tanto molesta.

—Paciencia, debemos tener paciencia, recordad que la paciencia es la madre de la sabiduría. Apretaré este botón a ver lo que sucede.

El profesor apretó un botón verde, y sorprendentemente el interior de la nave se incrementó más de dos metros.

—Ha aumentado el espacio de la nave— afirmó atónito Gerardo—. ¿Cómo lo ha hecho profesor?

—Reduciendo proporcionalmente nuestro tamaño. Hemos decrecido tanto como el espacio de la nave ha crecido. Nos hemos hecho más pequeños.

Gerardo Rendón miró la nave y la vio más grande.

—¿Profesor, hemos llegado al máximo descubrimiento de la humanidad o todavía quedan más descubrimientos?

El profesor movió asertivamente la cabeza y contestó: Materia, espacio y tiempo son insondables, La Máquina de las Dimensiones es una simple sonda en lo desconocido.

El profesor pulsó un botón para que el aumento y el decrecimiento de la máquina fuesen el mismo en el interior y el exterior. De tal manera la máquina no podría hacerse demasiado grande o demasiada pequeña para ellos.

—Profesor están golpeando la puerta del laboratorio.

—Tengo miedo— dijo Guadalupe.

—Nos están buscando—insinuó Naomi.

—Profesor creo que es la guardia nacional.

—No nos encontrarán, respondió el profesor, en unos cuántos microsegundos desaparecemos de este espacio. Movió una palanca y la Máquina de las Dimensiones empezó a reducirse. Mirad la pantalla, todo se está reduciendo gradualmente y nosotros también. Acabamos de llegar a la dimensión del átomo. Mirad como giran en el espacio sin detenerse. El espacio tiempo se ha reducido billones de veces. Si bajamos de la nave estaríamos en el vacío infinito.

—Profesor— dijo Gerardo. Si estamos en la dimensión del giro, la Máquina de las Dimensiones también está girando sin cesar como un simple átomo.

—¿Somos un átomo?— preguntó Guadalupe abrazándose a Naomi para no desmayarse en el espacio.

—Somos un átomo, somos una galaxia, un universo de sensaciones y algo más.

En la dimensión espacial que acababan de dejar, entraron los guardias e inspeccionaron el laboratorio

—Capitán, las jaulas están todas destruidas. Los animales han desaparecido.

—Debemos encontrar urgentemente al roedor, por el bien de la patria, el presidente lo quiere vivo o muerto. Buscad por todos sitios, puede que se haya escondido en algún agujero.

—Capitán— gritó uno de los guardias. Aquí está el roedor encima de una caja, y ahora como lo atrapamos.

—Con la red electrónica para que se quede unos segundos paralizado.

Le echaron la red por encima, y el roedor se quedó como una estatua.

—Misión cumplida— dijo el capitán sonriendo—. Ha sido mucho más fácil de lo que me esperaba. Ahora tengo derecho a un ascenso. Saldré en la portada de todos los periódicos. El valiente y heroico capitán Martínez, salva a México de una hecatombe, con una mano segura, ha neutralizado el peligro que acechaba a la patria.

—Mi capitán, es usted muy valiente, que sería de México sin usted.

Media hora después llegaron al palacio presidencial.

—Señor presidente…

—Jamás en mi vida me he sentido tan bien señor presidente. Para mí es un orgullo servir a la patria para eso he nacido.

—Dígame, y la rata, ¿Dónde la tienen?

— En el cuartel, neutralizada por una red electrónica, no puede ni moverse y ahora es un animalito inofensivo.

—Recuerde capitán que ha destruido media Ciudad de México. No nos podemos fiar de las apariencias. Media ciudad ha sido reducida a escombros, hay más de tres millones de muertos. Casi todos los perros han sido reventados y bandadas de buitres aniquiladas por una fuerza extraña. La rata, capitán, aunque nos haya hecho mucho daño, puede ser providencial, no hay mal que por bien no venga. Tenemos una oportunidad histórica de recuperar los territorios que perdimos en la guerra contra los Estados Unidos, y es más, de destruir a nuestro mayor enemigo. Regrese usted al cuartel y acto seguido vuelva con el roedor. Estoy esperando un equipo científico.

—Como usted ordene, señor presidente.

El capitán volvió con una jaula, la rata enjaulada no se movía. Parecía estar dormida, lejos de los acontecimientos que se avecinaban.

El presidente se hallaba reunido con varios científicos, con el doctor Ochoa, premio nobel de medicina y alguno de sus más allegados colaboradores.

—Capitán, deje la jaula sobre la mesa y siéntese con nosotros. Señores, el capitán Martínez, el nuevo héroe nacional (Aplausos). Esta es la rata que tanto daño le ha hecho a México. A simple vista parece un inofensivo animalillo, pero tiene la fuerza de mil ciclones.

—Interesante— dijo el profesor Ochoa. Mi colega el profesor Ramírez es un talento. No sé lo que habrá hecho con esta rata… me comunicó varios meses atrás que estaba construyendo un ingenio capaz de inmortalizar a la vida. Esta rata voladora, forma parte de los conocimientos de Ramírez. No me extraña que haya destruido media ciudad o que consiga destruir medio mundo. Eso ya ha sucedido con la bomba atómica. Nos llevaremos la rata al laboratorio y la analizaremos. ¿Qué se propone hacer con este inofensivo animalillo? Señor presidente.

—Destruir por completo a los Estados Unidos.

—¿Destruir a los Estados Unidos? Pero si es la máxima potencia del mundo. Desde el año 2100, la Unión Europea desapareció. Ahora se llama los Estados Unidos de Europa. Menos México todas las naciones de habla hispana han desaparecido. La bandera norteamericana tiene tantas estrellas como el firmamento.

—Doctor Ochoa, México es la única esperanza de la liberación de los pueblos del mundo. ¡A muerte con los gringos!

— ¡A muerte!— gritaron con rabia todos los presentes.

—¡A muerte!— gritó nuevamente el presidente.

— ¡A muerte, a muerte, a muerte!— gritaron todos.

El presidente de México mandó abrir varias botellas de champán y brindaron entusiasmados por la destrucción del imperialismo norteamericano. De una vez por todas, la historia iba a hacer justicia y México cómo no, sería la hegemonía del mundo.

En la pantalla de la Máquina de las Dimensiones, el mundo se hizo cada vez más pequeño y el espacio más grande. Dejaron atrás la primera, la segunda, la tercera, y la cuarta dimensión y se perdieron en la misma fantasía que contiene la materia en un viaje inimaginable. Ante la fascinante pantalla de todas las medidas espaciales, los ocupantes de la Máquina de las Dimensiones, quedaron tan fascinados que solamente tenían ojos para ver y asombrarse de lo visto. En el marcador dimensional, las dimensiones se sucedían vertiginosamente a la velocidad de la luz, no se detenían. El profesor deseaba llegar al primer átomo, al Big Bang de los científicos. ¿Poseía realmente el universo un principio aproximado de 13.700 millones de años? El reloj de la medida del tiempo no se detenía. 15 millones de dimensiones y 15.000 millones años, y la materia seguía dividiéndose dimensionalmente para que el tiempo y el espacio se multiplicara.

El átomo en el cual el mundo estaba introducido poseía más divisiones que el desierto del Sáhara, granos de arena. Divisiones y más divisiones. ¿Cuánto tiempo había pasado en una simple contemplación? El mismo tiempo que estaba marcando el reloj de la nave. Exactamente, treinta mil millones de años. Finalmente llegaron a la unidad material, al espacio absoluto, donde no puede haber más espacio ni menos espacio para garantizar el reposo del único átomo universal.

Toda la materia contiene un peso específico y una misma armonía universal. El universo es plano, una tabla rasa donde la placa atómica es nivelada por sus billones y billones de movimientos relativos.

—Profesor, el tiempo se ha disparado, acabamos de cumplir cincuenta mil millones de años, y deberíamos de celebrarlo.

—Gerardo—respondió el profesor—. Recuerda que no podemos comer ni beber, y eso nos da una gran ventaja ante las necesidades de la vida.

—Cierto, profesor, pero brindaremos mentalmente con champán, como en los antiguos tiempos.

—Profesor— dijo Guadalupe—, no tengo hambre ni sueño. Estoy siempre despierta.

—Y siempre lo estarás— le respondió cariñosamente Naomi.

—Estamos llegando a los cien mil millones de años. Temo que cuando regresemos, la Tierra habrá desaparecido y que no encontremos ni el lugar que ocupó en el espacio.

—Eso sería horrible profesor, estaríamos siempre atrapados en el espacio tiempo sin un punto de llegada.

—Ese es el precio que hay que pagar por la ciencia, querido amigo. Contempla y observa que maravilla. Hemos llegado finalmente a la dimensión absoluta donde se originan todas las dimensiones. Si observamos bien, no hubo ninguna explosión, las divisiones y las multiplicaciones parecen eternas. Voy a reducir el átomo y cogerlo por la ventanilla de la nave. Una vez que esté en mi mano, tendré a todos los multiversos a mi alcance.

El profesor alargó la mano y cogió el átomo absoluto, que una vez en la palma de su mano, parecía una manzana.

—Profesor, me recuerda a la manzana de Newton.

—Y a la manzana del paraíso

—¡Toma Guadalupe te la regalo!

—Gracias, profesor será mi juguete.

—Bueno— dijo Gerardo—. Ya sabemos que todo está en todo, pero si nosotros estamos fuera… ¿Dónde nos hallamos?

—Estamos dentro y fuera también. Estamos dentro de las dimensiones y fuera de las dimensiones. Es difícil de explicar, pero real como la vida misma. Hemos reducido el espacio y el tiempo absoluto. Las consecuencias son tan fantásticas que acabamos de pulverizar el límite de la fantasía. Profesor, ¿Cómo es posible que esto sea real?

El profesor no dejando de contemplar la manzana que Guadalupe tenía en la mano, respondió pausadamente sin prisa, habiendo cumplido recientemente más de cincuenta mil millones de años.

—Podemos destruir la manzana, pero el contenido no. El contenido es eterno e indestructible.

—¡Asombroso, profesor!

Estamos en la nada, la Máquina de las Dimensiones está midiendo en este preciso momento lo que no existe, a partir de lo que existe. Guadalupe está jugando con el todo ante la nada y de la nada, nada viene.

Podemos llevarnos el universo con nosotros, y sin embargo lo dejaremos en el único lugar existencial que existe.

El profesor cogió nuevamente la manzana y la dejó en el lugar eterno que le correspondía. Se hallaba en un espacio absoluto donde no había suficiente espacio para moverse.

—Y la rata, profesor. ¿La podemos llevar con nosotros?

—Gerardo, ahora mismo la saco de la dimensión de las partículas.

De repente la rata apareció moviendo los bigotes.

—Ah, esta va a ser mi ratita—dijo Guadalupe abrazándose a ella.

—Hacen buena pareja, profesor— soltó Naomi

(Rieron).

—Los niños y las ratas, siempre se han llevado muy bien.

(Volvieron a reír).

La Máquina de las Dimensiones volvió a retroceder en el espacio tiempo. El tiempo retrocedía vertiginosamente y llegaron a la Prehistoria. La máquina salió del capullo de una flor y se posó encima del gigantesco lomo de un dinosaurio.

—Profesor, ¿Estamos en la Tierra o en otro planeta? Preguntó boquiabierto Gerardo Rendón.

—No sé que lo que decir— respondió el profesor.

Por la ventanilla de la nave, vieron un bosque exuberante. ¿Tanto habían retrocedido en el tiempo?

Bajaron de la nave y anduvieron por encima del dinosaurio como pulgas sobre el lomo de un perro.

—Profesor, estamos encima de un dinosaurio— gritó asustada Naomi.

—Este bicho me da mucho miedo— dijo Guadalupe un tanto asustada.

—No temáis, somos indestructibles—añadió el profesor—. Guadalupe no dejes que la rata se te escape para que no destruya la Prehistoria.

—Se ha hecho amiga mía, y creo que no se escapará.

—Asegúrate que no lo haga.

—Sí, profesor.

 

 

 

Capítulo IV

 

Volvieron al laboratorio con el temor de un viaje sin regreso. ¿Qué tiempo había durado el viaje? Según el reloj dimensional de a bordo, exactamente cien mil millones de años de ser cierta esa medida temporal, la Tierra ya no existiría. Entonces ¿Dónde regresaron? El profesor tuvo el extraño presentimiento de un regreso al pasado. ¿Cómo era posible? La lógica y el razonamiento, se derrumbaron una vez más ante un mundo de fantasía.

Bajaron de la nave. El viaje había durado un minuto, un minuto dividido y multiplicado por millones de años. Lo insólito y lo incomprensible se ponían de manifiesto con una tangibilidad arrolladora.

En un minuto recorrieron toda una eternidad y gran parte de las dimensiones. El tiempo espacio regresó como una flecha que no ha realizado ningún recorrido.

—Hemos regresado a la Tierra, pero venimos del futuro hacia el pasado— confirmó el profesor.

—Profesor, regresemos al presente.

—Gerardo todo está presente y no hay necesidad de regresar.

—Haré cálculos para regresar un minuto después del de partida. Todo el mundo a bordo, que despegamos.

Regresaron con la nave al tiempo exacto que le correspondía a la dimensión universal.

—Ya estamos situados en el tiempo que dimensionalmente nos corresponde. El presente se ha hecho presente en el presente, y ya no formamos parte del pasado.

—Todo un éxito profesor, ni Julio Verne, ni H.G Wells, lo hubieran hecho mejor.

—Hay que reconstruir el laboratorio. La nave está semidestruida. La levantaremos con un material condensado a prueba de bombas.

El profesor hizo que su mente trabajara, y en unos cuantos segundos la nave se levantó y el laboratorio regresó intacto del vacío.

—¿Cómo lo ha hecho profesor?—preguntó Naomi.

—Solamente, con desearlo. Nuestra energía cerebral, mueve y planifica a la materia hasta su máxima transformación.

Mientras que el profesor volvió a levantar el edificio, Gerardo Rendón se puso las lentillas de la televisión y le dio una noticia de última hora al profesor.

—Profesor, según las últimas noticias México tiene la intención de atacar a los Estados Unidos con un arma secreta. Otro conflicto se prepara profesor.

—Los gobiernos siempre han estado en posición de combate y siempre lo estarán mientras que el mundo sea mundo, lamentablemente no puede ser de otra manera. Somos animales y como animales nos comportamos.

— ¿Cuál será esa arma secreta?— preguntó Gerardo—. ¡Ay! Acaban de confirmar que es una rata teledirigida que el doctor Ochoa está poniendo en funcionamiento.

Hay que hablar lo antes posible con el presidente. El arma secreta del doctor Ochoa, es una grave equivocación. Creen que tienen a la rata, habiendo atrapado a otro roedor en su lugar. La rata está aquí jugando con Naomi y Guadalupe. Llamaré de inmediato al presidente.

El profesor cogió la lentilla de la televisión y habló con el presidente.

—Señor presidente soy el profesor Ramírez, debo comunicarle que la rata está con nosotros.

—Profesor, la rata que destruyó medio México, se encuentra en el laboratorio del Doctor Ochoa, como arma letal para destruir el poderío de nuestro mayor enemigo.

—Señor presidente, el roedor está aquí con nosotros, el que tiene Ochoa es una rata vulgar, un insignificante roedor que la guardia nacional ha confundido con la verdadera debido al parecido.

—No me lo puedo creer… tan incompetente es el capitán Martínez. Profesor, necesitamos la rata urgentemente por el bien y el orgullo de México.

—La rata no hará nada señor presidente, lo haremos nosotros.

—¡Hay que destruir a los Estados Unidos de inmediato!

—Destruiremos a su poder, pero no a su gente. ¡No somos unos criminales, no somos unos asesinos!

— Hágalo como quiera profesor, pero le exijo que destruya de una vez y por todas su hegemonía.

—Así se hará, señor presidente.

—¿De qué trata profesor?

—Gerardo, los Estados Unidos nos esperan, debemos acabar con su hegemonía.

—¿Con qué ejército profesor?

—¡Con nuestra única fuerza!

—Pero, profesor eso es imposible.

—No hay nada imposible para el átomo condensado.

—Estamos en guerra— preguntó Guadalupe.

—Las guerras no me gustan profesor— protestó Naomi.

—Profesor, nosotros somos científicos, no carros de combate.

—Como mexicanos debemos combatir por el bien de la patria.

—¿No le haremos ningún daño a nadie, verdad profesor?

—Venceremos sin causar ningún daño.

—¿De qué manera se puede vencer sin pegar ni un disparo?

—Con una demostración de fuerza a la cual el enemigo no sea capaz de responder. Naomi, Guadalupe, volveremos pronto. Que la rata no se escape, tened cuidado con ella. Vamos Gerardo, los yanquis nos esperan.

—Tengo miedo profesor, un campo de batalla no es un laboratorio.

—Con nuestra fuerza persuasoria, haremos del campo de combate un nuevo laboratorio.

—Como mande, profesor.

México en esos días, escribiría la más brillante y hermosa de sus páginas.

Anduvieron hasta la puerta del edificio, y una vez en el exterior, salieron volando con la energía del universo.

El palacio presidencial se hallaba repleto de gente. Aquello parecía un hormiguero. México se preparaba para una guerra. El orgullo nacional se veía hasta en los escombros que se estaban retirando de la ciudad con aquellas palas gigantescas que habían llegado a ser el asombro del mundo.

Hasta los indigentes se sentían patriotas, y estaban dispuestos a luchar por una patria asesina que los asesinaba como una plaga que deseaba quitarse lo antes posible de encima.

La mesa presidencial con el presidente al frente, se encontraba llena de enormes carpetas. Los ministros y los generales con el traje de gala, parecían más bien que deseaban organizar una fiesta con verbenas, que una guerra sin cuartel.

—Señores, hoy es el día más importante de la historia de México. Este día será recordado hasta el fin de los tiempos. Como todos sabemos, el conflicto bélico entre los Estados Unidos y México duró dos largos años, de 1846 a 1848.

Después de la declaración de guerra del 13 de Mayo de 1846, las fuerzas estadounidenses invadieron el territorio mexicano en dos frentes principales.

En primer lugar, el departamento de guerra de los Estados Unidos envió una fuerza de caballería al mando del general Stephen W. Kearny para invadir el occidente de México desde Las Barracas Jefferson y el fuerte Leavenworth, reforzado por una flota en el océano Pacífico bajo el mando de John D.Sloat. Esto se hizo por preocupaciones que Gran Bretaña podría también ocupar el área. En segundo lugar, dos fuerzas bajo el mando de los generales John E. Weel y Zachary Taylor recibieron órdenes de ocupar México tan lejos al sur hasta la ciudad de Monterrey.

Paralelamente un grupo de colonos estadounidenses en California se rebelaron en 1846 contra las autoridades mexicanas y proclamaron la República de California, que sólo existió unos meses ya que fue rápidamente anexada por Estados Unidos.

La guerra de Estados Unidos—México concluyó el 2 de Febrero de 1848 con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo que para entonces fue titulado “Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América”

¡Muerte a los Estados Unidos!, ¡Muerte a los Estados Unidos! – gritaron los presentes.

—A través del tratado – siguió diciendo muy emocionado el presidente de México— se declaraba la paz entre ambas naciones entre el Golfo de México hasta el océano Pacífico, pasando a través del río Gila, el río Bravo, el río Colorado, y los linderos de Nuevo México y la alta California.

¡Muerte, muerte, muerte! –Gritaron enfurecidos los presentes.

Cuando estalló la guerra en 1846 Estados Unidos tenía una población estimada de 17 millones y tenía las puertas abiertas a la inmigración europea. Mientras que México tenía unos 7 millones y la mayor parte de los territorios del norte eran desérticos y poblados por nativos hostiles. Al mismo tiempo, mientras que Estados Unidos gozó de un prolongado período de paz y estabilidad desde que logró su emancipación con la conclusión de la Guerra de la Independencia de 1783. México se encontraba golpeado por constantes conflictos políticos internos por la pugna del poder.

Estados Unidos también contaba con una indiscutible superioridad militar. Mucho del armamento mexicano ya era obsoleto y la fabricación artesanal de las balas de plomo en México por civiles (muchas veces inservible) no podía competir con las máquinas estadounidenses que fabricaban unas 40.000 balas por día, por trabajador. La artillería estadounidense era superior (disparaban hasta cinco veces más rápido que los pesados cañones Griveaubal mexicanos) y contaban con una mayor variedad de municiones (bolas de plomo, proyectiles, explosivos y botes de metralla).

Una razón determinante de la derrota mexicana fue la desprotección de las fuerzas navales. México contaba con solo doce embarcaciones de guerra, mientras que Estados Unidos poseía una flota con alrededor de 100 embarcaciones. Esto permitió que los estadounidenses controlaran el acceso al mar, las aduanas y limitar el comercio marítimo de México que era esencial para la nación.

—Señor presidente —dijo el ministro de defensa mexicano—, debemos atacar por sorpresa.

—Morales, el ejército no va a intervenir, poseemos un arma secreta e invencible. La hegemonía de los Estado Unidos se va a venir finalmente abajo, y hasta nuestros muertos van a poder descansar en paz.

—Señor presidente, nuestro ejército no es el ejército de 1846. Nos podemos sentir orgullosos de lo que hemos conseguido y de lo que estamos consiguiendo. En 1846 México tenía una población de 7 millones y en la actualidad pasamos de trescientos. Podemos movilizar un ejército de diez millones de combatientes armados hasta los dientes y ordenar el inicio de la gran invasión.

—Señor presidente hay que atacar de inmediato—dijo el ministro del aire, levantándose del asiento con las alas majestuosas de todos los vientos.

—Siéntese señor Calderón, y no hable usted con tanta vehemencia que a su edad le puede dar un infarto.

—Pero señor presidente, ¡Hay que atacar, atacar, y atacar!

—¡Con inteligencia, Calderón! ¡Hay que atacar con inteligencia! ¿Están ustedes de acuerdo?

—¡Si señor presidente! Se levantaron y después se sentaron.

—Como todos sabemos los Estados Unidos nos arrebataron de forma miserable más de la mitad de nuestras posesiones. Tuvimos que ceder sin más remedio California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. Además México renunció a todo reclamo sobre Texas y la frontera internacional se estableció en el río Bravo. Como compensación los Estados Unidos pagaron 15 millones de dólares por daños al territorio mexicano durante la guerra.

—Nos compensaron con 15 millones de dólares un acto de pillaje y piratería. – gritó Calderón.

—Hay que recuperar de inmediato lo que legalmente nos pertenece.

Todos los asistentes se levantaron nuevamente, y aquello más bien parecía una revolución quedando eclipsado por los sentimientos patrióticos del acto ministerial.

— Orden señores, silencio — dijo el presidente con voz autoritaria—. El conflicto histórico y desmesurado entre los Estados Unidos y los Estados Unidos Mexicanos está a punto de terminar. Recuperaremos con la fuerza de la razón todo lo que nos fue robado en un tratado que en este preciso momento dejamos de reconocer.

(Aplausos).

Disponemos de un arma secreta, millones de veces más potente que la bomba atómica. Gracias al profesor Antonio Ramírez y a su fiel colaborador Gerardo Rendón, México volverá a brillar como una estrella de cinco puntas en el globo terráqueo recuperando finalmente el lugar que le corresponde por su historia y por su sacrificio. Primeramente fueron los españoles los que nos invadieron y nos conquistaron llevándose el oro y mandando en nuestras posesiones. (Nuevos Aplausos)

Nos quitaron la cultura de nuestros ancestros y nos legaron el idioma y parte de la sangre que corre como un fresco manantial por nuestras venas. Pero sentémonos. La sesión va a ser larga y entretenida.

—Señor presidente, el profesor Ramírez está citado a esta reunión – preguntó uno de los asistentes.

— ¡Naturalmente! Creo que está al llegar, no creo que se demore demasiado. Ya saben ustedes que el político está siempre descubriendo, y que no deja de tapar lo que está descubriendo.

(Ríanse).

El profesor Antonio Ramírez es un hombre muy precavido, todo lo que hace le resulta provechoso. ¡Ah!, por ahí finalmente llegan.

— Señores— dijo el profesor acompañado por su ayudante.

—Tengan la amabilidad de sentarse—se sentaron.

—Profesor para cuando la intervención armada—preguntó el presidente.

—¡No va a haber ninguna intervención armada! Le demostraremos a los Estados Unidos que pueden ser destruidos en cualquier momento, si no nos devuelven las posesiones que nos fueron arrebatadas por la fuerza en 1848.

—¿De qué manera?—preguntó el ministro de defensa.

— De la manera más sencilla posible— le respondió el profesor sin inmutarse—

— Sin el uso de la fuerza ninguna batalla se ha ganado— afirmó uno de los asistentes.

—Pero con una fuerza persuasoria se pueden ganar todas las batallas. Una demostración de fuerza es el mejor de los ataques.

— Puede que el profesor tenga razón— dijo Calderón aplaudiendo.

— El profesor quiere lo mejor para México, y aunque yo sea peruano también me considero mexicano, colombiano, argentino… (Aplausos)

—Profesor para cuándo la demostración de fuerza— preguntó el presidente.

—Ahora mismo os haré una demostración. Que traigan un bloque de acero de medio metro de diámetro.

El presidente cogió una de sus lentillas que había sobre la mesa presidencial, y mentalmente marcó un número.

—Soy el presidente, que traigan al Palacio Presidencial un bloque de acero de medio metro de diámetro ¿Y el espesor profesor?

—De medio metro también.

—Ya está, dentro de media hora llegará lo pedido para recuperar los territorios perdidos en 1848 (Aplausos).

— Inaudito—dijo irónicamente uno de los asistentes—. ¿Así de sencillo vamos a recuperar lo que es nuestro?

—Paciencia, señor Fernández España, todo a su debido tiempo. Con la demostración de fuerza del profesor, saldremos de duda. El profesor es una persona seria y equilibrada, no un cantamañanas.

—Le pido disculpas señor presidente por haberme expresado con un tono un tanto despectivo.

—La ignorancia y la incredulidad son el caldo de cultivo de la especie humana, en cuanto a la imaginación y a la constancia profesor, su salvación.

—Cierto, señor presidente— respondió el profesor.

—Profesor, podemos quedarnos con el globo terráqueo y proclamar por toda la tierra la República de los Estados Unidos de México.

—Señor presidente a la Tierra no le quedan más de 4.500 millones de años de existencia. Hay que sacar la vida de la Tierra, y llenar el espacio. Pienso colonizar en tres meses el Sistema Solar.

—Eso es imposible—afirmó uno de los asistentes—. La Nasa hace tiempo que tiró la toalla sobre el ring de los acontecimientos cósmicos. No hay oxígeno en el espacio y las temperaturas extremas son exorbitantes para la vida.

— He hecho descubrimientos que van mucho más allá de la lógica y la razón. Descubrimientos que han de cambiar forzosamente el devenir de nuestra especie y si queremos también del resto de las especies. Las células de mi ayudante y las mías han cambiado de posición, ya no siguen el orden posicional de los registros genéticos.

—¿Cómo profesor?— preguntó un tanto fascinado el presidente.

— Mi ayudante y yo hemos dominado el curso genético de la evolución. Somos tan diferentes al resto de los mortales como la vida ante la muerte.

—¿Cuáles son esos descubrimientos y hasta dónde nos pueden llevar?

— Señor presidente nos llevan más allá de los límites implantados por la naturaleza.

—¡Eso es imposible!—gritó uno de los asistentes—. Estamos limitados por nuestras necesidades, la necesidad de nacer, de vivir y de morir.

—Imposible no hay nada cuando el cerebro y la mente dominan el espacio tiempo de los fenómenos de la naturaleza.

Hubo un gran revuelo y después un profundo silencio.

Alguien volvió a hablar y se encendió la polémica.

—¡Dónde hay demasiada fantasía, hay muy poca realidad!

— Señor ministro de Educación y Ciencia, me identifico con el profesor. ¿De qué nos sirven la educación y la ciencia sin imaginación? (Aplausos).

El profesor y Gerardo Rendón se levantaron, estaban entusiasmados. El profesor miró varias veces a los presentes y empezó a hablar como profeta convencido del extraordinario alcance y resonancia que iban a alcanzar sus palabras.

—Mi ayudante y yo, ayudados por un gran equipo de investigación, acabamos de inventar para gloria y salvación de toda la humanidad, dos máquinas que revolucionarán todos los conceptos y todos los conocimientos de la ciencia. La Máquina de la Vida es una central de energía atómica microscópica capaz de abastecer las necesidades de más de cincuenta billones de células que componen el cuerpo humano. Las células alimentadas por energía nuclear no necesitan del riego sanguíneo. El oxígeno es creado y repartido por el sistema celular. Las células sin recibir oxígeno exterior que transporta la sangre, no se oxidan y no se dejan morir. En un futuro inmediato la humanidad nacerá sin corazón, sin pulmones, sin riñones, sin hígado, sin estómago. La planificación celular cambiará y no tendremos en el organismo ni una sola gota de sangre.

— Pero. ¿Cómo profesor? ¡Eso es una locura!

— Locura o no, es una realidad. Mi ayudante y yo, formamos parte de una nueva planificación celular. No tenemos corazón.

—¿Qué no tienen corazón? —preguntó el presidente—. ¿Será una metáfora de una nueva ciencia?

— No tenemos corazón, ni estómago, ni riñones. ¡El único órgano que nos queda es el cerebro!

—¡Imposible!—gritaron al unísono los presentes.

— Seamos más serios—dijo el ministro de Educación y Ciencia, rascándose varias veces el cuero cabelludo como un perro se rasca la cabeza para quitarse las garrapatas.

—Nunca mis palabras han tenido tanta seriedad como en este histórico momento. El hombre cree en Dios y Dios no existe. El hombre puede transformarse en el dios de su creencia.

—¡Imposible! ¡Imposible! ¡Imposible!—gritaron los presentes.

— Para la ciencia no hay imposibles—gritó Gerardo Rendón.

Ante tanto alboroto el presidente pidió calma y los allí reunidos se calmaron.

—Señores, creo en el profesor, como los Reyes Católicos creyeron en Cristóbal Colón. El profesor tiene una mente privilegiada y confío plenamente en sus descubrimientos. No faltaría más si lo está poniendo al servicio de México y de la humanidad.

(Aplausos).

—Señores estamos en el año 2158. Un año que será recordado en la historia universal como el año de la salvación eterna. Mi ayudante y yo somos inmortales. No podemos tener frío ni calor. Estamos por encima de las debilidades, del cansancio, del desequilibrio mental que crean las sensaciones. Podemos volar a la velocidad de la luz, tenemos una fuerza universal, y todo ello gracias a la Máquina de la Vida que le vamos a donar a la humanidad para la evolución de una especie inmortal para poblar el espacio de vida y esperanza.

¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible?—preguntaron los presentes.

—Por ahí vienen con el bloque de acero—dijo el presidente.

Con una pala trajeron el bloque y lo dejaron en medio del salón presidencial. Las puertas del palacio eran enormes y tenían amplitud para que pasara hasta un carro de combate. Pancho Villa y Emiliano Zapata en su tiempo entraron subidos a caballo.

El profesor se acercó al bloque y lo levantó con una sola mano.

Cómo es posible que haya levantado con una mano un bloque macizo de acero que puede pesar varias toneladas, se preguntaron mentalmente asombrados cada uno de los presentes.

—¡Espectacular!— gritó el presidente.

—¡Extraordinario!—dijo Calderón.

—¡Increíble, pero cierto!

— ¡No puede ser, pero es verdad! Estamos contemplando el mayor milagro de todos los tiempos.

Acto seguido el profesor cogió el bloque de acero y sin hacer el mínimo esfuerzo lo pulverizó en una nube metálica que se expandió por todo el salón presidencial.

La nube de polvo metálico alcanzó a los presentes, y estos empezaron a estornudar y a respirar el polvo de una explosión. No tuvieron más remedio que levantarse para huir de un ambiente que se tornaba peligroso para las vías respiratorias.

Solamente el profesor y Gerardo Rendón no estornudaban porque no tenían pulmones como los demás.

—Profesor— dijo Gerardo sonriendo—.Ha sido toda una demostración ¡Enhorabuena!

— Esto es solamente el principio, de una multitud de demostraciones que han de cambiar la mentalidad del mundo.

El presidente empezó a llamarlos desde la puerta de entrada, medio asfixiado por el polvo metálico. Varios ministros se hallaban en el suelo desvanecidos y se escuchó la sirena de una ambulancia.

—Señor presidente— dijo el profesor llegando hasta la puerta y saliendo al exterior del edificio—. Siento lo sucedido.

— No se preocupe profesor, todo experimento tiene sus consecuencias. Pero, dígame… ¿Lo podría hacer también con una montaña?

— ¡Con una montaña y hasta con una galaxia si fuera necesario!

—Entonces profesor… la rata no nos hace falta para nada.

—Para nada, señor presidente. Con mi ayudante y yo, hay más que suficiente.

— Eso espero— respondió sonriendo el presidente.

— ¡Cuando quiera empezamos!

— ¡Mañana!

— Como ordene, señor presidente.

— Mañana será un gran día, y México recuperará finalmente los territorios que le fueron arrebatados

— Mañana será un gran día— dijo Gerardo contemplando como los enfermeros cargaban a los desmayados a la ambulancia.

— ¡Qué poco resiste el cuerpo humano!—se dijo el profesor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo V

 

Naomi y Guadalupe dejaron encerrada a la rata en la Máquina de las Dimensiones. Por los cristales de la ventanilla la rata deseaba salir y chocaba fuertemente contra ellos. La nave estaba hecha a partir de una condensación atómica y el roedor rebotaba como una pelota de goma traviesa y juguetona. El roedor se hallaba inquieto y deseaba encontrarle una salida a su inesperado encarcelamiento.

—Pobrecita— insinuó Guadalupe apoyada en la nave. Adelita me gusta mucho, es mi ratoncito y deseo jugar con él—puso la mano en el cristal, y la rata empezó a jugar con ella—. ¿Y si la sacamos Naomi? Parece inofensiva.

—¿Inofensiva? —respondió Naomi—. Ha destruido media ciudad. Más de tres millones de personas están muertas por su culpa. Hay muertos y escombros por doquier. Las palas y los camiones trabajan sin descanso y han tenido que hacer nuevos vertederos. Ha sido mil veces peor que una pesadilla. Familias enteras han muerto en el caos, y la ciudad se ha convertido en una ciudad fantasma donde el peligro y el desorden se han ido incrementando por momentos.

—Pero— protestó la niña. Adelita no parece mala. Mírala como juega conmigo me quiere tocar la mano con la patita a través del cristal. Parece un angelito caído del cielo con ese bigote celestial que le ha dado la naturaleza. Estoy segura, Naomi que lo haría sin querer, sin darse cuenta. Podemos abrirle la puerta y dejarla libre para que juegue con nosotras. Es mi ratoncito chiquitito, lo quiero mucho.

Guadalupe no podía dejar al roedor suelto porque Naomi se lo impedía. De buena gana lo hubiera soltado porque ya lo miraba como si fuese su mascota.

Naomi contempló a la rata y a la niña jugando. Habían familiarizado y se comprendían al más mínimo gesto. De pronto pensó en su madre.

Vivían en un pequeño apartamento a las afueras de México, cerca de la Universidad Emiliano Zapata. Su padre murió cuando era pequeña, apenas sí lo conoció y con el paso del tiempo su recuerdo se hacía más lejano.

—Naomi, cuéntame algo del profesor Ramírez, no lo conozco… tengo entendido que es un hombre muy apuesto e inteligente. ¿Está casado? ¿Qué edad tiene?

—Deja de hacer preguntas mamá, me parece que te interesas por él. A veces hablas como una colegiala.

—Siento solamente curiosidad— dijo la madre— ¿Qué edad tiene?

—Creo que unos cuarenta años o tal vez algo más— respondió Naomi sonriendo.

—Cuarenta años… la edad perfecta para el matrimonio. ¿Vive solo?

—Pero mamá… pareces un detective con tantas preguntas.

—Hija, quiero acabar con mi soledad, y aunque te tenga a ti, necesito como el comer un hombre que me haga compañía.

—Con el profesor poca compañía tendrás. Siempre está estudiando, investigando. No se ha casado porque es un ratón de laboratorio.

—Invítalo esta noche a cenar para que yo lo conozca.

—¿Tan desesperada estás mamá por conocerle?

—Desesperada no, un tanto inquieta. Creo que es el hombre que me merezco. Recuerda que tu papá fue el mejor médico que tuvo México en todos sus tiempos. Le concedieron el Premio Nobel de medicina hace quince años, y al año siguiente de tan alto y meritorio reconocimiento falleció.

—¿Cuántos años tenía yo, cuando murió papá?

—Acababas de cumplir cuatro años— se abrazaron emocionadas y lloraron.

—Mamá, que desgracia más grande…

—La vida nos da de tarde en tarde golpes muy duros, pero debemos irremediablemente reponernos para seguir viviendo. No podemos vivir solamente de recuerdos, la vida está ante nosotras y debemos vivirla.

—Tienes razón mamá— respondió Naomi limpiándose con un pañuelo las lágrimas—. Invitaré al profesor.

—¿Cuándo, esta noche?— preguntó la madre, pasando del llanto a la carcajada—

Naomi sabía que tenía una madre encantadora y adorable. Era joven todavía. A los treinta y ocho años se mantenía aún fresca. Era alta, delgada, de ojos azules y de exquisita y llamativa presencia. Cualquier hombre se enamoraría de ella en el escaparate de la vida.

—Josefina, me acaban de conceder el Premio Nobel de Medicina para gloria de México. He recibido las felicitaciones de medio mundo, y estoy profundamente emocionado.

— No es para menos querido Emiliano. Eres inteligente y constante, con una voluntad de hierro. Te has pasado las horas muertas estudiando, investigando y yo siempre he confiado en ti, en tu talento.

—El señor presidente de la República nos ha invitado a cenar.

—Iremos gustosamente, Naomi dale un beso a tu padre por lo inteligente que es.

Recordando aquel lejano beso, Naomi retornó mentalmente a la nave.

Guadalupe había sacado al roedor y lo tenía en la mano. Aquella tierna escena parecía la de una madre con su bebé.

—¿Me lo puedo quedar?— preguntó sonriendo Guadalupe—. Es muy bueno. Creo que no le haría daño ni a una mosca.

—Creo que entre las dos le podemos hacer un espacio mental para que no se mueva más de lo que nosotras queramos.

—¿Un espacio mental, Naomi?

—Es uno de los experimentos del profesor que todavía no se ha practicado. Pero puede funcionar. Sabiéndome la fórmula matemática, lo cerraremos herméticamente en la jaula de nuestros deseos.

—No te comprendo Naomi, soy una niña y eso es incomprensible para mí. ¡Yo solamente quiero jugar libremente con mi ratita!

—Os meteré a las dos en la misma dimensión espacial.

—¿Y tú? No te vayas a perder, me caes bien.

— Y tú también a mí Guadalupe— se besan bajo la atenta mirada de la rata.

Naomi sacó un extraño aparato del laboratorio y apretó un botón. De la mente de Guadalupe y de Naomi empezaron a salir burbujas y en una de ellas, la niña y el roedor quedaron atrapadas.

De repente la burbuja se hizo invisible, pero seguía presente marcando un límite espacial con la mente de Naomi y Guadalupe.

—Ya está — dijo Naomi, la fórmula matemática de las raíces cuadradas ha funcionado. Adelita no podrá escaparse de la burbuja, y sin embargo recorrer todo el universo, según nuestro deseo. Cuando estemos en la calle, no la dejes que tropiece con ningún obstáculo, porque su peso específico como el nuestro, es una reacción en cadena más potente que un fuerte terremoto. Debemos de velar por la seguridad de los demás, no dejándonos llevar por la audacia y el ímpetu de una libertad incontrolada.

—Así lo haremos— respondió Guadalupe jugando con Adelita.

—Vamos, la calle nos espera. Iremos andando, no tenemos prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo por delante y ninguno por detrás.

—Vamos— dijo la niña cogiendo la mano de Naomi.

Salieron a la Avenida Pancho Villa. Era de noche. Un fuerte viento se levantó y empezó a llover.

—Nos mojaremos —dijo Guadalupe riendo—. No temas, no nos podemos mojar. Estamos fuera del alcance de la naturaleza.

—Pero la ropa, si se puede mojar. ¿Nos la quitamos?

—Es mejor llevarla puesta, llamaríamos demasiado la atención, y es mejor pasar desapercibidas.

El viento y el agua se hicieron más fuertes. En el firmamento las nubes chocaban con el estruendo de millones de cacerolas, y un rayo las alcanzó. El rayo rebotó en el cuerpo de ambas y finalmente rebotando arrancó un árbol de raíz.

Naomi comprendió que habían sido salvadas por la condensación del átomo, que estaban fuera de todo peligro.

—He sentido como un cosquilleo—dijo Guadalupe tocándose un brazo—. El rayo no nos ha hecho nada y sin embargo ha derribado a un árbol.

Caminaron por la ciudad. La inclemencia del tiempo había acuartelado a sus moradores. De vez en cuando pasaba un coche por la carretera. Las palas, sin embargo, seguían cargando camiones de escombros y de cadáveres. De repente, Naomi creyó escuchar el grito de alguien pidiendo auxilio.

—Escucho un grito penetrante y desconsolado cerca de nosotras. Puede ser que venga de los escombros que hay cargados en ese camión.

Dieron un salto de felino y se subieron encima del vehículo. Removieron en un abrir y cerrar de ojos los escombros. Apartaron muertos y más muertos a punto de reventar y se encontraron con un niño de unos diez años, sepultado bajo los escombros y los muertos.

—No temas—le dijo Naomi—. ¡Te sacaremos de aquí!

Lo sacaron como un pescado lleno de harina, y entre las dos trataron de desempolvarlo.

—¿Cómo te llamas?— le preguntó Guadalupe.

—Pablo –respondió el niño llorando. ¿Y mi papá y mi mamá, y mis abuelos y mis cuatro hermanitos? De pronto creyó reconocer una mano que se alzaba por encima de toneladas de escombros. Asió la mano y gritó desconsoladamente como suelen gritar y patalear todas las tragedias de todos los tiempos.

—Es la mano de mi mamá. ¡Es su anillo!

Naomi desenterró el cuerpo, y el niño lloró sobre el cuerpo de su madre.

—¿Están todos muertos?— preguntó llorando también Guadalupe.

—No hay ninguna señal de vida. Nadie llama, nadie pide auxilio. El único superviviente que había eres tú—le dijo al niño que no dejaba de llorar—.

El conductor del camión se bajó y empezó a protestar.

—Bajad del camión si no queréis que la pala os entierre vivos. ¡Malditos indigentes!

—Nos somos indigentes— Protestó con odio y rabia Naomi—. Somos seres humanos que hemos venido a salvar la vida de este niño.

—A mí lo que me importa es hacer bien mi trabajo. La vida de los demás no me interesa. Estamos demasiados en el mundo para preocuparnos por los demás.

Naomi enfurecida, cogió el camión y lo lanzó como un obús en medio de la calzada. El conductor salió huyendo, no creyéndose lo que acababa de presenciar.

El de la pala se quedó esponjado, como un pajarillo encima de una rama en una noche de vendaval.

—Vámonos de aquí— Están enterrando a los vivos con los muertos y puede que el número de muertos se incremente por una falta de humanidad.

—Están enterrando a los vivos también— protestó Guadalupe— puede que mis papás hayan sido enterrado vivos.

—En esos tiempos la solidaridad se ha perdido, y el ser humano es la peor de las bestias— respondió Naomi— ¿Quién sabe lo que habrán hecho con los tuyos? ¡No quiero ni pensarlo!

Caminaron y se dejaron atrás la Avenida, y entraron en unas calles más estrechas por donde el roedor no había pasado derrumbando los edificios.

Esta zona es más segura, no hay nada destruido. Los edificios son más bajos, y han quedado a salvo de los altos vuelos de Adelita.

—Tengo hambre y sed—dijo Pablo.

—Estamos cerca de mi casa. Allí mi madre te atenderá.

Siguieron caminando y se perdieron en una noche de relámpagos y aguaceros.

—Nos siguen—dijo Guadalupe abrazándose a la rata—. ¡Tengo miedo!

—¡Recuerda que nunca has de tener miedo con la fuerza que posees! ¡Ellos son lo que tienen que tener miedo! Cinco corpulentos jóvenes se acercaron como una manada de lobos. Llevaban cadenas y navajas, y el que parecía el jefe de la jauría, gritó rompiendo los cristales del silencio de la noche: ¡Vamos a divertirnos, vamos a hacer una orgía con ellas!

Intentaron coger a Naomi, y esta de un solo golpe, los estrelló como vulgares cucarachas contra la pared de un edificio. La sangre salpicó hasta la calzada. Los cinco quedaron reventados, como si una onda expansiva los hubiera pasado por encima.

—¡Qué fuerza tienes!— gritó Pablo secándose la sangre que le cubría medio rostro.

— Naomi eres muy fuerte— dijo Guadalupe aplaudiendo como si estuvieran viendo una película de ciencia ficción.

La madre de Naomi, no se podía creer lo que estaba escuchando. Aquella historia no podía ser real, parecía más bien sacada de un extraño sueño. Cuando la realidad y la fantasía se unen, suele comenzar con la fantasía.

—Mamá, este es Pablo. Lo hemos sacado de un camión lleno de cadáveres y de escombros. Escuché sus gritos, nos subimos al camión y lo sacamos entre los muertos.

—No es posible que eso sea así, me parece que estoy soñando.

—Mamá, es cierto créeme.

—Te creo hija, te creo, confío en ti. ¿En quién voy a confiar? Pero me parece todo tan confuso y tan extraño.

—Mamá, esta es la rata que ha destruido medio México.

—¿La rata que ha destruido México?— protestó asustada la madre de Naomi.

—No temas mamá, es inofensiva y no puede hacer daño a nadie, mientras que la tengamos en una burbuja.

Josefina miró a la rata y nuevamente se asustó.

—Me dan miedo los roedores, y lo sabes…

—Este no le hará ningún daño señora, es mi mascota.

—¿Quién es esta niña tan linda? — preguntó Josefina demostrando un poco menos de miedo.

—Señora, soy Guadalupe para servirla.

—¡Qué encanto de niña, qué ojos más bonitos tiene! ¿Dónde viven?

—Mis padres y mis hermanos han muerto señora, y me encuentro sola en el mundo.

—Pobre niña… ¿Qué será de ella, sin nadie en el mundo que la proteja?

—Nos tiene a nosotras mamá, además no puede comer aunque quisiera.

—Es que está muerta… Yo la veo viva, llena de vida.

—Mamá es una larga historia que contar… los descubrimientos del profesor Ramírez nos han introducido en otra esfera. Guadalupe y yo, ya no formamos parte de este mundo, y por muy asombroso que parezca, no somos semejantes a los demás. Hemos roto con la ontogenia, con la planificación celular, habiendo puesto patas arriba a todo el proceso evolutivo de más de 3.000 millones de años de evolución.

—Seguro que a ti te van a dar el premio Nobel por lo bien que te expresas, eres igual que tu padre.

—¡Mamá, a alguien me tengo que parecer! Mamá, Pablo tiene hambre y sed.

—Es cierto señora, tengo hambre y sed. Me siento mareado.

—¡Os preparé algo de comer!

—Para Pablo solamente, nosotras ya hemos comido, verdad Guadalupe.

—Señora no podemos tener hambre ni sed. Ahora somos como mi ratita.

Como si supiera algo la rata, se abrazó fuertemente a Guadalupe, y es posible que le diera hasta un beso.

Pablo comió bebió y se recuperó. Finalmente se durmió en un sofá.

Pasaron varias horas y Naomi le contó a Josefina el devenir de los descubrimientos del profesor.

Cuando se despertó Pablo, Naomi hizo que se duchara, puso la ropa en la lavadora y cubrió al niño en una gruesa manta para que no tuviera frío.

—¿Pero cómo se puede llegar al primer átomo?— preguntó Josefina.

—Incrementando la medida de la Máquina de las Dimensiones hasta el infinito, pero el profesor lo hizo a la inversa, tendré que decírselo se equivocó en sus cálculos… el átomo que tuvo como una manzana entre sus manos, no era el primer átomo, sino más bien una simple partícula dividida hasta el infinito. ¿Pero cómo el profesor no se dio cuenta de su error?

Hija mía, el profesor lleva muchas cosas en la cabeza, y equivocarse es de sabios. Tu padre también se equivocaba, y a veces decía tonterías que eran tenidas por grandes verdades. El precio de la ciencia es el aturdimiento. ¡El que mucho sabe, poco aprende!

—Hay que corregir en un nuevo viaje ese fallo imperdonable. Con el tiempo todo se puede corregir, y tenemos una multiplicidad de eternidades por delante.

—La paciencia es la madre de la virtud— dijo Josefina —. El profesor es un genio que sabe lo que hace por muchas equivocaciones que cometa, y tú, hija mía, un talento de la que me siento orgullosa — se abrazaron, como Naomi y Josefina, la rata y Guadalupe también estaban abrazadas—.

—Encenderé la televisión a ver qué hay de nuevo.

Naomi sacó una lentilla del bolsillo de la chaqueta, y mentalmente encendió el televisor que ella solamente podía ver, la madre sentada en el sofá se durmió. Guadalupe y la rata, no dejaban de jugar en un rincón del amplio salón. Pablo dormía en el sofá y de vez en cuando cambiaba de posición. En el canal de noticias no había ninguna noticia nueva. Todo giraba alrededor de un roedor y de los tres millones de muertos que estaban siendo retirados de la calles de Ciudad de México con millones de toneladas de escombros. Finalmente una noticia de última hora comunicaba que México acababa de declararle la guerra a los Estados Unidos sin la necesidad histórica de movilizar el ejército. En esta oportunidad histórica, el profesor Antonio Ramírez y su fiel colaborador el peruano Gerardo Rendón, le darían el jaque mate definitivo a la primera potencia mundial, que no tendría más remedio que rendirse a la fortaleza desmedida del adversario.

¿El profesor y Gerardo Rendón en los Estados Unidos, y no me ha comunicado nada el profesor al respecto?

—¿Qué sucede?— preguntó un tanto inquieta Guadalupe.

—¡Debemos de irnos!— apagó la televisión y se la metió en el bolsillo.

—¿Cómo irnos?— protestó Guadalupe—. Aquí me encuentro muy bien, y la rata también. ¿Dónde quieres ir ahora?

—¡En busca del profesor!

—Pero si no sabemos dónde está— protestó Guadalupe.

—Está en los Estados Unidos en pie de guerra.

—¿En pie de guerra? ¿Se ha vuelto indio?

—Peor que eso, acaba de desenterrar el hacha de guerra.

—¿El hacha de la guerra? No comprendo— dijo Guadalupe jugando con Adelita.

— Pronto lo comprenderás cuando lleguemos al lugar de los acontecimientos.

—¿Nos vamos?

—No tenemos más remedio que irnos. Pablo y mi madre duermen, no hagas ningún ruido… No quiero que se despierten.

Naomi y Guadalupe salieron lanzadas al espacio a la velocidad de la luz. Resultaba sorprendente y sumamente atractivo viajar a tanta velocidad. El sueño del hombre de volar como las aves se había cumplido con la condensación atómica. Ese deseo de elevarse por encima de las nubes y alcanzar plausiblemente otros mundos se fue materializando primeramente con los aviones, con la NASA, y finalmente con los recientes descubrimientos del profesor Ramírez.

En el laboratorio, un equipo altamente cualificado bajo la dirección del profesor se había acercado magistralmente a los mismos cimientos del átomo y de la célula. El profesor Ramírez con su perseverancia habitual le estaba ganando fehacientemente la batalla a lo desconocido y lo desconocido se estaba volviendo en la piedra filosofal de todos los descubrimientos habidos y por haber.

Cuando Sócrates dijo humildemente en la plaza de Atenas. « Sólo sé que no sé nada ». No se equivocaba, dijo una gran verdad, pero esa verdad no es eterna ni inamovible, porque no hay nada eterno, ante las ansias de saber de la especie humana.

La palabra se ha inventado hace aproximadamente unos 15.000 años, como una herramienta poderosa de comunicación, para sentirnos más cerca de nosotros mismos y de nuestro semejante. A partir de la palabra empezaron los mitos, los dioses, la filosofía y la ciencia.

El salto cuantitativo de nuestra especie, desde entonces hasta la actualidad, ha sido espectacular. Hemos pasado del árbol a los rascacielos y del rascacielos al primer viaje dimensional, descubriendo que los multiversos son pequeñísimas porciones materiales y espaciales de un todo absoluto.

En un simple grano de arena hay un número incontable de universos, de realidades tan reales y semejantes a la nuestra. No estamos solos en el espacio. Estamos acompañados por un número ilimitado de mundos, de agrupaciones dimensionales que como esfera de una unidad se comunican los unos con los otros. He ahí la verdadera fuerza y la auténtica grandiosidad del edificio dimensional, en comunicarse el espacio tiempo a partir de la masa que crea su propia realidad, partiendo de su medida proporcional.

Nuestro universo no depende de una medida absoluta. No nos encontramos ni mucho menos en un espacio absoluto, sino en la medida de nuestra masa dimensional. Uno de los sueños del profesor Ramírez que sin lugar a dudas, ya puede realizar, es comprobar qué porción universal nos corresponde verdaderamente.

Los astrónomos y los físicos saben que no pueden estudiar el universo en sí, sino el universo que nos corresponde proporcionalmente. Ramírez afirma que nuestra medida es tan pequeña, que de una gota del agua se ha creado todo el mar.

—Profesor ¿Qué espacio tiempo nos corresponde en la división y multiplicación de la materia?

—Un microespacio, un microcosmos, algo tan reducido y tan insignificante que parece no tener cabida en el espacio absoluto aunque la tenga.

—¿Cómo es posible tanta contradicción profesor?

Naomi de lo contradictorio surgen las dimensiones. Un espacio niega a otro, el tiempo se evapora y se pierde en la medida de un tiempo diferente, y la velocidad de la luz puede recorrer el espacio de 01 a 300.000 kilómetros por segundo. Por supuesto que hay velocidades superiores a los 300.000 kilómetros por segundo, no faltaría más, sería como negar la medida de los fenómenos universales.

Con la Máquina de las Dimensiones estamos dando un salto inimaginable, es como sacar al mono del árbol y lanzarlo en un viaje sin retorno por todas las medidas espaciales y sus universos correspondientes.

—Si estamos atrapados profesor, en el microcosmos. ¿Cómo es posible que la ciencia hable del macrocosmos y no del microcosmos?

— Por ignorancia, la ciencia todavía en el siglo XXII, se halla completamente atrapada en la caverna de Platón, habiendo filósofos idealistas, que creen y sostienen que el mundo ha sido creado por un ser superior.

Para llegar a la verdad absoluta, necesitamos billones de años. Ten en cuenta que nuestro universo, según el carbono 14, tiene una antigüedad de 13.700 millones de años, pero cuidado, aquí hay una cosa importantísima que te voy a decir: Esos 13.700 millones de años le corresponden al hombre.

—¿Cómo es posible profesor? No lo entiendo.

—Es fácil de entender. El tiempo pasa más lento para los cuerpos más grandes, y más rápido para los más pequeños. En estos precisos momentos se puede estar efectuando la explosión del Big Bang, y llegarnos a nosotros con un retraso de 13.700 millones de años.

—Me cuesta trabajo seguirle profesor, pero por favor siga, resulta interesante lo que me está usted diciendo sin el más mínimo esfuerzo, y fuera del alcance dubitativo de toda clase de dudas.

—El espacio tiempo va pasando por una serie de medidas dimensionales decreciendo y aumentando proporcionalmente. Cada medida espacial tiene su propio contenido, la medida más pequeña mide a la más grande decreciendo en cantidad.

De pronto Guadalupe sacó a Naomi de sus recuerdos y le preguntó: ¿Dónde nos encontramos Naomi? Naomi miró y dijo: En Nueva York, estamos volando por encima de la Estatua de la Libertad. Este monumento es un regalo hecho el 4 de Julio de 1884, por el pueblo francés al de Norteamérica, en conmemoración a la alianza hecha por las dos naciones durante la revolución Norteamericana. Fue el historiador francés, Edouard de Laboulaye quien propuso desde 1865 que su país hiciera un regalo conmemorativo a los Estados Unidos de Norteamérica, en ocasión del primer centenario de la firma de la Declaración de Independencia.

Guadalupe contempló la Estatua de la Libertad y le gustó –Naomi, quiero posarme encima de ella.

—Pero con delicadeza Guadalupe, de lo contrario se volvería en una nube de polvo. Recuerda lo que hizo Adelita con la Ciudad de México.

Se posaron como dos mariposas encima de ella.

Vieron La Libertad Iluminando al Mundo (en francés « La liberté éclairant le monde »), conocida como la Estatua de la Libertad, es uno de los monumentos más famosos de Nueva York, de los Estados Unidos y de todo el mundo. Se encuentra en la Isla de la Libertad, al sur de la isla de Manhattan, junto a la desembocadura del río Hudson y cerca de la isla de Ellis.

La Estatua de la Libertad parecía iluminar las aguas del mar con su gigantesca antorcha. Aquel día, las aguas estaban tranquilas y la Isla de la Libertad brillaba como un diamante en el fondo del mar. Justo enfrente, la Ciudad de Nueva York se alzaba majestuosamente con sus enormes rascacielos y Manhattan como una manzana parecía rendirle tributo.

—¿Nos la llevamos para México?— preguntó Guadalupe sin pensárselo dos veces.

—Podemos llevárnosla y depositarla en el Río Grande. Derribaremos el muro que separa a México de los Estados Unidos, no pudiendo haber fronteras en aquello que legalmente nos pertenece. Guadalupe, coge la Estatua de la Libertad con cuidado de no romperla, nos la llevamos. Guadalupe se cargó encima la estatua y salieron volando.

—Naomi, iremos más despacio para que la estatua no vibre y se rompa.

—Iremos a unos quinientos kilómetros por hora.

Cuando pasaron por encima de Manhattan y después de Nueva York, se formó una revolución. Millones y millones de norteamericanos no le daban crédito a los que estaban viendo. Unos extraños seres que no formaban parte de este mundo, se estaban llevando la Estatua de la Libertad, y el pueblo Norteamericano tan celoso de su libertad, aunque hubiera más de cien millones de indigentes no lo podía permitir.

—Señor Presidente, dos extraterrestres se han hecho con el monumento más preciado y emblemático de Norteamérica. En estos precisos e históricos momentos, se está llevando la Estatua de nuestra Libertad.

—¿Cómo?— preguntó como recién salido de una pesadilla el presidente.

—¡Por el aire, señor presidente!

—¿En una nave?

—Sin nave, señor presidente.

—Pero eso es imposible, la estatua tiene un peso considerable. El peso de la Estatua de la Libertad, lo conforman 31 toneladas de cobre, 125 toneladas de acero y 27.000 toneladas de base. Dígame, ¿Cómo es posible que con ese peso desorbitado se la lleven sin más sin una nave?

—Serán extraterrestres, señor presidente. No puede ser de otra manera.

El presidente Norteamericano cogió una lentilla y habló con el ministro del Aire.

—La Estatua de la Libertad nos ha sido robada al parecer por unos extraterrestres, mande usted de inmediato a veinte cazas para que controlen la situación. ¿Órdenes de disparar? No, no, no podemos disparar, nos quedaríamos sin estatua.

De inmediato veinte cazas sobrevolaron el cielo de Nueva York, y rodearon como un cinturón de seguridad la estatua.

—La guerra entre Estados Unidos y México acaba de comenzar—dijo Naomi sin inmutarse— no les dejaré que nos intimiden.

Los pilotos de los cazas se pusieron cerca de la estatua, y se comunicaron entre ellos. Esto es puro surrealismo, una niña volando como supermán y llevándose la Estatua de la Libertad.

—¿Qué hacemos? ¿Qué podemos hacer? Si disparamos destruimos la estatua.

—Deben ser extraterrestres con forma humana.

Naomi se puso delante de un avión y el piloto recibió órdenes del comandante de la escuadrilla.

—¡Dispare, dispare, destruya al extraterrestre!

El caza empezó a disparar y las balas alcanzaron a Naomi. Todas las balas rebotaron en el cuerpo de la joven, que acercándose a la ventanilla del piloto le gritó: ¡Viva México!

—Comandante hablan español, el idioma de Cervantes, creo que son mexicanos.

—Échele el avión encima.

El avión chocó fuertemente contra Naomi, y se desintegró. Solamente quedó del choque, una humareda negra y una nube de polvo metálico.

—¡Dios mío!—se dijeron horrorizados los aviadores—. No puede ser cierto.

Los escandalizados pilotos vieron a Naomi, y rezaron pidiéndole ayuda a Dios, pero al parecer, como siempre suele suceder, Dios estaba dormido en el Limbo.

El comandante visto los acontecimientos, ordenó a los pilotos que no se acercasen demasiado a aquel extraño ser con apariencia de mujer que había salido misteriosamente de lo desconocido.

—No se acerquen demasiado, no se acerquen, no se acerquen. Nos estamos enfrentando a una fuerza desconocida que nos puede pulverizar en cualquier momento.

—Guadalupe, ¿Te encuentras bien?—preguntó Naomi sonriendo.

—Adelita también me está ayudando, es una mexicana, mírala como me está ayudando.

Naomi miró y vio como el roedor, como buen mexicano, también sostenía a la Estatua de la Libertad, rumbo al Río Grande.

—Tardaremos unas cuantas horas en llegar—dijo Naomi—, el viaje va a resultar divertido.

— Uno de los aviones se ha destruido a sí mismo por querer atropellarte.

—¡Así es, él mismo se ha destruido!

—¡No nos pueden hacer nada!— gritó Guadalupe—. ¡Somos invencibles!

En pocas horas radio, prensa y televisión se hicieron con la noticia de todos los tiempos, las noticias se sucedían una y otra vez y la programación televisiva dejó paso a la confusión del país. Los periódicos se vendieron como rosquillas. El presidente John Smith, salió en todos los canales de televisión pidiendo calma en unos momentos donde toda la nación estaba consternada demostrando su solidaridad y su incondicional patriotismo con la nación.

—Señores, pido calma y tranquilidad al noble y heroico pueblo Norteamericano. Dios siempre ha estado con nosotros, velando y combatiendo por nuestros intereses y nuestras libertades. Dios estuvo con nosotros en la guerra de la independencia, cuando vencimos a Caballo Loco y a Toro Sentado, en la Primera y Segunda Guerra Mundial, en la guerra de Vietnam, en los conflictos que hemos tenido con Corea del Norte, y siempre nuestra gloriosa aviación y nuestros invencibles marines han salido victoriosos. La historia de Norteamérica se ha escrito con la sangre de sus héroes, de sus superhéroes. No le tememos a lo desconocido, ni a ninguna potencia extranjera. Somos Norteamérica, los Estados Unidos, la hegemonía del mundo y nuestra fuerza es sagrada como sagrados también son nuestros conocimientos. Veinte cazas con nuestros mejores pilotos, persiguen a los ladrones del espacio, a esa fuerza desconocida y extraña, que será destruida por nuestra aviación en cualquier momento. Por la seguridad histórica de la Estatua de la Libertad, como presidente esta noble nación que vela por los intereses de los pueblos del mundo, no le he ordenado al ministro del Aire una formación de combate, sino más bien un seguimiento de los acontecimientos.

Hemos recibido llamadas solidarias, que agradecemos profundamente, de medio mundo. De Francia, de Inglaterra, de Japón, de Rusia, de China, de España, de Dinamarca y hasta de los Sioux que tanto se han familiarizado con la Estatua de la Libertad, haciéndola también suya, después de haber perdido como el resto de los indígenas todo un continente. ¡Pero así es la ironía de la vida, y así se escribe la historia universal!

Esto es parte del discurso que el presidente de los Estados Unidos, del Partido Republicano, dijo en Radio y Televisión.

Mientras tanto inexorablemente, la llamativa y tan venerada estatua iba cruzando el cielo de los Estados Unidos como una horrible pesadilla, y como la más horrible de las maldiciones.

Millones de ojos incrédulos vieron el espectáculo y la radio, prensa y televisión mexicana también recogieron el eco de los acontecimientos.

El presidente de México muy satisfecho por los acontecimientos, creyó que el profesor Ramírez era el protagonista de tan deslumbrante gesto. Reunido con su gobierno en pleno en el Palacio Presidencial, dijo lo siguiente:

—Por fin, señores, gracias al profesor Ramírez, estamos recuperando el orgullo que perdimos frente al enemigo en la guerra de 1846-1848, con el presidente Santa Anna, que no estuvo a la altura de los acontecimientos, dejándose arrastrar desde el primer disparo a una derrota años antes anunciada. Pero como diría Mario Moreno Cantinflas, por mis pistolas que esta vez esta victoria si va a ser sonada, y sin emplear nuestro invicto ejército por no haber librado desde 1848 ninguna batalla.

(Aplausos).

El profesor Ramírez y colaborador Gerardo Rendón, nos traen la Estatua de la Libertad. Nuestros dos héroes acaban de quitarle la libertad a los Estados Unidos, y los Estados Unidos han quedado sin libertad, sin haber podido disparar ni un solo tiro. Ni Alejandro Magno, ni Aníbal, ni Napoleón, ni Hitler, consiguieron lo que ha conseguido Ramírez. ¡Qué inteligencia la suya! Propongo que se le conceda a título póstumo la gran herradura del caballo del Emiliano Zapata. Y las riendas de oro del caballo de Pancho Villa, máximas condecoraciones que concede la nación a sus hijos más ilustres. (Aplausos)

¿Quién a lo largo y ancho de la historia, se hubiera imaginado a los Estados Unidos sin la Estatua de la Libertad?

—¡Nadie!— Respondió el gobierno entero con una sola voz.

—Y nadie tampoco— Añadió Calderón—. Se hubiera imaginado tan humillante derrota sufrida por nuestro mayor enemigo sin haber tenido la oportunidad de reaccionar.

—¿Qué haremos con la Estatua de la dicha libertad Norteamericana?— preguntó el ministro de medio ambiente y urbanismo.

—¡En la Plaza de la Revolución quedaría muy bien!— matizó el ministro de defensa.

—Creo – dijo el presidente— Que esa decisión histórica, le corresponde al profesor Ramírez y debemos de respetar su voluntad y tenerlo por los intereses de México, que son naturalmente también los nuestros, por aliado. Él sabrá dónde ponerla. ¿No es cierto, señores?

(Aplausos).

—Señor presidente, hay que celebrar esta primera victoria. Ahora somos la hegemonía del mundo, y no lo podemos olvidar. Hoy siete de octubre del año 2158, los Estados Unidos han sido derrotados por México y todos los gobiernos y los pueblos del mundo, se deben enterar de la esplendorosa y heroica hazaña.

—¡Viva México!—gritó uno de los ministros.

—¡Viva!— gritaron todos.

—¡Hay que celebrarlo con tequila! Vamos, rápido, que traigan tequilla, que nos vamos a emborrachar. Y mujeres y música señor presidente.

—¿Y si nuestras mujeres se enteran?— soltó el ministro de Educación y Ciencia. en palacio se puede formar una revolución.

—¡La revolución ya está formada con la Estatua de la Libertad!—dijo uno de los presentes

Trajeron el tequila y empezaron a beber como cosacos. Pasaron varias horas, trajeron un numeroso grupo de lindas señoritas, y más de uno vio a las estrellas resplandecer en el escote de las mujeres.

—¡Viva la Estatua de la Libertad mexicana!—gritaron.

—¡Señor presidente, somos el gobierno más fuerte de la Tierra!

—Y que lo diga Calderón, y que lo diga— dijo el presidente metiéndole mano a una linda estrella. Después de aquello, se inició una revolución.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo VI

 

En la Casa Blanca el revuelo de los acontecimientos se incrementaba por momentos. El gobierno de crisis se hallaba reunido. La noticia de la pérdida irreparable de uno de los cazas se había extendido como la pólvora. Desde la derrota del Séptimo de Caballería, los Estados Unidos no habían sufrido tanta humillación y desconcierto. El robo tangible y desconcertante del símbolo de la libertad, levantaba a todo el país en pie de guerra con un hondo sentido de entrega y responsabilidad patriótica. Ante tal desastre nacional, el líder de la famosa caballería, el General George Armstrong Custer fue ampliamente recordado y ampliamente valorado por su carrera militar meteórica. Ya que se vio inmerso en la guerra de Secesión, sus oficiales no le tenían por un buen militar y en varias ocasiones estuvieron a punto de expulsarlo de la academia militar, fue el último de la promoción dejando ver que no sería un gran militar.

Esta poca capacidad de mando de Custer y la poca disciplina de su regimiento, llevaría a vivir la peor derrota de la Unión frente a las tribus de la zona. En la batalla de Little Big Horn, los soldados de Custer fueron vencidos por varias tribus de indígenas lideradas por el jefe Sioux Tasunka Witko, más conocido como “Caballo Loco”. En aquella batalla murieron 268 soldados norteamericanos. Una cifra bastante alta dada la ventaja armamentística de los soldados de la Unión.

La derrota fue humillante y entre los muertos encontramos a Custer que falleció a causa de sus heridas en el campo de batalla. La gran derrota que sufrió el Séptimo de Caballería fue ocultada por el cine y las revistas haciendo de este regimiento y su líder grandes héroes de la nación.

—¿Cómo se llama el comandante de la escuadrilla?—preguntó preocupado y cansado el presidente John Smith.

—¡George Armstrong Custer!— le respondió el ministro del aire—.Es un buen oficial, número uno en su promoción y una brillante hoja de servicio.

— ¿Y la escuadrilla?—siguió preguntando el presidente.

— El Séptimo de Caballería, señor presidente.

— La Estatua de la Libertad se parece al pueblo Sioux, nuevamente presiento que vamos a ser humillados y masacrados por los acontecimientos.

—Las noticias no son muy alentadoras. Uno de nuestros cazas ha sido ya derribado. Señor presidente los extraterrestres se dirigen a México y acabamos de recibir una declaración de guerra del pueblo Azteca.

—Lo sé—respondió el presidente moviendo la cabeza—. Es extraño. La Estatua de la Libertad rumbo a México y una declaración de Guerra. Nos han dado un ultimátum de 48 horas para que le devolvamos los territorios que fueron anexionados en la guerra de 1846-1848. Unos tres millones de km2. Hemos puesto el ejército en pie de guerra y estamos dispuestos a quedarnos con el resto de México. México como nación debe desaparecer del mapa.

El Gabinete de Crisis habló durante horas, analizando con lupa su situación. El punto cardinal de los acontecimientos se centraba en la Estatua de la Libertad. La potencia arrolladora de los extraterrestres asustaba. ¿Cómo alguien con la apariencia de una niña de seis o siete años podía levantar y arrastrar por el firmamento una estatua que pesaba más de 27.000 toneladas? Tenían noticias sorprendentes de un roedor que en los últimos días había arrasado a México, a la Ciudad de México, destruyendo y pulverizando a miles y miles de rascacielos solamente con chocar con los edificios.

El Gabinete de Crisis y el Pentágono sabían que se enfrentaban a un arma secreta con apariencia humana y también al terrorífico roedor que acababa de destruir media ciudad azteca, dejándola reducida a escombros y desolación.

—¿Y la rata que ha destruido la Ciudad de México?—preguntó el presidente— ¿La CIA sabe algo de ella?

—La CIA no sabe nada, señor presidente— respondió Samuel Nelson, director de la Central de Inteligencia—. Según las últimas noticias, la rata ha desaparecido tan misteriosamente como apareció. Apenas sepamos algo del peligrosísimo roedor, se lo notificaremos señor presidente.

—Si la seguridad nacional está amenazada debemos actuar. Hay que acabar de inmediato con los Extraterrestres— dijo un tanto inquieto y nervioso el Secretario de Estado— La Estatua de la Libertad por mucho Estatua de la Libertad que sea, es menos importante que el pueblo norteamericano y debemos velar por nuestra seguridad nacional.

—Ordene al ministro del aire que destruya de inmediato la amenaza que acecha a la seguridad nacional.

—Estoy esperando órdenes— dijo el ministro del aire—No podemos dejar que los acontecimientos nos cojan por sorpresa. Recuerde señor presidente, que el factor sorpresa es el principio de cualquier victoria y que podemos ser derrotados por no haber sabido intervenir a tiempo.

El presidente no se lo pensó dos veces y dijo: ¡Ordene fuego a discreción! Debido a los acontecimientos ya no, nos importa el simbolismo de la Estatua de la Libertad.

—Nos disparan— gritó Naomi sin inmutarse.

—No nos pueden hacer nada y estos malditos gringos se van a autodestruir.

—Aquí el comandante Custer, aquí el Comandante del Séptimo de Caballería.

—Diga Custer.

—Señor presidente, acabamos de alcanzar el objetivo con la ametralladora y no hemos logrado el resultado deseado. Pido permiso para que los cazas disparen sus misiles de punta nuclear.

—¡Concedido, comandante! ¡Destruya a los extraterrestres!

—¡Así lo haremos, señor presidente! ¡Aquí el jefe de escuadrilla, disparen sus misiles!

Los misiles fueron disparados y ninguno alcanzó a derribar su objetivo. Naomi se acercó a la estatua y la cubrió con una burbuja capaz de resistir una desintegración atómica en cadena.

—Bien hecho Naomi—gritó llena de alegría Guadalupe—.Así no podrán destruir la Estatua de la Libertad.

Los misiles alcanzaron su objetivo y sin embargo nada sucedió. La estatua y los dos extraterrestres seguían intactos, como si nada, desplazándose plácidamente por medio del conflicto. Custer un tanto nervioso ordenó que cesara el fuego y varios cazas fueron derribados por el fuego amigo.

—¡Alto el fuego, alto el fuego!— gritó desorientado Custer—. Nos estamos destruyendo a nosotros mismos. Los misiles rebotan en el enemigo y nos están derribando.

—Señor presidente, señor presidente, el Séptimo de Caballería vuelve a la base. Acabamos de ser derrotados por los Sioux, hemos perdido 14 aviones.

—¿Cómo es posible?— preguntó consternado el presidente de los Estados Unidos, llevándose las manos a la cabeza como muestra de dolor.

—Señor presidente, son indestructibles. Los misiles no han hecho ningún efecto y sin embargo han alcanzado plenamente su objetivo.

—Guadalupe acabamos de derrotar al poderoso ejército de los Estados Unidos, gracias al ingenio del profesor Ramírez que será recordado por el pueblo mexicano durante millones de años.

—¿Durante millones de años? ¿Tanto viviremos?

—¡Somos inmortales, Guadalupe!

—¿Inmortales? ¿Y Adelita también?

— ¡Naturalmente Guadalupe!

—¡Quiero mucho a mi ratita, mira lo guapa que es! –besa al roedor.

—¡Vamos Guadalupe, aguanta! ya estamos cerca del Río Grande, ya se ve la gran muralla que separa a los Estados Unidos de México. Estaremos en unos cuantos minutos.

Finalmente llegaron frente al río y descendieron.

Dejaron la estatua frente al muro de la vergüenza. Naomi le dio un manotazo al muro y se desintegró. Durante cientos de kilómetros se levantó un fuerte vendaval y unas gruesas nubes de polvo se expandieron por todo el vasto territorio de los Estados Unidos y México. Las poblaciones más cercanas salieron huyendo buscando refugio.

—Creo Naomi que te has pasado un poco y que tu gesto puede ser devastador para los pobres mortales. El profesor dijo que tuviéramos cuidado con la ratita, pero también nosotras tenemos que tener cuidado con lo que hacemos. Mira hasta el sol se ha oscurecido y el día le ha dado paso a la noche.

—Guadalupe, lo he hecho suavemente, no he usado la fuerza, ha sido como una caricia. ¿Tanta fuerza tenemos? ¿Tanto poder destructivo hay en nosotras? Miles y miles de árboles han sido arrasados, pero ha valido la pena, México de nuevo ha recobrado su libertad.

Los vientos que se levantaron eran huracanados y el nivel del río subió. Una lluvia torrencial empezó a caer. Aquello parecía el diluvio universal.

Naomi, Guadalupe, Adelita y la estatua parecían estar en otra dimensión. No sentían en absoluto la inclemencia del tiempo, el fuerte y violento viento no podía golpear sus rostros ni mover sus cabellos, ni arrastrar sus cuerpos. Una condensación atómica los alejaba del peligro y se sentían meros espectadores de tan nefastos y destructivos acontecimientos.

—¿Naomi no podemos detener el viento?

—Lo intentaré— dijo Naomi concentrando todo el poder universal en su mente.

Milagrosamente el temporal se detuvo, dejó de llover, y los árboles se levantaron del suelo y recobraron las raíces perdidas. Todo volvió a ser lo que era anteriormente, menos el muro de la vergüenza.

—Bien Naomi— gritó entusiasmada Guadalupe dándole un beso—. ¡Me siento orgullosa de ti!

—¿Dónde ponemos la estatua?— preguntó Guadalupe.

— Le podemos hacer una base especial de energía nuclear que la sostenga en el vacío con la curvatura específica de la energía. Otro gran descubrimiento del profesor Ramírez, que no deja de sorprenderme con sus increíbles y prometedores descubrimientos. Todos son útiles sin excepción.

Mentalmente Naomi hizo una base condensando la energía posicional de la curvatura atómica. Durante varias horas estuvo en trance y los ojos se le iluminaron con centenares de rayos que se esparcían a través del firmamento.

—Naomi— dijo Guadalupe asustada—. Me da miedo verte como te pones, y si no fuéramos amigas saldría corriendo.

—No temas Guadalupe, es el resto de la energía que se condensa en mí, la que me sale por la mirada. Por eso elevo los ojos al cielo para que nada sea destruido.

—¿Has terminado ya?

—¡Me queda muy poco!

Pasaron varias horas y Naomi dejó de lanzar rayos por la mirada.

—¡Así me gustas más! Ahora tus ojos están más tranquilos y te puedo ver mejor.

—Gracias Guadalupe, ya he terminado. La base está a 30 metros de altura por encima de la copa de los árboles y la Estatua de la Libertad, podrá ser admirada desde kilómetros de distancia como una estrella en el firmamento. Haré que de la antorcha le crezca una llama de cien metros de altura, que alumbre al Rio Grande y sus alrededores.

—¿Puedo ayudarte?— preguntó Guadalupe jugando con Adelita.

—Levantaré la estatua yo sola, no te preocupes y sigue jugando con Adelita.

Levantó con una mano la estatua y la puso encima de la base. Seguidamente la antorcha se encendió y su deslumbrante llama se alzó a una altura de cien metros.

—¡Qué bonita es!— gritó Guadalupe.

—¡Una verdadera obra de arte que llamará mucho la atención!

—¡Es nuestra!

—¡Es de toda la humanidad!

Cuando llegó la noche, la Estatua de la Libertad brillaba más que mil estrellas. Llegó una muchedumbre de ambas partes de la frontera para contemplarla. La gente fascinada ante el mayor monumento de todos los tiempos, empezó a través del oscurantismo y de la fe ciega a inventar fábulas y a extenderlas por todo el continente americano y el resto del mundo. Los mexicanos pensaban que estaban presenciando un milagro de la Virgen de Guadalupe.

Naomi y Guadalupe entre la muchedumbre se callaron la verdad, no deseaban ante el gentío ser protagonistas de tan alta gesta y se retiraron de la muchedumbre.

Caminaron varias horas alejándose del río. En la oscuridad de la noche la estatua brillaba como un diamante encendido.

—Profesor sus descubrimientos van más allá de toda lógica y de todo descubrimiento. Tanto la Máquina de la Vida, como la Máquina de las Dimensiones me fascinan. La materia es como un pozo sin fondo y su curvatura el redondel de todas las sorpresas.

El profesor había descubierto el medio de introducirse en la exacta medida de cada masa y su imaginación había sido correspondida por los descubrimientos gracias a su inquebrantable voluntad.

—Naomi, ¿En qué piensas?— preguntó Guadalupe sin dejar de caminar.

—¡En el profesor!

—¿Dónde estarán el profesor y su ayudante? ¡Han desaparecido como dos gotas de agua!

—¡Lo llamaré!—dijo Naomi— Profesor ¿Dónde se encuentra?

—Estamos en Washington—contestó el profesor—. ¿Qué habéis hecho con la estatua?

— ¡La he puesto sobre una base por encima del Río Grande! He encendido su antorcha con una llama de cien metros.

—¡Todo el mundo habla de ello! Os han tomado por extraterrestres.

—Profesor, podemos reunirnos dentro de unos minutos. ¿Dígame dónde está?

—Estamos en el parque que hay delante de la Casa Blanca.

—No tardaremos en llegar profesor.

Se elevaron y volaron a la velocidad de la luz.

La Casa Blanca como ya indica su nombre, es un edificio blanco localizado en la Pensilvania Avenue Nº 1600 (Avenida Pensilvania) al noroeste de Washington. Proyectada durante el primer George Washington, el edificio fue inaugurado por John Adams en 1800. Formalmente este edificio recibió los nombres de Palacio Presidencial, La Mansión Ejecutiva hasta que el presidente Roosevelt la llamó “La Casa Blanca”.

Naomi, Guadalupe y Adelita aparecieron al lado del profesor y de Gerardo Rendón como por arte de magia.

—Ya estamos aquí, profesor. Creo que no hemos tardado mucho.

—Buenos días profesor, buenos días Gerardo— dijo Guadalupe sonriendo y sentándose al lado del profesor.

—Sois unas heroínas—dijo Gerardo— Todo el mundo habla de un milagro, de una hecatombe, de unos seres desconocidos, de unos extraterrestres.

—No podemos ser tantas cosas al mismo tiempo— dijo Naomi— (Rieron).

—Yo sólo soy una niña con una ratita— respondió Guadalupe.

—¡Pero vaya niña y vaya ratita!— dijo sonriendo el profesor.

—¡Soy una niña, profesor! y la ratita es una ratita que no le hace daño a nadie, a pesar de que haya destruido medio México y sepultado bajo los escombros a más de tres millones de personas, incluidos mis padres, mis abuelos y mis hermanos. Pero es muy cariñosa y la quiero mucho.

—¿Profesor, qué hacen aquí en el parque presidencial sentados?— preguntó Naomi.

—Estamos esperando que nos reciba el presidente de los Estados Unidos.

—¿Y si no nos reciben?—dijo Naomi.

—¡No tendremos más remedio que entrar por la fuerza!

Estuvieron hablando durante varias horas, y finalmente fueron recibidos por el presidente.

—Señor presidente— dijo el profesor entrando en el Palacio Presidencial—. Soy el profesor Antonio Ramírez.

—Siéntense— dijo el presidente de los Estados Unidos.

—Señor Presidente, esto no es una visita de cortesía, sino de demostración de fuerza ¿Cuántos aviones de guerra acaba de perder los Estados Unidos?

—Unos cuantos— contestó el presidente.

—¡Esto es solamente el principio del fin de la hegemonía de los Estados Unidos en el mundo! México acaba de declararle la guerra a los Estados Unidos, reclamándole las posesiones que perdimos injustamente en la guerra de 1846-1848. Estamos aquí para exigirle que como muestra de buena vecindad nos devuelva lo que nos pertenece históricamente y legalmente. De lo contrario haremos uso de la fuerza.

—Acabo de poner en pie de guerra a nuestras fuerzas armadas y aplastaremos a México y a los mexicanos si nos hacen frente. Tomaremos bajo nuestro control todo el territorio mexicano en varias semanas. ¡Nuestros soldados son invencibles!

—Señor presidente, los extraterrestres están con nosotros, ¡Somos nosotros! ¡Podemos destruir todo un ejército solamente con desearlo!

—¡No hay ejército que venza al ejército de los Estados Unidos! ¡Dios está con el noble pueblo norteamericano!

—No le voy a decir que no, señor presidente, pero con México estamos nosotros, y a México le basta nuestra fuerza para recuperar sin el más mínimo esfuerzo lo que le fue indignamente arrebatado.

—¡Así se habla profesor!—dijo Naomi dando un puñetazo en la mesa y pulverizándola. De la mesa quedó una nube de polvo y toda la Casa Blanca tembló como si la hubieran sacudido treinta mil terremotos. La guerra entre los Estados Unidos y México acababa de comenzar.

El profesor contempló al presidente de los Estados Unidos y le pareció que era un pescado harinado y a punto de freír. Ellos en cambio, no tenían ni una mota de polvo encima.

Las consecuencias fueron devastadoras. Toda la ciudad de Nueva York fue sacudida por un terrible terremoto. Los edificios se agrietaron y la gente llena de pánico corría por las calles buscando seguridad.

—Señor Presidente—dijo seriamente el profesor Ramírez—. Esta demostración de fuerza que acaba de realizar Naomi, es una simple caricia con lo que puede suceder en cualquier momento.

Al palacio llegaron las fuerzas de seguridad y rodearon a los presentes, las metralletas no dejaban de apuntar al profesor y a sus acompañantes.

Un comandante le preguntó al presidente: ¿Disparamos, señor?

El presidente dijo con la cabeza que sí y las fuerzas de los Estados Unidos empezaron a disparar, las balas rebotaban en los cuerpos de los tiroteados y varios soldados murieron y un número considerable fue herido.

—Alto el fuego—gritó estupefacto el presidente— No son de este mundo, son indestructibles y si quisieran nos podrían destruir.

—Señor presidente, ordene que los soldados se retiren. No deseamos causar más víctimas involuntariamente. Admita que México le acaba de ganar la guerra a los Estados Unidos.

—Eso no lo puedo admitir— respondió el presidente sacudiéndose con ambas manos el polvo—. ¿Quiénes son ustedes? ¿De dónde vienen?

—Somos mexicanos, científicos, gente de paz y no de guerra. No hemos venido para destruir a los Estados Unidos, sino para parlamentar y exigir que los territorios que perdimos injustamente en la contienda de 1846-1848 se nos devuelvan.

—Eso es imposible—gritó el presidente— Esos territorios forman parte de la Unión y no se pueden ceder ni por amenazas ni por demostración de fuerza. ¡Somos los Estados Unidos! Nuestros marines han luchado en mil batallas, han sido filmados en mil películas, y siempre han salido victoriosas. Soy el presidente de la nación más poderosa del mundo y debemos de actuar con firmeza y con todas las consecuencias. Acabo de ordenar la invasión de México. Nuestras fuerzas armadas acaban de invadir el territorio azteca.

Los soldados intentaron reducir al profesor y a sus acompañantes y todos fueron pulverizados. Desaparecieron como por encantamiento como si el espacio se los hubiera tragado.

—Señor presidente, le ordeno que retire las tropas de mi país, si no quiere que los Estados Unidos desaparezcan de la faz de la tierra.

—Ganaremos esta guerra—dijo el presidente— nuestras fuerzas son superiores a las de México.

—Profesor—dijo Gerardo Rendón—.México está siendo invadido y nuestros hermanos muriendo heroicamente en el campo de combate. Hay que volver y combatir con nuestros compatriotas.

—Muerte a los Estados Unidos—gritó Naomi.

—¡Muerte, muerte, muerte!—gritó también Guadalupe.

¡Gerardo Rendón cogió del cuello al presidente de los Estados Unidos y lo lanzó al espacio exterior! Los Estados Unidos se habían quedado por el momento sin presidente.

De un golpe Guadalupe derribó la Casa Blanca y media ciudad de Nueva York.

El profesor Ramírez y sus acompañantes salieron del lugar a la velocidad de la luz y alcanzaron México en unos cuantos microsegundos. Sobrevolando la capital mexicana, observaron como la aviación norteamericana estaba destruyendo a gran parte de lo que quedaba de la ciudad. Los cazas mexicanos no se dejaban ver. Al parecer habían sido destruidos en sus bases antes de que pudieran despegar.

El profesor empezó a destruir cientos de cazas chocando como un kamikaze invencible contra ellos, Naomi y Adelita se divertían matándolos como microbios. Gerardo Rendón y Naomi actuaban de la misma manera y en unos cuantos minutos el cielo de México volvió a resplandecer.

—No queda ni un mosquito—dijo el profesor—. El cielo ha sido despejado y hemos recobrado la soberanía del espacio aéreo.

—¡Bien hecho profesor!— dijo Naomi pasando como un rayo por encima de una nube.

—Hemos ganado la batalla aérea— confirmó lleno de júbilo el peruano.

—Profesor—dijo Guadalupe— el cielo ha sido despejado. Adelita está sonriendo, se encuentra muy contenta.

— Y nosotros también—añadió el profesor— ahora tenemos que bajar y enfrentarnos al ejército y a los carros de combate.

Bajaron y vieron al ejército mexicano hundido, desmoralizado y en retirada. Los tanques norteamericanos eran verdaderas montañas de acero.

El profesor se acercó a un tanque, lo levantó y lo convirtió en una espesa nube de polvo.

En media hora destruyeron más de mil tanques. Las tropas norteamericanas viendo tanta demostración de fuerza se retiraron y volvieron a cruzar el Rio Grande.

El comandante en jefe de la invasión, el general Ohara, ordenó prudencialmente la retirada y se lo comunicó sin más al Pentágono.

—¡Nos retiramos, nos retiramos! ¡He ordenado la retirada! Un grupo de extraterrestres están ayudando al ejército mexicano. Nuestra aviación ha sido totalmente aniquilada y el cuarenta por ciento de nuestros tanques destruidos. Hemos sufrido numerosas bajas y no podemos seguir avanzando.

Recibió órdenes de seguir avanzando, pero visto los acontecimientos adversos las desestimó. El Secretario de Estado enterado de la insólita desaparición del presidente de los Estados Unidos, tomó el mando y ordenó que cuatro superbombarderos bombardearan las ciudades de México, de Tijuana, de Guadalajara y de León, lanzando dos bombas atómicas en cada ciudad.

El 8 de Octubre de 2158 era la fecha del lanzamiento. A las cinco de la tarde del mencionado día serían lanzadas para poner de rodillas y sin condiciones al gobierno mexicano. Haciendo lo mismo que en Japón con Hiroshima y Nagasaki.

La historia de la masiva destrucción de la humanidad se volvía a repetir.

México sería arrasado y su potencial bélico reducido a polvo y cenizas.

¡Pobre humanidad!

De repente como un raro presentimiento, Naomi pensó en su madre y en Pablo. Se sintió preocupada y temió lo peor. Sabía que en las guerras no se respeta nada y que el mejor de los mortales en un conflicto armado se convierte en la peor de las fieras.

—Profesor, ahora vuelvo. Voy a ver cómo está mi madre, y para protegerla la voy a meter en una burbuja espacial.

—Aquí te esperamos, Naomi en unos cuantos segundos puedes ir y volver con tu madre— le respondió el profesor velando por la seguridad de México.

—Voy contigo—dijo Guadalupe.

Llegaron y entraron en la casa. Se encontraron a Josefina temblando de miedo y a Pablo asustado.

—Tenemos miedo—dijo Josefina—

— Y yo miedo y pánico—añadió Pablo abrazándose a Guadalupe.

—No temáis— les dijo Naomi—. Os cubriré con un burbuja dimensional.

—¿Con una burbuja dimensional?— Preguntó Josefina.

—¡Uno de los inventos del profesor! Con ella no os pasará nada.

Naomi les puso las burbujas, los tranquilizó y se despidieron de ellos volviendo acto seguido con el profesor.

—¿Cómo se encuentra tu madre, Naomi?—preguntó el profesor.

—Muerta de miedo, pero la he puesto bajo la protección de una cápsula dimensional para que no le suceda nada.

Anocheció y amaneció. Era el tan recordado día 8 de Octubre del año 2158. Año y día que serían recordados eternamente como un año de desgracia y de salvación por el pueblo mexicano.

A las cinco de la tarde, los cuatro superbombarderos se situaron por encima de las ciudades de México que iban a ser arrasadas por las bombas atómicas.

Simultáneamente lanzaron dos bombas atómicas en cada ciudad. Las explosiones fueron demoledoras y la tierra tembló en señal de protesta contra el crimen tan monstruoso que comete la ciencia y el poder establecido. En unos pocos segundos, las cuatro ciudades fueron arrasadas y los edificios y sus moradores, descuartizados y desintegrados en la más completa desolación.

El profesor y sus acompañantes quedaron consternados. Un fuerte vendaval se originó de la onda expansiva y la reacción en cadena de la energía nuclear se llevó a todo por delante.

El profesor alzó la vista y contempló un gigantesco hongo elevarse por encima de la ciudad o de lo que quedaba lamentablemente de ella.

—Son unos asesinos—gritó el profesor—. Han hecho uso de la bomba atómica. ¿Cómo se han atrevido?

—¡No me lo puedo creer!—dijo Gerardo Rendón.

—¡Profesor acaban de lanzar dos bombas atómicas sobre la Ciudad de México!

—¡Tengo miedo!—gritó Naomi abriendo como nunca abriría los ojos.

Adelita asustada por las dos demoledoras explosiones se abrazó fuertemente a Guadalupe que no dejaba de llorar.

—La pagarán caro—dijo el profesor.

En unos cuantos minutos la ciudad fue arrasada y al parecer no quedó ningún superviviente. Las bombas atómicas del año 2158 eran mil veces más potentes y destructivas que las del año 1945.

Naomi pensó en su madre y también en Pablo. Aunque estuvieran vivos y a salvo, estarían asustados.

—Profesor debemos buscar a mi madre.

Buscaron entre las ruinas de una ciudad totalmente destruida y finalmente los encontraron temblando de miedo y de rabia.

—Menos mal—dijo Naomi acercándose a su desconsolada y afligida madre—. La burbuja dimensional os ha protegido.

—¡Dios nos ha salvado!—dijo Josefina llorando.

—Dios no, el profesor— le respondió Naomi.

—Profesor este niño es Pablo, lo hemos recogido de un camión lleno de muertos y de basura.

—Es de los nuestros— respondió amablemente el profesor—.Cuando sea operado formará parte también del equipo.

—¿Qué habrá pasado con el laboratorio profesor?— preguntó un tanto inquieto Gerardo Rendón.

—El laboratorio siempre lo he tenido protegido, después de la fuga de Adelita.

—¿Habrá sido destruido profesor?— preguntó Naomi preocupada.

Llegaron al laboratorio y comprobaron que era el único edificio que se encontraba en pie de toda la Ciudad de México. Todos los demás edificios fueron arrasados por la onda expansiva de la energía nuclear.

Entraron en el laboratorio y el profesor le dijo a Gerardo Rendón: Opera a Josefina y a Pablo para que sean inmortales como nosotros. Que te ayude Naomi.

La operación fue fácil. Les sacaron los órganos y los dos pacientes alcanzaron felizmente la inmortalidad.

—Mamá, puedes estar contenta, ya eres inmortal y tú también Pablo.

—¿Soy inmortal?— preguntó un tanto desconcertada Josefina— ¿Así de fácil y nada más?

—¡Mamá debes de confiar en el profesor!

—Pablo vio como Gerardo quemaba sus órganos y preguntó: ¿Cómo se puede vivir sin corazón?

—¡El corazón no nos sirve!— le contestó Guadalupe. Mira y contempla. ¿Acaso en el mundo hay corazón?

Y efectivamente y aunque nos duela: ¡En el mundo nunca ha habido corazón!

Las heridas producidas por el corte de las operaciones cicatrizaron al momento y acto seguido hasta las cicatrices desaparecieron no dejando ni el más mínimo rastro.

La central de energía nuclear cierra los cortes que se efectúan en la carne herméticamente como si no se hubieran producido. Ninguno de nosotros tenemos cicatrices, ni señales de haber sido operados. La recuperación es instantánea, no necesitando el cuerpo ninguna recuperación. Bienvenido Pablo y Josefina al club de los inmortales como llamaremos de aquí en adelante y para siempre a nuestra asociación.

—Profesor me siento como nunca—afirmó sonriente Josefina.

¿Cómo no?—le respondió el profesor—.Ahora Josefina tiene la fuerza de un universo relativo.

—¿De un universo relativo?—preguntó Josefina extrañada. no comprendo profesor.

—La fuerza que hay en ti, te hará comprender.

—Profesor— preguntó Josefina. ¿Cómo ha llegado usted tan lejos? No lo comprendo… puede con el poder de la imaginación.

—La imaginación es importantísima, todos los humanos la tenemos, la podemos ejercer. Pero hay una cosa más importante todavía que se nos olvida con suma frecuencia y es cosa fundamental y precisa es la voluntad. Sin voluntad no se puede avanzar, la voluntad es la que hace que se mueva el mundo.

— Pero profesor, la materia carece de voluntad.

—Carece de voluntad, pero se halla en constante movimiento y esa es precisamente la voluntad. Sin movimiento nada se puede mover y a partir de lo que se mueve, empieza la memoria, la razón, la lógica, la inteligencia y la voluntad.

— Mamá, el profesor Ramírez sabe lo que dice.

— Así creo yo también— respondió Josefina.

—Ahora Pablo y Josefina, y esto es importantísimo para no destruir a los demás seres que no tienen nuestra fortaleza, debéis de controlar vuestra fuerza. Un simple golpe incontrolado puede dar lugar a gravísimas consecuencias.

—Tendré cuidado— dijo Pablo.

—Y yo también— respondió Josefina acercándose al profesor.

—Yo te enseñaré a usar tus fuerzas— le dijo Guadalupe a Pablo.

—Gracias, Guadalupe

—De nada, Pablo.

Naomi encendió la televisión y quedó horrorizada.

—Profesor, cuatro ciudades han sido arrasadas por los Estados Unidos.

—¿Qué ciudades, aparte de la Ciudad de México?—preguntó el profesor

—Las cuatro ciudades más importantes de México: Ciudad de México, Tijuana, León y Guadalajara.

—¿Quedan supervivientes?— preguntó conmocionado el profesor.

—Ninguno profesor— respondió con lágrimas en los ojos Naomi.

—Teniendo en cuenta que Ciudad de México era la más grande y tenía cincuenta millones de habitantes, creo que las víctimas de este holocausto son más de cien millones.

—¿Cien millones profesor? ¿Tantos mexicanos acaban de ser asesinados por los Estados Unidos?

—Naomi, creo que pasan de cien millones. Ten en cuenta que han destrozado a las cuatro ciudades más habitadas de México. El golpe que nos han dado ha sido aterrador.

—Debemos reaccionar profesor—dijo Gerardo Rendón.

—Debemos reaccionar, por supuesto que sí, pero quiero que no sigan muriendo más inocentes en el conflicto, y eso es muy difícil de evitarlo.

—Profesor ¡ojo por ojo, diente por diente! Acaban de quitarle la vida a más de cien millones de los nuestros, y en Norteamérica los asesinos los estarán celebrando con una gran victoria. Recuerde que las victorias se celebran tras una gran masacre.

—¡Así suele siempre suceder!— respondió herido y confundido el profesor.

—¡No podemos dejar a los nuestros indefensos y desamparados! —dijo Gerardo Rendón—.Seguro que están planeando un nuevo bombardeo atómico y que más ciudades serán destruidas si nos hacemos nada.

—Gerardo tiene razón, están planeando un nuevo bombardeo y debemos evitarlo. Bombardero que veamos en el cielo, hay que destruirlo.

Salieron del laboratorio y empezaron a contemplar el cielo en busca de bombarderos. De pronto Guadalupe contempló salir de las nubes a cuatro aviones.

—¡Profesor!—gritó la niña—. Ahí está lo que andamos buscando.

—En posición de combate—ordenó el profesor volando hacia las nubes.

—Los destruiremos de inmediato— dijo Naomi.

—¡A por ellos!—gritó el peruano.

El profesor llegó hasta los superbombarderos y de un golpe derribó a dos. Los otros dos fueron derribados por Naomi. Los aviones volaban a gran altura y las bombas atómicas explosionaron en el espacio.

El profesor y sus acompañantes se hallaban gratamente estimulados por lo que acababan de hacer. Habían salvado a cuatro ciudades mexicanas de una inminente destrucción.

—Profesor hay que seguir defendiendo a México con nuestro poder. Ningún avión norteamericano volverá a sobrevolar el espacio mexicano.

—Naomi hay que reventarle la cabeza a la serpiente para que no nos siga mordiendo y estrangulando. Iremos a Washington y los derrotaremos en su propio país.

—Cuando usted ordene, profesor. Estamos dispuestos— respondió llena de una vitalidad infinita Naomi.

—Rumbo a los Estados Unidos— ordenó el profesor.

A la velocidad de la luz llegaron a Washington.

—¿Y ahora que hacemos, profesor?—preguntó Josefina.

Hablar con el nuevo presidente, con el presidente en funciones, el demócrata Kid Carson.

—¡Pero si tiene el nombre de un pistolero!—dijo Guadalupe sonriendo.