# # # Cotillástico # # #

 

¡Teníamos razón, chicos y chicas! Justo ayer noche dijimos que la productora independiente de la ciudad, Selena Ryan, estaba acechando al macizo Hyde Butler y al tremendo roquero Levi Hodges. ¡Ved las fotos de abajo! Los ha cazado a ambos. La producción es supersecreta. ¿Tal vez Brokeback Ballad? ¡Ojalá tuviésemos una foto de la Serena Selena y su ex, Jennifer Lamont, ayer noche en la misma fiesta! ¿Reconciliación sáfica?¿Podemos mirar?

Mientras tanto, H.B. tuvo una fiesta de cumpleaños por todo lo alto. Después de la llamada a emergencias de los chicos de Sensación de vivir, la gente guapa salió huyendo. Mirad a esta belleza, que se lleva de recuerdo una botella de tequila del mejor. Por lo que hemos oído, debemos estar atentos a las salas de parto dentro de nueve meses. ¿Habrá un montón de pequeños Hyde a la vez?

 

 

 

Capítulo 2

 

 

 

Selena apagó la alarma de un golpe e intentó recordar, medio dormida, si aquella era la primera vez o la segunda que sonaba. No quería abrir todavía los ojos, pero tomarse media hora extra para levantarse podía desbaratarle la agenda del día, especialmente cuando tenía pendientes informes sobre producciones desde la otra punta del planeta. Intentaba no hacerles aquellas faenas a Kim ni a Alan, ya que ella no esperaba que la tratasen mejor de lo que ella los trataba. Mientras se arrastraba fuera de la cama, escogió una de sus maldiciones favoritas para aquel día. Si la soltaba ahora no metería la pata más tarde.

En la nevera encontró un poco de zumo de naranja. Mientras tomaba un sorbo, rescató un maduro aguacate de la cesta de malla del alféizar. Sacó la pulpa con una cuchara, le añadió un poco de zumo de lima, sal y pimienta, y extendió la mezcla sobre una rosquilla de queso italiano cortada por la mitad; su desayuno favorito con diferencia.

Con un par de bocados en el estómago, comenzó sus ejercicios de yoga enojándose al notar la serie cada vez mayor de crujidos y chasquidos que acompañaban a cada posición. Hacía aquello todos los días... ¿por qué no le era cada vez más fácil?

Porque no te haces cada vez más joven, se reprendió a sí misma. La mayor parte de las veces no comes bien, ni tampoco lo suficiente, no duermes lo necesario y soportas demasiada tensión.

Mientras estiraba los brazos por encima de su cabeza, se replicó para sus adentros que había reducido los viajes ampliando la firma con dos productores más, y que cada día que estaba en casa se tomaba al menos un sano desayuno.

Tras una ducha rápida para domeñar el aplastado pelo, encendió el móvil y buscó ante todo algún mensaje de texto de Alan o Kim. El de Kim decía «Todo bien». El de Alan decía «¡FUEGO!».

Selena suspiró. Al ir a su agenda vio que la primera persona, aparte de su equipo, que aparecería por la propiedad lo haría noventa minutos después, de modo que se puso unos cómodos vaqueros y un polo de estilo desenfadado. Encontraría un conjunto adecuado para reuniones en el dormitorio de la casa principal.

 

***

 

—¿Qué pasa? —preguntó.

Se sirvió una taza de café —uno de sus últimos estudiantes en prácticas hacía un café realmente estupendo— y se fijó en las arrugas que circundaban los ojos de Alan. Fuera lo que fuese, era serio, aunque ella no esperaba otra cosa.

Todd necesita que le llames antes del informe de producción porque Michael está que se sube por las paredes.

Caminaron juntos hacia la oficina de Selena. Ya hacía tiempo que ella había adaptado el paso para no adelantarlo. De apenas un metro cuarenta, Alan era con mucho el miembro más bajo de su equipo, y también el más organizado. Mientras el escritorio de Kim era un caos, que increíblemente se convertía en un bello orden en cuanto ella chasqueaba los dedos, en el de Alan no había nunca nada fuera de lugar, y pocas veces malgastaba las palabras.

—El templo donde rodamos en Hong Kong se ha vuelto religioso a nuestra costa. Han decidido que no quieren hacer una película gay.

Selena estuvo a punto de tropezar.

—Dímelo de nuevo, pero de forma que se entienda.

—La productora ejecutiva —o sea tú, querida— es gay, el escritor es gay, luego es una película gay. Va en contra de sus principios.

Todos los juramentos que había soltado durante el yoga pugnaron por salir de nuevo, pero los mantuvo a buen recaudo.

—¿Y cómo han determinado nuestra sexualidad?

—En Hong Kong también tienen Google.

Ambos intercambiaron una larga mirada mientras Selena repasaba la lista de eventualidades que seguramente él ya había tomado en consideración. Michael, el director, estaría furioso con Todd, el productor, por perder la localización, pero Todd no tenía la culpa de algo tan estúpido. Ella no pensaba pedirle disculpas a nadie por ser lesbiana, pero no deseaba que se diese publicidad a la decisión de los monjes; se trataba de su templo, y la producción era una invitada en un país extranjero. Probablemente, Todd estaría ya buscando alternativas más viables.

Me ha dicho que cuando llames tendrá ya dos opciones más —dijo Alan mirando de reojo su fiel iPhone—. Ese era el fuego. Todo lo demás no son más que brasas humeantes.

Selena le dio las gracias y le hizo un gesto a Kim para que la acompañase hasta su despacho. Al entrar notó enseguida el denso y embriagador perfume de un espléndido ramo de rosas.

—Las flores son de Hyde Butler.

Y qué preciosas eran. Tres docenas de rosas blancas y una de un rosa vibrante, maravillosas sobre una esquina de su escritorio.

—¿Había tarjeta?

Kim se apoyó contra el quicio de la puerta. La solidez de aquella mujer era una visión siempre bienvenida. Tan chic y moderna como clásico y formal era Alan, Kim parecía aquel día un conjunto de curvas coloristas, vestidas con vaqueros a medida, camiseta de estampados frambuesa y zapatos planos azul verdosos, combinación que llevaba con gran desenvoltura. Poseyendo tanto estilo, tal vez no fuese una sorpresa para nadie el que trabajase en la industria del cine. Lo que sí sorprendía era que aquella voz tan arrulladora y persuasiva al teléfono perteneciese a una mamá cuarentona con una hija en el último curso de instituto.

Kim señaló hacia el escritorio y le dijo:

—Te va a alegrar el día.

Selena sacó la nota de su sobre y leyó aquellas palabras, sin duda dictadas al florista: «Acostémonos juntos».

Sin poder evitarlo, Selena dio un grito de alegría:

—¡Esto me alegra la semana entera!

—Los de los blogs están convencidos de que también vas a fichar a Levi Hodges, y que tal vez los dos harán de gays.

Oh, por favor —se burló Serena—. En fin, supongo que es mejor que no tengan ni idea.

—Su agente ha llamado ya tres veces. BeBe no está nada contenta, nena.

—Seguro que no. Necesito grandes carteles sobre la fachada del Carlisle Theater lo antes posible para el primer grupo de grandes inversores. Ah, e incluye a Ellen Spelman en la lista de inversores potenciales.

Kim se retiró a su despacho dando un feliz saltito que hizo tintinear discretamente sus pulseras y las cuentas que remataban las mil trenzas de su peinado. Decenas de personas, desde directores de reparto o diseñadores artísticos a electricistas, esperaban saber cuándo comenzarían a trabajar. Lo primero era el contrato que su abogado debía enviar al de Hyde. BeBe podía ser un verdadero coñazo en todo el proceso, así que era hora de dejar a un lado sus diferencias.

Tras aguantar toda una diatriba sobre sus tácticas marrulleras y sobre la agenda de Hyde, demasiado apretada para permitirse aquel proyecto, consiguió que BeBe se centrase en los puntos supuestamente insalvables. La verdadera cuestión era la cantidad a pagar, y ambas lo sabían.

—Sí, habrá cláusulas de penalización si hacemos que Hyde llegue tarde a alguno de sus otros proyectos. Pero eso no va a suceder. Todos y cada uno de los elementos de esta producción que tienen que ver con él dependerán de su disponibilidad. Lo único que necesito saber es cuándo puede rodar los exteriores en España. Se calcula que durará unos doce días. Aquí en Los Ángeles serán probablemente catorce días a lo largo de cuatro semanas, como máximo.

—Vuestra peliculita le va a agotar. Los únicos días que tiene libres son o bien antes de su próxima Miramax —y se trata de una Miramax de distribución mundial que se estrena en el verano del año que viene, querida— o bien justo después, y ahora mismo se está recuperando del infierno que le han hecho pasar al pobre en Jamaica.

Desde luego, Hyde parecía no poder con su alma ayer noche, pensó Selena con sorna.

—Prefiero que sea antes de lo de Miramax, podemos arreglarlo. ¿Qué tal si me dices las fechas que tiene comprometidas y trabajamos en los días intermedios?

—Pero lo cierto es que... no va a haber forma de que podáis pagar su tarifa mínima.

—Me parece que, si lo hablas con Hyde, él estaría dispuesto a aceptar un anticipo mucho más bajo. Esto supone para él menos tiempo y preparación que una peli de las grandes, y yo estoy dispuesta a firmar un acuerdo justo sobre los porcentajes de la distribución por cable y DVD, que crecerán muchísimo si conseguimos llegar a ser finalistas en algunos premios.

No llegó a decir directamente «Premios de la Academia», pero BeBe sabía que existía esa posibilidad, y conocía las ventas garantizadas a las que daría lugar. Añádase a eso la realidad de que las películas de acción de su estrella no eran un buen camino hacia los Oscar. BeBe también sabía, aunque tal vez ella considerase que la honradez era una flaqueza de carácter, que Selena era sincera cuando le decía que firmaría y mantendría un trato justo.

—Todo esto me tiene el corazón dividido. Yo solo quiero lo mejor para mi cliente, solamente eso.

—Veamos entonces si podemos hacerle feliz.

Selena contó hasta diez mientras BeBe se lamentaba un rato más por el pobre Hyde; después acordaron estudiar un borrador dos días más tarde y, por fin, dejó que la agente se fuese a llenar de drama otras vidas.

—Cámbiate ya o no tendrás tiempo después de la reunión de puesta al día de producción —le dijo Kim desde el umbral; se había puesto una chaqueta de ante marrón que le quedaba mejor que el guante del tópico.

—¿Quién viene ahora?

—Nuevos representantes de esa distribuidora que está empezando en Sudamérica, y después una videollamada con los de sondeo de audiencias de Nueva Jersey. Debe de encantarles nuestro negocio.

Selena asintió y dijo:

—Después de eso quiero hablar con Mirah Zendoza para que pueda empezar el casting del resto de los papeles. Y luego calcularemos los días que nos llevará el rodaje en España y le diremos a Eddie Lynch que vaya pensando en una fecha de comienzo para dentro de cinco semanas, que es el primer hueco que tiene Hyde. Será difícil estar listos en esas fechas... no hay tiempo que perder con el casting.

Eddie Lynch tenía gran experiencia, pero no con las localizaciones en el extranjero, que solían acabar empantanadas por problemas locales, como imprevistas peticiones de pagos adicionales por los permisos, o protestas de grupos de trabajadores a medio rodaje para exigir que contratasen a gente de los suyos. Sin embargo, él creía tener embaucado a un director asociado local que les ayudaría a evitar los caros y gravosos retrasos.

Selena salió disparada del despacho y subió a su dormitorio por las escaleras de atrás evitando a la mayoría de su personal. Sus amistosos saludos eran una parte muy agradable del día, pero no había tiempo para eso.

Quince minutos más tarde se giró frente al labrado espejo de su dormitorio para asegurarse de que la parte posterior del vestido camisero cayera lisa sobre su espalda. Por un momento, su mirada se desvió hacia el reflejo de la formal estancia que había tras ella. La mujer del vestido encajaba con aquel cuarto: cuidadosamente elegante, sobria en sus emociones, vestida con engañosa sencillez, bien elegante aunque no espectacular. Se sentía más a sus anchas con el vestido que con aquel cuarto, pero servía de decorado para los periodistas especializados en perfiles «personales» y sesiones fotográficas. Selena no se imaginaba trayendo a una amante a aquella estéril pulcritud. Los apagados tonos tabaco y dorado, la espesa alfombra y los gruesos drapeados no casaban bien con las sábanas amontonadas en el suelo, las pilas de almohadas esparcidas sobre el asiento de la ventana o el desorden de las palomitas compartidas, ni mucho menos con los reveladores signos de vida en la estancia, como unos DVD pendientes de ver, pilas de guiones que leer, incluso un vaso de agua para beber durante la noche.

Su mente revivió durante más tiempo del que habría querido el recuerdo de cuando se despertaba para disfrutar de la imagen de Jennifer envuelta en una sábana, el cuerpo moteado por los juguetones brillos del amanecer reflejado en la piscina, que rebotaban desde el techo del dormitorio. Estuvo a punto de sonreír, pero apartó aquellos pensamientos de golpe. Había amado a aquella mujer, pero los sentimientos de Jennifer eran tan finos como el papel en todo lo que no estuviese relacionado con hacer películas. El papel se había rasgado, y Jennifer había puesto sus exuberantes cabellos y su vibrante sonrisa al servicio de una nueva pareja. Esnifar coca había sido parte de lo que la unía a su siguiente conquista. De pronto, en menos de un abrir y cerrar de ojos, ambas habían pasado de amantes a enemigas, aunque ni siquiera después de un año de darle vueltas conseguía Selena identificar exactamente cuándo había ocurrido. No había habido una decadencia gradual, una sensación de tener cada vez menos en común. Cuando Jennifer había necesitado más su ayuda, ella se la había dado...

Tal vez fue entonces cuando su pareja decidió odiarla. Quizás pensó que si la odiaba no tenía por qué sentirse en deuda por los favores recibidos, algunos de los cuales habían sido costosos tanto en dinero como en orgullo.

Selena Ryan, envuelta en sus ropajes de exitosa productora hollywoodiense de cine independiente, se reunió con representantes de las distribuidoras, autorizó pagos pendientes, se entrevistó con un posible proveedor de comida y servicios para el rodaje en exteriores del Carlisle, en el antiguo barrio de los teatros de Los Ángeles, discutió con su planificador de impuestos, mantuvo una larga reunión telefónica, preparada a toda prisa, con el director de casting de Barcelona y habló una vez más con Todd, que estaba en Hong Kong, antes de salir a tomar una copa con los representantes de una cadena de tiendas de alquiler de DVD. Afortunadamente era el único compromiso de la velada, por lo que consiguió acabar todas las tareas urgentes cuando el sol todavía no se había ocultado.

Después de todo había resultado un día muy estimulante, con un proyecto nuevo comenzado y unos flamantes exteriores para el templo en Hong Kong que habían sido más sencillos de conseguir de lo que esperaban. Michael no llegó a arrancarle la cabeza a Todd, e incluso se burló de ella porque ahora el mundo entero supiese que era lesbiana.

Gracias a los buenos servicios de uno de los estudiantes en prácticas de Kim, su bolsa del gimnasio tenía ropa limpia. Estacionó junto al restaurante de WeHo y entró a ponerse unos pantalones de chándal y una camiseta. Cuando hubo dejado su ropa de trabajo de nuevo en el coche, se colocó unas tobilleras lastradas y partió a dar un largo y empinado paseo por la vecindad, agradecida de poder sacudirse las telarañas.

Rodeó uno de sus enclaves favoritos deteniéndose varias veces a admirar la vista. Era bonito si no pensaba en lo que motivaba que el sol bañase el cielo de naranja. Pensar en la contaminación del aire hacía que los colores le pareciesen chillones, de modo que fingió creer que se trataba de una imagen de cine. La vida era mejor en las películas. Por eso le gustaban tanto. Sin embargo, todos los días tenía que recordarse que ella las producía, pero no vivía en una de ellas. En una película podías hacer un comentario sarcástico y alejarte de allí riendo tranquilamente sin consecuencia alguna. Aquel tipo de truco mental lo dejaba para todas las Vivienne Wenston o Jennifer Lamont del mundo... incluso para los Hyde Butler. En la vida real, la persona a la que hubieras herido te esperaba ya en la siguiente escena para que te disculparas o para pagarte con la misma moneda.

Al pie de la última colina, el estómago le rugió en el momento justo. El restaurante estaba lleno de clientes, pero había una mesita encajada en una esquina junto a la barra que seguía vacía. Era su lugar favorito para sentarse, de espaldas al resto del local.

No había ni rastro de la propietaria. Tal vez la irascible Betty, inconfundible gracias a su característico cardado estilo colmena y a la rasposa voz de fumadora, estaba de vacaciones. La nueva camarera de la otra noche sí estaba, además de una esbelta latina detrás de la barra a la que conocía de vista. La novata fue la primera en acercársele: garabateó su pedido, bollo de pan sin mantequilla, pollo a la parrilla y verduras de temporada, en un deforme bloc de notas. La nueva camarera no llevaba ninguna etiqueta con su nombre; Selena sonrió al pensar que a una de sus guionistas favoritas se le ocurriría enseguida algún nombre expresivo para aquel papel sin diálogo: Delilah nunca se limitaba a un «Camarera 1» o «Camarera 2», descripciones que a los directores de casting no solían parecerles muy inspiradoras. La mordaz latina sería «Sarcástica», y la novata... Selena dudó mientras la observaba. Unos treinta años, sin nada que destacar excepto un mal corte de pelo y las caderas tan estrechas que sus hombros parecían anchos. De perfil, el ceñido delantal subrayaba un vientre plano, pero el poco favorecedor uniforme hacía que sus brazos pareciesen demasiado largos. Delilah tal vez optaría por «Esmirriada».

Un poco tarde, Selena descubrió que la camarera se había fijado en su escrutadora mirada. La mujer cruzó el local para preguntarle en un tono neutral que dejaba intuir un sutil enfado.

—¿Quería usted algo?

—No, no, tenía la mirada perdida —Selena sabía cómo reprimir el sonrojo, y esta vez lo consiguió.

—Su comida estará lista enseguida —dijo la Esmirriada antes de girar limpiamente sobre sus suelas antideslizantes para seguir atendiendo a los demás clientes.

Mientras intentaba recuperarse del sobresalto de haber sido pillada in fraganti, Selena se quitó discretamente los lastres de tobillo y los dejó en la silla, junto a ella. Su Blackberry vibró sobre la mesa, pero un rápido vistazo le confirmó que solo era un mensaje publicitario. Volvió a posarla en la mesa, algo extrañada de que después de un día tan atareado nadie la necesitase para nada. Podría relajarse con aquella reconfortante comida y después irse a casa a leer guiones con los pies en alto sobre el sofá. Podría añadir una copa de vino tinto y tal vez una o dos Variaciones Goldberg.

De pronto vio que la Esmirriada se acercaba con dos platos en equilibrio sobre el brazo, y dos de los omnipresentes cestitos de condimentos del restaurante en la mano libre. Se detuvo un momento para dejar uno de los platos y un cestito en otra mesa antes de seguir en su dirección.

Fue todo tan rápido que Selena no tuvo tiempo para reaccionar. Una de las suelas antideslizantes de la camarera tropezó en el suelo y se negó a deslizarse mientras el plato de comida y el cestito de condimentos seguían avanzando fuera del alcance de la mujer. Selena estaba todavía diciéndose «¡Tengo pollo, mayonesa y guarnición sobre las piernas!» cuando la camarera acabó de caer.

Entonces tuvo que modificar su horrorizada enumeración. Ahora tenía sobre las piernas pollo, mayonesa, guarnición y una camarera boca abajo.

—Mierda, lo siento —dijo la mujer, que remató la caída resbalando del regazo de Selena hasta acabar cayendo de culo a sus pies.

Una parte del cerebro de la productora formó la frase «¿Estás bien?», pero no fue la que consiguió llegar primero hasta sus labios. En lugar de eso, dijo:

—Odio la mayonesa.

—A mí tampoco me encanta ahora mismo.

La camarera se puso trabajosamente en pie mientras sacaba servilletas del delantal. Se limpió las gotas de mayonesa y guarnición del rostro, pero no hizo nada con las que había en su rizado pelo rubio.

Selena estuvo a punto de dedicarle una sonrisa solidaria, pero se le heló antes de empezar cuando la camarera añadió:

—Así que esta es la forma adecuada de caer de culo. A mi profesor de interpretación le va a encantar.

Maldición... otra actriz.

La Sarcástica llegó con unos paños.

—¡Oh, pobrecita! ¡Estás hecha un desastre! —exclamó aplicándose en ayudar a Selena a recoger la comida y la porquería del regazo mientras le indicaba a la otra mujer que fuese al baño a limpiarse.

—Será mejor que me vaya —dijo Selena; por mucho que la limpiasen, no podrían quitarle la sensación de que aquel aceite tan espeso le estaba calando la ropa interior.

—Deje que le prepare algo de comida para llevar... A cuenta de la casa, por supuesto. A Gail nunca se le había caído nada. Ha sido por pura chiripa.

La Esmirriada —Gail— reapareció con el pelo mojado por zonas.

—Lo siento mucho, no sé qué ha sucedido. ¿Puedo traerle algo?

—No, esto ha sido más que suficiente —Selena sabía que había sonado enfadada, pero es que lo estaba.

Incluso mientras salía hecha una furia se dio cuenta de que no debería haber empeorado la situación con su grosería, y que era paranoia suponer que la camarera lo había hecho deliberadamente para conocerla. Las dos mujeres la siguieron hasta la puerta ofreciéndole todavía su ayuda y un nuevo plato de comida. Ella les dijo, sin volver la cabeza, «Ha sido un accidente. Tal vez otra noche», y huyó hacia la noche de WeHo, ni mucho menos lo suficientemente oscura.

Comenzó a despotricar para sí misma hasta acabar de un humor de perros. Entre otras cosas, empezó a especular sobre cuánto costaría la limpieza del asiento del conductor, que aun así olería para siempre a pepinillos. Estupendo, desde ahora cada vez que se subiese al coche le apetecería una hamburguesa. Se quedó sentada en el coche durante varios minutos sintiéndose grasienta y, después, echó una ojeada a la Blackberry, que vibraba de nuevo. Antes no tenía más mensajes que el publicitario, y ahora llegaban seis a la vez, algunos con varias horas de retraso. A veces la tecnología es una mierda, refunfuñó. Ninguno estaba etiquetado como urgente, de modo que empezó con un mensaje de Kim que decía en el Asunto: «Te has hecho famosa, o algo así»; solo contenía un enlace, que Selena abrió.

Variety.com robaba la primicia al mundo del espectáculo al anunciar el probable doble fichaje de la megaestrella Hyde Butler y del famosísimo roquero Levi Hodges para el nuevo proyecto de cine independiente de Selena Ryan. Incluía fotos suyas con ambos hombres.

Selena empezó a maldecir sin parar aunque solo podía culparse a sí misma. Estaba acostumbrada a que la fotografiasen con los famosos, pero que fuesen dos hombres tan conocidos en una sola noche había llamado la atención de las publicaciones especializadas en cotilleos. Aunque aquella publicidad era exactamente lo que necesitaba para Barcelona, no se había dado cuenta de que los columnistas utilizarían sus fotos con ellos para demostrar el compromiso de ambos hombres con el mismo proyecto. Era la mayor acumulación de fotos suyas desde que la blogosfera descubrió su relación con Jennifer Lamont.

Sin duda, la aspirante a actriz Gail la Esmirriada estaba al corriente de las últimas noticias y había aprovechado aquella oportunidad. Selena se preguntó qué sentiría la tal Gail de saber que no era la primera actriz que caía, derramaba algo, tropezaba o dejaba caer el consabido pañuelo ante Selena Ryan. La falta de originalidad ya era irritante de por sí aunque nadie había intentado antes lo del pollo y la mayonesa. Fingir, además, que lo único que había hecho era ponerse perdida en público era intolerable. Selena apagó de golpe la Blackberry con un airado bufido, reprimió el impulso de arrojarla lejos y se encaminó a casa.

No ayudó mucho el hecho de que se pasara todo el trayecto deseando una hamburguesa.