# # # Cotillástico # # #

 

Chicos y chicas, ¿os lo habíamos contado, o no? ¡Hyde Butler va a participar en una peliculilla independiente, y Jennifer Lamont será su coprotagonista! En Lamont lo entendemos, después de todo ella y la productora ejecutiva han sudado mucho las sábanas. Pero ¿por qué se habrá unido Hyde el macizo? Muchos héroes de acción deberían saber que no tienen lo que hay que tener para sacar adelante papeles con verdadera sustancia. ¿Será este el Waterloo de Hyde? En Ryan nadie suelta prenda.

Otros nombres que veremos en este proyecto son Jimmy Sherman, protagonista del programa Escaparate de la comunidad de Glenview... Perdón, hemos dejado de teclear debido a los bostezos. También Gail Welles; bajo estas líneas hay fotos de ambos. Welles intenta equipararse con Lamont, pero nunca lo conseguirá. Entendemos por qué Ryan ha optado por Lamont, ¿quién no? Pobre Eddie Lynch, quien tendrá que sacar adelante una película con este revoltijo de talentos. Admitámoslo, o bien consigue filmar otra de sus candidatas a los Oscar, o bien será un gran huevo podrido que apestará toda la ciudad durante un par de semanas.

 

 

 

Capítulo 7

 

 

 

Su agente estaba mirando a Gail con una expresión que le decía bien a las claras que estaba actuando como una diva. Desde el punto de vista de Madeline, este papel podía alzarla a la cumbre de sus cinco mayores éxitos como representante. Tal vez no ganase tanto dinero como el que estaba ingresando regularmente la actriz del anuncio de champú, o el doctor en su gira teatral, pero, para cuando Barcelona hubiese dejado de reportarle ingresos, ya le habría proporcionado un montón de publicidad gratuita y algo más que un poco de calderilla.

En su opinión, el que no se tratase de un poco de calderilla le daba derecho a sentarse en el espacioso despacho de su agente y a leer el contrato mientras Madeline esperaba. Era la cita más larga que había solicitado desde que firmó con la agencia. Y eso era sobre todo por su propia culpa, pensó. Recordaba borrosamente una frase hecha que decía que el poder que no se cedía había que tomarlo, y ella le había cedido demasiado a Madeline sin tomar lo suficiente para sí misma. No le pagaba sus cuotas por representar a diario el papel de camarera en West Hollywood, y Gail había estado peligrosamente cerca de creer que sí. Sin esta oportunidad, se habría vuelto a Iowa completamente amargada y agotada.

—Este párrafo que indicas que hay que eliminar... Sobre la asignación de créditos en posteriores distribuciones del mercado secundario, sean multilingües, multiformato o multinacionales... ¿Por qué no vale?

El ceño de Madeline se frunció más todavía.

—Es una cláusula estándar que las productoras añaden y los agentes eliminan. La cláusula dice que, cuando se ponga a la venta una versión distinta a la del inicial lanzamiento en DYD, los productores presentarán los créditos en el orden que ellos deseen. Algunas veces esto se debe a las exigencias legales sobre divulgación en países muy precavidos, pero otras es porque el agente de otro de los intérpretes ha insertado una cláusula para que, cada vez que el productor tenga libertad de acción, lo suban a un puesto mejor. No quiero que acabes al final de la lista a menos que sea por exigencia legal.

—Vale, lo entiendo. Así que lo que has añadido tú es que, sea cual sea la edición o el formato, las cláusulas previas que especificaban la presentación de mis créditos en pantalla siguen en vigor. Muy bien. Gracias. Ya veo cómo pueden colarse este tipo de detalles.

El ceño de Madeline se alisó un tanto. Se recogió los mechones negros, entreverados de canas, tras las orejas y miró a Gail con gesto de hastío.

Intento mirar por ti.

Ya nada de esto le divierte, pensó Gail. Qué triste.

—¿Puedo preguntarte por qué no viniste a la audición aquella noche? Yo era la única que no estaba acompañada de su agente.

—No creí que lo consiguieras —contestó Madeline tan sorprendida por la directa pregunta como por su propia franqueza.

—Bueno, has sido muy sincera. Es de agradecer... supongo.

Madeline se quitó las gafas y se masajeó el puente de la nariz.

—En tus pruebas iniciales eras prometedora, pero la mayoría de los trabajos de esta ciudad son para anuncios y pequeños papeles en televisión. Y tú no tienes el aspecto que suelen pedir. Pido disculpas por dejar que el todopoderoso imperio de la imagen decida el tiempo que les dedico a mis clientes, pero esto es un negocio.

—Y no suelen llamarte para pedir actrices de carácter nada voluptuosas y de rasgos marcados.

—Pues no. Pero eso no significa que no sepa qué es un buen contrato y qué no lo es. De veras, no arriesgas nada pidiendo un diez por ciento más por adelantado. Esperan que lo hagas. Eso te situará sustancialmente por encima del mínimo del sindicato de actores, y además te permitirá pedir más en las posteriores negociaciones con otras productoras.

Aunque su profesor de actuación le había dicho que las mundanas cuestiones económicas del trabajo de actor podían nublar el talento, hacerles caso omiso podía ser dañino profesionalmente. El cine era mágico, pero tras los escenarios se escondían decisiones como esta. Gail necesitaba urgentemente aquel papel. Con solo dos semanas de trabajo en aquel proyecto podría solicitar la entrada en el Screen Actor’s Guild, el sindicato de actores de cine y televisión, y empezar a ganarse el fundamental acceso a los servicios de salud y jubilación. Un trabajo continuado, sin importar en qué papel, era la clave para poder dejar a un lado las preocupaciones diarias sobre cómo pagar el alquiler.

—Está bien... —Gail meditó bien el asunto preguntándose qué haría la tía Charlie; sin saber por qué, en su mente apareció la imagen de Selena Ryan, toda una ejecutiva que se tomaba muy en serio su trabajo y no esperaba menos de los demás—. Si de verdad crees que lo más profesional es responder con una petición de aumento, hagámoslo, sí. No quiero perder este papel, pero tampoco quiero que crean que no me respeto a mí misma.

Madeline volvió a ponerse las gafas, y Gail hubiera jurado que tras ellas había visto un destello de aprobación.

—Deja que me ocupe yo, y después enviaremos esto por mensajero.

Consigue un papel y hasta podrás lograr que tu agente te respete, pensó Gail cínicamente.

—Lo llevaré yo misma. Voy en esa dirección —mintió—, y supongo que estoy demasiado nerviosa para querer confiárselo a nadie que no sea yo.

Con un atisbo de sonrisa, Madeline comenzó a corregir las páginas. Gail salió, anunciando que iba al servicio, y después esperó durante unos minutos en el vestíbulo. Cuando la recepcionista le entregó el sobre diciendo «Aquí tiene el contrato revisado», Gail captó la mirada envidiosa de un joven al que tomó por aspirante a actor.

—No te rindas —lo animó mientras ponía a salvo el valioso sobre bajo el brazo.

El chico la miró, confundido, por toda respuesta.

Mientras conducía desde la agencia de Madeline en Westlake a las oficinas de Ryan Productions en Beverly Hills, mucho más elegantes, se preguntó si ella tendría el mismo aspecto la primera vez que entró en aquellas oficinas. Era probable.

Nunca había estado al norte de Sunset Boulevard, que estaba muy de moda con sus tiendas retro y otras con lo último en moda juvenil. El paseo y sus calles laterales, atestados de gente, dieron paso a unas calles más amplias y serpenteantes, y fue cruzando ante casas y más casas de grandes portalones, cada vez más alejadas de la calle y entre sí. Esperaba que las señas fuesen las correctas porque todas aquellas parecían residencias privadas. De vez en cuando, alguna tenía un discreto cartel que indicaba que tras la verja de apertura automática había algún tipo de empresa. Cuando conseguía distinguir las casas por entre el follaje, le encantaban los tejados de estilo español y los balcones del primer piso. La mayoría de las viviendas no parecían muy grandes, pero poseían estilo y empaque.

Le alivió comprobar que cuando giró en la calle sin salida hasta donde la habían guiado las instrucciones de Internet solo había tres casas, y todas parecían ser empresas, bien apartadas de la calle. Una era un negocio de restauraciones artísticas, la otra solo decía The Beverly Agency, de modo que no sabía qué podía ser, pero la última era Ryan Productions.

Se detuvo en la corta entrada, bajó la ventanilla y llamó al timbre. En respuesta a la metálica voz que le preguntó qué le llevaba allí, anunció al micrófono:

—Traigo un contrato para la película Barcelona.

La verja se abrió al momento y, cuando la hubo atravesado, el camino de cemento giró solo una vez. Estacionó su automóvil en la entrada circular asegurándose de que quedase espacio junto al suyo para que otros pudiesen aparcar. Todavía no había salido de su resistente pero herrumbroso Corola cuando otro coche atravesó la verja. Reconoció el Prius último modelo que había visto el día de la audición, y se sintió extrañamente aturullada al saber que Selena Ryan estaría en el edificio.

Una elegante joven de pantalones a medida y lindo jersey a juego la saludó en cuanto traspasó la puerta.

—Yo firmaré la entrega.

Tan solo tuvo unos segundos para echarle un vistazo a las losetas de terracota, los altos techos con molduras y el delicado sonido de una fuente que alimentaba un despliegue de verdor, al otro extremo de una gran sala central. Al momento olvidó que en el exterior la temperatura alcanzaba ya más de treinta grados y que el cielo era de un color que nadie llamaría azul.

Tras inspirar hondo para refrescarse, declaró:

—En realidad no soy una mensajera. Soy la actriz. ¿Hay alguna forma de que pueda entregarle esto a Kim en persona, o al menos dejarlo en su mesa? —a continuación se decidió por la sinceridad—. Soy una recién llegada desesperada y paranoica con que algo pueda salir mal.

—Bienvenida a una de las películas de Ryan, entonces —dijo la joven levantándose de su silla—. Déjame ver si Kim está libre. Por cierto, yo soy Cecile. ¿Y tú...?

—Gail Welles.

—Ah —y una sonrisa iluminó el rostro de Cecile—. Si no está liada con algo, seguro que saldrá un momento a recibirlo.

Deslumbrada al ver que la recepcionista parecía conocer su nombre, Gail intentó recordarse a sí misma que debía mantener los pies en la tierra. Pero no ayudó el hecho de que Cecile regresase al momento diciendo:

Kim te pide que se lo lleves. Por este pasillo, la segunda puerta. ¿Te apetece un café, o un té?

—No me quedaré lo suficiente para saborearlo, pero muchas gracias.

—Lo pondré en una taza para llevar, y así te ahorras un viaje al Starbucks. El café es mi especialidad —añadió con un pequeño matiz de súplica.

—Está bien, café. Con leche y sacarina.

—Eso está hecho.

Dos puertas más allá se sintió aliviada al reconocer el rostro de Kim tras la audición. Deseó saber llevar una falda de volantes de vivos colores con aquella soltura, y envidiaba descaradamente su pelo.

—¡Gail! Qué bien que hayas traído tú misma el contrato. Toma asiento.

—Gracias. La verdad es que tengo un miedo terrible de que algo salga mal.

—Lo entiendo —replicó Kim con una cálida y sincera sonrisa—. Hace seis años, cuando me dieron el nombre de Selena para un empleo de ayudante de producción, yo también llevé en persona la carta y me presenté a mí misma.

Cecile sirvió risueña el café, asintió cuando Gail le dio las gracias y salió de allí al tiempo que conectaba el manos libres para aceptar una llamada.

—Es una oficina preciosa.

—¡Dímelo a mí! Tendrán que sacarme de aquí en una caja. Me alegra muchísimo que estés en Barcelona. Es mi primer proyecto desde que me ascendieron a productora. Además hay un productor ejecutivo, un ayudante de producción aquí en Los Ángeles y otro en España.

Gail sonrió, cada vez más a sus anchas.

—Para mí todos sois dioses. ¡Hacéis películas!

No dejes que los demás te oigan decir eso. A mí puedes decírmelo todo lo que quieras. Entonces, ¿me has traído el contrato?

—Mi agente le hizo algunas correcciones. Espero que sean las habituales. Me dijo que así era. Si no lo son, si hay algo que pueda estropearlo, tal vez ella no esté dispuesta a negociar, pero yo, desde luego, sí. Supongo que no debería haberlo dicho.

Kim cogió el sobre que Gail le ofrecía.

—Probablemente no —escrutó el rostro de la actriz por un momento y a continuación extendió sobre la mesa el fajo de papeles—. Deja que mire.

Hojeó las páginas rápidamente dejando escapar algún «Mmm» o «Ajá» por todo comentario. Por fin cerró el documento.

—Son las enmiendas habituales. Lo revisaremos como corresponde y lo enviaremos a la oficina de tu agente para su firma. Probablemente le llegará mañana por la mañana.

La oleada de alivio que la inundó fue tan enorme que creyó que se echaría a llorar como cuando estaba sentada en la parada del autobús, de modo que tomó varios sorbos de café antes de contestar.

—Está realmente bueno. Y muchas gracias. Estoy muy ilusionada con este proyecto y haré lo posible por no ser una molestia.

Kim se arrellanó en su asiento.

—¿Cómo te hiciste actriz? No es una pregunta trivial. Más pronto o más tarde estaremos hablando de la prodigiosa Gail Welles, nuestro descubrimiento, y ese es el tipo de detalles que la prensa siempre desea saber.

—Dame un minuto para que pueda pasmarme ante esa idea —Gail tomó otro sorbo mientras se aclaraba las ideas—. Supongo que debería estar mejor preparada para una pregunta así. Entro y salgo de decenas de papeles al día, pero solo son papeles. Nunca me había parado a pensar en el papel de Gail Welles, la celebridad.

—Pues hay muchos que se pasan un montón de tiempo planeando su aparición en el Tonight Show de Jay Leño, o su discurso de agradecimiento en Cannes.

—Yo prefiero pensar en cómo coger unas frases y hacer que cobren vida. No recuerdo ninguna época de mi vida en la que no le diese vueltas a la manera de andar de la pequeña Scout en Matar a un ruiseñor, los pucheros de enfado de Scarlett O’Hara, o la forma en que Dustin Hoffman conseguía parecer fuerte y frágil a la vez vestido de mujer. Desde luego que me encantaría interpretar a Porcia o a Medea, pero, si te soy sincera, cuando voy al cine se me hace la boca agua ante papeles como el de Miranda Priestly en El diablo viste de Prada.

—Eso dentro de quince años —apuntó Kim.

—Cuando sea mayor, sí, claro. Pero siempre me he fijado en las actrices de carácter. No soy de esas que dicen «Señor DeMille, estoy lista para la toma en primer plano». Alguna vez me han dicho que mis rasgos son interesantes, pero nunca que sean hermosos. El mío no es el rostro que lanzó mil naves al mar.

Kim miró en ese momento hacia un punto situado a espaldas de Gail.

—Una cara bonita no es lo único que da sentido a la vida, ¿verdad, jefa?

—Conteste lo que conteste quedaré mal con alguien, así que me acojo a la Quinta Enmienda.

Con el pulso súbitamente desbocado, Gail se giró para saludar a Selena Ryan. Lo cierto es que era extraño no verla como una dienta ni como una celebridad, y tampoco como una igual, todavía. Eran colegas, trabajaban en el mismo proyecto con el mismo objetivo. Una compañera de trabajo, se dijo a sí misma, así era como se sentía. Intentando adoptar un tono trivial, se decidió por una banalidad.

—Es un placer volver a verte.

—Lo mismo digo —contestó Selena al tiempo que dejaba una carpeta sobre la mesa de Kim.

En sus ojos cansados apareció un brillo interrogante. A Gail le habían parecido casi negros, pero eran más bien de color castaño muy oscuro.

—Le he confesado a Kim que tengo mucho miedo de que todo esto no sea más que un sueño, y por eso he traído yo misma mi contrato.

—Con las correcciones habituales —aclaró Kim—. Lo dejaré en tus manos para cuando vuelvas esta noche. Aunque... tal vez no. No quiero que descargue en el documento la rabia que le producen las reuniones con los contables del estudio —concluyó lanzando a Gail una mirada cómplice.

Selena frunció ligeramente el ceño, y Gail se dio cuenta de que a la productora no le hacía gracia que le tomasen el pelo ante ella, aunque en realidad tampoco le importaba demasiado. Replicó algo, pero Gail, absorta en nuevas percepciones, no se enteró. Ella había observado atentamente a la acosada y agotada mujer de negocios que se sentaba en su restaurante. La Selena que vio en la audición parecía casi huraña. Pero, en el entorno en el que se encontraban, era como si Selena se le hubiese revelado a todo color. Su pelo, de un tono marrón oscuro no especialmente notable, estaba más brillante, desde luego, a la luz del día que entraba por la ventana de Kim. La asimétrica simplicidad del corte, con la longitud justa para poder recogerlo tras una oreja, la favorecía. Los suelos de terracota podían justificar tal vez el brillo de sus mejillas, que siempre le habían parecido pálidas y demacradas. O quizás todo se debía a que estaba en su elemento.

—Solo dispones de unos veinte minutos antes de tener que salir corriendo —estaba diciendo Kim.

Cuando ya se dirigía hacia la puerta, Selena se despidió de Gail con un gesto.

—Otra vez llevo puestos los Prada. Tocan contables.

Aunque allí estaba flotando de felicidad, Gail decidió que ya era hora de levantar el culo de la silla.

—Gracias por haberme dedicado unos minutos.

—Estoy deseando que trabajemos juntas. Por cierto, no sé si alguien te lo habrá dicho, pero llegaste hasta nosotros por recomendación de Trevor Barden.

—¡No me digas! Qué detalle tan maravilloso. ¿Se te ocurre cómo podría agradecérselo?

—Con Trevor, haz que se sienta orgulloso, y habla bien de él.

Gail le estrechó la mano y se acordó también de llevarse el café, dándole las gracias por él a Cecile cuando salía. No dejaba de darle vueltas al consejo de Kim, pues le traía a la mente la petición de Betty de que la recordase con amabilidad en el futuro. Qué extraño que creyesen que había que pedir algo así... era fácil ser amable. ¿Por qué no iba a serlo ella?

Nunca había aspirado a ser una princesa, no había pasado por la fase del vestido de baile y la tiara. Sin embargo, en aquel momento, mientras salía a toda prisa del elegante edificio, se sintió como Cenicienta. Daba igual que su carroza mágica fuese un coche que parecía una calabaza, o que tuviese por delante una noche más en el restaurante. No pudo evitar girar en círculos antes de abrir la puerta del auto. La vida era bella, maravillosa, sin duda.

De pronto se dio cuenta de que había muchas ventanas que daban hacia allí, y se metió en el coche muerta de vergüenza. Comprobó su imagen en el retrovisor y se dijo que, si no dejaba de sonreír, se le iba a quedar el gesto congelado. Tenía apenas el tiempo justo para localizar la mejor galleta con trocitos de chocolate de Beverly Hills y enviarla a la oficina de Trevor.

 

***

 

Selena observó la danzante salida de la finca de Gail Welles sin saber qué pensar. Ciertamente, aquella mujer no era ninguna ingenua alocada, recién salida de la granja, aunque allí, por un momento, lo había parecido. En el despacho de Kim se había comportado perfectamente. Ni siquiera en la audición habría dicho que Gail Welles fuese fascinante cuando no estaba actuando aunque estaba resultando ser cierto. Camarera, actriz, una mujer tan dichosa que podía dar vueltas sobre sí misma como una niña pequeña... ¿Cuál de ellas era la verdadera Gail?

¿Qué importaba eso? En su inmediato futuro estaban los contables del estudio, y un incipiente dolor de cabeza. Se presentaba ante ella la difícil decisión sobre si asociarse con un estudio para la producción de Barcelona. No deseaba hacerlo, pero, dada la magnitud de las estrellas que estaban fichando, el respaldo de un estudio significaría más pantallas para su película y un mayor presupuesto promocional. También significaba ceder control. Significaba acudir a reuniones con los contables y salir de allí convencida de que algún truco de prestidigitación había reducido el balance final, pero consciente también de que todas las personas cuyos intereses protegía seguían recibiendo más de lo que obtendrían si solo lo manejaba ella.

La reunión era en el centro de Los Ángeles, donde se congregaban los agentes de seguros y los auditores. Aparcó el automóvil en el estacionamiento vigilado, y escrutó los alrededores con gran diligencia a pesar de saber bien dónde se encontraban los verdaderos tiburones. ¿Cuánto tiempo transcurriría, se preguntó, antes de que alguien dijese «Las ventas en Europa no han sido tan buenas como calculamos al principio», o «Latinoamérica no se ha animado con este título»?

Resultaron ser veinte minutos.

Sabía que los grandes estudios traerían a sus pesos pesados a una reunión como aquella; pero ella no era ningún gran estudio y, sin embargo, sabía utilizar la calculadora. A pesar de la helada temperatura de la sala y de la larga hilera de rostros expectantes que vigilaban cada uno de sus movimientos, se tomó su tiempo para repasar los informes haciendo un montón de preguntas para averiguar por qué todas las cifras finales señalaban un cuatro por ciento menos de lo previsto. Comprobó de nuevo los cálculos: cuatro por ciento en todos los niveles. Sus notas de la última reunión decían que se había tenido en cuenta la situación económica. Y también se había tenido en cuenta el incremento de la piratería.

Por fin, Selena dijo:

—Lo que me están ustedes diciendo es que todo lo que estimaban que iba a ocurrir hace seis meses era correcto, pero que sus cálculos fueron erróneos. La disminución de las ventas en toda nuestra industria es exactamente la que ustedes predijeron. Entonces, ¿por qué las cifras finales no se aproximan más a las predicciones?

De aquel despliegue de trajes de chaqueta surgió un rugido de protesta, que incluso intentaba solidarizarse con la sorpresa de Selena ante la reducción de la cifra esperada. Se sintió como si le estuviesen clavando agujas en las sienes.

—Yo tengo que pagar a mis actores, directores y montadores. Soy yo la que tendré que contarles que «ha habido un error». Así que tendrán que especificar más.

El refinado hombre de negocios, vestido de Armani de arriba abajo, que se sentaba junto a ella, y que la estaba volviendo loca con sus gestos de suficiencia y sus afirmaciones de que no había nada que ella pudiese cambiar en aquel informe, dijo por fin:

—Comprendo su posición, pero un cuatro por ciento aproximadamente tampoco es para tanto.

Selena bajó la vista hacia sus rápidos cálculos y de pronto se le encendió la bombilla.

—No es un cuatro por ciento aproximadamente —declaró tan harta que dejó traslucir la ira y el desprecio que sentía—. Es un cuatro por ciento exacto. Ni un centavo más ni uno menos del cuatro por ciento en todas las categorías. ¿Pensaban ustedes que, como «tampoco era para tanto», no iba a pedir explicaciones? No me han dado ninguna y, sin embargo, qué extraordinaria coincidencia, en cada uno de los mercados resulta exactamente un cuatro por ciento.

Selena le puso el capuchón a su pluma y cerró las carpetas.

—Esto es lo que van a hacer: Van a restituir el cuatro por ciento y a considerarlo una penalización por su completa falta de sutileza al amañar los libros.

Por un gratificante momento, nadie pareció saber qué decir. Selena aprovechó su ventaja.

—¿De verdad creían que una pequeña productora independiente no sabría aplicar una fórmula de hoja de cálculo? No solo van ustedes a reponer el cuatro por ciento que falta en esas cifras: lo harán ahora mismo, o me aseguraré de que alguien de los que están en lo alto de la cadena de mando sepa que esa es la razón por la que ni se me pasó por la cabeza ofrecerles participar en una película independiente que incluye a Hyde Butler. Y con esto hemos acabado.

Metió rápidamente los papeles en su maletín y salió dando grandes zancadas con sus Prada de corte salón esperando que todos los de la sala fuesen muy conscientes de la situación en que acababa de colocarlos. Devolverían el golpe, eso lo sabía, pero por una vez había dicho lo que tenía que decir. Si pensaban amañar las cifras, al menos podían intentar que fuese una mentira creíble. Nada le enfadaba más que el que la tomasen por estúpida. Había sido maravilloso poder disponer de una bala llamada Hyde Butler en la recámara para así convertirse en Barbara Stanwyck y apretar el gatillo.

De nuevo en el coche, Selena se encaminó hacia su casa pensando en ir adelantando la lista de quehaceres del día siguiente. Más tarde, un chapuzón en la piscina y una siesta acabarían seguramente con su dolor de cabeza. Al menos, la relativa brevedad de la reunión le había evitado el tráfico de primera hora de la tarde. Conectó el manos libres para llamar a Kim y quedó desconcertada ante lo que creyó una falta de señal. Entonces se oyó una voz:

—Lena, ¿estás ahí?

Maldita sea. Debería limitarse a desconectarlo y dejar que quedase como uno más de esos misterios de los móviles.

—Sí, Jennifer. ¿Qué querías?

—Me he pasado todo el fin de semana intentando localizarte.

—Tu contrato está de camino. No sé de qué más tenemos que hablar.

—Lena, nosotras podemos hablar de cualquier cosa, ¿o no?

Le había dado a aquella mujer todo lo que quería. ¿Qué motivo podía tener aquella llamada aparte del de cubrir con una capa más de glaseado sus motivos ocultos?

Sé que tiene que haber algo concreto que quieras decirme, así que, por favor, dilo.

—Queda conmigo para tomar una copa o algo así. Por teléfono es difícil.

—De modo que sí hay algo de lo que quieres que hablemos. No llamas solo por saludar.

—¿Por qué no puede ser por ambas cosas?

—Porque se trata de ti y de mí. Tenemos negocios en común. No hay otra relación.

Jennifer soltó una carcajada.

—Si tú lo dices... ¿Qué tal una copa de vino y unas tapas en Vin?

No era una mala elección. El propietario de Yin tenía prohibido a su personal que twittease quién estaba en el restaurante. En cambio, donde Gail trabajaba, había demostrado no estar ni mucho menos fuera del alcance de los radares y, además, Selena tenía mucho interés en que Jennifer no llegase a saber que la actriz con la que iba a trabajar las había atendido como camarera. ¿Por qué había pensado en aquel lugar como posible alternativa? Tal vez porque Gail había bailado de camino al coche. Selena ni recordaba cuál había sido la última vez que había bailado porque la vida le sonreía.

—Muy bien, quedamos en Vin. Tardaré una media hora en llegar allí. Y te lo advierto, acabo de salir de una reunión de contabilidad.

Se lo había dicho para que Jennifer supiese que no estaba de humor para jueguecitos, pero esta ronroneó antes de colgar:

—Entonces tendré que darte un beso de cura sana, ¿no?

 

***

 

Consiguió encontrar aparcamiento justo al lado del Santa Mónica Boulevard, lo cual era un pequeño milagro. Sus rápidas zancadas perdieron velocidad a medida que se aproximaba a Vin; hacía tanto tiempo que no iba allí que había olvidado que era un local de parejas. Era demasiado oscuro y sugerente para los clientes que salían de su trabajo, la carta de vinos iba bien con las pequeñas raciones, y los seductores postres habían sido el motivo por el que había llevado allí a Jennifer la primera vez. Debería haberle dicho que le pidiese una cita a Kim como en la primera ocasión que contactó con ella. ¿Qué la había poseído para aceptar ir a aquel lugar? Dada la atmósfera del local, casi habría preferido un perrito caliente en el muelle de Santa Mónica con paparazzi filmándolas con todo detalle.

La entrada parecía libre de personas con cámaras, y tampoco vio a ningún merodeador que pareciese ansioso de saber con quién se iba a reunir Jennifer Lamont en un local tan romántico. Era tranquilizador, aunque no mucho.

El maître la condujo enseguida hasta el reservado donde estaba Jennifer, acogedor y discreto, al fondo del restaurante. La actriz tenía ya ante sí una copa de vino y un plato de tosías con setas silvestres, uno de los favoritos de Selena, pero ambos parecían intactos.

—He pensado que podíamos compartir un merlot y después, tal vez, probar un shiraz o un pinot —dijo Jennifer cuando Selena tomaba asiento.

—No me quedaré tanto tiempo —contestó esta; intentó adoptar un tono enérgico, pero la acústica del local pareció pausar sus palabras—. ¿De qué querías que hablásemos?

—Me alegra mucho volver a trabajar contigo —los magníficos ojos color bronce eran ahora de un púrpura aterciopelado—. Siempre hemos sido un buen equipo.

—Sí, lo fuimos hasta que tú lo deshiciste —contestó Selena cruzándose de brazos.

Jennifer se recostó sobre el curvado asiento del reservado acercándose ligeramente a Selena. A esta le dio la impresión de que el vestido negro de la actriz, estilo túnica, se deslizaría hombros abajo con solo respirar junto a él.

—¿Recuerdas cómo era antes de que se enterasen de lo nuestro? ¿Cuándo volamos hasta Cabo San Lucas?

Selena se negó a dejar traslucir el estremecimiento que la recorrió. Recordaba vívidamente aquel fin de semana robado. Ella fue la primera mujer con la que Jennifer había estado, y cada sensación era para ella una revelación. Se habían ido empapando poco a poco en sensualidad, desde la comida que encargaron hasta las escasas horas que pasaron fuera de la habitación del hotel disfrutando del sol mexicano. El éxtasis de Jennifer ante la suavidad de una mujer había sido adictivo. Selena nunca había estado tan abierta a la sensualidad. Aquel fin de semana había dado mucho de sí misma sin apenas reprimir nada de lo que le gustaba ni lo excitante que le parecía Jennifer. Todavía le hacía daño el saber que aquello no había sido más que un medio para conseguir un fin, tan solo un rollo para obtener un papel y decir después que había estado explorando su sexualidad.

—No estoy hablando de la parte sexual aunque... —los labios de Jennifer se curvaron en una sonrisa placentera—... es un tema del que valdría la pena hablar. Me refiero a los planes que hicimos.

—Me acuerdo, sí.

Iban a hacer un montón de películas juntas, formarían una asociación tan famosa como la de Woodward y Newman, o Goldwin y Mayer.

—Los siguientes papeles que interpreté fueron todos jugosos, de calidad, y no estaba segura de que el público se creyese que era hetero. Para cuando conseguí el siguiente papelazo que se lo reafirmara ya estaba, en fin, para entonces ya estaba con Cary.

—Bien pensado, dado que fue él quien te consiguió el papel.

Jennifer tomó un sorbo de vino y ofreció la copa a Selena, quien negó con un gesto.

—No lo planeé así, pero ambas sabemos que mientras tú y yo fuimos pareja no conseguí ofertas para papeles de actriz protagonista.

—¿Y por qué mencionas eso ahora?

—Bueno, es que me ha llamado la atención el que una de las claves de la película sea que Elgin, nuestro querido héroe, tiene dos mujeres dispuestas a matar por él. Y esa tal Gail no solo es una principiante, también es lesbiana. Cuando eso se sepa, nadie se la creerá en ese papel.

—Sabía que era bollera antes de la audición; me la recomendó por tener grandes dotes para la comedia una persona en la que confío. Lo esencial de Georgette es su lado cómico, al igual que su habilidad para pasar en un segundo a la ira y la desesperación, lo cual domina Welles. No se espera que el público se muera de ganas por verla en la cama con Elgin.

—Ahí es donde entro yo —comentó Jennifer encogiéndose de hombros—. Si quieres añadir ese tipo de escena será un gran éxito en YouTube.

Selena se negó a imaginársela.

—Lo único que tiene que creer el espectador sobre Georgette es que es algo inestable y no muy digna de confianza. A todo el mundo le encantó cómo la interpretaba Welles.

Y por qué a ti no, se preguntó Selena, si Gail no iba a quitarle protagonismo a Jennifer ante los medios de comunicación, hambrientos de belleza.

Estoy segura de que es una gran actriz, pero, en estos tiempos, la homofobia es...

—¿Qué sabes tú de homofobia, mi querida Jennifer, «la que se acuesta con hombres»?

—El prejuicio es igual de fuerte contra los bisexuales, y lo sabes.

—¿Cuándo fue la última vez que le dijiste a alguien que eras bisexual?

—¿Qué importa eso? —preguntó Jennifer mientras doblaba una pierna bajo su cuerpo.

—Porque ahora mismo vas de hetero total, y te aprovechas todo lo que puedes de las facilidades que le proporciona a tu vida. Dado que yo soy tu única aventura en el otro lado, supongo que eso te convierte en una hetero aunque con una fase experimental documentada. Un hecho que no hace más que aumentar tu atractivo para muchos hombres.

—Oh, siento decepcionarte, pero no fuiste mi única aventura. Has sido la primera, pero no la última.

Hagas lo que hagas, se ordenó Selena a sí misma, no dejes que te vea sangrar. Asombrada de lo mucho que le había dolido aquella confesión, tendió la mano hacia la copa como una manera de ganar tiempo. Bebió un sorbo aunque no llegó a paladearlo.

—Bueno, si creyese que buscabas sinceramente algo más que un polvo que satisficiese tus necesidades del momento, eso sería distinto —Selena pensó que se enfadaría pero, entre el dolor de cabeza, los contables y la perturbadora proximidad de Jennifer, de pronto no se sintió más que cansada y demasiado vulnerable—. Si consigues permanecer junto a un hombre o una mujer durante más tiempo del necesario para avanzar en tu carrera gracias a esa relación, entonces tal vez esté dispuesta a creer tu reivindicación de cualquier tipo de sexualidad. Según mi opinión, para ti el sexo no es más que una herramienta que has aprendido a manejar, lo cual no tiene nada que ver con saber quién eres.

Por mucho que me duelan las revelaciones de Jennifer, yo sí sé quién soy, pensó Selena.

Jennifer se pasó la mano por la espesa cabellera en un gesto elegante.

—Muchas gracias por tu sabiduría, sensei.

—¿Por qué estamos manteniendo esta conversación? —repitió Selena.

«Buscas algo, aparte de herirme.» Idiota, ¿cómo esperabas que se comportase aquí? No ayudaba nada el hecho de estar recordando la primera noche en el Cabo cuando no habían dormido hasta la mañana siguiente.

—Me preocupa que esa tal Gail sea una mala elección, eso es todo.

—Eso dices tú.

Selena estuvo a punto de añadir «Sin embargo, en las audiciones Gail superó a todos los demás con creces», pero algo en su interior hizo clic. No era que Gail fuese poco convincente si el espectador sabía que era lesbiana, sino que, a pesar de eso, era completamente convincente.

Se quedó mirando a Jennifer con gesto pensativo. La actriz nunca había ocultado su deseo de conseguir el tipo de papeles que solían conducir a los Oscar y otras estatuillas. Por su edad, a los treinta y tres estaba en el momento justo. En la audición, lo recordaba bien, Gail Welles desaparecía en el momento en que comenzaba cada escena. Hyde tenía mucho talento, pero, por muy imponente que estuviese, para muchos espectadores siempre sería Hyde. Lo mismo ocurría con Jennifer. Sherman, el principal secundario, era sólido, pero ni mucho menos como Gail. Y ahí estaba el problema. No se trataba de belleza, atractivo sexual, tiempo de aparición en pantalla ni de ninguno de los motivos habituales de rivalidad. Se trataba de talento. Jennifer no estaba lo suficientemente segura del suyo como para que aceptase competir por la atención de los críticos.

—Te duele la cabeza —dijo Jennifer de pronto posando el dorso de la mano sobre la frente de la productora—. Tienes arrugas de migraña.

—No es una migraña —protestó esta. Era todo lo que podía hacer para no retroceder ante aquel contacto. Era todo lo que podía hacer para no derretirse tampoco.

«Debería haberme buscado algún desahogo barato y sin consecuencias, sí.» Jennifer estaba utilizando todos sus trucos, y se la llevaría al dormitorio si creía que así iba a lograr lo que buscaba. Para la actriz, hacerlo no significaría nada, pero tampoco sería gratis. Tenía un precio. Selena supo que si cedía a su pulso desbocado y al ansia por sus besos, sería muy fácil, pero no trivial, ni mucho menos.

Después de todo, esa era la razón por la que no seguían estando juntas.

—Tengo que irme, de verdad —se oyó decir.

—No es cierto —contestó Jennifer posando junto a la comisura de sus labios un beso tan leve que podría haber sido apenas el soplo de su respiración.

Una mirada hacia abajo confirmó las sospechas de Selena de que, bajo el vestido, Jennifer no llevaba nada. Lo único que lo mantenía en su sitio eran unos lazos diminutos, muy sencillos, y ella sabía por experiencia cómo deshacerlos, cómo hacer caer al suelo un vestido tan delicioso como aquel, y lo mucho que eso excitaba a Jennifer cuando estaba hambrienta y posesiva y la tomaba por entero como una bola de fuego.

La vocecilla que repetía «Mañana por la mañana te odiarás a ti misma» no pudo evitar que le devolviese el beso a Jennifer. No fue un beso dulce, ni mucho menos. Fue ávido y profundo, e hizo que la actriz dejase escapar un ronco gemido y se acercase a Selena lo bastante para notar la turgente firmeza de unos pechos contra su brazo.

—Gail Welles no es negociable —dijo cuando sus bocas se separaron.

Jennifer la atrajo para un nuevo beso, esta vez más lento y concienzudo. Al acabar, dejó escapar una risita divertida.

—Ya que vamos a enrollarnos y hablar de negocios al mismo tiempo, ¿qué tal si te digo que no firmaré si ella forma parte de la película?

Selena sabía que estaba a punto de caer por un precipicio, pero sus reflejos de productora la apartaron del borde por unos segundos.

—Pues no firmes.

Los ojos de Jennifer se habían oscurecido mucho, como siempre que estaba excitada. ¿O no era más que una buena actuación? ¿Qué parte de aquella pasión no era más que espectáculo? ¿O era que estaba interpretando un papel de lesbiana en el que podía sumergirse, durante el tiempo necesario, disfrutándolo de verdad?

Sus ojos se clavaron en los labios de Selena pero, al ver que esta no decía nada más, susurró «Maldita seas» y la besó de nuevo.

Esto es un desastre, una locura, no es nada, se dijo Selena, al tiempo que hundía los dedos en las añoradas suavidades de las caderas de Jennifer. Deslizó un brazo alrededor de su cintura clavándola contra el respaldo de piel del reservado, y la besó con violenta pasión.

A continuación, consiguió ponerse en pie confiando en que Jennifer no notase el vértigo que sentía. Esta, por su parte, parecía aturdida.

—¿Qué ha sido eso? —musitó Jennifer posando la mano sobre sus labios como para acariciar los besos de Selena.

Lo que tú abandonaste.

Pradas, no me falléis ahora, rogó Selena. Cruzad esa puerta y salid huyendo.

 

***

 

Ir a casa no le pareció seguro; tampoco estar sola, y no tenía a nadie a quien llamar que se limitase a escucharla sin decirle lo que ella ya sabía. Estaba haciendo el idiota por alguien que le había hecho daño, y era su deseo quien llevaba las riendas. Incluso podía oír lo que diría Kim. El sermón comenzaría por un «¡Pero niña, si todavía tienes las huellas de sus zapatos en la espalda!», y seguiría en el mismo tono.

Tal vez porque el nombre de Gail Welles había salido a relucir durante la desastrosa cita con Jennifer, Selena se encontró de pronto conduciendo lentamente el Prius hacia el restaurante. Sabía que no era buena idea, pero en realidad no tenía por qué darse cuenta nadie. Era cierto que necesitaba cenar algo: le rugía el estómago con solo pensar en la despreciada tosta con setas silvestres. El hecho de que otras partes de su cuerpo también rugiesen, con más fuerza que el estómago, era irrelevante. Todo el mundo le decía que estaba adelgazando demasiado, así que ¿por qué no sustituirlo por comida? El local era seguro para ella si estaba sola, sería una buena elección.

Estacionó el coche en una plaza que resultó estar vacía en el diminuto aparcamiento del restaurante, y descansó allí un momento. Sentía el traje estrecho y pegajoso, probablemente porque algunas partes de su cuerpo seguían estando hinchadas. Después de haberles dado tan buen uso aterrorizando a los contables y de ser el único toque de dignidad en su aterrorizada huida de Jennifer, los Prada la estaban matando. Le dolía el pecho, pero si apretaba la mano contra él no conseguía localizar la fuente de las punzadas, que habían comenzado cuando Jennifer le dijo que desde que la dejó plantada había estado con otras mujeres.

Un vistazo en el retrovisor la hizo sentirse todavía más como una cáscara vacía. Menudo ego que tienes, pensó. Te plantó porque un hombre tenía lo que ella quería y, sabiendo que era capaz de algo así, ¿pensabas que no había tenido algún rollete lésbico más? Esa mujer tiene un alma despreciable y, sin embargo, tú te ilusionaste pensando que suspiraba por ti para sus adentros.

Perdedora.

Pues sí.

«A veces está bien no ser más que una mujer», le susurró el Hada de los Helados. Selena Ryan podía quedarse en el coche, decidió: Lena iba a buscar un helado de nuez pacana con caramelo caliente.

Apartó a un lado los distintos cargadores y demás quincalla laboral que siempre abarrotaban el asiento del copiloto y encontró la bolsa del gimnasio. Arrojó los tacones al asiento trasero, se retorció para quitarse la falda del traje y las medias, y después se puso, agradecida, los amplios pantalones de yoga, largos hasta la rodilla. Tras un rápido vistazo para asegurarse de que estaba sola en el aparcamiento, se cambió a toda velocidad la blusa por una sencilla camiseta de algodón. Calcetines y deportivas completaron la transformación.

Cuando entró no había señal alguna de Gail, lo cual era mucho mejor, seguramente. Gail Welles no tenía por qué saber que la actriz principal estaba asustada ante su talento. Sin embargo, estaba deseando contarle a alguien lo que había hecho Jennifer. A estas alturas ya deberías haber encontrado un terapeuta, se dijo a sí misma. En Los Ángeles todo el mundo tiene uno, ¿no?, en lugar de amigos que te emborracharían y escucharían tus tragedias mientras prometían precipitadamente vengar todas las ofensas que se te habían hecho, promesas que olvidarían a la mañana siguiente bajo el peso de una saludable resaca. Si hubiese hecho eso cuando Jennifer la dejó, tal vez ahora no sería tan dolorosamente consciente de lo mucho que necesitaba los labios de Jennifer acá y sus manos ahí.

Helado.

La latina que ya conocía anotó su pedido: un perrito con carne y salsa chili y una copa de helado. Selena estudió el menú como si fuese la primera vez que lo veía. No es más que una recaída, se dijo. Jennifer era una droga y ella se moría por un chute, eso era todo.

El poder de distracción del menú estaba ya agotado, pero no quería coger el móvil, ahora no. Si hablaba con Kim se lo soltaría todo, incluyendo lo de su mano bajo el vestido de Jennifer.

La conversación en voz baja que llegaba del otro lado de la partición se hizo más nítida y pudo distinguir dos voces, una era la de su camarera, y la otra, posiblemente, la de Gail.

Estaba a punto de ponerse en pie y saludarla cuando Gail dijo:

—Qué bien que esta noche esté todo más tranquilo. No consigo concentrarme en nada.

—Acabas de conseguir tu gran oportunidad. Incluso me parece increíble que hayas vuelto al trabajo.

—En las ocho semanas que me garantizan ganaré tanto como aquí en un año, eso es cierto, pero tengo que ahorrar tanto como pueda. ¿Qué pasaría si no consigo más papeles?

—¿Cómo podría ocurrir eso? —preguntó una tercera voz, seguramente la de la dueña, por su tono algo rasposo, de fumadora—. Ahora vas a ser una estrella.

—Puede pasar un montón de tiempo entre un papel y el siguiente, y, afrontémoslo, yo no poseo el binomio tetas-culo que suelen requerir la mayor parte de los papeles. En estos momentos sería feliz interpretando a una doctora amargada en cualquier serie.

Lo cual sería un desperdicio, pensó Selena. Gail se vería comprimida en la pequeña pantalla. El cine le permitiría abrir de par en par aquellos largos brazos, y expresar la miríada de emociones que aportaba en cada escena.

—Después de facturas e impuestos, el dinero todavía me durará mucho tiempo; tal vez ya no tenga que pedir a la tía Charlie que me pague los viajes a casa, y pueda encontrar un apartamento algo mejor. Por una vez, me gustaría ser yo quien le envíe dinero.

—Tienes mucha suerte con tu tía. Ha sido tu ángel de la guarda —dijo la camarera de Selena antes de aparecer frente a esta con el perrito caliente y el cestito de los condimentos—. En un ratito le traeré el helado.

Tras condimentarlo generosamente el perrito estaba caliente y sabroso, y un menú tan simple como aquel la hizo sentirse más segura de sí misma. Vale, había intercambiado unos cuantos besos apasionados con su ex como acababan haciendo tantas. Tal vez si hubiesen tenido lugar en la habitación de un hotel, ambas seguirían allí. Quizás una parte de ella seguía queriendo estar, pero lo cierto era que se había marchado. Lo había hecho una vez y lo haría de nuevo si volvía a ocurrir.

—Y espero que sea con la suficiente antelación —estaba diciendo Gail—. En cuanto comiencen los ensayos, dentro de dos semanas, no tendré las suficientes energías para mantener dos trabajos. Me han garantizado pagas semanales durante ocho semanas, y si el rodaje se alarga me pagarán más. Además recibiré un extra si me vuelven a llamar para corregir algo durante el montaje.

Desde luego suena emocionante, niña. Cuando acabes, si no aparece nada mejor, vuelve por aquí. Si tengo algún hueco será tuyo.

La voz de Gail sonó algo ahogada:

—Gracias por ser tan buena conmigo. Te has portado magníficamente.

—Eres una buena chica. No como esta follonera.

Selena sonrió al ver que su camarera fingía indignarse ante aquella calumnia. Ojalá le trajesen pronto el helado.

—... Y yo nunca le he vertido la comida encima a nadie, ¿no es cierto?

Gail soltó una carcajada.

—No, eso fue cosa mía. ¿Sabéis lo más increíble? ¿Os lo he contado? La mujer a la que le tiré toda aquella comida encima es la productora ejecutiva de la película. Qué pequeño es el mundo, ¿eh?

—¿De veras? Pues está ahí mismo...

Las voces callaron de repente y, menos de un minuto después, Gail apareció con el helado de Selena.

—Hola —saludó tímidamente—. Angel me ha dicho que estaba aquí. Siento no haberla visto entrar.

Gail posó en la mesa el platillo con la alta copa de helado y una cuchara de largo mango. La expresión de su rostro era cómica, entre ansiosa y avergonzada.

—Tal vez sea mejor. Estoy a punto de caer de bruces sobre este helado, y no estoy segura de que debas verme así.

—Miraré hacia otro lado.

Selena se echó a reír. Ahora que por fin se fijaba, pensó que los ojos de Gail no eran color jade en realidad porque en aquel momento parecían turquesa, aunque tal vez fuese por la luz. Se dio cuenta de que la joven se estaba haciendo la remolona, como si quisiese decirle algo.

—¿Sí?

—Yo solo... las clases de actuación no incluyen este tipo de situaciones. Le estoy profundamente agradecida por...

—A Mirah, no a mí. Yo solo estuve allí, al final, aplaudiendo su genio. O a Trevor Barden.

Para Selena era importante especificarlo aunque no quiso explicar por qué. Deseaba reconocimiento y respeto, pero no gratitud.

—A todos ustedes, pues. Sabré aprovechar esta oportunidad. No les decepcionaré.

Le pareció que Gail era sincera, si no estaba haciéndose la granjera ingenua. Ante ella tenía una refrescante bola de nuez pacana salpicada con la cantidad justa de caramelo caliente, y decidió que, mientras comía helado, podía dejar descansar un poco su lado cínico y aceptar a Gail tal y como parecía ser.

—¿Estás muy ocupada? ¿Podrías sentarte un momento? Seguro que tienes miles de preguntas que hacerme.

—Esto está bastante tranquilo. Supongo que no pasará nada por tomarme unos minutos.

Gail se deslizó en el pequeño banco frente a ella, recostada tan a sus anchas sobre el desteñido asiento de plástico como Jennifer sobre el cuero de Vin.

Las dos mujeres no podían ser más distintas, pensó Selena. De pronto comprendió que esta le gustaba mucho más.

—¿Qué es lo primero que querrías saber?

—Qué ocurrirá ahora, supongo.

—Lo que ocurrirá ahora es que se despacharán copias de tu contrato firmado a todos los que les concierna. Kim te enviará un paquete de información sobre el plan de rodaje, dónde y cuándo tendrás que estar, cómo llegar allí y varios teléfonos. Después, Eddie Lynch y la guionista te prepararán las escenas con sus programaciones en una semana, más o menos. Harás repasos de guion hasta que Eddie quiera que vayas por allí; te tomarán medidas para el vestuario, te maquillarán para las pruebas de luz, todas esas cosas tan aburridas y tan esenciales. No te traigas a una amiga para que te haga fotos —ordenó con una breve sonrisa—. Si lo hicieras parecería que te hubieses tatuado un «novata» en la frente.

—Gracias, lo recordaré —Gail desvió la vista a un lado como si estuviese tomando buena nota mentalmente.

Sería fascinante contemplarla mientras lee un libro, pensó Selena.

—Habrá un fotógrafo de rodaje y acabarás teniendo un montón de fotogramas para tu book. ¿Puedo hacerte una pregunta, algo impertinente pero muy relevante?

—Claro.

—Tendrás que besar a Hyde varias veces, una de ellas bastante apasionadamente. ¿Te será difícil hacerlo?

—¿Por qué...? —Gail pestañeó sorprendida—. Ah, lo dices porque soy lesbiana. Bueno, he de admitir que a los únicos tíos a los que he besado los besé cuando actuaba en el teatro de mi ciudad si no contamos a Mitch Conroy, en cuarto curso. Su mote era Chicazo; creo que fue eso lo que me confundió.

Selena no pudo evitar soltar la carcajada.

—Yo tuve que salir con un par de chicos para ver cómo era aquello; pero me crie en Hollywood, así que, cuando vi que la cosa no funcionaba, tuve un montón de modelos de conducta ante mí que me hicieron pensar que tal vez estaba mirando al lado equivocado de la especie.

—¿Te refieres a que casualmente vivías aquí o a que te criaste en el verdadero Hollywood?

—Mi padre era productor.

—Oh, qué interesante.

La verdad es que no. Nunca fue tan malo como un Ed Wood ni tan bueno como para hacer algo más que cortometrajes. Pasamos un tiempo en México rodando películas.

Aquellos años habían sido los mejores; por entonces disfrutaban de montones de dinero en lugar de montones de gritos. Sin embargo, cuando volvieron a mudarse a Hollywood, Selena estaba dos cursos por debajo de las niñas de su edad. Había sido difícil integrarse de nuevo, especialmente debido a que a su padre y a su nueva esposa les daban igual sus traumas escolares.

—Nada que puedas encontrar en Netflix —concluyó—. Podría haber sido bueno si no bebiera tanto.

—Siento oír eso. El padre de uno de mis primos es alcohólico, y no es nada fácil.

Tal vez era el helado. La nuez pecana se le estaba subiendo a la cabeza. Se sentía algo mareada, y Gail tenía una sonrisa tan cálida...

—Mi padre está en la Wikipedia.

—Bueno, eso es algo. Al menos se le recuerda.

No era difícil creer que Gail fuese del Midwest. Siempre buscando el lado alegre, diciendo algo positivo.

—No por sus películas —explicó Selena—. Cooperó con el Comité de Actividades Antiestadounidenses. Considerablemente.

Contempló cómo se iban reflejando las distintas emociones en el rostro de Gail: sorpresa, conmoción, repugnancia. Para evitarle tener que pensar en algo agradable que decir, añadió:

—Era joven, claro, e ingresó ya al final, pero dio los nombres de las personas que acudían a ciertas fiestas, y estaba encantado de que McCarthy recordase su nombre de pila. Le dieron el nombre de alguien como posible sospechoso y comenzó a frecuentarlo, tomando nota de sus amigos y de lo que hablaba con ellos.

Selena no llegó a conocer el alcance de la cooperación de su padre en la caza de brujas anticomunista de Hollywood hasta después de que este muriera. Para ella había sido una conmoción descubrir que, además de su incurable alcoholismo, había sido un informante en perjuicio de personas que le creían amigo, lo cual añadía una capa de sordidez a la imagen que tenía de su padre, ya de por sí inconexa y desconcertante.

—Para alguien que deseaba hacer películas, nunca supo ver el plano general. No creo que llegase a comprender que estaba saliendo adelante a base de arruinar las vidas de los demás, y que ni siquiera sus amos le respetaban. No sé si comenzó a beber después de aquello o si ya le daba a la botella, pero nunca dejó de intentar destrozar a la gente para utilizar sus cuerpos como escalera. No era una buena persona. Mi hermano y yo tuvimos que arreglárnoslas prácticamente por nuestra cuenta desde que mamá murió: ninguna de sus posteriores esposas o novias sabía muy bien qué hacer con nosotros. Me temo que no fui muy amable cuando se quedó sin un duro y acudió a mí.

—¿Qué otra cosa esperaba que hicieras?

Una podría ahogarse en aquellos ojos que no eran exactamente como el jade, pensó Selena.

—¿Qué haría alguien de Iowa?

—Encontrarle una residencia, ingresarlo en ella y visitarle.

Selena se encogió de hombros, engulló otra repleta cucharada de helado y se dijo que aquel pequeño intercambio de confesiones estaba bordeando las relaciones improcedentes con una actriz bajo contrato. No era que hubiese ninguna regla escrita, tan solo eran sus propias normas. Y solía atenerse a ellas por buenos motivos.

No le visité. Pero nos hemos desviado mucho de mi pregunta. ¿Podrás besar a Hyde Butler? Millones de mujeres te envidiarán.

El rostro de Gail se tornó aún más pensativo.

—No es que... Quiero decir, cuando interpreto un papel no me enrollo con mi oponente. Soy un personaje que besa a otro personaje. Georgette siente una retorcida atracción por Elgin, y yo no tengo ningún problema en representarla. Hyde Butler no me parece el tipo de hombre convencido de que yo debería estar loca por él, ni de los que disfrutan pidiendo otra toma como si estuviesen de caza.

—Tampoco a mí me lo parece —admitió Selena—. Pero no dejes que te engañe su encanto de tranquilo chico del sur, es de alto voltaje.

—Oh, sí, es cierto —convino Gail asintiendo vigorosamente—. Tiene una energía concentrada dentro del pecho que se le expande por los hombros como si fuese una enorme bola brillante.

Selena se había abierto camino en la copa de helado lo bastante para descubrir una segunda capa de caramelo caliente. El hablar sobre cine la ayudaba a mantener la compostura y a suavizar el dolor que sentía en el pecho. El firme enfoque de Gail no parecía disminuir su asombro ni su emoción ante el proceso.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Mi profesor de teatro del instituto, hace años, nos enseñó las fotografías de muchos famosos y nos explicó que cada uno de ellos poseía su propia zona de energía. Es el punto hacia el que el público suele mirar la primera vez que entran en escena. Hizo la prueba con nosotros mostrándonos a estrellas como la Hepburn, John Wayne o Anne Bancroft. Y con todo tipo de gente carismàtica, como Al Capone y, sí, el senador McCarthy. La clase anotó hacia dónde habían mirado primero cuando nos mostraba cada foto, y nuestras respuestas fueron muy similares. En Katherine Hepburn, por ejemplo, era toda esta zona —Gail se rodeó la mandíbula con ambas manos y después las bajó hasta la garganta—. Tensa en los papeles dramáticos, y más grande, como más asentada sobre los hombros, cuando hacía comedia. En John Wayne era la zona de las caderas, en Cary Grant justo por encima del corazón, en Bette Davis... —hizo un expresivo gesto sobre sus propios pechos—. Y su energía fluía hacia arriba hasta abarcarle todo el rostro. En las grandes estrellas, la zona de energía se movía cuando interpretaban papeles diferentes. La de Jimmy Stewart estaba por todo su cuerpo. Hyde tiene la suya en el pecho, entre los hombros, enroscada como una serpiente. Si pudiese relajarla, dejar que parte de esa energía ascienda hasta los ojos, eso ampliaría mucho sus posibilidades.

De repente se detuvo ruborizándose ligeramente.

—Oh... Escucha, lo retiro todo. Yo no sé nada de nada, y desde luego no es asunto mío decirle a alguien como él cómo tiene que actuar. No lo haré cuando le tenga delante, lo prometo.

Selena lamió su cuchara. El helado de nuez pacana era la mejor droga de todas.

—No pasa nada, no se lo diré. ¿Qué hay del resto del reparto?

—Jim Sherman lo tiene por todo el vientre, como Peter Lorre y Steve Buscemi. En Jennifer Lamont comienza en su ombligo y fluye hacia abajo porque... —Gail tragó saliva—. Bueno, yo no... solo... Posee una increíble reserva de energía sexual, como la Monroe, quien sabía alzarla hasta su rostro y mostrar inocencia a la vez que todo ese atractivo sexual.

Selena estaba demasiado inmersa en el éxtasis producido por el helado para evitar que su rostro se encendiese ante aquello. Consiguió al menos no decirle «Como si no lo supiera» a la avergonzada Gail.

—Olvidé... —tartamudeó esta—... que vosotras dos...

—No pasa nada —la tranquilizó Selena—. Tienes razón.

—Es muy hermosa, y no digo que no me haya dado cuenta, claro que sí, hay que estar ciego para no darse cuenta, pero no me muero por echarle un polvo ni nada parecido —Gail cerró la boca de golpe y se puso en pie—. Será mejor que vuelva al trabajo antes de decir algo más estúpido todavía.

—No te preocupes, Gail, de veras. Fui yo quien preguntó.

A Selena le divertía el imprudente candor de Gail. Si no aprendía a refrenarse pronto, podía tener unos cuantos encontronazos con la prensa aunque esa era una habilidad que podía aprenderse. Y tenía toda la razón. La sensualidad de Jennifer no era mero fingimiento. Tal vez ese era el enfoque correcto ahora que había llegado al fondo de su copa de helado. Analizar a Jennifer, pensar en ella como en un cúmulo de habilidades, no una mujer. Era más fácil imaginarla como una especie de prototipo de la Monroe, no como un cálido ser de carne y hueso. No era doloroso decirse que, si se hubiese abierto camino un poco más bajo la falda de Jennifer, se habría encontrado una cremallera tras la cual se escondía el vampírico lagarto extraterrestre que no habría dudado en arrojar a Selena sobre un río de lava para poder llegar sano y salvo a la otra orilla.

Se sentía mejor después de haber hablado con Gail, eso desde luego. Aquella mujer tenía el ego de los actores, sin duda, pero este no parecía alimentarse más que de su propio interior. Una parte de Selena se preguntó si en estos tiempos podía existir realmente una aspirante a actriz del Midwest con una anciana tía que creía en ella. Era más seguro suponer que todo era mentira, ¿no?; pero cada minuto que pasaba junto a Gail no hacía más que confirmar que era una persona considerada, tal vez incluso amable. Costaba imaginarla asiendo un plato de comida con la intención de volcarlo en el regazo de alguien. Imposible creerla capaz de evaluar a potenciales compañeras de cama por los ascensos que podrían ofrecerle.

Extrañamente, se quedó pensando que tal vez sería más seguro tomar a Gail por una actriz más de las que tenían los ojos puestos en su siguiente papel. ¿De verdad tenía algo que temer?

Ya casi estaba junto a su automóvil cuando oyó que Gail la llamaba. El aparcamiento no estaba bien iluminado, pero no parecía haber nadie merodeando por allí.

—Tu móvil —anunció Gail jadeando ligeramente—. Menos mal que te he pillado.

—Es increíble que no notase al momento que no lo llevaba encima.

—Se cayó en la salsa, pero lo he limpiado —dijo Gail ofreciéndoselo.

No había luz suficiente para verle la cara, pero Selena notó el tono burlón.

—Vaya, gracias. Cada vez que haga una llamada me apetecerá puré de patatas.

Sus dedos se rozaron cuando el teléfono pasó de una mano a la otra. La risa de Gail llenó los oídos de Selena de la misma calidez que había irradiado de su breve contacto.

—Te veo en unos días —se despidió Gail retrocediendo—. Bueno, en unos cuantos.

—Lo sé —contestó Selena—. Hasta entonces.

—Hasta entonces —contestó Gail cuando ya se alejaba.

Para cuando Selena salió marcha atrás de su plaza de aparcamiento, Gail había entrado de nuevo en el local. Podía verla ante la ventana charlando con un cliente con su relajada sonrisa curvándole los labios. Aquella imagen persistió durante todo el viaje hasta casa, y volvió a ella cuando ya se metía en la cama. La pequeña parte de ella que le decía que tal vez debería centrar sus pensamientos en otra cosa se vio silenciada por el resto, y se quedó dormida oyendo todavía la risa de Gail.