# # # Cotillástico # # #
Se han resuelto todos los misterios que rodeaban la nueva e interesante película Barcelona y a sus macizas estrellas. Encontraréis fotos de los rodajes de exteriores en España en toda nuestra página. La Lúbrica Lamont está que se sale, literalmente... ¡huuy! ¡Gracias, fiel lectora, por esa foto! ¿Y quién es esta a quien vemos tan a gustito con La Welles? ¡Sabemos que G.W. tiene una caliente escena con H.B. en la película, pero también parece haber tema con esa linda rubita! ¿Novietas en el set?
Se rumorea que Levi Hodges ha compuesto una nueva canción para la banda sonora de Barcelona. ¡Recordad que fue aquí donde se explicó por primera vez la conexión entre Butler y Hodges! Estando Butler, Hodges y Lynch trabajando en esta peli, ¿cómo puede salir mal? ¡Compradnos ya las entradas!
Capítulo 12
Era difícil mantener la mente concentrada en facturas y proyecciones, pero el estar encerrada con Kim para repasar los gastos durante todo el fin de semana evitó a Selena volver a curiosear qué estaría haciendo Gail. No había contado con que sería tan duro el simple hecho de mirarla. Con hacerlo solo una vez era como si ya no pudiese apartar los ojos de ella.
Gail había salido toda la noche del sábado con Hyde y Jennifer, pero en el brunch del domingo Selena consiguió guardar la compostura atendiendo como una más de sus muchos oyentes a las aventuras de los tres, que incluían una visita nocturna a la Sagrada Familia, un considerable soborno para colarse en la catedral después de la puesta del sol y la subida a un andamio de obra para fotografiar las luces de la ciudad.
Nadie buscaría significado alguno a su atónita pero franca carcajada en el momento en que Hyde narró la veloz reacción de Gail cuando un guardia de seguridad la arrinconó, sacando un rotulador Sharpie y ofreciendo un autógrafo de Jennifer Lamont sobre el pecho del agente. Jennifer dijo incluso que desde ahora pensaba viajar siempre con un Sharpie porque nunca se sabía qué problema podía solucionarle.
El recuerdo de un problema en el que Jennifer se había metido y que les había costado a ambas su relación seguía siendo amargo, sin duda, pero ya no era el mismo tipo de dolor que había estado arrastrando durante un año. Se diluyó todavía más mientras contemplaba las manos de Gail trazando formas en el aire, intentando describir las figuras que adornaban las originales agujas de la catedral. Conocía bien aquellas manos, su fuerza, sabía cómo podían juguetear por toda su piel o alcanzar sus zonas más anhelantes.
Se obligó a sí misma a cortar en trozos una pera para así recuperar el aliento.
—Con un poco de suerte nadie nos habrá fotografiado, o apareceremos en esa horrorosa web en la que están obsesionados con nosotros —dijo Gail—. Han convertido el momento en que un insecto me entró en el ojo y la ayudante de camerino trataba de quitármelo en un achuchón entre ambas. ¿De verdad ganan dinero con los anuncios publicitarios, tanto que les vale la pena mentir por ello?
Selena se alegró de tener las manos ocupadas. Había visto aquella foto, y su razón le había dicho que no era más que una chorrada, como siempre, pero sus rostros estaban tan juntos y la otra mujer era tan guapa... No le había hecho ninguna gracia descubrir que podía sufrir un estúpido ataque de celos. Gail no era ninguna veleta y no era probable que le gustasen las aventuras, de modo que no había razón alguna para angustiarse. Sabía que si pudiesen estar tan solo unos minutos a solas olvidaría sus preocupaciones. Probablemente también acabarían haciéndolo de nuevo, y eso era lo malo.
—Seguro que sí —dijo Jennifer—. Y dado que eran mis tetas las que fotografiaron desde todos los ángulos, quiero un porcentaje de los beneficios. Al menos les cancelaron la película, aunque ahora se puede conseguir en cualquier otra parte.
—Imagínate el festín que tendrían si nos hubiesen arrestado ayer noche —dijo Hyde—. Jim, tendrías que habernos acompañado.
James negó con un gesto.
—Ya, parece que fue una verdadera juerga. Pero la verdad, chicos, no sé de dónde sacáis las energías. Yo estaba frito a las ocho.
—Eso debería haber hecho yo —dijo Gail levantándose para servirse otra taza de café—. ¿Alguien más quiere?
Varios dijeron que sí, y Gail fue rodeando la mesa y sirviéndoles de la jarra que había sobre un aparador.
—¿Azúcar? ¿Leche? Aprovechad para dejar propina.
Sin poder hacer nada para evitarlo, Selena vio cómo Gail llenaba la taza de Jennifer con la eficiencia de una camarera. Tal vez la actriz no se diese cuenta... después de todo, seguramente todos sabrían ya que Gail había trabajado en un restaurante, como la mitad de los actores de Hollywood.
La suerte no estaba de su lado, o tal vez fue la propia expresión de Selena la que hizo que Jennifer la mirase con especial atención antes de volver a observar a Gail, que ya devolvía la jarra de café al aparador.
—Sabía que te había visto en alguna parte —le dijo—. Fuiste mi camarera en algún momento, ¿verdad?
Gail se sonrojó.
—Tal vez. Y tal vez esperaba que no lo recordases por si tenía una noche libre.
Quizás todo hubiese acabado con unas risas si no fuese porque en ese momento Gail miró a Selena con una petición de socorro en los ojos.
—¿No fue en un restaurante de WeHo? ¿Lo recuerdas, Lena? Me llevaste allí después de aquella gala del museo.
Se produjo un pequeño silencio. No había más salida que la verdad.
—Sí, lo recuerdo, y Gail fue nuestra camarera. No la había reconocido.
Era la verdad, aunque no toda.
—Lo pasé muy mal temiendo que cualquiera de las dos llegase a reconocerme. Fue una situación muy incómoda.
—Hay un tipo que tiene un blog en el que dice que le vendí un aparato de aire acondicionado que no funcionaba —dijo Hyde alargando el brazo por delante de Jennifer para alcanzar la cesta de fruta.
—¿Y cuándo caíste en la cuenta, Lena?
Jennifer no pensaba dejarlo pasar.
—No caí, fue Gail quien me lo recordó.
Jennifer estaba a punto de hacer otra pregunta cuando un alarmado quejido de Kim atrajo la atención general.
Selena se inclinó hacia ella. Kim estaba mortalmente pálida.
—¿Qué te ocurre?
—No lo sé.
Eso fue lo último que dijo y, a continuación, pareció que todo sucedía a cámara lenta. Kim cayó hacia delante, sobre la mesa, y tras rebotar cayó como un trapo sobre el suelo de losetas. Unos segundos después comenzó a sufrir convulsiones; los tacones de sus sandalias golpeaban el suelo como un tambor.
Selena no podía moverse. Los brazos no la obedecían.
Fue Jim quien primero llegó junto a ella.
—Que alguien traiga un cojín y llame a emergencias —gritó dirigiéndose después a Hyde—. Ayúdame a colocarla de costado. Es lo único que podemos hacer.
El ataque de Kim cesó de repente, y Selena se dio cuenta entonces de que había estado aguantando la respiración.
—¿Está...?
—Maldita sea, no respira.
A Selena le vino la imagen de sus clases escolares de primeros auxilios. Jim parecía saber lo que hacía mientras que ella ni siquiera había sido capaz todavía de ponerse en pie. Jennifer había salido de la estancia a toda prisa y había vuelto con el conserje, quien estaba hablando por teléfono, muy nervioso.
Podía oír a Jim contando para sí «Uno, dos, tres».
—¿Qué es eso? —preguntó Hyde, pero Selena seguía sin poder levantarse para mirar.
—Parece la picadura de una araña —dijo Jennifer.
—Lo es, y sigue hinchándose —convino Gail—. Esto puede ser una reacción alérgica.
—Creo que es anafilaxis.
—Ellos dicen cinco minutos —explicó el conserje en su mal inglés—. En España hay doctor en ambulancia.
Por fin, Selena consiguió ponerse en pie. Se sentía impotente y absurdamente inútil, sin saber qué hacer mientras Kim estaba tal vez muriéndose ante sus ojos. Pensó en mil cosas sin sentido alguno, como en hervir agua, en si rezar serviría de algo cuando hacía años que no entraba en una iglesia, o en si Dios preferiría que desde allí las oraciones fuesen en español. Pero ella no sabía español, y nada de lo que se le pasaba por la cabeza podía ser útil para nadie. Estaba paralizada, y tan solo tenía ojos para el rostro inerte de Kim.
Jennifer señaló el irregular e hinchado bulto que Kim tenía en la pierna, justo por encima del tobillo. A Selena le vino a la mente una imagen de Spiderman, otro ejemplo más de respuesta inútil ante una emergencia; ¿de qué demonios servía una película en aquellos momentos? Pero su mirada recorrió el trozo de suelo bajo la mesa, y después los alrededores, hasta localizar el cuerpo sin vida de una araña. Parecía un bicho de lo más corriente, nada radiactivo, pero aun así colocó sobre ella un vaso boca abajo.
—¿Has encontrado la que le picó?
Gail estaba a su lado, firme y tranquila.
—No lo sé, pero tal vez ayude.
Una sirena la sacó de su atontamiento. Entonces comenzó un remolino de actividad y la consecuente orden de que todos se quitasen de en medio. Lo dijeron en español, pero no había duda sobre lo que significaba. Hubo que insistir varias veces antes de conseguir que alguien les prestase la suficiente atención para explicarles lo de la araña, y a continuación fueron expulsados sin más ceremonia hacia la sala contigua.
«Dios mío, por favor, no dejes que se muera», rogó Selena sin saber a ciencia cierta si lo había dicho o no en voz alta.
Entonces Gail la rodeó con sus brazos y por fin respiró sintiéndose a salvo.
Unos minutos después apareció el doctor y le explicó algo al conserje. Jim, que entendía un poco el español, asentía al oírlo.
—Seguramente se pondrá bien —tradujo—. Le han dado un suero genérico para las reacciones alérgicas. Sin embargo, teme que se haya fracturado el cráneo al caer al suelo. Lo tiene muy hinchado.
El conserje añadió:
—La araña es común, mucha gente pica, pero señora Kim tiene mala reacción. Alguien con ella a hospital, ¿sí?
—Yo iré —se ofreció Selena casi llorando de alivio a pesar de que una fractura de cráneo parecía algo muy, muy grave—. Aunque no sirvo de mucho. Jim, has estado increíble.
Los rasgos de libertino del actor estaban demacrados de preocupación.
—Gail sirvió mesas. Yo fui técnico de emergencias sanitarias mientras estuve en la universidad, y todavía salgo a atender llamadas un fin de semana al mes. Dios mío, espero que esté bien.
—Yo iré contigo, Lena —dijo Jennifer.
—No.
A la mierda las consecuencias. Kim podría haber muerto, y aún podía suceder, ¿qué importaban sus estúpidas reglas y su estúpido orgullo?
—No. Quiero que venga Gail.
***
Los hospitales españoles se parecen mucho a los de Iowa, pensó Gail. La mitad de las cosas estaban rotuladas en latín, y de todas formas eran indescifrables para ella. Los letreros de advertencia eran rojos, y su básico español era suficiente para darse cuenta de que cuidado significaba esencialmente «no hagas el idiota aquí». Aun así, habría podido serle útil a Lena si supiese hablarlo, pensó maldiciendo las limitaciones de su monolingüismo. El escolta de seguridad de ambas llegó unos minutos después que ellas, lo cual fue una gran ayuda a pesar de que hubo de poner su inglés a prueba al intentar traducir algunos tecnicismos médicos.
Unos treinta minutos después de su llegada apareció un doctor para informarles de las novedades. De una manera bastante errática les explicó que la herida que Kim tenía en la cabeza era una pequeña fractura que se cerraría con el tiempo, y que la mantendrían en observación toda la noche para asegurarse de que no tuviese una conmoción cerebral o cualquier otro daño debido a la caída. Lo que más le preocupaba al doctor era su reacción a la picadura de una araña europea de lo más común. Si le hubiese picado cuando estaba sola, el efecto probablemente habría sido mortal.
—Entonces se irá a casa tan pronto como pueda volar —decidió Selena—. Nada merece que se ponga una vida en riesgo.
Abrió el móvil de un rápido manotazo y acto seguido dejó escapar una amarga carcajada.
—Estaba llamando a Kim para que se reservase a sí misma un vuelo a casa.
—Tal vez deberías telefonear a su hija —sugirió Gail ofreciéndole otro pañuelo de papel de los que había cogido de la recepción.
Lena se secó los ojos con pequeños toques.
—Allá es plena noche, y no hay por qué despertar y alarmar a su familia cuando no podrán coger un avión hasta que amanezca. Ya sé qué puedo hacer. Dentro de unas horas despertaré a Alan, y él lo pondrá todo en marcha. Tal vez su hija y su madre puedan volar hasta aquí.
—¿Tendremos que suspender el rodaje por un tiempo?
Hablar sobre los detalles parecía ayudar a Lena a mantener la concentración. Gail había temido en más de una ocasión verla desmayarse.
—No, yo puedo encargarme —contestó Lena dedicándole una brillante y segura sonrisa que apenas duró un par de segundos; después su rostro se desmoronó, y Gail la atrajo hacia sí.
—Kim está bien, va a ponerse bien.
Poco después Lena susurró apoyada en su hombro:
—Todo el mundo dice que la vida es muy corta para esto o para aquello. Pues bien, es demasiado corta para no abrazarte. Demasiado corta para no haberle dicho a Kim lo mucho que valoro su amistad.
—Entonces te van a calificar con un «Hazlo de nuevo».
—¿Cómo puedes ser tan lista? —Selena gimoteó ruidosamente junto al oído de Gail—. Seguramente nunca has sido tan estúpida como para dejar que te rompiesen el corazón.
—No he querido tanto a nadie como para correr ese riesgo, eso es todo.
La abrazó con más fuerza. Habría añadido algo más y seguramente la habría besado para consolarla, pero por encima del hombro de Lena distinguió el alto e inconfundible perfil de Hyde, a pesar de que se había puesto una gorra y gafas de sol. Tras él llegaba una multitud de actores y técnicos.
—Tenemos compañía —anunció Gail.
Jennifer se dio cuenta de que había estado abrazando a Selena. Gail tragó saliva, nerviosa. Claro que, siendo realistas, se preguntó qué podía hacerles Jennifer, ahora que todos lo sabían, sin perjudicarse sobre todo a sí misma. ¿De verdad sería lo bastante estúpida como para ir con el cuento a los especialistas en cotilleos solo por despecho?
Al abrazar a Lena bien fuerte contra sí, Gail había sentido que aquella era la verdadera razón por la que había venido al mundo, la única razón por la que había nacido. Lo único que podía comparársele, aunque solo de lejos, era la sensación de olvidarse de sí misma cuando interpretaba. Era como si la magia del cine se hubiese hecho realidad, de verdad, para ella. Y no pensaba permitir que el gusto por el escándalo de Hollywood se lo arrebatase.
Lena informó al grupo de las novedades en el estado de Kim y volvió a alabar a Jim.
—Tu rápida actuación probablemente le salvó la vida. Debemos sacarla del país lo antes posible. Espero que su hija o su madre puedan volar aquí y acompañarla hasta casa. Si no es así, enviaremos una cuadrilla de escoltas con ella para asegurarnos de que esté atendida en todo momento. Sé que estamos todos muy afectados por esto...
Se le quebró la voz y hubo de inclinar la cabeza por unos momentos. Gail deseó abrazarla de nuevo, pero la situación ya era lo bastante delicada como para eso.
—Suspenderemos el rodaje durante unos días —ofreció Eddie.
—Si hacemos eso, Kim se levantará de la cama y empezará a golpearnos con la cuña —protestó Hyde moviendo la cabeza de un lado a otro para dar más énfasis a sus palabras—. No, lo mínimo que podemos hacer por ella es llevar este barco a buen puerto sin su ayuda.
Selena se echó a reír.
—¡Eso es, eso es! Yo me quedaré por aquí, y podemos hacerlo. Sois un grupo tan magnífico de profesionales que no dudo que podamos continuar. Kim tomará las riendas en los Estados Unidos en cuanto esté recuperada.
Eddie asintió.
—Bien. Entonces, como es domingo, estoy listo para irme a la playa.
—Está absolutamente prohibido broncearse. Los actores no pueden ir a la playa —le recordó Jennifer—. Así que tendrás que ir solo. Yo me quedo aquí un rato.
Gail se sintió aliviada cuando Hyde optó también por quedarse un poco más. Los ojos de Jennifer eran como dagas de cristal. En ese momento se dio cuenta de que el que a ella no se le ocurriese qué podría hacer la actriz para perjudicarlas no significaba que Jennifer no fuera a intentarlo.
La sala de espera era pequeña. Casi ninguno de los que los rodeaban hablaba inglés, aunque Gail sabía que algunas de las enfermeras eran bilingües. Unos cuantos miraban a Hyde con curiosidad.
Selena no esperó. Concentrándose en Jennifer por completo, le preguntó:
—¿Hay algo de lo que quieras hablarme?
—Siempre tan directa; esa es una de las cosas que nunca me han gustado de ti.
Jennifer se recostó en una silla balanceando una de las sandalias en la punta del pie. Se quitó las gafas de sol, y Gail hubo de obligarse a no reaccionar con admiración ante aquel rostro tan perfecto. Era difícil; aquel tipo de belleza no era pasiva, y Jennifer lo sabía.
—Y bien, ¿cuánto hace que empezó esto? —preguntó la actriz señalando a Gail.
—No es asunto tuyo, pero, por los viejos tiempos, te diré que no hay ningún «esto».
Jennifer se echó a reír.
—Casi me engañas.
Gail decidió que no tenía por qué quedarse callada.
—No estamos follando a escondidas aunque eso no debería importarte.
Era cierto en el presente, al menos, y no había razón alguna para confesar que solo era así porque Selena había estado casi todo el tiempo al otro lado del mundo.
—No tienes por qué creernos —dijo Selena encogiéndose de hombros.
—Vale, sí, te creo —replicó Jennifer—. Aunque no era eso a lo que iba.
—¿Qué pretendes entonces?
La pregunta de Hyde hizo que Jennifer le mirase.
—No creo que esto te concierna.
—Ah, pero a mí me parece que sí. Mi agente es BeBe LaTour, y creo que ella y tú sois como dos gotas de agua.
—¿Tú crees? —replicó Jennifer muy ofendida.
—Claro. El talento de Gail como actriz es mucho mayor que el de todos nosotros. Ese es el factor decisivo. Es tan cojonuda que ni siquiera nos roba las escenas, sino que es fiel al personaje creado por el guionista. Cuando es el momento de Georgette, Gail se apodera de todo pero, cuando no lo es, permite que brillen los demás. Solo con eso... en fin, seguro que habrá críticos que lo adviertan. Más publicidad para ella. Lo que significa menos para todos nosotros.
Selena estuvo a punto de asentir, y Gail comprendió en ese momento que Lena había estado preocupada todo el tiempo por los celos profesionales de Jennifer, y había intentado protegerla de ellos. Pero no acababa de entender lo que Hyde quería decir. ¿Por qué iba nadie a tener celos de ella?
Jennifer se había ruborizado ligeramente aunque Gail no sabría decir si era de ira o de vergüenza.
—Eso ya era malo de por sí —continuó Hyde—, pero ahora, esta increíble novata no solo está haciéndote sombra, sino que además resulta ser la nueva novia de Selena Ryan. De esa Selena Ryan: La que tú abandonaste, pero que aun así fue lo bastante generosa como para darte un papel en esta peliculita, no tan soporífera como podría parecer. En la cual, vista tu filmografia, cariño, estás haciendo uno de tus mejores trabajos.
Jennifer se cruzó de brazos.
—Vale, es cierto, me da cien patadas que alguien me eclipse. Y no creo que tú tengas la menor idea de lo que se siente. Cuando tengas sesenta años seguirán dándote papeles de galán. Cuando yo los cumpla estaré pregonando las bondades de algún maquillaje en la teletienda. Eso si tengo suerte. Me quedan tal vez cinco años para asentarme como algo más que un cuerpo bonito, o tendré que casarme con algún tipo rico. De modo que, ¿qué hay de malo en querer dejar huella?
Hyde se encogió de hombros.
—Sé que las mujeres lo tenéis muy crudo. Vendemos las películas gracias a vuestros cuerpos, aunque ahora mismo también el mío vende bastantes. Estoy aquí por la misma razón que tú, porque yo tampoco soy más que otra cara bonita. La mía tiene una vida útil mucho más larga, pero yo también quiero dejar huella.
—¿Entiendes entonces el que me preocupe verme eclipsada?
—Jennifer, entiendo por qué estás preocupada —intervino Gail—. Es decir... no creo que yo tenga un talento tan grande. Pero comprendo lo que dices sobre el poco tiempo que te queda. Lo que no sé es qué esperas que haga yo al respecto.
—Yo sí lo sé —dijo Selena—. Y no pienso hacerlo.
Desconcertada, Gail miró a Selena con gesto interrogante. Hyde se mordió el labio inferior.
—Llega un momento —explicó Selena— en el cual el productor de una película ha de decidir en qué ha de basar la promoción de la misma, y esa decisión puede pesar mucho en el desarrollo de la carrera de cada uno de sus intérpretes.
—Se refiere a apariciones en programas televisivos de entrevistas, invitaciones a charlas e incluso a qué nombres aparecen en los primeros rumores sobre candidatos a un premio u otro.
—No pienso excluir a Gail. No es justo. No está bien.
Jennifer volvió a recostarse en el asiento. Su postura dibujaba todavía una atractiva y relajada curva, pero Gail estuvo a punto de retroceder pues le recordó a un tigre a punto de saltar. Jennifer miró largo tiempo a Gail, y después a Hyde. A continuación parpadeó lentamente y se volvió hacia Selena, que estaba de pie junto a Gail, muy tranquila.
—Selena Ryan tenía fama de hacer siempre lo que fuese mejor para la película, costase lo que costase. Aunque eso la hiciese muy impopular ante alguna gente. Cuando el director de la película que hicimos mientras estábamos juntas declaró que una gran parte de mi trabajo era una mierda, eso se eliminó en el montaje... y tenía razón. Selena Ryan lo quitó a pesar de que sabía que los murmuradores dirían que había sido por venganza, porque para entonces ya habíamos roto.
—Murmuradores a los que tu novio y tú proporcionasteis unos cuantos detalles muy útiles —replicó Selena sin perder la calma.
Gail se quedó sin respiración. No sabía que Jennifer hubiese acudido en el pasado a la prensa amarilla. Lena la había estado protegiendo de unos tiburones que ella ni siquiera había llegado a avistar en el agua.
—Por muy doloroso que pueda serte personalmente... —dijo Jennifer poniéndose en pie sin prisas—... Es innegable que mi participación, total y entusiasta, en la promoción de esta película ayudará a mejorar el resultado final mucho más que un pequeño revuelo de la crítica en torno a una recién llegada. Creo que no es justo que me deje el pellejo promocionando la película y que después se me aparte a un lado cuando llegue el momento de repartir los premios. Yo os haré ganar más dinero, a ti y a los inversores. Así de simple. De modo que, ¿qué piensa hacer Selena Ryan?
Gail empezó a decir que a ella ni se le ocurría pensar que tuviese alguna posibilidad de competir por un premio con Jennifer Lamont, pero Selena la acalló con un gesto.
—¿Me estás dando un ultimátum?
—Solo te estoy explicando las opciones que tengo —Jennifer hizo una pausa para juguetear con sus gafas de sol—. Puedo estar ahí con una gran sonrisa, o no mencionar esta película más que para atacarla.
Esta vez fue Hyde quien hizo callar a Selena. No se puso en pie, pero sí se inclinó hacia delante, los codos sobre las rodillas. No había ni rastro del despreocupado chico de campo aunque su acento se volvió más pronunciado.
—Se te ha olvidado una, Jenny.
—La verdad es que prefiero Jennifer.
—Jennifer, pues. Tienes una opción más. Piensa en esos jugadores de baloncesto que soñaban con que había llegado su turno de ser, tal vez, el jugador más valioso de la temporada después de años y años de trotar por la pista. Y entonces aparece Michael Jordán volando por media cancha hasta colgarse del aro. Están jodidos, y lo saben. Admiro a todos esos tíos que jugaron con Jordán y, aunque les quemase en la garganta, declararon que había sido un honor compartir la pista con él. Puedes escoger eso, Jennifer. Puedes elegir ser más grande.
Jennifer le miró con ferocidad.
—¿Y se supone que eso me consolará cuando tenga sesenta años y no encuentre trabajo?
—Te daría la posibilidad de ser de otra manera. Puedes tener sesenta años y anunciar maquillaje porque la gente solo te recuerda por tu antiguo aspecto, o puedes ser la dama elegante y con clase que todo el mundo quiere que aparezca como invitada en su exitosa serie porque los actores de televisión consideran un honor compartir contigo los decorados durante una o dos semanas. Y no tiene por qué ser por tu cuerpo. Puede ser por tu carácter. El carácter es más duradero. Sé que para las mujeres es complicado... pero sí tienes otra opción. No tenerla en cuenta es aceptar la opinión que los murmuradores tienen sobre nuestro negocio. Les da la razón cuando dicen que las mujeres son desechables e intercambiables.
Gail deseaba que el suelo se la tragase, desaparecer tras una pared o algo así. No podía creer que todo aquello fuese por ella. Magnífico: ahora que era una estrella en ascenso, las estrellas consagradas tenían poder sobre ella, pero también se sentían amenazadas. Nunca habría supuesto que su ambición de ser actriz pudiese causar aquella reacción en los demás.
La boca de Jennifer se torcía en una amarga mueca.
—¿De modo que ella se lleva a Selena y también los elogios?
—Solo me llevaré lo que me haya ganado —intervino Gail en voz baja.
Jennifer la miró de arriba abajo con gesto incrédulo.
—No acabo de creerme que declarasen que en ese cuerpo se había reencarnado la Hepburn.
Aquello ya fue demasiado para Gail.
—¿Hay alguna razón por la que no deba abofetearte por grosera?
—Si no lo hace ella lo haré yo —dijo Selena—. De veras, Jennifer...
La aludida alzó una mano y miró a Hyde de soslayo.
—Entonces, ¿qué se supone que debo decir? ¿Cuál es la frase que me convertirá en una figura admirable?
Hyde se puso en pie y tomó las manos de la actriz entre las suyas.
—Mi preciosa y encantadora Jennifer, tú y yo estamos orgullosísimos de ser los mentores de esta joven actriz tan llena de talento, a quien le deseamos el mayor de los éxitos. Ha sido un honor aparecer en su primer proyecto, y esperamos poder volver a trabajar juntos.
Mientras hablaba, la balanceaba al compás de un vals haciendo el payaso hasta hacerla reír a su pesar.
—Debería odiarte —dijo Jennifer—. La maldad es mi mayor talento. Se me da realmente bien.
Selena deslizó la mano en la de Gail y la apretó suavemente.
—No, Jennifer —dijo—. Creo que estabas convencida de que era el único papel que se te permitía representar.
—Oh, está bien —respondió esta soltando a Hyde—. Tal vez acabe siendo un completo fiasco.
—Eh, que estoy aquí —protestó Gail—. Pueden odiarme todos, lo sé. Después de todo soy Gail, la sin gracia. La verdad es que ni siquiera sé por qué os estáis alterando tanto.
—Y por eso es una delicia trabajar contigo —Hyde la arrancó de la mano de Lena para continuar con su alocado vals; el resto de las personas que estaban en la sala de espera procuraron apartar los pies de su camino—. Te prometo que, cuando tenga ochenta años y sea un viejo cascarrabias, como debe ser, tú y yo abriremos un pequeño teatro que hay en mi ciudad natal para estrenar En el estanque dorado. Me reservo ahora mismo el ser tu coprotagonista.
—¿Por qué no en mi ciudad natal? —preguntó Gail dejando de bailar para evitar todo posible daño a los presentes.
—Allí iremos cuando tú cumplas los ochenta.
Jennifer se cruzó de brazos.
—Siempre puedo cambiar de opinión, ¿sabes?
A Gail no le pareció que estuviese bromeando.
—Jennifer —rio Selena—, para entonces seguirás pareciendo lo bastante joven como para interpretar a la hija.
Apareció por allí una enfermera, quien los miró con un gesto tan severo que todos tomaron asiento dócilmente.
Hyde se dio unos golpecitos en el estómago y miró a Jennifer.
—Bueno, a mí me vendría bien un poco de comida. ¿Te vienes?
La actriz miró a Gail con un gesto algo avinagrado.
—Sí, yo me quedo —dijo Gail. Miró de reojo a Lena como para decirlo todo.
Selena asintió.
—Se queda.
—Venga —dijo Hyde tirando de Jennifer para que se pusiera en pie—. Busquemos algún sitio donde me reconozcan. Eso siempre es bueno para mi ego.
Salieron de allí sin ponerse las gafas de sol, Jennifer del brazo de Hyde, y esta vez sí se giraron todas las cabezas.
—No intentará ligárselo, ¿verdad?
Gail negó con un gesto.
—Él ya está enamorado de otra, una dentista.
Selena soltó una carcajada, con la que se ganaron otra mirada severa. Siguieron riendo juntas por lo bajo, y hablaron de sus películas favoritas y de los lugares que esperaban visitar, sus manos rozándose ligeramente, hasta que una enfermera vino a decirles que Kim estaba despierta.
***
—¿En qué piensas?
Selena apartó la vista de los suaves perfiles del horizonte barcelonés, relucientes al sol de la tarde. Era extremadamente consciente de la presencia del chófer y de la falta de intimidad del coche alquilado, por lo que no quiso expresar todo lo que le pasaba por la mente. La presencia de Gail junto a ella en el asiento trasero tenía un efecto calmante y enervante a la vez, y el automóvil, de tamaño medio, le parecía también demasiado grande y demasiado pequeño.
—Pensaba que tengo mucha suerte de contar con Alan, y de que me alegro de que la madre de Kim esté de camino. Pensaba en lo hermosa que es Barcelona, y en que el mar tiene un aspecto muy tentador, y en que ojalá pudieses salir a tomar el sol durante unas horas.
No añadió que a cada pocos minutos revivía la sensación de tener el cuerpo de Gail sobre el suyo y la pura energía de sus brazos, que la mantenían cálida, segura y de una pieza.
Gail sonrió.
—Tengo ya un poco de color y me han reñido por ello, y eso que ni siquiera lo había intentado. No puedo estar morena a mitad de película y de nuevo con mi habitual palidez al final de la misma.
—Lo sé, los espectadores adivinarían el orden de filmación de la película, y no es bueno que estén pensando en eso en lugar de atender al argumento. Estaba pensando en la próxima que quiero hacer, de misterio y asesinatos, y en que me gusta tu colonia, y en que algunas veces la gente es fundamentalmente buena.
—Esas son muchas cosas para pensarlas todas a la vez.
—Soy muy multitarea —explicó Selena encantada de ver la risa reflejada en los ojos de Gail.
—Esperaba que pudieses ser de ideas fijas —Gail apoyó suavemente la mano en el muslo de Selena, y su calidez lo bañó todo, como el sol español.
—Te aseguro que, en los momentos adecuados, puedo estar muy centrada —replicó Selena con una mirada cómplice que le fue devuelta, y por unos momentos mantuvieron una muda y cariñosa conversación.
Selena trazó una perezosa curva en el dorso de la mano de Gail.
—¿En qué piensas?
—En estar a solas.
—Ajá... —Selena siguió el trazo de la línea de la vida de Gail con la punta del dedo, y después alzó aquella mano y la contrapuso a la suya—. Tienes los dedos mucho más largos que los míos.
Gail la apartó suavemente, pero no antes de que Selena notase su estremecimiento. Hizo un gesto para señalar la presencia del chófer, y su acusadora mirada pareció decirle «Nada de jueguecitos».
Volvió a cogerle la mano, esta vez un simple contacto para tener la seguridad de que Gail seguía allí.
En la villa había noticias que dar y más llamadas de teléfono por hacer. Gail se quedó junto a ella un rato, pero más tarde acabó escabullándose hacia la gran sala común.
Selena colgó después de una llamada y fue a buscarla, descubriendo que estaba profundamente dormida. Parecía una niña grande, las piernas flexionadas hacia ambos lados y los rizos en desorden. Cuando resopló en sueños y se dio la vuelta, la camiseta se le quedó tirante alrededor del torso.
Selena se sentó con cuidado en el brazo del sofá y la contempló a placer. La aguda línea de su mandíbula daba paso a la suave columna de la garganta, que imaginaba tibia bajo sus labios. Sonrió para sí misma recordando lo delicadas que eran las orejas de Gail. Las pestañas eran tan largas que su sombra alcanzaba las mejillas. El fuego que ardía en su vientre era innegable, pero Selena no recordaba haber mirado nunca a ninguna mujer con la indulgente ternura que sentía en aquellos momentos. ¿Por qué no había explorado cada centímetro de aquella mujer cuando tuvo oportunidad? Ahora le parecía una estúpida pérdida de tiempo, especialmente tras la sorprendente capitulación de Jennifer. En adelante hablaría siempre, siempre bien de Hyde Butler.
Sin embargo, sabía que Jennifer podía cambiar de opinión. Todavía no estaban seguras. Selena anhelaba encontrar lugares que no tenían nada que ver con el cuerpo de Gail, lugares donde mantenerla a salvo de todas las maldades del negocio del cine. Se sentía protectora, pero no porque Gail fuese débil o estuviese indefensa. Tal vez porque era una persona muy especial. Especial y maravillosa, una mujer única. Dulce por naturaleza, sin ser falsa. Dedicada, sin ser seca. Sexy, Dios, sí, sexy. Los latidos de su corazón la ensordecieron al recordar las palabras de Gail: «El único poder que tienes sobre mí es el que yo te dé».
¿Cómo podría nadie merecerse un regalo como aquel? Ahí está la contradicción, pensó. Es un regalo. Si tienes que ganarte algo, ya no lo es. Sin embargo, una vez que lo tienes debes conservarlo. Esa es la tarea. No como en las películas. En la vida real, como ella misma se había demostrado una y otra vez, había que luchar por conseguir y conservar todo lo que valía la pena. Sí, el amor costaba esfuerzo, más que nada en su vida porque quería que durase para siempre.
***
Al principio, el roce de algo suave en su mejilla tan solo le hizo volver la cabeza, pero, después, la imagen de la araña picando a Kim golpeó su cerebro como la descarga de un rayo. Gail se apartó de un salto, se sentó, su cabeza chocó contra la de Lena y volvió a derrumbarse sobre el sofá.
—¡Tan solo te estaba dando un beso! —protestó Lena cerrando las manos sobre la nariz para después dejarse caer en la maciza mesita baja que había tras ella.
Gail veía estrellitas bailando ante sus ojos, como en los dibujos animados.
—Estaba dormida, ¿cómo iba a saberlo?
Lena, con los ojos llenos de lágrimas, se miró ansiosamente las manos.
—¿Estoy sangrando?
—Creo que no.
—¿Sabes cómo averiguar si alguien tiene la nariz rota? —preguntó Lena apretándose suavemente el hueso de esta.
—No, pero si me la tarareas...
—Vaya con el despertar romántico.
—Lo siento —dijo Gail—. Me sobresalté. ¿Quieres intentarlo de nuevo? —ofreció dejándose caer yerta al momento y añadiendo un sentido ronquido.
Lena se echó a reír.
—No, despierta, tenemos que hablar.
Gail abrió un ojo.
—No me gusta cómo ha sonado eso. Tal vez debería seguir durmiendo.
Sin moverse de la mesita baja en la que estaba, Lena extendió la mano hacia Gail. Cuando esta se enderezó, sus rodillas se rozaron. Lena le tomó ambas manos entre las suyas y la miró directamente a los ojos.
Por lo que a Gail respectaba, el tiempo podría haberse detenido en aquel mismo momento. No deseaba otra cosa más que caer dentro del puro color chocolate de los ojos de Lena.
—¿Sabías que tus iris tienen un anillo de color púrpura?
Lena negó con un gesto.
—He estado pensando en lo mucho que deseo saberlo todo de ti. Y me he dado cuenta de que también quiero aprender más sobre mí, a través de ti. Contigo.
Y sin embargo su gesto es sombrío como un funeral, pensó Gail. ¿Por qué acabaremos siempre así?
—¿Por qué tengo la sensación de que ahora viene un gran «pero»?
—No es nada terrible. Solo... Lo único que ha cambiado es que ahora todos saben que nos atraemos mutuamente.
—Ajá.
Gail no sabía muy bien adonde quería llegar. Claro que, como se había demostrado en la asombrosa discusión de la sala de espera del hospital, su perspicacia no era tan sutil como la de aquellos que la rodeaban.
—No podemos... —de pronto Lena dejó escapar una amarga carcajada—. Acabo de darme cuenta de que estoy siendo muy presuntuosa, pero estaba dando por hecho que estabas interesada en continuar...
Bueno, eso ya era algo. Gail no sería muy buena para entender los enrevesados entresijos del negocio, pero el rubor que iba ascendiendo por la garganta de Lena, junto con la avergonzada expresión de su rostro, la convencieron de que lo que sí tenía era cierto poder de persuasión.
—Solo en algún lugar más cómodo que este.
El rubor de Lena se intensificó.
—A eso me refería.
Gail se inclinó hacia delante para susurrarle al oído:
—Me encantaría explorar cada centímetro de tu piel durante horas y horas.
—Sí, bueno, eso era lo que había pensado yo también. O sea, hacértelo yo a ti, no solo... Es decir...
Gail la besó, al principio con firmeza, después con una perezosa dulzura.
—Me alegro de que lo hayamos aclarado.
Lena se inclinó hacia ella como para besarla de nuevo, pero después se apartó.
—En fin, de eso se trata. Ahora mismo nadie nos ve. Así que podemos dejarnos de... coquetear y todo eso —dijo estrechándole las manos—. Pero no quiero que me pillen con gesto furtivo y culpable. Tampoco quiero que nos vean entrando y saliendo a hurtadillas de nuestras habitaciones. Y tampoco es apropiado hacer que los demás se sientan incómodos dejándonos ver abiertamente.
—Pero si la novia de Hyde estuviese aquí...
—Eso sería otra cosa. Si tú tuvieses una novia aquí también sería distinto. Mientras no molestaseis a nadie, no habría problema. Pero en realidad esto es por mí. No me parece adecuado estar distraída con alguno de los que participan en el rodaje por estar teniendo una aventura. Si tú y yo desaparecemos en la media hora del almuerzo, habrá comentarios.
—¿Entonces es por las habladurías?
—No serían habladurías, sino hechos. Selena Ryan se enrolla con una actriz durante el rodaje de una película. Cualquiera podría contarlo y lo creerían porque sería cierto.
Gail querría ser más madura con aquel tema, pero para ella sencillamente no tenía sentido, y cuanto más tiempo estuviese sentada tan cerca de Lena menos maduro sería el funcionamiento de su cerebro.
—Entonces, ¿lo que estás diciendo es que, aunque Jennifer no vaya a armar ningún escándalo, nosotras no deberíamos dejar ver que hay algo entre ambas hasta...?
—Hasta que acabe el rodaje. Y sí podemos dejar ver que hay algo, pero evitando la parte física. Por ahora. No podemos desaparecer durante el almuerzo y que todo el mundo crea que hemos estado haciéndolo. A algunos de los miembros del equipo eso les parece mal, y no porque seamos dos mujeres. De hecho, yo también prefiero no saber si alguien está echando un polvo rápido durante el almuerzo.
De mala gana, Gail tuvo que admitir que Lena tenía algo de razón. Observó sus ojos y de pronto se le ocurrió que había algo más, algo que Lena no pensaba reconocer. Bajó la vista hasta sus manos unidas, después alzó una de las palmas hasta sus labios. Deseó tirar de aquella mano hasta posarla sobre su hinchado pecho, y su mente ideó toda una película allí mismo, sobre la mesita baja, el sofá, el suelo, unas escenas sudorosas y anhelantes como las de Fuego en el cuerpo.
Notó que Lena se estremecía e intentó enfocar la vista. Sus brazos tenían la piel erizada, y el rubor que invadía su pecho y garganta no era por vergüenza. Respiraba en cortos jadeos, su boca estaba deseando ser besada, pero había temor en sus ojos.
—Ten misericordia de mí, Gail. Esto no es nada fácil.
—Lo siento —dijo esta soltando sus manos al momento.
—He intentado no sentir —Lena se inclinó hacia ella, pero aun así a Gail le costaba distinguir sus palabras—. No solo temo por mi reputación profesional, o por la tuya. Si te soy sincera, la verdad es que nunca echaríamos un polvo rápido durante el almuerzo porque nunca saldríamos de la cama. Quisiera desaparecer contigo. Quisiera hundirme en ti.
Gail posó su mejilla sobre la de Lena unos segundos antes de volver a recostarse en el sofá, apartándose por completo de ella.
—Entonces tal vez no deberíamos quedarnos a solas porque yo quiero devorarte, en todos los sentidos de la palabra.
La sonrisa de Lena expresó a la vez agradecimiento y resignación.
—Entendido.
—Y... Lena...
La aludida ya se había puesto en pie y estaba medio girada hacia sus documentos. Se volvió hacia Gail con aquella mirada aterciopelada de reflejos violeta que la dejaba sin respiración.
—Vale, lo primero es que tienes que dejar de mirarme así —le dijo añadiendo en voz baja—. Y después de devorarte quiero dormirme en tus brazos. Y al despertar quiero que planeemos nuestra siguiente cita.
Lena respiró hondo cerrando los ojos un segundo.
—Gracias. Yo también quiero todo eso.
—Entonces, lo único que tenemos que hacer es esperar solo un poquito más.
Al menos para ella no es más fácil que para mí, pensó Gail.
Eso ayudaba. No mucho, pero ayudaba. Aun así, había otra preocupación que se negaba a desaparecer, la de que después del rodaje hubiera otro motivo por el que tampoco fuese el momento adecuado, y después otro, y otro más.
***
La última semana de rodaje fue un torbellino que culminó en una serie de tomas complicadas en las que un operador de Steadicam, colgado de un cable mediante un arnés, daba vueltas en torno a un grupo de personas inmóviles y después era elevado lentamente del suelo por un helicóptero. Gail estropeó la primera toma mirando hacia el cámara; no había podido evitarlo. Después había habido un retraso cuando el viento predominante, que venía del mar, cesó de forma inexplicable durante dos horas, lo que hizo que se notase demasiado el aire desplazado por el helicóptero que los sobrevolaba. La toma hubo de rodarse el último día porque Hyde y ella habían estado casi todo aquel tiempo de pie al sol, lo cual hizo que se les enrojeciese la piel, aunque no llegaron a quemarse.
Cuando Eddie gritó «¡Corten! Se acabó», Gail estaba tan cansada, acalorada y sucia que se sentó allí mismo, en el suelo. Hyde se giró hasta quedar de costado.
—¿Podría alguien quitarme este cuchillo de la espalda?
Jimmy, que solo aparecía un momento en la escena, le quitó la pieza de atrezo.
—Te va a costar quitarte todo ese esparadrapo.
Selena, tan cubierta de polvo como todos los demás, anunció:
—Cuando lleguemos a la casa habrá champán junto a la piscina. Aprovechando que estamos todos, acabo de recibir un mensaje de Kim. Hoy ha vuelto al despacho, y nos pondrá de vuelta y media si hacemos una fiesta de fin de rodaje sin ella.
Hyde ayudó a Gail a ponerse en pie y ambos caminaron pesadamente hasta los coches. Tampoco le importó que se quedase dormida sobre su hombro.
Después de ducharse y de darse un baño en la piscina se encontró mucho mejor, y el champán y los aperitivos le hicieron sentirse casi entera.
—Estoy deseando llegar a casa. Todos los días echo de menos a mi niñita —le dijo Jimmy recostándose en la tumbona de al lado—. Algunos de nosotros vamos a intentar reservar un paseo en barco con cena incluida. ¿Te apetece?
Gail miró hacia donde estaba Selena, absorta en una discusión con Eddie. El trabajo de los actores había concluido de momento. Para Selena quedaban todavía varias semanas de esfuerzo mientras los montadores de imagen y sonido se ponían manos a la obra bajo la vista de águila de Eddie. Al día siguiente todos comenzarían a dispersarse. Hyde iba a volar directamente hasta Miami, donde su amada le recogería en el aeropuerto. Jennifer, quien en los últimos días se había vuelto más amable con Gail, aunque no cordial, partiría directamente hacia una gira de programas televisivos de entrevistas en Londres para apoyar el lanzamiento en DVD en el Reino Unido de su película anterior. La mayor parte de los demás tomaría un vuelo hasta Atlanta, desde donde Gail viajaría hacia Iowa.
—Claro —contestó—. Estaba entre las cosas que quería hacer durante mi estancia aquí.
Pudo ver que Selena le dirigía una sonrisa, cauta pero agradecida. Había estado subsistiendo a base de miraditas similares y algún roce de manos aquí y allá. Sin embargo, en los últimos días sus pequeñas preocupaciones se habían magnificado, a pesar de que nada hacía pensar que los planes de Lena hubiesen cambiado. Era muy duro estar cerca de ella y no poder mitigar un poco los latidos de su deseo con un abrazo o un beso de buenas noches. Ya, como si eso pudiese calmarla, pensó. ¿A quién quería engañar? Un abrazo fuera del dormitorio significaba que unos segundos después estarían dentro de él. Que ella supiera, ninguno de los miembros del reparto o del equipo se había fijado especialmente en ambas. La técnica de maquillaje había dejado de coquetear con ella, afortunadamente. Pero las conversaciones no se detenían cuando ella entraba en la estancia, y nadie la miraba con sospecha. Al parecer seguía cayéndole bien a todo el mundo.
Antes de lo que hubiesen querido estaban bajando de un autobús camino de un esbelto jet, idéntico al que los había llevado hasta allí. La memoria de su móvil se encontraba llena de fotos que estaba deseando mostrar a la tía Charlie. Se sentía a la vez triste y alegre por marcharse. Apenas había visto nada del país, pero tampoco era lo suficientemente aventurera como para quedarse allí por su cuenta.
Eran más de las cuatro, hora local, cuando dejaron atrás Barcelona aunque, al volar hacia el oeste, Gail llegaría a Iowa cuando allí todavía no se había puesto el sol. Lo mejor que podía hacer era dormir, pero apenas consiguió dormitar un poco. Oía a Selena hablando con Eddie sobre una confusión con las fechas en el estudio. Al parecer, en la nueva localización no disponían del tipo de equipo digital que deseaba el mezclador de sonido.
Cuando faltaba alrededor de una hora para llegar a Atlanta, Selena pasó junto a su asiento, camino de la cocina del avión, en la cola. Le oyó decirle a la azafata que no se levantase, que ya sabía ella servirse una taza de café, de modo que, cuando se reunió con ella, estaban solas.
Se sintió torpe por no saber decirle más que «Hola».
—Hola.
—Pareces agotada.
—Complicaciones —explicó Lena mientras echaba un sobrecito amarillo de sacarina en el café—. Siempre hay complicaciones.
Eso era lo que tanto preocupaba a Gail.
—Siento irme a Iowa.
—No lo sientas —protestó Lena tocándole brevemente el brazo—. Tienes que ir.
—Me temo que siempre habrá complicaciones y... otras cosas que precisen de nosotras —vaya, había conseguido encontrar la manera de explicar el motivo de su nerviosismo—. Espero que lo de esta semana pasada no sea lo que nos espera; juntas, pero no. Tú reclamada en un sitio, yo en otro. Sin poder hablar. Dejando que todo sea más importante que nosotras.
Selena tomó un sorbo de café antes de contestar.
—¿Sabes lo que pensé cuando Hyde dijo aquello de que cuando fueseis viejos representaríais juntos En el estanque dorado? Me dije, oh, señor, cómo deseo estar allí. Cómo deseo verte trabajar durante todos los años que quedan hasta entonces. Deseo formar parte de tu vida, a cada minuto.
—Te creo, Lena, de veras.
—¿... Pero?
—¿Cómo podemos intentar hallar una vida en común si parece que no podemos comenzarla siquiera?
No era su intención llorar, por eso apartó rápidamente la vista de ella. No quería hacer que Lena se sintiese todavía peor, pero la semana anterior había sido muy extrema. En parte maravillosa, y en parte sencillamente horrible.
Fue una placentera sorpresa sentir cómo la rodeaban aquellos cálidos brazos.
—Lo sé. Algunas veces odio ser la jefa.
Si no encontraba alguna manera de reírse acabaría llorando, o intentaría bajarle la cremallera a Selena, desabrocharle el sujetador o cualquier otra cosa igualmente burda, estando las dos a apenas un paso de la auxiliar de vuelo. Algo del estilo de una de aquellas estrellas de Hollywood de vida depravada... Ella no iba a entrar en el Mile High Club, el club de los que lo han hecho en un avión, a una milla de altura.
—Tú no mandas en mí —consiguió decir por fin.
Se alegró al ver que Lena se reía.
—Cuando vuelvas a Los Ángeles te prometo que iré a esperarte al aeropuerto. Lo prometo.
—Ni siquiera sabes cuándo será.
—Tú eres un evento prioritario de mi agenda —Lena sonrió aunque, al ver que Gail no conseguía correspondería, su sonrisa perdió alegría—. Cariño, estaré allí aunque tenga que clavarme los Prada en el culo.
—Está bien —al alejarse del refugio que representaban los brazos de Lena, Gail sintió un dolor tan grande como si le estuviesen arrancando la piel—. Será el viernes.
Tendría que haberse sentido mejor, pero no fue así.
Tuvieron todos que bajar del avión, pasar por aduanas y después por la cola de seguridad nacional; durante todo ese proceso, Lena nunca estuvo muy lejos. Cuando llegó el momento de girar en dirección a su vuelo, Gail no pudo reprimirse. Empezó a repartir breves abrazos y besos a todos prometiéndoles volver a verlos en la fiesta oficial de fin de rodaje, pero dejó a Lena para el final. Aquel no fue un beso breve y, cuando quiso separarse, Lena mantuvo el contacto prolongando el beso hasta que Gail se sintió incandescente, devorada por el fuego.
—Hasta pronto —le dijo Lena cuando la soltó por fin, con una curiosa ronquera en la voz.
Gail se sentía tan mareada como parecía estarlo Lena.
—Adiós —contestó. Y se alejó de allí.