# # # Cotillástico # # #

 

¡La chica está de viaje! Disponemos de un montón de fotos de la encantadora Jennifer Lamont a su llegada a Londres. ¡Los ingleses están locos con ella! Nos encanta tu vestido, J.L., ojalá todas las chicas supiesen mantener la línea como tú. ¡La mitad de las chicas de allí parecen preñadas este verano, y no lo están! Fijaos en el desfile de focas poniéndose moradas en la fiesta posterior a la entrega de premios de la noche pasada.

¡Se dice que el codiciado soltero Hyde Butler va a dejar de ir de flor en flor! ¡Lo siento, chicas! ¡Lo han visto en el aeropuerto con una cajita de terciopelo, rodilla en tierra! ¡Y nadie hizo una foto! ¡Averigüemos quién es la afortunada!

Viv, la mujer de mundo, luce un anillo de compromiso, cortesía del magnate del linóleo Chas. Mellen Quedará magnífica en los anuncios, y nos cuentan que a Chas, no le molesta que continúe con su carrera de actriz. Se espera que la señora Meller pase de hacer escenas de ducha a otras de bañera, todas equipadas con los mejores suelos, sintéticos al cien por cien.

 

 

 

Capítulo 13

 

 

 

El jet lag atacaba ya con fuerza, y Setena no podía creer que todavía estuviese a medio camino. Notaba las piernas pesadas como el plomo, y la maleta de cabina que arrastraba parecía tropezar en cada irregularidad del suelo. El resto de los actores y técnicos que viajaban hasta Los Ángeles la habían dejado atrás.

Su móvil zumbó y se animó al oír la voz de Kim, firme y tranquila.

—Tu avión llega puntual, aunque ya lo sabrás.

—Sí, pero no me hacen ninguna gracia las dos horas de espera. Me siento como una mierda.

—Ajá... ¿Hay algo que no me hayas contado sobre los días en que yo no estuve allí?

Selena notó cómo le subían los colores al rostro.

¿Como qué?

—Acabo de tener una conversación muy instructiva con Jennifer Lamont. Está convencida de que su equipo básico de maquillaje se quedó entre los suministrados por producción y quiere que se lo devuelvan. Pero también me preguntó cómo nos estamos adaptando todos a tu nueva vida amorosa.

Se produjo un largo y acusatorio silencio.

—Bueno, no hay ninguna nueva vida amorosa —dijo Selena tras un suspiro—. Todavía no, mientras continúe el rodaje.

Se alegró de que Kim estuviese tan lejos y no pudiese ver que se dejaba atrás las partes más interesantes de la historia.

—¿Cómo es que Gail se va a Iowa?

—Está algo preocupada por su tía, y había hecho esos planes antes de que... aclarásemos las cosas.

—Ajá.

—Kim, estoy tan cansada que apenas puedo caminar. Te lo contaré todo cuando llegue a casa.

—¿Se te ha ocurrido que tal vez el problema esté en que caminas en la dirección equivocada?

Selena se paró en seco.

—Tengo que ir a casa.

—Ajá.

—¿No?

Tenía decenas de reuniones, plazos de entrega, programaciones que preparar, agentes quejumbrosos, importantes decisiones que había dejado pendientes sobre el escritorio hasta su regreso...

Podía oír los dedos de Kim sobre el teclado de su ordenador.

—Tienes que moverte lo más rápido posible. ¡Corre!

 

***

 

La primera clase estaba muy bien; Gail se dio cuenta de que podía cogerle gusto. Al parecer, la mayoría de los que volaban a Iowa no podían permitírsela porque estaba prácticamente sola. Esperaba quedarse dormida, y tal vez así no tendría la sensación de que el mundo se acababa. Después de todo solo eran cinco días más. No debería haberle hablado así a Lena... al fin y al cabo no era culpa suya.

Declinó la oferta de un refresco mientras aguardaban las últimas comprobaciones previas al vuelo. Cerrarían la puerta en cualquier momento, y ella esperaba que el rodaje hacia la pista de despegue fuese tan suave que pudiese adormilarse con el traqueteo. Reclinó su asiento y cerró los ojos olvidándose del mundo hasta que notó que alguien se dejaba caer en el asiento de al lado.

Irritada por que no hubiese elegido una de las filas de asientos vacíos, dudó si abrir los ojos, arriesgándose a tener que dar conversación durante todo el trayecto hasta Iowa, o mantenerlos cerrados, disfrutando de un poco más de paz. Cuando algo le tocó la mejilla alzó bruscamente la cabeza y miró airada... a una Lena ruborizada y sonriente.

—Esta vez no te has chocado con mi cabeza —le dijo esta—. Vamos progresando, ¿no?

Gail cerró los ojos y los abrió de nuevo. Lena seguía allí.

—¿Cómo...? Creía que... ¿y tu...?

Lena posó los dedos en sus labios.

—Tú eres más importante que todo eso. Esta es mi lección de hoy. La película está ya enlatada y no tengo por qué dejar que nada se coloque por encima de nosotras dos. Tú serás siempre mi cita de mayor prioridad, si puedo permitírmelo. Algunas veces, lo mucho que les debo a otras personas podrá hacer que me sea muy difícil decidir.

—Podré soportarlo. Lo comprendo. Y, si tengo suerte, habrá ocasiones en las que yo no pueda pensar más que en el papel que interprete, o en las que tenga que irme muy lejos. Nadie me obligará a ir, por supuesto, pero...

—... Lo harás, porque ese es tu sueño. No pienso impedir que logres tus sueños.

—Pues yo no pienso soñar otra cosa que no sea compartir mi vida contigo.

—¿Sabes qué?

Gail movió la cabeza de un lado a otro.

—Ya no quiero hablar más del tema.

A Gail le dio igual si se escandalizaban las azafatas. Le dio igual que pasasen algunos pasajeros más junto a ellas mientras se besaban. Tal vez aparecería en la blogosfera una foto de ambas con comentarios como «Magreo lésbico en las alturas» o «Selena se besa con una actriz principiante», pero eso también le daba igual. Tenía que haber ocasiones en las que nada de aquello importase.

De pronto sonrió sin dejar de besarla.

—¿Qué?

—Estaba pensando en que se supone que cuando un actor está «entre dos proyectos» es muy deprimente. Pero creo que me va a dar igual.

 

***

 

—¿Así que esta es la casa donde te criaste?

Selena se asomó por la ventanilla del taxi cuando este se detuvo ante una impecable casita típica del Midwest, de planta baja, con su cerca de estacas puntiagudas y su porche protegido con mosquitera. Comparada con los variados lugares en los que ella había vivido durante su niñez, le pareció muy sólida y discreta.

—No del todo. Me mudé a casa de tía Charlie en el último curso del instituto, cuando murieron mis padres. Ella vivía muy cerca de donde yo estudiaba, así que no tuve que cambiarme a otro. Viví con ella también mientras iba a la universidad. No creo que su hija se anime a vender la casa a pesar de que es difícil que la tía Charlie vuelva a vivir aquí.

—Parece feliz donde está. Y obviamente necesita que la cuiden.

—Espero que consiga librarse de esa tos antes del invierno.

Selena pagó al taxista después de que este descargase las maletas, mientras Gail buscaba la llave que la hija de la tía Charlie les había entregado en la residencia de ancianos. Le había caído muy bien aquella anciana, y esperaba que pudiese visitarlas algún día en Los Ángeles, tal y como habían quedado en su breve y alegre visita. La tía Charlie no se había inmutado cuando Selena se presentó como la novia de Gail, mientras que su hija sí se había quedado atónita, si bien solo durante un momento.

Después de arrastrar las maletas hasta el interior, Gail cerró tras ellas la puerta principal y encendió la luz. Selena pudo contemplar brevemente una decoración atrapada en un bucle temporal de los años ochenta, y después dejó que Gail la hiciera subir por un estrecho tramo de escaleras.

—Mi habitación está en el desván.

Apenas se había fijado en la pila de libros de texto universitarios y en un grueso abrigo colgado de un gancho cuando Gail la atrajo hacia sí para besarla apasionadamente.

—Ya la verás después.

Su cuerpo se moría por tener a Gail; el esfuerzo por mantenerlo a raya había sido enorme. Sin embargo, ahora que ya no había razón para refrenar la ávida exploración de las manos de Gail, las detuvo sin saber muy bien por qué lo hacía.

Gail la miró desconcertada.

Ya a enfadarse, pensó Selena. Va a creer que no la deseo, que he estado jugando con ella todo este tiempo.

—¿Qué ocurre?

Tan solo pudo mover la cabeza. Se sentía empapada hasta la rodilla, como si la ropa se le estuviese derritiendo literalmente sobre el cuerpo. Deseaba a Gail con desesperación, tanto que sabía que ni siquiera podía pensar, nada en absoluto.

—Oh, cariño —murmuró Gail—. No te haré daño. Ni ahora ni nunca.

Selena se estremeció; su respiración era apenas un jadeo entrecortado. ¿Cómo podía saber Gail lo que no sabía ella? Estaba completamente aterrada.

—Me siento como si fuera a romperme. He sido tan estúpida, podríamos haber...

El tierno beso de Gail la enmudeció.

Dejó que la llevase hasta la estrecha cama, y ambas se quitaron de una sacudida las sandalias antes de acurrucarse juntas. Los besos continuaron, suaves, ligeros, y Selena dejó que la cubriesen por completo como una marea ascendente. Sintió una sedante calidez que la iba relajando, primero desde la punta de los pies, extendiéndose a continuación por las piernas. Llegaría un momento en el que tendría que decidir si dejarse llevar por la marea o subir a la orilla en busca de seguridad.

Detuvo a Gail un momento pues necesitaba mirarla a la cara. Aquellos ojos de un extraño color verde hervían de deseo, los labios hinchados por los besos. Podía notar cómo subía la temperatura de ambas. Pero, ¿por qué no hacía más que preguntarse si algo de aquello era fingido? ¿Tal vez porque Jennifer también había parecido amarla?

Vas a tener que soltarlo. «O lo dices ahora o lo llevarás dentro para siempre. Arriésgate una vez más. Sabes que lo sientes. Callártelo no sirve de nada.»

Te quiero —susurró—. Por favor, quiéreme tú también. Creo que no sobreviviría si no.

Gail soltó una breve carcajada ahogada.

—Tenía miedo de decírtelo. Temía que pensases que no era más que teatro porque...

Esta vez fue Selena quien la hizo callar con un beso. Esta vez no detuvo sus manos. La marea ascendió en tromba y las hizo rodar. Se colocó a horcajadas sobre Gail y se subió ávidamente la camisa ayudándola a quitarle el sujetador. El placer de sentir la lengua de Gail sobre sus pezones envió oleadas de deseo por toda su espalda. Intentó bajarle torpemente la cremallera de los pantalones cortos.

—No —musitó Gail—. Tú. Te quiero a ti.

Sus brazos se volvieron líquidos al derramarse sobre la cama, ávidamente impotente pero no asustada, esta vez no. Abierta, una y otra vez, hasta que no quedó lugar al que no llegase el amor que Gail le traía, no quedó dolor remoto alguno donde pudiese resguardarse la oscuridad.

Abierta, una y otra vez, hasta que gritó, perdida la noción del tiempo, olvidado su propio nombre porque ya todo daba igual. La boca de Gail la había abierto hasta no poder más y, sin embargo, se sentía a salvo en el círculo que formaban sus brazos.

 

***

 

En medio de la noche intentó acomodarse, y notó que Gail se movía.

—Siento que la cama sea tan estrecha.

—Está bien así —susurró. Echó la mano hacia atrás buscando la cadera de Gail, y la perezosa caricia obtuvo como recompensa un estremecimiento.

—Deberías acabar lo que empezaste.

—¿Es una petición?

Sí, por favor.

Esta vez no fue una marea. La callada oscuridad las mantenía pegadas. Unos susurros más, a continuación un tipo de silencio diferente. A Selena le encantaron los suaves gemidos de Gail, tan bienvenidos como el poderoso latido de su corazón, que la arrulló hasta quedarse dormida.