# # # Cotillástico # # #

 

¡Dondequiera que estéis, no dejéis de actualizar esta página! ¡Hoy es el gran día! ¡Subiremos sin parar fotos de entre bastidores mientras las estrellas salen a averiguar quién se lleva a casa al hombrecito! Todavía estamos alucinando con que el mejor actor del festival de Cannes fuese ninguneado por la Academia en las nominaciones, pero tal vez la felicidad marital ayude a curar el ego herido de Hyde Butler. Se rumorea que la encantadora Jennifer Lamont llevará un Alexander McQueen recién salido del desfile parisino de la semana pasada. Todos esperamos que obtenga la estatuilla, pero cuando una de las otras nominadas está muerta es difícil competir con ella, ¿lo pilláis? Las apuestas señalan también al descubrimiento de J.L., la actriz de reparto Gail Welles... chica afortunada, que ha conseguido que la mejor de este negocio guíe sus primeros pasos. Algunos dicen que acabará llevándoselo la Gran Dama. Lo siento, pero me parece que a la octava no será la definitiva, aunque tal vez sí sea la última, a menos que el botox empiece a hacer efecto.

 

 

 

Epílogo

 

 

 

—Tenemos que vestirnos.

Selena se abrazó con fuerza a la cintura de Gail.

—Todavía no.

Gail suspiró, complacida, cuando los dedos de Selena encontraron por fin lo que estaban buscando.

—Dios santo, mujer, vas a acabar conmigo.

—Eso intento. Quiero compensarte por lo de la semana pasada.

—La verdad es que me alegro de que hayan acabado por fin de cambiar las tejas.

—¿Es en lo único que piensas, en que se han acabado las reformas?

Selena hizo un poco más de presión y fue recompensada con un estremecimiento que recorrió a Gail de la cabeza a los pies. Pequeños círculos, un ligero pellizco... y otro maravilloso temblor que le arrancó un quejido.

—No hagas eso.

—Está bien.

Perezosos besos de domingo por la mañana. Gail tenía razón, deberían vestirse. Pero no en aquel mismo momento. Se hundió en la cama para poder escuchar el latido del corazón de Gail. Hasta la noche anterior, ella había estado en Seattle y Gail en Atlanta, de modo que, en aquellos momentos, eso era lo único que le importaba.

Gail hizo aquel ruidito que tanto le gustaba, y Lena hundió en ella los dedos, excitada por su inmediata respuesta. Cambió de postura para cabalgar uno de sus muslos, asintiendo cuando la mano de Gail se deslizó entre ambas. Comenzaron a moverse al unísono, y la sensación fue novedosa y familiar al mismo tiempo. Y maravillosa, maravillosa sobre todo.

—Tenemos que vestirnos —dijo Gail de nuevo un rato después—. Las peluqueras y las costureras llegarán a casa en un cuarto de hora. Hay que ducharse...

—Podemos ducharnos juntas, eso ahorra tiempo —rio Selena.

—Como lo haces tú, no.

Con el pelo lleno de champú, Gail le dio un manotazo para espantarla la primera vez, pero no la segunda. Cuando salieron de la nueva suite principal, añadida a la caseta de la piscina aquel invierno, todavía iban con el pelo goteando. Se detuvieron un momento para comer a toda prisa un puñado de nueces y evitar así que siguiesen temblándoles las piernas, y después se dirigieron al edificio principal cogidas de la mano.

Después de soportar la tiranía de rizadores y depilado de cejas, y de embutirse en un vestido que no admitía el uso de sujetador y debía quedar bien ceñido, Selena intentó no ponerse regañona. Gail estaba tremendamente nerviosa, por un buen motivo. Ambas sabían que en realidad no tenía posibilidades de ganar, ya que era su primera película. La nominación había sido un gesto de estímulo por parte de sus colegas. Barcelona competía en la categoría de guion original, y Selena se sentía también muy contenta por Delilah. Aquella noche no quería pensar en los resultados económicos de la película en el mercado del DVD, ni en lo mucho que estos mejorarían si ganaba alguna de sus nominadas. Aquella noche no era una productora. Aquella noche era la esposa de la nominada a mejor actriz de reparto.

Cuando las costureras hubieron hecho su labor y ambas se colocaron una junto a otra, le gustó la imagen que proyectaba el espejo. Su propio vestido estaba en consonancia con su habitual sobriedad de estilo, aunque las piedras de strass a lo largo de las mangas y en el cuello evitarían que alguien opinase que era insulso. Aquella noche no quería que se fijasen en ella.

—Estás perfecta, cariño. La tía Charlie se sentirá orgullosa.

Gail se acomodó la cintura de su ajustado vestido de terciopelo, puro vintage de los años treinta de la cabeza a los pies, que parecía salido de una loca comedia en la que la valiente heroína se gana el corazón de su amado.

—¿Tú crees? Me siento rara.

—Y así te sentirás durante toda la noche.

Hizo que Gail se diese la vuelta, ahuecó los volantes de encaje que adornaban las mangas en forma de casquillo del vestido y no pudo evitar besarla.

—¡Señoras, no pueden hacer eso! —protestó la maquiladora—. Se les ha emborronado todo. ¡Les queda una hora para la alfombra roja y no puede estropeárseles el maquillaje!

—De todas formas ya ni siento los labios... —dijo Gail.

—Está bien, no más besos.

Selena volvió a girarse hacia el espejo y Gail se colocó tras ella, enlazándola por la cintura y descansando la barbilla en su hombro.

—¿Puedo hacerles una foto para mi book? —preguntó la peluquera.

—Me da igual lo que hagas con ella —contestó Selena—, siempre que nos des una copia.

Gail se sobresaltó con el flash. Selena le dio unas palmaditas en el brazo.

—Ya te acostumbrarás, cariño.

—Mantente cerca de mí y estaré perfectamente.

Se oyó el crujido de unos neumáticos que rodaban lentamente por el camino de entrada.

—Lo prometo —respondió Selena acariciándole el rostro—. La limusina ya está aquí.

 

 

 

Fin