Desde el punto de vista del proceso, para mí siempre habrá dos libros en vez de uno. El de la época Antes de Elon y el de la época Después de Elon.
Los primeros dieciocho meses de investigación estuvieron llenos de tensión, pesares y alegrías. Como he contado al comienzo del libro, al principio Musk decidió no ayudarme con el proyecto. Esta situación me obligó a ir de entrevistado a entrevistado y a dilatar invariablemente los prolegómenos, intentando convencer a un exempleado de Tesla o a algún antiguo compañero de escuela de Musk para que me permitiesen entrevistarlos. Las alegrías llegaban cuando la gente aceptaba hablar. Los pesares, cuando me decían que no y que no volviese a molestarlos. Después de cuatro o cinco negativas seguidas, empecé a tener la impresión de que escribir un libro decente sobre Elon Musk era imposible.
Perseveré porque unas pocas personas contestaron que sí, y después unas pocas más, y empecé a entender —entrevista a entrevista— cómo encajaban las piezas del pasado. Estaré eternamente agradecido a los cientos de personas que me concedieron libremente su tiempo, y especialmente a aquellas que me permitieron volver a verlas cargado de preguntas una y otra vez. Son demasiados para enumerarlos aquí, pero espíritus amables como Jeremy Hollman, Kevin Brogan, Dave Lyons, Ali Javidan, Michael Colonno y Dolly Singh me proporcionaron puntos de vista valiosísimos y ayuda técnica en abundancia. Mi más sincero agradecimiento a Martin Eberhard y Marc Tarpenning, quienes aportaron elementos cruciales y sustanciosos a la historia de Tesla.
Incluso en el período Antes de Elon, Musk permitió que hablasen conmigo algunos de sus amigos más próximos, y estos se mostraron generosos con su tiempo y su intelecto. Por ello doy gracias en especial a George Zachary y Shervin Pishevar, y particularmente a Bill Lee, Antonio Gracias y Steve Jurvetson, que no se ahorraron molestias por Musk y por mí. Y obviamente tengo una enorme deuda con Justine Musk, Maye Musk, Kimbal Musk, Peter Rive, Lyndon Rive, Russ Rive y Scott Haldeman, por su tiempo y por contarme algunas historias familiares. Talulah Riley fue lo bastante amable para permitirme que la entrevistase y no dejase de curiosear en la vida de su marido. Sacó a la luz algunos aspectos de la personalidad de Musk que yo no había descubierto en ninguna otra parte, y me ayudó a comprenderlo con mucha más profundidad. Esto significó mucho para mí, y creo que también lo significará para los lectores.
Cuando por fin Musk aceptó trabajar conmigo, se disipó gran parte de la tensión que me había acompañado hasta entonces y fue sustituida por el entusiasmo. Pude hablar con colaboradores suyos como J. B. Straubel, Franz von Holzhausen, Diarmuid O’Connell, Tom Mueller y Gwynne Shotwell, que se cuentan entre las personalidades más inteligentes y cautivadoras con las que me he encontrado en muchos años de investigación. Les estaré eternamente agradecido por su paciencia al explicarme detalles de la historia de la empresa y fundamentos de tecnología, y por su sinceridad. Doy las gracias también a Emily Shanklin, Hannah Post, Alexis Georgeson, Liz JarvisShean y John Taylor, por soportar mis peticiones constantes y mi impertinencia, y por organizar numerosas entrevistas en las empresas de Musk. Mary Beth Brown, Christina Ra y Shanna Hendriks ya no formaban parte de Musklandia al final de mi investigación, pero fueron increíbles ayudándome a saber cosas de Musk, Tesla y SpaceX.
Por supuesto, mi mayor deuda de gratitud la tengo con el propio Musk. Cuando empezamos con las entrevistas, yo pasaba hecho un manojo de nervios las horas previas a cada conversación. Nunca sabía durante cuánto tiempo seguiría participando Musk en el proyecto. Podría concederme una entrevista o diez. En la primera entrevista, la necesidad de ir al grano y obtener respuestas a mis preguntas más importantes me agobiaba intensamente. Más adelante, al comprobar que Musk seguía ahí, nuestras conversaciones se fueron haciendo más largas, más fluidas y más esclarecedoras. Acabaron siendo lo que esperaba con más ganas cada mes. Está por ver que Musk acabe transformando drásticamente el curso de la historia de la humanidad, pero el privilegio de conocer los pensamientos de alguien con unas miras tan altas resultaba francamente excitante. Pese a sus reticencias iniciales, cuando Musk se comprometió con el proyecto se entregó a fondo, y me siento agradecido y honrado porque las cosas acabaran siendo así.
En el aspecto profesional, querría dar las gracias a mis revisores y mis colaboradores a lo largo de los años —China Martens, James Niccolai, John Lettice, Vindu Goel y Suzanne Spector—; todos ellos me enseñaron lecciones variadas sobre el oficio de escribir. Gracias en especial a Andrew Orlowski, Tim O’Brien, Damon Darlin, Jim Aley y Drew Cullen, las personas que más me han influido en mis ideas sobre la escritura y la investigación, y los mejores mentores que cualquiera podría desear. También quiero expresar mi infinito agradecimiento a Brad Wieners y Josh Tyrangiel, mis jefes en Bloomberg Businessweek, por darme libertad para realizar este proyecto. Dudo que nadie haya contribuido como ellos al periodismo de calidad.
Debo dar un agradecimiento especial a Brad Stone, mi compañero en el New York Times y posteriormente en Businessweek. Brad me ayudó a concretar la idea para este libro, me animó en las épocas sombrías y fue una caja de resonancia inigualable para mis ideas. Me siento mal por incordiarlo incesantemente con mis preguntas y dudas. Brad es un compañero modélico, siempre dispuesto a ayudar a cualquiera con un consejo o dando un paso al frente y ocupándose de parte del trabajo. Es un escritor maravilloso y un amigo increíble.
Doy las gracias también a Keith Lee y Sheila Abichandani Sandfort. Son dos de las personas más inteligentes, amables y auténticas que conozco, y sus comentarios sobre el borrador del texto fueron valiosísimos.
David Patterson, mi agente, e Hilary Redmon, mi revisora, fueron decisivos para llevar a cabo este proyecto. David sabe decir siempre las palabras adecuadas para animarme en los momentos de bajón. Sinceramente, dudo que este libro existiera sin el ánimo y el impulso que me proporcionó en la fase inicial del proyecto. Cuando las cosas ya estaban en marcha, Hilary me ayudó a superar los momentos más delicados e hizo que el libro alcanzase niveles inesperados. Toleró mis quejas entre dientes y realizó mejoras espectaculares en el texto. Es maravilloso terminar algo como esto y llegar al otro lado con dos amigos tan buenos. Muchas gracias a los dos.
Por último, debo dar las gracias a mi familia. Este libro se convirtió en una criatura que les hizo la vida difícil durante más de dos años. En ese tiempo no vi a mis hijos tanto como habría deseado, pero cuando los veía, ahí estaban con sonrisas y abrazos que me daban energía. Me alegra que ambos parezcan estar interesados en los cohetes y los automóviles a consecuencia de este proyecto. En cuanto a Melinda, mi esposa, bueno, fue una santa. Desde un punto de vista práctico, este libro no habría existido sin su apoyo. Melinda fue mi mejor lectora y la confidente fundamental. Fue esa mejor amiga que sabía cuándo intentar animarme y cuándo dejarme solo. A pesar de que este libro alteró nuestra vida durante bastante tiempo, ha acabado uniéndonos más. Semejante compañera es una bendición, y siempre recordaré lo que Melinda hizo por nuestra familia.