XXII

Los jesuitas de Fe Católica

Para contrarrestar la influencia del protestantismo en España, los jesuitas, que tienen su sede en el número 1 de la calle Maldonado, en Madrid, fundaron poco después del triunfo del nacionalcatolicismo la institución Fe Católica. A su frente estaba Sánchez de León, un jesuita inteligentísimo, bien parecido, hábil comunicador, de pensamiento rápido y palabra fácil. Sánchez de León estaba en la línea antiprotestante del cardenal Segura, mantenida también por otros obispos y cardenales de España. Fe Católica tenía delegaciones en las principales ciudades españolas y su largo brazo llegó al Protectorado de Marruecos. Esto lo relataré en otro capítulo.

Una de las actividades de Fe Católica era la publicación de un llamado Libro Blanco sobre el protestantismo español. Se dibujaba un panorama dantesco, temible, para desacreditar a los protestantes. Se decía de nosotros que éramos conspiradores, masones, comunistas, confabulados con la internacional soviética para la destrucción de España.

Estos libros llegaban hasta el despacho personal del general Franco, eran enviados al cuerpo diplomático, a los gobernadores civiles y militares, a los altos mandos de la Policía y la Guardia Civil. Los primeros ejemplares eran para el jefe del Estado y los ministros del gobierno.

En 1949 la Oficina de Información Diplomática publicó una serie de seis estudios que con el nombre de La situación del protestantismo en España redactada por Fe Católica. En estos estudios se hacía referencia a la leyenda antiespañola, de la que los protestantes eran sus más firmes propagadores, y se decía que en España no existía problema protestante, se trataba de un problema «ficticio, artificioso y sospechoso en extremo».

De Franco para abajo, todo hombre o mujer que ostentaba alguna posición de mando, civil o militar, recibía copia de estos informes. No es de extrañar que cuando un protestante llegaba a una comisaria con cualquier tipo de queja, el comisario acariciara en sus bolsillos las llaves de la celda. Ver a un protestante era ver al coco. Más, ver a un enemigo de España y espía de Moscú.

Cuando a partir de 1960 se empieza a hablar en círculos políticos y mediáticos sobre un posible estatuto de libertad religiosa que beneficiaría a los protestantes, Fe Católica protestó con todas sus fuerzas y peso. «El proyecto de Estatuto —decían seglares de Fe Católica en el semanario ¿Qué pasa? el 24 de agosto de 1964— cambia el culto acatólico de privado en público. Si esto es así, es claro que las consecuencias ante la opinión pública católica son de una gravedad sin precedentes y pueden dar lugar a las mayores perturbaciones políticas y religiosas».

Aquellos ciegos de mente vaticinaban un apocalipsis, la destrucción de Pompeya, el diluvio universal si se concedía a los protestantes un mínimo de tolerancia religiosa, que no de libertad.

Por aquellas fechas, un jesuita de Fe Católica, Eustaquio Guerrero, publicó un alegato contra la libertad religiosa en un libro escrito a medias con otro eclesiástico, Joaquín M. Alonso. El título era Libertad religiosa en España. La primera edición estaba fechada en marzo de 1962. Como editora aparecía Fe Católica.

Ocho veces se me cita en el libro. Nunca he merecido honor tan grande, ni tanta injuria.

El jesuita de Fe Católica reproduce un largo párrafo de mi libro Defensa de los protestantes españoles, donde escribo sobre los fines que persigue el protestantismo en España. Este pasaje queda sin comentario, pero a continuación me critica por decir que en España hay crisis de espiritualidad, por decir que la Iglesia católica es impotente para resolver esta crisis y por reclamar para los protestantes la misma libertad religiosa que tienen los católicos. Cuando digo que los protestantes españoles somos apolíticos, no somos antigubernamentales, no comulgamos con un sistema ateo y que de ninguna manera somos elementos peligrosos para el gobierno, para la Iglesia católica ni para las tradiciones patrias, Guerrero responde que escribo de boquilla, que solo son intenciones alejadas de la realidad.

En Tánger, donde entonces vivía, tuve noticia de este y de otro libro publicado por Fe Católica. Allí no podía conseguir un ejemplar. En mi siguiente viaje a Madrid busqué en las librerías, sin éxito alguno. Decidí acudir personalmente al vaticano de Fe Católica. Pedí a mi amigo José Cardona que me acompañara. Juntos nos plantamos en el número 1 de la calle Maldonado. Me identifiqué al jesuita que nos abrió la puerta. Le dije a lo que iba, por un ejemplar o dos del libro Libertad religiosa en España. Nos condujo por varios pasillos largos hasta que nos encontramos en el despacho particular, muy particular, del fundador de Fe Católica, Sánchez de León. Hechas las presentaciones, exclamó:

—¡Hombre, tú eres Monroy!

Yo era Monroy. Estaba en presencia de un hijo de Lucifer, según él, de un hijo de Dios, según yo. Hablamos. Nos mostró un completísimo fichero de individuos, iglesias y organizaciones del protestantismo español. Mi vida estaba allí en cartulina, con detalles que yo mismo había olvidado. ¡Bravo! Un diez en espionaje. Ni el Mosad hebreo, considerado entre los cinco mejores servicios secretos del mundo, lo habría hecho mejor. Sabía de los protestantes más de lo que sabíamos nosotros. Después nos invitó a un refresco y a pastelitos. Dijo que era el resto de un banquete celebrado el día anterior para festejar el bautismo católico de varios soldados americanos pertenecientes a la Base Aérea de Torrejón de Ardoz, en Madrid. El hecho de que ahora esté escribiendo esta crónica da fe de que los pastelitos no contenían veneno. Me entregó dos ejemplares del libro que yo buscaba y no quiso cobrarme por ellos. Lo agradecí. Mejor es perderse en generosidad que con bajeza.

Un par de años más tarde vi de nuevo a Sánchez de León. Yo vivía en la calle Viñas, en Tánger. Me encontraba en cama con hepatitis leve. Llamaron a la puerta del piso. Mi hija Yolanda Oneida, que entonces tendría unos ocho años, abrió la puerta. Al ver a aquel personaje vestido de sotana negra echó a correr pasillo adelante como si hubiera visto al mismo E.T. Más que hablar, gritaba:

—Mamá, mamá, un cura, un cura en la puerta.

Era Sánchez de León, el fundador de Fe Católica en persona. Mercedes lo hizo pasar al dormitorio. Me explicó que estaba de visita en Tánger, le habían dicho que me encontraba enfermo (lo sabían todo sobre mí, siempre) y quería rezar por mi salud. Charlamos un rato, hizo una oración y se marchó. Días después, ya tranquilizada, Yolanda Oneida me dijo que al despedirse, Sánchez de León, frente a ella, hizo un extraño movimiento con los dedos. Creo que desde aquel instante mi hija quedó bendecida católicamente por los siglos de los siglos, amén. Sin resultado alguno, porque Yolanda Oneida es hoy una líder en las filas evangélicas, más protestante que el padre. Y ya es decir.

He de añadir que Fe Católica nunca informó. Siempre deformó todas nuestras realidades. Amontonó barro incluso allí donde más brillaba nuestro sol. Empañaba su propio ministerio religioso con el vaho de la calumnia y de la mentira. Sus famosos «libros blancos», mediante los que pretendía tener al Gobierno al corriente de nuestras actividades, eran verdaderas antologías de inexactitudes y de otras cosas. En febrero de 1957 Fe Católica decía que en la España de entonces existían trece pastores masones, seis con graves sospechas de serlo y 68 marxistas. Y se daba la coincidencia de que aquellos pastores de nuestra posguerra civil, que se formaron en sus propios hogares leyendo la Biblia y estudiando los escasos libros que poseían, no sabían una palabra de masonería ni habían leído jamás una sola línea de Carlos Marx. Pero a Fe Católica le daba igual. Lo que la institución perseguía era que la Administración nos tuviera por enemigos y no nos dejara levantar cabeza. Fe Católica creía que éramos sus hermanos separados tanto como lo creyó Caín de su hermano Abel, que le arreó el estacazo en un histérico ataque de envidia y de celos.