El premio L’H Confidencial volvió a ponerme en circulación; cómo decirle a la gente que sí, que has ganado casi nueve mil euros, pero que igual que han entrado han desaparecido. Es más, que ni los has catado. Mes y medio después, el 14 de mayo, me comunicaron que había ganado también el Premio de Novela Corta Ciudad de Barbastro, esta vez con aquel «estado de sitio» que acabó titulándose Últimos días en el Puesto del Este. Unos doce mil euros limpios, así que no pude evitar que quienes me rodeaban sintieran que subía de nuevo al territorio de arriba, allí donde la gente seguía yendo a la peluquería, se compraba pescado y crema hidratante. Yo sabía que no era así, que aquello era un parche, pero no evité alegrarme ni quise parecer una ceniza. Sin embargo, algo estaba definitivamente roto.
Si hay algo que se queda viejo de inmediato en cuanto empiezas a despeñarte monte Niesen abajo es el ocio. El ocio sin más, tan años noventa; el ocio de pasar el rato mirando la etiqueta de tu cerveza, de echarse a la calle a una copa y unos porros, o unos loqueseas que atonten un poco.
—Hola, Cristina.
—Hola, guapa.
—Vamos a salir, ¿te animas?
—Salir, ¿a qué?
—¿Cómo que a qué? Pues yo qué sé, salir a salir, a tomar unas copas.
Salir a tomar unas copas, de golpe, es una idea que se perdió en el tiempo, allá lejos. Y eso lo digo yo, nacida en el 68, adolescente de los ochenta, polijuerga de los noventa. Salir a salir es una práctica muy difícil de comprender en estas circunstancias. Recuerdo la conversación, porque yo misma me sorprendí luego, y no me hizo mucha gracia, de haber preguntado «¿a qué?». Me dieron ganas de preguntarle a aquella amiga: ¿Te refieres a tal cantidad de alcohol y tóxicos que consigan un olvido fulminante y efectivo?
Mientras tanto, y con el respiro que da verte con las deudas pagadas aunque te queden dos meses para volver a estar en pelotas, me permití el lujo de volver a mirar alrededor. Es verdad que cuando todo aprieta te centras en tu ombligo, tus mañanas de angustia, tus tardes de depresión, tus noches de pánico. Un desastre. Allá afuera había sucedido algo, algo que con el nombre de 15M y Spanish Revolution e Indignados daba la vuelta al mundo propugnando una protesta que me resultó irritantemente pacífica y que no entendí demasiado. No es verdad que entre los pobres cunda la comprensión, ni que florezca la solidaridad. La miseria es una de las peores formas de soledad, y eso está bastante reñido con salir a la calle a sentirte bueno.