En realidad, eso de que cuando te despiden en una crisis de proporciones mayas puedes «hacer algo» es una trampa. Hay que decirlo, porque es así: una trampa. Pero ¿cómo renunciar a moverse? El año UNO en el despeñadero del monte Niesen pasa rápido: aún tienes dinero, aún tienes amigos, aún crees que en el fondo el que no trabaja es porque no vale, el que no publica es porque no es bueno, el que no está de camarero es porque tiene roña en las uñas. El año UNO pasa como el rayo y no es una temporada exactamente pesimista. Caes, sí, pero crees que en el despeñadero vas a encontrarte, en cualquier momento, un asidero o incluso una terraza soleada con montacargas para echarte un mojito y luego remontar tan ancho. En el fondo, si te pararas a pensarlo, tendrías que aceptar lo que ves, la trampa, pero ¿cómo no ceder a la ilusión? Es como si al arranque del monte Niesen, cuando todavía no has sufrido heridas profundas, te encontraras la bicicleta que alguien olvidó al caer, y te subieras, y pedalearas hacia arriba, y vieras que pedaleando no remontas, pero que al menos cabe la posibilidad de frenar la caída, o incluso de quedarte donde estás. Cualquier cosa antes que aceptar el sintechismo cuyo aliento helado has creído sentir que sube desde la sima que allá abajo te espera.
Pedalear.
Hacer algo, o sea.
Vale, vamos allá: Año UNO en el despeñadero: Pongámonos en la mejor opción, que ya es decir hablando de un #alaputacalle en toda regla. Pongamos que te despiden y llevas trabajando más de equis días dentro de los seis años anteriores, que lo has hecho con contrato, que blablablá... Entonces, y ten en cuenta que ése es el mejor de los casos, cobrarás un subsidio de paro, el que sea, durante setecientos veinte días, es decir, dos años.
Y de nuevo, porque el camino entre el despido y el desahucio está lleno de elecciones hacia la nada, hay dos opciones.
Opción A: Cobras el paro y vas buscando trabajo, sin estresarte, porque dos años son mucho tiempo y desde luego no parece que haya demasiada oferta. Aunque algo acabarás encontrando, no en vano llevas veinte años de vida laboral.
Opción B: No hay que pararse, y no hay mal que por bien no venga: capitalizas el paro o tiras de la indemnización, o de ambas cosas, te pones de autónoma y montas una empresita de lo tuyo.
Una tarda más o menos un año en darse cuenta de que cualquiera de las dos opciones son fruta con bicho. Tremendo bicharraco. La primera, porque en una sociedad con más del 25 por ciento de paro y en prodigioso aumento anual, el subsidio de desempleo dura cuatro días aunque se llamen setecientos veinte. La segunda, porque para cuando quieras darte cuenta de que, en medio de una crisis feroz, abrirse paso como primeriza —lo llaman emprendedor porque no tienen vergüenza— requiere años, AÑOS, cuando al fin te percatas de eso, los meses que te has merendado (y pagado) como autónoma significan que has perdido la posibilidad de cobrar subsidio de paro. En el caso de que no te lo hayas pulido con la bonita modalidad de capitalización del desempleo.
Ambas opciones comparten, además de susto o muerte, o sea estás jodida sí o sí, un serio desplome de la autoestima. Y el encumbramiento de la culpa en lo más alto de lo cotidiano.
El año UNO, porque aún te quedan fuerzas o porque las necesidades cotidianas no son tan acuciantes como serán, una se lo pasa bailando un agarrao con la culpa. Hasta el punto de inventar todo tipo de estrategias para creer que trabaja, que sigue «ganándose la vida», que aún tiene un puesto en la parte de arriba del territorio rajado, que no es ya material de derribo, parte de los excluidos, ah, qué bonita palabra y qué facilidad de uso: exclusión.
En el caso del periodismo, uno de los sectores que más ha golpeado esta crisis en España, no hace falta exprimirse mucho la sesera para creer que estás trabajando. Éstos son los pasos básicos:
Uno: Te despiertas muy temprano —sobre las seis es buena hora— y escuchas las noticias del día mientras lees la prensa nacional e internacional en el ordenador. Cero euros.
Dos: Redactas un par de opiniones más o menos brillantes, según capacidad, y más o menos radicales, según carácter, y las lanzas en Twitter y Facebook. Cero euros.
Tres: Si tienes ganas de más, alimentas un blog con artículos sesudos o no, e incluso reportajes o entrevistas. Cero euros.
Y por cero euros ya tienes montadito tu puesto de trabajo. Cero euros te cuesta y cero euros vas a recibir a cambio. Si te sale bien, muy bien, cabe la posibilidad de que te llamen para participar en alguna mesa redonda (120-180 euros) pongamos que al semestre. Si te sale redondo, puede que alguien te publique un libro (1.000-1.500 euros y nada más). No seré ceniza: me han comentado que hay quien gana dinero, y no poco, con la autoedición de los frutos de todo lo anterior vía Amazon.
Define «trabajo».