CAPÍTULO 10
A LAS SEIS DE LA mañana, mientras sus padres todavía dormían, Livia salió sigilosamente de la casa. Para el mediodía, ya estaba entrando en Georgia. Los cipreses se elevaban contra el cielo de la tarde y los abedules sombreaban el camino. Las últimas dos horas del viaje eran fáciles; Livia se relajó y dejó que el GPS la guiara a través de la ciudad de Burlington.
La madre de Casey Delevan vivía en una casa despintada y ruinosa, con ventanas sucias. No tenía garaje, pero había un Toyota Corolla viejo y oxidado en la entrada de grava. Era la tarde de un sábado. Tres horas antes, la señora Delevan había respondido al teléfono cuando Livia la había llamado para preguntarle si estaba interesada en suscribirse a una revista y de esa forma cerciorarse de que viviera allí. Estacionó en la calle y caminó hasta la casa. El timbre de llamada no hizo sonido alguno, de modo que, después de un segundo intento, Livia golpeó a la puerta. Instantes después, apareció una mujer de mediana edad.
—¿Barbara Delevan?
—¿Sí?
—Buenas tardes, señora. Soy la doctora Livia Cutty. Quería hablarle sobre su hijo.
La mujer se quedó mirando a Livia desde el otro lado de la puerta de tela metálica, luego la abrió y la sostuvo para dejarla pasar.
—Pasa.
Livia ingresó directamente en la sala. En un día soleado, la casa de la señora Delevan era oscura y opaca. Las cortinas metálicas estaban cerradas y solo permitían el ingreso de tenues rayas de luz. No había lámparas encendidas, por lo que los ojos de Livia tuvieron que adaptarse a la penumbra.
—¿Quieres tomar algo? ¿Agua, un refresco?
—No, gracias.
—¿Cerveza, algo?
—Estoy bien, gracias.
—Pasa y siéntate.
Livia se sentó en un sillón. El sofá parecía ser territorio de la señora Delevan. Estaba dividido en tres sectores y el cojín del centro se veía gastado, hundido y manchado de café y comida. La señora Delevan se dejó caer en él y apoyó los pies sobre la mesa baja.
Allí también había evidencia de una vida sedentaria. El lustre de la mesa estaba gastado en el sitio donde los pies de la mujer estaban constantemente apoyados mientras miraba la televisión, una gigantesca monstruosidad que estaba en un rincón y era la definición misma de “pantalla grande”. En ese mismo momento transmitía a todo volumen un episodio de “Amas de Casa” de algún lugar. La señora Delevan le quitó el sonido al aparato con el mismo movimiento con el que se dejó caer en el sofá.
El almohadón de la derecha estaba cubierto de papeles; Livia supuso que eran boletas o resúmenes bancarios de algún tipo, agrupados en pilas junto a un organizador donde los sobres quedaban en posición vertical. Sobre el almohadón de la izquierda había envases de comida para llevar, botellas plásticas de Coca Cola —la que estaba actualmente en uso se encontraba encajada entre dos almohadones— y una botella de vodka en un rincón del sofá. Sobre la mesa baja, un vaso de café de poliestireno con el borde gastado y mordido.
La señora Delevan echó vodka dentro del vaso, le añadió Coca Cola y miró a Livia.
—Si viniste a hablarme de Casey, voy a necesitar un trago. ¿Estás segura de que no quieres nada?
—Nada, gracias. —Livia paseó la mirada por la pequeña casa—. ¿Vive aquí sola, señora Delevan?
—Llámame Barb. Sí, vivo sola. Alan, del almacén, piensa que vive aquí a veces, hasta que le recuerdo cómo son las cosas. —Sonrió, dejando al descubierto una fila de dientes flojos y encías necróticas.
Livia vio un paquete de cigarrillos Marlboro sobre la mesita junto al sofá; en cuanto había puesto un pie en la casa había olido el olor rancio de la nicotina. Había pasado los últimos años analizando cuerpos humanos sin vida, los tejidos, las células, y viendo la naturaleza destructiva del mundo; las cosas que los humanos se hacen entre sí y a sí mismos, las sustancias que ingieren, el aire que respiran y la manera en que los órganos fallan como resultado de todo esto. Las consecuencias de esta educación y de todas las autopsias que había hecho la doctora Livia Cutty eran que veía venir la muerte antes de que llegara.
Observó a Barb deglutir un trago de vodka con Coca Cola e imaginó el hígado dentro de su cuerpo. Livia sabía exactamente cómo lo sentiría entre sus manos: hinchado, grasoso, con vasos sanguíneos endurecidos en la superficie, maltratado por años de toxinas. Cuando Barb se llevó un cigarrillo a los labios y lo encendió, Livia vio, en el ojo de la mente, cómo el humo viajaba por la tráquea hacia los pulmones. Imaginó las células epiteliales y caliciformes que recubrían las vías aéreas, manchadas con hollín amarillento, muriendo poco a poco. Visualizó los bronquiolitos de los pulmones estenosados por años de maltrato y los racimos de alvéolos apretados por la necrosis que no les permitía expandirse para transferir oxígeno al flujo sanguíneo. Si ponía a esta mujer en una cinta para caminar, Livia podía ver perfectamente el corazón trabajando en su máximo esfuerzo para enviar oxígeno a los pulmones moribundos.
—¿Tú también tienes novio? —preguntó Barb—. ¿De los que creen que pueden ir y venir cuando quieren?
—No, señora.
Barb movió la mano para descartar la idea.
—¿Eres policía?
—No, no exactamente. Trabajo en la Jefatura de Medicina Forense de Carolina del Norte. Soy la médica que realizó la autopsia de su hijo.
—Ah, mira tú. La policía me dijo que podía llamarte si tenía preguntas. —La señora Delevan hojeó los papeles a su derecha, pero se rindió al cabo de un minuto—. Me dieron una tarjeta; está por aquí en algún sitio.
—Aquí tiene —dijo Livia, alcanzándole una nueva—. Estoy siempre disponible.
—¿Viniste en coche desde Raleigh? —preguntó Barb, leyendo la tarjeta.
—Así es.
—Todo un viaje.
—Fue agradable el recorrido; los árboles comienzan a cambiar de color —respondió Livia—. Además, no me gusta hablar con los familiares por teléfono sobre un asunto tan delicado.
—Pues te lo agradezco. La policía me informó que Casey no se ahogó, sino que tal vez alguien lo mató.
—Sí, señora, así lo reveló mi examen.
—¿Alguien lo apuñaló, me dijeron?
—Eso parece, sí.
Livia estaba aprendiendo que los detectives de Homicidios eran famosos por dejar afuera detalles “irrelevantes” cuando hablaban con los familiares de las víctimas. Imaginaba muy bien a los dos detectives de Raleigh al apersonarse en esta casa para darse cuenta inmediatamente de dos cosas: la primera, que Barb Delevan no tenía nada que ver con la muerte de su hijo. Y la segunda, que no les resultaría útil para la investigación. Para acortar la visita, los detectives no habrían mencionado los detalles sobre la forma en que se sospechaba que había muerto Casey Delevan. “Apuñalado” hablaba de un objeto filoso en el abdomen. Aunque sonara horrible, era mejor que hablar de “orificios no identificados en el cráneo”.
Barb Delevan sacudió la cabeza, bebió un sorbo de vodka y dio una profunda pitada al cigarrillo.
—¿Estás segura de que no se ahogó como dijeron en los programas de noticias? No era del todo estable. Mentalmente, digo. Me lo puedo imaginar arrojándose del puente más que… más de lo que puedo imaginarme a alguien atacándolo.
—Sí, estoy segura, señora. Su hijo no se ahogó.
—Pero en las noticias dijeron que pudo haberse ahogado.
—Comprendo, pero los periodistas no tenían la información correcta.
—¿Cómo lo sabes?
—Por muchas razones, pero la prueba más fehaciente que tenemos es que su hijo no tenía agua en los pulmones. Eso nos dice a ciencia cierta que no se ahogó. Y tampoco tenía lesiones consistentes con una caída desde un puente.
—¿Entonces es cierto? ¿Alguien lo apuñaló?
Livia asintió; la madre de Casey se secó los ojos antes de dar otra pitada al cigarrillo.
—¿Sufrió antes de morir?
Livia no tenía forma de saberlo. Pero según el informe de Maggie Larson, el instrumento usado para penetrar la cabeza de Casey Delevan había perforado el tejido cerebral unos tres centímetros en cuatro puntos diferentes del lóbulo temporal —responsable de la audición y la capacidad cognitiva—, por lo que había una muy buena posibilidad de que Casey Delevan sufriera una muerte larga y lenta mientras se desangraba estando plenamente consciente. La única buena noticia era que podría haber quedado sordo e incapaz de comprender lo que estaba sucediendo. Por otra parte, también podría haber perdido el conocimiento y muerto de manera indolora. Tanto tiempo después, era simplemente imposible saberlo con certeza. Sin embargo, la respuesta de Livia fue inmediata.
—Murió de manera instantánea.
Barb asintó; saber que su hijo no había sufrido le aliviaba parte de la carga.
—Me gustaría hacerle unas preguntas sobre Casey, si puede ser.
Barb se encogió de hombros.
—Sí, claro.
—La policía dijo que estaban distanciados.
—No nos hablábamos, si te refieres a eso.
—¿Puedo saber por qué?
Otro sorbo de vodka.
—Es una historia larga.
—Conduje varias horas para venir aquí…
—¿Qué importancia puede tener?
Livia pensó un instante.
—Hace alrededor de un año, el verano anterior a este, desaparecieron dos chicas en el pueblo donde vivo, Emerson Bay.
Barb apuntó a Livia con los dos dedos que sujetaban el cigarrillo, dejando una estela de humo, e hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Sí, lo recuerdo. Una de las chicas sigue apareciendo en las noticias todo el tiempo. La que se escapó.
—Exacto. La otra chica era mi hermana.
—¿La otra chica que raptaron?
—Sí.
—¿Era tu hermana?
Livia asintió.
—Mierda. Lo lamento, doctora.
—Gracias. —Livia se movió en el sillón—. Lo menciono porque Casey y mi hermana, Nicole, estaban saliendo cuando ella desapareció. Mi examen del… —Livia se interrumpió, a punto de decir cadáver, algo que el doctor Colt les había advertido que no hicieran porque los familiares no querían oír hablar de cadáveres: los difuntos seguían vivos en sus recuerdos— …de su hijo, indica que puede haber muerto cerca del momento en que desapareció mi hermana. A fines del verano de 2016. Así que, por razones puramente egoístas, Barb, sentí la necesidad de saber más sobre Casey. Sobre la persona con la que estaba saliendo mi hermana.
—¿No me estarás diciendo que Casey tuvo algo que ver con esas chicas desaparecidas, no?
Después de haber construido con la mujer una buena relación a esta altura, Livia no se atrevía a revelarle sus sospechas. Y lo cierto era que no tenía idea de qué pensar sobre Nicole y Casey.
—Claro que no. Solo estoy buscando cualquier información relevante sobre aquel verano. Cualquier cosa que pueda averiguar sobre mi hermana antes de que desapareciera.
—Tú y yo nos parecemos mucho, ¿sabes? —dijo Barb, sirviendo más vodka dentro del vaso.
—¿Sí? ¿En qué sentido?
—Mi hijo mayor, Joshua, desapareció a los nueve años. Fue con el padre y con Casey a la feria. El padre era un inútil de mierda, con perdón de la palabra. Inútil como esposo y como padre. Sabiendo esto, lo dejé llevarse a mis niños a la feria aquel día. Volvió solamente con Casey. Nunca más vimos a Joshua.
Livia hizo una pausa mientras digería la información.
—Lamento muchísimo enterarme de eso.
—Yo también. Así que sé cómo te sientes por tu hermana. Casey seguramente lo hubiera entendido, también.
—¿Cuándo sucedió lo de su otro hijo?
—El 12 de julio de 2000. Hoy tendría veintisiete años, pero yo solo lo conozco como ese niño de nueve que tengo grabado en la mente. —La señora Delevan desvió la mirada hacia un rincón de la habitación.
—¿Nunca encontraron a Joshua?
Barb sacudió la cabeza.
—Mi Joshua desapareció. La policía interrogó a mi esposo durante mucho tiempo, pero finalmente abandonaron ese ángulo de la investigación. Al parecer, había un depredador en esa feria y simplemente esperó hasta que Joshua se alejó lo suficiente de su padre. Eso me dijeron. La policía se mantuvo en contacto conmigo durante un año para tenerme al tanto de los avances en la investigación. Pero, con el tiempo, dejaron de llamar. Y yo perdí las esperanzas. Con mi esposo ya nunca fue lo mismo. Todavía hoy lo culpo por lo sucedido. No tuvo nada que ver con la desaparición, desde luego, pero él estaba a cargo de mis niños ese día. El también lo sabe. Así que un buen día se marchó, un año después de que perdimos a Joshua. Casey y yo nunca lo volvimos a ver. Casey se quedó conmigo hasta los dieciocho años y luego se fue, igual que el padre. No hablé con él durante tres o cuatro años. De pronto, me llama la policía. Y ahora perdí a mis dos hijos.
Livia escuchó la vida triste de Barb Delevan. De pronto comprendió la casa oscura, las cortinas metálicas cerradas y los hábitos de autodestrucción. Y la fascinación de Nicole con el hijo de Barb. La desaparición de Julie, su prima —un hito en la infancia de Nicole— era algo con lo que Casey Delevan habría empatizado. Livia imaginó a Nicole reconfortada en su conexión con él, algo que no había logrado con su familia. Livia ya estaba en la universidad cuando desapareció Julie y no vio las ramificaciones del suceso hasta el siguiente verano, cuando encontró a Nicole ensimismada y confundida. Con diecinueve años, Livia tampoco tenía las herramientas para consolar a su hermana por algo tan trágico. Sus padres trataron de protegerla del horror ocultándole los detalles y continuando con su vida.
—Lo siento muchísimo, de veras —dijo Livia—. No le haré perder más tiempo. Si necesita algo, o tiene alguna pregunta, no dude en llamarme.
—Gracias por venir hasta aquí, doctora Y por dejarme tranquila diciéndome que mi hijo no sufrió.
—Por supuesto.
—Con el tiempo se va haciendo más fácil —añadió Barb, sirviéndose más vodka—. Cada día que pasa lo extraño un poco menos.
Livia se puso de pie. Sabía que Barb Delevan estaba hablando de su hijo desaparecido hacía veinte años, no de Casey. Estaba segura de que el hecho de que Barb y Casey se hubieran distanciado tenía que ver con el niñito de nueve años atrapado en la mente de Barb.
—Gracias —masculló Livia; se dirigió a la puerta y salió al aire fresco de la tarde.