CAPÍTULO 13
Julio de 2016
Cuatro semanas antes del rapto
NICOLE CUTTY ESTACIONÓ EL COCHE en el playón desierto detrás de Walmart y apagó el motor. Del otro lado de la calle había un bar en cuya entrada todavía quedaban automóviles estacionados. Extrajo un cigarrillo de marihuana del bolso y acercó la llama del encendedor al extremo, concentrándose en el ruido de la punta al arder. A Jessica y Rachel no les gustaba fumar, por lo que Nicole se veía obligada a dejar los cigarrillos de marihuana para la noche. Había intentado hacerlas fumar un viernes por la tarde en la piscina de Rachel, pero ella enloqueció y dijo que su madre lo olería. Nicole amaba a sus amigas, pero en parte no veía la hora de irse de allí al año siguiente.
La gente iba y venía de la taberna al otro lado de la calle y las luces la encandilaban. Quería estar a solas y aislada de todo, de modo que tomó el porro de marihuana, descendió del coche y caminó hasta el parque que estaba a cien metros. Eran poco más de las once de la noche y sus padres no tenían idea de que se había ido de la casa. Las luces halógenas amarillas se habían apagado una hora antes y el parque estaba bañado en sombras provenientes de los postes de la calle, a veinte metros. Nicole se adentró lo suficiente como para sentirse cómoda en la penumbra de una hilera de arces que separaban el patio de juegos de la calle. El columpio le produjo una sensación de calma al hamacarse una y otra vez, disfrutando del efecto de la marihuana. La noche anterior se había bañado desnuda en la fiesta de Matt; ahora, inhalando profundamente, disfrutó al recordar el momento en que todos los varones se habían quedado mirándola y las chicas se habían vuelto invisibles.
Le tomó veinte minutos terminar el porro. Cerró los ojos y se columpió durante otros veinte con fuerza, como cuando tenía diez años, flexionando las piernas hacia atrás y luego extendiéndolas para aumentar el impulso, los puños cerrados alrededor de las cadenas. Contempló el cielo tachonado de estrellas que se le tornaban borrosas. Por fin, dejó de impulsarse con las piernas y dejó que el columpio perdiera velocidad hasta llegar a un ritmo suave en el que las piernas le colgaban perezosamente, tocando apenas el suelo.
Un silbido la sobresaltó. Sonó otra vez.
—¡Roxie!
Era la voz de un hombre.
Nicole miró el suelo para asegurarse de que había apagado el porro.
—¡Roxie!
Desde las sombras, apareció un hombre con una correa en la mano.
—Roxie, ven aquí.
El hombre vio a Nicole en el columpio y se acercó.
—¿Disculpa, viste a una perrita por aquí? Una terrier Jack Russell.
Nicole sacudió la cabeza.
—Lo siento, no.
—¿Hace mucho que estás en el parque?
—Media hora, tal vez.
El hombre giró en círculo escudriñando el patio de juegos a oscuras.
—No debería haberle soltado la correa, sabía que iba a hacer esto.
Nicole se puso de pie, mareada. El columpio había potenciado los efectos de la marihuana. Se enderezó después de un segundo. Se sentía bien.
—¿Se llama Roxie?
—Sí —respondió el hombre, sacando el teléfono—. Aquí tengo una foto. ¿La has visto antes?
Nicole se acercó para mirar la pantalla del teléfono, que brillaba como una linterna en la noche oscura. Al ver la foto, entrecerró los ojos y movió los labios, luchando con las palabras hasta que finalmente las pudo formar.
—Esa es mi prima, Julie.
—¿En serio? —dijo el hombre—. Qué pena. Ella también desapareció, y no va a volver nunca.
Antes que Nicole pudiera reaccionar, una bolsa de arpillera le cubrió la cabeza. Tensó los músculos, pero no pudo contra la sorpresa. Sintió que unas manos la palpaban y tironeaban de ella para empujarla al asiento trasero de un coche. El impulso del arranque la aplastó contra el respaldo. El automóvil abandonó el estacionamiento y se alejó a gran velocidad.
El viaje duró veinte minutos, durante los cuales tuvo las manos atadas con cinta adhesiva detrás de la espalda y la bolsa sobre la cabeza. Lloró y suplicó, pero no obtuvo respuesta del hombre que la había raptado. Intuyó que había otras personas en el coche.
—¿Por qué tienes una foto de mi prima?
Oyó que alguien despegaba el rollo de cinta adhesiva para embalar. Unas manos se metieron por la bolsa de arpillera y le taparon la boca con cinta. Se retorció en el asiento trasero, pero el hombre junto a ella la inmovilizó sin reparos.
Nicole se dio por vencida. Dejó de llorar, pelear y pegar puntapiés. Se quedó inmóvil bajo el peso del desconocido hasta que terminó el viaje, la levantaron del asiento y la arrastraron por el bosque. Pudo sentir el musgo, las ramas y las hojas mientras la arrastraban, casi sin poder caminar. Le pareció que pisaba vías ferroviarias. Luego, una barranca empinada, y finalmente el ruido de una cerradura de metal y el crujido de una puerta al abrirse. La arrastraron por la entrada y la obligaron a ponerse de rodillas, con el hombre detrás de ella. Cerró los ojos, a pesar de que tenía una bolsa encima de la cabeza. Sintió la boca de él junto a la oreja y el aliento penetrando a través de la bolsa.
—¿Y? ¿Te gusta? Igual que tu prima, ¿no? ¿Cómo se llamaba? ¿Julie?
Deslizó la mano por la cintura de Nicole, sobre su abdomen, luego hacia su tórax. Manoteó uno de sus pechos y gimió en su oreja.
Nicole trató de gritar a pesar de la cinta que le cubría la boca, y se escurrió desesperadamente de las manos del hombre, que la soltó y la empujó hacia adelante. Cayó de boca al suelo frío, sin poder amortiguar la caída con las manos atadas detrás de la espalda. El hombre le quitó la bolsa de la cabeza.
—Esperaremos a que te calmes. No es divertido que pelees todo el tiempo.
La puerta se cerró antes de que pudiera verle la cara. Permaneció tendida boca abajo, escuchando. Nada: ni voces, ni pasos. Solo silencio. Dejó pasar un minuto, rodó de espaldas, pasó las manos atadas por detrás de las piernas y por encima de los pies hasta lograr tener los brazos delante del cuerpo. Se arrancó la cinta de la boca con un movimiento lento, que le estiró los labios y le paspó la piel. Se pasó la lengua y sintió los restos pegajosos de la cinta.
Respiró hondo varias veces para calmar el temblor que le había producido el susurro del hombre en el oído. Trató de pensar, de aferrarse a la razón en medio de la oscuridad que la rodeaba. Los efectos del porro no ayudaban. Se puso de pie y caminó lentamente hasta la puerta, tanteando a oscuras hasta que tocó la manija con las manos atadas. Echó el peso de los hombros contra la puerta, pero esta no se movió. Luego hizo lo mismo con la cadera y por último le dio un puntapié frontal que la hizo caer sentada hacia atrás. Rompió a llorar. Solo podía pensar en Julie, tan niña y asustada, en un lugar oscuro como este. Sintió el estómago sacudido por náuseas. Finalmente se sentó, se empujó hasta el rincón y permitió que la humedad de la tierra se le colara por los pantalones y le arrebatara todo el calor del cuerpo.