CAPÍTULO 16
Julio de 2016
Tres semanas antes del rapto
LA CERVECERÍA COLEMAN’S HABÍA SIDO abandonada en la década de 1930; castigada por la Ley Seca, no logró recuperarse de la Gran Depresión. La cervecería trató de mantenerse a flote ofreciendo a sus clientes un sitio donde fumar cigarros y jugar billar. Desde luego, la promesa implícita de acceder a whisky de contrabando era el verdadero atractivo. El ocasional medio litro de cerveza lager Coleman’s, que se elaboraba en secreto y era muy buscada, hacía una aparición estelar ocasional. Alcanzó a duras penas para mantener abiertas las puertas durante la Ley Seca, pero cuando la Gran Depresión golpeó de lleno, Cole Coleman no pudo mantenerse al día con los sobornos. Para 1935, la cervecería había cerrado definitivamente.
Ochenta años más tarde, el casco abandonado del local seguía en pie en el antiguo sector industrial del oeste de Emerson Bay. El río Roanoke corría de norte a sur por Emerson Bay y separaba la ciudad en las partes este y oeste. El sector este floreció como comunidad junto a la bahía, con clubes náuticos y casas contra el agua, acceso a la playa y una zona céntrica a la moda. El sector oeste cayó en desgracia. Era un sitio por donde pasaban los trenes de carga en la mitad de la noche, donde las luminarias de la calle se habían quemado hacía años y nadie las reponía. West Bay tenía aceras con rajaduras en las que crecían malezas y calles con baches profundos. La policía había renunciado a patrullar la Ensenada, el vecindario donde estaba la Cervecería Coleman´s, junto a otros edificios antiguos abandonados, porque no había nada allí, salvo algunos vagabundos refugiados en las construcciones añejas y ocasionalmente algún perro callejero. Oscura y aislada, la antigua cervecería era el lugar ideal para las reuniones del Club del Secuestro. Y muy aterrador, estaba descubriendo Nicole.
Esta excursión a West Bay formaba parte de la primera reunión en la que participaba. Su única asociación con el club, antes de su rapto, había sido a través de mensajes de correo electrónico con Casey y de las salas de conversaciones online en las que hablaban de noche sobre las desapariciones que salían en las noticias. Nicole y Casey estaban obsesionados con los detalles de estos raptos; para ella, este fetiche con las personas desaparecidas se había originado en su infancia, cuando Julie desapareció a poco de cumplir nueve años.
Aquel verano hubo una gran conmoción, llantos e histeria colectiva; Nicole recordaba cuando había ido con su familia a Colorado por última vez. Julie ya no estaba y nadie hablaba de ella ni de lo que le había sucedido. Por el contrario, los adultos usaban palabras complicadas y se prometían unos a otros que Julie regresaría. Pero, salvo en sueños, Nicole nunca más volvió a verla. Los pensamientos sobre qué le había sucedido se fueron convirtiendo en una curiosidad intensa que supuraba en su interior. Livia, en cambio, nunca había mostrado demasiado interés en su prima. Julie era hija única y nunca hubo motivos para que Livia participara de los viajes al oeste, de modo que cuando Julie desapareció, si bien fue triste y perturbador para ambas hermanas, el rapto tuvo un efecto completamente diferente en Livia que en Nicole. Livia estaba en el primer año de universidad y era mayor y más madura que Nicole, lo que le permitía comprender las cosas más profundamente. Lo que nunca llegó a entender, sin embargo, fue la sensación de pérdida que experimentó Nicole por la desaparición de su prima. Como Nicole era diez años menor que Livia, las dos niñas se habían sentido hermanadas. Había un entendimiento mutuo y aprendían sobre la vida juntas, no a través de hermanos mayores ni de sus padres. Cuando Julie desapareció, Nicole perdió a su cómplice y quedó sola para tratar de encontrarle sentido a todo.
Los Cutty nunca hablaron de Julie entre ellos y hacía muy poco que la madre de Nicole se había vuelto a conectar con la tía Paxie. La relación con su hermana era difícil para Paxie, porque ver a Nicole era un recuerdo de cada etapa perdida con Julie. Nicole se volcó a Internet para obtener las respuestas e información que nadie le daba sobre su prima. Pasaron los años y lo poco que pudo descubrir sobre la desaparición no era interesante ni pertinente. Lo que sí encontró en Internet fue una comunidad online igual a ella: gente obsesionada con raptos, que no se atrevía a hablar de eso. Derramaban su pasión secreta cuando alguien desaparecía, y ofrecían teorías sobre quién se los habría llevado y qué les estaría sucediendo.
Una noche conoció a Casey en una sala de conversaciones online y, después de dos meses de mensajearse por privado, Nicole tuvo su rito de iniciación en el Club del Secuestro mientras fumaba un porro en el parque. Fue lo más loco que le había sucedido en la vida: que un desconocido la raptara, le cubriera los ojos y le tapara la boca con cinta adhesiva. Había sido traumático y emocionante. Todavía hoy sentía escalofríos al pensar en esa noche. Como una moneda de oro escondida en el fondo de un portamonedas pequeño, esos pensamientos le pertenecían solamente a ella. Nuevos e inmaduros, recorrían una y otra vez la mente de Nicole. Una sensación de peligro le decía que había llevado las cosas demasiado lejos. Que había permitido que la fascinación fuera más fuerte que el sentido común. De noche, en la cama, a oscuras, revivía el momento en el que había estado sola, en el suelo del cobertizo detrás de la Cervecería Coleman’s y sentía terror genuino. Por fin podía empatizar con todas las chicas sobre las que tanto había leído. Ahora sabía cómo se había sentido Julie. Por un instante, Nicole se había reconectado con su prima.
Cumpliendo las instrucciones recibidas, dejó el coche en la estación de tren y caminó por sobre las vías unos mil metros alejándose del pueblo hasta que vio el viejo edificio de la Cervecería Coleman’s en la Ensenada. Tomó un sendero descendente entre la vegetación y oyó que se acercaba un tren maderero desde Canadá. Se preguntó si este sería el camino por el que la habían arrastrado con la bolsa sobre la cabeza. Llegó a la intersección frente a la cervecería abandonada justo en el momento en que el tren pasaba a sus espaldas, bloqueando la luz que llegaba de los postes de luz situados al otro lado de las vías.
Los ladrillos color tostado usados para construir la Cervecería Coleman’s hacía cien años todavía seguían en pie, en su mayoría. Notó que un sector de la parte trasera del edificio se estaba desmoronando. Seguramente era donde se hacían los repartos y los camiones debían haber chocado repetidamente al hacer marcha atrás, lo que con los años había hecho ceder las paredes.
Nicole, que no conocía a nadie del grupo antes de verlos por primera vez delante de ella, con las linternas debajo del mentón, aquella noche en el cobertizo, no sabía muy bien qué esperar de su primera reunión del Club del Secuestro. Caminó hasta la entrada del frente, pasando por encima de la basura en el suelo: recipientes de plástico de comidas rápidas y botellas de cerveza. Oyó voces en el interior. Ingresó en un pequeño vestíbulo, atravesó la puerta abierta y pasó a una habitación decrépita que supuso había sido una taberna en el pasado. Todavía se veía la barra de más de un metro de alto donde los parroquianos habían pedido tragos. No había banquetas, pero Nicole vio que el grupo había traído dos mesas plegables y una docena de sillas de todo tipo. Dos hieleras portátiles contenían cerveza fría.
Vio a Casey de pie cerca de un extremo de la mesa. Sus miradas se encontraron y él sonrió.
—¡Nuestra chica perdida ha vuelto a casa! —exclamó.
Todos se volvieron hacia la entrada y vivaron al ver a Nicole. Ella hizo estallar el globo de su goma de mascar como si fuera la recepción que había estado esperando y levantó la mano. Casey se acercó y la abrazó.
—Bienvenida a tu primera reunión. Te espera una linda sorpresa.
La forma en que la tocaba y abrazaba, como si ella le perteneciera, le hacía correr electricidad por el cuerpo. Era tan distinto de los chicos de la escuela, que apartaban la mirada enseguida y nunca se comprometían con nada por temor a ser rechazados. Ni siquiera tomaban lo que se les ofrecía, como Matt el otro día en la lancha; demasiado miedoso como para actuar, aun cuando ella estaba dispuesta a entregársele. Casey, estaba segura, era de los que tomaban las cosas antes de que se las ofrecieran.
Durante una hora Nicole se quedó junto a Casey, que la fue llevando de grupo en grupo para presentarla. Conoció a muchachos con pelo largo y tatuajes, chicas con cabezas rapadas y todo perforado: la nariz, los labios, las cejas. Todos bebían cerveza y hablaban sobre raptos de distintas partes del país. Una estudiante de primer año de la universidad había desaparecido en Georgia y se sospechaba de su novio. El cuerpo de una adolescente del bachillerato acababa de aparecer en los Everglades del estado de Florida. Una recién casada había desaparecido de un crucero, y así sucesivamente. Una vez que ella y Casey pasaron por cada grupo, él la tomó de la mano y la llevó a la barra, la sentó a la mesa y todos los demás se les reunieron alrededor. Casey ocupaba la cabecera. Detrás de él había una pizarra iluminada por una lámpara cuyo cono de metal parecía el cuello quirúrgico de un perro. Una extensión larga de cable llevaba a un generador a gas fuera del edificio. La noche cálida del verano estaba densa de humedad y no corría aire dentro de la vieja cervecería.
—Muy bien —dijo Casey, desde la cabecera—. A ver, gente… Escuchen.
Lentamente, todos se sentaron e hicieron silencio.
—En primer lugar, ya ha saludado a todos, pero démosle la bienvenida formal a Nicole.
Todos aplaudieron y la aclamaron.
—Como todos sabemos, Nicole pasó el desafío de una noche y, si bien se meó…
Se oyeron aullidos y algunas risas.
—…aprobó con honores. Nicole pudo experimentar lo que es un rapto. Es algo que a todos los que estamos aquí nos fascina, para bien o para mal. ¿Es un fetiche? No lo sé. ¿Es morboso? Seguramente. ¿Lo entendería alguien de afuera del club? Obviamente que no. ¿Son todos mentirosos que sienten la misma intriga que nosotros? Apuesto cualquier cosa a que sí.
Casey se puso de pie y tomó un trozo de tiza, que golpeó contra el pizarrón varias veces.
—Temas nuevos. Durante la última semana, hemos puesto la lupa sobre Reagan William Beneke. Asesino serial del oeste de Texas. Arrestado por sesenta y cuatro asesinatos, e implicado en treinta y ocho. Todas mujeres, raptadas en Louisiana y Texas. En su mayoría jóvenes, desde adolescentes a veintitantos años. Las espiaba y seguía de noche, entraba en contacto con ellas en bares y las seducía. Las llevaba a su casa, donde… —Casey paseó la mirada por la habitación—. Usen su imaginación. Cuando terminaba, las estrangulaba y las enterraba en lagunas pantanosas de Louisiana. Admitió a las autoridades que los cocodrilos se comieron algunos cuerpos. De allí la discrepancia entre los casos por los que lo arrestaron y los cadáveres que encontraron.
Los miembros del club escuchaban, atentos.
—De su confesión, corroborada por testigos durante el juicio, surge que nunca tomó a una víctima por la fuerza. Todas lo siguieron a su casa por propia voluntad. Esto me recuerda a alguien que utilizó la misma táctica. ¿Alguien sabe de quién estoy hablando?
Hubo silencio en la taberna hasta que Nicole respondió:
—Dahmer.
—Exacto —dijo Casey, señalando a Nicole—. Jeffrey Dahmer. A pesar de que era un psicótico y mataba a sus víctimas de manera morbosa, la forma en que las atrapaba es fascinante. Dahmer y Beneke atraían a sus víctimas. Las dejaban elegir irse con ellos, sin imponerse nunca por la fuerza. Bien, abramos la discusión de hoy con esto: ¿qué es más emocionante, utilizar la fuerza bruta o un señuelo blando?
Hablaron durante una hora de la primera víctima de Dahmer, un autostopista que se había subido por su propia voluntad al coche y había aceptado ir a la casa de Dahmer, donde este lo asesinó más tarde. Pasaron a las otras víctimas, en su mayoría hombres de bares para homosexuales, a los que Dahmer llevaba al sótano de la casa de su abuela. Todos habían ido a casa de Dahmer por su propia voluntad y muerto allí. Este tipo de captura, la utilizada por Dahmer y Beneke, era diferente de las otras a las que los miembros del club estaban acostumbrados. Hasta este punto, sus simulacros de iniciación se habían realizado por la fuerza. Bolsa sobre la cabeza y adentro. Rápido, eficiente y aterrador.
—Dahmer utilizaba el encanto y el cerebro para lograr que sus víctimas fueran a su casa con él. Una vez que estaban en el sótano, los drogaba, abusaba de ellos y terminaba por matarlos. En este club nos interesa la persecución. Quiero que todos recordemos lo astuto que era Dahmer en su abordaje. Lo carismáticos que eran tanto él como Beneke. —Casey sonrió, de pie junto al pizarrón—. Esto resultará de suma importancia en los próximos días.
Un silencio ansioso envolvió al club. Casey estaba planeando el rapto de un nuevo miembro y todos vibraban de entusiasmo.
Casey miró fijamente a Nicole.
—La otra noche fue muy emocionante para nosotros meterte en el cobertizo del fondo. Como miembro nuevo, tu próxima misión es invertir los roles y convertirte en la secuestradora. Tienes que sentir la excitación de capturar a alguien en la calle, llevar a la persona a tu escondite y tenerla a tu disposición. Es casi mejor que ser la víctima. ¿Te sientes capaz de hacerlo?
El grupo entero fijó la mirada en Nicole.
—Por supuesto —respondió ella.
—Perfecto. Tenemos cuatro candidatos. Todos han manifestado interés en el club.
—¿Varón o mujer? —preguntó Nicole.
—Tres varones, una chica. ¿Qué prefieres?
Hubo un momento de vacilación mientras Nicole buscaba en los armarios de sus sueños. Los ojos grandes de Julie la miraban desde adentro.
—La chica —dijo por fin.
La Cervecería Coleman’s se vació al dispersarse los miembros del club; arrojaron las latas vacías al suelo y dejaron a Casey empacando la computadora y guardando el generador. Nicole se quedó con él, bebiendo una cerveza Miller.
—¿Podré participar, entonces? —preguntó.
—¿Del secuestro? Claro. —Casey se enrolló la extensión de cable alrededor del brazo.
—¿Qué haremos con ella?
—Traerla aquí y dejarla en las ruinas por un rato. —Casey hizo un ademán hacia la parte trasera del antiguo edificio, donde los ladrillos se estaban desmoronando—. Podríamos usar el cobertizo de atrás, donde te pusimos a ti. Pero creo que tenemos que desordenarlo un poco. Pondré un colchón viejo en el cuartito trasero, para que parezca que nos vamos a divertir mucho con ella.
—¿Vas a susurrarle en el oído? —quiso saber Nicole, bebiendo un sorbo de cerveza con mirada seductora.
Casey dejó de empacar.
—Yo no fui el que lo hizo.
Nicole se puso de pie y se le acercó.
—¿Vas a manotearle los pechos?
—Tampoco fui yo.
—¿No? —Nicole se acercó aún más—. Casi que me hubiera gustado que fueras tú.
Su rostro estaba a unos centímetros del de Casey.
Casey miró la puerta. Los últimos miembros del grupo se habían ido. Dejó caer el cable, la sujetó de la cintura y la atrajo hacia él.
—No juguetees si no vas a cumplir.
Nicole soltó la cerveza, que cayó al suelo y salpicó espuma. Rodeó el cuello de Casey con los brazos.
—No jugueteo. —Atrajo el rostro de él hacia ella y lo besó.
Las manos de Casey le recorrieron el cuerpo y al cabo de un minuto, la empujó hacia atrás, sobre la mesa. Mordiéndole el lóbulo de la oreja, susurró:
—¿Qué edad tienes?
Nicole le tomó el rostro entre las manos y lo miró a los ojos.
—Me cubriste la boca con cinta de embalar y me arrojaste en un cobertizo durante toda una noche. No creo que esto sea más ilegal que todo lo que has hecho.
Casey la empujó más atrás sobre la mesa. Además de las voces y los gemidos de ambos, el único otro sonido provenía del generador de afuera que daba vida a la única bombilla de luz que brillaba en las sombras de la cervecería.