CAPÍTULO 26
Agosto de 2016
Una semana antes del rapto
MEGAN MCDONALD TERMINÓ EL ÚLTIMO año del bachillerato de Emerson Bay con una hoja de ruta impecable. Fue capitana del equipo de porristas durante cuatro años y las llevó al campeonato estatal en tres ocasiones. Fue líder del equipo de debate, jugó baloncesto preuniversitario y obtuvo el mejor promedio de su clase. Pasó una parte del verano anterior en Sudáfrica, ayudando en un hospital de campaña perteneciente a Médicos Sin Fronteras, lo que le resultaría de gran utilidad si quería ingresar en la carrera de Medicina en el futuro. Su mayor logro, sin embargo, fue crear un programa de apoyo para el verano después del octavo año que incluyó, en total, al ochenta por ciento de las ingresantes a noveno y cuyo propósito era ayudar a las chicas a hacer la transición a los tres últimos años del bachillerato.
Su determinación para lograr que el programa fuera perfecto le ganó una nota en el periódico local. Maestros y directivos elogiaron el programa y el ambiente que creaba para las chicas del octavo año. Los padres enviaron cartas describiendo lo bien que se habían adaptado sus hijas a un año tan importante. El inspector escolar corrió la voz sobre el éxito del programa y varias escuelas vecinas pidieron consejo a Megan para crear sus propias plataformas de verano. Poco tiempo después, un estudiante muy motivado de un bachillerato de Nueva York llamó para solicitar la ayuda de Megan para crear un programa similar destinado a varones. Toda la atención recibida terminó en un artículo sobre Megan McDonald y su programa en la revista Eventos, donde se detallaba cómo estaba logrando que las alumnas de noveno año perdieran el miedo al tramo final del bachillerato no solo en Emerson Bay, sino también —a medida que su programa comenzó a ser replicado— en muchas otras zonas del país.
Megan salió del edificio escolar donde se había graduado con el mejor promedio hacía tres meses, acompañada por Stacey Morgan, una alumna notable de cuarto año que se encargaría del programa en el verano cuando Megan partiera para la universidad.
—Nos queda una semana para terminar todo —dijo Megan mientras cruzaban la playa de estacionamiento—. Sé que estás nerviosa, pero te va a ir bien. Creo que harás las cosas mejor que yo, ya que te aprecian más que a mí.
—¡Ja! No es cierto —dijo Stacey—. Las más pequeñas te idolatran.
—Lo harán contigo también. Tienes que darlo todo, ¿comprendes? Eres la líder del evento. Todos tienen que sentirlo y verlo durante ese fin de semana. Si lo haces, te respetarán todos, hasta los del último año. Te va a ir muy bien, ya verás.
—Gracias.
Se detuvieron junto al Jeep de Megan.
—Te echaré de menos el año que viene ¿sabes?
—Sí —respondió Stacey—. Yo también. Pero harás amigos nuevos y pertenecerás a una sororidad y estarás por tu cuenta.
—Tal vez —dijo Megan—. Pero me voy a Raleigh, que no es lejos. Voveré los fines de semana y pasaremos tiempo juntas.
—¿Prometido?
—Prometido. ¿Vas el sábado a la fiesta en la playa? —preguntó Megan.
—Sí. Creo que van todos. ¿No fue en esa fiesta del año pasado cuando Nicole Cutty vomitó en la fogata?
Megan rió.
—Nicole es una tonta. Se tomó cinco cervezas para impresionar… ¿a quién? No se sabe. Después trató de apagar el fuego vomitando.
—La otra noche se comportó como una zorra total; te aseguro que no la entiendo.
—¿Nicole? No tenía idea; trato de no meterme con ella. Lo que busca es escándalo; ojalá nadie le hiciera caso.
Stacey sonrió.
—¿Matt va a ir a la fiesta? Me contaron que tú y él se engancharon el fin de semana pasado.
—Nada de eso —respondió Megan—. Solo nos besamos en la bahía. Punto.
—¿Pero no estuvieron saliendo el año pasado?
—Más o menos.
Stacey aguardó.
—Es complicado. Él estaba medio saliendo con esta chica de Chapel Hill, pero no era algo serio. Y en un momento, empezó a pasar tiempo con Nicole. No lo sé. Nunca supe bien cómo fue la historia. Así que digamos que pasa algo entre nosotros pero no…
—¿No fermenta?
—¡Qué asco! Oye, me tengo que ir. Voy a encontrarme con mi papá para almorzar. Nos vemos el sábado por la noche.
Megan trepó al Jeep y condujo por el pueblo. Como a su padre le deprimía bastante su partida a la universidad, Megan se había propuesto pasar más tiempo con él durante ese último verano. Era difícil verlo así. Notaba el orgullo en sus ojos y sabía que estaba emocionado por el éxito de su hija. Pero también intuía su temor. En los últimos meses, el hecho de que Megan se hubiera decidido por la universidad Duke lo había entristecido. El campus estaba solamente a tres horas, pero no era esto lo que alteraba a su padre. Era la idea de que la universidad era el primer paso hacia la pérdida de su hija. Megan nunca había ocultado su deseo de irse de Emerson Bay y vivir en una gran ciudad. Fascinada por Boston y Nueva York desde que era pequeña, había anunciado que esas dos ciudades eran sus primeras opciones para la carrera de Medicina una vez que terminara los cuatro años en Duke. Tal vez cambiara de intereses pero, por el momento, estaba decidida a dedicarse a neonatología y St. Luke, en Nueva York, tenía uno de los mejores programas del país.
Detuvo el coche en el estacionamiento de Gateways, un local tradicional de Emerson Bay que servía buenas ensaladas y hamburguesas gourmet. El auto de su padre estaba estacionado en el frente, con la leyenda ALGUACIL escrita sobre el costado del vehículo. Megan sabía que ya estaría adentro, conversando con las camareras y los encargados del bar, ganándose un almuerzo gratis con el dueño. Su padre era carismático y hacía sentir bien a la gente. Algunos oficiales blandían la autoridad como forma de intimidar. Él nunca había sido así, razón por la cual era tan buen alguacil, probablemente. Todos lo conocían, muchos lo apreciaban y la mayoría votaba por él.
Entró en el local y vio el periódico abierto sobre la barra junto a una taza de café humeante; el taburete con asiento de cuero rojo estaba vacío, sin embargo. En cuanto se sentó, la camarera se le acercó.
—Hola, tesoro. Tu papá está en el baño. ¿Qué te traigo?
—Una Coca Light, por favor.
Megan miró el periódico. Estaba abierto en la sección deportiva. Dio vuelta las hojas hasta la página principal y leyó los titulares. Mientras leía, oyó el familiar tintineo de las llaves y el chirrido de la funda de cuero donde su padre llevaba el arma, que presagiaban su llegada. Cuando imaginan a sus padres, la mayoría de las chicas piensa en el rostro, el color del pelo o la sonrisa. Pero el padre de Megan siempre había sido el intrépido alguacil del condado de Montgomery. Cuando pensaba en él, lo veía en uniforme más que en ropa de civil, acompañado invariablemente por el tintineo de las llaves y el crujido de la funda de cuero.
En parte, la entristecía marcharse a la universidad. No sentía nerviosismo ni temor. Había viajado en avión sola a África y logrado llegar a un poblado desértico en el que había trabajado junto a desconocidos en un país cuyo idioma no conocía. Todos los nervios de su vida los había gastado en el viaje de Médicos Sin Fronteras del año anterior. Pero sí sentía un dejo de tristeza al pensar en estar lejos de su familia, especialmente de su padre, al que siempre había querido complacer.
—Hola, pa —lo saludó Megan cuando él le besó la parte trasera de la cabeza.
—¿Cómo te fue con la planificación del retiro?
—Bien. Stacey tiene todo bajo control. Falta resolver unos detalles, pero nos quedan un par de semanas. —Giró sobre el taburete alto mientras su padre se sentaba junto a ella.
—Seguro que van a terminar a tiempo.
Megan respiró hondo.
—En realidad, creo que me pone contenta entregar el mando. ¿Está muy mal que lo diga?
—¿Del retiro? Es mucho trabajo. No tiene nada de malo querer pasárselo a otra persona.
—Me encanta el programa, pero no quiero que se convierta en mi vida.
—Solo tienes dieciocho años, tesoro. Te quedan muchos más para construir tu legado.
—No me refería a eso.
Su padre bajó la vista al periódico, desde donde lo agredían los violentos titulares de la portada.
—¿Qué pasó con la página deportiva?
—Suceden otras cosas en el mundo además de los deportes, pa.
El alguacil refunfuñó mientras hojeaba el periódico.
—Ah —dijo Megan—. No te conté que ayer me llegó un paquete de Duke, que incluye el calendario de baloncesto. Justo antes del Día de Acción de Gracias jugaremos contra Carolina del Norte y es un partido con gran rivalidad. Tú y mamá deberían ir ese fin de semana para ver el partido. Será divertido.
—¿Acción de Gracias? Falta muchísimo para eso.
—No estoy diciendo que sea la primera visita que me hagan, lo que digo es que se reserven ese fin de semana para que vayamos al partido.
—¿Cuál es la fecha?
—La semana anterior al Día de Acción de Gracias. Volveré a casa con ustedes el domingo para la semana de vacaciones.
Terry McDonald lo agendó en el teléfono y puso un recordatorio. Qué fácil era pensar que noviembre llegaría sin problemas.
—¿Tuviste noticas de la UCMA?
Megan sonrió y acarició el brazo de su padre.
—No todavía, pa.
Era una broma de larga data entre ambos que su padre preguntara sobre el estado de su ingreso en la Universidad Cristiana de Mitad del Atlántico, la casa de estudios más cercana a Emerson Bay. A veces preguntaba por la estatal de Elizabeth City, también. Ambas universidades quedaban a media hora. Megan no se había postulado para ninguna de las dos.
—Tal vez quieran hacerte sufrir.
—Sabes que volveré a casa todos los feriados, y también los fines de semana largos.
—La UCMA está a veinte minutos. Podrías ir y volver, y seguir viviendo en casa.
Ella arqueó las cejas.
—Ah, pero qué divertido que suena eso. No dejes de fijarte en el correo electrónico para ver si recibo algo de ellos, ¿sí?
Por pedido de Megan, eligieron dos ensaladas. Su padre, entrado en los cincuenta años, había desarrollado una barriga maciza que Megan siempre lo instaba a perder.
—¿Qué planes hay para el fin de semana? —preguntó su padre.
—La fiesta de fin del verano en la playa.
—¿Va a haber adultos?
—Es justo al lado de la casa de mi amiga, así que sus padres van a estar controlando.
—¿Quién es?
—Jenny Walton.
—No bebas alcohol.
—Entendido.
—Y si terminas tomando una mala decisión…
—Llamaré a casa para que me busquen.
—Las mismas reglas aplican para Duke. No soy tonto, sé que la juventud bebe. Arresto a bastantes idiotas aquí en el pueblo como para no saber lo que sucede. Pero nada de drogas ni de manejar alcoholizada. Y eso incluye…
—No subirme al coche de nadie si bebí. Ni conducir ni subir en coches ajenos si bebí. Lo entiendo, papá. Siempre lo cumplo.
Terry McDonald se inclinó y la besó en la mejilla.
—Mientras cumplas ese trato conmigo, todo el resto lo podremos resolver.
—No olvides el trato que tienes tú conmigo —dijo Megan—. Yo obtengo calificaciones sobresalientes el primer semestre en Duke y tú adelgazas diez kilos para cuando termine mi primer año.
Su padre tomó la ensalada que tenía adelante y apartó la rúcula hacia un costado.
—Trato hecho, de acuerdo —replicó, e inspiró hondo—. Creo que estaré comiendo mucho de esta porquería de aquí en más.
Almorzaron tranquilamente, dos semanas antes de la partida de Megan a la universidad, hablando del futuro: partidos de baloncesto, vacaciones de Acción de Gracias, pérdida de peso, la carrera de medicina y grandes ciudades. El futuro era algo que se daba por sentado. Estaba siempre allí, esperando a ser vivido.