CAPÍTULO 31
EL LUNES POR LA MAÑANA, Livia extrajo de la cámara frigorífica el caso que le había sido asignado, con ayuda de dos técnicos que colocaron sobre la mesa el cadáver: una mujer de mediana edad que había muerto durante un examen de esófago de rutina en el que el médico había lacerado accidentalmente el extremo distal del esófago y lo había separado del estómago. Como el médico no pudo detener la hemorragia, la mujer murió desangrada. Livia y los becarios habían sido advertidos que cuando se presentaban estas muertes accidentales —llamadas complicaciones terapéuticas— era necesario ejercer sumo cuidado y meticulosidad, ya que existían muchas probabilidades de que el informe de la autopsia se utilizara en el juicio de la familia contra el médico.
Livia realizó el examen interno con paciencia y minuciosidad, sin preocuparse por el tiempo que le llevara la autopsia, sino asegurándose de cubrir todos los aspectos y hacer todo lo que se esperaba de ella.
Veinte minutos después del inicio, cuando se encontraba cortando los músculos del cuello para obtener la visión del esófago, Ted Kane, del laboratorio de Balística, entró en la sala de autopsias. Era un típico día lunes, con todas las mesas de la sala cubiertas con la masacre del fin de semana. Tim Schultz y Jen Tilly estaban ocupados con sus casos, al igual que los otros médicos forenses que trabajaban en la JEMEFO. El único que faltaba era el doctor Colt, que se había tomado un fin de semana largo para pasar tiempo con su hija, que había vuelto de la universidad. Livia había aprovechado la ausencia del jefe para llegar temprano y pasar por el laboratorio de Ted Kane a fin de pedirle ayuda.
—Hola, doctora —dijo Ted, acercándose a la mesa por el lado contrario al de Livia.
Ella levantó la vista y lo miró desde detrás de la máscara protectora. Interrumpió el trabajo y arqueó las cejas.
—¿Encontraste algo?
—Coincidencia.
—¿Cuál de ellas?
—Ambas. ¿Cuánto te falta?
—Un rato —respondió Livia—. Termino y paso por el laboratorio. ¿Estás seguro? —insistió.
—Completamente. Ven a verme cuando termines.
Livia observó a Ted alejarse y volvió a su trabajo. Tenía la mente llena de posibilidades, pero se negó a prestarles atención y se concentró en el caso que tenía delante. Le tomó poco más de una hora terminar la autopsia y entregarle la mesa al técnico que suturaría y devolvería el cuerpo a la cámara frigorífica para que de allí fuera a la casa mortuoria. Pasó otra hora llenando los papeles del caso y confirmando que la paciente había muerto desangrada debido a una laceración de gran tamaño con sangrado dentro de los pulmones y el peritoneo. Causa de muerte: exanguinación. Forma de muerte: complicación terapéutica. Léase: la mató el médico.
Livia terminó de tipear las notas, firmó el certificado de defunción y se dirigió a toda prisa al laboratorio de balística.
El laboratorio de balística estaba situado en el segundo piso de la JEMEFO. Allí los técnicos analizaban todo, desde marcas de zapatos a trozos de vidrio, para determinar quién había caminado por la escena del crimen, con qué zapatos, de qué talla, y hasta en qué dirección había entrado una bala por la ventana. Ted Kane era el jefe del departamento y Livia le había entregado esa mañana temprano el trozo de tela verde que había extraído de la caja de pruebas de Nicole el viernes.
Al ingresar en el laboratorio, se encontró a Ted delante de la computadora.
—Ah, qué bien —dijo él al verla. Giró la silla y se arrastró hacia un escritorio abarrotado a su derecha. Le entregó a Livia un papel con el análisis de fibras llevado a cabo en la ropa de Casey Delevan cuando habían traído su cuerpo varias semanas antes. Ted apoyó el ojo contra el microscopio.
—Esto es lo que sabemos: el análisis de espectro nos dice que se trata del mismo material. Misma fibra de algodón, mismo grosor, mismo grado. La única diferencia es que el análisis de la ropa que vino con el cadáver tenía arcilla. —Levantó la vista del microscopio—. Esta muestra que me trajiste está limpia. No tiene absolutamente nada de arcilla.
—¿Y si no fuera por esa diferencia?
—Son de la misma camisa. Coincidencia total.
Livia no tenía tiempo para contemplar el significado de ese hallazgo. Pensó por un instante que un trozo de la camisa rota de Casey Delevan había sido encontrado debajo del coche de Nicole. Pero solo por un instante. Ted Kane no había terminado. Se empujó nuevamente lejos del escritorio y hacia la computadora encendida.
—Pero mira esto, es aún mejor —anunció, deteniéndose frente a la computadora que mostraba un escaneo tridimensional del cráneo de Casey Delevan que la doctora Larson, la patóloga especialista en neurología, había obtenido durante el examen.
La imagen, tomada por un microscopio con escaneo de electrones, era una de las cosas más impresionantes que había visto Livia durante su capacitación. Como la máquina tomaba imágenes del cráneo exterior y del interior, podía extrapolar puntos para ofrecer una “recorrida virtual” del cráneo y la parte interna del hueso. El interés específico de Ted Kane estaba puesto en los doce orificios del cráneo de Casey Delevan.
Cuando Livia descubrió la caja de instrumentos para parrilla que había estado en el coche de Nicole, lo comprendió de inmediato. Al ver el sitio vacío en la caja, donde había estado el tenedor, su mente inmediatamente lo asoció con los misteriosos orificios en el cráneo de Casey.
Pasó el fin de semana revisando instrumentos para parrilla en varios locales de artículos para el hogar y descubrió que el juego hallado en el coche de Nicole ya no se fabricaba. Pero era de la marca Weber, y con la ayuda de un joven amable de la Ferretería de los Hermanos Burke, Livia pudo conseguir el número de modelo del producto discontinuado. Esa mañana, se lo había llevado a Ted Kane para que analizara los instrumentos.
—Fui de nuevo a las fotografías originales del cráneo y los orificios, tomadas durante la autopsia —explicó Ted—. Después hice algunas mediciones basadas en información extrapolada. Al principio pensamos que eran doce orificios aleatorios en el cráneo. Ahora, al examinarlos con tu teoría en mente, veo que en realidad es un grupo de seis perforaciones gemelas. Mira esto. —Ted movió el mouse de la computadora y trazó un círculo alrededor de cada par de orificios. Luego superpuso un transportador generado por la computadora, para medir—. Cada par de perforaciones está exactamente a la misma distancia, tres centímetros y medio. Tres punto cincuenta y cuatro, para ser exactos. No hay variación. El patrón de distribución de cada par es aleatorio, pero los pares en sí son idénticos.
Ted señaló la pantalla.
—Mira esto, entonces. Te voy a llevar de recorrida por una de las perforaciones. —Movió el mouse y la imagen en la pantalla rotó para que Livia pudiera ver directamente dentro de uno de los orificios del cráneo. Luego la imagen 3D cambió de nuevo y Livia vio como si una pequeña cámara estuviera viajando por el canal dentro del hueso. Le recordó los cientos de endoscopías que había presenciado durante la carrera de Medicina, con la cámara bajando por la tráquea.
—De modo que tenemos certeza sobre algunas cosas —dijo Ted—. Todos los canales tienen el mismo exacto tamaño, por lo que sospechamos que fueron producidos por el mismo instrumento. Pero si dejamos de lado el ancho y analizamos las paredes de estos canales, nos encontramos con esto. —Señaló la pantalla—. ¿Lo ves?
Livia escudriñó el monitor.
—¿Qué tengo que ver?
—Una pequeña estría en la pared del canal. Me dice que el instrumento utilizado tenía un defecto, no era liso. Lo que significa que, en algún momento de su vida, ese tenedor cayó al suelo o fue maltratado de alguna u otra forma por el uso. Es importante porque cada par de orificios tiene un canal, el izquierdo, con el mismo defecto. Así que, sin ninguna duda, todos los orificios fueron hechos con el mismo instrumento. Esto será importante para los muchachos de Homicidios si recuperamos el tenedor. Podríamos tener pruebas absolutas de la coincidencia. Pero aquí está lo verdaderamente bueno. Esto sí que te va a interesar.
Ted cliqueó en varias pantallas hasta que la imagen animada del cráneo de Casey Delevan estuvo visible de nuevo.
—Había doce perforaciones; seis pares de dos, ¿sí? Cada par está a 3,54 centímetros de distancia. Así que tenemos el diente y tenemos la distancia entre perforaciones. Estuve investigando nuestra base de datos de instrumentos. Tenemos una lista muy completa y, por otra parte, tenemos también las medidas del tenedor que te interesa, basadas en el número de serie que conseguiste.
Ted volvió a tocar el mouse y la imagen tridimensional viró y entró en uno de los orificios.
—Cada uno de los canales atravesó todo el grosor del cráneo. O sea, cada uno de ellos fue desde la parte externa hasta la duramadre. —Miró a Livia—. Menos uno.
Señaló la pantalla, en la que la imagen entraba en un canal y luego llegaba a un punto muerto.
—Una de las penetraciones no atravesó el cráneo del todo. Perforó el hueso y después el instrumento fue removido. Ese canal tan distinto nos da mucha información. Específicamente, nos muestra el contorno exacto del diente del tenedor. Contorno, ancho, forma, ángulo en el extremo y el largo exacto de la punta del diente. El ángulo de la punta es clave, porque es único de la marca, diseño y línea del producto. Coincide idénticamente con el tenedor en el que estás interesada. Por lo que estoy en condiciones de confirmarte —dijo Ted, tocando el teclado para traer una nueva imagen a la pantalla— que el tenedor que le falta a esa caja de instrumentos para parrilla es el arma que mató a tu flotante.
Minutos más tarde, Livia manoteaba las llaves en el estacionamiento y comenzaba el largo viaje hacia Emerson Bay. Fueron dos horas de soledad en las que la mente le ardió de sospechas y suposiciones. Habían pasado las ocho de la noche cuando estacionó en la entrada de la casa de sus padres. Se dirigió al garaje y entró por la puerta lateral, encendiendo la luz al abrirla. El coche estaba estacionado en sombras. Recordó las fotografías que había visto el viernes, con las puertas y el maletero abiertos para que el fotógrafo capturara todos los detalles desde todos los ángulos. Ahora estaba abandonado allí, en el garaje de sus padres, casi sin haber sido usado desde la desaparición de Nicole.
Livia tomó una cinta métrica de la mesa de trabajo. Se inclinó y tomó la medida desde el suelo hasta el paragolpes. Sesenta y nueve centímetros y medio. La misma altura a la que estaba la fractura del fémur de Casey Delevan.
Livia dejó que la cinta se enrollara automáticamente y cerró los ojos.
—Ay, Nicole, ¿qué mierda sucedió?