CAPÍTULO 36
EL SÁBADO POR LA MAÑANA, Livia salió a la ruta antes del amanecer. Pasó unos pocos camiones con acoplados que venían desde el norte, pero de no ser por eso, tenía la ruta para ella sola. Pensó en Casey Delevan, Nancy Dee, Paula D’Amato y Megan McDonald, en si podría convencer a la policía de que todos estaban conectados entre sí. Se preguntó si esa conexión alcanzaba también a Nicole y si la grandilocuencia delirante de un club de dementes tendría algo que ver con todas estas jóvenes desaparecidas.
Livia recordó la entrevista que había tenido para su puesto como becaria, en la que había albergado pensamientos de que tal vez el cuerpo de su hermana aparecería de la misma forma en que habían aparecido el de Nancy Dee y el de Paula D’Amato. Pensó en el cuerpo de Nicole sobre su mesa de autopsias, suplicándole en silencio que descubriera las respuestas que ocultaba y pusiera fin a las preguntas que Livia y sus padres todavía se hacían sobre la noche en que había desaparecido. Pero el que había aparecido sobre su mesa había sido Casey Delevan. Y en lugar de respuestas, cada vez tenía más preguntas que la hacían viajar de un estado al otro en busca de revelaciones sobre otras chicas desaparecidas.
El sol asomó por el horizonte detrás de ella y estiró la sombra del coche a un delgado fantasma oscuro sobre el pavimento por delante. Livia comprendió que estaba persiguiendo algo más que el fantasma de su hermana. Tal vez había sido necesario que llegara el cuerpo descompuesto de Casey Delevan a su mesa para que entrara en acción. Tal vez un año de negación y ocultamiento había llegado a su fin. Tal vez la acción era la única alternativa lógica a olvidar a Nicole. Fuera cual fuere la razón, Livia comprendió que no se detendría hasta conseguir las respuestas que ansiaba. Y si esas respuestas no le permitían hacer un cierre personal o aplacar la culpa que sentía por los vaivenes en la relación con Nicole, quizá resolver el caso a las familias Dee y D’Amato le resultaría un bálsamo para las heridas que de otro modo quedarían expuestas y abiertas.
Había movido todos los hilos que su modesta posición como becaria de patología forense le permitía para poder convencer a la forense de Decatur, Georgia, de que se encontrara con ella un sábado. El sol estaba en lo más alto del mediodía cuando llegó al edificio de la Oficina de Investigaciones de Georgia. El estacionamiento estaba casi vacío. Livia entró en el edificio y se identificó ante el guardia de seguridad detrás del escritorio. El hombre tomó el teléfono para anunciar la llegada de la doctora Cutty y unos minutos más tarde una mujer de cincuenta y tantos años salió al vestíbulo.
—Hola —dijo—. Soy Denise Rettenburg.
—Livia Cutty. Gracias por recibirme.
—Tengo un caso, así que tenía que venir de todos modos —dijo la doctora Rettenburg.
— Sígueme. Gracias, Bruce —dijo al guardia de seguridad antes de guiar a Livia dentro del edificio. Al llegar al elevador, la doctora Rettenburg oprimió el botón para subir.
—¿Por qué en Raleigh están tan interesados en Paula D’Amato, entonces?
Se abrieron las puertas y Livia siguió a Denise Rettenburg dentro del elevador.
—Tal vez no haya razón para estarlo —respondió—. Pero hemos visto varios casos de jóvenes con hallazgos similares, por lo que quería echar un vistazo para ver si podemos establecer conexiones.
—Suena a algo que debería hacer la policía.
—Por ahora, son solo sospechas Necesito hechos concretos antes de poder involucrar a la policía.
La doctora Rettenburg sonrió.
—Hablas como una becaria del doctor Colt, no hay duda. Primero los hechos.
Las puertas se abrieron y ambas salieron a un corredor vacío.
—¿Entonces se trata de averiguaciones personales o el doctor Colt está al tanto?
—El doctor Colt conoce el caso que despertó en mí las sospechas. Un homicidio de finales del verano pasado. Pero en cuanto al caso D’Amato, vine por mi propia cuenta.
La doctora Rettenburg pareció analizar esta última información.
—¿Cuáles son los otros casos? —quiso saber—. Las otras chicas que crees que tienen relación con el caso D’Amato.
—Son dos. Una chica llamada Nancy Dee. ¿Sabe algo de ese caso?
—No. ¿Es de Raleigh?
Livia negó con la cabeza.
—De Virginia. Pero presentó el mismo modus operandi que D’Amato: encontraron su cuerpo en un pozo poco profundo cavado en el bosque. Murió por una sobredosis aguda de ketamina.
La doctora Rettenburg miró a Livia mientras caminaban.
—¿Ketamina?
—Así es. ¿Podría decirme si se encontró ketamina en el informe toxicológico de Paula D’Amato?
—Sí, es correcto.
—¿Esa fue la causa de muerte? ¿Sobredosis de ketamina?
—No. —La doctora Rettenburg aminoró el paso y señaló la puerta de su oficina—. La mataron a golpes.
Las fotografías de la autopsia estaban desplegadas sobre el escritorio de la doctora Rettenburg; Livia se tomó tiempo para estudiarlas. Mostraban el cuerpo de Paula D’Amato sobre la mesa de la morgue, con la piel pálida, azulada y estirada con la misma hinchazón que había visto tantas veces en otros cuerpos durante los últimos meses. La muerte de Paula D’Amato era reciente, de eso no había dudas. No había signo de descomposición en el cuerpo y la muerte se había producido poco tiempo antes de la autopsia.
—¿Qué línea de tiempo manejan? —preguntó Livia.
—Unas cuarenta y ocho horas al momento del examen. Dos noches en el bosque, sospechamos. Lo único que evitó el avance de animales carnívoros fue la presencia de la bolsa plástica.
Livia hojeó las fotografías, que mostraban una bolsa plástica negra en una zona muy boscosa, cubierta de hojas. Las esquinas de la bolsa estaban mordisqueadas por animales ansiosos por llegar al contenido. El cuerpo estaba en el borde de un pozo profundo, con una pila de tierra al costado.
—¿Qué se sabe de la escena del crimen?
—Es la pregunta del millón —respondió la doctora Rettenburg—. Nadie entiende bien cómo descifrarla. Los detectives piensan que el asesino fue interrumpido mientras cavaba la fosa. El sitio no estaba en la parte más profunda del bosque, por lo que es posible que alguien haya asustado al asesino y este haya tenido que abandonar sus planes. Esa es la teoría que manejan hasta el momento. El problema es que en Homicidios piensan que el tipo armó las luces.
—¿Luces?
—Sí, parece que se quiso deshacer de ella durante la noche. Encontraron marcas en el suelo como de reflectores pesados o de alta potencia, alimentados a batería o con un generador.
—¿Y por qué representa un problema?
—Porque desarmarlos y arrastrarlos lleva esfuerzo. Y tiempo. Si el tipo se asustó por un transeúnte, cuesta imaginar que haya tenido tiempo de apagar los reflectores y desarmarlos, pero que no se haya preocupado por sepultar el cuerpo.
—Es cierto —comentó Livia hojeando las fotografías—. No tiene sentido.
—En Homicidios están rastreando a todos los que han pasado por la zona en la última semana. Todavía no encontraron a nadie. Pero el temor es que, si la única razón por la que encontramos a Paula D’Amato es porque algo o alguien interrumpió al asesino mientras cavaba la fosa, ¿cuántas otras chicas puede haber todavía?
Livia asintió. Fingía mirar las fotografías pero fue un golpe escuchar a la doctora Rettenburg verbalizar sus propios pensamientos. Lo único que la doctora no dijo fue que una de esas chicas era Nicole.
—¿Estás bien, doctora Cutty?
Livia levantó la vista, quitándose la imagen de la mente.
—Perdón, sí. Cuénteme de la autopsia, por favor.
La doctora Rettenburg le alcanzó una carpeta y habló de memoria mientras Livia hojeaba el informe.
—Creemos que llevaba muerta dos días cuando la encontraron. Mostraba señales de haber estado atada; había abrasiones en el tobillo izquierdo. Señales de abuso sexual, probablemente repetido.
—¿Cuándo desapareció?
—Hace dos años.
—Santo Dios —farfulló Livia.
—Maltrato físico agudo —prosiguió la doctora Rettenburg—. Magullones en cara, cabeza, brazos y torso. Daños en los músculos del cuello por estrangulación manual. La chica se defendió. Fracturas en dedos del pie por puntapiés. Magullones en los nudillos. Heridas defensivas en los antebrazos.
—¿Había signos de maltrato crónico?
—Lamentablemente, sí. Tenía una fractura mal curada en el peroné y una costilla rota que estaba cicatrizando. Excoriaciones y cicatrices de variada antigüedad. El abuso sexual fue claramente crónico.
—¿Así que, durante dos largos años, el hijo de puta hizo lo que quiso con ella hasta que decidió que era suficiente?
—Dejaré que los detectives decidan eso, doctora Cutty.
Livia dio vuelta la página de la carpeta.
—¿Podría hablarme del informe toxicológico?
—Encontramos ketamina en su cuerpo; diazepam, también. Fue administrado poco antes de la muerte, según el nivel de metabolización que vimos. Parecería que se lo dieron con limonada.
Livia sacudió la cabeza.
—El caso de Virginia fue una sobredosis directa: ingerida en forma oral e inyectada de forma intramuscular. No había maltrato físico. Así que en forma accidental o adrede, mató a Nancy Dee por darle demasiada ketamina. ¿Por qué no hizo lo mismo con esta chica? ¿Por qué darle las drogas y después golpearla y estrangularla?
—Puede que los dos casos no estén relacionados. Solo podemos contar la historia que nos revelan los cuerpos, doctora Cutty. Dejemos la especulación para los detectives. —La doctora Rettenburg miró a Livia, que se debatía con las limitaciones de la profesión—. ¿Cuáles son las conexiones con los otros casos? —preguntó por fin.
—La ketamina es la más sólida —respondió Livia.
—Sí, es un hallazgo raro. Por lo general se utiliza en veterinaria.
—Así es, y la puedo relacionar con dos casos más.
—¿La chica de Virginia y quién más?
—Megan McDonald.
—¿Megan McDonald de Emerson Bay?
Livia asintió.
—La noche que huyó, encontraron que tenía grandes dosis de ketamina en sangre. —Livia levantó la vista del informe—. El tipo que mató a Nancy Dee de una sobredosis, tal vez intentó hacer lo mismo a Paula D’Amato, pero cambió de idea, y también le dio ketamina a Megan McDonald justo antes de matarla. Pero ella huyó de ese refugio y corrió sin detenerse hasta que Arthur Steinman la recogió sobre la carretera 57.
Denise Rettenburg asintió con la cabeza.
—Buen trabajo de detective para una becaria de Gerald Colt.
Livia volvió a estudiar el informe toxicológico.
—La otra conexión viene de las fibras encontradas en el cabello de las chicas. La noche en que la llevaron al hospital, Megan McDonald tenía en la cabeza las mismas fibras que Nancy Dee. Por lo que relató, sabemos que le pusieron una bolsa de arpillera. La bolsa apareció en el bunker. El análisis de fibras del material que le encontraron a Megan coincide con esa bolsa y con las fibras encontradas en el cuerpo de Nancy Dee. La arpillera utilizada era la misma.
—Ah, pero eso es interesante. —La doctora Rettenburg miró las fotografías que Livia tenía adelante y extrajo una para que quedara bien visible—. La chica D’Amato tenía una bolsa de arpillera en la cabeza cuando la encontraron.
Livia miró la fotografía con atención. No lo había notado la primera vez.
—¿Estaba dentro de una bolsa plástica y además tenía una bolsa de arpillera sobre la cabeza?
—Correcto.
—¿Analizaron esa bolsa?
La doctora Rettenburg revisó la carpeta y le alcanzó el informe de análisis de fibras.
Livia extrajo del bolso una copia de los análisis de Nancy Dee y Megan y desplegó los tres para compararlos.
—En los tres informes dice que era cáñamo de arpillera tejida. Mismo ancho de fibra, mismo grado.
Livia miró a Denise Rettenburg, que arqueó las cejas.
—Diría que tienes un caso convincente, doctora Cutty.
Livia ayudó a Denise Rettenburg a ordenar el contenido de la carpeta de D’Amato y luego la siguió al corredor, donde se quedaron esperando el elevador.
—Gerald Colt estaba un año más adelantado que yo cuando cursamos Medicina —dijo la doctora Rettenburg.
—¿En serio? —replicó Livia—. Es un gran profesor.
—Entiendo que está haciendo grandes cosas en Raleigh.
Se abrieron las puertas del elevador y subieron. Denise Rettenburg oprimió el botón de la planta baja y esperaron que se cerraran las puertas.
—¿Gerald fue el que descubrió la conexión con la ketamina? —preguntó la doctora Rettenburg.
—No —respondió Livia—. Fui yo.
—Muy sagaz de tu parte. Pensé que la esposa de Gerald había tenido algo que ver con el hallazgo.
Livia comenzó a decir algo, pero se arrepintió. Confundida, admitió:
—Este caso no estaba en el radar del doctor Colt. De haberlo estado, estoy segura de que habría descubierto la conexión.
—Por supuesto, sí —concordó la doctora Rettenburg. Ya en el vestíbulo, acompañó a Livia hasta la puerta principal.
—Gracias por tomarse este tiempo un sábado —dijo Livia.
—Que tengas mucha suerte.
Denise Rattenburg se quedó mirando a la becaria de Colt alejarse en el coche y luego volvió a la oficina. Pensó que tal vez se había confundido al sugerir que la esposa de Gerald había ayudado a establecer la conexión con la ketamina. En la computadora, tipeó la pregunta en el motor de búsqueda y esperó los resultados. Movió el mouse y leyó lo que aparecía en pantalla. Sí, estaba en lo cierto.
La esposa de Gerald Colt era veterinaria y tenía una clínica importante en Summer Side, pocos kilómetros al norte de Raleigh.