CAPÍTULO 38

—TODO VA A SALIR BIEN —dijo Megan—. Hace tiempo que nos lo debíamos y pienso que esto nos va a ayudar a ambos.

Livia estaba sentada en el asiento del pasajero del Jeep Wrangler de Megan, que conducía por Emerson Bay.

—¿Por qué lo dices?

—La gente no me conoce, realmente. Algunos conocen a la chica que fui antes del rapto. Y a causa del libro, muchos conocen a la chica de las entrevistas y de lo que aparece en las páginas. Pero no soy ninguna de las dos. Mi papá, antes de que sucediera todo esto, era el único que realmente me entendía. En el último año hemos perdido esa conexión. Pienso que esto nos va a ayudar.

—Espero que sí —respondió Livia.

Instantes más tarde, estacionaban delante del Departamento de Policía de Emerson Bay, del que su padre había sido alguacil durante los últimos doce años. Juntas, subieron la escalinata y entraron en el edificio. Varias personas, que habitualmente se hubieran sorprendido de ver a dos mujeres recorriendo tranquilamente el cuartel general, saludaron al reconocer a Megan. Cuando llegaron al despacho de Terry McDonald, lo encontraron concentrado en diversos papeles.

—Hola, papá —saludó Megan.

Terry levantó la vista, sorprendido.

—¡Hola! ¿Qué haces por aquí?

Livia miraba por encima del hombro de Megan y sus ojos se encontraron con los del alguacil. Le pareció que él la reconoció. Se puso de pie lentamente.

—Papá —dijo Megan—. Ella es Livia Cutty. Es la hermana de Nicole Cutty y trabaja como médica forense en Raleigh.

Livia siguió a Megan al interior del despacho.

—Estoy haciendo mi capacitación como becaria.

El alguacil McDonald rodeó el escritorio. El cinturón y la funda de la pistola chirriaron con sus movimientos.

—¿Con Gerald Colt? —preguntó.

—Así es.

—Conozco al doctor Colt. Hemos trabajado juntos en varios casos. —Estrechó la mano de Livia—. Siento mucho lo de su hermana —dijo con voz bondadosa, sosteniéndole la mano.

Sorprendida y conmovida por la pena en la voz del alguacil, Livia tragó saliva.

—Gracias.

Terry se volvió hacia Megan.

—¿Qué las trae por aquí?

—Livia y yo estuvimos revisando detalles de mi caso, de la noche en que me raptaron y cuando escapé.

—Mi amor —interrumpió Terry en voz controlada—. Quedamos en que eran temas que tratarías en tus sesiones con el doctor Mattingly.

—Sí, papá, y lo he estado haciendo, pero Livia, a través de su trabajo en Raleigh, descubrió unas cosas sobre las cuales queremos hablar contigo.

—¿Qué cosas?

—Livia logró conectar mi caso con el de otras dos otras chicas que desaparecieron. Y no lo sabemos, pero puede haber más. Me contó de sus hallazgos y juntas pudimos avanzar y obtener más información. Pero necesitamos ayuda, papá.

Terry McDonald miró a su hija y luego levantó la vista hacia Livia. Había algo en sus ojos que a Livia le llevó un instante identificar. Pero luego comprendió. Lo asoció con su propio padre y se dio cuenta de que todo padre cuya hija había sido raptada seguramente tendría esa mirada de miedo y culpa en los ojos. Pero en Terry McDonald había algo más, pensó Livia, algo permanente. Algo que seguramente tenía que ver con que su hija había aparecido mientras que Nicole y las otras chicas ya no estaban ni regresarían. Livia tuvo la impresión de que si su propio padre hubiera aparecido en la puerta, el alguacil McDonald se habría echado a llorar.

—¿Otras chicas desaparecidas? —preguntó por fin.

Livia asintió.

—Es posible, sí.

—¿Están trabajando con los detectives de Raleigh en esto?

—No, señor, lo hice por mi cuenta y… bueno, Megan me ayudó mucho, también.

Terry McDonald miró su hija, luego de nuevo a Livia.

—Veamos qué es lo que tienen.

Se sentaron frente al escritorio y Livia extrajo del bolso todos los documentos que había estado recolectando durante las últimas semanas. Pasaron una hora cruzando la información que relacionaba a Nancy Dee con Paula D’Amato y luego las conexiones que había con Megan: la ketamina y las fibras de arpillera. Para terminar, Livia expuso lo que sabía sobre Casey Delevan, a quien le había hecho la autopsia a finales del verano. Habló de las carpetas sobre Nancy Dee y Paula D’Amato que había encontrado en el escritorio abandonado de Casey y contó al alguacil McDonald todo lo que había averiguado sobre el Club del Secuestro. Le reveló también su idea de que Casey había tenido que ver con la desaparición de las chicas y que también había estado presente la noche en que Megan y Nicole fueron raptadas de la fiesta en la playa.

Explicó que la fractura en la pierna de Delevan coincidía con la altura del paragolpes de Nicole. Lo único que Livia no mencionó fue el pedacito de tela de la camisa de Casey que había encontrado debajo del coche de su hermana y la teoría sobre el tenedor de parrilla y las perforaciones del cráneo de Casey. Si revelaba todo, tanto ella como Megan quedarían involucradas en manejo de pruebas. Si resultaba necesario para encontrar las respuestas que tanto ansiaba, lo confesaría más adelante. Por ahora decidió usar todo lo demás para ver si el alguacil McDonald estaba dispuesto a ayudarlas.

Livia presentó el caso durante una hora en la que Terry McDonald la escuchó con paciencia. Cuando terminó de exponer, él hizo la misma pregunta que había hecho Megan

—¿Pero este sujeto está muerto, no? —Señaló la fotografía de Casey—. Apareció en la morgue donde usted trabaja. ¿Entonces qué está buscando, doctora Cutty?

—A Casey lo mataron hace más de un año. Fue visto por última vez el fin de semana en que Megan y Nicole desaparecieron. El cuerpo de Nancy Dee fue encontrado seis meses antes de que desaparecieran las chicas. Pero Paula D’Amato, que desapareció hace dos años, acaba de ser encontrada muerta en Georgia. Según la médica forense local, el cuerpo llevaba muerto dos días. Si nos ponemos de acuerdo en que todos estos casos están relacionados, entonces a Paula la mató otra persona. Alguien que la tenía en cautiverio. Que abusaba de ella. No tengo todas las respuestas, alguacil. Solamente suficientes preguntas como para sospechar que hay algo que sigue sin resolverse. Tantas preguntas que no me dejan dormir de noche. Y sospechas que me hacen pensar que hay alguien que sigue raptando chicas que son hermanas e hijas de otras personas.

En silencio, Terry McDonald estudió los documentos que tenía delante.

—¿Cómo se enteraron de este club, el de los simulacros de capturas?

—Hablamos con un antiguo integrante. Nos confirmó que Casey y mi hermana eran miembros.

—¿Cuándo dices “hablamos”, a quién te refieres?

Livia miró a Megan.

—Fuimos juntas a hablar con él, papá.

Terry cruzó las manos y respiró hondo.

—Megan, ¿cuánto hace que estás involucrada en esto sin que yo lo sepa?

—Papi, no pasa nada. Esto me hace bien.

Él negó con la cabeza.

—Miren, revisé todos estos disparates del Club del Secuestro durante la investigación. No llevó a nada. Lo único que descubrimos fue un grupo de muchachos y chicas que fingían secuestrarse unos a otros. Discutían casos de gente desaparecida y encontraban emoción en el sufrimiento ajeno. Lamentablemente nada de eso es delito. El verano pasado lo intenté, doctora Cutty. Intenté encontrar a mi hija y a su hermana. Analicé este club desde todos los ángulos. Y si quieren ver mis registros, puedo mostrarles cientos de otras pistas que seguimos que son mucho más fuertes que un grupo de inadaptados de un club secreto. Les puedo mostrar predadores sexuales a quienes seguimos observando. O tres detenidos que salieron en libertad condicional dos meses antes del rapto de Megan y Nicole. Uno de ellos es sospechoso de haber participado en un episodio violento en Raleigh. Les puedo mostrar las entrevistas con informantes que tenemos dentro de las cárceles que nos cuentan de todos los que se ufanan de haber cometido crímenes de alto perfil.

—Pero ahora tenemos más información sobre la que basarnos —insistió Livia—. Ahora tenemos la investigación forense. La ciencia nos muestra la conexión entre las chicas.

—Usted está hablando de involucrar a tres estados diferentes en una misma investigación. De reabrir casos viejos y hacer que todo el mundo avance en la misma dirección. Una vez que se cruzan los límites estatales, se involucra al FBI. Esas ya son palabras mayores. ¿Y quiere que yo la ayude? No voy a poder mover un dedo una vez que entre el FBI. Qué diablos, una vez que entren los detectives de Georgia y de Virginia, a mí me harán a un lado. Ya pasé por todo esto y no me gustó nada.

—Papá, por eso te estamos pidiendo ayuda. Sabemos que no puedes hacerlo solo. Sé que si pides colaboración a toda esa gente —detectives y agentes federales— se apropiarán del caso como hicieron antes. Pero no fue tu culpa, papi. No fue tu culpa que me raptaran por dos semanas y no pudieran encontrarme. La desaparición de Nicole tampoco es tu culpa. Lo sé yo y lo sabe Livia. Pero lo que puedes hacer es ayudar. Puedes hacer una diferencia. Lo único que pide Livia es que se les preste atención a estos casos. Al de Nancy, al de Paula y al de Nicole.

Megan pasó la mano por encima de la información desplegada sobre el escritorio.

—Toda esta información generará la atención que buscamos. Comprendo que me pondrá en el foco a mí también, y no me preocupa. Es más, quiero que suceda. Quiero ser más que la chica que volvió a su casa, papi. Quiero ser la chica que encontró al hombre que la raptó. Quiero ser la chica que ayudó a otras, papi. Que las ayudó de verdad, no que sea todo una pantomima como fingimos con el libro.

Terrence Scott McDonald se pasó las manos por el pelo rubio y asintió lentamente. Sus ojos recorrieron la información y las fotos sobre el escritorio. Finalmente, miró a su hija.

—Haré unas llamadas. Veré qué puedo hacer y a quién puedo convencer.

Megan sonrió, miro a Livia y le tomó la mano en señal de victoria.

—¡Gracias! —exclamó Livia.

Terry asintió.

—No me agradezca, todavía. Veamos primero adónde nos lleva todo esto. Ha hecho un buen trabajo.

Livia agradeció con un ademán de la cabeza y recogió sus cosas. Se puso de pie y junto con Megan se dirigieron a la puerta; Terry McDonald permaneció en su escritorio.

—Doctora Cutty —dijo—. Si aquel verano hubiera podido devolverle a su hermana, lo habría hecho. Hice todo lo posible para encontrarla.

—Lo sé.

Terry McDonald frunció los labios.

—Estaremos en contacto.