CAPÍTULO 41
LIVIA ESTABA SENTADA ANTE EL escritorio de su habitación, dedicada a la computadora y a sus anotaciones. La semana siguiente debía realizar una rotación por patología pediátrica y estaba muy atrasada con las lecturas. Durante la semana de orientación de julio, los becarios habían recibido gruesas carpetas de apuntes y libros de texto dedicados a las subespecialidades a las que se verían expuestos durante la capacitación de doce meses. Durante el primer trimestre, de julio a septiembre, se llevaba a cabo la iniciación, en la que se concentraban solamente en medicina general forense. Pero en noviembre comenzarían a integrar sus habilidades forenses con otras especialidades que para Livia incluían patología pediátrica, neurológica y dermatológica. Toda la semana anterior la había dedicado a su propia investigación, por lo que no había tocado todavía el material de lectura. Esta noche, sin embargo, utilizaba los libros de texto como distracción para no pensar en el último y perturbador encuentro con Nate Theros. La medianoche la encontró sumergida en la complejidad del desarrollo óseo pediátrico, cuando unos golpes a la puerta la interrumpieron. Se irguió en la silla, a la luz de la lámpara del escritorio; el resto de la casa estaba en sombras. Cerró el libro y, vestida con jeans y camiseta, esperó a que los golpes se repitieran. Encendió las luces en su camino hacia la puerta, espió por la mirilla y vio a Kent Chapple en el porche de su casa.
Quitó la traba a la puerta y la abrió.
—¿Recuerdas el favor que me debías? —preguntó Kent, del otro lado de la puerta de tela metálica.
Livia lo recordaba: la vez en que la había dejado irse temprano un viernes después de la semana de recorridas.
—Sí —respondió con una sonrisa irónica.
—Necesito un sofá donde pasar la noche.
—Uy, ¿tan mal se pusieron las cosas?
—Peor que eso —replicó Kent—. No hay forma de que aguante hasta que los niños estén en la universidad.
Livia hizo una exagerada acción de oler a través de la tela metálica de la puerta.
—Inspector Chapple ¿puede ser que esté oliendo a whisky?
Kent levantó la mano con el índice extendido.
—Culpable —respondió.
Livia abrió la puerta.
—Vamos, pasa.
Kent pasó delante de ella, ingresó en la sala y se dejó caer sobre el sofá.
—¿Quieres contarme qué sucedió?
Kent se encogió de hombros.
—He tratado de explicármelo de mil maneras diferentes. De hacerlo sonar como algo distinto de lo que es. Algo que pueda salvarse. Lo que quiero decir es que, cuando estás con una persona desde el bachillerato, es difícil admitir que se terminó. Cuesta reconocer que la primera persona de la que te enamoraste es también la primera de la que te desenamoraste.
Livia se dirigió a la cocina.
—¿Café, agua o un refresco?
—Whisky, si tienes.
Livia abrió el refrigerador.
—No hay whisky, pero creo que tengo un viejo… —Se inclinó para buscar en el estante inferior—. Sí, un viejo licor frutal o algo así.
Tomó la botella y, cuando se irguió, vio a Kent directamente detrás de ella.
—¡Ay, por Dios! Me asustaste.
—Perdón —Kent sonrió, mirándola.
Livia estudió la etiqueta.
—Licor de frutillas y mango. No es whisky, pero es todo lo alcohólico que tengo en la casa.
Kent la tomó, sin dejar de mirarla.
—Gracias.
Livia se volvió, cerró el refrigerador y tomó una taza del armario. La llenó de agua caliente y le echó un saquito de té adentro.
Kent abrió la botella y bebió un sorbo.
—Cuéntame del caso que te tiene tan ensimismada —dijo.
Livia arqueó una ceja.
—¿Estoy ensimismada?
Kent se encogió de hombros y se sentó.
—Estuve de recorridas con Jen Tilly esta semana y es lo que dice ella. Dice que estás averiguando algo de unas chicas desaparecidas que podrían estar relacionadas entre sí. Que fue el motivo por el que Colt te masacró en la jaula justo antes de las recorridas.
Livia no recordaba haberle mencionado demasiado a Jen lo que estaba investigando, salvo para contarle que tenía que ver con la autopsia del cadáver en descomposición que había hecho durante el verano. Pero imaginaba muy bien el chismorreo que se llevaba a cabo en la furgoneta de la morgue y sabía que Sanj y Kent seguramente le habrían tirado de la lengua a Jen para que les diera detalles.
—No lo sé, realmente —respondió Livia yendo a sentarse a la mesa de la cocina, frente a Kent—. Podría decirse que tengo tanta mierda en mi vida como tú en la tuya. Diferentes tipos, con diferentes problemas.
Kent frunció el labio inferior y entrecerró los ojos. Miró su licor de frutas y lo ofreció a Livia.
Ella rió.
—Pongámoslo así —dijo—: si hoy más temprano me hubieras ofrecido whisky, tal vez habría aceptado.
—Nah —replicó Kent en tono pastoso, como si tuviera la lengua hinchada—. Los médicos no pueden emborracharse de la nada una noche de la semana. En cambio yo solo tengo que sentarme con Sanj en una furgoneta mañana. Si estoy con resaca, él se hará cargo de la escena. Nos cubrimos mutuamente. Pero tú… tú tienes que mostrar tu capacidad mañana. Tienes que estar bien, ¿no es cierto? No puedes estar con la mente borrosa.
Livia sonrió.
—Te voy a hacer café; creo que lo necesitas.
—No, no hace falta —dijo Kent—. Me voy a dormir, si no te molesta
—El sofá es todo tuyo.
Livia lo observó beberse otro trago del licor.
—Tu trabajo es muy importante, Kent. No deberías disminuir lo que haces.
—No es eso. Me encanta mi trabajo. Es solo que, si lo necesito, tengo quien me cubra. Eso es lo que quise decir. —Se hizo un silencio—. Pero eso es lo que hago. Investigo escenas de crimen. Documento lo que sucede cuando alguien muere. —Hizo una pausa, como si no deseara seguir—. Por eso te pregunté qué estabas investigando. Tal vez te pueda ayudar.
—No estoy investigando nada, a decir verdad. No de manera oficial y, desde luego, sin supervisión de nadie.
—Ajá… ¿la doctora Cutty trabaja por su cuenta?
—En absoluto. Es algo personal que quiero averiguar.
Kent bebió otro sorbo.
—¿Tiene que ver con tu hermana?
Livia entornó los ojos e irguió levemente el mentón.
—Sí —dijo, y asintió lentamente con la cabeza.
—¿Quieres contarme de qué se trata?
—No lo sé.
Kent rió. La risa sonó forzada y Livia no distinguió si era real o era falsa.
—Mira —dijo él—. Te hice escuchar mis problemas durante una semana en la furgoneta. Lo menos que puedo hacer es devolverte la atención.
Livia quitó la bolsita de té de la taza y la dejó sobre la mesa. Bebió un sorbo de té.
—Tienes razón —respondió—. Varias chicas desaparecieron de este estado y de dos más en los últimos tres años. Creo que fue el mismo tipo el que se las llevó a todas, incluyendo a mi hermana. Si amplío la búsqueda más allá de los límites estatales, veo que hubo otros casos, también.
Kent la miraba con ojos vidriosos; respiraba por la boca, esforzadamente, como suelen hacerlo las personas ebrias. Livia no estaba segura de que fuera a recordar ni una sola palabra de la conversación al día siguiente, pero durante media hora le contó lo que sabía y lo que sospechaba. Kent hizo pocas preguntas; se quedó sentado, escuchándola.
Por fin, dijo:
—Son afirmaciones serias. ¿Hablaste con la policía?
—Es lo que estoy tratando de hacer. Pero es complicado, ya que las chicas son de estados diferentes. Significa que tengo que involucrar a varias fuerzas policiales para que trabajen juntas, tengo que lograr que detectives que sienten rivalidad se unan y compartan información. Es bastante complicado para alguien como yo, que no tiene ningún contacto. Pero hablé con el alguacil de Emerson Bay, que estuvo en la investigación del caso de mi hermana y se mostró dispuesto a ayudar.
—Conozco a algunos de los muchachos de Homicidios. Salimos a beber juntos los fines de semana. Podría pedirles ayuda.
—Gracias, Kent. Primero probaré con Terry McDonald. Te diré cómo me va con él.
Exhausta, a la una de la mañana, Livia miró a Kent.
—¿Por qué no le dices de una vez a tu esposa que se terminó la relación?
Esto trajo a Kent de vuelta del lugar donde había estado durante la última media hora escuchando a Livia hablar de sus hallazgos en las últimas semanas.
Como no respondió, Livia continuó.
—Estas últimas semanas me han enseñado mucho. Como que guardarse todo adentro y no contar lo que sentimos no le sirve a nadie. La mayoría del tiempo terminamos lastimando a los que tratamos de proteger. Todavía no les conté a mis padres lo culpable que me siento por no haberle prestado atención a mi hermana en los meses anteriores a su desaparición. Y por no haber respondido la llamada de aquella noche. Ellos no me contaron nada de lo mal que sobreviven en esa casa, que sigue como antes de que su hija desapareciera. Megan McDonald no habla con sus padres de que la chica que era antes de que la raptaran ya no existe, se fue para siempre. —Miró a Kent—. Si piensas que las cosas no van a cambiar entre ustedes, díselo a tu esposa, Kent. No me lo digas a mí. Ni a Sanj. Díselo a ella. Nosotros te vamos a escuchar, desde luego, no me malentiendas. Pero díselo a ella, Kent.
Se puso de pie, tomó la botella de licor vacía y la arrojó a la basura.
—Tengo que madrugar mañana.
—Sí —dijo Kent—. Discúlpame por aparecerme así por tu casa.
—No hay problema. Gracias por escucharme.
—Lo mismo digo. Ah, una cosa —añadió; movió el cuerpo en la silla mientras buscaba dentro del bolsillo delantero del pantalón—. Te hice caso. —Extrajo el encendedor y se lo arrojó a Livia—. Guárdalo de recuerdo por salvarme la vida. Me conseguí una pelotita para el estrés.
Livia se quedó mirando el encendedor Bic.
—Qué bien, te felicito.
Más tarde, después de ayudar a Kent a acomodarse en el sofá con una almohada y una cobija, Livia seguía despierta en la cama. Eran casi las dos de la mañana. Le pareció que crujían las tablas de madera del suelo fuera del dormitorio; luego oyó los ronquidos de Kent en el sofá. No había forma de conciliar el sueño. Tal vez se debía a que no había habido un hombre de noche en su casa desde que había comenzado su capacitación como becaria, o a las fotografías de los cuerpos de Paula D’Amato y Nancy Dee que tenía en la cabeza. O a las descripciones y conclusiones escalofriantes de Nate. Fuera por la razón que fuere, Livia no pegó un ojo en toda la noche.