CAPÍTULO 49
Noviembre de 2017
Catorce meses después de la huída de Megan
LES TOMÓ MEDIA HORA LLEGAR a West Bay. Megan daba indicaciones de memoria y Livia tuvo la impresión de que, mientras ella se había dedicado a pleno a la morgue en esta última semana, Megan también había estado trabajando con ahínco. Los últimos días habían traído un gran descubrimiento y Megan no quería compartirlo con nadie que no fuera Livia.
—Aquí —dijo Megan, inclinada hacia adelante en el asiento para evaluar la ubicación—. Detente aquí.
Livia obedeció y detuvo el coche en la zanja de una urbanización inconclusa. Dos postes de ladrillos sostenían un tronco de pino en el que estaba grabado el nombre del lugar, iluminado únicamente por uno de los tres focos originales que todavía funcionaba: STELLAR HEIGHTS
Livia detuvo el coche en el mismo lugar donde Megan lo había hecho aquel día, después de huir de la oficina del doctor Mattingly. Megan le explicó la historia de la urbanización abandonada.
—La construyeron durante la burbuja inmobiliaria —dijo Megan—. Se suponía que iba a ser una expansión de East Bay hacia el oeste. Casas amplias, con galerías todo alrededor y caminos de entrada circulares. Así que trajeron todo tipo de maquinarias y levantaron este terraplén gigante.
Livia escudriñó a través del vidrio la elevación, cubierta de árboles descuidados, arbustos y malezas. Llegaba hasta donde alcanzaba la vista y rodeaba todo el barrio Stellar Heights.
—Construyeron los portones —prosiguió Megan—. Enormes, negros, de hierro, para mantener afuera a los indeseables de West Bay hasta que se fueran por su cuenta, corridos por la expansión de los ricos. Construyeron la calle serpenteante que supuestamente debía atravesar el barrio. Iban a hacer setenta y nueve casas en la urbanización. Setenta y nueve magníficas estructuras, cada una de cuatrocientos cincuenta metros cuadrados. El desarrollador logró construir seis viviendas antes de que estallara la burbuja. Después, ya nadie compró casas enormes. La retracción del crédito afectó a toda la gente que compraba casas con dinero del banco. Y cuando estos dejaron de prestar, el desarrollador se quedó sin capital. Así fue como Stellar Heights, oculta a la vista por el terraplén, quedó en el olvido y abandono absoluto durante siete años. Hasta que, hace unos meses, salió una ordenanza municipal exigiendo la demolición de las seis casas abandonadas y de la urbanización fantasma a la que pertenecen.
Livia observó cómo Megan bajaba del coche y pasaba bajo el letrero de Stellar Heights hasta llegar al enorme portón de hierro. Iluminada por las luces del coche, parecía un fantasma flotando por un pueblo embrujado. Empujó el portón, cuyas hojas se separaron por el centro. El efecto fue teatral y escalofriante, como si algo siniestro hubiera sido liberado desde adentro. Del otro lado del portón, más allá del terraplén, aguardaba la oscuridad
Megan regresó al asiento del pasajero y cerró la puerta.
—Entremos —dijo—. Necesito tener absoluta certeza.
—Megan —objetó Livia—. Deberíamos llamar a alguien. A tu papá o a alguien que venga a encontrarse aquí con nosotras. Si es que piensas que aquí es donde te tenían prisionera.
—No lo pienso. Lo sé.
Megan señaló hacia adelante, hacia la oscuridad de la urbanización abandonada. Livia pensó en llamar a Kent Chapple. Sabía que vendría en un instante si ella se lo pedía. Pensó también en llamar a Emergencias, pero no sabía cómo describir la emergencia.
Dejó pasar un instante, luego soltó el freno y entraron lentamente por el portón al interior de Stellar Heights.