CAPÍTULO 53

Noviembre de 2017
Catorce meses después de la huida de Megan

LIVIA MIRÓ A MEGAN. LAS luces del coche les iluminaban los muslos y los insectos se arremolinaban en la claridad.

—Megan, cuéntame qué descubriste.

—Sé que piensas que mi caso está relacionado con los de Nancy Dee y Paula D’Amato —explicó Megan—. Y que trataste de buscar las similitudes y relacionarlos. Y las hay, Livia: existen muchas similitudes. Pero no fue hasta que remarcaste las cosas parecidas que noté las diferencias. La forma sorprendente en que nuestros casos no se parecen.

—No entiendo —objetó Livia—. ¿De qué hablas, Megan?

—El libro —Megan emitió una risotada de desdén—. Puras idioteces. ¿La fama? Falsa. Basada en una mentira. ¿Las chicas a las que el libro ayudó? Qué va. Antes sí que ayudaba a chicas, cuando organizaba el retiro. Las ayudaba a adaptarse al bachillerato. Aquello era real. ¿Esto? Todo lo que tiene que ver con ese libro no ayuda a nadie. Es todo una mentira.

—¿Qué cosa, Megan? ¿De qué mentira estás hablando?

—Nancy y Paula sufrieron abuso sexual durante meses, años. Me descompongo de solo pensarlo. A Paula la mató a golpes.

—Lo sé, Megan. Es horrendo.

—Sí. ¿Pero por qué a mí nunca me tocó? No me golpeó. No me puso una mano encima. Al principio, el doctor Mattingly creyó que yo había reprimido los abusos, los había enterrado debajo del efecto de la ketamina. Pero no fue así, Livia. Los médicos que me revisaron confirmaron que no había habido violación. El doctor Mattingly pensó que yo reprimía recuerdos de otro tipo de abuso sexual y trabajó mucho en las sesiones de terapia para extraerlos de mi inconsciente. Lo cierto es que no existen. No me atacó de ninguna forma, Livia. Nunca. Hay muchas similitudes entre Nancy, Paula y yo. Pero también muchas diferencias.

—Te creo, Megan. Te creo cuando dices que no te tocó. Pero tú nunca afirmaste lo contrario en el libro ni en las entrevistas. No fue nunca parte de tu relato. No tienes que defender ese punto conmigo ni con nadie, pues no fue una mentira, Megan. No mentiste.

—Sí, mentí. No sobre el abuso, de acuerdo. Pero eso ayuda a explicar todo el resto. Alinea todo. Deja al descubierto mi mentira y la expone como lo que es: una farsa que ha cobrado vida propia. Hasta yo misma la creí durante un tiempo.

Livia se acercó.

—Cuéntame. ¿Cuál mentira, Megan?

—La de la cabaña.

Livia aguardó mientras Megan seguía paseando la luz de la linterna por las casas abandonadas. Era evidente que estaba confundida y su mente procesaba demasiadas cosas al mismo tiempo.

—No, Megan. Estuviste en la cabaña. Hay pruebas de que estuviste allí.

—Sí, claro que estuve allí. Él me llevó. Pero no me escapé.

Livia se quedó mirándola, tratando de leerle los ojos en la oscuridad y ver si la pobre chica había enloquecido a raíz de los últimos acontecimientos y la posibilidad de que su caso estuviera relacionado con los de Nancy y Paula, dos jóvenes que habían aparecido muertas.

—Por supuesto que escapaste, Megan. Estás aquí ahora. A salvo. No es una mentira.

—No —replicó Livia. Apartó los ojos de las casas y los fijó en Livia.

—No me entiendes. Estoy aquí, claro. Estoy viva, sí. Nancy y Paula no lo están. Pero no estoy viva porque escapé de la cabaña. Estoy viva porque me dejó ir.