CAPÍTULO 57

Noviembre de 2017
Catorce meses después de la huida de Megan

—TENGO QUE VERLO CON MIS propios ojos —dijo Megan, iluminando los tablones que cubrían las ventanas—. Ven conmigo, Livia. Ven conmigo, así puedo estar segura.

Echó a andar de nuevo hacia la parte delantera de la casa. Livia la siguió, tropezando en la oscuridad sobre el terreno irregular y los montículos de cemento. En la entrada, vaciló un instante antes de seguir a Megan cuando entró. Vio el número 61 sobre la puerta. El interior era un hueco de cielos rasos altos y habitaciones vacías, apenas visibles en la luz espasmódica de la linterna de Megan.

Livia alcanzó a Megan cuando llegó a la puerta del sótano. Notó que la luz de la linterna temblaba. Livia le puso una mano sobre el brazo para calmar el temblor.

—Megan, detente. Háblame. —La tomó de los hombros. El haz de luz les iluminaba los pies—. Dijiste que habías descubierto quién te raptó. Cuéntamelo.

Con la puerta del sótano abierta, el hueco de la escalera era un portal a otro mundo.

—En mi última sesión de terapia, avancé más que en todas las anteriores. Él bajó por la escalera y escuché el ruido. En esa sesión escuché con más atención que nunca y lo oí, Livia, lo oí.

—¿Qué oíste, Megan?

—Y después, en el sueño de la otra noche, cuando estabas en el tren y me saludabas desde la ventanilla… lo volví a escuchar, justo antes de despertarme.

—Dímelo, Megan, ¿qué era?

—El sonido que conozco tan bien, el que he estado oyendo desde la infancia.

Livia aguardó.

—El chirrido del cuero de un cinturón con funda de pistola.