CAPÍTULO 61

LIVIA ABRIÓ EL MALETERO DEL coche, e iluminada apenas por la luz superior, tomó la pesada llave cruz de hierro y regresó corriendo a la casa, dejando el maletero abierto. Mientras corría, trató de concentrarse en la casa oscura y distante a la que debía llegar. Subió los escalones, atravesó el vestíbulo a la carrera y se lanzó por la escalera a oscuras. Megan y Elizabeth Jennings estaban de pie, tomadas de la mano.

Livia se puso en cuclillas y colocó un extremo de la llave contra el anillo amurado. Se inclinó hacia atrás, tirando con todas sus fuerzas. Después de diez segundos de forcejear, revisó los avances con la linterna y vio que nada se había doblado ni movido. Reposicionó la herramienta, se puso de pie y colocó un pie sobre la llave para luego transferir todo el peso a la barra. Al ver que no sucedía nada, intentó rebotar para aumentar la fuerza, pero la punta de la palanca se zafó y Livia cayó al suelo. La llave de metal golpeó ruidosamente contra el cemento.

Megan decidió intentarlo durante un par de minutos más; Elizabeth se echó a llorar.

Livia se volvió hacia ella.

—Ya llamé a la policía —la tranquilizó—. Vienen en camino. Te liberarán pronto.

Livia observó a Megan tratando de forcejear con el anillo amurado.

—Mientras tanto —dijo con toda la tranquilidad que logró darle a su voz—, esperaremos. Las tres juntas. No iremos a ningún lado sin ti. A ver, deja que te examine, quiero ver cómo estás.

Pasó los siguientes minutos revisando a Elizabeth Jennings. Vio que estaba mal alimentada, desnutrida y con abrasiones en las muñecas y los tobillos. Era evidente que las ataduras cambiaban periódicamente de extremidad.

Mientras Livia la revisaba con suavidad en busca de huesos rotos o signos de infección, Elizabeth habló:

—¿Ya encontraron a la otra chica?

Livia se paralizó y miró a Elizabeth. Megan también interrumpió lo que estaba haciendo y volvió la cabeza.

—¿Cuál otra chica? —preguntó Livia.

—La que está prisionera aquí también. De vez en cuando nos hablamos, dijo Elizabeth, señalando el cielo raso.

Livia levantó la vista y siguió el haz de luz de la linterna que Megan apuntó hacia arriba. La luz se detuvo sobre una rejilla de ventilación en el cielo raso.

—Yo la escucho y ella me escucha —dijo Elizabeth—. Ella me salvó. Desde que llegó, él no me lastimó más. Cuando estamos seguras de que no hay nadie, nos hablamos por la ventilación. Pero hace días que no la escucho. Desde la última vez que él vino.

Livia sintió que se le aceleraba la respiración.

—¿Esta otra chica está aquí arriba?

—No lo sé, en algún sitio a donde va esa ventilación. Se llama Nicole.