CAPÍTULO 62
LIVIA TREPÓ LA ESCALERA DE a dos escalones; el haz de luz de la linterna rebotaba por todas partes.
—¡Nicole! —gritó al llegar arriba. Escuchó, esperando una respuesta, pero no la hubo.— ¡Nicole!
Recorrió toda la planta baja, iluminando una habitación vacía tras otra, sin encontrar señales de vida en ninguna. Cerca de la puerta de entrada, miró hacia la escalera que llevaba al primer piso. Subió a toda prisa y llamó a su hermana al llegar a la cima.
—¡Nicole!
Al no recibir respuesta, se orientó, imaginando la rejilla de ventilación sobre la cama de Elizabeth Jennings y extrapolando el sitio al que podía llevar. Iluminó el corredor y corrió hasta el dormitorio. Sin aliento, iluminó el interior con la linterna. Sintió que se le partía el corazón cuando vio la cama con sábanas arrugadas, un tocador y un espejo. Una cadena en el suelo, con la correa de cuero abierta y libre.
—¡Nicole! ¿Estás aquí?
Livia pasó otro minuto revisando los otros dormitorios vacíos antes de bajar corriendo al sótano.
—¿La encontraste? —quiso saber Megan.
—No. Elizabeth, quiero que te concentres. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con Nicole?
—No hablamos. Susurramos.
—¿Cuándo fue?
—No lo sé bien. Hace unos días.
Livia no sabía bien qué quería escuchar. “Hace un año” hubiera sido más fácil. “Hace unos días” significaba que había llegado apenas demasiado tarde. “Hace unos días” significaba que, si hubiera trabajado más rápido o mejor, podría haber subido esa escalera corriendo y encontrado a su hermana tendida en la cama, igual que Elizabeth Jennings.
Desde afuera llegó el ruido de la frenada de un coche.
—¿Llegó la policía? —preguntó Elizabeth.
—Sí —respondió Livia fingiendo alivio en la voz. El ruido no era lo que había estado esperando. Quería escuchar el chillido de sirenas que se acercaban y se hacían más fuertes para terminar en brillantes luces rojas y azules invadiendo la casa. Quería oír el ulular de una ambulancia en la noche. En cambio, oyó el ruido de un solo coche, sin sirena ni luces. No había voces alborotadas de oficiales de policía. No había ruido de paramédicos con camillas y equipos. No había radios. Livia oyó los pasos de una sola persona en la planta baja; una persona que se detuvo en la boca de la escalera y descendió, iluminándose con una linterna.
Livia notó que, al oír los pasos, Elizabeth Jennings comenzó a hiperventilar y regresó a la posición fetal, con las rodillas contra el pecho y los brazos alrededor de las piernas. Megan también estaba presa del pánico. Livia empujó a Megan detrás de sí y se plantó delante de la cama, como si pudiera protegerlas a ambas de lo que se venía.
El hombre dobló la esquina y la luz de la linterna la encegueció; un foco potente, que dio vida al sótano y las dejó tan ciegas como si miraran el sol. Livia dejó caer la linterna, que rodó por el suelo y quedó apuntando al rincón.
La voz sonó fuerte y firme.
—Megan. ¿Qué sucede, mi vida?
—Ay, Dios mío —farfulló Megan al oír la voz de su padre.
—¿Dónde está Nicole? —quiso saber Livia.
—Megan, quiero que salgas y vayas al coche.
—¿Dónde está mi hermana? —le gritó Livia.
—No sé qué te ha estado diciendo, Megan, pero ya estoy aquí. Me encargaré de todo. Los oficiales están en camino. Ve afuera y espéralos en el coche.
Megan se movió, pero Livia la sujetó del brazo.
—Megan, hazme caso. Ve afuera así puedo controlar esta situación.
Megan pasó junto a Livia, sin que ella pudiera retenerla.
—Eso es, muy bien. Espera afuera.
Temblando, Megan atravesó la zona iluminada, sin poder ver a su padre detrás del potente foco de luz. Cuando pasó junto a él, en lugar de girar para subir la escalera del sótano, intentó quitarle la pistola. La funda estaba abrochada, por lo que tuvo que forcejear para intentar liberar el arma. Livia vio que el haz de luz bajaba de pronto. Enceguecida, y sin pensar en nada salvo en la adrenalina que la impulsaba, Livia se abalanzó sobre él. Los cuerpos chocaron en el centro del sótano; el peso y el tamaño del alguacil le recordaron sus sesiones de boxeo con Randy. Vio que Megan caía sobre la escalera y sintió que el brazo poderoso de Terry McDonald la arrojaba al suelo. Se arrojó contra sus pies y le rodeó los tobillos con los brazos mientras caía. La linterna potente cayó al suelo y terminó cerca de la pared, atenuando en gran parte su efecto.
La suela del zapato de él le impactó en la cara y Livia se sintió impulsada hacia atrás. Ambos se pusieron de pie rápidamente. Livia soltó un puntapié lateral que le dio en las costillas y lo dejó sin aliento, doblado en dos. Pasó el peso al pie izquierdo, disponiéndose a soltar otro puntapié.
Tus puntapiés son letales, pero no sirven si los usas como único recurso.
Cambió de idea, levantó la rodilla con fuerza y sintió como le impactaba de lleno en la nariz. Las rodillas de Terry McDonald se doblaron y cayó al suelo.
Livia quedó paralizada por la indecisión. Quería asir a Megan de un brazo y correr escaleras arriba, pero no podía abandonar a la chica en la cama. Oyó un siseo y el olor ácido del amoníaco le llenó las fosas nasales aun antes de que sintiera fuego en los ojos. Trató de protegerse del gas pimienta en la oscuridad y se llevó las manos a la cara. La quemazón fue inmediata e intensa y la hizo retroceder.
Sintió que él la jalaba del pelo y gritó con todas sus fuerzas cuando la revoleó por el aire. Aterrizó sobre la mesa junto a la pared y cayó al suelo en un rincón del sótano. Los ojos le lloraban lágrimas de fuego y los pulmones le ardían de irritación. A pesar del dolor, abrió los párpados. La linterna que ella había dejado caer seguía en el suelo, muy cerca, iluminando su cadera, el cemento del suelo y algo que había sentido caer al aterrizar sobre la mesa. Era un envase de pintura en aerosol. Livia recordó las dos X pintadas en la pared. Con un solo movimiento, buscó en el bolsillo y extrajo el encendedor Bic que Kent Chapple le había regalado en su casa la otra noche. Tomó el aerosol con la mano derecha y encendió el Bic con la izquierda. Justo cuando Terry McDonald se lanzaba sobre ella, oprimió el rociador e hizo pasar la pintura por la llama. Una enorme bola de fuego estalló como si el envase mismo estuviera ardiendo. La llama horizontal dio de lleno en la cara de Terry McDonald y le incendió el pelo. El cayó hacia atrás y giró el rostro para evitar la llama, pero fue demasiado tarde. Después del pelo, se le prendió fuego la camisa. Las llamas anaranjadas iluminaron el sótano; las tres chicas vieron cómo el cuerpo encendido se tambaleaba y giraba, emitiendo gritos prehistóricos y escalofriantes.
Se bamboleó por el sótano, gritando, gimiendo, golpeándose la cara, la cabeza y el pecho. Megan corrió hacia su padre con la cobija de la cama y se la arrojó sobre la cabeza y el torso. Cuando cayó al suelo, Megan apagó las llamas.
Casi inconsciente, Terry McDonald quedó jadeando en un rincón. El olor de la carne quemada mezclado con amoníaco era aún peor que todo lo que a Livia le había tocado oler en la morgue. Tomó la potente linterna que había caído en un rincón y la luz intensa le permitió ver a Megan junto al cuerpo inerte de su padre, cuya cara y tórax estaban negros y grasientos.
Con sumo esfuerzo, Livia trató de mantener los ojos abiertos mientras Megan extraía la pistola de su padre de la funda de cuero. Livia, tumbada en una esquina, levantó débilmente la mano y trató de decir “No”. Pero antes de que pudiera hablar, Megan pasó las manos por la pistola, la hizo chasquear, y se la alcanzó.
—Aquí tienes —dijo Megan—. Le quité la traba de seguridad. Si se mueve, dispárale.
Megan fue hasta donde estaba su padre y tomó la radio que le colgaba del hombro. Movió los diales y botones con una destreza que era fruto de haber observado a su padre durante años. Oprimió un botón al costado del micrófono y se lo llevó a la boca. Sabía muy bien cuál era la forma más rápida de atraer a la policía.
—Oficial caído en Stellar Heights —dijo por el micrófono.