CAPÍTULO 65
14 de mayo de 2018
Seis meses después de Stellar Heights
LA SEMANA ANTERIOR, LIVIA SE había acercado a la mesa de autopsias, lista para realizar su examen número 232. Faltaban dos meses para terminar la capacitación y estaba cerca de llegar al número mágico de 250 autopsias que el programa prometía. La duración de sus exámenes había bajado a cincuenta minutos y ya casi no recordaba los errores y preocupaciones de sus primeros tiempos como becaria. Después de diez meses de entrenamiento, se consideraba una médica forense formada.
El lunes por la mañana, entró por la puerta principal de la JEMEFO y tomó el elevador hasta el tercer piso. A pesar de que se sentía muy cómoda en su posición de becaria sénior, sentía una leve inquietud ante los días que le esperaban. Le tocaba la última semana de recorridas con Kent Chapple, que hacía poco se había separado de su mujer. Kent se había aparecido en casa de Livia la semana anterior, ebrio de whisky como la última vez. En una incómoda liberación de emociones, le había confesado sus sentimientos. Le gustaba “más que como amiga” le dijo, utilizando una expresión que Livia no había oído desde sus días en la universidad, y la había invitado a cenar. Tomada por sorpresa, Livia rechazó la invitación con la excusa de que no era bueno involucrarse en relaciones románticas con compañeros de trabajo. Le propuso conversar cuando estuviera más en control de sus emociones y con menos whisky encima. Habían pasado diez días desde aquella noche y todavía no habían hablado. La relación entre ambos, que siempre había sido fácil y animada, se había vuelto incómoda. Una semana juntos dentro de la furgoneta de la morgue seguramente calificaría de “ardua y pegajosa”, como decía Jen Tilly.
Pero no llegó a preocuparse por la semana entrante, porque no hubo tiempo. La puerta del elevador se abrió y vio a Kent en el corredor.
—Tenemos que hablar —dijo él.
Livia asintió.
—Mira, Kent, la otra noche no estuve muy amable…
—No, no sobre la otra noche —la interrumpió él—. Tuvimos una llamada. Mujer blanca hallada en una fosa poco profunda en el bosque de Emerson Bay.
Kent entró en el elevador y le entregó la chaqueta de la JEMEFO.
—¿Necesitas alguna otra cosa antes de salir?
Livia negó con la cabeza.
—¿Edad?
—Entre dieciocho y veintidós.
La puerta del elevador se abrió en la planta baja y salieron a toda prisa hacia la furgoneta de la morgue; Sanj estaba al volante y arrancó en cuanto Livia cerró la puerta corrediza. Recorrieron en silencio los noventa minutos hasta Emerson Bay; el único que hablaba era Sanj, con su voz profunda de New Jersey, para informar su ubicación a los oficiales que estaban acordonando la zona. Cuando tomaron la carretera 57, Livia vio los patrulleros estacionados en la zanja, con las luces superiores encendidas. Sanj condujo la furgoneta hasta el epicentro de la acción y, al igual que Kent, se protegió las manos con guantes de látex.
Las puertas delanteras se abrieron y ambos descendieron. Livia permaneció en el asiento trasero, registrando de manera periférica lo que la rodeaba: el chasquido de las radios, las voces de los oficiales, la apertura de la puerta trasera para que Kent bajara la camilla y el sonido de la bolsa de elementos de Sanj cuando se aprestó a entrar en el bosque con todo lo que pudieran necesitar.
—¿Todo bien? —preguntó Kent.
Livia parpadeó al darse cuenta de que él había abierto la puerta lateral. Asintió y descendió de la furgoneta.
—Buenos días, caballeros —saludó un oficial. Hizo un ademán con la cabeza en dirección a Livia—. Buen día, doctora.
Livia irguió el mentón y trató de sonreír.
—Mi equipo se hará cargo de la camilla —prosiguió el oficial—. Es una buena caminata, unos mil metros por terreno boscoso.
Sanj levantó el bolso de la camilla y se lo colgó del hombro; él y Kent siguieron al oficial hacia el bosque. Livia se mantuvo un poco detrás de ellos; pasó por encima de troncos caídos y sujetó las ramas para los oficiales que la seguían.
A medida que se iban adentrando en el bosque, el terreno cubierto de musgo despedía una leve bruma. Del suelo húmedo brotaba un suave aroma a otoño. El sol estaba alto y se colaba por entre los troncos altos, creando sombras que avanzaban por el bosque. Después de andar durante quince minutos, Livia divisó en la distancia a varios oficiales alrededor de una zona delimitada por la cinta amarilla de escena del crimen. Al acercarse, vio que el cuerpo estaba cubierto por una sábana blanca.
Sanj y Kent se acercaron a los oficiales y mantuvieron un diálogo al que Livia permaneció ajena. Estaba concentrada en la impecable tela blanca que contrastaba con el bosque oscuro; no pertenecía a ese lugar. Kent la miró y arqueó las cejas.
Livia asintió.
—Estoy bien —dijo.
Se acercó al cuadrado delimitado por la cinta amarilla. Kent se agazapó en la bruma y sujetó el extremo de la sábana. Miró una vez más a Livia, que respiró hondo y exhaló en silencio, antes de volver a asentir.
—Veamos qué hay aquí.