CAPÍTULO 1

Septiembre de 2017
Doce meses después de la huida de Megan

¿POR QUÉ PATOLOGÍA FORENSE?

Era una pregunta que le hacían a Livia Cutty en todas las entrevistas para becaria. Generalmente mencionaba el deseo de ayudar a las familias a cerrar su duelo, el amor por la ciencia y el deseo de encontrar respuestas donde otros veían preguntas.

Todas estas frases estaban muy bien y seguramente eran las que daban muchos de los colegas becarios como ella. Pero, a juicio de Livia, su respuesta era diferente de todas las demás. Existía una razón por la que Livia Cutty era tan buscada. Una explicación por la que había sido aceptada en todos los programas para los que se había postulado. Tenía las calificaciones requeridas en la carrera de Medicina y el desempeño requerido como residente. Sus trabajos habían sido publicados y venían altamente recomendados por sus superiores. Pero estos logros por sí mismos no la hacían destacarse; muchos colegas ostentaban currículums similares. Livia Cutty era diferente por otra razón. Tenía una historia.

—Mi hermana desapareció el año pasado —decía Livia en cada entrevista—. Elegí la medicina forense porque algún día mis padres y yo recibiremos una llamada diciendo que hallaron su cuerpo. Tendremos muchas preguntas sobre lo que le sucedió. Quién la raptó y qué le hicieron. Quiero que esas respuestas las dé alguien a quien ella le importe, alguien que sienta compasión. Alguien que tenga las habilidades necesarias para leer la historia que contará el cuerpo de mi hermana. Con mis estudios, yo quiero ser esa persona. Cuando recibo un cuerpo alrededor del cual hay preguntas, quiero responderlas para la familia con el mismo cuidado, compasión y conocimiento que espero recibir algún día de la persona que me llame por mi hermana.

Cuando comenzó a recibir ofertas, Livia analizó las opciones. Cuanto más lo pensaba, más evidente se le tornaba su elección: Raleigh, en Carolina del Norte, quedaba cerca de Emerson Bay, donde había crecido. Era un programa prestigioso y con fondos sólidos, y lo dirigía el doctor Gerald Colt, considerado como un pionero en el mundo de la medicina forense. Livia se sentía feliz de poder ser parte de su equipo.

La otra ventaja —aunque le resultaba torturante pensar en ella— era que, con la promesa de realizar entre 250 y 300 autopsias durante su año de entrenamiento como becaria, Livia sabía que había bastantes posibilidades de que algún corredor, en alguna parte, tropezara con una fosa poco profunda y encontrara los restos de su hermana. Cada vez que una NN llegaba a la morgue, Livia se preguntaba si sería Nicole. Por lo general, solo necesitaba abrir la bolsa negra de plástico y echarle una mirada rápida al cadáver para aplacar sus miedos. En los dos meses que llevaba en la Jefatura de Medicina Forense (JEMEFO), muchas NN habían llegado, pero ninguna había salido de allí con esas iniciales anónimas. Todas habían sido identificadas y ninguna era su hermana. Livia sabía que podía pasarse toda su carrera esperando la llegada de Nicole a la morgue, pero ese día aún no había llegado. Era un momento suspendido en el tiempo al que perseguiría sin alcanzarlo nunca.

Capturar ese momento era menos importante que la persecución en sí. Para Livia, buscar un momento ficticio del futuro era suficiente para aplacar sus remordimientos. Limarles los bordes como para poder vivir consigo misma. La búsqueda le otorgaba un propósito. Le permitía sentir que estaba haciendo algo por su hermana menor, sabiendo que no había hecho lo suficiente cuando sus esfuerzos podrían haber sido notados. Livia aún soñaba vívidamente con su teléfono celular iluminado, vibrando y sonando una y otra vez con el nombre de Nicole en la pantalla. Aquella noche había tenido en la mano el celular, pero había decidido no responder. La medianoche de un sábado no era nunca un buen momento para hablar con Nicole y Livia había decidido evitar cualquier drama que estuviera aguardando al otro lado de la llamada.

Ahora, viviría sin saber si aceptar esa llamada cuando Nicole desapareció hubiera significado una diferencia para su hermana menor. Por todo esto, imaginar un momento del futuro en el que podría redimirse y ayudarla con los dones de sus manos y su mente era el combustible que necesitaba para avanzar por la vida.

Una vez terminadas las rondas matutinas con el doctor Colt y los otros becarios, Livia se concentró en la autopsia individual que le habían asignado ese día. Un claro caso de drogadicción y muerte por sobredosis. El cadáver yacía sobre la mesa de Livia y los tubos con los que los paramédicos habían tratado de salvarlo aún le colgaban de la boca. El doctor Colt requería que una autopsia de rutina —entre las que se incluían aquellas por sobredosis— se completara en cuarenta y cinco minutos. A dos meses del comienzo de su período como becaria, Livia había disminuido su tiempo de dos horas a una hora y media. Lo único que el doctor Colt exigía a sus becarios era que progresaran y Livia Cutty lo estaba logrando.

Hoy le había llevado una hora y veintidós minutos realizar el examen interno y externo del caso de sobredosis que tenía frente a ella; determinó que la causa de muerte había sido una falla cardíaca debido a intoxicación aguda con opiáceos. Forma de muerte: accidental.

Livia se encontraba terminando con el papeleo en la oficina de los becarios cuando el doctor Colt golpeó la puerta abierta.

—¿Cómo estuvo tu mañana?

—Sobredosis de heroína, nada fuera de lo común —respondió Livia desde detrás del escritorio.

—¿Tiempo?

—Una hora veintidós.

El doctor Colt frunció el labio inferior.

—Con solo dos meses aquí, está muy bien. Mejor que los demás becarios.

—Usted dijo que no se trataba de una competencia.

—No lo es —respondió el doctor Colt—; pero hasta el momento, vas ganando. ¿Puedes hacer otra hoy?

La rutina de los médicos supervisores incluía realizar múltiples autopsias a diario y se esperaba que los becarios aumentaran la carga una vez que reducían su tiempo y aprendían a lidiar con la abrumadora montaña de papeles que representaba cada cadáver.

El año de Livia como becaria corría de julio a julio, trabajando cinco días a la semana con períodos fuera de la sala de autopsias observando otras especialidades relacionadas, dos semanas acompañando a los investigadores médico-legales, más días pasados en los tribunales o participando de simulacros de juicios con estudiantes de Derecho. Livia tenía claro que, para llegar al número mágico de 250 autopsias que prometía el programa, con el tiempo iba a tener que realizar más de un caso individual por día.

—Por supuesto —respondió sin vacilar.

—Bien. Está por ingresar un flotante. Un par de pescadores encontraron el cuerpo en los bajos esta mañana.

—Termino con los papeles y comienzo en cuanto ingrese.

—Informarás los resultados en las rondas de la tarde —le indicó el doctor Colt. Extrajo una libretita del bolsillo a la altura del pecho y anotó un recordatorio mientras abandonaba la oficina.