Epílogo

La Maratón de Boston de 1967 pasó a la historia por el dorsal 261. Kathrine Switzer desafió a la organización, a la sociedad estadounidense y al mundo en general corriendo pese a la prohibición de que corrieran mujeres. La insultaron, la empujaron, la agredieron, la tiraron al suelo, se levantó una y otra vez y terminó la carrera con un tiempo de 4:20:00.

En 1973 Bobby Riggs, ex número uno mundial del tenis, aseguró a sus cincuenta y cinco años poder vencer a cualquier mujer. Billie Jean King recogió el guante en lo que se llamó «la batalla de los sexos». Delante de cincuenta millones de espectadores, le ganó. Después ganaría doce Grand Slams.

Nadia Comaneci creó el imposible. Siete calificaciones de 10 puntos en los Juegos Olímpicos de Montreal 76. Su legado deportivo en ejercicios de suelo, barra fija y asimétricas es inconmensurable.

Florence Griffith fue apodada la Hija del Viento en 1988, después de romper todos los récords de velocidad: 10,49 en los 100 metros, 21,34 en 200. Ninguna mujer ha logrado ser más rápida.

En el partido entre Los Ángeles Sparks y Miami Sol de la WNBA 2002, Lisa Leslie corría con la pelota en solitario tras un rebote. Miró el aro, no se lo pensó, se impulsó con el pie derecho y realizó el primer mate de una mujer en la historia del baloncesto mundial.

En Barcelona 92, Hassiba Boulmerka paralizó el mundo en su victoria de los 1500. Se convirtió en la segunda musulmana ganadora de una medalla olímpica. Había huido de su Argelia natal tras ser amenazada de muerte y perseguida durante toda su vida por correr en tirantes y pantalón corto. Ganaría dos mundiales más, y el Premio Príncipe de Asturias en 1995 por su importante lucha por los derechos de las mujeres y deportistas árabes.

El Rally Paris-Dakar de 2001 pasó a la historia por tener en lo más alto del pódium, por primera vez, a una mujer: Jutta Kleinschmidt, pionera del mundo del motor.

Con tan solo veinticuatro años, Ellen MacArthur se subió a bordo de un barco y dio la vuelta al mundo en solitario. Lo hizo en la Vendée Globe 2000-2001, convirtiéndose en la primera mujer que circunnavegaba el globo terráqueo. Pero en 2005 fue más allá y batió el récord mundial de la especialidad repitiendo la proeza en 71 días, 14 horas y 18 minutos.

Yelena Isinbáyeva entrenaba únicamente para batir sus propios récords mundiales en salto con pértiga. Hasta en 28 ocasiones, la atleta rusa voló superando su marca anterior en competiciones oficiales. En 2009 la dejó registrada en 5,06 al aire libre. Nadie ha vuelto a superarla.

En mayo de 2010, la cumbre del Shisha Pangma recibía a Edurne Pasaban. Había coronado ya los trece ochomiles restantes, comenzando por el Everest en 2001.

 

 

El 17 de marzo de 2018, el Atlético de Madrid-F. C. Barcelona femenino reunió a 60.739 espectadores en el Wanda Metropolitano de Madrid, récord de aforo de un partido de fútbol femenino en la historia y decimonovena mejor entrada en la historia de cualquier partido oficial femenino. El récord no fue solo de las que disputaban aquel partido. Era de todas las mujeres que habían jugado antes que ellas, de las que jugaban a esa misma hora en otros campos, en otras ciudades y países. También era de los que se habían acercado a verlas jugar. El récord era del fútbol femenino y de nuestra sociedad. De la lucha de todas y cada una de las mujeres deportistas que se habían dejado la piel para ganarse el derecho a ser profesionales. Era un éxito de la sociedad española, europea, mundial. Del feminismo. De la igualdad. Eran casi sesenta y un mil personas que representaban el cambio, la ruptura con el cliché, con la tradición del fútbol de hombres. Más de mil millones de espectadores vieron el Mundial de Francia 2018 a través de televisión o plataformas digitales. La camiseta con la que EEUU lo ganó fue la más vendida del año, por delante de las de Cristiano o Messi. 2019 fue el año en que el espectador medio por fin valoró a las jugadoras que tenemos, su capacidad, su talento, su indiscutible decisión de ser grandes. Aplaudimos y sentimos rabia con la eliminación del Mundial de Francia. Lloramos con la final de la Champions que perdió el Barça frente al Olimpic de Lyon. Creímos con los éxitos de las categorías inferiores de la selección nacional. Dejamos de escuchar el «Ni es fútbol ni es femenino» en los bares.

Cada vez más niñas salían a jugar al parque con una pelota debajo del brazo. Cada vez más niños conocían el nombre de las futbolistas y querían ser como ellas. Rompimos la sociedad. Firmamos el primer Convenio Colectivo de fútbol femenino para darles a nuestras jugadoras el reconocimiento como trabajadoras. Usamos el deporte más popular del mundo para darle la vuelta al machismo. Y lo hicimos con una sonrisa de oreja a oreja.

Nadie nos enseñó a ser grandes. Tuvimos que aprender por nuestra cuenta. Nadie nos dijo que llenaríamos estadios, que firmaríamos autógrafos, que cientos de miles de personas se sentarían delante de la televisión a vernos jugar un partido, que nuestros nombres serían comentados en las redes sociales y habría niños que los llevarían a la espalda con orgullo. Nadie nos dijo que cambiaríamos el mundo levantando trofeos, pateando balones, sacando manos imposibles. Nadie nos enseñó el camino que otras construyeron para que lo asfaltáramos, ni nos dijo que detrás de nuestros pasos venían unos más pequeños que pasarían corriendo a toda velocidad por él.

Nos metimos en un mundo de hombres sin hacer caso a quienes decían que no era nuestro sitio. Pensamos únicamente en la pelota y en cómo usarla para romper las normas. Nos costó llegar, pero no vamos a bajarnos. Seguiremos aquí hasta que otras lleguen y conquisten lo que nos falta. El mundo es de quien quiere cambiarlo, de quien está dispuesto a hacer cosas grandes en él. Y no hay nada más grande que seguir jugando con la misma ilusión que cuando eras pequeño.

En algún lugar, detrás de la atleta en que te has convertido, de las horas de práctica y los entrenadores que te han presionado, hay una niña que se enamoró de este juego y que nunca miró hacia atrás. Juega para ella.

MIA HAMM, exfutbolista