Roma
Ese día me cansé un poco. Habíamos caminado bastante y el termómetro marcaba no sé cuanto, pero mucho. Fue también ese día cuando me besó. Su lengua entró en mi boca y me dio asco.
No es gran cosa un beso. Nunca lo ha sido. No es más que salivas mezclándose y una sin respirar igual. Todavía tenía que regresar a mi casa.
Entonces llegó el metro que va hacia il Colosseo. Adentro el vagón debía hervir con tanta gente en él. Debía haber música y olores. Me quedaba un biglietto para el regreso.
No se habían despegado las bocas cuando bajó mi novio del metro.
No hervía sólo allá abajo; hervían todas las calles con sus plazas y avenidas. Pensé que a los diecisiete no debía ser difícil conseguirse otro novio.