Jornada tercera

(Salen Nuño y Bermudo.)

Nuño Bermudo, ya que a mi imperio

Petronilla está sujeta,

con que en posesión quieta

me juzgo de este hemisferio,

importa que la ocasión

evite; que donde está

la paz tan tierna, podrá

causar nueva alteración,

Del reino los poderosos

mi privanza solicitan,

y ya contra mí se irritan,

de lo que os quiero envidiosos.

Vos solo sois mi privado;

que por la antigua experiencia

estoy de vuestra prudencia

y lealtad bien informado;

y así, para que gocéis

de mis favores, de suerte

que de la envidia y la muerte

yo esté seguro, y lo estéis,

de modo, Bermudo amigo,

hemos de vernos los dos,

que ninguno sino vos

sepa que priváis conmigo.

Así se consigue el fin

que pretendo y pretendéis.

En vuestra casa tenéis,

si bien me acuerdo, un jardín

tan retirado, que allí,

señalando puesto y hora,

se podrá hacer lo que agora

tratamos; que desde aquí

en palacio ni de día

ni de noche habéis de entrar

porque no os pueda encontrar

alguna envidiosa espía;

pues la emulación no sabe

reposar; para este fin

me dad de vuestro jardín,

Bermudo amigo, una llave,

porque yo, en viendo dispuesta

la ocasión y que no pasa

gente, la goce.

Bermudo Mi casa

toda, gran señor, con ésta,

que es maestra, abrir podéis;

(Dásela.) porque de toda no dudo

daros llave, si en Bermudo

la del corazón tenéis.

Nuño Bien pueden finezas mías

a igual amor obligaros.

Bermudo ¿Qué días he de aguardaros?

Nuño Todos los festivos días

queden aquí señalados

para vernos.

Bermudo ¿A qué hora?

Nuño Cuando la estrellada autora

de yerros enamorados

haya hecho la mitad

de su curso. Mas primero,

como noble caballero,

la fe y palabra me dad

del secreto.

Bermudo Si el secreto

mi provecho no mirara,

el mandarlo vos bastara.

Como quien soy lo prometo.

Nuño Pues adiós; que ya los dos

podemos dar, con hablar

tanto a solas, qué envidiar.

Bermudo ¡Mil años os guarde Dios!

(Aparte.) (Esto es ser rey, esto es dar

de justo y prudente indicios,

pues sabe premiar servicios,

y quejas sabe evitar.)

(Vase.)

Nuño Enemigo, así el efeto

la mentirosa privanza

le dispone a mi venganza

sin peligro y con secreto.

(Salen don Pedro, Sancho y Zaratán.)

Pedro Poniendo en ejecución,

señor, vuestro mandamiento,

viene rendido y contento,

libre ya de la prisión,

Sancho, a daros la obediencia.

Sancho Pues Petronilla os la dio,

a su ejemplo tengo yo

para lo mismo licencia.

Los labios pongo en la planta,

con que vuestra Majestad

venza el mundo.

Nuño ¡Conde, alzad!

Sancho Vuestra mano me levanta

con merced antes llegada

a alcanzar que a merecer,

para mostrar su poder

con hacer algo de nada.

Nuño En un valiente soldado

no hay desmerecido honor;

y aún no he premiado el valor

y lealtad que habéis mostrado

en defensa y en servicio

de mi sobrina; y así,

hace, aunque fue contra mí,

el cumplir con vuestro oficio

que os quiera, estime y alabe;

que en la materia que digo,

solo sabe ser amigo

quien ser enemigo sabe.

Pedro Ya, señor, que vuestra alteza

con tan pródigos favores

ostenta los resplandores

de su poder y grandeza

a suplicaros me atrevo

que en lo que habéis prometido

los mostréis también.

Nuño No olvido

lo mucho, Azagra, que os debo.

Presto veréis el efeto.

Pedro Y presto seré dichoso,

si merezco ser esposo

de tan divino sujeto.

Nuño Y porque empiece a premiar,

puesto que no satisfago

vuestros méritos, os hago

mi general de la mar.

Pedro ¡Mil años os guarde el cielo;

que este brazo, habéis de ver

que ofrece a vuestro poder

todo el imperio del suelo!

(Vase don Pedro.)

Zaratán Por lo que de esta merced

como a criado me toca,

pongo en vuestros pies mi boca;

que en este oficio creed

que nadie saldrá mejor

que mi dueño de su empeño;

que es tan buen señor mi dueño,

que no parece señor.

Mas yo, que tanto celebro

vuestra largueza y poder

¿hasta cuándo he de leer

el rétulo del celebro?

Nuño Piensa tú qué puedo darte

que convenga con tu estado.

Zaratán Yo soy, señor, inclinado

más a Minerva que a Marte.

Dame un gobierno, y verás

en Zaratán un Solón.

Y por si de mi opinión

poco satisfecho estás,

oye; que te he de mostrar

cuánto alcanza mi capricho;

que en Zaragoza se ha dicho

que pretendes reformar

leyes, costumbres y fueros,

y yo con este cuidado

estos puntos he pensado

que dar a tus consejeros.

(Saca un papel y lee.) «Primeramente, porque son los pleitos

peste de la quietud y las haciendas,

pague todas las costas el letrado

del que fuere en el pleito condenado;

pues temiendo con esto el propio daño,

dará al principio el justo desengaño;

y las partes con esto, no teniendo

quien en causas injustas las defienda,

menos pleitos tendrán y más hacienda.

Ítem, porque las frutas cuando empiezan

se venden caras y después baratas,

esto se haga al revés, pues es tan cierto

que están al empezar verdes y duras,

y después sazonadas y maduras.

Ítem, porque haber pocos oficiales

mecánicos y pocos labradores

encarece las obras y labores,

no se admitan sus hijos al estudio

de letras, ni por ellas a las plazas

de jueces; pues si llegase un hijo

de un despensero a serlo, es evidencia

que supuesto que es gato por herencia,

aunque esté del león puesto en la cumbre,

vuelve, en viendo el ratón, a su costumbre.

Ítem, que o no se prendan los que juegan,

o en los naipes se quite el dos de espadas,

porque tiene las gentes engañadas,

con licencia del rey, publica; luego,

o quítenlo, o no prendan por el juego,

pues permites venderlos, y no ignoras que

no pueden servir los naipes de Horas.

Ítem, que no se impongan los tributos

en cosas a la vida necesarias,

mas solo en las que fueren voluntarias,

en coches, guarniciones de vestidos,

en juegos, fiestas, bailes y paseos,

pues ninguno podrá llamar injusto

el tributo que paga por su gusto.

Ítem, su majestad venda las plazas

y oficios, pues habrá mil que las compren,

y llevar puede el precio con derecho

a quien da de una vez honra y provecho.

Ítem, que no destierren a las damas

de hombres casados, pues se irán tras ellas,

y tendrán sus mujeres, con su ausencia,

como dicen, tras cuernos penitencia.

Ítem, que no se ocupen los varones

en oficios que pueden las mujeres

ejercer; que un barbón que ser pudiera

soldado o labrador, no es bien que venda

hilo y seda sentado en una tienda.

Ítem, que cuando hay toros o otras fiestas,

los dueños de terrados los arrienden

abajo, porque arriba tiranizan

el precio, y les dan más que justo fuera

por no volver a andar tanta escalera.

Ítem, que a los que premias con oficios,

no aleguen el gozarlos por servicios,

pues al pedirlos, por merced los piden,

y no te han de obligar, pues se los diste,

con la misma merced que les hiciste.

Ítem, que pues por más que los persiguen,

nunca al fin se remedian los garitos,

como de naipes el estanco arriendas,

de gariteros los oficios vendas.

Ítem, porque no puede conseguirse

que no anden rebozadas las mujeres,

se tapen las rameras, pues con esto,

por su opinión, las otras, es muy cierto

que andarán con el rostro descubierto.

Ítem...»

Nuño Basta.

Zaratán Sí, basta, si he mostrado

que soy para un gobierno acomodado.

Nuño Mil ducados te doy por los arbitrios.

Zaratán ¡Vivas mil años! Voy por la libranza

para que firmes. El primero he sido

que por ser arbitrista ha enriquecido.

(Vase.)

Nuño ¡Hijo, dame mil veces esos brazos;

que por gozarlos se abrasaba el pecho!

Sancho No menos deseaba yo estos lazos,

si bien la ley de la lealtad ha hecho

tan justa resistencia.

Nuño Todo ha sido

haber conmigo en opinión crecido.

Sabe que ya he trazado mi venganza;

en su mismo jardín he de dar muerte

a solas a Bermudo.

Sancho ¿De qué suerte?

Nuño Con esta llave, que me ha dado

él mismo para verle de noche con secreto;

que fingiendo que él solo es mi privado,

y quiero que lo encubra retirado

por no causar envidias, he dispuesto

vengar mi afrenta en su jardín, de suerte

que él solo sepa que le da la muerte

Nuño Aulaga en venganza de su agravio.

Sancho ¿Hete de acompañar?

Nuño De ningún modo;

antes, para evitar toda sospecha,

la noche que yo vaya a ejecutarlo,

a Petronilla has de asistir; y advierte

que te finjas con ella de mi suerte

y de la suya pesarosa. Empieza

a mostrarle afición; que hasta su alteza

de grado en grado pienso levantarte,

y con su mano su corona darte.

(Vase.)

Sancho ¿Qué máquinas son éstas? ¿Qué combates,

temores, penas, dudas, confusiones?

¿Agora a tan constante amor te opones,

ciega ambición? ¿Agora de Teresa

quieres que olvide la adorada empresa?

Antes mi humilde estado lo impedía,

y agora, que mi dicha me levanta

a poder merecer belleza tanta,

¿tan nuevo pensamiento me divierte?

Mucho repugna a nuestra unión la suerte.

Mas no, Teresa, no; no hay más tesoro

ni reino que gozar el bien que adoro.

Tuyo he de ser. Mas ya el Amor me acusa

que no es tu fino amante el que no excusa

la muerte de tu padre. Mas se opone

respondiendo el honor que amor perdone.

Solo muere el agravio en la venganza,

y el de mi padre con razón me alcanza.

Y pues has de ignorar que es padre mío

quien mata al tuyo, y cuando lo estorbara,

nada con tal fineza te obligara,

pues no puedes saberla, ¿qué me aflijo?

con ser amante cumplo y con ser hijo;

que ni a ti te está bien, si has de ser mía,

que a un hombre cuyo padre está afrentado,

la mano des antes de estar vengado.

(Vase. Salen Bermudo y Teresa.)

Bermudo ¿Qué fiera melancolía

es ésta? ¿Qué sentimientos,

afligen tus pensamientos,

querida Teresa mía?

¿No me dirás la ocasión?

Habla por tu vida. ¿A quién

puedes descubrir más bien

que a tu padre tu pasión?

Teresa Señor, si el tormento mío

otro remedio tuviera,

si de mi mal estuviera

la ocasión en mi albedrío,

nada pudiera conmigo

obligarme a declarar

ni a decirte a mi pesar

lo que con vergüenza digo.

Desde el primero verdor

de mi juventud, me inquieta

con inclinación secreta

de Sancho Aulaga el amor.

No ser de mi calidad

lo tuvo en justa opresión;

que le debe esta atención

tu sangre a mi ceguedad;

mas hoy, que le miro honrado

de un título, y que la fama

Sancho el valiente le llama,

y que del rey es privado,

llega ya a ser elección

la que inclinación ha sido,

y en mi pecho ha consentido

con el gusto la razón;

y así...

Bermudo ¡Calla! ¿Puede ser

que así olvides que es tu padre

Bermudo, y que fue tu madre

señora de Mompeller?

¿Tú piensas que te he sacado

de palacio, aunque fingir

lo quise así, por vivir

de su inquietud retirado?

Pues no fue, no, la ocasión

ésa, sino haber sabido

que la reina ha consentido

de Sancho la pretensión.

¿Posible es que se te esconde

que es su ventura accidente,

y puede ser fácilmente

que ése que estimas por Conde

vuelva a su primer estado,

y aunque del rey es querido,

llores mañana abatido

al que hoy celebras privado?

¿No adora don Berenguel

tu hermosura? ¿No es galán?

¿Mil títulos no le dan

los del condado de Urgel?

Pues, ¿qué locos pensamientos

te divierten? Vuelve en ti,

y lo que te he dicho aquí

mira con ojos atentos,

sin otros inconvenientes

que no puedo declararte;

¡que, vive Dios, de matarte

primero que tal intentes!

(Vase.)

Teresa ¿Que me matarás primero

que tal intente? ¿Qué importa?

Ningún temor me reporta

de morir, pues de amor muero.

¿A qué muerte, a qué delito

no me expondrá mi impaciencia,

si en la misma resistencia

se enfurece el apetito?

¡Vive el cielo, que he de ser

tuya, Sancho! Mi albedrío

no es de mi padre, que es mío,

y yo tengo de escoger

esposo, si al mundo pesa.

Valor tienes, y yo amor,

y armada de tu valor,

no teme al mundo Teresa.

(Sale Inés.)

Inés ¿Qué es esto, señora?

Teresa Inés,

justas impaciencias son,

con que mi ciega pasión

llega al extremo que ves.

Toma el manto y busca luego

a Sancho Aulaga el valiente.

Dile que ya no consiente

más dilación tanto fuego;

que a verme esta noche venga

por el jardín a las doce.

Inés Pues, ¿no adviertes...?

Teresa Quien conoce

que es loco Amor, no prevenga

peligros. Pues cierta estás

de lo que puede conmigo,

parte al punto; haz lo que digo

y no me preguntes más.

(Vase.)

Inés Ésta es la misma ocasión,

Berenguel, que has deseado.

Liberal me has obligado

a ayudar tu pretensión.

Pues de la noche asegura

la oscuridad nuestro intento,

logra de tu pensamiento

por engaño la ventura;

que Bermudo mi señor

cuando llegase a entenderlo,

pienso que ha de agradecerlo;

que es de tu parte en tu amor.

(Vase. Salen Molina y Vera, de noche.)

Molina ¿Hasta cuándo hemos de ser

estafermos de esta esquina?

Vera Esto es merecer, Molina.

El que sirve ha menester

paciencia.

Molina Vera, el estar

cada noche aquí en espía

hasta que nos echa el día

sin fruto, ¿no ha de cansar

a un mármol?

Vera Don Berenguel

se entiende.

Molina Quizá no entiende.

si él a Teresa pretende,

y ella se muestra cruel,

¿qué sirven estos extremos?

¿Hala de obligar a amalle

con que nosotros la calle

toda la noche guardemos?

(Sale Zaratán, desatacándose aprisa.)

Zaratán ¡Ah, despensero! ¡Mal haya

quien de Judas te ordenó!

Molina ¿Quién va?

Zaratán Quien se va.

Molina ¿Quién?

Zaratán Yo.

Vera Aguarde.

Zaratán Antes que me vaya,

dejad que me vaya.

Molina Espere,

y ese enigma nos explique.

Zaratán Luego vuelvo.

Molina No replique.

Zaratán Pues después, si el caso hediere,

perdonen.

Vera Acabe, diga.

Zaratán Zaratán soy, un criado

de Pedro de Azagra. Ha dado

su familia, que enemiga

es siempre del despensero,

en chupalle cierta bota

de un oloroso candiota...

¡Dejadme por Dios, que muero!

Molina Prosiga.

Zaratán Supo tan bien

probarlo el ladrón, que hinchó

la bota, y al vino echó

tal cantidad de hojasén,

que cuantos de ella bebimos

pagamos la reincidencia,

y conoce en la correncia

a los que en el hurto fuimos.

Envióme mi señor

a un recado; y el tal vino

tanto ha obrado en el camino,

que parezco medidor

de tierras, pues mis calzones

son testigos, que he dejado

cuantas calles he pasado,

señaladas de mojones.

Y porque el recado aguarda,

que yo llevo tan despacio,

Sancho el valiente en palacio,

que es esta noche de guarda

del príncipe, a la estafeta

le dad licencia los dos,

o soltaré —¡vive Dios!—

la lazada a la agujeta.

(Vase.)

Molina Por Dios, que es entretenido.

Vera Graciosamente ha contado

su historia.

(Sale Berenguel.)

Berenguel Y yo me he alegrado,

amigos, de haberle oído

que es esta noche de guarda

Sancho.

Molina ¡Señor! ¿Pues oíste

la plática?

Berenguel Sí, y consiste

la ventura que me aguarda,

en eso. Llegad conmigo

a la puerta del jardín

de Teresa; que hoy el fin

de mi esperanza consigo

con un engaño que pudo

negociar el interés

con su camarera Inés,

por cuyo medio no dudo

que hoy he de tener venganza

de su desdén y el favor

de la banda, en que su amor

a Sancho le dio esperanza.

(Sale Inés a una puerta.)

Inés ¿Es Berenguel?

Berenguel ¿Es Inés?

Inés Yo soy; mas, ¿qué gente es ésa?

Berenguel Si pueden, sin que Teresa

lo entienda, entrar los que ves,

personas de pecho son;

y en cosas de tanto peso,

para cualquiera suceso

importa la prevención.

Inés Entren, más...

(Vanse. Salen Berenguel, Inés, Molina y Vera.)

Inés Quédense aquí

tras esta hiedra escondidos.

Berenguel Estad siempre apercibidos.

Molina Morir sabremos por ti.

(Arrímanse Molina y Vera, y van andando por el teatro Inés y Berenguel a oscuras y con recato.)

Inés Teresa está en esta fuente.

Logra de tu amor el fin,

y no temas; que el jardín

dista espacio suficiente

de la casa, para dar

seguridad a tu intento.

(Sale Teresa.)

Teresa (Aparte.) (Abrasado pensamiento,

ya no es tiempo de dudar

lo que habéis determinado

con amor.)

Inés Aquí, señora,

está el que tu pecho adora.

Teresa ¡Sancho mío!

Berenguel ¡Dueño amado!

Teresa Todo esto sabe emprender

quien tiene amor.

Inés ¡Oye, tente;

que en el jardín siento gente!

Teresa ¡Ay de mí! ¿Quién puede ser?

Berenguel Pues mi valor te asegura,

pierde el temor.

Teresa Los oídos

apliquemos escondidos

de este nido en la espesura.

(Arrímanse a un lado. Salen Bermudo y Nuño.)

Nuño ¿Estamos solos, Bermudo?

Bermudo Tan solos, que de esta fuente

puede el raudal solamente

romper el silencio mudo.

Vera (Aparte.) (Dos hombres son: ¿quién serán?)

Molina (Aparte.) (O son griegos de esta Troya,

o se mueven por tramoya

las figuras de arrayán.)

Bermudo Aqui vuestra majestad

puede asentarse.

Nuño Bermudo,

asentaos.

(Siéntanse Nuño y Bermudo de suerte que a sus espaldas estén Teresa, Berenguel e Inés.)

Teresa (Aparte.) (¿Qué caso pudo

causar tan gran novedad?

El rey y mi padre son.)

Inés (Aparte.) (En grande peligro estamos.)

Berenguel (Aparte.) (Lo que platican oyamos

con silencio y atención.)

Nuño Bermudo, ¿acaso tenéis

memoria de Nuño Aulaga?

Bermudo Sí, señor, y en lo de Fraga

con vos se perdió.

Nuño ¿Sabéis

el agravio que le hicistes

con su mujer, don Bermudo,

y que vengarse no pudo

por el poder que tuvistes?

Bermudo (Aparte.) ¡Señor!... (No sé qué recelo

me ha dado mi corazón.)

Nuño Bermudo, a ofensas que son

cometidas contra el cielo,

si el castigo se dilata,

llega en la vida o la muerte.

Yo no soy Alfonso el fuerte;

Nuño Aulaga es el que os mata

en venganza de su afrenta.

(Saca la daga y vale a dar, y arrójanse sobre él Teresa y Berenguel, y tíénenlo.)

Teresa ¡Ah, traidor!

Berenguel ¡Tente, traidor!

¡Molina! ¡Vera!

(Llegan Vera y Molina.)

Molina ¡Señor!

Bermudo ¡Prendedle!

(Átanlo.)

Nuño Aleves, ¿qué intenta

contra el rey vuestra osadía?

Berenguel ¡Todo lo habemos oído,

Nuño Aulaga!

Bermudo ¡Rey fingido,

llegó de tu muerte el día!

Nuño ¡Dádmela, ya que la suerte

no me ha dejado vengar!

Bermudo ¡Tu vida pienso guardar

a más afrentosa muerte!

Mas, ¿quién es quien me ha librado

de tal riesgo?

Berenguel Berenguel.

Teresa (Aparte.) (¿Hay tal engaño?)

Berenguel Por él

tu padre el cielo ha guardado

Delito ha sido de amor,

que quise más descubrir,

Bermudo, que consentir

que os diese muerte un traidor.

Todo ha sido engaño mío;

que Teresa está inocente.

Bermudo No es ocasión la presente

de averiguarlo, y yo fío

que satisfaréis mi honor.

Molina Atado está ya de suerte

que aunque fuese Hércules fuerte,

no se librara el traidor.

Bermudo Quede por agora preso

en mi casa.

Nuño ¡Ay, cielo santo!

Bermudo Llamad mi hijo, y en tanto

que de este extraño suceso

me parto con Berenguel

a dar a su majestad

cuenta, los dos os quedad

con mi hijo en guarda de él.

Vera Vamos.

Bermudo Entrad.

Berenguel ¡Ay, Teresa,

que gran ocasión perdí!

(Vanse.)

Nuño (Aparte.) (¡Hijo del alma, por ti

solo de mi mal me pesa!)

(Llévanle.)

Inés (Aparte.) (Aunque mi engaño ha importado

tanto, me quiero ausentar;

que la soga ha de quebrar

al fin por lo más delgado.)

(Vase.)

Teresa ¿Qué es esto, cielo, qué es esto?

¿En qué tanto os ofendí,

que de una vez contra mi

del todo os habéis opuesto?

Aquí de mi estado honesto

he perdido la opinión,

aquí perdió mi afición

de Sancho ya la esperanza,

pues tan infame mudanza

pone su padre en prisión.

Aquí se ha opuesto a mi amor

la obligación y el decoro,

pues mi padre es del que adoro

el enemigo mayor.

Hijo es Sancho de un traidor.

Perdíle, y perdí con él

la opinión, y a Berenguel,

que ha visto mi liviandad.

¡Cielo, la muerte me dad,

y seréis menos cruel!

(Vase. Sale Pedro Ruiz.)

Pedro ¿Posible es que Nuño Aulaga

tanto me pudo engañar?

Ya, ¿qué medio puedo hallar

que a la reina satisfaga?

Por cómplice ha de tenerme

del engaño. Estoy corrido,

y en mi intento me he perdido,

con lo que pensé valerme.

Si antes de esto endurecida

se mostraba a mi deseo,

¿qué espero cuando la veo

reina ya y de mí ofendida?

A Murcia me he de pasar,

pues me convida el rey moro

con sumas de plata y oro,

y aquí no hay ya qué esperar

sino agravios y venganzas.

(Sale Sancho.)

Sancho ¿Qué esperáis con esta vida,

Fortuna, de mí ofendida?

¿Qué quieren vuestras mudanzas

a quien le cansa el vivir?

Pedro Sancho, amigo, ¿adónde vais?

Sancho ¡Ay de mí! ¿Qué preguntáis

a un desdichado? A morir,

a morir infamemente,

pues me dan padre traidor.

Pedro ¿Agora os falta el valor?

Sancho ¿Quién es fuerte, quién prudente

en caso tan desdichado?

Pedro No menos que vos lo siento,

pues en su alevoso intento

quedo también indiciado

de cómplice; y así, quiero

pasarme a Murcia. Conmigo

os venid, Aulaga amigo;

que este brazo y este acero

ofrezco en vuestra defensa.

(Aparte.) (Si a Murcia le llevo, fío

que con su valor y el mío,

de tu desdén y mi ofensa,

reina, me veré vengado.

A esto solamente aspiro.)

Sancho Por todas partes me miro

de inconvenientes cercado.

(Aparte.) (¡Ay, grandeza! ¡Ay, opinión

¡Ay, padre! ¡Ay, Teresa mía!

Todo lo pierdo en un día.

Mas, ¿cómo de tu afición

me acuerdo, ingrata, cruel,

y en medio de tantas penas

a más dolor me condenas?

¡Que en el jardín Berenguel

tus brazos entró a gozar!)

(Sale Zaratán.)

Zaratán ¿Qué haces aquí tan de espacio,

Sancho Aulaga? Que en palacio

se acaba de publicar

la sentencia en que ha mandado

la junta al punto prenderte,

y al preso a afrentosa muerte

de horca vil han condenado.

Sancho ¿Qué dices?

Zaratán Si no confías

que digo verdad en esto,

con las campanillas presto

lo dirán las cofradías.

Sancho ¿Qué paciencia, qué valor

basta a combates tan fieros?

Los señores consejeros,

ya que al preso por traidor

a la muerte han condenado,

para que en horca no fuera,

¿no repararán siquiera

que por padre me le han dado,

aunque en ello el mundo miente?

¿No advirtieran que me llama

por mis hazañas la fama,

con razón, Sancho el valiente?

Azagra, mi pecho intenta

vuestro consejo seguir.

A Murcia vamos a huir

tanto agravio, tanta afrenta;

mas primero he de emprender

dos cosas con vuestro amparo,

pues con él, amigo, es claro

que no se me han de atrever.

Pedro En todo estad satisfecho

que a ese lado me tendréis.

Sancho Venid conmigo, y sabréis

lo que emprende un noble pecho.

(Vanse.)

Zaratán Mosca lleva; y aun yo he echado

también un lance gentil,

pues la merced de los mil

con esto en cierne se ha helado.

Mas hoy me llego a vengar

del traidor. ¿Qué será ver

al que rey vimos ayer,

hoy colgado pernear?

¡Extrañas cosas se ven!

Guarde Alfonso el verdadero,

no parezca; porque infiero

que lo colgaran también.

(Vase. Sale Nuño, con prisiones y un Secretario, con un papel.)

Secretario Ésta es la sentencia; agora

resta no más advertiros

que tratéis de apercibiros;

que ha de ser dentro de un hora.

(Vase.)

Nuño Esto es hecho, corazón;

éste es, al fin, el trofeo

de un vengativo deseo,

y una alevosa ambición.

¡Ay, hijo del alma mía!

¿Es posible que ha de hacerte

infame mi infame muerte,

sin honra mi alevosla?

¿No tuviera yo con qué

darme la muerte, primero

que ponga el verdugo fiero

sobre mi cerviz el pie?

(Sale Sancho.)

Sancho (Aparte.) (Mostrad agora, valor,

lo que el honor puede en mí.)

Nuño ¿Quién es?

Sancho (Aparte.) (Ya estamos aquí.

venza el honor al amor.)

¡Padre!

Nuño ¡Hijo de mi vida!

¿Tal peligro has emprendido?

Sancho La autoridad me ha valido,

en acción tan atrevida,

de Azagra, y un despechado

no teme peligros, no.

Ya, padre, ya, ya llegó

al más miserable estado

que ha podido nuestra suerte,

pues cómplice me publican

vuestro, y a vos os dedican

a la más infame muerte;

y así, aunque ser he negado

vos Nuño, y que es testimonio

que inducidos del demonio

mis émulos han trazado,

he dicho, y a sustentarlo

en el campo he de ofrecerme,

es forzoso resolverme

antes, padre, a remediarlo,

que tan vil pena se llegue

a ejecutar; pues si os llama

Nuño y mi padre la fama,

me infama, aunque yo lo niegue.

Un hora de vida os resta,

de afrenta una eternidad;

con muerte oculta evitad

infamia tan manifiesta.

La ganancia es conocida;

que no es honrado el que intenta

no evitar siglos de afrenta

por lograr puntos de vida;

y no es bien que quien se llame

mi padre, y rey de Aragón

se vio, aguarde un vil pregón,

espere un suplicio infame.

Y así, porque ha de agradaros

este intento, según fío

de vuestro valor, el mío

viene solo a presentaros

este puñal. Vuestra mano

redima su afrenta aquí,

si no queréis darme a mí

oficio tan inhumano.

Nuño No pienses que ha de excusarlo;

que a mí, para concluirlo,

te anticipaste en decirlo;

pero no en determinarlo.

Sancho Agora sí que has mostrado

que eres mi padre.

Nuño Y tu pecho

agora, con lo que ha hecho,

muestra que yo te he engendrado.

Tú has de ser ejecutor

de mi muerte; que no quiero

quitar, si a mis manos muero,

esta gloria a tu valor.

Pues queda así redimida

mi afrenta, celebre España

que dimos para esta hazaña,

el golpe tú, y yo la vida.

Sancho No, padre; pues que tenéis

valor en determinarlo,

teneldo en ejecutarlo

vos mismo; no me obliguéis

a tan inhumana acción.

Nuño No tenéis que resistir;

que con vos he de partir

la gloria de esta facción;

que la afrenta que en mi muerte

amenazaba a los dos,

en fama eterna yo y vos

trocaremos de esta suerte:

yo, con quitarme la vida

la mano más valerosa,

pues hace la muerte honrosa

el valor del homicida;

y vos con mostrar tan fuerte

pecho y heroico valor,

que le deis por vuestro honor

a vuestro padre la muerte.

Sancho ¡Señor!

Nuño No hay que replicar;

ya me ofende el resistir;

que, o aquí no he de morir,

o vos me habéis de matar.

Esto os mando cuando muero,

y con esta manda os pago

cuanto os debo, pues os hago

de tal hazaña heredero.

Sancho Pues estás determinado,

yo te obedezco; y si aquí

también no me mato a mí,

solo es por verte vengado.

Nuño Sí, hijo; pues de tu madre

la ofensa y la de Bermudo

vengar tu padre no pudo,

vive a vengar a tu padre

y a ti. Pues se ha publicado

ya mi agravio, y ya te alcanza

la infamia, y a la venganza

quedas con esto obligado.

Mas de los ministros ya

siento el rumor. El acero

mueve... El abrazo postrero,

hijo, y la muerte me da.

(Abrázanse, y Sancho levanta el brazo como para darle, y se entran.)

Sancho Un tan honroso rigor

alma tiene de piedad;

que es generosa crueldad

la crueldad por el honor.

(Vanse. Salen la Reina, el Conde de Urgel, Berenguel, Bermudo, don Ramón, el Príncipe, el señor de Mompeller, Teresa y acompañamiento. La Reina y el Príncipe se asientan en un trono; don Ramón saca un pendón, y otros una corona y cetro en una fuente.)

Reina Ya que el cielo ha permitido,

caballeros de Aragón,

que hayáis vuestra sinrazón

y mi razón conocido,

hoy renuncia mi persona

en el príncipe, que eterno

goce con paz el gobierno,

el reino, cetro y corona.

(Pónele corona y cetro.)

¡Viva Alfonso, en voz altiva

repetid, rey de Aragón!

Y tremolad su pendón.

(Tremolando el pendón.)

Ramón ¡Viva Alfonso!

Todos ¡Alfonso viva!

(Sale Teodora, enlutada.)

Teodora Generosa Petronilla,

rey Alfonso, cuya fama

por la espada y por la pluma

viva por edades largas,

hoy, que la fiesta del día

mercedes promete francas,

llega humilde a vuestros

pies doña Teodora de Lara.

Perdonad si a esto se atreve

la mujer de Nuño Aulaga;

que es atrevido el dolor,

loco el temor de la infamia.

No pido su vida, no;

que a tan injusta demanda

ni se atreve mi deseo,

ni se alienta mi esperanza;

solo pido que atendiendo

a la opinión y a la fama

de su mujer, a quien honra

sangre ilustre de los Laras,

y a los servicios de un hijo,

cuya lealtad, cuyas armas

son espejo y son asombro

de gentes propias y extrañas,

mudéis del castigo el modo

y del suplicio la infamia;

que ha de alcanzarme también,

no estando también culpada.

(Salen Pedro Ruiz y Sancho.)

Sancho ¡Calla, repórtate, escucha;

que en vano querellas gastas,

pues ni es vivo ya el que lloras,

ni es el muerto Nuño Aulaga!

Reina Petronilla, Alfonso,

de quien Aragón aguarda

que al número de los días

se aventajen las hazañas,

yo soy Sancho Aulaga, yo

soy el que el Valiente llaman.

Hoy soy el mismo que he sido

en las edades pasadas.

Yo soy aquél que os he dado

más ciudades... Más batallas

que vasallos heredastes,

he vencido con mis armas.

Yo soy, reina, yo, no sé

cómo la memoria os falta,

el que en este lugar mismo,

viendo que os desamparaban

los que presentes me escuchan,

solo desnudé la espada,

y solo ofrecí la vida

a defender vuestra causa.

Yo soy el que solo a todos,

cuando en el campo besaban

la mano al traidor, a voces

dije: «¡Mirad que os engaña;

que es un traidor, y no Alfonso!».

Y a no quitarme las armas

del lado mi propia gente,

entonces ya mi contraria,

si no pudiera venciendo,

muriendo al menos, mostrara

que os era leal yo solo

cuando todos os faltaban.

Yo soy el mismo que preso

desprecié sus amenazas,

y hasta que vos se la distes,

la obediencia le negaba.

Pues, ¿por qué vuestro consejo

solo a mí prender me manda?

Si le mueve el presumirme

cómplice de su tirana

traición ser mi padre Nuño,

donde hay evidencias tantas

en mi favor, ¿no se borra

esa presunción liviana?

Mienten cuantos entendieren

que en mi lealtad cupo mancha;

y se engaña don Bermudo,

y don Berenguel se engaña,

en afirmar que el traidor

es mi padre, Nuño Aulaga;

y en decir que de Bermudo

pretendió tomar venganza,

porque con doña Teodora

le ofendió, también se engañan;

pues es claro que ni ser

pudo mi madre liviana,

ni ser traidor ni afrentado

el padre de Sancho Aulaga.

Y si bien yace a mis manos

difunto ya, porque basta

que, aunque engañada, le nombre

padre de Sancho la fama

para que así le impidiese

del vil suplicio la infamia;

a Bermudo, a Berenguel

y al mundo con esta espada

les probaré cuerpo a cuerpo

que han sido sus lenguas falsas.

Concededme campo, Alfonso,

y señalad la estacada,

pues no lo podéis negar,

según los fueros de España.

Bermudo Basta, Sancho, que no puedo

aceptar, por muchas causas,

el desafío que intentas,

pues quieren probar tus armas

pues ni el traidor fue tu padre

ni fue tu madre liviana,

y defiendo yo lo mismo;

y pues murió Nuño Aulaga

con que del justo silencio

que mientras vivió casada

tu madre enfrenó mi lengua

por su honor, ya se desata.

Oye y sabe, y sepa el mundo,

que eres mi hijo. Palabra

le di esposo a Teodora,

y mereciendo gozarla,

ibas ya tú de dos meses

concebido en sus entrañas,

cuando yo, desvanecido

con el poder y privanza

que gozaba con Alfonso,

pude a callar obligarla

y a contentarse con ser

esposa de Nuño Aulaga.

Hallóme después con ella

Nuño una vez en su casa,

y creyendo injustamente

que Teodora le agraviaba,

que después que fue su esposo,

nunca a mis ardientes ansias

les dio el favor más pequeño,

sacó celoso la espada,

aunque sin fruto, y corrido

de no alcanzar su venganza,

se partió luego a la guerra;

y por ser su ausencia larga,

hasta el legítimo tiempo

le pudo ocultar la fama

el parto, y yo estos secretos,

por no ser cierto que en Fraga

muriese Nuño, hasta agora,

que su muerte y mi palabra,

tu valor y la opinión

de Teodora os desagravian,

legitimándote a ti

con casarme, pues es tanta

la fuerza del matrimonio,

que este privilegio alcanza.

Teodora Mostráis vuestra gran nobleza.

La mano os doy con el alma.

Sancho Y yo os la beso; que nadie

hiciera tan justa hazaña

sino quien mi padre fuera.

Mompeller A tu hermano, Sancho, abraza.

Teresa Y a quien perdiendo un amante,

un tan buen hermano alcanza.

Bermudo Éste era el inconveniente

que dije que te callaba,

Teresa, de ser tu esposo...

Y del favor de la banda,

hijo, te impedí por esto

que intentases la venganza.

Y vos, Berenguel, pues ya

entendido habéis la causa

porque os dije que a Teresa

y a su opinión no dañaban

los favores que le hacía

a Sancho, pues es su hermana,

cumplid vuestra obligación.

Conde Lo que debes, hijo, paga.

Berenguel Teresa, hacedme dichoso.

Teresa Yo soy la que en ello gana.

Príncipe Yo, en albricias de que Sancho

ve su opinión restaurada,

le confirmo las mercedes

que le hizo Nuño Aulaga.

Reina Y vos, Ramón, pues es día

en que obligaciones tantas

se cumplen, cumplid también

a Rica vuestra palabra;

que yo, pues goza mi hijo

el cetro ya, retirada

vivir quiero en un convento.

Ramón Ello es justo, y tú lo mandas.

Pedro Y yo, señora, pues pierdo

tan merecida esperanza,

me parto donde echéis menos

a Pedro Ruiz de Azagra.

Zaratán Y yo, pues soy tan dichoso,

que entre tantos no me casan,

daré fin a la comedia,

si dais perdón a las faltas

de esta verdadera historia

que el docto padre Mariana

apunta en el libro onceno

de los Anales de España.

Fin de la comedia