La estrella del rock

 

—¿Tengo que ir?

—No, pero me gustaría. ¿Por favor?

Fredrika Grip suspiró, se sujetó a la barra de seguridad del metro y agarró el cartel que su novio Jonathan Hansen le entregó. Fredrika intentó parecer indiferente, pero había algo que llamó su atención.

O, mejor dicho, alguien.

Cuatro hombres con el cabello enmarañado posaban ante un fondo negro; la mirada de uno de ellos la incendió por completo. El hombre en el centro llevaba un micrófono en su mano, y parecía un jovencísimo Brad Pitt vestido como un auténtico rockero, extraordinariamente atractivo. Parecía tener unos 40 y tantos. Fredrika sintió fuego entre sus piernas. Ese hombre era la cúspide absoluta de la seducción, a pesar de los remaches, la chaqueta de cuero y el piercing en la ceja. Y también a pesar de la pintura de guerra dibujada en su rostro. ¿O era todo eso lo que le hacía tan sexi? Fredrika sintió como si se sumergiera en esos intensos ojos, negros y seductores torbellinos. Aquel hombre cobró vida frente a ella: la deseaba, la hizo sentirse entre llamas. El aire del metro parecía abrasador en sus pulmones y dejó caer la barra de seguridad como si la palma de su mano estuviera ardiendo. Miró fijamente la mano de ese hombre; el pulgar en el bolsillo y los dedos sobre el bulto que sobresalía de sus ajustados pantalones de cuero…

En el centro del cartel, con una escritura apenas legible, se podía leer Viper, el nombre de la banda. La sangre se derramaba por las letras.

—Vale, —se oyó a Jonathan de fondo. —Es mañana a las seis en el estadio Fryshuset. ¡Joder, aún no me creo que haya conseguido las entradas! No te imaginas lo rápido que se agotaron. En cuanto salieron, unos segundos después, ya estaban todas vendidas. ¡Casi se me escapan!

Últimamente ella y Jonathan no han llevado su relación muy bien, han estado discutiendo mucho. Sinceramente, sería difícil encontrar una persona más pedante. Fredrika ya se había planteado varias veces terminar la relación con él, pero aún no estaba segura. ¿Quizá un concierto les acercaría de nuevo?

A ella le gustaba el hard rock, aunque no necesariamente las mismas bandas que a él, mientras que Jonathan prefería a los más gritones. A veces parecía que las bandas de death metal participaran en un concurso para ver quién explotaba sus pulmones más rápido. Fredrika prefería oír una bonita voz cantando, en la que realmente se pudieran identificar las palabras.

Se preguntó si el hombre de la foto sería un buen cantante, pero tuvo que dejar la pregunta para sí misma; Jonathan podría sentir su deseo recorriendo su garganta y su pecho. Se sintió avergonzada; no era su estilo desear a otros hombres. Por otro lado, se trataba de un artista famoso, y era poco probable que pudiera interesarse por una persona normal. Nunca se encontraría en la situación en la que ese dios del rock la deseara.

—Iré contigo, —susurró mirando el cartel. Bajo el atractivo hombre pudo leer Ryan Taylor. Lo buscaría en Google en cuanto llegara a casa.

 

*

 

Cuando Fredrika y Jonathan entraron en el estadio, lo primero que se encontraron fue el hedor a sudor de un grupo de delgaduchos adolescentes. La estatura media de los visitantes era 180 centímetros, llevaban una camiseta negra deshilachada y un bigote o una barba pobre. O iban con la cabeza rapada.

Fredrika se abrió paso entre la multitud mientras permanecía agarrada a la húmeda mano de Jonathan. Al principio parecía bastante fácil, pero la muchedumbre se hacía más y más densa a medida que se acercaban al escenario. Muy a su pesar, Fredrika estaba justo detrás de un hombre que debía de medir unos 190 centímetros. El escenario estaba a unos 10 metros de distancia, así que quería acercarse más, ponerse en la primera fila, si era posible. Quería verlo todo perfectamente y, sobre todo, quería que la vieran, que Ryan la viera. Teniendo en cuenta el atractivo de ese hombre, era extraño que no hubiera más mujeres entre la multitud. Era tan sexi que esperaba ver alegres chicas por todas partes, chicas que habrían recorrido largas distancias solo para verle.

En el escenario, alguien tocaba la batería para verificar la acústica y el ruido fue directo al estómago de Fredrika. Además, había un fuerte murmullo de la gente hablando a su alrededor, y Jonathan le agarró la mano con fuerza. De repente, Fredrika sintió que ya no quería estar allí con él, no quería que la gente los viera juntos; podía parecer que ella le pertenecía. Era como si él quisiera mostrar que ella era su novia. En una situación normal, no le hubiese importado, pero nada era normal en presencia de Ryan Taylor.

Anoche todo fue heavy metal. En cuanto ella y Jonathan se separaron, se apresuró hacia su apartamento y se dejó caer en la cama con sus auriculares y Spotify. Su pregunta fue contestada; sí, Ryan Taylor sabía cantar. Su voz era áspera, ronca y seductora. No podía dejar de escucharle. Cada canción tenía un videoclip en YouTube y los vio todos. Sentada allí sola, se imaginó que Ryan le cantaba a ella, que la deseaba.

A las tres de la madrugada, Fredrika había sucumbido a la tentación y admitió su derrota. ¿Se consideraría infidelidad tocarse mientras miras a otro hombre? De ser así, fue infiel varias veces aquella noche. Sus propias manos la exploraron y su respiración se entrecortaba. Los húmedos labios de su vagina se adherían a sus dedos. Llegó al clímax allí mismo, en la silla de su escritorio. Sus bragas estaban empapadas. El aroma de su pasión impregnó la habitación y aún ansiaba más. Lo quería a él. ¿A qué sabría su lengua? ¿Cómo olería su polla? ¿Cómo gritaría cuando las olas del orgasmo se extendieran por todo su cuerpo?

Para celebrar el día, Fredrika se vistió tan sexi como pudo. Se alisó el cabello rubio platino, que normalmente llevaba ondulado y fuera de control. Esa noche el pelo le cubría de forma atractiva su espalda desnuda. A veces, al moverse, la punta de su cabello le hacía cosquillas en la parte baja de la espalda. Su camisa era negra y reveladora, la falda era corta, y en su cuello llevaba cuatro collares diferentes, todos con temática rockera. Llevaba cadenas de plata que llegaban hasta su ombligo y correas con modernos colgantes. Se puso tanto lápiz y sombra de ojos y rímel que Jonathan la llamó mapache, pero ella sabía que estaba estupenda, estaba muy buena, joder. Pero Jonathan daba igual, no era su objetivo.

Fredrika volvió a la realidad al oír por el micrófono una voz que le resultó familiar. Se perdió toda la preparación de la banda e ignoró todo lo que estaba pasando a su alrededor, pero ahora era consciente. Era como si el mundo hubiera sido blanco y negro, y ahora se hubiese llenado de color, como si fuese sorda y ahora pudiera oír por primera vez.

—¡Estocolmo! —Gritó Ryan con el micrófono en sus labios. Fredrika estaba celosa, celosa incluso del mismo aire que Ryan respiraba.

El público comenzó a gritar, a saltar y a empujarse hacia delante amontonados, sudorosos. La muchedumbre se movía de un lado a otro, como una bestia salvaje, como una manada de ñus temblorosos en la sabana, y Fredrika quedó atrapada en medio del gentío que tenía delante. Jonathan le dirigió una mirada de pánico cuando los brazos de ambos se separaron; no conseguía llegar hasta ella, a quien empujaban en dirección al escenario. La mano con la que la agarraba hacía solo un instante estaba dolorida y palpitante. La gente se volvió loca. Fredrika sentía una continua presión en su espalda.

—I looove yooou! —Gritó Ryan en inglés, y ella sintió que moría por dentro. Se miraron. El aire se detuvo en sus pulmones. ¿Cómo se respira de nuevo? Una sonrisa se insinuó lentamente en los labios de la estrella del rock, una sonrisa perversa. Su larga cabellera llegaba hasta las caderas, y Fredrika se preguntó si realmente ese pelo era suyo. Los focos del techo lo hacían brillar; totalmente liso y negro carbón. Su cazadora llena de remaches también era negra, al igual que sus pantalones de cuero, y llevaba su rostro pintado con amplias líneas negras como un guerrero.

La música estalló alrededor de Fredrika. La batería, el bajo y la guitarra empezaron a tocar a un ritmo que hacía palpitar el estadio. Las ondas sónicas recorrían todo su cuerpo. Fredrika estaba tan cerca que el sonido penetró en su cuerpo, como un relámpago en una intensa tormenta. Lo sintió en sus pies, sus piernas y su pecho. Estallaron llamas sobre el escenario y el público gritó. Calor. Extraordinario. Cuando Ryan comenzó a cantar, Fredrika sintió un escalofrío por su espalda. La música era buena y él era muy bueno. Se sentía libre, feliz y dichosa. A veces, cuando sus miradas se encontraban como si de imanes se tratase, tenía la impresión de que le cantaba solo a ella.

 

Me encanta cómo sonríes, bailas, ríes y lloras

Nunca dejaré que te vayas

El amor es un sentimiento que no puedes negar

Nunca dejaré que te vayas

 

Después de unas cuantas canciones, se quitó la chaqueta, la agitó varias veces al aire y la arrojó sobre la muchedumbre. Fredrika saltó, estirando los brazos. Se lanzó hacia delante, más, y más aún, mientras que su corazón latía con fuerza en su pecho.

Lo primero que tocó la punta de sus dedos fue el cuero sudado. Gritó incluso antes de que sus manos envolvieran el liso cuero, y entonces supo que se aferraría a él, como si tuviera garras, para que nadie se lo arrebatara.

Fredrika lo sostuvo contra su pecho y su corazón, sin importarle que los remaches pincharan su ardiente piel. Los hombres a su alrededor le lanzaban miradas de envidia. Ryan sonrió con picardía al ver que fue ella quien atrapó su chaqueta. Su pecho desnudo brillaba.

Ryan continuó cantando sobre el escenario, con su torso y sus tatuajes al descubierto, y parecía estallar de energía como un toro listo para embestir. De nuevo, Fredrika se preguntó cómo sería dormir con él. Aunque, pensándolo mejor, él no se conformaría solamente con dormir; tenía pinta de que querría follar. El bulto que se veía sobresalir de sus pantalones en el cartel parecía increíblemente enorme; sobresalía por su entrepierna, estirando el cuero brillante. Si Fredrika lo hubiese tocado, seguramente lo habría sentido abrasador y duro. Después de lo que pareció una media hora, no más, el espectáculo terminó. La música se detuvo, pero aún seguía sonando en sus oídos. La muchedumbre comenzó a dirigirse hacia la salida. Fredrika se sintió totalmente aturdida y exhausta. Estaba segura de que se encontraría con Jonathan en cuanto saliera, pero no quería hacerlo, no quería seguir con él. Ahora lo veía tan claro, era una equivocación continuar juntos. Sin duda, no es lo normal desear a otra persona si tu relación va bien. ¿Es normal correrse ante la foto de un famoso? Hay una diferencia entre encontrar atractivos a algunos famosos, a muchísima gente le pasa, aunque tenga una feliz relación, y querer tirarte desnuda sobre ellos. La abrumadora presencia de Ryan hizo palpitar su sexo.

¿Qué había conseguido Jonathan?

No más que una ligera sensación en la punta de sus dedos.

No, seguramente nunca estaría con Ryan, pero todo esto era una revelación: no podía seguir así. Tenía 22 años y toda una vida por delante, pero eso no significaba que quisiera desperdiciar año tras año estando con la persona equivocada.

Era mejor terminar; antes o después conocería a alguien, a alguien mejor. Al menos, cuando olvidara a Ryan Taylor. Seguramente pasaría varias noches sin dormir con su consolador hasta sacarlo de su cabeza.

Según leyó en Internet, Ryan tenía 38 años; era 16 años mayor que ella y tan… adulto. No tenía hijos ni esposa, y vivía en Inglaterra.

Los asistentes al concierto seguían dirigiéndose hacia la salida, pero Fredrika se quedó parada en el mismo sitio. Fue una de las últimas personas que se fue hacia los pasillos vagamente iluminados donde se vendían camisetas, tazas y otros recuerdos.

Entonces ocurrió: contacto visual.

Desde una pequeña y oscura escalera que conducía a algunas zonas privadas, se sentó a mirarla. La escalera estaba acordonada con una cuerda roja como la sangre, y el cantante estaba sentado a tal altura que se encontraba oculto entre las sombras, pero ella lo vio, a diferencia de todos los demás asistentes entusiasmados, que abarrotaban los espacios frente a los estand. Quizá lo vio porque lo había estado buscando.

Ryan le brindó una sonrisa pícara, y Fredrika tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para no desplomarse sobre la patética muchedumbre. Sus piernas le fallaban. Lo único que realmente podía sentir era la chaqueta que sostenía en su mano, completamente sudada y húmeda. ¿Se la debería devolver? ¿O ahora le pertenecía a ella? Quizá por eso él la estaba mirando de esa manera, porque quería la chaqueta de vuelta. Dios, no podía apartar la mirada de ese hombre. Una oleada de gente pasaba junto a ella, empujando, hablando, gritando unos con otros, y ella permanecía inamovible en el mismo lugar. Había una conexión invisible entre ambas miradas, chispas de electricidad. ¿Él también lo sentía? ¿O era ella tan patética como todos sus otros fans?

Ven, le indicó Ryan, haciéndole señas con su dedo índice. Levantó una de sus cejas negras como el hollín.

El interior de Fredrika estaba a punto de estallar. Ya estaba húmeda, y su cuerpo temblaba de deseo; sintió chispazos por toda su piel. Simplemente el hecho de verlo así… sentado, con sus ajustados pantalones de cuero, con el pelo suelto y el torso desnudo. Tenía el cabello alborotado y mojado, y la pintura negra le escurría por su rostro, pero aún poseía un aura de dominación y fuerza. Autoconfianza y testosterona. Era imposible compararlo con Jonathan. Joder, Jonathan. Echó un rápido vistazo hacia la salida, pero había demasiada gente delante y era demasiado baja a pesar de los tacones. ¿Podría hacerle esto a Jonathan?

¿Hacer qué? Ryan no se había sacado la polla ni le había pedido que le montara. Simplemente… la había llamado para que se acercara, un gesto inocente. Probablemente no era el tipo de músico que se acostaba con sus admiradoras.

Así que se dirigió hacia él, o, mejor dicho, sus piernas comenzaron a andar, pues ella estaba en trance. Su cerebro no participó. Su corazón palpitó con fuerza en su pecho cuando pasó por debajo de la cuerda y dio un paso hacia la estrella del rock. No sabía si alguien la habría visto. Todo lo que podía hacer era seguir. De la misma manera que la música había irradiado del cuerpo de Ryan, ahora irradiaba algo más; virilidad. Su ardiente mirada la hechizó. Todo lo demás, aparte de su mirada, se nubló. Lo mismo ocurrió con los sonidos. Estaba en un estado de ensueño, y Ryan era el centro fijo alrededor del cual estaba orbitando.

Mientras se acercaba, él se levantó y retrocedió hacia una puerta negra. Ella lo siguió y le agarró la mano que Ryan le extendió. La mano de ese dios envolvió por completo la suya, e hizo que se sintiera más pequeña que nunca. No en términos de edad, sino de tamaño. Ryan era más grande de lo que esperaba; más alto, más ancho, más maduro. Un hombre de verdad.

—Has atrapado mi chaqueta, —dijo mientras regresaba al oscuro pasillo. Fredrika sintió la voz en el interior de su estómago, vibrando a través de su cuerpo.

La puerta de acero se cerró tras ellos.

Estaba completamente oscuro.

—¿Quieres que te la devuelva? —Le preguntó Fredrika con la mayor firmeza que pudo.

—Es tuya.

—Entonces no sé por qué me has traído hasta aquí. ¿Estabas esperándome?

—Sí. —Una sola palabra. Tantas emociones.

—¿Por qué?

—Porque eres diferente.

Fredrika retrocedió hasta la puerta y la abrió de golpe. Un pequeño haz de luz se filtró en el interior.

—Quieres decir que tengo una vagina y no un pene. A diferencia de tu público habitual.

—Quiero decir que no eres como los demás.

—¿Cómo lo sabes? —Susurró Fredrika. —No me conoces.

—Se me da bien descifrar a la gente. —Le soltó la mano.

—Puede que esta noche te hayas arreglado, te hayas pintadocon sombra negra los ojos, te hayas alborotado el pelo y puesto la única ropa negra que tienes, pero normalmente llevas el pelo recogido, te vistes con ropa blanca o rosa y trabajas en la recepción de algún sitio.

—¿Qué? —¿Cómo podía saberlo?

—Scandic, ¿verdad? —Le sonrió Ryan. Una sonrisa arrogante. —Te vi en la recepción el otro día.

—¿Te quedaste en el hotel? No lo recuerdo…

—Me atendió tu compañero. Más tarde, cuando te fuiste a casa, estaba sentado en el bar. Fue entonces cuando me fijé en tu ropa. Camisa rosa claro y una ajustada falda de tubo.

Fredrika rio.

—Tu memoria funciona de maravilla.

—Tu ropa no. Deberías quitártela.

—Pensaba que te gustaba el negro.

—Prefiero los tonos color carne.

Fredrika tragó, volvió hacia la puerta y la abrió aún más. Su cuerpo deseaba quedarse, pero su cabeza quería irse. Aún estaba con Jonathan y, además, no era la clase de chica a la que le iban los rollos de una noche, o que se acostara con famosos, para el caso, pero él era inmensamente atractivo. Y Fredrika estaba deseando lanzarse sobre él. El simple rechazo de su boca fue como atravesar arenas movedizas.

—Me siento alagada, Ryan, pero no soy el tipo de chica que tiene sexo en un pasillo a oscuras.

—Quién ha dicho nada de un pasillo a oscuras?

—No soy una de tus fanáticas seguidoras.

—Díselo a tus alborotadas pestañas. —Ryan se inclinó hacia delante y puso la punta de su dedo índice en la mejilla de la chica. Fredrika sintió escalofríos que le atravesaron todo su cuerpo. —He visto cómo me mirabas mientras estaba cantando. No podías apartar la vista. Y la chaqueta… incluso la oliste.

—Adiós, Ryan.

—Admite que tengo razón.

—Encantada de haberte conocido.

—Admite que me deseas.

—Tengo que irme.

—Admite que te encantaría besarme aquí y ahora mismo. Que te encantaría follarme.

Fredrika estaba yéndose cuando divisó a Jonathan en la salida. La multitud de gente que habían estado tapando la vista ya se habían marchado. Mierda. ¿Y si la había visto allí arriba? La estaba esperando, estaba escribiendo algo en su teléfono y mirando a todos lados. Ella estaba oculta en la sombra, pero si Jonathan alzara la vista y se diera cuenta… ¿Cómo se lo explicaría? No, de verdad, Ryan Taylor me ha magnetizado y no podía pensar; ha sido como un imán. Pero cuando me ha llevado a un oscuro pasillo y me ha pedido que me quitara la ropa, me he dado cuenta de mi error y me he marchado corriendo. ¡Te lo prometo!

—Apuesto a que te has quedado noches enteras despierta mirando fotos mías en Internet. —Le susurró Ryan en la nuca. Su aliento era cálido. Ella tembló. —Apuesto a que estás deseando sentir mi polla en tu coño. Apuesto a que te gusta que te diga guarradas.

Algo duro y firme empujaba contra la espalda de Fredrika. Su interior estaba a punto de estallar. Los labios de su vagina ya estaban hinchados y preparados, podía sentirlo perfectamente, y su vagina ya estaba empapada. No iba a aguantar mucho más. La verdad es que lo deseaba. Por una vez, Fredrika Grip tendría una jodida aventura de una noche con el hombre más atractivo del planeta y le daba igual su carácter. Normalmente prefería conocer a la persona antes. Tenía 22 años y solo se había acostado con dos chicos; con ambos había tenido largas relaciones. ¿Pero ahora?

Dios, ni siquiera le importaba si era el hombre más pomposo del mundo, si se había acostado con más de 100 mujeres, si fumaba, tomaba rapé o consumía drogas. Todo lo que le importaba eran sus partes más íntimas. ¿La tendría grande? ¿Sería capaz de darle placer? ¿Qué se siente al follar a un dios del rock sudoroso que aparentemente la deseaba tanto como ella a él? Todo el pasillo parecía echar humo con la fogosidad de los dos. El aire resplandecía, esperaba, contenía el aliento. Todo lo que Fredrika podía escuchar era el sonido de la respiración de Ryan en su oído derecho. Un respiración casi silenciosa y áspera. Quería arrancarle esos ajustados pantalones de cuero y follarlo contra la pared.

De repente se asustó de sus propios pensamientos; la puritana Fredrika. La hermosa Fredrika. La que siempre hacía lo que se esperaba de ella.

 

Su madre dio el visto bueno a su relación con Jonathan, su padre dio el visto bueno a sus estudios, derecho, y a su trabajo a tiempo parcial en la recepción durante las tardes y los fines de semana, y su estilo de vestir lo había copiado de su exitosa hermana mayor. Vivía la vida que los demás querían que viviera.

¿Pero quién era ella? ¿Qué quería realmente?

Sabía la respuesta.

En el momento en el que la mirada de Jonathan se encontró con la de ella, Fredrika dio unos pasos hacia atrás y volvió a cerrar la puerta. Las paredes parecieron temblar con el portazo.

Todo se detuvo. ¿Iría a buscarla? ¿Realmente se dio cuenta de que era ella?

—Tenemos que irnos, —dijo en voz baja en medio de la oscuridad. —Mi novio me ha visto. O, mejor dicho, mi ex. Mi futuro ex. Quizá venga hasta aquí.

—Pensaba que te ibas con él.

—Y yo pensaba que eras listo. ¿No te das cuenta cómo responde mi cuerpo cuando me tocas?

—Ven conmigo. —Ryan le agarró la mano y se apresuraron a través de la oscuridad. Fredrika se tropezó tras él con sus botas de tacón, cuyo sonido era casi imperceptible sobre el suelo enmoquetado. La experiencia era especial, rozaba lo espiritual. No podía ver nada pero, aún así, confiaba en Ryan. Su corazón latía con fuerza. ¿Adónde la llevaba?

Cuando estuvieron en la oscuridad el tiempo suficiente para que Fredrika comenzara a distinguir formas a su alrededor, Ryan abrió la puerta que daba a una habitación y la empujó hacia el interior. En cuanto se cerró la puerta, encendió la luz. Focos por todas partes iluminaban un almacén repleto de instrumentos. Había guitarras eléctricas negras y brillantes, baterías, palillos, címbalos y micrófonos en un estante. También había un sofá rojo y desgastado.

—¡Guau! —Fredrika se acercó y acarició el polvoriento reposabrazos. —¿Cuánta gente crees que ha tenido sexo aquí?

—Millones.

—Seguramente.

—A los artistas les mueve la lujuria. —Ryan agarró unos palillos y comenzó a golpetear ligeramente una de las enormes baterías. —Posiblemente hay más leche en ese sofá que tela.

—Qué poco elegante.

—La tela es tan suave como el culito de un bebé.

—Ya veo. ¿Entonces la has probado?

Ryan rio sigilosamente. Luego, se puso derecho y la miró.

—¿Me estás preguntando si me he follado a alguien en este sofá?

—Creo que es una pregunta válida.

—¿Y si fuera virgen?

—¿Y si la Tierra fuera plana?

Caminó alrededor de ella con paso arrogante y seguro. Sus desgastadas botas golpetearon el suelo rítmicamente.

—¿Y si estuvieras celosa?

—¿Y si respondes a una pregunta para variar?

—No, no lo he hecho con nadie en este sofá. Ni en el suelo, ni contra la pared, ni sobre la batería. Ni siquiera me he follado a ninguna en el escenario.

—Qué decente.

—Lo sé.

Fredrika tomó un palillo y comenzó a golpearlo contra la palma de su mano.

—Ha sido tu primera actuación en Estocolmo, ¿no?

—Eres tan lista como guapa. —Ryan abrió la boca para decir algo, pero se arrepintió. Arrugó la frente. —No sé tu nombre.

—Qué lástima, Ryan Damian Taylor. Imagina todo lo que yo sé sobre ti, cuánta información se puede encontrar en Internet. Y tú ni siquiera sabes mi nombre. ¿Y si soy una asesina despiadada? ¿Una acosadora perturbada?

—Mm, no lo creo. ¿Cómo te llamas?

Fredrika se dirigió hacia los percheros, repletos de trajes. Sintió que la emoción recorría todo su cuerpo.

—¿Cómo crees que me llamo?

—¿Emelie?

—No.

—¿Stephanie?

—Para nada. —Se rio nerviosa y siguió caminando entre la ropa. Se ocultó entre los trajes. Estaba oscuro, caldeado, y olía a antiguo. Chaquetas ribeteadas, grandes y mullidos trajes que parecían salidos del siglo XVIII le rozaron la piel.

—¿Amanda?

—Nunca lo adivinarás.

Las manos de Ryan desplazaron la ropa a ambos lados. Fredrika no pudo escuchar el sonido del movimiento.

—¿Te estás escondiendo?

—Quizás.

—¿Qué me das si acierto?

—No acertarás.

—¿Y si lo hago?

—Entonces tendrás el honor de lamerme, —dijo Fredrika. —Entre las piernas. Ya estoy empapada. Tengo las bragas tan mojadas que huele a coño aquí.

—Oh.

—Sé que fantaseas con hundir tu gruesa y húmeda lengua dentro de mí. Deseas lamerme la raja y chupar mi néctar. Saben bien, me han dicho. Varios son los que lo afirman. Saben a… azúcar.

—Parece que has estado con muchos hombres, —masculló Ryan entre los trajes. Sus movimientos se volvieron más frenéticos, pero aún no la había encontrado.

Fredrika rio nerviosa de nuevo.

—¿Y si estuvieras celoso?

—¿Y si fuera hora de que te tumbaras en ese sofá y abrieras las piernas? Sé tu nombre, Fredrika.

De repente, la confusión de la chica se despejó y pudo pensar con claridad. El palillo de la batería cayó de su mano.

—¿Cómo…?

Ryan la encontró y la sacó de su escondite. La tenue luz era cegadora, y un escalofrío la anegó. Aterrizó en el firme torso de Ryan. Ambos respiraban profundamente y solo se contemplaban; sus miradas ardían. Sus labios estaban separados. Él rozó el muslo de la chica, recorrió su cintura con sus manos y besó el extremo de su boca. Lo lamió. Respiró, jadeó y chupó la sensible piel de Fredrika. Rápidamente, sus labios se encontraron. ¡Era una fuerza de la naturaleza! Su lengua se abrió paso por la boca de Fredrika y la agarró con tal fuerza que la hizo estremecerse de arriba a abajo.

Luego, se alejó brevemente.

—Tu novio gritó tu nombre en el pasillo. Pobre chico, no sabe que ahora eres mía.

Fredrika tuvo que pensar un instante antes de entender de lo que estaba hablando. Su nombre. Por eso lo sabía. Tuvo que pensar aún más para recordar que tenía novio. ¿Por qué Jonathan no se fue a casa sin más? Ahora ya no podía dejar lo que había empezado.

Su teléfono comenzó a vibrar en su bolso, como si las cosas no fueran lo suficientemente mal en aquel momento. Ryan agarró el bolso y lo lanzó entre la ropa, ahogando el sonido. Después, se acercó a Fredrika, haciendo que esta volviera al sofá. Un paso. Dos pasos. Tres. Con una firme expresión y una frente sudorosa, se colocó sobre ella como si de un toro se tratase.

—Olvídate de él, —le dijo con voz ronca.

—No lo deseo.

—Abre las piernas.

Se tragó su preocupación e ignoró los gritos de Jonathan en la distancia. Lo más seguro es que no los encontrara, ¿sería capaz? Ahí dentro estaban seguros. Sin apartar sus ojos de la mirada insistente de Ryan, se tumbó en el desgastado sofá, abrió las piernas y comenzó a disfrutar cuando esa estrella del rock se sumergió en ella. Desapareció bajo la falda de cuero, acariciando sus bragas húmedas. Sonó como si estuviera respirando su aroma, cuando de repente su cálida lengua comenzó a moverse sobre la finísima tela. ¡Oh!

Ryan mordió, arrancó y lamió. Fredrika situó su sexo contra el rostro de la estrella. Con un grito ahogado, destrozó las bragas y metió su lengua en el coño de la chica: se la estaba comiendo. Ningún hombre la había chupado antes con tanta intensidad. Entre babas y saliva, Fredrika empujaba su cintura hacia arriba mientras gemía con su conquistador.

—No podrás andar en una semana, —le susurró.

—De nuevo, qué poco elegante. No sé qué te crees, pero no tienes pinchos en la lengua.

—No, pero tengo piercings…

Entonces lo sintió. Había algo duro y suave rondando por su raja, y era increíble. Esa cosa dura penetró más y más profundo dentro de ella. Descendió su mano hasta el clítoris, pero antes de tocarlo, Ryan se le adelantó. Mediante hábiles movimientos, comenzó a acariciar el punto más sensible de Fredrika, cuyos ojos se volvieron vidriosos. Extraordinariamente. Maravilloso. Parecía como si la habitación estuviera sumergida en medio de un humo denso, y tan solo pudiera parpadear lentamente, incapaz de pensar. La sangre corría por sus oídos y latía en su vagina. Ryan continuaba, más y más, y ella estaba a punto de explotar. Estaba al borde de un abismo y casi caía. Se retorcía, gemía, suplicaba más y trataba de apartarse. Era demasiado bueno, si es que era posible.   

—Para, —susurró Fredrika. —Quiero sentirte de verdad.

—Quiero que te corras. —La voz de Ryan apenas se dejó oír, pues no dejaba de lamerla. La estaba provocando, la chupaba y la mordía. Sí, ¡la mordía!, justo en el borde de los delicados labios de su vagina. Lo único que ella podía hacer era apretarse contra la impaciente boca de Ryan. Parecía que su único propósito en la vida era darle placer. Cuando Fredrika dirigió su mirada hacia abajo, lo único que pudo ver era la punta de su nariz emergiendo de entre sus hinchados labios.

Entonces comenzó a sentir un hormigueo en los dedos de sus pies y de sus manos. La sensación se extendió por todo su cuerpo. Fredrika cerró los ojos, se mordió el labio y se aferró al sofá con una de sus manos. Con la otra, agarró el cabello largo de Ryan. Lo empujó hacia ella mientras que un orgasmo crecía en su interior. Más. Y más aún. Voló más allá del abismo en el que había permanecido. Había alcanzado las nubes. Ahora todo su cuerpo era como un monstruo eléctrico, listo para explotar en cualquier momento.

Solo un poco más… Sí… Un poco más… Un poco más…

Y la gravedad volvió. En su mente, se había visto a sí misma caer de las nubes, dejar atrás el borde del abismo y sumergirse en un océano hirviendo. Gritó mientras se follaba la cara de Ryan. Todo se volvió oscuro, y después se iluminó. Los sonidos desaparecieron y luego se volvieron a escuchar. Pensó para sí misma que cada orgasmo era diferente, como si hubiera millones de resultados de una misma  acción, y este había sido jodidamente espectacular.

Ryan seguía lamiéndola, Fredrika seguía temblando y, en medio del orgasmo, cambiaron las posiciones. Ahora ella estaba sentada en su cara y sentía las réplicas palpitando sutilmente contra los labios de Ryan, que continuaban masajeándola. Estuvieron en la misma posición hasta que sus rodillas empezaron a tambalearse.

Luego, lo liberó, se levantó del sofá y se puso derecha la falda arrugada.

—¿Tienes un condón?

Ryan, aún tumbado en el sofá, parpadeó. Parecía adormilado, como si él también se hubiese trasladado a otro mundo mientras exploraba su raja y sus orificios, cmo si viviera solo para eso y no supiera qué hacer fuera del coño de una mujer.

A continuación, su mirada se encontró con la de Fredrika y se lamió sus hinchados labios. La mitad de su rostro parecía empapado, y las gotas le caían por su barba sin afeitar. Increíblemente sexi.

Entonces levantó una ceja.

—Claro, nena. Inclínate sobre aquella batería y súbete la falda, que te la pueda meter.

—¿La tienes grande?

No respondió. En su lugar, se levantó, se desabrochó el cinturón y se quitó los sudados pantalones negros de cuero. No llevaba ropa interior. Ahí estaba justo delante, con su erección, completamente diferente a la de Jonathan. Guau. Parecía un palo tan duro como una piedra que apuntaba hacia ella, tan preparado para la acción que señalaba ligeramente hacia arriba. La punta estaba goteando. A pesar de que había un metro de distancia entre ellos, Fredrika pudo oler su fragancia. Rápidamente, el olor impregnó la habitación y despertó su deseo, de nuevo. Cuando Ryan agarró su polla, Fredrika sintió que todo su cuerpo se estremecía. Ahí estaba el dios del rock, con la pintura de guerra escurriéndose por su cara, el pelo largo y mojado, apuntándola con su polla con piercings. Estaba lleno de tatuajes; en su pecho, sus muslos y sus gemelos. Tenía dragones, guitarras y frases curvadas en latín. Jamás había visto algo tan hermoso, tan genial, tan intimidante. Estaba desnudo y ella aún tenía puesta toda su ropa excepto las bragas.

Se acercó entonces donde estaban las baterías y apoyó sus codos en una de las más pequeñas que estaba encima. Al mismo tiempo, contoneó el trasero para que su falda golpeara sus muslos desnudos. Su collar repiqueteaba contra las baterías. Se le puso la carne de gallina. Su alma se inquietó intensamente. ¿Cómo la follaría? ¿Fuerte y brutal? ¿O inesperadamente suave? ¿Qué sentiría cuando esa enorme polla la penetrara?

—¡Ay! —Se le escapó automáticamente cuando algo duro y firme golpeó sus nalgas. Necesitó un par de segundos para darse cuenta de que era un palillo de las baterías. Se relajó. —No pares.

—Ya veo. ¿Te gusta?

Fredrika se inclinó y miró la batería a la que se aferraba.

—Quiero que lo hagas cuando me estés follando.

Ryan la penetró, agarró su cabello y tiró de él hacia atrás como si la estuviera cabalgando. Fredrika chilló de placer. Su pene la colmó tanto que pudo sentirlo más profundo de lo que nunca había sentido a un hombre. Ryan tiraba de su pelo y la azotaba con el palillo; una mezcla de dolor y placer, y por alguna razón, Fredrika solo quería más.

Más. ¡Más!

Fue salvaje. Todo era sudor, gritos y gemidos. Ryan le tiró de la cabeza tanto hacia atrás que pudo besarla al revés, y fue un beso con 90 por ciento de lengua y 10 por cien de ternura. Luego, le mordió los labios y le lamió la cara como un león en celo que acababa de conquistar a su leona, la follaba mientras lamía su mejillas y su frente. Ella también lo lamió.

Las rodillas de la chica golpearon la gran batería que estaba en el suelo, y sus sonidos se mezclaron con un ritmo de bajo extrañamente erótico. La banda sonora de su lujurioso encuentro. Fredrika casi pensó que estaba soñando cuando un nuevo orgasmo comenzó a palpitar en el límite de su consciencia. Chilló, gritó cuando el placer se extendió por todo su cuerpo, como si de miles de rayos se tratase, y Ryan la acompañó. Con un empujón enormemente intenso, su semen estalló dentro del condón. Fredrika cayó hacia adelante, pero Ryan la sujetó. Ambos jadearon, se besaron y se estiraron. Sacó su pene del interior de Fredrika y la volvió a follar de pie, mientras que ella se aferraba a sus hombros y envolvía con sus piernas la cintura de Ryan. Él se corrió de nuevo, le tiró del pelo y susurró su nombre. Su boca aún olía a coño, le sabía a coño, exhalaba coño. Un sabor intenso que Fredrika amaba y odiaba a la vez.

Cuando Ryan lo sacó por última vez, ambos se derrumbaron sobre el viejo y andrajoso sofá, que ahora les pertenecía a ellos tanto como a todos los demás. Quizá no tenía el semen de Ryan, pero definitivamente la fogosidad de Fredrika había manchado su tela. Su néctar lo había marcado para siempre, quizá mezclado con los flujos de otras miles de personas durante años.

No podía dejar de mirar a Ryan. ¡Qué sexo tan increíble! Jamás experimentó nada igual. Estaba tan excitada que apenas podía respirar, y su corazón palpitaba con fuerza en su pecho. Ryan era una nueva droga que no podía dejar. Ahora que lo había probado, no quería estar sin él.

—Me quedaré en Estocolmo unos días, —dijo Ryan con voz ronca, inclinándose hacia adelante y pasando la fogosa punta de su lengua sobre el irritado labio de Fredrika.

—Tengo tiempo para un poco de sexo de hotel, si quieres. Follar a una recepcionista siempre ha estado en lo más alto de mi lista de deseos.

—Hay una despensa con escobas…

—Entonces puedes azotarme con tu carpeta de recepcionista.

Fredrika le agarró la polla húmeda, le quitó el condón y sintió lo dura que estaba todavía. Venosa y firme. Mojada. Lentamente, deslizó su mano adelante y atrás mientras hablaban.

—Te azotaré sin problema. ¿También podría ir a verte a Inglaterra?

—Mm, me gustaría. —Respiró olor a coño sobre ella. —Quiero verte plantada enfrente de toda la multitud y atrapar mi chaqueta. Luego, subirías al escenario y te follaría delante de todos.

Fredrika rio.

—¡Cállate!

—Mientras que lo retrasmiten en directo. Quiero que grites de placer frente a millones de espectadores.

—Nunca va a ocurrir.

—Tendrás que venir y verlo, —le dirigió un guiño burlón. —¿Quizá podríamos follar sin que se dieran cuenta? El rock puede ser sensual y duro al mismo tiempo. A veces gritas y empujas como parte del espectáculo. Nadie pensaría que estaríamos follando de verdad.

Un fuego prendió en alguna parte del interior de Fredrika. Un peligroso deseo. Quizá una parte nueva y más atrevida de ella se despertó.

—¿Hablas en serio?

Entonces se oyó una leve voz pronunciando su nombre en algún lugar a lo lejos, pero no podía distinguir si era real o solo lo estaba imaginando. Jonathan no podía estar aún ahí. Debió de irse a casa hacía mucho tiempo. Parecía que pertenecía a un mundo completamente diferente, como si hubiesen pasado cinco años desde el concierto donde todo comenzó.

—Hablo en serio, Fredrika… Tú y yo aún no hemos terminado.