Me encierro un segundo en el baño de profesores. Saco el móvil del bolso y llamo a Germán. Siento la necesidad imperiosa de escuchar su voz.
—Hey... ¿Qué tal ese primer día? ¿Cómo va?
—Regular. La profesora a la que sustituyo se ha suicidado.
—Vaya...
Su tono de voz me despista. No noto apenas sorpresa.
—¿Lo sabías? ¿Sabías que la profesora se había muerto?
—Sí, algo había oído.
—¿Y no se te ocurrió decírmelo? ¿No creíste que era algo que me hubiera gustado saber? No sé, para venir mentalizada... No veas la cara de gilipollas que se me ha puesto, Germán.
—Es que no estaba seguro de que fueras tú la que iba a sustituirla. Y si al final no era a ella, tampoco te quería condicionar.
—Ya... Germán, pero al menos sabría a qué atenerme. Cuando le dije a la jefa de estudios que tú eras de aquí, se extrañó de que no estuviera al tanto.
—Bueno, no te preocupes, lo harás bien.
—Dime una cosa... Bueno, no, es igual...
—Venga, pregunta, no te quedes con el comecome.
—No, es muy mezquino por mi parte. Mejor me callo.
—Odio cuando haces eso. Anunciar que vas a decir algo y luego arrepentirte. Ahora lo sueltas.
—Vale. Tú no te habrás callado lo de la muerta por miedo a que me negara a venir aquí, ¿verdad?
—¿Tenías opción de escoger destino?
—No.
—Pues ya te has contestado tú misma. Y que yo nunca te haría eso, Raquel. A veces flipo contigo.
—Vale, vale, perdona. Esta noticia, que me ha dejado un poco descolocada. Te vienes a ver los pisos conmigo luego, ¿no?
—Claro. Pero ya he quedado para ver una casita a las afueras. Te mando las fotos al móvil. Te va a encantar.
—Germán...
—¿Qué?
—¿A las afueras?
—Aquí a las afueras son apenas dos kilómetros... Hasta podrías ir andando al instituto... Te va a encantar, te lo juro.