CAPÍTULO 21

 

 

Roi corría por las pistas forestales. Tanto a él como a Iago les gustaban las pistas que subían hasta monte Carballo, tenían grandes desniveles y alguna pendiente muy cabrona, ideal para quemar calorías y mejorar la resistencia. Carlos, el coach de crossfit, siempre les animaba a salir a correr un par de veces a la semana, aunque lloviera, era lo mejor para complementar el entrenamiento casi militar al que los sometía. Hoy Roi corría solo, desde el día del entierro de Viruca, prefería guardar un tanto las distancias con su amigo. Últimamente se sentía muy incómodo con él. Y lo del cementerio fue la gota que colmó el vaso. Él había intentado que se relajara, que se tomara las cosas con calma, pero Iago hacía oídos sordos, lo único que había conseguido eran malas respuestas y algún conato de bronca, y Roi, desde luego, pasaba de pelearse con él.

Correr solo no era tan divertido, pero con los cascos y la música del móvil la carrera se hacía bastante amena. Con el sudor las gafas le resbalaban de la nariz y tenía que subírselas cada poco. Cuando llevaba veinte minutos dando lo mejor de sí y cantando a todo volumen para animarse, notó una presencia a su lado. Al girarse se topó con la sonrisa de Iago, corría a su ritmo, había aparecido de la nada. Roi se quitó los cascos.

—Coño, qué susto me has dado.

—¿Por qué no me llamaste para venir a correr?

—Pensé que no querrías.

—¿Y eso?

—No sé, te veo un poco desmotivado, descentrado. Ayer no viniste a entrenar.

—Fui a otra hora.

—Vale, pues tampoco me avisaste. Así que estamos en paz.

—¿Te pasa algo conmigo? —preguntó Iago.

—A mí, nada.

—Vale, y si tienes algún problema, lo hablamos.

Roi asintió.

—Lo mismo digo.

—¿Qué problemas voy a tener? —preguntó Iago a la defensiva y un tanto alterado. Esa era su actitud últimamente.

—Me vas a decir que lo del numerazo del otro día del cementerio es de un tío normal.

—Otro como mi padre. ¿Qué pasa, que tú nunca descontrolas?

—Yo solo digo que puedes contarme lo que sea.

—Que sí, pesado. ¿Una carrera hasta la cruz?

A Roi no le apetecía nada ser retado por su amigo, pero tampoco supo negarse. Iago no esperó a su respuesta y comenzó su sprint.

—Venga, marica. ¡Te veo arriba!

Iago salió a toda velocidad, Roi trató de seguirlo aunque sin demasiadas ganas. Pero no quería que su amigo ganara por mucha ventaja, simplemente para que no se diera cuenta de que no le apetecía nada la carrera. Así que se esforzó en llegar a buen paso.

Al llegar a la cruz se encontró con Iago de cuclillas, con la cara desencajada y tocándose el pecho. Roi se alarmó.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, que me he pasado esprintando. Ya está.

Se incorporó de un salto, pero tuvo que agarrarse a su amigo debido a un mareo que casi le hace caer.

—¿Seguro que estás bien?

—Que sí.

En ese momento sonó un mensaje de su móvil. Iago lo miró.

—Es Nerea. Mira qué guarra.

Le mostró el móvil. Estaba ligerita de ropa, mostrando sin pudor sus kilos de más, maquillada con una sombra de ojos exagerada y en una actitud provocativa. Y una sola frase. «Mis viejos fuera, tenemos el taller para liarla».

—Esta se quedó caliente después del otro día. ¿Vamos?

—¿Ahora?

—Que sí, coño. Nos duchamos en mi casa, cojo algo de material y nos damos una fiesta.

—Mañana hay clase.

—No me seas nenaza, hostia. Que estás de un muermo. Venga, vamos.

Roi trató de escabullirse, pero no hubo manera.

Una hora después estaban en la puerta del taller de escultura del padre de Nerea con unas latas de cerveza en la mano. Llamaron a la puerta. Nerea abrió y al ver a Roi se sorprendió.

—Si quieres que me vaya, me haces un favor.

—¿Qué dices? Mejor tres que dos. Pasad.

Entraron al taller. Era un espacio enorme. Lleno de esculturas gigantes a medio terminar. Piezas sin ensamblar de cuerpos desnudos tanto de hombre como de mujer, construidos en distintos materiales, pero sobre todo hierro. Parecía un paisaje salido de la película Metrópolis. El padre de Nerea era un artista reconocido en Galicia, había inundado con sus obras muchas rotondas y plazas públicas. Algunas no exentas de polémica por su contenido explícitamente sexual. Nerea presumía de padre y le encantaba cuando tenía el taller para ella. Aunque en su intención no estaba continuar la tradición artística de la familia, sí que le gustaba pasear entre las piezas de su padre y hacerse fotos encaramada a las esculturas que representaban los órganos sexuales construidos a gran escala. En las instantáneas parecía un ser diminuto subida a cuerpos enormes, como si fuera la protagonista de El increíble hombre menguante, o del corto en blanco y negro que formaba parte de la película Hable con ella de Almodóvar. En su Instagram tenían mucho éxito.

Le enseñó con orgullo a los chicos unos pechos construidos de hierro que parecían la armadura ceñida de una amazona de cinco metros de altura.

—Eso sí que son unas tetas —sentenció Iago.

—¿Y en quién crees que se inspiró? —bromeó Nerea, remarcando las suyas con el jersey. No eran una tetas de top model, eran unas tetas de una chica como ella, entrada en carnes, pero que como las lucía con orgullo se veían igual de atractivas.

Se abrieron unas cervezas y pronto las acabaron. Iago marcaba el ritmo, estaba ansioso, con ganas de beber y emborracharse rápido. Había traído un arsenal de drogas y, además de cocaína, esta vez también tenía GHB y éxtasis. Si la coca era excitante, el GHB era un depresor. Provocaba desinhibición, sobre todo sexual, por algo era conocida en Estados Unidos como la droga de la violación, también producía alteraciones de la percepción táctil y visual, aumentaba la sociabilidad y, con suerte, te llevaba a un estado eufórico de felicidad plena y sin los efectos ansiosos de la coca. Aunque a nada que te pasaras con la dosis te podía dejar KO, fuera de combate.

—Con estas tetas lo que apetece es sentir, ¿no? ¿Quién quiere un chorrito?

—Tío, ¿quién te pasa todas esas cosas? ¿Y cómo las pagas? —preguntó Nerea—. Tú te traes algún chanchullo raro.

Iago prefirió no contestarle, sus chanchullos raros, como decía Nerea, se los guardaba para él, menudo era para guardar secretos. Cuando quería se convertía en el tío más hermético del mundo. Desde pequeño había aprendido que eso era lo más sensato. «Cuanto menos sepan fuera, mejor», le decía su padre. Y lo llevaba tan a rajatabla que a veces de tanto esconderlo hasta se lo acababa ocultando a sí mismo. Sin duda era su mejor armadura para sobrevivir, sobre todo en días como este, cuando los remordimientos, la culpa y sobre todo la pena le asolaban. Se echó con el cuentagotas del frasquito en el que guardaba la droga tres gotas generosas en la cerveza. Pero ni una más, que no quería acabar echando la pota.

—Yo tengo que ir al baño —dijo Roi, para escaquearse de tomar nada—. ¿Dónde está? —le preguntó a Nerea—. Que siempre me lío.

Nerea se levantó de la escultura y le indicó el camino, acompañándole.

—A ver qué hacéis, guarros —gritó Iago entre risas.

Cuando se alejaron del chico, Roi cogió a Nerea del hombro.

—¿Tú has visto el ansia que tiene de meterse cosas? —le preguntó a su amiga.

—Siempre ha sido un poco vicioso —contestó ella, sin darle demasiada importancia.

—Ya, pero ahora más. Yo empiezo a estar preocupado.

—No te ralles, que Iago es listo. Y padre ya tiene uno.

—Pero lleva un mes dándole demasiado. Y yo creo que es desde que Viruca...

—¿Pero qué dices?

Roi se dio cuenta de que a Nerea le molestaba la sola mención de la profesora. Él creía que ella siempre había tenido celos de Viruca. Aunque no lo manifestara, Roi se daba cuenta de que no soportaba que Iago sintiera algún tipo de atracción hacia ella. Una atracción turbia, sin duda, de amor-odio, de querer follarla y querer hostiarla. Eso fue lo que le dijo una vez mientras estaban los dos en las duchas del gimnasio, momento que utilizaba siempre Iago para sus confesiones sexuales. Follarla y hostiarla. Y el caso es que lo veía capaz, porque había algo en Iago indómito, salvaje, que ocultaba bajo una apariencia de control y frialdad. Y esa confesión a Roi, en lugar de escandalizarle, le resultó de alguna manera morbosa y atractiva. Porque entendía ese afán dominador de querer poseer a alguien casi como un objeto y hacer con él lo que te viniera en gana.

—No te inventes películas —remató Nerea—. Iago está disfrutando de la vida, y hace bien.

Llegaron hasta el baño y Nerea le preguntó si quería que lo esperara. Roi negó. Al entrar en el servicio un fuerte olor a aguarrás lo inundó todo. No tenía ganas de mear, solo fue la excusa para estar a solas con Nerea y transmitirle su preocupación por el amigo, lo que no esperaba era que la chica no le diera bola. ¿Estaría exagerando? Pero no, su nivel de drogadicción había aumentado considerablemente desde la desaparición de Viruca. Eso era un hecho. Por más que su amiga no quisiera verlo.

Cuando volvió del baño, Iago y Nerea ya se habían abierto otras cervezas y le dieron una nueva a Roi.

—Aún tengo la mía a medias.

Iago se la quitó de las manos y la tiró contra las tetas.

—Esa ya está calentorra.

—Tío, no te pases, que luego me toca limpiarlo —protestó Nerea.

—Si quieres lo limpio ahora mismo con la boca. Es el sueño de cualquier tío, lamer unas tetas de dos metros.

Roi le dio un trago a la cerveza y la notó con un sabor especialmente amargo.

—¿No me habréis echado nada aquí dentro?

—Que no, coño. Que no te hemos drojao el colacao.

Nerea rio la gracia de Iago. Y ambos se pusieron a imitar un vídeo muy famoso de YouTube en el que un paisano se quejaba de que le habían echado droja en el colacao. Buscaron el vídeo en el móvil de la chica, para verlo por enésima vez. Y por enésima vez se volvieron a reír.

Roi enseguida empezó a sentir un calorcillo que le inundaba todo el cuerpo y ahí fue consciente de que le habían metido algo en la cerveza.

—Cabrones.

Iago se rio.

—Tienes dos opciones: relajarte y disfrutar, o agobiarte y acabar echando la raba. Tú mismo. Ufff... a mí también me está pegando el pelotazo, qué gusto, Dios... Estoy volando. Volando... Coño, al que inventó esto no sé por qué no le dieron el Nobel, qué felicidad. Ufff... Arriba, arriba, arriba... Cambia de música Nerea, pon algo más cañero. Mira como tengo la piel, toca.

Nerea se acercó a él y empezó a acariciarle el brazo, los abdominales.

—¿Lo sientes? ¿Te ha subido?

Nerea llevó la mano de Iago hasta sus tetas.

—Me estoy poniendo como una moto —aseguró el chico.

—Mola más el original que la copia, ¿no? Las de la escultura son más grandes, pero estas están más ricas.

Iago asintió, imitando una cara de alguien con problemas mentales y sacando la lengua.

—Ven, Roi —le dijo Iago a su amigo—. Mira lo que son unas tetas, tetas.

Roi negó, pero Nerea no le dio opción a que se rajara y cogiéndolo de la mano lo acercó hasta ella. Sin soltar a Iago, hizo que el otro chico también la manoseara.

Iago y Roi cruzaron una mirada. Iago sonrió como lo haría un niño ante una golosina prohibida que está a punto de robar. Y sin dejar de mirar a su amigo, comió la boca de Nerea. Iago le metió mano por debajo de su vestido y empezó a tirar de sus bragas hacia abajo para quitárselas.

Roi perdió la mirada entre la escultura enorme sobre las que estaban apoyados. Entre el efecto del GHB, la cercanía de sus amigos, la rara excitación que sentía y ese paisaje alucinado, no sabía muy bien qué pensar ni cómo actuar. Se estaba dejando ir, su cuerpo iba por libre y aunque por momentos trató de apartarse, sentía su voluntad anulada. Y la excitación, además, era más fuerte que él.

En menos de dos minutos ya habían perdido parte de su ropa, Nerea tenía el vestido por encima de la cintura, las bragas bajadas. Iago, en calzoncillos y con una excitación que no dejaba lugar a la imaginación, fue directo a penetrarla. Roi entonces tuvo un momento de lucidez y decidió apartarse, se subió los pantalones y cuando ya comenzaba a irse, Iago lo cogió del brazo.

—Tú de aquí no te vas.

—Podéis seguir solos.

—De eso nada. Dime que no estás cachondo.

Iago le tocó la polla.

—Estás que te rompes, tío. Y Nerea quiere que te quedes, ¿a que sí?

—Claro. Nos lo estamos pasando de puta madre —afirmó la chica, con las pupilas completamente dilatadas.

—Me voy.

—Que te quedes, hostia.

Iago lo cogió fuertemente del brazo y lo atrajo hacia ellos.

—Si para ti también va a haber. ¿Quieres su coño o quieres mi rabo? Tú pide.

—Vete a la mierda, tío —protestó Roi, zafándose de la mano de su amigo.

Roi se incorporó y trató de alejarse, pero Iago lo alcanzó y con una rabia inusitada, con una furia descomunal, lo acorraló contra la escultura.

—¿Qué crees, que me chupo el dedo, que no me doy cuenta de cómo me miras en las duchas? Pues aprovecha, gilipollas, que esto no se va a volver a repetir. Estoy tan cachondo que me follo a lo que sea.

—Déjame en paz, tío.

Iago llevó su mano al cuello del chico y empezó a apretar.

—Dime que no estás cachondo como una perra. Dímelo y te suelto.

Este trató de desembarazarse de él, pero con poco éxito, su amigo tenía más fuerza y el efecto de la droga le tenía bastante tocado.

—Que me dejes.

Iago siguió apretando y con la otra mano le tocó el paquete.

—Vas bien contento. Tu polla quiere fiesta. —Iago miró a la chica—. Nerea, ven.

Nerea se acercó a ellos.

—Cómemela. Y luego a él.

Nerea miró a Iago y acto seguido a Roi. Este negó. Había pánico en su mirada.

—Déjalo, que le haces daño —dijo la chica, apiadándose de Roi.

—Me quiere para él solito —rio Iago—, pero le toca compartirme. Es lo que hay.

Iago le dio un morreo a la chica, la situación de poder le estaba excitando muchísimo. Roi aprovechó el momento para desasirse de la mano en el cuello y trató de alejarse, pero Iago, más rápido que él, dejó a Nerea y lo agarró.

—¿Adónde vas?

—A mi casa, ¡paso de vosotros! ¡Paso de ti!

—No —gritó Iago, agarrándole más fuerte.

Roi no vio otra salida que pegarle un puñetazo y lo hizo con tanta fuerza que casi lo tira. Iago consiguió agarrarse a la escultura para no caer. Al ver a su amigo tan tocado, Roi se acercó con preocupación.

—¿Estás bien?

—Márchate, hijo de puta, antes de que te coja. —Roi dudó—. Márchate, imbécil.

Miró a Nerea y esta le hizo un gesto para que se fuera. Roi cogió la sudadera y las zapatillas y se largó de allí, mientras Iago le gritaba.

—La has cagado conmigo, gilipollas. Cuenta algo de esto y estás muerto. ¡Muerto!