EL EMBARAZO se empieza a notar
–Maximo abrazó a Alison por detrás mientras ella se miraba al espejo.
–¡Justo lo que una mujer quiere escuchar!
–Es muy sexy –riendo, Max besó su cuello–. Tienes que saber lo sexy que eres.
Lo sabía. Él se lo demostraba cada noche y había sido una revelación. Había descubierto una parte de sí misma que no conocía, una parte que llevaba demasiado tiempo intentando esconder. Pero podía hacerlo, podía entregarse a él en la cama y cuando salían de ella era la misma de siempre. No iba a enamorarse de Maximo.
–El sentimiento es mutuo. Y pienso obligarte a cumplir tus votos.
–Lo haré, Alison.
–Millones de personas hacen votos matrimoniales todos los días, pero eso no garantiza que los cumplan.
Él asintió con la cabeza.
–Tal vez, si Selena hubiese hablado conmigo, no nos habríamos alejado el uno del otro. Aunque, al final, salvar nuestro matrimonio no habría cambiado nada.
–No habrías podido salvarla aunque hubieses querido, Max. Fue un accidente.
–Pero ella dependía de mí, debería haberlo intentando...
–Y lo intentaste, seguro.
–No, me sentía frustrado y trabajaba muchas horas. La dejaba sola durante mucho tiempo.
–Eres una buena persona, Max –intentó consolarlo Alison–. Y vas a ser un buen marido y un padre maravilloso. En mi trabajo he visto más matrimonios destrozados de los que quiero recordar, pero nosotros vamos a casarnos por una razón importante.
–El niño
–Maximo puso una mano en su vientre.
–Siempre tendremos en común a nuestro hijo.
–¿Y eso es suficiente para ti?
–Tiene que serlo, ¿no?
Él asintió con la cabeza.
–Sí, claro.
–Entonces ya está. Esto va a funcionar por nosotros y por nuestro hijo. Vamos a ser una familia, eso es lo único que importa. Cuando haga mis votos, los haré de corazón.
Maximo intentó ignorar la vocecita que lo regañaba por permitir que aquella mujer se conformase con mucho menos de lo que merecía.
Pero cuando Alison le echó los brazos al cuello pensó que tal vez era suficiente. Él haría todo lo que estuviera en su mano para que lo fuera.
–¿Alison? –la llamó Maximo unas horas después. –¿Sí? –murmuró ella, medio dormida.
–Quiero enseñarte una cosa.
–Bueno, supongo que tarde o temprano tendremos que levantarnos de la cama.
–Sí, yo creo que sería aconsejable –bromeó él.
Habían pasado gran parte de la mañana en la cama y Alison se sentía contenta, pero no saciada. Nunca se saciaría de él.
–Muy bien, pero tienes que darme de comer. Estoy hambrienta.
Después de vestirse, salieron al jardín y Maximo la llevó hasta una casita blanca sobre un promontorio desde el que podía verse la playa. Evidentemente, había sido construida años antes que la casa porque las parras y la madreselva crecían por todas partes.
–Es un sitio precioso.
–Es una de las razones por las que elegí esta isla –le contó Maximo–. La luz natural del interior es asombrosa –dijo luego, sacando una llave del bolsillo del pantalón.
Alison se quedó sorprendida al ver el interior, espacioso y lleno de luz.
–Hay un dormitorio y un cuarto de baño... y aquí están el salón y la cocina.
Había pocos muebles, pero muchos cuadros en las paredes.
–No me digas que tú has pintado estos cuadros –murmuró Alison. Pero no tenía que decírselo, era evidente. Podía verlo en cada pincelada, tan controlada, tan cuidadosa. Maximo capturaba la esencia de lo que pintaba, la vida del paisaje.
–Sí, son míos.
–¿Y alguien lo sabe?
–No, es algo que me gusta desde hace años, pero nunca le he dedicado mucho tiempo.
–Pero eso es un crimen, son preciosos
–Alison señaló un cuadro de la playa vista desde la ventana. El agua parecía estar viva, moviéndose.
–Invierto en arte, pero no invertiría en mí como artista –bromeó él–. Son la clase de cuadros que cuelgan en la consulta de un médico, por ejemplo.
–No, eso no es verdad. Son asombrosos. ¿Sólo pintas paisajes?
–Por el momento, sí. Como te he dicho, no tengo mucho tiempo para dedicarme a ello.
–¿Selena nunca los vio? –le preguntó Alison entonces.
–No.
Sólo eso, «no». Ninguna explicación. Y no necesitaba una. Selena no había amado al hombre que tenía a su lado. Podría haber amado la idea que tenía de él, el príncipe poderoso y atractivo, pero no había amado a Maximo de verdad porque no lo conocía.
–Entonces, es un honor que me los hayas enseñado.
Él se volvió entonces para mirarla.
–Me gustaría pintarte a ti.
–¿A mí?
–Nunca he hecho un retrato, pero me gustaría pintarte a ti.
Aquello era más íntimo que hacer el amor, pensó Alison. Estaba compartiendo con ella algo que no había compartido con nadie más, ni siquiera con su esposa.
–Eso me gustaría mucho.
Maximo levantó su barbilla con un dedo.
–Me gustaría pintarte de cuerpo entero.
–¿Desnuda? –exclamó ella.
–Me gustaría mucho, pero si vas a sentirte incómoda...
Alison se mordió los labios, insegura.
–No sé...
–¿Te he hecho daño alguna vez? –le preguntó Max entonces–. ¿Te he faltado al respeto?
–No, claro que no.
–Y no lo haría nunca.
Alison pensó entonces que él estaría tan desnudo como ella. Porque aquélla era una parte de sí mismo que nunca había compartido con nadie.
–Confío en ti –le dijo, desabrochando el primer botón de su blusa. Luego desabrochó un segundo y un tercero y se quitó toda la ropa hasta quedar desnuda frente a él.
Pero, de repente, se puso nerviosa y tuvo que luchar contra el deseo de cubrirse con las manos. Haciendo el amor era diferente, entonces Maximo estaba ocupado besándola y acariciándola, no mirándola. Pero ahora se daba cuenta de que su estómago ya no era plano, que sus pechos se habían vuelto más voluptuosos, como sus caderas.
–No me siento muy guapa...
–No digas eso –la interrumpió él–. Estás más bella que nunca. Y no te compares con otras mujeres, eres mi mujer y yo te encuentro increíblemente bella.
Maximo apenas podía contener su deseo. Resultaba tan encantadora, tan vulnerable a la luz del sol, cuando normalmente parecía una mujer fuerte, segura de sí misma e independiente. El artista que había en él anhelaba pintarla, el hombre sencillamente quería hacerle el amor hasta que ninguno de los dos pudiera moverse.
Pero se contentaría con tomar lápiz y papel.
–Siéntate en el sofá.
Alison lo hizo, poniendo un brazo sobre su cabeza en una postura que le pareció artística.
Le gustaría capturarlo todo, pensaba Maximo; cada curva, cada línea. El brillo de sus labios, los orgullosos pezones, la perfecta V entre sus muslos... pero, sobre todo, le gustaría capturar el fuego derretido de sus ojos.
Alison, tensa al principio, empezó a relajarse poco a poco mientras las manos de Maximo se movían rápidamente sobre el papel, dibujando sus curvas, dando sombras a su cuerpo. Se movía como si supiera qué parte de su cuerpo estaba pintando... como si lo supiera y deseara sus caricias. Y, sin darse cuenta, empezó a excitarse.
Maximo dibujó su cintura, la curva de su estómago bajo la que reposaba su hijo. Y cuando siguió hacia abajo, Alison contuvo el aliento.
–Max...
Era una súplica y una que no tendría que hacer dos veces.
Maximo dejó el cuaderno sobre una mesa y se reunió con ella en el sofá. Alison parecía tener prisa y, con manos temblorosas, empezó a desabrochar los botones de su camisa...
–¿Qué me haces? –murmuró, moviendo las manos sobre sus curvas, trazándolas como lo había hecho con el lápiz.
–Espero que lo mismo que tú a mí –musitó ella, besando la columna de su cuello.
Maximo se bajó el pantalón junto con el calzoncillo, incapaz de esperar más.
–Creo que esto va a ser muy rápido.
–Mejor, me parece que no podría ir despacio.
–Yo tampoco...
Cuando se enterró en ella, tuvo que apretar los dientes para no explotar de inmediato. Nunca se había sentido así, tan desesperado por hacer suya a una mujer, por perderse en su cuerpo. Antes de Alison llevaba años sin estar con una mujer, pero aquello era más que una larga abstinencia. Aquello parecía tener vida propia.
Se movía de manera incontrolable, empujando adelante y atrás mientras ella levantaba las rodillas para ponérselo más fácil, el único sonido el de sus jadeos y el golpeteo de sus cuerpos. No había nada tierno en aquel encuentro que era fuego, pasión y tortura. Alison gritó su nombre y él la siguió, empujando por última vez antes de derramarse en ella.
Alison besó su cuello, con una sonrisa en los labios.
–Eres asombroso, ¿sabes?
Maximo no sabía qué había hecho para ganarse su admiración y tampoco si podría hacer realidad las esperanzas que veía en sus ojos.
Se quedaron en silencio durante largo rato, acariciándose. Cuando Alison suspiró, pensó que le gustaría entender el significado de ese suspiro y, de repente, se dio cuenta de que quería saber mucho más. Quería saberlo todo sobre ella. No recordaba haber sentido nunca esa necesidad.
–Háblame de tu hermana –le dijo.
–Era mi mejor amiga
–Alison apretó la cara contra su torso–. Nunca dejó que su enfermedad la afectase y sonreía siempre, incluso cuando estaba muy enferma. Kimberly era lo que unía a mi familia y, cuando murió, todo se derrumbó a mi alrededor...
–¿Cuántos años tenías entonces?
–Doce.
–Tus padres no tenían derecho a derrumbarse, tú los necesitabas.
–Ya lo sé, pero mi padre se marchó. No podía entrar en casa y mirarnos sin recordar a Kimberly. Así que nos dejó.
–¿Y tu madre tampoco cuidó de ti?
Alison negó con la cabeza.
–Ella dependía de mi padre para todo y sin él se sentía como un barco sin rumbo. Uno no puede depender de alguien totalmente... bueno, imagino que ya lo sabes.
–Sí, lo sé. Yo no dependía de Selena, ella dependía de mí –dijo Maximo–. Pero no estuve a su lado y por eso los últimos meses de su vida fueron tan infelices.
–Si tú hubieras podido hacer algo por ella, también yo podría haber hecho algo por mis padres.
–¿Qué podías hacer tú? Eras una cría
–Max sacudió la cabeza–. Pero vamos a dejarlo, no quiero hablar de ello.
Cuando Alison pasó las manos por sus abdominales se excitó de nuevo. Pero no afectaba sólo a su cuerpo, afectaba a todo su ser. Su corazón se llenaba de un sentimiento nuevo cuando lo tocaba... era demasiado y no debía ser así.
Pensó entonces en lo que había dicho su padre sobre la prueba de paternidad. La propia Alison había sugerido que, si se habían confundido con la muestra, también era posible que hubieran cometido un error con la identidad y que él no fuese el padre.
Si eso fuera verdad, Alison podría volver a su casa. No tendrían que casarse.
Había pensado que eso lo liberaría, que escapar del matrimonio podría hacer que esa extraña angustia disminuyera. Pero la idea de perder a Alison hacía que algo se encogiera dentro de su pecho...
–Deberíamos hacer la prueba de paternidad –dijo entonces–. Por si acaso. Como tú misma dijiste, si cometieron un error en el laboratorio, podrían haber cometido dos.
Ella lo miró, sorprendida.
–Si tú crees que es necesario...
–Sería lo más responsable.
–¿Hay alguna manera de hacer la prueba sin poner en peligro la vida del niño?
–Lo averiguaré.
–Muy bien
–Alison no se apartó físicamente, pero Maximo sintió que se alejaba de él.
–Volveremos a Turan mañana. Tengo que solucionar un problema en uno de los casinos.
–Muy bien –asintió ella. La nota de tristeza en su voz lo golpeó como un puñetazo. Le había hecho daño...
–¿Estás decepcionada?
–No, no. Han sido unos días maravillosos, pero era como una fantasía, ¿no? Mañana volvemos a la realidad
–¿Prefieres la fantasía?
–Era una fantasía maravillosa.
Maximo miró su estudio, el sitio que nunca le había enseñado a nadie.
–Sí, lo era.
La apretada agenda de Maximo lo obligaba a estar fuera del palacio durante el día y, a pesar de que Alison se mantenía ocupada intentando establecer la fundación contra la fibrosis quística en Turan, lo echaba mucho de menos.
Isabella era una presencia alegre, pero estaba ocupada estudiando y en su tiempo libre sus padres prácticamente la tenían encerrada bajo llave después de su fallida escapada.
Pero aunque Maximo estaba fuera durante el día, las noches eran de los dos. Al menos, esa parte de la fantasía no había terminado. Mantenían habitaciones separadas, pero dormían juntos. Después de la boda llevaría todas sus cosas al dormitorio principal, pero hasta entonces tener otra habitación le daba cierta sensación de independencia. Maximo se estaba metiendo en su piel y, si no tenía cuidado, también se metería en su corazón.
Suspirando, Alison miró la hora en su móvil. La doctora personal de Max, la doctora sexy, llegaría en un momento. Iba a extraerle sangre para la prueba de paternidad... y Max no estaba allí.
Cuando le dijo que quería una prueba de paternidad sintió que su corazón se hacía pedazos. Se le había olvidado que no tenían una relación de verdad, que su hijo había sido concebido en un laboratorio. Pero que pidiese la prueba de paternidad había hecho que pusiera los pies en la tierra.
Y lo peor era que no sabía qué resultado esperaba Max.
La doctora tardó apenas unos minutos en hacerle la extracción.
–Ya está –anunció, frotando su brazo con un algodón–. También tenemos la muestra genética de saliva del príncipe, de modo que no necesitamos nada más. Si no hay suficiente ADN fetal en su sangre, no obtendremos resultados. Pero si la hay, el resultado es tan preciso como el de una amniocentesis.
Ella asintió con la cabeza, un poco angustiada.
–Gracias.
–Buena suerte –dijo la doctora antes de marcharse.
Cuando se quedó sola, Alison se dejó caer en el sofá, intentando contener las lágrimas que habían asomado a sus ojos de repente. Habría querido que Maximo estuviera a su lado en ese momento, lo necesitaba a pesar de haberse jurado a sí misma que no lo necesitaría nunca.
Enterrando la cara entre las manos, apoyó los codos en la mesa y empezó a sollozar. Si no hubiera descubierto el error del laboratorio, habría tenido sola a su hijo como quería. Pero no, había tenido que conocer a Maximo. Y después de pedirle una prueba de paternidad, ni siquiera estaba a su lado cuando tenían que extraerle sangre...
Alison levantó la cabeza al escuchar un ruido y su pulso se aceleró al ver a Max. Incluso estando enfadada ejercía ese efecto en ella.
–La doctora ya se ha ido –le dijo.
–Siento mucho no haber llegado a tiempo. ¿Qué ha pasado?
–Nada. Tendremos los resultados en veinticuatro horas.
–¿Entonces por qué lloras?
–Porque me habría gustado que estuvieras aquí.
–¿Por qué? ¿Te ha hecho daño?
–No, no... pero me habría gustado que estuvieras conmigo.
Maximo dejó su ordenador portátil sobre la mesa.
–Te dije que mi trabajo me mantenía ocupado. No tengo menos responsabilidades por ser un príncipe, tengo más...
–Sólo quería que estuvieras a mi lado cuando me extrajeran sangre para la prueba de paternidad... que tú has pedido, por cierto. No creo que sea tan raro.
–Mira, no tengo ganas de discutir –replicó él. Sus palabras, secas, quedaron colgadas en el aire hasta que Alison se levantó para salir de la habitación, su corazón partiéndose en pedazos.
Durante aquellas seis semanas había hecho lo que había jurado no hacer nunca: necesitar a alguien.
Y algo aún peor, se había enamorado de Maximo.