Capítulo 4

TU FUTURA esposa?

–Alison, aún mareada del beso, estaba segura de haber oído mal.

–Sí, lo he pensado mucho y es la única solución –asintió Maximo, encantado consigo mismo.

–No voy a casarme contigo –replicó Alison.

Si pensaba hablar de algo tan absurdo con la misma calma con la que hablaría del tiempo, ella haría lo mismo. No iba a darle la satisfacción de perder el control.

–Mira, sé que eres una mujer inteligente y, dado el trabajo que haces, también una persona compasiva. Con esas dos cualidades, no entiendo que no hayas llegado a la misma conclusión que yo.

–No entiendo por qué la inteligencia y la compasión iban a hacerme concluir que tú y yo deberíamos casarnos.

Aunque hacía que su corazón latiese con más fuerza. Y, si era sincera consigo misma, la idea de estar casada con un hombre como Maximo no le resultaba del todo desagradable.

–No podremos compartir la custodia si tú vives en Estados Unidos y yo aquí. Además, un hijo ilegítimo no tendría derecho al trono o a reclamar su herencia. Espero que, por compasión, no le hagas eso a nuestro hijo.

Ella sacudió la cabeza.

–Ni siquiera nos conocemos. ¿Cómo va a ser bueno para el niño crecer en un hogar en el que sus padres son dos extraños?

–Pero no lo seríamos –objetó él–. Nos sentimos atraídos el uno por el otro y yo creo que pronto nos conoceríamos bien.

–Ni siquiera te conozco. ¿Esperas que me acueste contigo?

Maximo se encogió de hombros.

–No es tan raro que dos extraños se acuesten juntos. Además, si estuviéramos casados, sería lo más natural.

Para él podría ser natural acostarse con cualquiera, pero para ella no. No había nada natural en la idea de estar desnuda, dejando que la tocase por todas partes...

–Lo siento, pero no estoy interesada en un marido –le dijo, después de tragar saliva.

–Ya sé que ése era tu plan, pero las cosas han cambiado.

–Nada ha cambiado, mi objetivo sigue siendo el mismo.

–Pero la realidad ha cambiando –insistió él–. Te aseguro que el matrimonio tampoco era lo primero en mi lista. He estado casado y no creo que pudiera enamorarme de nuevo... ninguna mujer podría reemplazar a mi esposa.

–Pues no rompas tus votos por mi culpa.

Maximo levantó su barbilla con un dedo.

–No los rompería por ti, sino por nuestro hijo. Pensé que eso era lo más importante.

–Pues claro que es lo más importante...

–Pues entonces es un acto de egoísmo por tu parte no querer casarte conmigo –la interrumpió Maximo. En sus ojos oscuros había un brillo decidido y una chispa se encendió en su vientre, la rabia y el deseo actuando como aceleradores.

–¡Es completamente absurdo pensar que tú tienes todas las repuestas!

–Eres tan apasionada... –dijo él entonces, tocando su cara–. Es una pena que expreses la pasión de ese modo.

–¿Cómo te gustaría que la expresara?

–En mi cama.

–Eso es tan imposible como que me case contigo.

Maximo esbozó una sonrisa traviesa.

–Eso suena como un reto, cara. Y no deberías retarme.

–También tú me estás retando. Y sé que puedes ser testarudo, pero tampoco yo soy de las que se dejan convencer fácilmente.

–Lo creo, por eso te encuentro tan interesante. Eres una mujer de carácter.

–Eso es –asintió ella–. Y sé que casarme contigo sería un error.

Maximo negó con la cabeza.

–Es lo más lógico y espero que tú llegues a la misma conclusión.

Después de eso, se dio la vuelta y siguió adelante como si no hubiera pasado nada. Y ella lo siguió porque no le apetecía perderse en el laberinto que era aquel palacio, especialmente sin tener a mano unas galletitas saladas cuando empezaba a sentir náuseas de nuevo.

Maximo no dijo una palabra más y tampoco lo hizo ella, pero no dejaba de darle vueltas a la conversación. ¿Tendría razón? ¿Sería el matrimonio lo más sensato?

En Estados Unidos, ser madre soltera no era un problema para nadie, pero aquél era un país diferente y, sobre todo, su hijo sería hijo de un príncipe heredero.

Alison se sintió invadida por una ola de tristeza. No era eso lo que había querido para su hijo. Ella soñaba con ver a su hijo tomando leche con galletas y dibujando sobre la mesa de una cocina pequeña. Jamás había imaginado tanta pompa y circunstancia. Si se casaba con Maximo, su hijo sería heredero al trono de Turan y, si no lo hacía, sería un niño normal. En realidad, no sabía qué era mejor. Ella había soñado con una infancia normal para su hijo, ¿pero qué querría él o ella? ¿La odiaría por negarle una familia y un sitio en la historia?

Si supiera qué era lo mejor...

–Ésta es tu habitación

–Maximo abrió una puerta y le hizo un gesto para que entrase–. No te preocupes, te acompañaré de vuelta. Sé que el palacio es complicado –dijo, al ver que miraba hacia atrás con un gesto de aprensión.

–¿Además de empresario y príncipe, también sabes leer los pensamientos?

–Te aseguro que no. Pero sé leer las expresiones y tú tienes una cara muy expresiva. Cuando estás preocupada, arrugas el ceño...

–Todo el mundo lo hace.

–¿No te gusta que sepa leer tus expresiones?

–¿Te gustaría que yo leyera las tuyas?

–Yo no soy un hombre emocional.

–Pues mostraste una gran emoción al saber que ibas a tener un hijo.

–Sí, claro que sí. El cariño que un ser humano siente por un hijo está por encima de todo. Es tan natural como respirar.

–Si tú supieras... –murmuró ella, pensando en su padre, incapaz de querer a nadie tras la muerte de su hija pequeña.

–Para mí lo es. Selena y yo queríamos tener hijos, pero no pudimos.

Por primera vez, Alison se preguntó lo que sería para él tener un hijo con una mujer que no era su esposa. Ella había tenido planes, sueños que no incluían un marido y, por supuesto, sería lo mismo para Maximo. Cuando decidió tener hijos, se imaginaría a sí mismo con su esposa, la mujer de la que estaba enamorado. Y se le encogió el corazón. Aunque no quería entenderlo ni sentir pena por él, en aquel momento entendía su punto de vista.

–¿Por qué no descansas un rato? Conocerás a mis padres durante la cena, en un par de horas.

Cuando entró en la habitación se quedó boquiabierta. Era la habitación de una princesa, desde la moqueta de color crema a las paredes pintadas en tono malva, el edredón de seda o los metros de gasa que cubrían el dosel de la cama. Aquella habitación era una fantasía femenina y Alison no pudo dejar de preguntarse para quién se habría creado tal fantasía. ¿Para las amantes del príncipe? Estaba segura de que un hombre como él no podría estar sin compañía mucho tiempo.

Sin permiso, su mente empezó a crear una imagen de cómo podría ser. Podía verlo claramente, las manos de Maximo acariciando los pechos de una mujer, besando la blanca columna de su cuello y... cuando vio una melena rubia extendida por la almohada parpadeó para borrar la imagen, sintiendo que le ardían las mejillas. Era absurdo, ella no iba a ser la amante de Maximo. Aparte de que no tenía el menor deseo de serlo, estaba segura de que él no querría llevarse a una virgen de veintiocho años a la cama.

Sabía que a algunos hombres les gustaban las mujeres inexpertas o la idea de ser el primero, pero tenía la impresión de que a su edad ya no era tan sexy.

–¿Te gusta?

–Es preciosa –respondió ella, después de carraspear.

–¿Quieres que te traigan algo?

–Unas galletitas saladas, si puede ser. Y ginger ale, es lo único que me quita las náuseas.

Maximo arrugó el ceño.

–¿No te encuentras bien?

–Últimamente no me encuentro muy bien, no.

–¿Y es normal?

Alison se encogió de hombros.

–Son náuseas matinales, aunque a mí a veces me duran todo el día. Pero sí, es normal.

–Descansa –le recomendó Maximo–. Yo me encargaré de que traigan todo lo que necesites.

Alison asintió con la cabeza. De repente, estaba tan cansada que su único deseo era acostarse un rato.

–Gracias.

Cuando Maximo salió de la habitación se tumbó en la cama, sin quitarse los zapatos siquiera, y unos segundos después estaba profundamente dormida.

Cuando Maximo volvió media hora después, Alison estaba dormida, con un brazo sobre la cara, el pelo extendido por la almohada como un halo dorado. Inmediatamente, sus ojos fueron a sus pechos, que subían y bajaban con cada respiración. Era una mujer asombrosamente bella, pensó.

Y no recordaba la última vez que besar a una mujer lo había excitado tanto. Quizá cuando era adolescente, pero no desde que tenía veinte años.

No había querido besarla, aún no. Alison era una mujer inteligente, cerebral, y tendría que seducirla a través de la lógica y la razón. Al menos, eso había pensado. Pero ella se había mostrado sorprendentemente apasionada entre sus brazos, un poco vacilante, pero más dulce por ello.

La tentación de acariciar su estómago y subir la mano hasta la curva de sus pechos era tan poderosa que le dolían hasta los dientes. Y no sólo los dientes. Maximo tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse.

–Alison, cara –la llamó, tocando su brazo.

Siempre le habían gustado las mujeres altas, esbeltas; modelos, actrices, mujeres estilosas y sofisticadas. Alison era delgada, pero tenía unas curvas muy femeninas, sus pechos seductoramente llenos.

Al contrario que las mujeres con las que solía salir en el pasado, Alison vestía de manera sencilla, con trajes de chaqueta y vestidos discretos. Era como si no se vistiera para gustar y apenas llevaba maquillaje. La mayoría de las mujeres que él conocía habrían protestado por lo pálidas que estaban sin él, pero a Alison no parecía importarle.

Sin pensar, volvió a tocar su brazo y ella se movió ligeramente, esbozando una sonrisa adormilada.

–Sé que estás medio dormida. De no ser así, no me habrías sonreído.

Ella frunció el ceño, llevándose una mano al estómago.

–¿Te encuentras bien?

–Sí, sí... bueno, me duele un poco el estómago y tengo la boca seca, pero el niño está bien.

–Te he traído lo que querías –dijo él, señalando la bandeja.

–¿Me has traído galletitas saladas?

–Y un ginger ale especial

–Maximo tomó la copa que había sobre la bandeja–. El chef lo ha preparado especialmente para ti, con jengibre y miel, que es buena para el estómago.

Alison alargó una mano temblorosa para tomar la copa y, después del primer sorbo, dejó escapar un suspiro de alivio.

–Esto resuelve mis problemas. Los problemas físicos al menos.

–¿Sigues viendo esto como un problema?

–Bueno, las náuseas matinales son un problema. Y tú no vas a decirme que estás encantado con la situación.

–Tampoco estoy preocupado.

–¿Cómo es posible?

–Quiero ser padre

–Maximo se encogió de hombros–. Había perdido la esperanza de serlo, de modo que no puedo lamentar lo que ha pasado.

Alison se puso la copa sobre la frente.

–Pues yo no sé qué hacer.

–Cásate conmigo, es la mejor solución. Por el niño, por nosotros. –¿Por qué es mejor para nosotros?

–Si estuviéramos casados, el niño estaría siempre con su padre y su madre. Si tuviéramos la custodia compartida, ni tú ni yo podríamos disfrutar de nuestro hijo todo el tiempo.

–Eso es verdad –tuvo que reconocer ella.

–Y no creo que tú quieras vivir el resto de tu vida sin un hombre. ¿Cuántos años tienes, veintinueve?

–Veintiocho.

–Eres demasiado joven para estar sola. Criar un hijo y tener una vida personal no es fácil. Si estuviéramos casados, todo sería más sencillo. Además, nos sentimos atraídos el uno por el otro, no puedes negar eso.

–No estoy preocupada por el impacto del niño en mi vida sexual –replicó Alison, tomando una galletita de la bandeja.

–Tal vez ahora no te preocupe, pero algún día te preocupará. Y yo puedo ofrecerte muchas cosas además de seguridad económica.

–¿Por ejemplo quedarme en casa para cuidar del niño?

–Por supuesto. Aunque podrías seguir trabajando si quieres y nuestro hijo tendría los mejores cuidados del mundo.

–No creo que siguiera trabajando.

–Pensé que tu carrera era importante para ti.

–Lo es, pero criar un hijo y estar a su lado durante los primeros años de su vida también es importante para mí.

Alison quería estar en casa cuando el niño volviera del colegio, quería hacer galletas, quería ayudarlo a hacer los deberes. Quería ser todo lo que sus padres no se habían molestado en ser.

–Si eso es lo que deseas, no entiendo que quieras obligar al niño a ir permanentemente de una casa a otra.

Alison se mordió los labios.

–Bueno, tampoco somos dos personas que se odian. Yo podría alojarme aquí de vez en cuando.

–¿Y crees que eso sería mejor que formar una familia?

–Lo que creo es que ésta es una situación muy poco normal y tú estás intentando crear una familia con dos personas que no se conocen. Eso no es muy realista.

Alison tomó otro sorbo de ginger ale. Le había hecho ilusión que le llevase la bandeja, pero en rea lidad sólo estaba intentando convencerla para que se casara con él.

–No entiendo por qué insistes en que nos casemos. ¿No debería ser al revés?

–Tal vez, no lo sé –respondió Maximo–. Pero, como tú misma has dicho, ésta no es una situación normal. Y en este caso, soy yo quien tiene un concepto más realista de lo que significa ser un bastardo.

–¡No lo llames así! –exclamó ella, indignada–. Es un término horrible, ya nadie lo usa.

–Tal vez en tu país no se use, pero te garantizo que entre las clases dirigentes es algo muy importante. La legitimidad importa y no sólo en términos de herencia. ¿Quieres que nuestro hijo sea el sucio secreto de los Rossi? ¿Quieres que tenga que soportar murmuraciones y cotilleos toda su vida? Las circunstancias de su concepción no importan, lo que importa es lo que diga la gente. Se inventarán una historia mucho más sórdida que pasará por ser la verdad... eso es lo que hacen los medios de comunicación. Te guste el término o no, si insistes en no casarte conmigo, tendrás que acostumbrarte a él.

Alison apartó la mirada. Podía imaginarlo... la gente dejaría de hablar cuando su hijo entrase en una habitación, lo mirarían con censura, su rechazo sutil y doloroso.

–Puede que no quieras casarte conmigo y, francamente, tampoco yo tenía esa intención, pero no puedes negar que sería lo mejor para el niño –insistió Maximo.

–No me gusta la idea. –¿De un matrimonio sin amor? Te aseguro que el amor tampoco garantiza la felicidad.

No le gustaba hablar de su matrimonio con Selena porque, de manera inevitable, destacaba no sólo los defectos de su esposa, sino los suyos propios.

–No, no es eso

–Alison se abrazó las rodillas, la acción, combinada con su pelo suelto y su rostro libre de maquillaje haciendo que pareciese muy joven y vulnerable–. Yo no había pensado casarme nunca, así que el amor no tiene nada que ver. Sencillamente, es que no quiero estar casada.

–¿Por qué? ¿Es una cosa feminista?

–No, es algo personal. El matrimonio es un compromiso que exige mucho de una persona y yo no tengo el menor deseo de entregarme a nadie. Mira cuántos matrimonios terminan en divorcio. El de mis padres fue horrible y durante mis dos años como abogado especializado en gestionar divorcios vi mucha infelicidad. Acabas dependiendo del otro y para uno de ellos, normalmente para la mujer, el divorcio es una tragedia. Ver a mi madre era como ver a alguien intentando funcionar con normalidad cuando le habían cortado los brazos y las piernas.

–Yo sé lo que es perder a una esposa –dijo él–. Es duro, pero se puede sobrevivir. Y de lo que tú hablas es de cuando se acaba el amor. Eso no puede pasarnos a nosotros porque la razón por la que nos casaríamos es muy diferente. Nuestro lazo es más fuerte y seguiría siéndolo a medida que pasaran los años. El amor se va, el deseo también, pero nuestro hijo nos uniría para siempre.

Tal vez tenía razón, pensó Alison. Estuvieran casados o no, Maximo Rossi sería algo permanente en su vida como padre del niño. Y su padre, o más bien la ausencia de su padre, había conformado su vida en todos los sentidos.

Eso era algo que no había tomado en consideración hasta ese momento. No era la presencia de un padre lo que formaba a un niño, sino la ausencia de éste. ¿Qué sería para su hijo vivir en países diferentes y tener que viajar de uno a otro constantemente?

Otra tragedia que había visto muchas veces: cuánto sufrían los niños tras un divorcio, lo que eso le hacía a su autoestima. A menudo, los críos a los que ayudaba en su nuevo trabajo, aquéllos que iban a juicio por faltas o delitos menores, provenían de familias rotas.

Si podía darle a su hijo una vida segura y más posibilidades de ser feliz, ¿no debería hacerlo?

Pero el matrimonio no entraba en sus planes, no quería ser la esposa de nadie y no necesitaba a Maximo.

–No, no quiero hacerlo.

–No se trata de lo que nosotros queramos, sino de lo que debemos hacer –insistió Maximo–. Lo que es mejor para nuestro hijo. Sé que quieres al niño y que estás preparada para los cambios que habrá en tu vida, pero ahora todo ha cambiado.

Sería mucho más fácil rechazar su oferta si se mostrase dictatorial o tirano, si fuese arrogante. Pero no lo era. Estaba siendo sensato, práctico.

Y estaba en lo cierto. Sus razones para no casarse con él eran egoístas y, sin embargo, las razones para hacerlo beneficiaban al niño.

–Muy bien –dijo por fin, su voz un poco atragantada–. Lo haré, me casaré contigo.