UNA SENSACIÓN de triunfo, y una sensación opresiva en la garganta sospechosamente parecida al nudo de una soga, asaltaron a Maximo en ese momento.
Era necesario, era lo que debían hacer. La única manera de poder reclamar a su hijo como heredero. Y la única manera de tener a Alison.
La idea de tenerla hizo que su entrepierna despertase a la vida de una manera elemental, primitiva. La deseaba con una ferocidad que le resultaba desconocida.
La habría deseado en cualquier caso, pero el intenso ansia de tenerla, de entrar en su cuerpo y unirse a ella... eso tenía que estar conectado con el embarazo porque no lo había experimentado nunca. Había experimentado deseo, el más básico que no tenía nada que ver con la emoción, y había estado enamorado. Pero nada de eso se parecía a lo que sentía por Alison.
Podría satisfacer su deseo por ella sin casarse, pero el matrimonio era necesario para tener la clase de relación que él quería tener con su hijo y la única manera de darle todo lo que merecía.
–Pero acepto casarme contigo con ciertas condiciones –siguió Alison, muy seria–. Estoy de cuerdo en que el matrimonio es la mejor solución, pero no esperes que vaya a acceder a todas tus demandas.
–Apenas te conozco, pero ya estaba seguro de eso –bromeó él.
Alison tropezó al saltar de la cama y, de inmediato, él la sujetó tomándola por la cintura. Su respuesta fue inmediata y fiera al ver el brillo en los ojos de color cobre, sus labios entreabiertos. Qué fácil sería inclinar la cabeza y...
Pero ella se apartó de inmediato.
–No me encuentro bien.
–¿Y te ocurre todos los días?
–Sí, casi todos. A partir de las seis semanas empezó a ser horrible. –¿De cuánto tiempo estás? –le preguntó Maximo.
–De siete semanas.
Casi de dos meses. Sólo faltaban siete para tener a su hijo o hija en brazos.
El estómago de Alison seguía siendo plano y se preguntó si sus pechos serían siempre así o estarían más llenos debido al embarazo. Algo primitivo y desconocido para él hizo que se sintiera orgulloso al imaginarla con el vientre hinchado.
Orgulloso y excitado. Nunca se le había ocurrido pensar que las mujeres embarazadas fueran sexys, pero podía imaginarse a sí mismo pasando las manos por el vientre desnudo de Alison, sintiendo a su hijo moverse...
–El niño nacerá en octubre.
Había oído que las mujeres embarazadas tenían un brillo especial, pero no lo había visto hasta aquel momento. El rostro de Alison se iluminó con una sonrisa secreta, íntima, que parecía darle luz a su rostro. La felicidad que veía en sus ojos era increíble y le recordó de nuevo por qué casarse con ella era lo mejor. Sería una buena madre, estaba absolutamente seguro de eso.
–Estás muy contenta.
–Pues claro que sí.
–Tendremos que organizar la boda antes de que el embarazo empiece a notarse.
Alison se mordió los labios, insegura y frágil por primera vez.
–Sí, pero como te he dicho antes, hay ciertas condiciones para ese matrimonio.
–¿Qué condiciones?
–Por ejemplo, no quiero que nuestro hijo vaya a un internado. Quiero estar con él el mayor tiem po posible y que tenga una infancia normal, sin niñeras ni caprichos. No quiero que sea un niño malcriado.
–¿Yo te parezco un niño malcriado?
–Sí –contestó ella–. Y quiero seguir defendiendo a los niños. No sé, tal vez a través de una organización benéfica o algo parecido.
–Me parece una idea maravillosa. En Turan hay varias organizaciones que se dedican a atender a los niños y que la princesa se involucrase en ese tema sería recibido con agrado por todos.
–Y además... quiero tener mi propia habitación.
Él inclinó la cabeza.
–Es una práctica común en los matrimonios rea les.
–No, no lo entiendes. Quiero decir que no... no quiero que tengamos una relación sexual.
Alison intentó controlar un cosquilleo en el estómago. Sabía que a Maximo no le haría gracia. ¿No había hecho referencia a la atracción entre ellos como una de las razones por las que casarse sería buena idea? Pero necesitaba aquello para aceptar su proposición.
El beso la había hecho olvidar quién era, dónde estaba y por qué estaba allí. Acostarse con él... ¿qué le haría eso? La idea de rendirse, de desnudarse física y emocionalmente ante otro ser humano la aterrorizaba. Podía lidiar con el matrimonio, pero la intimidad sexual era imposible.
Se sentía atraída por Maximo y, por eso, debía mantener las distancias. Pero era la facilidad con que le robaba el sentido común, el control, su habilidad de pensar coherentemente lo que la alarmaba. Tenía demasiado poder sobre ella y añadir el sexo a la mezcla podría resultar en desastre.
–Eso no tiene sentido. No puedes negar que nos sentimos atraídos el uno por el otro.
–Tal vez, pero no creo que pueda comprometerme a ese tipo de relación contigo. Las cosas ya son bastante complicadas –dijo ella–. Un matrimonio en el estricto sentido legal de la palabra, sí. Pero nos conocimos hace veinticuatro horas, Maximo, no puedo ni pensar en una relación sexual contigo. Reconozco que eres un hombre muy atractivo y estoy segura de que muchas mujeres...
–Si te preocupa el tema de la infidelidad, te aseguro que mientras estuve casado nunca miré a otra mujer.
Porque había estado enamorado de Selena. Pero ellos no estaban enamorados y, si iban a acostarse juntos, tendría que serle fiel... y ésa era otra razón para no cruzar la línea. Si tuvieran relaciones íntimas, no querría que se acostase con nadie más pero siempre temería que lo hiciera y eso la haría sentir insegura, frágil. Y ésa era una de las cosas que estaba intentando evitar.
–Mira, yo no quiero involucrar mis emociones en este matrimonio.
–No tendríamos por qué hacerlo.
Tal vez él no, pero ella... Alison sabía por instinto que el sexo podría tener un efecto devastador para ella. No podría abrirse a otra persona de ese modo sin involucrar sus sentimientos. Ésa era la razón por la que no había mantenido relaciones íntimas con nadie.
No, lo último que necesitaba era depender de Maximo. Llevaba demasiados años esforzándose para ser independiente, para no poner su vida en manos de nadie.
–Quizá no. Pero eso es lo que quiero. –¿Y no te importaría que yo me acostara con otras mujeres? –le preguntó él.
–Me daría igual lo que hicieras. Si no nos acostásemos juntos, no tendrías por qué serme fiel.
–Puede que pienses de otra manera cuando nos casemos.
–No, no lo creo. Lo que tenemos en común es el deseo de hacer lo mejor para nuestro hijo, nada más. Ni siquiera lo hemos concebido de la manera normal.
–Pero podríamos haberlo hecho.
Era demasiado fácil visualizar esa imagen: encontrándose con Maximo en un bar, en un restaurante, riendo, cenando juntos, volviendo juntos a casa para hacer el amor...
No. Ella no hacía esas cosas y nunca había sentido que le faltase algo por ello. Hasta aquel momento. ¿Cómo iba a lidiar con un hombre como Maximo? Un hombre experto y sofisticado que probablemente sabía más sobre las mujeres y el sexo que los demás. Y ella sabía mucho menos que cualquier mujer normal.
–Ésas son mis condiciones –le dijo–. No puedo casarme contigo si no estás de acuerdo.
–Entonces, estoy de acuerdo –respondió él–. No quiero una mártir en mi cama. Nunca he tenido que forzar a una mujer para que se acostase conmigo y no pienso hacerlo con mi esposa.
Era la verdad. No iba a suplicarle a una mujer que se acostase con él, ni siquiera a una a la que deseaba tanto como a Alison. Nunca le había suplicado a Selena cuando se fue de su dormitorio. Un «no» era un «no», incluso de su esposa. Pero le sorprendía que Alison les negase a los dos lo que, evidentemente, también ella deseaba.
Un matrimonio sin sexo no era nada nuevo para él. Al principio creyó que Selena quería castigarlo por no darle un hijo, aunque el problema era suyo, no de él. Pero la realidad era que, frustrada por tener que hacer el amor a unas horas determinadas y unos días determinados sin conseguir el resultado que esperaban, un día decidió alejarse de él. Selena no había dejado que la tocase en los últimos seis meses de su matrimonio. Los últimos seis meses de su vida.
Sabía por qué lo había hecho y no estaba seguro de merecerlo. Pero no sabía cuál era el juego de Alison. Era una experta y nada tímida abogada de veintiocho años que también se sentía atraída por él, de modo que no entendía que rechazase una relación sexual. Su respuesta al beso había sido muy real, no había manera de fingir esa reacción. Pero si necesitaba una pretensión de moralidad, lo respetaría. Aunque dudaba que durase mucho tiempo. La atracción entre ellos era demasiado fuerte, más fuerte de lo que él había experimentado nunca.
–¿Estás dispuesta a conocer a mis padres?
Alison se mordió los labios, pensativa, y cuando dejó de hacerlo Maximo vio una marca en el labio inferior que le hubiera gustado acariciar con los dedos.
–Supongo que no se puede cancelar una cita con los reyes.
–Si no te encuentras bien, podemos cancelarla.
Selena la hubiera cancelado. Su mujer tenía una salud delicada... era delicada en todos los sentidos, física y emocionalmente. Él había pensado que su deber era protegerla y lo sería también con Alison.
–No, estoy bien. He hecho mi vida normal sin que nadie me protegiera hasta ahora, de modo que puedo conocer a tus padres. ¿Pero qué pensarán ellos de todo esto?
Maximo se encogió de hombros.
–No creo que la naturaleza de nuestra relación sea asunto suyo.
–¿No quieres que sepan cómo se concibió el niño?
–Ellos no sabían nada sobre los problemas de fertilidad de Selena. Para ella era muy importante que nadie supiera nada.
–Entonces tal vez no sea importante que tus padres sepan cómo se concibió este niño.
En realidad, le rompía el corazón pensar que iba a vivir el sueño de otra mujer, el que se le había negado a Selena. Aunque le gustaría ser sincera sobre la naturaleza de su relación, o la falta de ella, era su deber proteger el recuerdo de su primera esposa.
–Bueno, te dejo para que te prepares –dijo él entonces–. Volveré a buscarte dentro de una hora.
Alison vio a Maximo, su prometido, cerrar la puerta de la habitación con una sensación de anhelo tan poderosa que la sorprendió. Una parte de ella quería estar más cerca, la otra le decía que se alejase. Era como una guerra, cada deseo empujándola en una dirección diferente, pero la parte sensata tenía que ganar. Debía hacerlo.
El comedor formal del palacio era extremadamente formal. Los altos techos y las columnas le daban aspecto de museo, la larguísima mesa, en la que cabrían treinta personas, le daba un aire frío e impersonal a la habitación.
Un niño no podría sentarse a esa mesa, pensó Alison. Allí no podría tomar leche con galletas o hacer dibujos porque seguramente era una antigüedad.
Naturalmente, habría otras mesas en el palacio, pero era lo que representaba aquella habitación lo que temía. Y no por primera vez desde que aceptó la proposición de Maximo, se preguntó si había hecho bien. En aquel comedor tan formal, tan elegante, con dos personas igualmente formales y serias mirándola, Alison tragó saliva.
–Sentaos, por favor –dijo el rey–.Estamos muy interesados en conocer a tu invitada.
El rey era evidentemente un hombre de avanzada edad, pero no parecía frágil. Tenía el pelo blanco, la piel bronceada y aspecto de estar en forma. La reina era preciosa, mucho más joven que su marido. Llevaba el pelo oscuro sujeto en un moño y no tenía una sola arruga. Daban miedo y ninguno de los dos sonrió mientras Max y ella se sentaban a la mesa.
La única que lo hizo fue una joven sentada a la izquierda de la reina Elisabetta. De pelo oscuro, piel morena y brillantes ojos azules, era una de las mujeres más bellas que había visto nunca.
–¡Max! –gritó, echándole los brazos al cuello–. Cuánto me alegro de que hayas llegado antes de lo previsto.
–Yo también me alegro de verte, Bella
–Maximo la besó en la frente–. Alison, te presento a mi hermana Isabella.
La angustia que había empezado a sentir desapareció al saber quién era. Aunque habría dado igual que fuera su amante o su novia. No era asunto suyo y no había ninguna razón para que le importase.
–Encantada de conocerte –dijo Isabella, besándola en la mejilla–. Me alegro mucho de que Max haya venido con una amiga.
–Alison, te presento a mis padres, el rey Luciano y la reina Elisabetta.
–Me alegro de conocerlos –dijo ella.
Maximo apartó una silla y Alison se sentó, sintiéndose horriblemente incómoda. Una cosa era estar frente a un juez y un jurado, a eso estaba acostumbrada y se sentía segura de sí misma, pero allí se sentía como un pez fuera del agua.
–No sabía que tuvieras novia, Max –bromeó su hermana.
Maximo tomó su mano por debajo de la mesa, enredando los dedos con los de ella.
–Estábamos intentando mantenerlo en secreto hasta que hubiéramos tomado una decisión firme.
Alison asintió, nerviosa. Odiaba aquello, odiaba sentirse tan fuera de lugar. Pero ella nunca había pasado por algo así, nunca había tenido que conocer a los padres de un novio y aquellas dos personas no eran sólo sus padres, sino los reyes de Turan.
–¿Es una relación seria? –preguntó la reina.
–Le he pedido a Alison que se case conmigo –le confirmó Maximo.
–¿Tan pronto? Selena murió hace apenas dos años –le recordó su padre.
–Sería mejor que esperases un poco más para volver a casarte, hijo.
–El período de luto de tres años es muy anticuado –dijo él–. No tengo intención de esperar un año más para casarme con Alison. No podemos esperar tanto tiempo.
–¡Qué romántico! –exclamó su hermana.
–El romanticismo no tiene nada que ver. Alison está embarazada y debemos casarnos lo antes posible.
Ella quiso meterse bajo la mesa al ver la cara de sorpresa y desaprobación de sus padres.
–¿Te has hecho la prueba de paternidad? –le preguntó el rey.
–No será necesario. Estoy seguro de que el niño es hijo mío y no quiero que nadie sugiera lo contrario.
El enfado de Maximo la sorprendió. Pero ellos no eran una pareja de verdad, de modo que debía estar relacionado con su ego masculino.
–Entonces empezaremos a organizar la boda lo antes posible –asintió el rey.
La reina frunció los labios, disgustada.
–Pero no sabemos nada de ella, Maximo. ¿Es una persona adecuada? ¿Quién es su familia?
Alison se movió en la silla, incómoda.
–¿Qué importa eso, mamá? –exclamó Isabella–. Si Max la quiere, debe casarse con ella. Ésa es la única razón para casarse.
–Esto no tiene nada que ver contigo, Isabella –la reprendió su padre–. Pero tiene razón –dijo luego, mirando a su esposa–. Alison está embarazada y eso es lo único que importa.
La aceptaban sólo porque iba a tener un hijo con él, pero si no estuviera embarazada, seguramente el rey habría puesto muchas pegas a ese matrimonio.
Claro que no podía imaginar a Maximo intimidado por nadie. No, él no se dejaría presionar por sus padres. Además, daba igual, ellos iban a casarse por su hijo, no porque estuvieran enamorados.
Maximo movió el pulgar sobre la suave piel de su muñeca y un ejército de mariposas empezó a volar en su estómago, llamándola mentirosa.
Sí, se sentía atraída por él, pero eso no significaba nada. Maximo era un hombre muy atractivo y, además, estaban las hormonas del embarazo. Pero eso era todo, afortunadamente.
–Me alegro de que nos pongamos de acuerdo –dijo él, mirando a su madre con gesto de advertencia.
–No os casaréis en una ceremonia civil –intervino el rey, con tono imperioso. Era evidente de quién había heredado Maximo su arrogancia–. Os casaréis por la iglesia y haremos un anuncio oficial. Vas a darle un heredero al trono y lo celebraremos como corresponde.
Su madre parecía haberse tragado un limón.
–Supongo que una boda apresurada es preferible a tener un hijo bastardo.
Alison tuvo que morderse la lengua. De modo que no sólo los desconocidos y los medios de comunicación hubieran llamado bastardo a su hijo. Su propia familia lo habría hecho.
–No voy a tolerar que hablen así del niño –les advirtió después, armándose de valor–. No dejaré que nadie le haga daño a mi hijo, nunca.
Maximo apretó su mano.
–Nadie le hará daño, cara. Yo no lo permitiré –le prometió, antes de volverse hacia su madre–. Este niño va a ser tu nieto, mamá, no lo olvides –dijo luego, levantándose–. Alison y yo cenaremos en nuestra habitación.
Pero en cuanto salieron al pasillo, soltó su mano.
–Ha ido muy bien –dijo Alison, irónica.
–Tan bien como yo esperaba. Mi madre quería a Selena como a una hija, esto no es fácil para ella.
–¿Entonces no sería mejor que supieran cómo quedé embarazada?
–No, no. Selena no quería que mi madre supiera nada sobre nuestros problemas para concebir un hijo. No quería que la vieran como un fracaso.
–Pero eso es absurdo. No tener hijos no es un fracaso.
–Mi mujer lo pensaba
–Maximo se detuvo un momento–. Mi madre nos presentó porque, en su opinión, Selena era perfecta para mí. Su familia era muy conocida y ella era una mujer bellísima, culta y llena de talento. Según mi madre, sería una princesa maravillosa y una madre perfecta.
–Entiendo que no quieras contárselo a nadie, no te preocupes. Tampoco yo quiero hacerlo público.
La expresión de Maximo cuando hablaba de Selena era tan triste que se le encogía el corazón. No debería querer consolarlo, pero así era. ¿Sería porque estaba embarazada de su hijo? Tenía que ser por eso, pensó. Era como si, en cierto modo, Maximo fuese parte de ella.
Pero no quería sentir nada por él.
La llevó a un comedor pequeño que parecía el de una casa normal. Una casa muy lujosa, desde luego, pero al menos no daba miedo como el comedor que acababan de dejar atrás. Allí sí podía imaginar a un niño tomando leche con galletas y pintando con rotuladores. ¿Sería rubio como ella o moreno como su padre? Pensar eso hizo que se le encogiera el corazón; la imagen de una familia, su familia, más cercana y emotiva de lo que hubiera podido imaginar.
Había imaginado muchas veces a su hijo, pero las imágenes habían cambiado de repente y ahora no podía imaginarlo sin las facciones de su padre.
–¿Quieres comer algo especial? –le preguntó él.
Era tan guapo... la luz de la lámpara hacía que sus pómulos pareciesen más prominentes, su mandíbula más cuadrada. Era tan guapo que le dolía mirarlo. Ésa era una expresión que no había entendido nunca... hasta ese momento. Nunca había tenido sentido para ella que el aspecto físico de alguien pudiera doler, pero así era. Porque mirarlo la llenaba de un anhelo desconocido.
–Me da igual. En serio, ahora mismo cualquier cosa me da asco, así que da igual.
–Entonces pediré que nos traigan lo que le han servido a mis padres.
Cinco minutos después entraba una empleada empujando un carrito con varias bandejas, pero Alison tomó primero la botella de ginger ale para calmar sus náuseas.
–Tienes que comer –dijo él–. Estás demasiado delgada.
–No estoy demasiado delgada. El ginecólogo me ha dicho que estoy perfectamente sana.
–Bueno, pero no deberías adelgazar más
–Maximo se levantó para destapar las bandejas. En una de ellas había pasta marinara y en la otra un magnífico pollo asado, pero ver el pollo le produjo náuseas.
–No, no, puede que tome un poco de pasta.
–Muy bien.
–¿Tu mujer hacía una dieta especial?
–Alison lamentó enseguida haberlo preguntado. Normalmente era muy prudente, pero estando con Maximo parecía olvidarse de todo.
–Tomaba vitaminas –contestó él–. Cosas de herbolario y alimentos que, supuestamente, aumentaban la fertilidad.
–Entonces, de verdad quería ser madre.
–Sí, desde luego. Probamos el método de fertilización artificial tres veces, pero no tuvimos éxito. Había recibido el último resultado negativo unas horas antes de morir.
Alison puso una mano sobre la suya en un gesto de consuelo. Su piel era cálida, el vello que la cubría, muy suave. Nunca habría imaginado que el vello corporal pudiera ser sexy, pero el suyo lo era. Le recordaba que era un hombre y ella una mujer. Una mujer que iba a casarse con él.
Alison apartó la mano. Su corazón latía con fuerza y sentía un cosquilleo nuevo entre las piernas, algo que no había sentido nunca.
Nerviosa, se levantó de la silla para poner distancia entre lo dos. ¿Qué tenía aquel hombre que le robaba la capacidad de pensar racionalmente? Estar a su lado, tocarlo, parecía convertirla en otra persona.
–Estoy cansada –logró decir–. Me voy a la cama.
Maximo esbozó una sonrisa.
–Estás decidida a luchar contra lo que hay entre nosotros.
–No es esto lo que quiero, Max –murmuró ella.
–¿Por qué? ¿Alguien te hizo daño?
–No, no. Pero no puedo... no me pidas que haga esto.
–Yo nunca te forzaría a nada.
Alison lo sabía. No tenía ninguna duda al respecto, pero ése no era el problema. El problema era que lo haría por voluntad propia. Sólo tenía que tocarla o besarla y olvidaba las razones por las que no debía mantener una relación con él.
Maximo y ella iban a casarse para darle una familia a su hijo. Se habían comprometido a estar juntos durante al menos los próximos dieciocho años. Ya dependía de él en cierto modo debido a su particular situación como príncipe de Turan y añadir sentimientos, y sexo, tenía el potencial de destruirla.
–Estoy cansada.
–Descansa –dijo Maximo con voz ronca–. Mañana anunciaremos al mundo nuestro compromiso.