Capítulo 9

DESPUÉS de hablar con el propietario del casino, Maximo soltó una palabrota. No porque el problema fuera difícil de resolver, sino por el insatisfecho deseo que lo volvía loco.

No podía creer que hubiera estado a punto de hacer el amor con Alison en el jardín, con la tosquedad de un adolescente. Él nunca había perdido el control de ese modo... no, él siempre se había tomado su tiempo para seducir a una mujer. Selena no lo hubiese querido de otra forma y siempre había pasado al menos una hora excitándola, acariciándola, antes de llevar las cosas a su natural conclusión.

Pero con Alison no había habido música, ni velas, ni ambiente romántico. Había estado dispuesto a perderse en ella sin juegos previos. Maximo no conocía esa parte de sí mismo, una parte que sólo Alison parecía despertar.

Él era un hombre que se enorgullecía de su autocontrol y que siempre pensaba bien las cosas antes de hacerlas, pero su preciosa prometida, la mujer que esperaba un hijo suyo, le robaba la razón.

Era lo desconocido lo que hacía que su cuerpo respondiese de esa manera, tenía que ser eso. La había deseado desde el momento que la vio y desde entonces lo tenía embrujado. Pero era imposible que la realidad estuviese a la altura de su fantasía, era imposible.

Tenía que hacerle el amor para saber de una vez por todas cómo era su deseo por él, para saber cómo sería estar dentro de ella, para conocer sus suspiros de placer cuando la llevase al clímax. Y cuando el misterio estuviera resuelto, esa fascinación terminaría.

No podía esperar más. La deseaba y estaba seguro de que también Alison lo deseaba con la misma fuerza. Y no estaba dispuesto a que se lo negara por más tiempo.

Alison se quitó el cloro del pelo, deseando poder lavarse las caricias de Maximo de la misma forma. Pero no tuvo suerte. Ni siquiera el agua caliente era capaz de borrar la marca de sus besos, de sus manos.

Sin embargo, mientras se duchaba había decidido que no estaba avergonzada. Tenía derecho a sentir placer sexual si así lo deseaba... y lo deseaba. Pero se avergonzaba de que hubiera ocurrido en el jardín, donde cualquiera podría haberlos visto. Tal vez Maximo estaba acostumbrado a esas cosas. Sí, seguramente para él sería una simple anécdota divertida. Pero no lo era para ella porque no tenía experiencia y eso demostraba que Maximo no estaba a su alcance.

Aunque le avergonzaba admitirlo, había mirado en Google para saber algo de su vida y había visto las mujeres con las que solía salir. Incluso antes de su matrimonio con la bellísima Selena, parecía tener muy buen gusto eligiendo novias. Todas ellas modelos, actrices o chicas de la alta sociedad altas, delgadas y guapísimas que no huían de una atracción sexual como hacía ella.

Alison se dio cuenta entonces de que estaba apretando los puños y, lentamente, abrió las manos.

Ella nunca se había considerado una cobarde. Al contrario, siempre se había enorgullecido de lo valiente que era. Valiente y sensata. Lo bastante sensata como para protegerse a sí misma y no depender de nadie. Y valiente porque había aprendido a cuidar de sí misma y a conseguir lo que quería.

Pero no era verdad, tuvo que admitir por fin. Había cerrado esa parte de sí misma para no tener que lidiar con las complicaciones de una relación sentimental.

Se había negado la posibilidad de compartir su vida con otra persona, había aplastado su sexualidad felicitándose a sí misma por ser tan fuerte. Pero no era su fuerza lo que la había alejado de los hombres, era el miedo. Y reconocer eso era muy duro.

No era mucho mejor que su madre, pensó entonces. Se había alejado del mundo no por amargura como ella, sino para no acabar amargada, pero el resultado era el mismo. Su madre siempre había dicho que no se podía confiar en los hombres y ella había acabado creyéndolo. Y si no tenía cuidado, eso podría envenenarla para siempre.

Tenía que cambiar porque se había negado una parte de la vida.

Qué ironía, pensó. Siempre había temido lo que perder un amor podría hacerle y, sin embargo, se lo había hecho a sí misma.

No estaba preparada para lanzarse de cabeza a una historia de amor, pero tal vez debería saciar su deseo por Max. Aquellas mujeres de las fotografías, con las que había salido antes de casarse con Selena, sabían que el sexo no era amor. Lo sabían y no les importaba. No suprimían esa parte de sí mismas como había hecho ella durante tanto tiempo.

Siempre le había resultado fácil mostrarse distante y fría con los hombres porque nunca había deseado a ninguno como deseaba a Max. Alguna vez había experimentado cierta melancolía por no tener una relación, pero lo que sentía por Max era un ansia que la consumía, una chispa que se convertía en una llamarada cada vez que la miraba.

El hecho de que estuvieran prometidos cuando iban a tener un hijo era lo que la contenía. Si pudiese tener una simple aventura, una noche de pasión para exorcizar sus miedos, no le importaría acostarse con él.

Pero estaban prometidos, iban a casarse e iban a tener un hijo. Y ésos eran lazos permanentes.

Sin embargo, su cuerpo necesitaba el alivio que sólo Max podía darle y no sabía si podía seguir luchando. O si quería hacerlo...

Suspirando, entró en el vestidor, al otro lado de la habitación. Estaba lleno de ropa de diseño elegida por un comprador personal sin que ella estuviera presente ya que los paparazzi hacían imposible que fuese de compras. Todos los vestidos eran preciosos, y mucho más reveladores de lo que ella solía llevar.

Alison se detuvo frente a un vestido de color azul zafiro con cuello halter y falda de vuelo que llegaba por la rodilla. Era un vestido muy sexy... y perfecto.

Para no pensar más, lo sacó de la percha. No había sabido lo que planeaba hasta ese momento, pero aunque pensara que había sido una estupidez por la mañana, estaba decidida. Iba a seducir a Maximo.

La luz de las velas bañaba la piel de Alison, dándole un halo dorado. Y había mucha piel al descubierto. El vestido azul se pegaba a su cuerpo, destacando la curva de sus pechos, sus preciosos hombros, sus bien torneadas piernas. Cuando apartó una silla y ella se volvió para sentarse, no podía dejar de mirar su trasero.

La cena fue una tortura para él. Alison había saboreado cada plato, dejando escapar suspiros de gozo y pasándose la punta de la lengua por los labios. La deseaba más de lo que recordaba haber deseado nunca a una mujer. Y también Alison lo deseaba, estaba seguro. Sin embargo, algo la detenía, algo le impedía dar el paso final.

Desde luego, no besaba como alguien sin experiencia. Besaba como una mujer apasionada, una mujer que sabía lo que quería y lo que querría su amante. Y, sin embargo, parecía tomarse el sexo muy en serio. O, al menos, la posibilidad de que le rompiesen el corazón.

Pero Maximo sabía por experiencia que algunas mujeres no podían separar el sexo del amor. Tal vez la idea de acostarse con un hombre sencillamente porque lo deseaba era algo a lo que no estaba acostumbrada. Le había dicho que no quería mantener una relación sentimental con ningún hombre, pero no podía imaginar que de verdad quisiera vivir el resto de su vida sola. Era demasiado sexy, demasiado sensual para eso.

Maximo tuvo que contener un gemido cuando se llevó la cucharilla del postre a los labios para lamer un resto del chocolate, la punta rosada de su lengua tan provocativa que tuvo que tragar saliva. Era demasiado fácil imaginar esa lengua sobre su piel...

–¿Qué opinas sobre el amor? –le preguntó Alison de repente.

Él la miró, un poco sorprendido.

–He estado enamorado, pero no creo que pueda amar a ninguna otra mujer después de Selena. No quiero amar a nadie más –le confesó.

No porque estuviera atado a su recuerdo, sino porque el sufrimiento al final de su matrimonio no había merecido la pena. Había perdido a Selena más de una vez y, al final, resultó imposible romper el muro impenetrable que había entre los dos. No había sido capaz de protegerla, de su dolor, de la muerte. Y no tenía el menor deseo de volver a pasar por eso.

–¿No crees que vayas a conocer a nadie más?

–Voy a casarme contigo, tú eres alguien más.

–¿Pero si te enamorases de otra mujer, me lo dirías?

–Eso no va a pasar.

–Pero si fuera así –insistió Alison–. ¿Me lo dirías? No quiero quedar en ridículo.

–Te lo diría –respondió Maximo por fin–. Te doy mi palabra de que, si tuviéramos una relación física, jamás te sería infiel.

–He estado pensando mucho sobre lo que pasó en la piscina –le confesó ella entonces.

Max tragó saliva, intentando disimular la tensión. Pero cuando lo miró a los ojos se dio cuenta de que estaba excitada y él más que dispuesto a aceptar su oferta.

–Quiero hacer el amor contigo –anunció Alison.

Si no hubiera visto el ligero temblor de sus manos, jamás se habría dado cuenta de que estaba nerviosa.

–Querías hacer el amor en la piscina y quisiste hacerlo aquel día en tu habitación. Incluso ese primer día en Turan, pero te apartaste.

–Lo sé, pero he tenido mucho tiempo para pensarlo

–Alison se levantó de la silla y, cuando se inclinó hacia él, Max se quedó transfigurado por su belleza, por su piel de porcelana, por la curva de sus pechos bajo el vestido–. Te deseo –dijo entonces, buscando sus labios.

Maximo dejó que ella controlase el beso, que su lengua se moviera tentativamente por la comisura de sus labios. Cuando se apartó, los dos estaban jadeando.

–Confío en ti. Ahora estoy segura de eso.

–¿Y necesitas confiar en mí? –murmuró él, pasando los dedos por el suave cabello rubio.

–La atracción entre nosotros es muy fuerte... nunca había sentido nada así y me da miedo. Sigue dándome miedo, pero ahora sé que no vas a usarla contra mí.

–No voy a enamorarme de ti –le advirtió él, odiándose a sí mismo por tener que ser tan sincero.

–Lo sé. Tampoco yo voy a enamorarme de ti, pero quiero tu respeto. Quiero saber que no vas a jugar conmigo.

Max tomó su cara entre las manos.

–Te juro que nunca te dejaré. Y jamás te humillaré o te faltaré al respeto acostándome con otra mujer.

–Te creo

–Alison se sentó sobre sus rodillas y le echó los brazos al cuello–. Te deseo como nunca había deseado a nadie –le confesó, mirándolo a los ojos.

–Yo también.

Maximo decidió demostrarle cuánto la deseaba poniendo una de sus manos sobre su erección y, cuando ella la movió arriba y abajo con expresión sorprendida, no pudo evitar sentir una oleada de orgullo masculino.

–Creo que deberíamos ir a la habitación.

–¿Para qué? Este sitio está bien –dijo él, sin saber de dónde salía aquel deseo primitivo o cómo controlarlo.

–Podría venir alguien.

Maximo besó su cuello.

–No, ésta es una fiesta para dos personas –murmuró, mordiendo suavemente el lóbulo de su oreja.

Alison se levantó, su corazón latiendo salvajemente. Lo había hecho, se había decidido por fin. Lo deseaba y necesitaba aquello con una fuerza que la asustaba. No conocía aquella versión lasciva de sí misma, pero sentía como si pudiera hacer cualquier cosa con él, como si pudiera dejar que le hiciera cualquier cosa. Confiaba en Maximo por completo y la idea de hacerlo la excitaba.

Sabía que tenía mucha experiencia mientras ella no tenía ninguna, pero a su edad, después de haber sido examinada por varios ginecólogos y de la inseminación artificial, no creía que hubiese muchas barreras. Eso, unido a la experiencia de Maximo, seguramente evitaría cualquier incomodidad. Y con un poco de suerte, él no se daría cuenta.

Alison estuvo a punto de soltar una carcajada. Por supuesto que notaría su inexperiencia, pero eso ya no importaba.

Unos segundos después entraban en el dormitorio y Maximo cerraba la puerta.

–Alison... –murmuró, abrazándola.

Ella puso una mano sobre su torso, deslizándola por sus pectorales y sus abdominales. Nunca había explorado así el cuerpo de un hombre, nun ca se había tomado su tiempo para apreciar las diferencias entre un cuerpo masculino y uno femenino.

Cuando se apoderó de su boca, Alison abrió los labios para recibir su lengua y él deslizó las manos por el sedoso material del vestido, tirando hacia arriba para acariciar su trasero... y dejando escapar un rugido al tocar la piel desnuda.

Sin decir nada, se arrodilló para quitárselo, su cálido aliento rozando su piel.

–Eres tan preciosa...

–Max puso una mano sobre su estómago, su expresión tan reverente que la emocionó.

Pero enseguida se levantó de nuevo y Alison ni siquiera se dio cuenta de que estaban moviéndose hasta que sus piernas rozaron la cama. La empujó suavemente, su erección rozándola cuando se tumbó a su lado.

–Eres tan preciosa –repitió, tirando de la cinta que sujetaba el cuello del vestido y apartando la tela para besar sus pechos mientras ella cerraba los ojos. Podría quedarse así para siempre, con Maximo acariciándola.

Dejó escapar un suspiro de decepción cuando dejó de tocarlos, pero enseguida levantó el vestido para admirar su cuerpo desnudo. No le había dado vergüenza que viera sus pechos, pero tenerlo tan cerca de una parte que sólo habían visto los ginecólogos hizo que se pusiera colorada.

–Max... –estaba a punto de pedirle que apagase la luz, pero la cálida presión de sus labios la dejó sin palabras. Y cuando abrió sus piernas para pasar la lengua por el interior de sus muslos perdió la capacidad de vocalizar.

Intentaba recuperar el control, pero era imposible cuando sentía que estaba a punto de romperse en mil pedazos. Un gemido escapó de sus labios y tembló de arriba abajo mientras se acercaba al sitio donde se notaba húmeda. Ya no podía controlar nada; sentía como si hubiera caído de la tierra y estuviera flotando, como si nada la sujetase a la cama.

Se agarró a las sábanas, intentando concentrarse, intentando encontrar un gramo de cordura porque lo que la hacía sentir era aterrador.

–Déjate ir, Alison –murmuró él, besando su monte de Venus–. Quiero que pierdas el control.

Ella negó con la cabeza.

–No...

–Quiero que dejes de pensar, que sientas

–Max rozó el sensible capullo escondido entre los rizos con la punta de la lengua antes de introducirla entre los pliegues–. Quiero que te corras para mí.

Siguió con su íntimo asalto, dándole placer con los labios y la lengua mientras musitaba cosas eróticas que Alison no había escuchado nunca. Luego, cuando introdujo un dedo en el estrecho pasaje, moviéndolo al ritmo de su lengua, un gemido escapó de su garganta.

–Eso es, cariño. Déjate ir, puedes hacerlo.

Alison sentía como si estuviera a punto de llegar a un sitio precioso y desconocido en aquella loca carrera y, por fin, abrió la boca para dejar escapar un grito mientras se arqueaba al sentir el orgasmo, sus músculos internos cerrándose alrededor del dedo de Maximo en olas de placer interminable.

Pero cuando todo terminó, se sintió un poco avergonzada.

–No –dijo él, mientras se quitaba la camisa–. No debes avergonzarte.

Alison lo miraba, como transfigurada. Pero cuando bajó los ojos hacia su erección, dura y gruesa, se olvidó de todo lo demás. ¿Cómo podía sentirse avergonzada cuando veía por sí misma cuánto afectaba a Maximo? Viéndolo así, no pudo evitar sentir una punzada de orgullo femenino.

Maximo se levantó entonces para dirigirse a la cómoda y ella aprovechó para admirar sus firmes nalgas, excitada a pesar de haber tenido un orgasmo unos segundos antes.

–¿Qué haces? –le preguntó, al ver que encendía unas velas.

–Preparando el ambiente –bromeó él.

–No hay tiempo para eso, te necesito.

En un segundo, Maximo estaba a su lado otra vez, abriendo sus piernas con una rodilla. Alison se apretó contra él, notando el roce del suave vello de su torso. Le encantaba estar desnuda con él, era la sensación más asombrosa del mundo. Se sentía fuera de control y, sin embargo, a salvo.

Él rozó los pliegues femeninos con su miembro. Estaba tan húmeda, tan preparada que no sintió el menor dolor cuando por fin la penetró. Alison abrió los ojos para mirarlo y lo vio tenso, los tendones del cuello marcados mientras se enterraba en ella. Tal invasión resultaba un poco rara, pero en absoluto dolorosa.

Maximo se apartó y volvió a empujar de nuevo, dejando que se acostumbrase, y cuando la penetró por tercera vez la sensación de incomodidad había desaparecido. Alison suspiró de placer, la dulce sensación del inminente orgasmo naciendo en su pelvis de nuevo.

–Oh, Max...

Él enterró la cara en su cuello, moviéndose con fuerza adelante y atrás. Era maravilloso. Se decían cosas al oído, haciéndole saber al otro cuánto disfrutaban, y cuando sintió que estaba a punto de caer al precipicio de nuevo se lanzó de cabeza.

Si el primer orgasmo había sido un alivio, aquél fue una explosión de sentimientos. No pudo evitar el grito ronco que escapó de su garganta mientras él empujaba con fuerza por última vez, abrazándola hasta que el ritmo de sus corazones volvió a ser normal.

–Yo no sabía... –empezó a decir Alison–. No sabía que perder el control pudiera dar una sensación de poder.

–¿Ah, sí?

–No sabía que pudiera ser así.

–¿Ha sido tu primer orgasmo? –le preguntó Maximo, sorprendido.

–Sí... mi primer todo.

Él se quedó asombrado. Era muy estrecha, tanto que había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para no terminar enseguida. Pero estaba demasiado perdido en su propio placer como para cuestionar algo así.

–¿Y por qué, Alison? Eres una mujer guapísima, sensual. No entiendo por qué no habías hecho el amor con otro hombre.

–Nunca he querido darle a nadie el poder de hacerme daño, así que he evitado las relaciones sentimentales y el sexo.

–¿Y por qué has cambiado de opinión?

Ella se dio la vuelta para mirarlo a los ojos.

–Tú eres el primer hombre con el que he querido hacerlo. Antes... me daba pánico estar desnuda con un hombre, no sólo físicamente, sino en todos los sentidos. Pero confío en ti, Max, sé que tú no vas a hacerme daño.

Maximo sintió como si una garra de acero apretase su corazón. Alison era virgen. Y confiaba en él cuando no había confiado en ningún otro hombre. ¿Pero qué podía ofrecerle más que una relación fría, sin sentimientos? Alison merecía algo más que eso, pero sencillamente no podía dárselo.

–No puedo darte amor. No puedo prometerte lo que un hombre debería prometerle a una mujer después de la primera vez.

–No necesito promesas. Además, ya estamos prometidos y lo que hay entre nosotros es mejor que el amor –dijo ella–. Somos sinceros el uno con el otro, tenemos un lazo en común.

Tenía razón, el amor no garantizaba nada. Sólo esperaba que no cambiase de opinión. Las vírgenes tendían a tomarse el sexo muy en serio, por eso él siempre las había evitado.

Cuando Alison pasó un muslo sobre el suyo y lo rozó con su húmedo sexo, volvió a excitarse de nuevo. La deseaba otra vez, tanto que todo su cuerpo estaba en tensión.

–Ten cuidado. –¿Por qué? –preguntó ella, con una sonrisa en los labios.

–Porque eres nueva en esto y no quiero hacerte daño.

–No me has hecho daño la primera vez.

–Pero no puedo prometer que vaya a comportarme. Ha pasado mucho tiempo para mí.

–¿Ah, sí?

–No había estado con una mujer desde que Selena murió.

Alison asintió con la cabeza.

–¿Y te remuerde la conciencia haberte acostado conmigo?

–No, no es eso. Sencillamente, no he querido estar con ninguna otra mujer. He salido con algunas, pero nada importante. Estuve casado durante siete años y sigo deseando la estabilidad que ofrece el matrimonio, pero no quería casarme otra vez. Es una contradicción, pero así es.

–¿Por qué no querías volver a casarte?

–Porque, al final, mi matrimonio fue un desastre –le confesó Maximo entonces–. Selena y yo ni siquiera compartíamos cama. No podía llegar a ella y dejé de intentarlo. Y luego murió en un accidente de coche mientras yo estaba fuera del país en viaje de trabajo... no estuve a su lado para protegerla. Mi obligación era protegerla y no lo hice.

–Max...

–Alison enterró la cara en su cuello–. No podrías haberla protegido de eso.

–Debería haber estado a su lado. Debería haberme esforzado más por hacerla feliz.

–Si ella no hablaba contigo, si no te contaba sus problemas, ¿qué podías hacer tú?

–Ella era frágil y la vida la obligó a soportar cosas que no todo el mundo habría soportado. Y yo tenía un deber hacia mi mujer que no supe cumplir.

La expresión de Alison se volvió fiera.

–Nosotros tenemos un deber el uno hacia el otro y te prometo que nunca te dejaré fuera, que siempre te contaré mis problemas.

El sentimiento que nació en su pecho cuando le hizo tal promesa era demasiado intenso. Pero no debería importarle tanto. Estaba con Alison por su hijo, nada más. Las emociones no deberían formar parte de aquella relación.

Pero esa simple promesa seguía repitiéndose en su cabeza mientras le hacía el amor de nuevo. Y cuando gritó su nombre durante el orgasmo, experimentó algo que no había creído volver a experimentar jamás.