Kara estaba ansiosa por ver a sus amigas esa noche y contarles lo que había ocurrido acompañadas de un jarrón de martinis de chocolate y frambuesas en Shillings.
-¡Qué historia más loca! ¿Quién creería que Hazme-Un-Oso sería un lugar peligroso para trabajar? Creo que deberíamos brindar por eso –exclamó su mejor amiga, Zoe, mientras levantaba la copa en dirección a Kara.
-No quiero pensar en osos ni en peleas ni en... nada. –Eso no era cierto, porque Kara no quería dejar de pensar en el detective alto y apuesto que vino en su rescate. –Vamos a hablar de un asunto más urgente. Nuestro pacto de San Valentín.
Las cuatro mujeres asintieron con solemnidad.
Kara rebuscó en su cartera, sacó una cinta para el cabello y se la colocó. La cinta era roja con una pluma en el medio y un alambre del que colgaba un trozo de follaje.
-Muérdago viajero. Fui la primera en hacer el pacto. –Se santiguó y juntó sus manos.
Todas rieron y tomaron otro trago de Martini.
-¡Pero ahora viene San Valentín, no Navidad! –exclamó Jess.
-Lo sé. Pero, debido a nuestro pacto, estoy obligada a usar esta maldita cosa hasta que alguien me bese. –Kara extendió sus brazos e inclinó su cabeza en una reverencia.
-¿Todo el año? –preguntó Jane, alzando una ceja. -¿Me estás diciendo que si no encuentras un hombre que te bese, vas a usar esa cosa TODO el año?
-Sip. –Kara soltó un suspiro. –Eso es lo que dije, y mantendré mi palabra... a menos que encuentre un hombre, por supuesto, y entonces... ¿Quién la usará luego?
-¡Yo! –gritó Zoe. –¡Estoy rendida en este juego de hombre-o-nada! –Hizo una señal al camarero, pero él siguió de largo.
-Bien. Pero creo que la usaré un tiempo más, así que estás segura. –Kara pensó en Jack. ¿Podría ser el que rompa el pacto para ella? ¿Cómo serían sus besos? ¿Tiernos? ¿O fuertes y demandantes? Él parecía un hombre que tomaba lo que quería, pero Kara nunca lo sabría porque no había llamadas. Ella le dio su número así que, obviamente, él no había querido verla de nuevo. Kara consultó su contestador automático una docena de veces desde su trabajo y se estaba volviendo un poco loca. Sólo había pasado un día desde que lo había visto, pero ya debería haberla llamado para entonces. -¿Qué hay de malo en mí, por cierto? Incluso cuando crees haber encontrado al potencial Hombre Ideal, nunca llama.
-Un minuto, retrocede. ¿Me perdí de algo? ¿Encontraste al Hombre Ideal? –preguntó Jess.
-¿Dije eso? –Kara trató de retractarse mientras el calor subía por sus mejillas. –No, quise decir que estaba buscando al Hombre Ideal, y con el Día de San Valentín a la vuelta de la esquina, parece que todos los buenos tienen pareja.
La mirada de Kara deambuló sobre la pista de baile cuando el ritmo de la música del DJ se detuvo. El hombre alto de al lado del escenario se dio vuelta. ¿Jack? ¿Por qué estaba aquí? Se sintió atravesada por la sensación vertiginosa de volver a verlo.
-Ese es él –susurró a sus amigas.
Todas se giraron en sus asientos para observarlo.
-¡No miren!
-Qué quieres decir con no miren. Ese es él siempre sigue con nosotras mirando –dijo Jane, levantando una perfecta ceja negra.
-¿Te refieres al Hombre Ideal que negaste conocer hace un minuto? –cuestionó Jess. –Hay dos tipos allí, pero supongo que te refieres al alto y hermoso y no el que parece un pino de bowling con suficiente edad para ser tu padre.
Kara lamió sus dientes para asegurarse de que no tuvieran pintalabios o chocolate pegado. Revisó si se había peinado el cabello antes de salir del trabajo, y alisó su suéter.
Jack y el hombre que estaba con él se giraron y avanzaron en dirección hacia ellas.
Kara puso su mejor sonrisa y ensayó un saludo femenino despreocupado con las puntas de los dedos.
Algo cruzó por la cara de Jack, pero nada más cambió. Su cara era como un bloque de piedra.
Ni reconocimiento. Ni sonrisa. Ni hoyuelo.
-¿Conoces a esa mujer? –el hombre preguntó a Jack.
-Nop, -dijo Jack. –Debe estar saludando al tipo detrás de nosotros. –Sin interrumpir su paso, ambos hombres pasaron por al lado de su mesa y salieron por la puerta.
La sonrisa de Kara se dispersó como caramelo caliente sobre helado frío.
-Oh-oh... -oyó murmurar a Zoe y sintió el brazo de su amiga alrededor de su hombro.
Kara se dio cuenta de que para esto están las amigas. No te fuerzan a hacer limonada con los limones que te da la vida. Lo que le recordó que limonada no era lo que necesitaba. Metió los dedos en la boca y silbó.
-¡Hey! ¡Amigo! ¿Nos podrías traer otra jarra de bebidas? –Encorvó los hombros. -¿Qué hay de malo conmigo?
-Nada. No hay nada malo contigo ni con ninguna de nosotras. –Jane negó con la cabeza, flameando su brillante cabello oscuro. –Todas estamos en el mismo barco así que nada de autocompasión.
-No hay esperanza para mí. –Kara esperó que le vuelvan a llenar el vaso y apuntó a la cinta en su cabello. –Por el muérdago viajero y la soltería. ¡Salud! –brindó, y bebió la mitad de su vaso.
La concentración de Jack se rompió cuando vio a Kara en el bar. Tenía que sacar a Kildergard de allí tan rápido como fuera posible. Había estado de encubierto los últimos dos días. Kildergard era el ex dueño del bar y convenció al dueño actual de permitirle utilizar el depósito adyacente para vender “Sales de Baño”. La semana anterior, una chica de la zona terminó en el hospital y tuvieron que amputarle el brazo por haberse inyectado esa mierda. El uso de Methylone iba en aumento. Luego de descubrir dónde la chica había conseguido esa sustancia, Jack supo que necesitaban terminar con el negocio de Kildergard. Ahora.
Había trabajado con la DEA en este caso durante meses, tratando de infiltrarse en el círculo de confianza de Kildergard y convencerlo de que era un comprador legítimo para un negocio grande. Ahora, estaba más cerca que nunca de que le muestre dónde guardaba el suministro principal.
Jack ideó mil escenarios en su mente de cómo se desarrollaría esta noche. Ninguno de ellos incluía ver a Kara con sus amigas.
Echó un vistazo a su reloj para verificar que todo estuviera en su lugar. Al tiempo que Kildergard sacó el estuche y abrió la tapa, Jack pronunció la palabra clave, “hielo”.
Al transmitirse a través del micrófono conectado, esa palabra dio la señal a la unidad de la DEA. La puerta se abrió de golpe y hombres fuertemente blindados irrumpieron, apuntando con sus armas.
-¡Qué mier... -gritó Kildergard, mientras trastabillaba en su intento por escapar.
El oficial de la DEA lo tiró al piso y le puso la rodilla en medio de la espalda. Sacó unas esposas de su bolsillo trasero.
-Gracias, Hartman. Buen trabajo. Nosotros nos encargamos desde aquí.
Cuanto antes pudiera dejar a este perdedor en manos de la DEA, más pronto podría ir con Kara e INTENTAR explicar sus actos.
Debería comprarle flores... o dulces... no flores.
Demonios, dudaba que quisiera hablar con él.