Le apetece. Sí, le apetece tomar algo, o al menos pasar un rato más con ese tipo que ha aparecido en la peluquería como posible respuesta a sus propósitos de Año Nuevo. Propósito en singular, mejor dicho, uno y único: olvidarse de Rober para siempre. Para ser sincera consigo misma, Miriam no esperaba que las cosas cambiaran demasiado después de su último y fogoso encuentro, uno más en la lista. Y sin embargo debía admitir que le dolía no haber recibido ni siquiera un mensaje en el que le felicitara las fiestas, o en Nochevieja, aunque fuera uno reenviado lleno de gorritos y flamencas. Al mismo tiempo, en su mejor tradición contradictoria, también ella se había resistido a comunicarse con Rober hasta la tarde del 1 de enero. Hace mucho que Miriam odia todo lo relacionado con un año nuevo que se parece sospechosamente al que acaba de terminar y, en un momento de soledad y aburrimiento, mientras contemplaba a su padre dando cabezadas en el sillón, decidió vencer sus reparos. Total, al fin y al cabo eran amigos, y los amigos se felicitan las fiestas, ¿no? Lanzó, pues, ese SOS encubierto en un mensaje neutro y convencional. Para su sorpresa, la respuesta llegó enseguida: «Feliz año, preciosa. ¿Te vienes a casa un rato y follamos?».
Lo peor de todo es que era eso lo que estaba deseando, aunque al mismo tiempo deseara no desearlo, en un juego alambicado donde se mezclaba la dignidad acumulada con las puras ganas de tener compañía. Los ronquidos quedos de su padre, el televisor repitiendo una gala que ya la había aburrido la noche anterior, restos de turrón en un plato de plástico de color dorado y una copa de cava solitaria y deprimente. ¿Por qué no? ¿Por qué no quitarse de encima esa manta triste y lanzarse a un rato de sexo?
Pero al mismo tiempo y con idéntica intensidad se imaginó a un Rober resacoso en aquel cuartucho inmundo, intuyó otro polvo en aquella cama deshecha, y la asaltó una sensación de fracaso anunciado o, peor aún, de inicio sórdido para un año que, maldita sea, tenía que ser distinto. Tienes treinta y ocho años, Miriam. Un hijo que ya tontea con una cría del instituto y un padre a punto de olvidar quién eres. Te mereces algo mejor.
Y quizá no mejor pero sin duda más atractivo es el hombre que tiene ahora delante y que, por alguna razón, se ha vuelto repentinamente tímido y mantiene un silencio muy poco prometedor. Sentados justo enfrente de la peluquería, en el mismo bar donde ella pide los cafés con leche en vaso que la sostienen durante toda la jornada, la conexión rápida parece haber desaparecido y la conversación languidece mientras las dos copas de cerveza se van vaciando y la voz cascada de Joaquín Sabina encadena quejas de borracho canalla.
—Perdona —dice él—, supongo que a estas horas estarás cansada.
—Hoy no mucho, si te soy sincera. Enero es un mes malo para nosotras.
—¿La famosa cuesta?
—La cuesta interminable, diría yo.
No hay nada que interese menos a Miriam que las charlas triviales sobre tópicos de ascensor, así que mira la hora con disimulo y da un trago generoso a la cerveza. El tipo, Víctor, es bastante guapo, eso es innegable, pero está revelándose como un soso de cuidado. Soso o preocupado por algo… tal vez por la alianza que rodea su dedo como una advertencia para sí mismo y para el mundo.
—Oye, voy a tener que irme —comenta Miriam—. Mis obligaciones no han terminado aún.
—¿La familia?
—Un hijo y un padre me esperan en casa. Mi padre —aclara—, no el de mi hijo.
—Yo también tengo una hija. Cloe, insoportables dieciocho años.
—Iago. Bastante decente para tener quince.
—¡Qué suerte! No te confíes: la adolescencia los ataca de repente y los vuelve completamente bobos.
—¿Y quién no lo fue? Creo que a veces nos olvidamos de la nuestra para juzgarlos.
—Yo fui un chico modelo —dice él, sonriente—. Mucho menos histérico que mi hija, en serio.
—Yo no. ¡No sé cómo me aguantaron! Pero las mujeres siempre hemos tenido más cosas contra las que rebelarnos.
—¿Sí? ¿Contra qué te rebelaste tú?
Son esos ojos verdes los que la mantienen en el bar cuando ya pensaba irse; los ojos, el interés súbito que vuelve a brillar en ellos, y la charla que, de nuevo, ha virado hacia temas más personales.
—Es una historia larga, pero, resumiendo, creo que me rebelé contra la tristeza.
—Ya. Ese silencio...
—Era asfixiante. Como cuando llevas mucho tiempo sumergida bajo el agua y tu cuerpo sale disparado hacia la superficie.
—Buscando el aire.
—Aire, fiesta y más cosas… Todo. Lo buscaba todo.
—¿Te divertiste?
—Menos de lo que parecía. Más de lo que me divierto ahora. ¿Y tú?
Víctor bebe antes de responder.
—Creo que hace bastante tiempo que no me divierto de verdad.
La frase suena a confesión, tal vez a invitación inconsciente que Miriam desvía de manera deliberada.
—¿No irás a soltarme el rollo lastimero del casado aburrido?
—Nunca. Te lo prometo.
—Voy a necesitar otra cerveza para creerlo.
—¿Esto significa que ya no te vas?
—Digamos que he decidido concederte quince minutos más.
—Tendré que esforzarme para prolongarlos.
—Como Scherezade.
—¿El cuento no era al revés?
Miriam sonríe.
—Los cuentos cambian con los años. Va, pide esa cerveza y cuéntame tu vida.
—A sus órdenes, sultana. Pero ¿podríamos cambiar cerveza por cena?
—Los esclavos de hoy tampoco sois como los de antes. Estás pidiendo demasiado.
—Has sido tú quien ha empezado a darle la vuelta a la historia.
—¿Sólo cenar?
—Palabra de esclavo.
—La sultana tiene que pasar por su casa antes. Asuntos de Estado.
—Me parece bien. Asumo mi papel; esperaré.
Miriam se levanta y se pone la chaqueta.
—Vivo aquí al lado. No tardo nada.
—No hay prisa.
Hasta el momento no ha habido el menor roce, pero Miriam no puede evitar apoyar una mano levemente en el hombro de Víctor al salir. De fondo, Sabina lloriquea sobre quinientas noches de soledad compartida y el camarero, al que conoce bien, le guiña un ojo. Desde la puerta ve que Víctor ha pedido otra cerveza y siente un temor agradable, un cosquilleo vertiginoso que tiene más que ver con lo inesperado de la situación. Recuerda sin querer otra canción del mismo cantante, una que habla sobre el mes de abril, y se dice que si alguien como Víctor quiere robarle lo que queda de enero ella está dispuesta a cedérselo sin oponer mucha resistencia.