Mishawaka, Indiana
Stuart estaba sentado en el sofá de la sala mirando televisión con los pies apoyados en la mesa de café cuando Pam le dijo:
—Estoy lista para trabajar en mi tapiz acolchado.
Sin respuesta.
—Stuart, ¿me estás escuchando?
Aún sin respuesta
Pam apartó el camión de juguete de su hijo con el pie y se paró frente al televisor.
—¡Eh! Me estás bloqueando la visión. —Stuart la miró fijamente y con enojo, y le hizo un gesto con la mano para que se moviera. Ella permaneció firme, con ambas manos sobre las caderas.
—Es la única manera en la que puedo tener tu atención.
—¿Qué quieres?
Stuart echó un vistazo por un costado para ver la televisión. Ella se movió hacia la derecha para continuar bloqueándole la visión.
—Dije que ya estoy lista para trabajar en mi tapiz acolchado.
—Qué bien. Por favor, ¿podrías moverte de mi camino?
Mientras lo señalaba, Pam sintió que le hervía el rostro.
—La próxima clase es en solo dos días, y prometiste que esta tarde podríamos trabajar juntos en nuestros tapices.
Stuart sacudió la cabeza.
—Nunca prometí algo así.Tú dijiste que querías trabajar en tu proyecto, y yo dije que por mí estaba bien. —Señaló el televisor—. Estoy viendo un juego de béisbol. Al menos en eso estaba hasta que me interrumpiste.
El enojo de Pam llegó al tope.
—Si no trabajas en tu proyecto esta noche, no tendrás lista la primera etapa del tapiz antes del sábado.
—Lo haré mañana a la noche.
—Mañana es el recital de piano de Devin y luego llevaremos a los niños a tomar helado. ¿Recuerdas?
—Ah, sí, es cierto. Bueno, entonces trabajaré en el estúpido tapiz el sábado a la mañana, antes de ir a Shipshewana. —Bostezó y estiró los brazos por encima de la cabeza—. O tal vez ni siquiera trabaje en eso. Tal vez ni vaya esta semana. Podría dormir hasta tarde el sábado.
Ella entrecerró los ojos.
—Mejor que cumplas con tu palabra.
Él se inclinó hacia la izquierda, estirando el cuello para volver a ver el televisor.
—¡Ah, genial! Me perdí la última jugada y ahora el otro equipo está por batear.
Pam rechinó los dientes.
—¿Por qué ese béisbol es más importante que yo?
—No lo es.
—Sí lo es. Si no lo fuera, apagarías el televisor, vendrías al comedor y cortarías los materiales para tu modelo de estrella. Podemos conversar mientras cortamos y prendemos las piezas con alfileres.
El rostro de Stuart se puso rígido y se le formaron pequeñas arrugas sobre la frente.
—Mira, Pam, cuando fuiste a pescar conmigo, no tuviste que hacer todo antes de ir.
—¿Qué quieres decir?
—Yo no esperaba que buscaras lombrices para usar como carnada o incluso que sacaras los elementos de pesca del armario. Yo lo hice por ti. Todo lo que tuviste que hacer fue sentarte en el bote y pescar.
El enojo de ella iba en aumento.
—¿Estás diciendo que piensas que yo debería trabajar en mi proyecto y en el tuyo también?
Se asomó una sonrisa en las comisuras de la boca de él.
—No estaría mal.
—¡Ah, claro! Así el sábado llegas a lo de Emma con una gran sonrisa y les haces creer a todos que hiciste lo que ella pidió. Él se encogió de hombros.
—Si no quieres hacer tu tarea, es tu decisión, pero no esperes que yo la haga por ti. —Pam giró y salió de la habitación dando pisotones. No creía que ninguna cantidad de sesiones de consejería matrimonial ni hacer cosas juntos salvarían su matrimonio. Iban por una calle de un solo sentido y, a menos que ocurriese un milagro, temía que el viaje terminara en divorcio.
Elkhart
—¿Podría empeorar la semana? —masculló Paul mientras su hija jugaba en el corral.
Reunión de padres una tarde y con el director de la escuela la siguiente era demasiado para una sola semana. Las dos veces le había pedido a Carla, una adolescente de la iglesia, que cuidara a Sophia. Carla parecía bastante capaz, pero en ambas oportunidades, al llegar a casa, Sophia había estado lloriqueando. Ya era bastante malo que tuviese que dejar a su pequeña en la guardería cada mañana antes de la escuela. Deseaba no tener que dejarla con una niñera cada vez que debía salir durante la tarde. También deseaba que su hermana, María, pudiese cuidar a Sophia todo el tiempo, pero con su trabajo de medio tiempo en el banco, más el cuidado de sus tres niñas movedizas, simplemente era imposible. Los días en los que Paul llevaba a Sophia a la guardería, ella todavía lloraba tan pronto como estacionaba frente al edificio. Le rompía el corazón cuando ella le estiraba los brazos, como rogándole que se quedara.
Paul esperaba que María pudiese cuidar a Sophia los sábados restantes en los que tomaría las clases de confección de acolchados así no tendría que llevarla con él, como la semana anterior, o peor, dejarla con una niñera que no conocía. A pesar de que Sophia se había portado bien durante las dos horas que habían estado en lo de Emma, a Paul le había costado concentrarse en lo que ella trataba de enseñarles. Le resultaba importante aprender alguna técnica para acolchar, ya que había decidido que definitivamente intentaría terminar el acolchado para Sophia, y esperaba que, al hacerlo, pudiese darle un cierre a la situación.
Esta noche, Paul estaba agradecido por estar en casa, pero tenía algunos trabajos que calificar. Sophia estaba con él en el comedor, pero no estaba muy contenta en el corral en lugar del regazo de su papá, como acostumbraba la mayoría de las tardes. De todos modos, era mejor a que alguien más la cuidara.
—Ay, Lorinda —susurró Paul mientras se frotaba un lunar que le molestaba en la frente—. Cómo quisiera que estuvieses aquí conmigo, cargando a nuestra hermosa pequeña.
Shipshewana
Emma recién se había sentado frente a la máquina de coser a pedal cuando escuchó que se abría la puerta trasera. Unos segundos después, su nieta Lisa, de ocho años, brincó en la sala.
—Papi hizo una fogata atrás, y pronto asaremos perros calientes y malvaviscos —anunció la pequeña de ojos azules y cabello rubio—. ¿Te gustaría venir y comer con nosotros, abuelita?
Emma sonrió y abrazó a Lisa.
—Gracias por la invitación, pero ya comí.
—Entonces ven a comer malvaviscos. —Lisa le sonrió a Emma y se relamió los labios—. Saben superdeliciosos.
—Yo también creo que son deliciosos, pero ahora estoy ocupada cosiendo. Quizás alguna otra vez que tu papá haga una fogata pueda ir con ustedes —dijo Emma.
Lisa sacó el labio inferior hacia afuera. Emma odiaba decepcionar a la niña, pero si no terminaba de ensamblar ese acolchado, no lo tendría listo para la subasta de caridad que se haría en unos pocos meses. Tampoco había terminado el acolchado para la boda de otoño a la que asistiría. Sin embargo, tampoco quería dejar pasar la oportunidad de estar con parte de su familia.
Le dio una palmadita en el brazo a su nieta.
—Los acompañaré en un rato, luego de coser un poco. ¿Qué te parece? Una enorme sonrisa se formó en el rostro de Lisa. —¡Cose rápido, abuelita!
Emma sonrió mientras la pequeña de mejillas rosadas salía de la sala correteando. Era agradable vivir tan cerca de Mary y su familia. No solo estaban cuando los necesitaba, sino que casi siempre había alguien con quien conversar en la casa de al lado cuando se sentía sola. Otras veces, especialmente durante los meses más cálidos, cuando las ventanas estaban abiertas, era agradable simplemente escuchar a los nietos del otro lado de la cerca, riendo y jugando en el jardín. Hacía que se sintiese conectada a ellos.
Durante la siguiente hora, Emma trabajó en el acolchado. Mientras cosía, pensaba en la próxima clase de confección de acolchados. Esperaba que fuera mejor que la de la semana anterior, y que todos comenzaran a interesarse en las cosas que planeaba enseñarles. El sábado anterior, cuando Stuart se había quedado dormido, se había preocupado porque tal vez estaba aburrido o no había entendido lo que ella había intentado explicarles. A pesar de que Emma sabía mucho acerca de la confección de acolchados, no estaba segura de que hubiese presentado la información de manera clara e interesante. Se aseguraría de ir un poco más despacio esta semana y de no permitir que la invadieran los nervios. Y con suerte no habría interrupciones, como Maggie, que se escapó de su corral, o Stuart y Jan, que intercambiaron palabras acaloradas y casi se pelean. A Emma le había parecido que eso era lo más incómodo.
Los pensamientos de Emma se detuvieron cuando escuchó el sonido de una sirena que parecía acercarse cada vez más. Cuando vio las luces rojas a través de la ventana y se dio cuenta de que venían por el camino que separaba su casa de la Mary, se preocupó mucho.
Olfateó el aire. “¿Es humo lo que huelo?”.
Se apresuró hacia la ventana y se quedó sin aliento cuando dos camiones se detuvieron. Se movió hacia la ventana lateral y notó que el humo y las llamas venían del cobertizo donde su yerno guardaba madera y herramientas de jardinería. El cobertizo no estaba lejos del granero, y Emma temió que si no controlaban pronto el fuego, el granero también se prendiera.
Con una oración rápida, pero firme, Emma salió por la puerta trasera mientras el sonido de las maderas crujiendo llegaba a sus oídos.