CAPÍTULO 11

Cuando Emma se despertó el sábado a la mañana, se sentía tan cansada que apenas podía mantener los ojos abiertos. Había pasado todo el día anterior ayudando a Mary a limpiar la casa y a deshacerse del persistente olor a humo. También habían alimentado a los hombres que habían venido a ayudar a Brian a limpiar las ruinas que había dejado el fuego. Habían perdido el cobertizo, pero afortunadamente, el granero y la casa no se habían prendido fuego. En algún momento durante la semana entrante se construiría un nuevo cobertizo, y Brian planeaba alejar el hoyo para el fuego de las construcciones exteriores.

Emma se alegró al saber eso. La idea de perder la casa en manos del fuego le daba escalofríos. Cuando era niña, una de sus amigas había muerto cuando se incendió la casa, y varios miembros de la familia habían resultado gravemente heridos. Emma nunca había olvidado esa tragedia y esperaba que ningún conocido tuviera que pasar por algo similar.

Se escuchó un golpe en la puerta principal. Emma miró el reloj en la pared de la cocina. Faltaban diez minutos para las diez, así que se imaginó que alguno de sus alumnos había llegado un poco antes.

Cuando Emma respondió a la puerta, se sorprendió de ver a Lamar Miller en el porche, sosteniendo su sombrero de paja en una mano.

—Buen día, Emma —dijo él con una sonrisa amigable.

—Buen día —respondió Emma sin devolverle la sonrisa. No quería parecer grosera, pero al mismo tiempo, no quería alentarlo a nada.

—Escuché acerca del fuego en lo de Brian y Mary y quería asegurarme de que todo estuviera bien —explicó Lamar.

—A excepción de algunos nervios destrozados, todos están bien. Podría haber sido peor. Brian tendrá que volver a armar el cobertizo, por supuesto, pero aparte de eso, no hubo otros daños.

—Me alegro de escuchar eso —dijo Lamar aliviado. Se movió levemente y aclaró la garganta—. La otra razón por la que pasé por aquí es porque voy a la pastelería a comprar algunas rosquillas y me preguntaba si te gustaría acompañarme.

Ella sacudió la cabeza.

—Mi clase de confección de acolchados comienza a las diez, y mis alumnos deberían llegar pronto, así que estoy ocupada toda la mañana. Pero gracias por preguntar —agregó rápidamente.

Lamar se colocó el sombrero de paja sobre la cabeza y lo empujó hacia abajo, como si le preocupara que se cayera.

—Supongo que podríamos esperar hasta la tarde, pero es probable que entonces no encontremos más rosquillas.

—Está bien; ve tú. Esta tarde estaré ocupada también con otras cosas.

—Ah, ya veo. Lamar dejó caer los hombros.

—Tal vez otro día —dijo Emma, sin saber por qué. En realidad, no tenía ninguna intención de ir a ningún lado con este hombre persistente—. Ah, y gracias por preocuparte por el fuego de al lado.

—Me alegra que solo fuesen daños menores. —El rostro de Lamar se iluminó levemente—. Tal vez vuelva a pasar la próxima vez que vaya a la pastelería.

“Ah, genial —pensó Emma mientras observaba a Lamar caminar sin prisa por el jardín hasta el carro tirado por un caballo—. Espero tener una buena excusa para no acompañarlo la próxima vez que pase”.

Lamar recién había salido del jardín de Emma cuando llegó la todoterreno de los Johnston, seguida por el automóvil de Ruby Lee. Poco tiempo después, el vehículo destartalado de Star se asomó por la entrada para autos y Jan llegó pedaleando su bicicleta. Estaban todos menos Paul.

—Entremos y tomemos asiento —sugirió Emma—. Apenas llegue Paul, comenzaremos la clase de hoy.

Plácidamente, todos acercaron una silla a la mesa.

—¿Por cuánto tiempo tenemos que sentarnos aquí a esperar al maestro de escuela? —preguntó Stuart, mirando su reloj con nerviosismo—. No tengo tiempo para quedarme aquí sin hacer nada todo el día, y seguro no me quedaré después del mediodía porque empezamos tarde.

Las cejas de Pam se compactaron cuando le echó una mirada de disgusto.

—Ay, deja de quejarte. Estoy segura de que Paul llegará en cualquier momento.

Stuart cruzó los brazos.

—Bueno, mejor que así sea.

Pam miró a Ruby Lee y arrugó la nariz.

—Todo lo que hace es quejarse.

Ruby Lee cambió el tema de conversación por el clima que habían estado teniendo esa primavera. Eso pareció ayudar a cambiar un poco el ambiente.

Emma estaba a punto de sugerir que cada uno mostrara qué había hecho esta semana con el proyecto de acolchado cuando escuchó que golpeaban la puerta. Se sintió aliviada cuando la abrió y encontró a Paul en el porche.

—¿Dónde está tu bebé? —preguntó Jan cuando Paul entró con Emma en la sala y se sentó—. Esperaba que viniera contigo otra vez.

—Mi hermana, Maria, está cuidando hoy a Sophia —respondió Paul—. Maria y su familia estaban fuera de la ciudad la semana pasada, por eso traje a Sophia.

—Ah, ya veo.

Emma no pudo evitar notar la decepción de Jan. Obviamente esperaba que Paul trajera a la bebé con él. A Emma también le hubiese encantado volver a ver a Sophia, pero sabía que a Paul le resultaría más fácil concentrarse si no tenía que ocuparse de la bebé.

—Perdón por llegar tarde —dijo Paul—. Estábamos a punto de salir cuando Sophia se ensució el pañal. Por supuesto, para ser justo con Maria, tuve que cambiarla antes de dejarla en su casa. Nunca creí que habría tanto para limpiar con un bebé en la casa. —Sacudió la cabeza—. Y nada de eso es divertido.

—Siempre he creído que Dios nos da niños para hacernos humildes —dijo Emma con una sonrisa—. No puedo contar las veces que mis hijos se ensuciaron la ropa de ellos o la mía, y por lo general era el domingo a la mañana cuando ya estábamos casi listos para ir a la iglesia.

—¿Dónde se encuentra su iglesia? —preguntó Paul.

—Oh, no rendimos culto en un edificio de iglesia como lo hacen los inglesitos —dijo Emma—. Tenemos nuestros servicios cada dos semanas, y los miembros de nuestro distrito se turnan para albergar la iglesia en su casa, granero o tienda.

—¿Tienen una iglesia en un granero? —preguntó Star.

Emma asintió.

—A veces, si ese es el edificio más grande disponible y sabemos que asistirán muchas personas.

Stuart se rió disimuladamente y se tapó la nariz.

—Imagino que debe de oler bastante mal con todos esos animales sucios ahí. ¿Los relinchos de los caballos y mugidos de las vacas los acompañan en sus cantos? —preguntó riendo.

Pam le dio un codazo en las costillas a su esposo, lo que hizo que saltara.

—¡Stuart, no seas tan grosero! Estoy segura de que no hay animales en el granero cuando los amish ofrecen sus servicios de culto.

—Así es —coincidió Emma—. Si elegimos hacer un servicio en uno de nuestros graneros, sacamos a los animales y limpiamos antes de colocar los bancos de madera.

Ruby Lee arqueó una ceja.

—¿Quieres decir que se sientan en bancos de madera en lugar de sillas acolchadas?

—Sí. Tenemos bancos sin respaldo que se trasladan de casa en casa en uno de nuestros carros siempre que tengamos un servicio, boda o funeral.

En la frente de Pam se formaron pequeñas líneas mientras fruncía el ceño.

—No me puedo imaginar sentarme en la iglesia durante toda una hora en un banco de madera sin respaldo.

—En verdad, nuestros servicios duran más de una hora —dijo Emma—. Por lo general, duran alrededor de tres horas, y a veces más si tenemos comunión u otro servicio especial.

—¿Tres horas completas? —se quejó Stuart—. Nunca podría sentarme tanto tiempo en un banco de madera sin respaldo.

—Te sientas esa misma cantidad de tiempo en las gradas cuando vas a algún estúpido evento deportivo —dijo Pam, mientras volvía a conectar el codo con las costillas de Stuart.

“No solo le deben de doler las costillas a ese pobre hombre con tantos golpes —pensó Emma—, sino que es probable que también se sienta avergonzado por el comportamiento de su esposa. ¿Debería decir algo o lo ignoro?”.

—Sentarse en las gradas no se compara con los bancos de madera. — Stuart se puso de pie y alejó su silla de Pam—. Cuando veo un juego, me levanto y me siento muchas veces. Además, hay más para ver en un juego de béisbol o de fútbol que lo que puede haber en un granero. —Sacudió la cabeza lentamente—. La verdad es que me alegra no ser amish.

—¡Stuart! —Las mejillas de Pam se pusieron de un rosado brillante; se veía completamente avergonzada.

Emma deseaba decir algo en ese momento, pero no se le ocurría absolutamente nada. Notaba cuán incómodos se veían también los demás, mientras se retorcían en sus sillas.

—Digamos, ¿por qué no te guardas las opiniones? —Jan rompió el silencio—. Los amish tienen su manera de hacer las cosas, y nosotros, inglesitos, tenemos la nuestra. ¿Y quién dice que se necesitan bancos acolchados para adorar a Dios?

—¿Y tú qué sabes? —respondió Stuart—. ¿Cuándo fue la última vez que pusiste un pie en una iglesia?

Jan se inclinó hacia adelante y lo miró de tal forma que a Emma se le erizó el cabello detrás del cuello.

—Podría hacerte la misma pregunta, amigo. ¿Quieres que lo resolvamos de otra manera?

“Ay no, basta de problemas entre estos dos hombres”. Emma sabía que tenía que decir o hacer algo antes de que las cosas se salieran de control.

—Bueno, bueno —dijo Ruby Lee, antes de que Emma pudiese hallar la voz—. No vinimos para hablar de la iglesia. Vinimos para aprender más sobre la confección de acolchados. —Miró a Emma y sonrió—. ¿No es cierto?

Emma asintió, aliviada de que luego del comentario de Ruby Lee ambos hombres parecieron relajarse un poco.

—Antes de comenzar con el próximo paso en la confección de sus tapices, ¿todos cortaron las piezas de su modelo esta semana?

Todos excepto Stuart asintieron.

—Con todas las responsabilidades que tengo en la tienda de artículos deportivos, no tuve tiempo de hacer nada del proyecto esta semana — murmuró.

Pam cruzó las piernas, y el pie se balanceaba de arriba hacia abajo mientras le dirigía una mirada de desprecio.

—Eso no es verdad, ¡y lo sabes! Habrías tenido tiempo de sobra para cortar todas las piezas de tu modelo si no hubieses mirado tanta televisión. Pero no, apenas llegabas a casa cada noche, ahí estaban los estúpidos programas de deportes.

—Bueno, al menos no estoy todo el día sentado viendo novelas melodramáticas —respondió él.

—¡Yo no hago eso! —resopló Pam—. Cuando no estoy limpiando, cocinando o lavando ropa, estoy en el auto llevando a los niños a la escuela o trayéndolos a casa. Ah, y no te olvides, llevo a Devin ida y vuelta de sus clases de piano y de la práctica de fútbol todas las semanas.

—Yo voy a todos los partidos.

—Claro, pero no es lo mismo que…

Emma se aclaró la garganta, esperando poner fin a la discusión de los Johnston.

—¿Comenzamos con la próxima etapa de la confección de los tapices?

—¿Cómo hará él para comenzar la próxima etapa si no ha hecho la primera? —preguntó Star, señalando a Stuart. Era la primera vez que la joven decía algo más que unas pocas palabras desde que había entrado a la casa de Emma esta mañana—. Espero que no tengamos que sentarnos aquí y ver cómo hace lo que debería haber hecho durante la semana.

—Puedes estar segura de eso —dijo Jan—. Todos pagamos una buena cantidad de dinero para tomar esta clase y aprender a confeccionar acolchados. Miró a Stuart de tal forma que Emma pensó que podría haber detenido a un caballo desbocado.

Antes de que Stuart pudiese responder, Emma intervino:

—Ahora, por favor, si todos colocan las piezas sobre la mesa, yo podré ver cómo van las cosas.

A Emma no le sorprendió ver cuán prolijas estaban cortadas y prendidas las piezas rosadas de Pam y las azules de Ruby Lee, pero no hubiese esperado que las piezas color verde oscuro de Jan estuviesen hechas con tanta precisión. Las piezas de Paul eran amarillas, y tanto las piezas de él como las negras y doradas de Star estaban algo descentradas, pero nada que no pudiese arreglar un pequeño reajuste y volver a prender.

Emma sonrió.

—Todos lo hicieron bastante bien.

—Todos menos él. —Pam señaló a su esposo—. No hizo nada de nada.

Los ojos de Stuart se entrecerraron mientras la miraba con desagrado.

—Eso es. ¡Sigue recordándomelo! —El rostro se le puso rojo, y la voz se elevaba con cada palabra que decía—. Siempre todo va bien entre nosotros cuando me echas las cosas en la cara. Y mejor todavía cuando tienes público, ¿no? Estoy seguro de que te sientes muy bien si logras que los demás se pongan de tu lado.

—Eres imposible —masculló Pam, mientras giraba la cabeza.

Emma se retorció nerviosa. Parecía haber mucho enojo y tensión entre Pam y Stuart. Sabía que tenía que decir algo para aliviar la tensión, y su mente intentaba encontrar las palabras correctas. Luego, recordando algo que una vez le había dicho Ivan, miró a Pam primero y luego a Stuart.

—Tolerancia es lo que necesitamos tener entre nosotros. Las cosas fluyen mejor si somos amables con los demás. Ninguno de los dos respondió nada.

—Amar a Dios, a ti mismo y a los demás. Eso es lo que enseña la Biblia —agregó Ruby Lee.

Paul asintió con decisión; Star alzó los ojos hacia el cielo raso; Jan encogió los anchos hombros; y Stuart y Pam se quedaron mirando la mesa. Emma se dio cuenta de que no todos sus alumnos iban a la iglesia o tenían una relación con Dios. A pesar de que los amish no evangelizaban como lo hacían muchos creyentes ingleses, muchos, como Emma, trataban de dar un ejemplo cristiano a través de sus acciones y palabras. Emma tomó la decisión en su corazón de tratar de mostrarles a sus alumnos el amor de Jesús, y comenzaría ese mismo día.