Mishawaka
Cuando Stuart entró en la cocina el viernes a la mañana, encontró a Pam sentada a la mesa bebiendo una taza de café.
—¿Dónde están los niños? —preguntó él luego de servirse algo de café y sentarse junto a ella.
—Todavía acostados. Pensé que podría dejarlos dormir un poco más así tendría algo de tiempo para mí.
—Supongo que no tendrás demasiado de eso una vez que comience el verano y terminen las clases.
—No, seguro que no.
Stuart sopló su café y bebió un sorbo.
—Ya que mañana es sábado y tengo el día libre, ¿por qué no te reúnes con alguna de tus amigas? Pueden ir de compras toda la mañana y luego almorzar mientras yo cuido a los niños.
Pam sacudió la cabeza.
—Mañana es la clase de confección de acolchados, ¿recuerdas?
Él chasqueó los dedos.
—Ah, sí, es cierto. Casi lo olvido.
—A mí me suena como que te olvidaste —dijo ella, mirándolo con el ceño fruncido.
Él se encogió de hombros.
—Está bien, tal vez me olvidé. Tampoco es tan grave, ¿verdad?
—Bueno, eso depende.
—¿De qué?
—De si te olvidaste a propósito.
—No me olvidé a propósito. Las cosas han estado más atareadas que lo normal en el trabajo esta semana, y mi cerebro está cansado; eso es todo.
—¿Estás seguro de que no propusiste que fuera de compras con una amiga para no tener que ir a la clase conmigo?
—No, no fue así.
—¿Preferirías ir sin mí otra vez?
El enojo de Stuart aumentó.
—¿Estás tratando de poner palabras en mi boca?
—No, solo pensé…
Consciente de que si no salía de allí inmediatamente comenzaría a gritar, Stuart se alejó de la mesa.
—Mejor me voy o llegaré tarde al trabajo.
—Pero aún no tomaste tu desayuno.
Él señaló la mesa.
—No veo que haya nada esperándome… a menos que sea invisible.
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No tienes que ser sarcástico. Estaba esperando para comenzar el desayuno hasta que tomaras tu café.
—Bueno, ¡no quiero nada para desayunar! —Stuart llevó su taza de café hasta el fregadero y salió disparado por la puerta trasera, golpeándola al salir. Parecía como si siempre que trataba de entablar alguna conversación con Pam, terminaban discutiendo. Estaba cansado de eso, y que ella se largase a llorar tampoco ayudaba. Estaba seguro de que ella lo hacía para hacerlo sentir mal, pero no le iba a funcionar esta vez. Si las cosas volvieran a estar bien entre ellos, Pam necesitaba dejar de mandonearlo y de contradecirlo todo el tiempo.
Shipshewana
Después tomar un desayuno rápido, Jan fue hasta el garaje para buscar algunas herramientas para el techo que planeaba desmantelar hoy. Terry llegaría a buscarlo en cualquier momento y así podrían seguir su camino.
Cuando Jan entró en el garaje, su mirada se posó sobre la motocicleta, que estaba aparcada junto a su camioneta. Ah, cómo deseaba poder montarla en este preciso momento. Simplemente bajar por el camino y dejar atrás todos sus problemas. Pero sabía que no podía. Tenía la responsabilidad de terminar un trabajo en un techo, sin mencionar las clases de confección de acolchados por las que había pagado una buena suma de dinero y que realmente quería terminar. Además, si montara su Harley y lo detuviera la policía, probablemente lograría que le suspendieran la licencia de manera permanente. No, podía aguantar un par de meses más hasta recuperar su licencia. No tenía sentido arriesgarse de manera tonta con su motocicleta. Ya lo había hecho, y mira lo que le había costado.
Jan deambuló por la habitación y se sentó en la moto. Tomado del manillar y con los ojos cerrados, dejó que su mente vagara un momento, y se preguntó hacia dónde se dirigía su vida. Si no fuera por el trabajo y por su motocicleta, realmente no tenía demasiado propósito; al menos no como el que tendría si estuviese casado y con una familia. Pero había abandonado esa idea varios años atrás, convenciéndose de que estaba mejor solo. Además, pensaba que vivir una vida tranquila y aburrida era mejor que una vida repleta de complicaciones. ¿Se había equivocado? ¿Tendría que haberse dado la oportunidad de volver a amar? ¿Era demasiado tarde para eso?
“De verdad que Brutus me mantenía los pies sobre la tierra —pensó, mientras redirigía sus pensamientos—. Al menos el perro me dio una razón para volver a casa cada noche”.
Jan se preguntaba si debía conseguir otro perro para que ocupara el lugar de Brutus. Tal vez un cachorro a quien entrenar desde el principio fuese mejor que un perro ya crecido con malos hábitos, como robar y escapar de su caseta.
“¿Pero realmente quiero pasar por la etapa de cachorro? —se preguntaba—. Eso de que mordisquee todo y que haya que sacarlo varias veces afuera hasta que esté entrenado. Por otro lado, los cachorros son tiernos y tienen ese dulce aliento a leche. Creo que tendré que pensarlo mejor antes de lanzarme a hacer algo de lo que después me arrepienta”.
¡Guau! ¡Guau!
Los ojos de Jan se abrieron de golpe. ¿Estaba tan concentrado en sus pensamientos que escuchaba cosas o había un perro ladrando afuera del garaje?
¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!
Jan se bajó de la motocicleta y abrió la puerta de un tirón.
Brutus, moviendo el rabo como un limpiaparabrisas a toda velocidad, brincó hacia Jan con un balón de juguete en la boca, que inmediatamente dejó caer a los pies de Jan. Luego se sentó frente a Jan, todavía moviendo el rabo, como si esperara algún tipo de felicitación por el regalo que acababa de traer.
Jan, que no podía contener las lágrimas, se sentó en cuclillas sobre el suelo y permitió que el perro le lamiera el rostro. Nunca había sido de los que demuestran demasiado afecto, pero no pudo resistir darle a Brutus un abrazo de oso gigante.
—¿Dónde has estado todo este tiempo, muchacho? Pensé que estabas muerto. —Una sensación de alivio inundó el alma de Jan, y casi se ahogó con las palabras mientras le rascaba a su perro la piel del cuello y luego detrás de las orejas—. No sé si regañarte o darte de cenar un jugoso filete.
Brutus gimoteó y luego hociqueó la mano de Jan y se inclinó en busca de más atención.
Más allá de tener algo de lodo en las patas, Brutus parecía estar en buenas condiciones. Jan se imaginó que alguien debía de haber cuidado al perro, tal vez alguna familia con un niño, lo que explicaría la pelota de juguete.
Jan estaba realmente contento de saber que Brutus no estaba muerto, pero sabía que el perro podía terminar así si no lo aseguraba en su caseta mientras estaba trabajando durante el día. Planeaba conseguirle un collar, una licencia, y también una placa de identificación. De ninguna manera iba a arruinar un final feliz con otro descuido. Así que luego de que Jan le dio a Brutus algo de comida y agua, lo encerró en el garaje y fue a cubrir la parte superior de la caseta con una malla de alambre. Apenas había terminado la última parte cuando llegó la camioneta de Terry.
—Eh, hombre, ¿no es como cerrar la puerta del granero una vez que escapó el caballo? —gritó Terry luego de bajar de la camioneta, mientras caminaba hacia la caseta.
—¡Buenas noticias! Estaba equivocado acerca de Brutus. Apareció esta mañana, y ahora está en el garaje. —Jan le brindó a Terry una amplia sonrisa—. ¿No es una locura?
—Ay, hombre, es genial. ¿Dónde estuvo durante todo este tiempo? ¿Lo sabes?
Jan sacudió la cabeza y salió de la caseta, agradecido de que su buen amigo estaba realmente feliz por él.
—Pienso que cuando se escapó debe de haber estado vagando por ahí en busca de más cosas para robar y que alguna familia probablemente lo acogió. Tal vez por eso no pudo volver a casa todos estos días.
—¿Qué te hace pensar eso?
Jan explicó acerca de las buenas condiciones en las que estaba Brutus y cómo había vuelto a casa con un juguete en la boca.
—Y ahora que he hecho su caseta a prueba de huidas, estoy seguro de que no volverá a pasar. Hablando de aprender la lección —dijo Jan mientras señalaba hacia el cielo—, creo que Alguien allá arriba debe de estar cuidándome.
Terry palmeó a Jan en la espalda.
—De verdad estoy contento de que Brutus haya vuelto a casa, porque has sido algo difícil todos estos últimos días.
Jan encogió sus anchos hombros.
—¿Qué te puedo decir? Extrañaba a mi perro. Nunca pensé que sería así, pero hombre, la verdad que sí.
Terry le dio a Jan otro golpetazo en la espalda.
—Bueno, si te consiguieras una esposa, no necesitarías un perro.
—Como ya te he dicho antes, saldré con alguna chica cada tanto, pero no me involucraré seriamente con ninguna. Un perro es suficiente trabajo.
Goshen
Ruby Lee se sentó frente a la computadora y accedió a su correo electrónico, con la esperanza de encontrar algo de Annette.
Una sensación de alivio la invadió cuando descubrió un mensaje con la dirección de Annette en la columna del remitente. Se titulaba “Aviso”.
Ruby Lee abrió el mensaje y pronto se dio cuenta de que había sido enviado por la hija de Annette, Kayla:
Querida Ruby Lee:
Te escribo con mucho dolor y tristeza para comunicarte que mi madre falleció hace dos semanas.
Ruby Lee se quedó sin aliento.
—¿Qué? ¡Un momento! ¡No, esto no puede ser! Le brotaban las lágrimas a medida que continuaba leyendo el mensaje de Kayla:
El cáncer de mamá regresó, pero no fue al doctor ni le dijo a nadie hasta que era demasiado tarde. Todos hemos estado muy conmocionados, especialmente papá. Está tan deprimido, no puede asimilarlo. Alguien de la familia tendría que haberte avisado, pero no podíamos encontrar la libreta de direcciones de mamá, y recién hoy entré en su correo electrónico y encontré varios mensajes que le habías enviado. Lamento avisarte de esta manera.
Saludos,
Kayla.
P.D.: Por favor, reza por mi familia, especialmente por mi papá.
La cabeza de Ruby Lee nadaba en un remolino de emociones, ira, conmoción y dolor, porque Annette no le había contado que el cáncer había vuelto y acababa de enterarse de que su amiga estaba muerta.
—¡Esto no puede ser cierto! Amiga, te habría acompañado si hubiese sabido —se lamentó. ¿Annette no querría su apoyo? Ruby Lee no podía imaginar pasar sola por tan terrible situación. ¿Y ahora su amiga estaba muerta? Era demasiado para asimilar.
Las lágrimas rodaban por el rostro de Ruby Lee. Mientras intentaba aceptar lo que se había enterado, cerró los ojos aún con incredulidad. “Mis problemas no son nada en comparación con lo que debe de haber pasado Annette. Ay, como me gustaría que hubiese respondido mis llamadas y correos electrónicos. Si tan solo hubiese sabido, habría dejado todo y habría ido hasta Nashville para estar con ella”, pensó.
Ruby Lee dejó caer la cabeza sobre sus manos abiertas y lloró.
—Querido Señor, ¿dónde estabas Tú en todo esto? ¿Por qué dejarías que mi mejor amiga muriese? Si tan solo hubiese podido estar con ella. —Tan pronto como dijo estas palabras, Ruby Lee sintió remordimiento—. Supongo que tendría que haber intentado contactarte mejor, Annette. Ay, lo siento tanto. —Las lágrimas continuaban fluyendo mientras intentaba asimilar esta mala noticia.
Shipshewana
Durante los últimos días, Emma había pasado buena parte de su tiempo en el sofá con una bolsa de hielo presionada sobre su abdomen. De todas las cosas que había estado haciendo para aliviar el dolor y la comezón de las ampollas, las compresas frías parecían ser las más beneficiosas. El jueves había visto a su doctor naturista y le había dado una inyección de B-12 y algunas cápsulas de lisina. Aquello la había ayudado un poco, pero aún se sentía mal, aunque no tan mal como la primera vez que había tenido culebrilla.
Si bien odiaba tener que hacerlo, Emma sabía que tenía que llamar a sus alumnos de la clase de confección de acolchados y cancelar la clase de mañana porque en ese momento tenía demasiado dolor.
Mientras rechinaba los dientes por la decisión, Emma salió por la puerta. Estaba a mitad de camino de la cabina telefónica cuando un carro tirado por un caballo se detuvo en su jardín. Unos segundos después, descendió Lamar.
—¿Cómo estás? —preguntó, mientras caminaba hacia ella.
—No muy bien —admitió Emma—. Estaba yendo a llamar a mis alumnos de la clase de confección de acolchados para avisarles que no podré dar la lección mañana. —Suspiró—. Tengo la esperanza de sentirme bien la próxima semana, pero estoy demasiado dolorida esta semana.
La sonrisa habitual de Lamar se transformó en un ceño fruncido.
—El otro día te dije que yo daría la clase en tu lugar. ¿Eres tan orgullosa como para aceptar mi ayuda?
Ella puso sus manos sobre las caderas e hizo un gesto mientras el dolor le invadía el lado izquierdo.
—¡No soy tan orgullosa! Solo que no estaba segura de que supieras lo suficiente como para reemplazarme en mi clase.
—Sé más de lo que crees, y ya que no estás en condiciones de dar la clase, al menos deberías dejarme intentarlo.
Emma contempló su oferta unos segundos y finalmente asintió porque, en verdad, ¿qué otra opción tenía? Solo esperaba que no fuese un error.