24

 

 

—Después dices que me pasan cosas a mí, ¿y lo tuyo? —le dije a Lea, aún riendo por aquella tomadura de pelo de los musculosos.

—Coño, ¿cómo iba a saber que se habían intercambiado? Anda que...

—Podríamos hacer un día eso tú y yo.

—¿Me quedo con Thiago y tú con Adri?

—¡Ja! No alucines —le solté entre risas.

—Y estaban en Marte porque...

—Qué mamón, sabía que estaríamos allí. Adam me ha preguntado si quería tomar algo más y le he dicho que había quedado en Marte contigo.

—Mucha información das tú —dijo Lea con ironía.

—No lo he dicho para que viniera, ¿es que no tiene nada mejor que hacer?

En realidad me agradaba, aunque no tenía claro cuál era su objetivo final.

—Se ve que no. Este quiere meterte el mondongo...

Me reí al oír esa expresión.

—Joder, ¡y cómo baila! —le dije yo recordándolo.

Entramos en LoveHate y la música nos envolvió. Teníamos ganas de bailar, así que nos adentramos en la pista y nos pusimos a movernos como dos locas. A los pocos minutos mi vejiga me avisó de que iba a estallar, así que me fui al baño dejando a Lea a su bola.

Aquel pub era bastante grande y los baños también. Había un espejo largo donde varias chicas se retocaban. Yo miré un segundo mi pintalabios y vi que estaba perfecto. Cuando dejaron uno de los baños desocupados, entré y mientras estaba allí oí una voz estridente que me sonaba: era Gala.

—Tela, la de gente que hay hoy. Nos quedamos un rato, pero luego vamos a la disco, ¿te parece?

—Sí, porfa. A ver si así puedo ver a Jaime. Me dijo Débora que solía estar por aquí los sábados —dijo su amiga.

—A ver si lo vemos. Fíjate, a quien sí he visto es a la rubia de bote aquella ¿Lila? ¿Lola? ¿Lula? ¿Cómo era? ¡Bah! Da igual. Seguro que anda con su amiga, la del pelo-alfombra.

Esa debía de ser yo...

—Menudo par de zorras. Esas son de las que se abren de piernas el primer día y se dejan dar por culo.

—Ya, de las que ellos no quieren a su lado —añadió Gala.

—Solo para follar.

—Eso mismo dijeron los dos guapitos —confirmó la tonta de Gala.

—¿Thiago y Adri?

Puse más atención al oír sus nombres. Ellas no sabían que yo estaba dentro; por lo que había oído, acababan de llegar al pub.

—Ya te digo. Thiago dijo algo así como... a esa niña la engatuso con un par de bailes y me la llevo al coche cuando me dé la gana. Y Adri pasa de tías, ya sabes.

Joder, joder..., ¿sería verdad? Claro, idiota. A ver por qué iba a mentir Gala.

—Adri sale con Leticia y no le ha sido nunca infiel. No lo va a ser ahora con esa rubia palurda —continuó Gala con aquella voz de pito—. Bueno, y si te digo lo que me dijo Nacho...

Joder..., ¿más?

—La otra noche la Alexia esa se le tiró encima como una loba y no sabía cómo quitársela de encima hasta que llegó Thiago. Llevaba un pedal del quince y Thiago no supo qué hacer con ella, así que la dejó por ahí. A saber quién acabaría follándosela...

Oí cómo reían las dos y cómo la sangre me subía a la cabeza.

«Respira, Alexia.»

Par de cabronas.

Cuando dejé de oírlas, salí de allí con una mala hostia que no podía con ella. Y lo último que me faltó fue ver a Lea charlando con aquellos dos gilipollas, con Thiago y Adri.

—Alexia, mira quién...

—Me piro —le dije sin darle tiempo a continuar.

Una mano cogió mi brazo y me frenó. Más le valía a Thiago no ser él...

—No-me-to-ques —le dije iracunda.

Thiago no me soltó, pero me miró muy sorprendido.

—Métete tus manos en tus partes y dale a la manivela. Conmigo ni a la esquina, ¿lo entiendes? —le escupí con rabia.

—Pero...

Me solté de su mano y salí de allí con el corazón en la garganta.

«Idiota, imbécil, estúpida... Qué manera de reírse de mí, ¿no? Pero joder, Alexia, ¿qué esperabas? Si lo sabías y él te lo había dicho: eres una puta cría. Entonces..., ¿a qué jugábamos? Joder, Alexia, pareces nueva, ¡hostia! Eres un jodido entretenimiento, una más en la lista de conquistas, un capricho pasajero, una boba que ha creído que sus miradas significaban algo. Y no, no eres distinta. ¿Por qué deberías serlo?»

Eso... ¿Por qué debería ser distinta? Realmente era lo que esperaba. Y al principio de conocerlo había estado a la defensiva, pero poco a poco me había ido ganando terreno. Y esta noche, al bailar con él... se me habían removido cosas por dentro. Pero no pasaba nada, lo iba a dormir todo de un mazazo, punto.

—¡Alexia! —Lea me seguía por detrás y la oí jadear hasta que me alcanzó—. Tía, ¿qué coño te pasa?

—¿Que qué me pasa? Joder, Lea, esos dos se están riendo a nuestra costa.

—¿Qué?

—¡Taxi!

—Pero, Alexia...

El taxi paró justo delante de mí.

—¿Vienes o te quedas?

Lea entró conmigo en el coche y no dijimos nada más hasta que el taxista paró. Yo no dejé de repetir en mi cabeza aquellas palabras de Gala y su amiguita. No quería que se me olvidaran y las grabé en mi mente sin dejarme ni una coma.

Cuando le relaté a Lea lo que había oído en el baño, se cabreó tanto o más que yo. Las dos éramos impulsivas y, aunque los comentarios de Thiago no fueran con ella, le molestaban igual.

—Menudo gilipollas el Thiago este. Le vas a cantar las cuarenta, supongo.

Lo había pensado durante el trayecto en el taxi, pero había acabado sacando la misma conclusión, ¿para qué? Él lo negaría o diría que yo lo había entendido mal y la que pasaría un mal rato sería yo. Y además pensaba que continuaría burlándose de mí con sus amigos, cosa que me ponía de muy mala hostia. La mejor opción era olvidarlo, pasar de él y no hacerle el menor caso, en nada. En pocos días se cansaría y acabaría buscando otra víctima. Estaba segura de que en menos de una semana lo vería tontear con otra por el bar de la facultad.

Lea y yo nos despedimos un poco desanimadas por todo lo que había ocurrido aquella noche: el fraude de Dani, el musculoso, y después las burlas de Thiago y sus amigos, Adrián incluido. No nos olvidemos del simpático amigo que se había acercado a mí para que su amigo acabara follándome en un coche...

Cuando ya estuve en mi cama, continué pensando en ello. Si solo quería sexo conmigo, ¿por qué no lo había intentado ya? Quizá esperaba a que yo no pudiera resistirme más, la verdad era que se me había metido en la cabeza poco a poco. Joder, ¿cómo podía ser tan mezquino? Cuando habíamos estado solos en su coche, o bailando, o incluso en su casa, había sido amable, agradable, divertido... «¿Y? Eso no quiere decir nada, Alexia, ¿o te crees que los maltratadores de mujeres se presentan el primer día dando un manotazo a su chica? Empiezan embaucando a su presa con palabras bonitas y las van enredando hasta que logran que ellas queden bajo su dominio.»

Thiago había hecho algo parecido. Había coqueteado y tonteado conmigo, me había dado largas, pero a la vez se había acercado a mí, me había rozado en más de una ocasión y todo para lograr un trofeo del que acabaría fardando ante sus amigos. Encima, delante de aquellas arpías. Estaba segura de que la tal Débora se estaría partiendo la caja con toda aquella historia.

Bueno, quizá tres años más sí que otorgaban cierta experiencia que yo no poseía. Pero no me iba a dejar pisotear por esa panda de pijos de mierda. Más jodida había estado tras el accidente... Aquello iba a ser pan comido.

 

 

Natalia, la cordura personificada, nos escuchó atenta mientras le íbamos explicando todo lo ocurrido aquel sábado por la noche. Ella no había podido salir con nosotras porque tenía una celebración familiar.

Era domingo por la tarde y estábamos en El Rincón.

—Pues si ya lo tienes claro, perfecto —me dijo Natalia ante mi objetivo de pasar de Thiago.

—¿Y si insiste? —preguntó Lea.

—Dudo que lo haga —respondí yo tomando un sorbo de café.

—No sé... —Lea no estaba convencida.

—Lea, ya sé que si busco la palabra optimismo en Google sale tu foto, pero las cosas son así, no seas ilusa —le repliqué con seguridad.

—Reconoce que ese tío sabe fingir —dijo ella.

Recordé sus ojos clavados en los míos. Joder.

—¿Y Adrián se ha compinchado con él? Es que no creo que sean tan... así. —Lea continuaba en sus trece.

—Pues lo son, son dos capullos con mayúsculas —dije agobiada—. Las oí perfectamente y ellas no sabían que yo estaba en el baño. Y puede que Thiago deba demostrar ante sus amiguitos que es un chulito, pero a mí me la suda. ¿Cambiamos de tema? ¿Qué tal la cena de anoche? —le pregunté a Natalia.

Había sido el cumpleaños de su padre y se habían reunido tíos y primos.

A Natalia le cambió el gesto. ¿Qué le ocurría? ¿Tan mal había ido?

—Bien, fue bien —respondió desviando la vista hacia otro lado.

—¿Solo bien? —preguntó Lea mirándome un segundo a mí.

Allí se cocía algo y no era algo bueno.

—Sí, sí. Cenamos, sopló las velas y le dieron los regalos.

—Un rollo, vamos —dijo Lea intentando que Natalia explicara algo más.

—¿Pasó algo, Natalia? —le pregunté directamente y ella me miró a los ojos.

Nadie dijo nada durante unos segundos y ella negó con la cabeza. Lea y yo nos volvimos a mirar. Sabíamos que se llevaba fatal con su padre porque era muy autoritario y siempre la había tratado a gritos. Ella era la tercera de tres hermanos. Los dos primeros, dos chicos que se llevaban con ella más de diez años, hacía ya tiempo que vivían por su cuenta. Natalia no se había ido de casa porque no quería dejar sola a su madre con aquel ogro. Era de aquellos tipos trogloditas que no entendían lo que era la igualdad de sexos. Su madre siempre se lo había permitido todo, incluso que le diera a Natalia alguna que otra sonora bofetada cuando era una niña.

—Nada, nada. Después de la cena, mi madre y yo tuvimos que recoger todo aquello porque mi padre lo quería todo limpio.

—Tu padre es gilipollas —soltó Lea con asco.

Natalia agachó la cabeza y yo reñí a Lea con la mirada.

—Pero oye, que todas tenemos lo nuestro. Mira a Alexia, que tiene a la bruja de Blancanieves en casa —añadió Lea intentando levantarle el ánimo a Natalia.

—Yo creo que habla con el espejo, fíjate qué te digo —comenté soltando una risilla.

Natalia sonrió.

En ese momento me sonó el móvil.

—¡Tías! ¿No me habrá puesto un puto micro? —les dije arrugando la nariz.

Les enseñé la pantalla y soltamos las tres a la vez una sonora carcajada.

«Mamá móvil.»