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—¿Qué te ha dicho? —preguntó Lea yendo hacia clase.

—Tonterías de las suyas, no lo soporto —le respondí en un quejido.

—Yo no sabía si os estabais peleando o si os ibais a besar —comentó Estrella.

Lea y yo la miramos sorprendidas.

—¿Qué dices? Al enemigo ni agua —intenté ser convincente.

—Joder, qué bien hablas ruso, ¿no? —comentó de nuevo Estrella—. Y Thiago estaba sexi de verdad.

Lea soltó una carcajada de las suyas.

—En eso te doy la razón. A mí si me hablan así se me cae el tanga, fijo.

Entramos en clase entre risillas, pero yo no dejaba de sentir el mal gusto de boca que me había dejado discutir con Thiago. ¿Por qué siempre acabábamos así? ¿Incompatibilidad de caracteres? ¿Era eso? Pero a la vez nos buscábamos. Yo lo miraba. Él me miraba, por mucho que lo negara. Se había quedado con todo lo que había ocurrido con Nacho. ¿Y por qué me avisaba sobre él? Ya sabía que era un ligón de los de manual, no era tan tonta como para creer que Nacho quería algo serio conmigo. Pero ¿quién decía que yo sí? No me iba enrollando con cualquiera, pero tampoco era una monja de clausura. Me gustaba divertirme y Nacho me resultaba divertido, además de guapo.

¿Y Thiago? Uf, Thiago era enigmático y eso me atraía irremediablemente. Estaba bueno, aquello no lo podía negar nadie, pero además tenía esa seriedad que me resultaba de lo más interesante. Al principio pensé que esa pose tan solemne era simplemente eso: una pose. Pero no, Thiago era así y esa forma de ser me encandilaba como a una tonta. De vez en cuando recordaba el baile del jueves y veía otro final...

Él se acercaba despacio a mis labios y yo me ponía de puntillas para facilitarle el camino. Su boca rozaba la mía y yo sentía que me derretía cuando su lengua buscaba la mía con lentitud. Era un beso lento, dulce, aunque cargado de deseo, porque entonces Thiago juntaba todo su cuerpo con el mío y sentía su erección bajo mi abdomen. Madre mía, estaba duro como una piedra y yo loca por sentirlo dentro de mí...

—Alexia. —Lea me dio un codazo y la miré sorprendida.

—Señorita Suil, ¿puede venir un momento? —preguntó el profesor Peña que estaba junto al profesor Carmelo—. Recoja sus cosas.

—Sí, sí...

Bajé con la mirada de toda la clase puesta en mí. Joder, y yo enrollándome en sueños con Thiago...

Salí con el profesor Peña de clase, sin entender muy bien el motivo.

—Felicidades por el examen, eso lo primero...

—Gracias, profesor...

—Los demás alumnos del proyecto están en mi despacho. Ahora tengo una hora libre y quería comentaros por encima cómo va a ir el tema.

—Perfecto —le dije un poco nerviosa.

Cuando llegamos al despacho, los elegidos estaban charlando entre ellos y me saludaron en cuanto Peña nos presentó. Thiago me saludó con un movimiento de cabeza, Ana y Lucía con la típica superioridad de las de cuarto y Hugo me sonrió con simpatía.

Me coloqué al lado de Hugo, y el profesor Peña nos explicó con más precisión de qué iba el proyecto. Se trataba de una editorial de Niza que publicaba cuentos para niños de un autor francés y quería fomentar su lectura a otras lenguas, en nuestro caso al castellano. La obra era una amplia colección de cuentos que nosotros nos encargaríamos de traducir a la perfección, bajo la supervisión del profesor, por supuesto. Nos preguntó si disponíamos del tiempo necesario porque aquel proyecto implicaría un trabajo extra a nuestros estudios.

—Si os digo que el viernes por la mañana os necesito, debéis estar aquí a la hora convenida.

Las dos chicas de cuarto se miraron entre ellas con una sonrisilla.

—No se preocupe, profesor, si hace falta no saldremos el jueves —dijo Ana.

Peña nos miró al resto y yo afirmé con la cabeza indicándole que estaba conforme.

—Solo dos cosas más —añadió mirándonos uno a uno—. La primera es que trabajamos en equipo, lo que significa que tenéis que dejar a un lado cualquier tema personal. Quizá a Lucía no le caiga bien Hugo, por poner un ejemplo —explicó con simpatía—. Aquí no hay amigos ni enemigos. Somos compañeros, trabajamos juntos y hay que sacar el proyecto adelante. Cuando estéis trabajando en una empresa, la actitud debe ser la misma. Nada de malos rollos ni de favores, vais a trabajar, no a hacer amigos. ¿Queda claro?

Todos asentimos, aunque yo no pude dejar de pensar en Thiago. Iba a tener que templar mi actitud con él y no saltar ante sus provocaciones. Más me valía.

—Lo segundo es que dentro del proyecto hay un viaje.

¿Un viaje?

—Todavía no sé cuándo, pero la idea es ir a Niza unos días y familiarizarnos un poco con la editorial, visitarla y conocer su sistema de trabajo.

—Vaya... —dijo Hugo.

—Me encanta —comentó con alegría Ana.

—¿Algún problema con esto?

Peña me miró a mí en concreto.

—Ninguno, Niza es preciosa.

Peña sonrió y le devolví el gesto.

—¿Ha estado en la ciudad? —me preguntó entonces en francés y todos nos miraron.

—Que yo recuerde tres veces. La primera un par de meses y las otras apenas uno.

—Yo estuve hace muchos años y me quedé prendado del mercado de las flores.

¡Oh, sí!

—No me extraña, profesor, yo he paseado por allí muchas veces. ¡Es tan pintoresco!

—Cierto, un lugar que no dejaremos de visitar cuando vayamos.

El profesor volvió la vista hacia mis compañeros y siguió hablando en francés.

—Alexia es una alumna de primero, pero como acabáis de comprobar su nivel es de diez.

Nadie dijo nada y yo sonreí para mis adentros. Peña me había preguntado aquello para demostrar mi nivel de francés ante los demás.

—Es extraño que un alumno de primero esté en el proyecto, pero su examen fue casi perfecto. Supongo que no hay más que decir sobre el tema.

Lucía y Ana se miraron un momento, pero nadie dijo nada.

—Yo tengo una pregunta —dijo de repente Thiago, y temí lo peor—. ¿Vamos a trabajar de forma individual o en grupo?

Respiré más tranquila al ver que no se refería a mí.

—De forma individual no, mejor en grupos reducidos, ¿os parece? Podríamos empezar con dos grupos, Ana y Lucía en uno. Y tú, Thiago, trabajas con Hugo y Alexia. Después ya iremos cambiando.

Hala, ya me había tocado la lotería. Pero no me iba a quejar, claro. Lo que iba a hacer era seguir el consejo del profesor Peña: nada de amistades ni de enemigos. Adoptaría ese tono neutro que muchas veces Thiago usaba conmigo. Eso mismo haría.

—Pues os paso los documentos, os doy una llave de la sala de estudio a cada uno para que la uséis para el proyecto, aunque podéis trabajar donde más os apetezca. La cuestión es que en una semana debéis entregarme los primeros borradores, ¿de acuerdo?

—Perfecto —dijo Thiago con formalidad.

Lo miré unos segundos y él hizo lo mismo. ¿Iba a poder trabajar con él como si nada? Una semana atrás hubiera pensado que era una afortunada por poder trabajar con dos tíos guapos, pero ahora... Habían pasado mil cosas en aquella semana y muchas con Thiago.

Volví la vista hacia el profesor, procurando ser seria y formal, pero Peña me miraba con sus ojillos entornados. ¿Qué estaría pensando?

—Eso es todo, chicos —nos dijo con una amplia sonrisa—. Podéis organizaros cuando queráis.

Salimos de allí y Hugo fue el primero en hablar:

—Bueno, tendremos que decidir cuándo nos va bien quedar y eso.

—Lo que digáis —les dije yo, pensando que no tenía nada en concreto que me atara.

—Cuanto antes empecemos mejor, si después sobra tiempo estaremos más tranquilos para el próximo documento, ¿no creéis? —preguntó Thiago sin imponerse.

—¿Os va bien hoy? —nos preguntó Hugo—. Yo como aquí los lunes porque de seis a siete tengo una optativa, pero no sé si a vosotros...

Thiago y yo nos miramos. Joder, ¿comer juntos? «Todo sea por la patria.»

—A mí no me espera nadie, no tengo problema —respondí.

—Vale, yo también puedo quedarme, aunque a las seis y media tengo entreno.

Lo miré de nuevo.

—Juego a pádel —me especificó.

—Pues ya está, quedamos en el bar a la una, ¿os va bien? —concretó Hugo.

—Perfecto —respondí sintiendo que estaba haciendo todo lo contrario a lo que me había propuesto: pasar de Thiago.